Lectura del
libro del profeta Ezequiel (18, 25-28): Cuando
el malvado se convierta de su maldad, salvará su vida.
Así dice el Señor: «Comentáis: "No es justo el
proceder del Señor.
Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no
es vuestro proceder el que es injusto?
Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió.
Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.»
Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió.
Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.»
Salmo 24,4bc-5.6-7.8-9: Recuerda, Señor, que tu
misericordia es eterna. R./
Señor, enséñame tus caminos, // instrúyeme en
tus sendas: // haz que camine con lealtad; // enséñame, porque tú eres mi Dios
y Salvador, // y todo el día te estoy esperando. R./
Recuerda, Señor, que tu ternura // y tu
misericordia son eternas; // no te acuerdes de los pecados // ni de las
maldades de mi juventud; // acuérdate de mí con misericordia, // por tu bondad,
Señor. R./
El Señor es bueno y es recto, // y enseña el
camino a los pecadores; // hace caminar a los humildes con rectitud, // enseña
su camino a los humildes. R./
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los
Filipenses (2, 1-11): Tened entre vosotros los sentimientos propios
de Cristo Jesús.
Hermanos: Si queréis darme el consuelo de
Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis
entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes
con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por
ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a
los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás.
Tened entre vosotros los sentimientos propios
de Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su
categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de
esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se
rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le
concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua
proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (21, 28-32): Recapacitó
y fue.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos
sacerdotes y a ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos.
Se acercó primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." El
le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al
segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor. " Pero no
fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?» Contestaron: «El primero.»
Jesús les dijo: «Os aseguro que los
publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del rei-no de
Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le
creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después
de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»
& Pautas para la reflexión
personal
z El vínculo entre las lecturas
Uno de los temas centrales de este Domingo es la
conversión. El texto del profeta Ezequiel[1]
quiere mostrarnos que cada uno tiene el deber y la hermosa responsabilidad de
convertirse siendo responsable de sus actos y decisiones. Dios, que nos ama
profundamente, respeta el don de la libertad que nos ha otorgado (Primera
Lectura). Dice Santo Tomás de Aquino: «nada
es más adecuado para mover al amor que la conciencia que se tiene de ser
amado». En la carta a los Filipenses, Pablo nos exhorta a tomar conciencia
del precio que Dios ha pagado por nuestra reconciliación con el sacrificio de
su Hijo que: «se humilló a sí mismo
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz». Ése es el modelo del
cristiano: la humildad y el fiel cumplimiento del Plan del Padre.
En el Evangelio esta enseñanza se profundiza ya que no
basta obedecer sólo de palabra los mandamientos de Dios, es necesario que las
buenas obras acompañen nuestras palabras. Por esta razón, como dice el Evangelista,
los publicanos y las prostitutas precederán a los Maestros de la ley en el
Reino de los Cielos. Mientras los primeros dijeron «no» a la voluntad de Dios,
pero después se convirtieron de su mala conducta; los segundos, es decir, los
Maestros de la ley, creyéndose justos, no sentían la necesidad de convertirse y
de hacer penitencia por sus pecados. Con sus palabras decían «sí» a Dios, pero
sus obras eran distintas. ¡Qué tragedia el creerse justo y no necesitado de
arrepentimiento!
J «Él ha abierto los ojos y se ha convertido…vivirá y no
morirá»
Para
entender la lectura del profeta Ezequiel es preciso enmarcar históricamente el
texto. El pueblo se encuentra en el exilio después de la caída de Jerusalén. La
tradición teológica interpretaba lo sucedido como el resultado de los pecados y
las infidelidades del pueblo a lo largo de su historia. En realidad, se trataba
de una situación fatal e ineludible que la generación presente debía
sobrellevar. Ellos soportaban las culpas y pecados de sus antepasados pero al
mismo tiempo experimentaban que el castigo era superior a las culpas que habían
cometido. Se sentían tratados injustamente. Entonces surgía la pregunta: ¿dónde
ha quedado el amor de Dios? ¿Dónde está el Dios de Abraham, de Issac, de Jacob?
¿Qué ha sido de la promesa del Señor?
Daba la impresión de que Yahveh rompía su Alianza: el
templo había sido destruido; Jerusalén, la ciudad santa, había sido saqueada y
devastada, ardía en llamas; el pueblo,
deportado... Todo era, pues, desaliento, decaimiento y derrota. El
profeta Ezequiel se levanta con fuerte y firme voz y encamina al pueblo por
distinta ruta. Así, enuncia el principio general: «Cada uno sufrirá la muerte por su propio pecado». Es decir, la
responsabilidad es personal y cada uno responderá de sus propios actos.
Asimismo, la retribución también es personal. Efectivamente los actos pasados
influyen y condicionan de algún modo el presente, pero no son una herencia
fatal al estilo de una tragedia griega. Ciertamente será difícil liberarse de
las condiciones del pasado, pero es posible porque «Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva»
(Ez 18,23).
J «¡Cristo Jesús es el Señor! »
El himno de la carta a los Filipenses[2]
es uno de los textos fundamentales en la elaboración de la cristología. En este
himno el centro en torno al cual gira la reflexión es la frase final: «Jesucristo es Señor». En la traducción
griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual
Dios se reveló a Moisés (ver Ex 3, 14), YHWH[3],
es traducido por «Kyrios» (Señor). «Señor» se convierte desde entonces en el
nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El
Nuevo Testamento utiliza en este sentido el título «Señor» para el Padre, pero
lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios
(ver 1 Co 2,8).
Así pues, el himno de Filipenses indica claramente la
perfecta divinidad y la perfecta humanidad de Cristo. Pues bien, Él, a pesar de
su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Aquí no se habla
de los discursos del Señor, de sus enseñanzas, sino de sus obras: se despojó,
tomó la condición de esclavo, se sometió incluso a la muerte.
Él nos enseña el camino que debe seguir el cristiano: el
camino de la humildad, el camino del cumplimiento de la voluntad de Dios en las
obras, no sólo en las palabras. Aquí vemos también el poder de Cristo que es el
poder de la obediencia, del amor y de la verdad. Jesús es el Señor y en Él
descansa confiadamente toda nuestra esperanza.
L «¿Con
qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado tal autoridad?»
El Evangelio de este Domingo está en un contexto de plena
controversia. Jesús ha realizado ya su entrada triunfal en Jerusalén. Lo hizo
montado en una asna, que es una cabalgadura real, y a su paso la gente gritaba
abiertamente: “¡Hosana el Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Mt 21,9). Entró en el templo y
expulsó enérgicamente a los cambistas y vendedores, sanó a ciegos y cojos que
allí había. Todo esto no agradó a las autoridades. «Los Sumos Sacerdotes y los escribas al ver los milagros…se indignaron»
(Mt 21,15). Querían que Jesús callara los gritos de la gente. Pero Jesús
lejos de encontrarlos excesivos, los encuentra adecuados a la realidad y dice: «¿No habéis leído que “de la boca de los
niños y de los que aún maman te preparaste alabanza”?» (Mt 21,16). Al día
siguiente, nuevamente en el Templo enseñando, se le acercan los Sumos
Sacerdotes y los Ancianos del pueblo para preguntarle: «¿Quién te ha dado tal autoridad?» (Mt 21,23).
La pregunta viene directamente de aquellos que detentan
la máxima autoridad religiosa de Israel. Si la pregunta hubiera sido hecha con
buena voluntad, Jesús hubiera respondido «Yo
soy el Hijo de Dios…Yo y el Padre somos uno…Me ha sido dado el poder sobre el
cielo y la tierra» (Jn 10,30.36; Mt 28,18). Pero si hubiera respondido así
se habrían rasgado las vestiduras y lo habrían condenado a muerte acusándolo de
blasfemia. Todavía no era su hora. Por eso, antes de responder Él hace una
pregunta: «¿El bautismo de Juan, de dónde
era, del cielo o de los hombres?»(Mt 21,25). Ellos opinan que el bautismo
de Juan es de los hombres, pero no quieren arriesgarse a decirlo y responden: «No sabemos». ¡Es falso! La respuesta
correcta era: «Sabemos, pero no te lo
decimos» Jesús pone en evidencia la falsedad de ellos diciendo: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago
esto». Él tampoco lo dice; pero Él no miente.
LJ La parábola de
los dos hijos
Hemos hecho esta larga introducción para presentar el
contexto de la parábola de los dos hijos, que expone Jesús a continuación. La
introduce con una pregunta para comprometer al auditorio: «¿Qué os parece?». Y presenta el caso de los dos hijos a quienes el
padre manda a trabajar a su viña. El primero dijo: «No quiero», porque la respuesta es demasiado obvia. Responden: «El primero». Y ahora que han tomado
partido, Jesús pone de manifiesto la analogía con la realidad salvífica: «En verdad os digo que los publicanos y las
prostitutas llegan antes de vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a
vosotros en el camino de la justicia, y no creísteis en él, mientras que los
publicanos y las prostitutas creyeron en él. Y vosotros, ni viéndolo, os
arrepentisteis después, para creer en él».
Las autoridades judías del tiempo de Jesús quedan en el
lugar del segundo hijo. Ellos detentan la Palabra de Dios y enseñan la
conformidad con la voluntad de Dios; ellos dicen a Dios que sí en todo y lo
hacen con ostentación, pero no cumplen su voluntad. Por eso cuando vino Juan,
enviado por el Señor, no creyeron en él. Y tampoco creen en Jesús. En cambio,
los publicanos y las prostitutas, que evidentemente transgreden los
mandamientos de Dios, cuando vino Juan, creyeron en él. Son como el primer
hijo, que al principio dijo: «No voy»,
pero después se arrepintió y fue. En confesión de los mismos interlocutores de
Jesús, fue éste quien cumplió la voluntad del padre y no el otro.
En todo el episodio está pesando la persona de Juan Bautista
que en el Prólogo del cuarto Evangelio es presentado así: «Hubo un hombre, enviado por Dios. Su nombre era Juan. Éste vino para
dar testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él» (Jn
1,6-7).Cerrarse a la persona y la predicación de Juan es cerrase a la luz, es
cerrarse a Jesús, que es la luz verdadera. Y ésta es la negación definitiva de
Dios.
¿Qué importa haber predicado tanto sobre el cumplimiento
de los mandamientos, si, llegado el momento de actuar, se falta a su voluntad?
A esta actitud se refiere Jesús cuando dice: «No todo el que diga “Señor, Señor “, entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21). La
voluntad del Padre celestial es el amor, pues éste resume toda la ley y los
profetas.
+ Una
palabra del Santo Padre:
«Ante todo, queréis ser
cristianos.- Ser cristianos significa conocer profunda y orgánicamente
las verdades de la fe; significa creerlas firmemente, porque están reveladas
por Cristo y enseñadas por la Iglesia; significa, además, seguir los ejemplos
de Cristo, dándole testimonio con las obras, sin las cuales la fe estaría como
muerta. ¿Acaso entrarán en el reino de los cielos los que dicen "Señor,
Señor", más luego no hacen la voluntad del Padre celestial?
No seréis, pues, dignos miembros del Cuerpo místico de Cristo, si
tuviereis ciertamente la fe, pero no hiciereis de ella el alma de vuestra vida
privada y pública. Para que en vosotros sea conocido y glorificado Jesús, os
exhortamos, amados hijos, a la "coherencia" cristiana. Os contemplan
amigos y adversarios: los unos, con espera preocupada; los otros, tal vez, con
la esperanza de que vuestras empresas tengan éxito infeliz. Sabréis
corresponder a la expectación de los amigos; sabréis, sobre todo, sorprender a
los enemigos; cuidaréis de que todos vean en vosotros reflejada, como en
fidelísimo espejo, la dulce imagen del Redentor divino, con sus virtudes y sus
atractivos: con su fortaleza y su mansedumbre; con su justicia y su amor; con
sus exigencias y su comprensión; con sus castigos y sus perdones; con sus
amenazas y sus promesas; pero, sobre todo, con su vida sin mancha. Sed
perfectos -en cuanto posible sea- como Él es perfecto; aproximaos al ideal por
Él dejado, de suerte que también vosotros, en pacífica pero firme actitud,
podáis preguntar: "Qui arguet me de peccato" "¿Quién, de
vosotros, me puede acusar de pecado?"»
Pío XII. A los alcaldes y a los presidentes de las corporaciones
provinciales, 22 de julio de 1956.
' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la
semana
1. San Ambrosio nos dice acerca del segundo
hijo de esta parábola: «El remordimiento es una gracia para el pecador. Sentir
el remordimiento y escucharlo prueba que la conciencia no está enteramente
apagada. El que siente su herida, desea la curación y toma remedios. Donde no
se siente el mal no hay esperanza de vida». ¿Cómo aplico estas palabras a mi
propia vida?
2. María, primera discípula, nos enseña lo
mismo que su Hijo: pronunciar un “sí” firme, fuerte, y luego mantenerlo con
coherencia por toda la vida. Recemos en familia un rosario pidiendo a nuestra
Madre el don de la fidelidad.
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia
Católica los numerales: 546. 1451-1454.
Texto facilitado por J.R. Pulido, presidente diocesano de A.N.E. Toledo
Texto facilitado por J.R. Pulido, presidente diocesano de A.N.E. Toledo
[1]Ezequiel (Dios fortalece) es uno de los
profetas mayores. Por ser hijo de un sacerdote, Buzi, fue criado en los
alrededores del Templo, con miras a continuar el oficio de su padre. Sin
embargo debido a la toma militar de Israel en el año 597 a .C. fue llevado cautivo
a Babilonia junto con el rey Joaquín y otros nobles (ver 2Re 24, 14-17). Cuando
tenía 30 años tuvo visiones por las
cuales recibió su vocación profética.
[2]
San Pablo fundó la iglesia de Filipos, la primera de Europa, hacia el año 50.
Escribió la carta desde la cárcel, posiblemente en Roma hacia el año 61 – 63.
San Pablo explica su situación a los cristianos de Filipos y les agradece por
los presentes enviados tan generosamente. Les alienta en la fe a olvidar el
orgullo y seguir el ejemplo de Jesucristo. Su carta reboza de alegría, aliento
y esperanza.
[3]En hebreo en lugar de Yahveh – el
tetragrama sagrado que al leerlo no se pronunciaba- se empleó; Adonai
que quiere decir «mi Señor» (ver Gn 15, 2.8). Adonai manifiesta la idea de una confianza plena en la soberanía de
su Señor.