jueves, 9 de abril de 2020

SANTO TRIDUO PASCUAL


Con la Misa de la Cena del Señor nos introducimos en el santo Triduo pascual. Durante las siguientes horas, la liturgia de la Iglesia nos invita a vivir junto a Cristo sus últimos momentos en la tierra.
El primer día del Triduo lo constituye el jueves-viernes santo, puesto que cuanto vamos a vivir en el cenáculo es anticipo de cuanto acontece en el Calvario. Tomad y comed... es el Cuerpo clavado en el madero. Y de este Cuerpo atravesado brota la sangre por la vida del mundo: Tomad y bebed...
El segundo día es el Sábado santo, en que la Iglesia experimenta la soledad con la viva esperanza de ver cumplida la palabra de su Maestro: Al tercer día resucitaré. Popularmente la Iglesia se une al dolor y a la soledad del Corazón de la Madre afligida.
Y el tercer y último día es el Domingo de Pascua, cuyo inicio encontramos en la gran Vigilia pascual. Cristo es el Eterno Viviente que ha vencido al pecado y a la muerte por la fuerza de su amor.


JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR

El Señor nos sienta a su mesa en la misma tarde en que reunió a los Doce para ofrecerles el doble regalo de la Eucaristía y el Sacerdocio, mostrándoles así el modo de ejercer la Caridad.
La celebración, como cualquier otro día, consta de dos grandes mesas, la de la Palabra y la eucarística. Ambas se prolongarán en esta ocasión; la primera, en el gesto del lavatorio de los pies, la segunda, en el traslado de la reserva para su adoración.
Como ya hemos señalado jueves-viernes forman una unidad indivisible. Aquel que parte el pan y ofrece la copa, anticipa en este gesto, sencillo y sublime, el signo de la Cruz.
Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en él está nuestra salvación, vida y resurrección, por él hemos sido salvados y liberados.
Jesús es el Cordero que ha sido degollado. Él ha ocupado el lugar de los hijos, librándonos del pecado y de la muerte eterna. Su propia sangre ha alejado de nosotros la muerte oscura.

VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Participamos hoy en una liturgia del todo singular. Su sobriedad nos hace vivir el acontecimiento de la cruz.
El altar y la cruz adquieren un relieve singular en este día. Ambos son lugar de la entrega de Cristo. Ante su sacrificio, el sacerdote se postra rostro en tierra reconociendo su propia indignidad y pecado; asimismo el del pueblo que le ha sido confiado y que ha de cargar sobre sus hombros de buen pastor. Es un gesto de humildad. Postración de todo el cuerpo sobre el humus, sobre la tierra, porque polvo somos y al polvo retornaremos.
Pero este gesto no es exclusivo del sacerdote; es un gesto de todo el pueblo de Dios, de la asamblea celebrante. De ahí que se invite a que todos se pongan de rodillas, postura también de humildad y de reconocimiento de la divinidad. Así todo bautizado expresa su propia indignidad y desobediencia ante Aquel que es dador de gracias y Cordero inocente.
El hilo conductor del salmo 50 puede guiar la plegaria.

SÁBADO SANTO

¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida, porque Dios se durmió en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo (Homilía antigua sobre el grande y santo Sábado. Anónimo).
El silencio es la oportunidad que Dios nos ofrece para entrar en su Misterio de bondad. El silencio es más importante que cualquier otra obra humana; manifiesta a Dios. El silencio es liturgia, porque es presencia del Dios que transforma el interior de aquellos que se abren con humildad a este que es su lenguaje. Pudiera parecer que el Sábado santo es un día anodino, sin embargo, es cuando el Espíritu Santo dispone a su Iglesia para realizar en su entraña algo nuevo, la Pascua de su Señor, la renovación de su ser hijos en el Hijo (cf. Ef 1,4). Qué importante es dejarse envolver en este silencio de Dios; qué importante es comenzar a hablar este lenguaje.
Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso a los infiernos, y esperando su resurrección en oración y ayuno.
Estas son las tres claves del día: acompañar a Cristo en el sepulcro, meditando -como sabiamente nos enseña la piedad popular- junto a la soledad de María los misterios de la entrega de su Hijo Jesús en la esperanza profunda de su Corazón doloroso, sabedor de que su Hijo cumplirá la promesa de resucitar al tercer día (cf. Mt 17, 23).
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