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Capilla Sacramental de la Parroquia de San Lorenzo en Sevilla. El Beato Cardenal Spinola se ocupó de la restauración de la misma
viernes, 14 de septiembre de 2018
sábado, 8 de septiembre de 2018
Domingo de la Semana 23ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B – 9 de septiembre 2018 «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos»
Nuestra Señora de CONSOLACIÓN. Cartaya. " En toda tribulación, confiados en tu medio, esperamos el remedio, Virgen de Consolación.
Lectura del libro del profeta Isaías (35, 4-7a): Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará.
Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará» Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.
Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial.
Salmo 145,7.8-9a.9bc-10: Alaba, alma mía, al Señor. R./
Él mantiene su fidelidad perpetuamente, // hace justicia a los oprimidos, // da pan a los hambrientos. // El Señor liberta a los cautivos. R./
El Señor abre los ojos al ciego, // el Señor endereza a los que ya se doblan, // el Señor ama a los justos, // el Señor guarda a los peregrinos. R./
Sustenta al huérfano y a la viuda // y trastorna el camino de los malvados. // El Señor reina eternamente, // tu Dios, Sión, de edad en edad. R./
Lectura de la carta del Apóstol Santiago (2, 1-5): ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres para hacerlos herederos del reino?
Hermanos míos: No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo.
Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso.
Veis al bien vestido y le decís: «Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado.» Al pobre, en cambio: «Estate ahí de pie o siéntate en el suelo.»
Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con crite¬rios malos?
Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que lo aman?
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (7, 31-37): Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.» Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.
El les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Los criterios que el mundo tiene para juzgar a las personas no son los mismos criterios de Dios. Todas las lecturas dominicales nos hablan del amor de predilección de Dios por los enfermos, los necesitados y los disminuidos física o espiritualmente. En la curación del sordomudo (Evangelio) comienza a darse la esperanza mesiánica que había sido anunciada ocho siglos antes por el profeta Isaías (Primera Lectura). Es lo mismo que afirma tajantemente el apóstol Santiago al decir: «¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman?»(Segunda Lectura).
¡Sé fuerte en el Señor!
La secuencia de los capítulos 34 y 35 del libro de Isaías es conocida como el «apocalipsis de Isaías» o «pequeño apocalipsis». El capítulo 34 nos muestra la destrucción y el juicio de Edom (ciudad enemiga de Israel). Dios se presenta como el protector del pueblo que es fiel. En la lectura vemos al pueblo sufrido que vuelve a Sión después de la esclavitud en Babilonia. Muchos se encuentran física y espiritualmente disminuidos. Hay ciegos, sordos y cojos. Algunos tal vez sean soldados heridos a causa de las continuas guerras. El mensaje de esperanza les viene directamente de Dios que se dirige al corazón de cada uno de ellos: «¡Ánimo, no tengas miedo!». Frase que nos remite al bello Salmo 27 (26): «Yahveh es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer? Yahveh es el refugio de mi vida, ¿por quién he de temblar?». Para la tradición judía las personas que tenían un defecto o disminución física eran consideradas impuras y no poseían la bendición de Dios. Si habían nacido así, tenían un pecado y estaban siendo castigadas por Dios. Ellas debían ser separadas de las personas «perfectas o sanas» para no contaminarlas.
Sin embargo, Dios mismo «vendrá y los salvará»; es decir devolverá a estas personas, consideradas disminuidas, su auténtica dignidad humana. Serán «curadas» y entonces podrán volver a sus familias, a sus trabajos; podrán integrarse nuevamente a la sociedad. Podrán sonreír nuevamente con los suyos. Pero además Dios hará brotar torrentes de abundante agua en el desierto. Así como cuando el pueblo caminaba por el desierto y Moisés hizo salir agua de una roca antes de entrar a la Tierra Prometida; ahora, después de la esclavitud de Babilonia, Dios volverá a sacar agua y ríos caudalosos en el «país árido». Entonces habrá «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1). Así «Los redimidos de Yahveh volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría les acompañarán! ¡Adiós penar y suspiros!» (Is 35,10). ¡Todo será alegría eterna en el Señor!
«¿No sería esto hacer distinciones entre vosotros y ser jueces con criterios malos?»
La carta del apóstol Santiago es considerada como una de las siete «cartas católicas» y estas están colocadas según el orden que leemos en Gálatas 2,9. Ellas tienden a ser «mensajes sapienciales», es decir escritos que muestran la sabiduría cristiana ante las dificultades o problemas concretos de la vida cotidiana. Algunas de ellas parecen ser homilías o exposiciones catequéticas. Al estudiar la carta de Santiago veremos que se dirige a los judíos-cristianos de mentalidad helénica que viven fuera de Palestina ya que coloca muchas citas de la Versión de los LXX . El contenido de la carta reduce toda la Ley - Torah - al mandamiento del amor al prójimo (ver St 1,25; 2,8.12). Durante la carta, Santiago, va demostrando cómo vivir, concretamente, ese amor en la comunidad. Encontramos en ella, la mayor y más directa crítica a los ricos de toda la Biblia (ver St 5,1-6).
En el pasaje de nuestra lectura dominical vemos cómo una persona de fe verdadera jamás discrimina al prójimo ya que lo considera su hermano. Leemos: «Supongamos que entra en vuestra asamblea» o «sinagoga» (St 2,2). Éste es el único pasaje de todo el Nuevo Testamento en que así es llamada una asamblea cristiana. Hay quienes ven en esto un indicio de que Santiago se dirigía a judíos conversos. Termina llamando la atención a sus oyentes colocando a los pobres como los predilectos de Dios. Sin embargo no coloca esta preferencia en desmedro de los ricos ya que esos pobres son «ricos en la fe y herederos del Reino prometido». Por lo tanto ni los pobres ni ninguna persona debe de ser discriminada, separada ya que sería colocarnos en el lugar del Buen Juez que nos dice «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).
«Hace oír a los sordos y hablar a los mudos»
El nombre «Marcos» proviene del latín y significa «siervo de Marte». Era el nombre romano del discípulo llamado Juan Marcos, ya que era la costumbre de los antiguos súbditos del Imperio Romano adoptar dos nombres. La familia de Marcos era muy considerada en la comunidad primitiva ya que en su casa se reunían los cristianos en los primeros tiempos para rezar (ver Hch 12,12). Marcos era hijo de María (Hch 12,12), muy cercano a Pedro (1Pe 5,13) y a Bernabé (ver Hech 15,36-39). En el pasaje que leemos este Domingo vemos a Jesús que, después de un breve viaje al norte, a la región de Tiro en Fenicia, vuelve a su tierra, es decir, a los alrededores del mar de Galilea. Sabemos que uno de los rasgos que distinguía Jesús era su condición de «galileo» (ver Lc 23,6. Jn 18, 4-5).
Comienza el relato mencionando de manera exacta una serie de lugares geográficos del itinerario seguido por Jesús: «Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo por Sidón, al mar de Galilea, atrave¬sando la Decápo¬lis». La Decápolis es una región que se extiende al oriente del mar de Galilea y del río Jordán; se llama así porque abraza diez ciudades griegas que el emperador romano Pompeyo organizó en una especie de confederación cuando conquistó ese territo¬rio.El Evangelio nos presenta una de las curaciones que realizó en su propia tierra: Galilea. Como en la mayoría de los relatos de milagros, se comienza con la presentación del enfermo y la descripción de su mal: «Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan que imponga la mano sobre él». Se trata de un hombre que «no está bien», es decir que no está en su integridad. Veamos la petición que le hacen a Jesús: que imponga la mano sobre él. Podemos decir que éste es un gesto propio de Jesús.
En efecto, no vemos que en el Antiguo Testamento se use la imposición de manos; en cambio, en el Nuevo Testamento aparece con frecuencia en la actuación de Jesús y de sus apóstoles. Ya antes de este episodio el mismo Evangelio de Marcos dice que en su propio pueblo de Nazaret Jesús «curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos» (Mc 6,5). En Cafarnaúm le presentan a todos los que estaban enfermos y, «Jesús, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba» (Lc 4,40). Asimismo Jesús resucitado declara que una de las señales que acompañarán a los que crean en su nombre es ésta: «Impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien» (Mc 16,18). Desde el primer momento los cristianos usaron este gesto como signo, no sólo de una curación física, sino también de la transmisión de un don espiritual (ver Hch. 8,17. 9,17).
Con su intervención Jesús devuelve al pobre sordomudo a su situación original. Lo hace por medio de su palabra: «Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: "Effatá", que quiere decir: "¡Abrete!"». Se le abrieron los oídos y, al instante, se puso a hablar. El hecho adquiere un sentido más profundo si se ubica en el contexto de las profecías, cuyo cumplimiento todos aguardaban expectantes en Israel. Nadie ignoraba la profecía que hemos leído en la Primera Lectura del profeta Isaías. Ésta es utilizada por el mismo Jesús ante los enviados por Juan el Bautista (ver Lc 7,20-22). Son los signos de la intervención salvífica personal de Dios que se esperaba y que iba a ser definitiva.
Cuando los presentes vieron al que era sordomudo hablar correctamente, «se maravillaban sobremanera y decían "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos"». Estas expresiones no pueden dejar de evocar en nosotros el relato de la creación en que el agente es Dios mismo y todo viene a la existencia por su Palabra. Después de toda la obra de la creación, el Génesis dice: «Vio Dios cuanto había hecho y todo estaba muy bien» (Gn 1,3-31). La ruptura producida por el pecado hace que el hombre necesite la reconciliación ofrecida por Dios mismo a través del sacrificio redentor de su Hijo. Es como si fuera un nuevo acto creador. La muerte de Jesucristo en la cruz fue un sacrificio que expió al hombre del pecado y de todo su cortejo de males.
Por eso en Cristo actúa la salvación que devuelve al hombre a su integridad primera, en el aspecto físico y, sobre todo, moral. Dios lo creó íntegro y Cristo lo recreó. Su actuación puede homologarse a una nueva creación. Por eso el relato de la curación del sordomudo se presenta en esos términos: Jesús asume la actuación creadora de Dios. A esto se refiere San Pablo cuando dice: «El que está en Cristo es una nueva creación» (2Cor 5,17). Y para los tiempos finales, por obra de la salvación de Cristo, se esperan «nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia» (2Pe 3,13).
Una palabra del Santo Padre:
«Quisiera realizar con vosotros una breve reflexión a partir del tema «Testigos del Evangelio para una cultura del encuentro».Lo primero que observo es que esta expresión termina con la palabra «encuentro», pero al inicio presupone otro encuentro, el encuentro con Jesucristo. En efecto, para ser testigos del Evangelio, se necesita haberlo encontrado a Él, a Jesús. Quien le conoce de verdad, se convierte en su testigo. Como la samaritana —leímos el domingo pasado—: esa mujer encuentra a Jesús, habla con Él, y su vida cambia; regresa con su gente y dice: «Venid a ver a uno que me ha dicho todo lo que he hecho, ¡quizás es el Mesías!» (cf. Jn 4, 29).
Testigo del Evangelio es aquel que ha encontrado a Jesucristo, que lo ha conocido, o mejor, se ha sentido conocido por Él, re-conocido, respetado, amado, perdonado, y este encuentro lo ha tocado en profundidad, lo ha colmado de una alegría nueva, un nuevo significado para la vida. Y esto trasluce, se comunica, se transmite a los demás.
He recordado a la samaritana porque es un ejemplo claro del tipo de personas que Jesús amaba encontrar, para hacer de ellos testigos: personas marginadas, excluidas, despreciadas. La samaritana lo era en cuanto mujer y en cuanto samaritana, porque los samaritanos eran muy despreciados por los judíos. Pero pensemos en los muchos que Jesús ha querido encontrar, sobre todo, personas afectadas por la enfermedad y la discapacidad, para sanarles y devolverles su dignidad plena. Es muy importante que justo estas personas se conviertan en testigos de una nueva actitud, que podemos llamar cultura del encuentro. Ejemplo típico es la figura del ciego de nacimiento, que se leerá mañana en el Evangelio de la misa (Jn 9, 1-41).
Ese hombre era ciego de nacimiento y era marginado en nombre de una falsa concepción que lo consideraba afectado por un castigo divino. Jesús rechaza radicalmente este modo de pensar —que es un modo verdaderamente blasfemo— y realiza para el ciego «la obra de Dios», donándole la vista. Pero lo significativo es que este hombre, a partir de lo que le sucedió, se convierte en testigo de Jesús y de su obra, que es la obra de Dios, de la vida, del amor, de la misericordia. Mientras los jefes de los fariseos, desde lo alto de su seguridad, le juzgan a él y a Jesús como «pecadores», el ciego curado, con sencillez desarmante, defiende a Jesús y al final profesa su fe en Él, y comparte también su suerte: Jesús es excluido, y también él es excluido. Pero en realidad, ese hombre entró a formar parte de la nueva comunidad, basada en la fe en Jesús y en el amor fraterno
Aquí están las dos culturas opuestas. La cultura del encuentro y la cultura de la exclusión, la cultura del prejuicio, porque se perjudica y se excluye. La persona enferma y discapacitada, precisamente a partir de su fragilidad, de su límite, puede llegar a ser testigo del encuentro: el encuentro con Jesús, que abre a la vida y a la fe, y el encuentro con los demás, con la comunidad. En efecto, sólo quien reconoce la propia fragilidad, el propio límite puede construir relaciones fraternas y solidarias, en la Iglesia y en la sociedad».
Papa Francisco. Discurso a los miembros del Movimiento apostólico de Ciegos y
la Pequeña Misión para los Sordomudos. Aula Pablo VI. Sábado 29 de marzo de 2014.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. Santiago nos dice claramente: «Hermanos míos, no entre la acepción de personas en la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado».Leamos con atención el texto de la carta de Santiago y hagamos un sincero examen de conciencia para ver qué criterios guían nuestro actuar. ¿Acepto a todos como mis hermanos y los valoro como son? ¿Hago acepción de personas?
2. Juan Pablo II nos dice que «la caridad de los cristianos es la prolongación de la presencia de Cristo que se da a sí mismo». ¿Cómo y de qué manera concreta vivo la caridad?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 25, 1822 – 1829. 1853, 2013, 2094.
Texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de A.N.E. Toledo, y vicepresidente del Consejo nacional de la Adoración nocturna española.
Fotografía de la estampa repartida por los devotos de la Venerada Imagen que se halla en la Iglesia Mayor en su Visita a Cartaya ( Huelva ) trasladada desde su Ermita
sábado, 1 de septiembre de 2018
Domingo de la Semana 22ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B – 2 de septiembre 2018 «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre»
Lectura del libro del Deuteronomio (4, 1-2.6-8): No añadáis nada a lo que os mando..., así cumpliréis los preceptos del Señor.
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar.
No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada; así cumpliréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy. Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: "Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente.
Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?»
Salmo 14, 2-3a.3bc-4ab.5: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? R./
El que procede honradamente // y practica la justicia, // el que tiene intenciones leales // y no calumnia // con su lengua. R./
El que no hace mal a su prójimo // ni difama al vecino, // el que considera despreciable al impío // y honra a los que temen al Señor. R./
El que no presta dinero a usura // ni acepta soborno contra el inocente. // El que así obra nunca fallará. R./
Lectura de la carta del Apóstol Santiago (1, 17-18.21b-22.27): Llevad a la práctica la palabra.
Mis queridos hermanos: Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Pa¬dre de los astros, en el cual no hay fases ni períodos de sombra.
Por propia iniciativa, con la palabra de la verdad, nos en¬gendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas. Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es ca¬paz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escu¬charla, engañándoos a vosotros mismos.
La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribula-ciones y no man¬charse las manos con este mundo.
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (7, 1-8.14-15.21-23): Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?» El les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»
Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hom¬bre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homici¬dios, adulterios, codi-cias, injusticias, fraudes, desenfreno, envi¬dia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
¿Vivo realmente mi fe? ¿Qué es lo más importante para mí en mi relación con Dios? A estas preguntas responden las lecturas del Domingo vigésimo segundo del tiempo ordinario. La Primera Lectura responde que la religión auténtica consiste en escuchar y cumplir fielmente todos los mandamientos del Decálogo. Jesucristo, en el Evangelio de San Marcos, enseña que «el mandato de Dios» está por encima de las tra-diciones y leyes humanas. Por tanto, la verdadera religión está en el corazón del hombre, que escucha y pone en práctica la Palabra de Dios. A partir de este Domingo y, durante los seis Domingos siguientes, leeremos la carta del apóstol Santiago. En un lenguaje muy directo y concreto, nos dirá que la religión pura e intachable ante Dios consiste en poner por obra «la Palabra» que hemos recibido de Jesucristo: amar al prójimo, especialmente a los más necesitados de este mundo.
«Escucha Israel los preceptos y las normas que yo os enseño...»
El pasaje de la Primera Lectura pertenece al primer discurso de despedida de Moisés. En él hace un resumen de la historia de Israel desde la esclavitud y liberación de Egipto hasta el reparto de las tierras en Transjordania, a punto ya de cruzar el Jordán para la conquista de Palestina. El texto se centra en la Ley del Señor como sublime sabiduría que acredita, ante las demás naciones, al Dios de Israel y a su Pueblo. La ley mosaica fue complicándose después por la casuística atomizada de las escuelas rabínicas.
El libro del Deuteronomio (que en griego significa segunda ley) es el último de los cinco libros del Penta-teuco y constituye una «teología» de la historia de Israel con la perspectiva que dan los siglos a los hechos relatados. Su redacción definitiva data probablemente de los tiempos del destierro babilónico, en los círculos sacerdotales (IV a.C.). Su texto permaneció desconocido durante mucho tiempo, habiendo sido localizado en el reinado del rey Josías en el 622 a.C., ofreciendo una base muy importante para la reforma religiosa y moral que se dio en Israel.
La religión pura e intachable ante Dios
El apóstol Santiago nos pone en guardia, en la Segunda Lectura, contra la permanente tentación del “formalismo” religioso y la incoherencia de vida. Éste es un escrito de carácter eminentemente práctico y moral, y su mentalidad es la de mayor cuño judío de todo el Nuevo Testamento, con muy pocas referencias directas a Jesucristo. La idea fundamental es la de dar a conocer «la religión pura e intachable a los ojos de Dios».
El concepto clave de este pasaje es «la Palabra» (St 1,18). La escucha activa de esta palabra de Dios revela al hombre su identidad más profunda y constituye el camino de la auténtica felicidad. La exhortación de Santiago exige dos actitudes básicas también en nuestro tiempo: la disponibilidad para escuchar y aco-ger la Palabra, sobre todo, la Palabra de la Salvación injertada en nosotros; y la audacia para ponerla en práctica. Esta Palabra que se identifica con la ley perfecta, la libertad (St 1,25); es el mensaje del Evangelio por el que los bautizados hemos nacido a una vida nueva. Más adelante dirá que la fe debe de traducirse a las obras, porque la fe sin obras está muerta (ver St 2,14ss.).
«La tradición de los antepasados»
Reuniéndose nuevamente la gente alrededor de Jesús, tenemos una sección que se inicia tras el por-tentoso milagro de «la multiplicación de los panes» (Mc 6,30-44). El milagro ha inundado el aire con la fresca fragancia del pan multiplicado. La llegada de los maestros de la ley y los fariseos trae, sin embargo, un pesado aire del legalismo más mezquino. Parece como si las manos de Jesús, de los discípulos y de las cinco mil personas saciadas olieran todavía a pan, mientras que las de los maestros de la ley y la de los fariseos, debidamente lavadas y purificadas, despidieran un olor nauseabundo. Sin coraje para enfrentarse directamente con Jesús o con la gente, escogen a los discípulos como blanco de sus críticas.
La discusión comenzó en torno a ciertas prácticas de purificación ritual al ver los fariseos y los escribas que «algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, no lavadas... le preguntan (a Jesús): ¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras? ». La pregunta habría sido inofensiva, si no hubieran incluido la acusación descalificadora: «Tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados». La cuestión del lavatorio de manos, codos, copas, jarros y bandejas queda olvidada y la discusión se centra sobre el valor de esa «tradición de los antepasados». A esto se refiere Jesús en la defensa que hace de sus discípulos. La expresión «tradición de los antepasados» es un término técnico que indica el cuerpo de leyes transmitidas oralmente y que los fariseos consideraban igualmente vinculantes que la ley escrita. Jesús la llama «tradición de hombres» o «vuestra tradición»; concuerda en que son preceptos, pero los llama «preceptos de hombres» y los con-trapone al «precepto de Dios».
Veamos la violenta reacción de Jesús: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: 'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres'. Dejando el precepto de Dios os aferráis a la tradición de los hombres». La respuesta fuerte y directa nos revela que el asunto no se trata de una cuestión de higiene, sino de un asunto religioso. Las abluciones y el lavatorio de manos y vasijas es una observación ritual, y había sido asumida como parte de la ley judía que incluía otros preceptos importantes como «honrar padre y madre». Se trata entonces de decidir qué valor salvífico tiene la observancia de una ley externa, tanto más que, como hace notar Jesús, en este caso se trata de «preceptos de los hombres». La ley que es santa y que fue dada por Dios, se había desconectado de su origen y se había transformado en un código externo, de cuyo cumplimiento riguroso dependía la salvación. Sutilmente se había vuelto contra el dogma central de la fe judía, el de la trascendencia e independencia absoluta de Dios. La ley se había transformado en la manera cómoda de manejar a Dios: si observo externamente todas las normas, Dios está «obligado» a salvarme. La salvación ya no es obra de Dios sino es mía...solamente mía.
Y es precisamente esto lo que denuncia San Pablo: «Si la salvación se obtiene por las obras de la ley, entonces Cristo habría muerto en vano» (Gal 2,21). Ahora entendemos porqué el asunto tiene validez ac-tual y porqué Cristo reacciona de esa manera tan fuerte. A propósito de esta discusión sobre las tradiciones de los antepasados, Jesús se detiene en el tema de los alimentos puros o impuros, preguntando a sus discípulos: «¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerlo impuro, pues no entra en su corazón sino en el vientre y va a parar al excusado?». Y la conclusión es la que rige hasta ahora a los cristianos: «Declaraba así puros todos los alimentos». Luego Jesús afirma: «Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios... Todas estas perversidades salen de de-ntro y hacen impuro al hombre». La impureza del corazón, es el estado que hace al hombre indigno ante Dios.
Si todas esas cosas son las que hacen al hombre impuro, nos preguntamos: ¿Qué es lo que lo hace pu-ro? Leamos lo que dice San Pedro a los demás apóstoles para justificar el haber aceptado al bautismo a los gentiles: «Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros; y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones con la fe» (Hech 15,8-9). El corazón del hombre se purifica con la aceptación de la fe en Cristo y por la práctica de su mandamiento de amor a Dios y al prójimo. «El amor es infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5). El que ama ha cumplido la ley en plenitud y todo precepto particular debe de ceder ante las exigencias del amor que es la norma suprema: estamos hablando del amor sobrenatural, de ése que habla San Juan cuando dice que «Dios es amor» (1Jn 4,8). Por eso no puedo haber contradicción entre la ley de Dios y la ley del amor. La ley de Dios es el amor puesto en práctica. El gran San Agustín con el genio que lo caracteriza, sintetiza magistralmente la relación entre la ley y el amor sobrenatural: «Ama y haz lo que quieras». En el fondo: ama y serás libre.
Una palabra del Santo Padre:
«La semana pasada —recordó al inicio de la homilía— reflexionamos acerca del consejo de san Pablo y nuestra actitud cristiana. Y también sobre lo que Jesús aconseja a sus discípulos: dar gratuitamente lo que gratuitamente han recibido». Se trata, explicó, de la «gratuidad del don de Dios, la gratuidad de la salvación, la gratuidad de la revelación de Jesucristo como salvador». Y «esto es un don que Dios nos dio y nos da, cada día».
Hoy, destacó el Papa, «san Pablo vuelve sobre este tema y en la segunda Carta a los Corintios (6, 1-10) escribe: «Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios». He aquí «la gratuidad de Dios». Por lo tanto, insistió el Papa Francisco, no hay que «echarla en saco roto» sino «acogerla bien, con el co-razón abierto». Añade san Pablo: «Dios, pues dice: en el tiempo favorable te escuché, en el día de la sal-vación te ayudé. Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación».
«El Señor nos escuchó y nos dio el don, gratuitamente», afirmó el Pontífice repitiendo las palabras del apóstol: «Ahora es el tiempo favorable». Así, pues, continuó, «san Pablo nos aconseja no dejar pasar el tiempo favorable, es decir, el momento en el que el Señor nos da esta gracia, nos da la gratuidad; no olvidar esto: nos la dio y nos la da ahora».
En efecto, explicó el Papa Francisco, «en cada momento el Señor nos vuelve a dar la gracia, vuelve a tener este gesto con nosotros, nos vuelve a dar este don: el don que es gratuito». Así, san Pablo exhorta a «no echar en saco roto» la gracia de Dios, «porque si nosotros la echamos en saco roto, daremos motivo de escándalo». Escribe, en efecto, el apóstol: «Nunca damos a nadie motivo de escándalo». Es precisa-mente «el escándalo del cristiano que se llama cristiano, que va incluso a la iglesia, que va los domingos a misa, pero no vive como cristiano: vive como mundano o como pagano». Y «cuando una persona es así, escandaliza».
Por lo demás, dijo el Papa, «cuántas veces hemos escuchado en nuestros barrios, en los negocios: «“Mira a ese o esa, todos los domingos va a misa y después hace esto, esto, esto, esto…”». Es así como «la gente se escandaliza». Precisamente a esto se refiere san Pablo cuando exhorta a «no echar en saco roto» la gracia de Dios.Entonces, «¿cómo debemos acoger» la gracia? Ante todo, explicó el Papa Francis-co citando una vez más a san Pablo, con la conciencia de que «es el tiempo favorable». En concreto, «de-bemos estar atentos para comprender el tiempo de Dios, cuando Dios pasa por nuestro corazón».
Papa Francisco. Misa Matutina en la Capilla de la Domus Sancta e Marthae. Lunes, 15 de junio de 2015.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. «Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos», nos exhorta Santiago. ¿Cómo vivo mi fe en mi vida cotidiana? ¿Soy coherente? ¿Doy testimonio de mi fe cristiana a lo largo de mi día? ¿De qué manera concreta?
2. Leamos en familia el Salmo Responsorial 15 (14) y pidamos al Señor que nos dé su gracia para vivir más el amor especialmente con el prójimo y el más necesitado.
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2052-2055.
Texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de Adoración Nocturna, Toledo, y vicepresidente del Consejo nacional de Adoración Nocturna española
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