sábado, 25 de julio de 2020

Domingo de la Semana 17ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 26 de julio de 2020 «El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo»


Lectura del Primer libro de los Reyes (3, 5-6a. 7-12): Pediste discernimiento.

En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: -«Pídeme lo que quieras.» Respondió Salomón: -«Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?»
Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello, y Dios le dijo: -«Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.»

Salmo 118,57.72.76-77.127-128.129-130: ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor! R./

Mi porción es el Señor; // he resuelto guardar tus palabras. // Más estimo yo los preceptos de tu boca // que miles de monedas de oro y plata. R./

Que tu bondad me consuele, // según la promesa hecha a tu siervo; // cuando me alcance tu compasión, // viviré, y mis delicias serán tu voluntad. R./

Yo amo tus mandatos // más que el oro purísimo; // por eso aprecio tus decretos // y detesto el camino de la mentira. R./

Tus preceptos son admirables, // por eso los guarda mi alma; // la explicación de tus palabras ilumina, // da inteligencia a los ignorantes. R./

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos (8, 28-30): Nos predestinó a ser imagen de su Hijo.

Hermanos: Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (13, 44-52): Vende todo lo que tienes y compra el campo.

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: -«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
Entendéis bien todo esto?» Ellos le contestaron: -«Sí.» Él les dijo: -«Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo. »


 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

El hilo conductor de nuestras lecturas dominicales es la oposición que encontramos entre los criterios de Dios y los criterios del mundo. Salomón, prototipo del rey ideal de la Antigua Alianza, pide al Señor en su oración: «te pido que me concedas sabiduría de corazón para que sepa gobernar a tu pueblo». (Primera Lectura). El Señor, ante aquella sensata petición, le concede un corazón dócil y sabio. Como leemos en el Salmo 118: el hombre que «pone su descanso en la ley del Señor, que ama sus mandamientos más que el oro purísimo, que estima en más sus enseñanzas que mil monedas de oro y plata».
Todas éstas actitudes encuentran su plenitud en aquellos que descubriendo el Reino de los Cielos están dispuestos a «vender cuanto tiene» para comprarlo (Evangelio). El Reino que se menciona en las diversas parábolas del capítulo 13 del Evangelio según San Mateo no será sino el mismo Jesucristo. Es por eso que todos, los convocados por el mismo Jesús, estamos llamados a reproducir su imagen en nuestras vidas (Segunda Lectura).

 El sueño en Gabaón

Salomón después de desposarse con la hija del Faraón se dirige a la ciudad de Gabaón (que quiere decir colina) a ofrecer su ofrenda ya que todavía no había terminado de construir su palacio, el Templo y la muralla alrededor en Jerusalén. En esta ciudad, a 8 Km. al norte de Jerusalén, David colocó «en un alto lugar» (1Cro 16,39) el Tabernáculo y levantó un altar para los holocaustos. Yahveh se manifiesta a Salomón en sueños . Ante el pedido de Dios, Salomón se reconoce a sí mismo como «un niño pequeño que no sabe cómo salir ni entrar» ya que ante Él todos somos «pequeños». El reino que Salomón había heredado de su padre David tenía un territorio enorme ya que se extendía desde el torrente de Egipto hasta el Eufrates; por eso le pide a Dios una mente dócil y comprensiva para gobernar; es decir el arte de saber escuchar y discernir entre el bien y el mal (ver Is 7,15; 5,20). La respuesta de Dios es inmediata y en ella vemos cómo la extraordinaria sabiduría de Salomón no es sino un don de Dios y como tal es reconocida por sus súbditos: «pues vieron que había en él una sabiduría divina para hacer justicia» (1Re3, 28).

 Las parábolas del Reino de Dios

Las parábolas de Jesús tienden a presentar el Reino de Dios, es decir el Reino de los Cielos. En el Sermón de la Montaña Jesús había hablado de los requisitos morales necesarios para entrar en aquel Reino; pero ahora era preciso dar un paso más hacia ade¬lante y hablar de aquel Reino en sí, de su índole y naturaleza; de los miembros que lo constituían; del modo cómo sería actuado y establecido. También en este aspecto la predicación de Jesús siguió un método esen¬cialmente gradual. La razón de esa gradación radica en la ansiosa espera en que vivían, en esa época, los judíos de un reino mesiánico político. Hablar a aquellas turbas de un Reino de Dios, sin explicaciones y aclaraciones, significaba hacerles ima¬ginar un rey celestial omnipotente, circundado de grupos de hombres armados y, aun mejor, de legiones de ángeles combatientes, que llevarían a Israel a ser «dueño y señor» de las naciones paganas.

Y era a tales turbas delirantes a las que Jesús debía hablar del objeto del delirio que las enloquecía, y ello de tal modo que a la vez las atrajese y las desengañase: el Reino de Dios debía llegar, sin duda; es más, había empezado a realizarse; pero no era el «reino» de ellos, sino el de Jesús, totalmente diverso. De aquí que la pre¬dicación de Jesús debía a la vez mostrar y no mostrar, abrir los ojos a la verdad y cerrarlos a los sueños fantásticos. Se precisaba, por lo tanto, una extrema prudencia, porque Jesús, en este punto, se internaba en un terreno volcánico que podía entrar en erupción de un momento a otro. Esta amorosa prudencia puede haber sido una de las razones por las cuales Jesús se sirvió de las parábolas para hablar del Reino.

 Encontrar el tesoro escondido

Todos hemos visto lo que sucede cuando se estaciona a un niño ante la televisión: el niño queda completamente absorto y nada logra distraerlo. La mamá puede hablarle y decirle las cosas más importantes, pero el niño contesta sin despegar su atención de la pantalla. Esta situación, que nos parece excusable porque se trata de un niño, represen¬ta sin embargo lo que ocurre con nosotros ante las preocupaciones y los bienes de esta tierra. A veces nos absorben hasta tal punto que nos impiden escu¬char las pala¬bras de vida eterna que nos dirige Dios. O, más bien, las escuchamos pero no logran incidir directamente en nuestra vida. Todos sabemos que nuestra vida sobre esta tierra es breve, que los bienes materiales son transitorios, que «no nos sirve de nada ganar el mundo entero si perdemos la vida» y que aunque tengamos nuestra vida asegurada por «muchos años», en cualquier momento podemos recibir este aviso: «Esta noche se te pedirá el alma; ¿todos los bienes que tienes atesorados, para quién serán?». Todas estas verdades las escuchamos a menudo, las sabemos, las vemos acontecer diariamente a nuestro alrededor y nos impresionan por un instante; pero no logran atraer nuestra atención y seguimos absortos en nuestros quehaceres, lo mismo que el niño que está ensimismado ante su programa de "dibujos animados".

Es necesario que «alguien» venga a nuestro encuentro y su llamada nos saque de esta especie de sopor en que esta¬mos. Imaginemos que al niño televidente, viene su papá y lo invita a pasear: Ante la perspec¬tiva de salir con su papá todo cambia para él: la televi¬sión, los "dibujos animados" y todos sus juguetes quedan botados y olvidados; ¡él ha sido invitado a cosas más impor¬tantes! Todo el resto ha perdido valor para él. Nadie lo obliga a dejar la televisión e ir con su padre; lo hace «por la alegría que le da». Esto mismo ocurre cuando alguien encuentra a Cristo. El Evangelio nos presenta diversos episodios en que el encuen¬tro con Jesucristo opera en las personas un cambio radical. En estos casos: «Dejándolo todo, lo siguieron».

Es lo mismo que nos enseña el Evangelio de hoy, por medio de dos parábolas: las parábo¬las del tesoro escondido en el campo y de la perla preciosa. Mientras alguien no se ha encontrado con Jesucristo y no ha hecho la experiencia de venderlo todo por adquirirlo a Él, no se puede decir que esté totalmente evangelizado. Estar evangelizado quiere decir haber recibido una noticia tal que transforme radicalmente la vida. Lo que antes era importante, incluso fundamental en la vida, pierde valor ante el encuentro con Cristo. Es como el hombre que encuentra un tesoro escondido en un campo y por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo. O como el mercader de perlas que, encontrada una de gran valor, vende todo lo que tiene y la compra.

Lo interesante de estas parábolas es que están dichas para explicar la conducta de los cristianos a los de fuera, a los que no han tenido la misma experiencia, a los que critican y no entienden. Ellos pueden ciertamente entender la situación presentada en las parábolas: que entiendan enton¬ces por qué alguien puede acoger a Jesucristo como lo más impor¬tante de su vida, que entiendan por qué algunos consa¬gran a Él sus vidas. Cuando observamos que tantos hombres anteponen a Jesús y a su enseñanza los bienes de esta tierra; a saber, el dinero, la fama, la popularidad, el placer, podemos concluir que aún no han encontrado «el tesoro escondido». Si lo hubie¬ran encontrado, todas esas otras cosas serían secundarias en comparación con Jesús.

Ellos están todavía como el niño ante la televisión, es decir, están afanados y absortos en las cosas de este mundo. Ojalá todos pudieran vivir la experien¬cia que describe San Agustín en su autobiografía:«¡Tarde te he amado, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te he amado! Sí, porque tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera. Allí te buscaba... Me retenían alejado de ti tus creaturas, que serían inexistentes si no existieran en ti. Me llamaste y tu grito atravesó mi sordera; brillaste y tu esplendor disipó mi ceguera; difundiste tu fragancia y yo respiré y anhelo hacia ti; gusté y tengo hambre y sed; me tocaste y ardí del deseo de tu paz» (Confesiones X, 27, 28).

 La parábola de la red y los peces

La tercera parábola de este Domingo, la de la red echada en el mar que recoge todo tipo de peces; es semejante a la parábola de la cizaña que crece en medio del trigo. Nos enseña que en su etapa actual el Reino de los Cielos incluye todo tipo de personas: santos y pecadores. La red arrastra con todo y lo saca a tierra. Pero todos imaginamos a los pescadores sentados en la orilla seleccionando a los buenos y arrojando a los malos. Así será al fin del mundo: «Los ángeles separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes». Estas son imágenes usadas constantemente por Jesús para describir el tormento eterno de los condenados: no sólo ardor físico, sino también amargura profunda, odio y dolor.

Hemos dicho que el Reino de los Cielos expresa la novedad de Jesucristo. Pero esto no rescinde todo lo revelado por Dios en el Antiguo Testamento, sino que le da pleno cumplimiento. Por eso todo escriba que se ha hecho discípulos del Reino de los Cielos «saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo». La relación entre ambos Testamentos ha sido formulada por un antiguo adagio: “Novum in Veterelatet; Vetus in Novo patet” (El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo; el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo).

 Una palabra del Santo Padre:

«Las breves semejanzas propuestas por la liturgia de hoy son la conclusión del capítulo del Evangelio de Mateo dedicado a las parábolas del reino de Dios (13, 44-52). Entre ellas hay dos pequeñas obras maestras: las parábolas del tesoro escondido en el campo y la perla de gran valor. Ellas nos dicen que el descubrimiento del reino de Dios puede llegar improvisamente como sucedió al campesino, que arando encontró el tesoro inesperado; o bien después de una larga búsqueda, como ocurrió al comerciante de perlas, que al final encontró la perla preciosísima que soñaba desde hacía tiempo. Pero en un caso y en el otro permanece el dato primario de que el tesoro y la perla valen más que todos lo demás bienes, y, por lo tanto, el campesino y el comerciante, cuando los encuentran, renuncian a todo lo demás para poder adquirirlos. No tienen necesidad de hacer razonamientos, o de pensar en ello, de reflexionar: inmediatamente se dan cuenta del valor incomparable de aquello que han encontrado, y están dispuestos a perder todo con tal de tenerlo.

Así es para el reino de Dios: quien lo encuentra no tiene dudas, siente que es eso que buscaba, que esperaba y que responde a sus aspiraciones más auténticas. Y es verdaderamente así: quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, queda fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús: ¡este es el gran tesoro!

Cuántas personas, cuántos santos y santas, leyendo con corazón abierto el Evangelio, quedaron tan conmovidos por Jesús que se convirtieron a Él. Pensemos en san Francisco de Asís: él ya era cristiano, pero un cristiano «al agua de rosas». Cuando leyó el Evangelio, en un momento decisivo de su juventud, encontró a Jesús y descubrió el reino de Dios, y entonces todos sus sueños de gloria terrena se desvanecieron. El Evangelio te permite conocer al verdadero Jesús, te hace conocer a Jesús vivo; te habla al corazón y te cambia la vida. Y entonces sí lo dejas todo. Puedes cambiar efectivamente de tipo de vida, o bien seguir haciendo lo que hacías antes pero tú eres otro, has renacido: has encontrado lo que da sentido, lo que da sabor, lo que da luz a todo, incluso a las fatigas, al sufrimiento y también a la muerte.

Leer el Evangelio. Leer el Evangelio. Ya hemos hablado de esto, ¿lo recordáis? Cada día leer un pasaje del Evangelio; y también llevar un pequeño Evangelio con nosotros, en el bolsillo, en la cartera, al alcance de la mano. Y allí, leyendo un pasaje encontraremos a Jesús. Todo adquiere sentido allí, en el Evangelio, donde encuentras este tesoro, que Jesús llama «el reino de Dios», es decir, Dios que reina en tu vida, en nuestra vida; Dios que es amor, paz y alegría en cada hombre y en todos los hombres. Esto es lo que Dios quiere, y esto es por lo que Jesús entregó su vida hasta morir en una cruz, para liberarnos del poder de las tinieblas y llevarnos al reino de la vida, de la belleza, de la bondad, de la alegría. Leer el Evangelio es encontrar a Jesús y tener esta alegría cristiana, que es un don del Espíritu Santo».

Papa Francisco. Ángelus, Domingo 27 de julio de 2014.




 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. «Pídeme lo que quieras» le dice Dios a Salomón ¿No es acaso también ésta la misma oferta que hoy nos hace a Dios? ¡Sí, también a nosotros nos ha hablado, ya no en sueños, sino por medio de su Hijo! ¿Qué le pedimos a Dios en nuestra oración? ¿Acudimos a Él con frecuencia?

2. ¿Seremos nosotros capaces de vender todo para ganar el gran tesoro encontrado o la perla más preciosa que existe en el mundo? El ejemplo de muchas vidas heroicas y santas nos muestran que sí vale la pena «venderlo todo» por Jesucristo.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 28. 30. 1718. 1730. 2128. 2566, 2705.





texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA, TOLEDO

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