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Saber
escoger
Última cena. La
atmósfera está más que recargada, hasta el aire parece pesado. El desconcierto
de los apóstoles es total y manifiesto, han dejado todo por su Señor y parece
que es su Señor quien les deja a ellos en el más absoluto de los desamparos. La
conspiración contra quien dice ser el Hijo de Dios no tiene vuelta atrás. Es
evidente que van a por Él, que su condena está ya decidida; así las cosas y
cuando parece que el derrotismo tiene la voz cantante en el grupo, Jesús toma
la palabra y dice proféticamente: “¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha
solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu
fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc
22,31-32).
Satanás ha
requerido un poder sobre los discípulos de Jesús. Se repite la historia de Job
(Jb 1,6-11 y 2,4-6). El escándalo para todos aquellos que piensen que la fe
ayuda a tener todo bien sistematizado y controlado está servido; a nadie le
cabe en la cabeza que Dios permita a Satanás hacer daño al hombre. Vamos a
entrar de lleno en este tema del mal a ver si es verdad que, como dice el
apóstol Pablo, todo, incluido el mal en el que también contamos las pruebas a
las que somete Satanás a quienes quieren ser discípulos de Jesús, concurren
para su bien. “Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios
para bien de todos los que le aman…” (Rm 8,28).
Satanás ha
pedido permiso para cribaros como el trigo, dice Jesús a estos hombres
amedrentados, a quienes ha llamado para continuar su misión pastoral. Ve en
ellos a los pastores según su corazón profetizados por Jeremías (Jr 3,15). A
todo esto, podemos transcribir la pregunta inoportuna por excelencia: ¿Por qué
no hizo Jesús un milagro, sólo uno más, y les cambió el corazón para que
pudiesen pastorear con solicitud y entrega total a sus ovejas? Pues no lo hizo
porque una vez elegidos, son ellos los que han de escoger libremente el
abrazarse con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas a la
misión pastoral que el Buen Pastor les confía.
No, no va a
hacer un milagro, va a hacer algo inmensamente mayor: va a permitir que sean
cribados como se criba el trigo. A lo largo de esta tremenda prueba, Él mismo
estará a su lado sosteniéndoles con su presencia, fortaleciéndoles. No nos
estamos imaginando nada, ya que, tal y como hemos leído en el texto de Lucas,
Jesús le promete esto a Pedro como cabeza de su Iglesia; promesa que alcanza a
todos los que están participando de la Cena. Jesús proclama solemnemente que
intercederá por él para que no desfallezca.
Gracias a esta
criba, este ser removidos hasta violentamente en el cedazo aunque parezca
increíble, repito, gracias a esta criba, Satanás va perdiendo su combate, pues
la fuerza de sus vaivenes provoca que el trigo se separe de la paja. Es
entonces, sólo entonces, que el hombre, en este su servicio a Dios, alcanza la
sabiduría y, como hija de ésta, la libertad para saber escoger. Por supuesto
que sólo un necio escogería la paja. Bueno, lo importante es que se llega a ser
pastores según el corazón de Dios a base de ser sometidos a esta criba –repito-
permitida providencialmente por Dios. No se trata de aplaudir el mal y menos
aún justificarlo, pero el hecho es que, aun siendo obra de Satanás, Dios sabe
sacar de su mal el bien.
El tonto útil zarandea
Me imagino que,
a estas alturas, se habrá diluido bastante el escándalo del que hablé antes,
del permiso dado por Dios a Satanás. La verdad es que, en lo que concierne a la
llamada de Jesús a sus apóstoles de todos los tiempos, Satanás, muy a pesar
suyo, hace el papel de “tonto útil”. Gracias a sus arremetidas que, por cierto,
a nadie gustan ni apetecen, se abren nuestros ojos para distinguir y discernir
entre lo que sirve y lo desechable. Una vez reconocido lo uno y lo otro, la
elección se impone; se elige lo que realmente tiene valor, no los harapos.
Cuando Jesús
afirma que Satanás va a tamizar a estos hombres que, a las alturas de la última
Cena, ya casi han perdido su confianza en Él, sus ojos los ven a lo lejos
victoriosos en su combate de la fe, gloriosos. Ve a Pedro en Roma sosteniendo
con su entereza a su temeroso rebaño golpeado por tantas persecuciones; a Juan
en Patmos fortaleciendo a las distintas Iglesias locales surgidas a lo largo y
ancho del Imperio Romano; a Felipe en Samaría sembrando en tantos hombres
hambrientos de verdad, el Evangelio de
la gracia; a Santiago ofreciendo su cuello ante la espada de su verdugo… y,
abriendo el tiempo hacia la eternidad, contempló gozoso a la inmensa multitud
de pastores según su corazón alimentando a pueblos enteros con el Evangelio de
la salvación que Él mismo graba en sus entrañas.
Pastores que,
una vez llamados, se dejaron libremente cribar, zarandear, a veces aullando de
dolor y tristeza ante tanta angustia y abandono. La criba les permitió crecer
en amor y libertades,y les desató de todo aquello que creían, por un tiempo,
compatible con su pastoreo. Fue así que pudieron llegar a ser hermanos
universales porque allí donde hay un pastor según el corazón de Dios, y aun
cuando ejerzan su ministerio en la aldea más remota de cualquiera de los cinco
continentes, la Luz de su Dios se proyecta amorosamente sobre el mundo entero.
Quiero
centrarme en un testimonio entresacado del Antiguo Testamento que, como bien
sabemos, es todo él una profecía acerca del Mesías, su misión y la Iglesia
nacida de su costado, como afirman repetidamente los santos Padres de la
Iglesia. Nos acercamos al profeta Jeremías, amigo íntimo de Dios que vivió
desgarradoramente la caída libre del pueblo santo a causa de su insensatez.
Insensatez que no apareció por generación espontánea, sino que fue fruto de un
pastoreo insustancial. Evidentemente, no eran pastores sabios, sino necios, con
todo el tinte peyorativo que tiene esta palabra en boca de Dios. También
Jeremías es sometido a una criba que podríamos llamar hasta brutal. Nos parece
que su Adversario no le da tregua alguna, no hay respiro para su dolor ni
remedio que alivie su alma abatida. No encuentra aparentemente medicina para
sus heridas.
Como le fue
profetizado siglos después a María de Nazaret, también Jeremías tiene su alma
atravesada por una espada. Es tal su dolor, tan desoladora su soledad, que
llega a dudar de todo incluso hasta de Dios. “¿Por qué ha resultado mi penar
perpetuo, y mi herida irremediable, rebelde a la medicina? ¡Ay! ¿Serás Tú para
mí como un espejismo, aguas no verdaderas?” (Jr 15,18).
Dios ha oído a
su profeta, a su íntimo, porque Jeremías lo fue como pocos. No se le escapó
ninguno de sus gemidos. Una a una sus lágrimas fueron por Él contadas y hasta
recogidas como dice el salmista: “De mi vida errante llevas tú la cuenta,
¡recoge mis lágrimas en tu odre!” (Sl 56,9). Cuando Dios consideró que la
prueba había alcanzado su cometido, cuando ya eran perfectamente visibles y,
por lo tanto, separables en el corazón de su amigo el trigo y la paja, le dijo:
¡Quiero que seas mío eternamente! He permitido todos estos vaivenes y zarandeos
en tu vida en vistas a tu misión profética, a tu pastoreo; en realidad, aun en
el dolor sabías que estaba junto a ti, y esto fue lo que te dio la capacidad
para escoger y decidir. La capacidad te la he brindado yo, la libertad no; eso
lo tienes que poner tú. Escoge, pues, entre el trigo y la paja, entre la
escoria y el oro, lo precioso y lo vil, toda esa maraña que tenías mezclada en
tu corazón. Y si sabes escoger lo que realmente es precioso y eterno, entonces
serás como mi boca. Serás pastor según mi corazón y también según mi boca: has sabido escoger.
Oigamos qué fue lo que realmente le dijo Dios: “Si te vuelves porque yo te haga
volver, estarás en mi presencia; y si sacas lo precioso de lo vil, serás como
mi boca” (Jr 15,19).
Su amor vale más que
mis proyectos
Nuestro querido
Jeremías es figura eminente de Jesucristo el Buen Pastor y Palabra del Padre. Y
sin querer ser desconsiderado, también de su boca, al igual que de la de Jesús,
salían palabras llenas de gracia. Jeremías es también icono de los llamados por
el Hijo de Dios para pastorear el mundo entero. Más allá de fijarnos en
pretendidas cualidades de éstos que, incluso elevadas a pedestales pueden
obstaculizar la originalidad, limpieza y frescura de la llamada, los pastores
según el corazón de Dios son su boca. A esto se refiere Jesús cuando proclamó
solemnemente acerca de sus pastores: “Quien a vosotros os escucha, a mí me
escucha” (Lc 10,16); sí, porque son mi boca.
Profundamente,
hasta los más recónditos entresijos de su alma, fue cribado Pablo una vez que
acogió la llamada de Jesús. Pálida fue la luz que cegó sus ojos haciéndole caer
camino a Damasco, en comparación con la que recibió de su Señor y Maestro en
esa su aventura de conocerle más y más cada día hasta llegar a la comunión con
Él y con sus padecimientos (Flp 3,10…).
Pablo, el
apóstol a quien el mundo conocido de entonces se le quedó pequeño en su afán
evangelizador, fue cribado como Jeremías, como Moisés, como Elías…, como todo
aquel que se deja amar, llamar y llenar por Dios. La persecución, ignominia,
expolio de su dignidad, desprecios incontables no le echaron atrás. Zarandeado
y pulido hasta la extenuación del alma, también del cuerpo, Pablo separó y
escogió. Primero separó y, aunque nos pueda parecer un poco drástico, llamó a
todos los pedestales que había levantado antes del conocimiento de su Señor,
basura, desecho.
No es que Pablo
desprecie nada de lo humano, pero si las cosas de este mundo le impiden
apropiarse del trigo que vieron sus ojos, trigo como, por ejemplo, éste del que
da testimonio: “la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor” (Flp
3,8), entonces sí entendemos su forma de expresarse, su llamar basura a la
paja. Nada, ni los mayores honores hasta ahora recibidos, ni los que podría
seguir recibiendo si volviese a su anterior estatus, tendrían el valor
suficiente como para hacer la competencia al amor y la vida que recibía de su
Buen Pastor. Fue un perder para ganarlo todo, un desechar para abrazar y ser
abrazado por el amor eterno.
Como David,
Pablo y con él todos los que supieron escoger, pueden confesar: “tu Amor vale
más que la vida” (Sl 63,4). He ahí la raíz y razón de su elección. Lejos estamos
de generosidades, hablamos de sabiduría, de quien sabe acoger el don de Dios.
Tu amor, así entendieron David, Pablo y todos los demás, es más valioso que la
vida a la que me aboca mi corazón en el que el trigo y la paja continúan
mezclados.
¡Quiero otra vida!, oímos con frecuencia decir
a la gente. La verdad es que Dios es el primero que quiere otra vida para ti,
para sus hijos. Los pastores según el corazón de Dios son aquellos que aceptan
ser cribados por Satanás, conscientes de que hay mucho de paja y desecho en
ellos. Conforme se van dejando probar, van conociendo el asombro de la cercanía
de Dios. ¿Cómo se va a separar de ellos si aun siendo un cúmulo de debilidades,
se ponen en sus manos para poder ser útiles al mundo por medio de la predicación
del Evangelio? Si dijéramos que éstos son los pastores que Dios quiere, sería
incompleto. Me explico, no solamente son los que Dios quiere, sino también los
que quiere y necesita el mundo.
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