viernes, 4 de enero de 2019
Epifanía del Señor. Ciclo C - 6 de enero de 2019 «Se postrarán ante ti Señor, todos los pueblos de la Tierra»
Lectura del libro del profeta Isaías (60, 1-6): La gloria del Señor amanece sobre ti
¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!
Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, y su gloria se verá sobre ti.
Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos.
Entonces lo verás y estarás radiante; tu corazón se asombrará, se ensanchará, porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti, y a ti llegan las riquezas de los pueblos. Te cubrirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá.
Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, y proclaman las alabanzas del Señor.
Salmo 71, 1-2. 7-8. 10-11. 12-13; Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra. R./
Dios mío, confía tu juicio al rey, // tu justicia al hijo de reyes, // para que rija a tu pueblo con justicia, // a tus humildes con rectitud. R.
En sus días florezca la justicia // y la paz hasta que falte la luna; // domine de mar a mar, // del Gran Río al confín de la tierra. R.
Los reyes de Tarsis y de las islas // le paguen tributo. // Los reyes de Saba y de Arabia // le ofrezcan sus dones; // póstrense ante él todos los reyes, // y sírvanles todos los pueblos. R.
Él librará al pobre que clamaba, // al afligido que no tenía protector; // él se apiadará del pobre y del indigente, // y salvará la vida de los pobres. R.
Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios (3, 2-3a. 5-6): Ahora ha sido revelado que los gentiles son coherederos de la promesa
Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor de vosotros, los gentiles.
Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio.
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (2, 1-12): Venimos a adorar al Rey
Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel”».
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: «Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.»
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Los Sabios-Magos llegan a Jerusalén del Oriente guiados por la luz de una estrella para adorar al Rey de los Judíos y ofrecerle sus dones: oro, incienso y mirra. Tal vez nunca se expresa con mayor claridad la univer¬salidad de la salvación aportada por Jesucristo que en este episo¬dio. Queda también claro que Israel, el pueblo elegido al cual había sido prometido el Mesías Salvador, no lo reconoció. En cambio, estos hombres que vienen guiados por esta misteriosa estrella lo reconocen como rey y vienen a reverenciarlo con el honor y el respeto que merece.
Ya desde su mismo nacimiento Jesús es un claro signo de contradicción. Para unos, como los Magos o el mismo San Pablo, será una «epifanía»: manifestación del misterio de Dios (Segunda Lectura). Para otros, Herodes, será una amenaza que pondrá en riesgo su poder y su ambición terrenal. Esta «epifanía» ya es anunciada en la Primera Lectura por el profeta Isaías, según la cual todos los pueblos se sentirán atraídos por la «luz y la gloria de Yahveh» que amanecerá sobre Jerusalén.
El gran Misterio
Jesús, nació en Belén de Judá, pero existía el peligro real de que su nacimiento pasara inadvertido. Es cierto que el ángel del Señor anunció a los pasto¬res su nacimiento y que estos reac¬ciona¬ron como era de espe¬rar. Fueron corriendo y verifi¬caron la verdad de lo anunciado. Pero estos sencillos pasto¬res no tenían ni voz ni poder de comunicación en Israel. Es cierto también que el anciano Simeón, a impulsos del Espíri-tu Santo, acudió al templo cuando sus padres presen¬taban a Jesús y lo reconoce como: «Luz para ilumi-nar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,32). También vemos a la anciana profe¬tisa Ana que hablaba de Él a todos los que esperaban la libe¬ración de Israel (ver Lc 2,36). Pero todo esto quedaba en un círculo muy reducido de personas. Entre todas estas personas sin duda estaba sobre todo la Virgen María, quien «guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19). Nadie conoció mejor que ella el misterio profundo de Jesucristo.
Este es el Miste¬rio del que escribe San Pablo en su carta a los Efesios: «me fue comunicado por una revelación el conocimiento del Misterio. Según esto, leyéndolo podéis entender mi conocimiento del Misterio de Cristo» (Ef 3, 4-5). ¿Cuál es este gran misterio al que se refiere San Pablo? Jesús mismo manifestará muchas veces a lo largo de su vida pública lo que ya vemos en el pasaje de la adoración de los reyes Magos. La misteriosa estrella que guía a los Magos no es sino el anticipo de aquella verdadera luz que es Jesucristo mismo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Porque es Jesucristo mismo el gran Misterio que el Padre quiere comunicar a todos los hombres: gentiles y judíos. «Porque tanto amó Dios al mundo que mandó a su Hijo único para que todo aquel que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).Tanto el anciano Simeón, en los albores del misterio, como San Pablo, después de su pleno desarrollo; ambos iluminados por el Espíritu Santo, afirman la irradiación universal de la reconciliación iniciada por Jesucristo.
La estrella y el rey de los judíos
El Evangelio de hoy nos habla que unos Magos del Oriente son guiados por una misteriosa estrella a Jerusalén en busca del «Rey de los judíos» que acaba de nacer. Para comprender el sentido del texto evangélico debemos remontarnos a una antigua profecía que Balaam, otro vidente de Oriente, pronunció sobre Israel cuando recién salió de Egipto y recién se estaba formando como nación: «Lo veo, aunque no para ahora; lo diviso, pero no de cerca: de Jacob[1] avanza una estrella, un cetro surge de Israel... Israel despliega su poder, Jacob domina a sus enemigos» (Num 24,17-19). En el antiguo Oriente, la estrella era el signo de un rey divinizado. Nada más natural que entender la profecía de Balaam como referida al Mesías, el descen¬diente prome¬tido a David cuyo reino no tendría fin (ver 2Sam 7,12-13). Los magos preguntan por el «Rey de los judíos» porque David era de la tribu de Judá. Se trata de un rey que es Dios; por eso su objetivo es «adorarlo» es decir reverenciarlo de acuerdo a su dignidad real. Pero ¡qué desilusión al observar que en Jerusalén nadie sabía nada! «Al oír estas palabras, Herodes y con él toda Jerusalén se sobresaltaron». ¡Ignoraban lo que estaba ocu¬rriendo en medio de ellos! Pero no ignoraban el significado de la pre¬gunta formu¬lada por los Magos.
El «rey de los judíos» era un título que quería decir mucho y no podía pasar inadver¬tido para un he-breo. Es el mismo que fue dado por Pilato a Jesús (de manera iróni¬ca, por cierto) para expresar la causa de su muerte en la cruz. Por eso Herodes se inquieta y convoca a los entendidos en las profecías, a los sacerdotes y escri¬bas, para interrogarlos acerca de algo que, a primera vista, parece no tener rela¬ción con la pregun¬ta de los magos: ¿En qué lugar debía nacer el Cristo? Cristo no era todavía un nombre propio (así llama¬mos nosotros ahora a Jesús) y por eso en buen castellano la pregunta suena así: «¿Dónde está anun¬ciado que tiene que nacer el Ungido del Señor?».
Herodes ha pasado a la historia como un hombre sangui¬na¬rio y enfermo de celos por el poder, que no vacilaba en quitar de en medio a quienquiera pudiera dispu¬tarle el trono, aunque fuera su propio hijo. Pero al leer el relato queda la sensa¬ción de que un rey, con ejércitos a su dispo¬si¬ción, no podía temer a un niño anónimo nacido en la mi¬nús¬cula aldea de Belén, aunque allí se hubiera anunciado que debía nacer el Ungido del Señor. Para comprender la matanza de todos los niños de Belén y sus alrededores, ordenada por Herodes, hay que conocer las Escrituras y captar la espe¬ranza de salvación que había en Israel. Hay que remontarse muy atrás, más de diez siglos antes del nacimiento de Je¬sús. En tiempos del profeta Samuel, cuando Israel se estaba organizando como nación y dándose sus instituciones, pidie¬ron a Dios que les diera un rey, para que los gobernara, igual que las demás naciones. La cosa podía ser grave, pues era un dogma en Israel, que «Yahveh es Rey». La petición, sin embargo, fue concedida y manda Dios a Samuel a que busque entre los hijos de Jesé, que vivía en Belén, el rey prometido.
Cuando Samuel llegó a Belén convo¬có a Jesé y a sus hijos y fueron desfilando uno tras otro ante el profeta. Pero quien fue elegido fue el pequeño David que estaba guardando el reba¬ño. Fue llamado y, por mandato de Dios, ungido por Samuel. Y a partir de entonces, vino sobre David el espíri¬tu de Yahveh (ver 1Sam 16,1ss). Israel esperaba un Ungido, nacido en Belén como David y lleno del espíritu del Señor.
Por eso Herodes temía aunque el nacido en Belén fuera de origen humilde. Herodes dice a los magos cínicamente: «Id e indagad cuidado¬samente sobre ese niño; y cuando lo encontréis comunicádmelo, para ir también yo a adorarle». Pero ya sabemos que los estaba enga¬ñan¬do. Lo que quiere Herodes es eliminarlo. Su lucha es contra el Ungido del Señor, el Mesías, el Cristo. Su lucha es contra Dios mismo. A él se le deben citar las palabras del sabio Gamaliel acerca del anuncio del Evangelio: «Si la obra es de Dios no podréis destruirla» (Hch 5,39). La historia ha demostra¬do el desenlace de esta lucha: Herodes acabó tris¬temente y Cristo reina en el corazón de millones de hombres y mujeres.
Los Magos del Oriente
La denominación «Magos de Oriente» que se da a los personajes que llegan a Jerusalén guiados por la estrella, indica personajes de proverbial sabiduría, sabios astrólogos de pueblos muy lejanos y considerados exóticos desde el punto de vista de Israel. Si algo se puede afirmar claramente de ellos es que están alejadísi¬mos de Israel y de sus tradiciones. La tradición los llama «reyes», porque influye la profecía de Isaías sobre Jerusalén, que se lee en esta solemnidad en la primera lectura: «¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz...! Caminarán las naciones a tu luz y los reyes al resplandor de tu alborada... las riquezas de las naciones vendrán a ti... todos ellos de Sabá vienen portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas al Señor» (Is 60,1-6). Así queda en evidencia que el que ha nacido en el mundo es el «Rey de reyes y Señor de señores» (Ap 19,¬16).
Ellos tuvieron noticia del naci¬miento del Salvador, pues el que ha nacido es el Salvador de todo hombre. Por eso, llegando donde estaba el Niño con María su madre, «postrán¬dose, lo adora¬ron». Un judío tiene prohibido estrictamente por la ley postrarse ante nadie fuera del Dios verdadero. Aquí los magos se postran y adoran a Jesús. Y el Evangelista San Mateo lejos de reprobar esta actitud la aprueba. Es que están ante el verdadero Dios. También sus regalos indican la percep¬ción que se les ha concedido del misterio del este Niño: «Abrieron sus cofres y le ofrecie¬ron dones de oro, incienso y mirra». Un anti¬guo comentario aclara el sentido:«Oro, como a Rey sobera¬no; incienso, como a Dios verdadero y mirra, como al que ha de morir». Estos Magos de Oriente tenían un conoci¬miento de misterio de Cristo mucho más claro que los mismos sabios de Israel. De esta manera se quiere expresar que Jesús es el Salvador de todo ser humano.
Una palabra del Santo Padre:
«Hoy, fiesta de la Epifanía del Señor, el Evangelio (cf. Mateo 2, 1-12) nos presenta tres actitudes con las cuales ha sido acogida la venida de Jesucristo y su manifestación al mundo. La primera actitud: búsqueda, búsqueda atenta; la segunda: indiferencia; la tercera: miedo.
Búsqueda atenta: Los Magos no dudan en ponerse en camino para buscar al Mesías. Llegados a Jerusalén preguntan: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle» (v. 2). Han hecho un largo viaje y ahora con gran atención tratan de identificar dónde se pueda encontrar al Rey recién nacido. En Jerusalén se dirigen al rey Herodes, el cual pide a los sumos sacerdotes y a los escribas que se informen sobre el lugar en el que debía nacer el Mesías.
A esta búsqueda atenta de los Magos, se opone la segunda actitud: la indiferencia de los sumos sacerdotes y de los escribas. Estos eran muy cómodos. Conocen las Escrituras y son capaces de dar la respuesta adecuada al lugar del nacimiento: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta»; saben, pero no se incomodan para ir a buscar al Mesías. Y Belén está a pocos kilómetros, pero ellos no se mueven. Todavía más negativa es la tercera actitud, la de Herodes: el miedo. Él tiene miedo de que ese Niño le quiete el poder. Llama a los Magos y hace que le digan cuándo había aparecido su estrella, y les envía a Belén diciendo: «Id e indagad […] sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle» (vv. 7-8). En realidad, Herodes no quería ir a adorar a Jesús; Herodes quiere saber dónde se encuentra el niño no para adorarlo, sino para eliminarlo, porque lo considera un rival. Y mirad bien: el miedo lleva siempre a la hipocresía. Los hipócritas son así porque tienen miedo en el corazón.
Estas son las tres actitudes que encontramos en el Evangelio: búsqueda atenta de los Magos, indiferencia de los sumos sacerdotes, de los escribas, de esos que conocían la teología; y miedo, de Herodes. Y también nosotros podemos pensar y elegir: ¿cuál de las tres asumir? ¿Yo quiero ir con atención donde Jesús? «Pero a mí Jesús no me dice nada... estoy tranquilo...». ¿O tengo miedo de Jesús y en mi corazón quisiera echarlo? El egoísmo puede llevar a considerar la venida de Jesús en la propia vida como una amenaza. Entonces se trata de suprimir o de callar el mensaje de Jesús. Cuando se siguen las ambiciones humanas, las prospectivas más cómodas, las inclinaciones del mal, Jesús es considerado como un obstáculo.
Por otro parte, está siempre presente también la tentación de la indiferencia. Aun sabiendo que Jesús es el Salvador —nuestro, de todos nosotros—, se prefiere vivir como si no lo fuera: en vez de comportarse con coherencia en la propia fe cristiana, se siguen los principios del mundo, que inducen a satisfacer las inclinaciones a la prepotencia, a la sed de poder, a las riquezas. Sin embargo, estamos llamados a seguir el ejemplo de los Magos: estar atentos en la búsqueda, estar preparados para incomodarnos para encontrar a Jesús en nuestra vida. Buscarlo para adorarlo, para reconocer que Él es nuestro Señor, Aquel que indica el verdadero camino para seguir. Si tenemos esta actitud, Jesús realmente nos salva, y nosotros podemos vivir una vida bella, podemos crecer en la fe, en la esperanza, en la caridad hacia Dios y hacia nuestros hermanos. Invocamos la intercesión de María Santísima, estrella de la humanidad peregrina en el tiempo. Que, con su ayuda materna, pueda cada hombre llegar a Cristo, Luz de verdad, y el mundo progrese sobre el camino de la justicia y de la paz».
(Papa Francisco. Ángelus en la Solemnidad de la Epifanía del Señor. 6 de enero de 2018)
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. Vemos claramente dos actitudes realmente opuestas ante el recién Niño Jesús: los magos del Oriente y Herodes. Ante el misterio de Jesús Sacramentado en el altar, ¿cuál es mi actitud? ¿Cómo me aproximo ante Jesús que realmente está presente en la Santa Eucaristía?
2. Los sabios del Oriente le hacen tres ofrendas al Niño. ¿Qué le voy a ofrecer a Jesús para este año que iniciamos?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 525 -526.528-530.
texto facilitado por JUAN R. PULIDO, Toledo
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