viernes, 21 de agosto de 2020

21ª semana Del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 16, 13-20

Hoy les pregunta Jesús a los apóstoles quién dice la gente que es Él, y luego qué les parece a ellos mismos. La respuesta de san Pedro merece por parte de Jesús una gran alabanza y el primado de Pedro y de los papas, de lo cual se habla especialmente el día de san Pedro, en que también se lee este evangelio. Hoy vamos a reflexionar algo más en las primeras preguntas de Jesús. Porque hoy también se nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quién es Jesús? O ¿Quién es o representa para ti Jesús? La pregunta y la respuesta son muy importantes, porque el centro o lo más importante de nuestra religión no son unas ideas filosóficas o teorías sobre la naturaleza, sino que el centro es una persona, que es Dios hecho hombre. Es vital para nosotros conocerle bien y luego vivir consecuentemente a este conocimiento. Cuando Jesús preguntó sobre qué dice la gente, los apóstoles fueron unánimes en que les parecía ser como alguno de los profetas conocidos. Quizá recordaban lo que a veces habían escuchado: “Nadie puede hacer lo que tu haces”, “un gran profeta ha surgido entre nosotros”, “enseña como quien tiene autoridad”. También había algunos que decían: “lo hace por medio del príncipe de los demonios”, “está fuera de sí”; y algunos le abandonaban porque no soportaban sus palabras. Aquí los apóstoles tuvieron el detalle de fijarse en las cosas buenas. Hoy también hay personas contrarias a todo lo que provenga de Jesús. También hay muchos que no pueden juzgar porque no Le conocen. Pero hay personas que piensan más o menos bien, aunque necesiten mucha perfección. Hay jóvenes para quienes Jesús es la novedad, la frescura, la contestación a un sistema viejo, árido, sin fantasía o creatividad. Para muchos que se sienten oprimidos, Jesús es la esperanza de una liberación, quizá demasiado en el sentido material. Y para algunos es un revolucionario contra la injusticia y la opresión. Cuando san Pedro responde que Jesús es el Mesías, todavía está impregnado de las ideas triunfalistas y prepotentes del Mesías que había siempre escuchado. Le costó mucho a Jesús hacerles comprender que el ser Mesías y ser discípulo suyo es sobre todo ser servidor de los demás. Sí es profeta, pero no para predicar sólo la supremacía de su religión o ideología, sino el profeta del amor, la justicia y la paz. Hoy se nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quién es Jesús para ti? Podemos responder fácilmente con el entendimiento: “Jesús es Dios y hombre verdadero”. Pero nuestra respuesta no será verdadera mientras no tengamos una adhesión personal con la persona de Jesús y con su causa. Para conocerle bien, debemos tener al menos algún “encuentro” personal con Él y, si es posible, vivir continuamente en ese encuentro. Hay muchos cristianos que nunca se han encontrado con Cristo, en un encuentro vivo, y por lo tanto no le conocen. Conocerle no es sólo conocer su doctrina, sino sus ilusiones, para qué vino a la tierra. Y sobre todo comprometer la vida por la causa de Jesús. Por ejemplo: no se puede ensalzar la pobreza y luego seguir viviendo en riqueza de modo egoísta y avara; no se puede elogiar la limpieza de corazón y vivir con la murmuración y la maledicencia; no se puede elogiar la mansedumbre y vivir con agresividad y desprecio. Jesús no es un ser difuso o lejano, sino que debe formar parte de nuestra manera de ser y de pensar. Y si Jesús tiene que ver mucho en nuestra vida, también tienen que ver los problemas de los demás, especialmente los necesitados. Jesús llama a san Pedro: “Dichoso”, porque ha sabido responder bien, por una gracia o don de Dios, y porque está dispuesto a ser consecuente. También hoy Jesús nos llama dichosos si prometemos ser consecuentes con nuestro nombre de cristianos. En la oración principal de hoy pedimos que “nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría”. Hay muchas alegrías humanas; pero aparecen inconsistentes o inestables. Con Jesús se fortalecen, pues sabemos que todas las alegrías proceden de Dios y nos pueden preparar para la definitiva alegría en la paz eterna. Anónimo.

Domingo de la Semana 21 del Tiempo Ordinario. Ciclo A «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»

Lectura del libro del profeta Isaías (22, 19-23): Colgaré de su hombro la llave del palacio de David. Así dice el Señor a Sobná, mayordomo de palacio: «Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo. Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme, dará un trono glorioso a la casa paterna.» Salmo 137,1-2a.2bc-3.6.8bc: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. R./ Te doy gracias, Señor, de todo corazón; // delante de los ángeles tañeré para ti, // me postraré hacia tu santuario, // daré gracias a tu nombre. R./ Por tu misericordia y tu lealtad, // porque tu promesa supera a tu fama; // cuando te invoqué, me escuchaste, // acreciste el valor en mi alma. R./ El Señor es sublime, se fija en el humilde, // y de lejos conoce al soberbio. // Señor, tu misericordia es eterna, // no abandones la obra de tus manos. R./ Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos (11, 33-35): El es origen, guía y meta del universo. ¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los si¬glos. Amén. Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (16, 13-20): Tú eres Pedro y te daré las llaves del reino de los cielos. En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: -«Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.» El les preguntó: -«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» Jesús le respondió: -«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha re¬velado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desa¬tado en el cielo.» Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.  Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas La impresionante confesión de Pedro en el Evangelio concentra nuestra atención en este Domingo. Pedro menciona dos verdades fundamentales acerca del Señor Jesús: su mesianidad y su divinidad. Es decir, Él es el Mesías esperado ungido con el Espíritu Santo para realizar la misión salvadora. Él es quien viene a instaurar definitivamente el Reino de Dios.El esperado por las naciones. Jesucristo, por otro lado, es reconocido como el Hijo de Dios vivo: en este caso, la palabra: Hijo de Dios no tiene un sentido impropio en el que se subraya una filiación adoptiva , sino un sentido real. Pedro reconoce el carácter trascendente de la filiación divina y por eso Jesús afirma solemnemente: «esto no te lo ha revelado la carne, ni la sangre sino mi Padre que está en el cielo». No se equivoca Pablo al exponer, después de una larga meditación sobre el misterio de la reconciliación, que los planes divinos son inefables: «qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento de Dios» (Segunda Lectura). Así, después de su confesión, Pedro recibe el primado: será la piedra fundamental de la Iglesia y poseerá las llaves de los cielos ejerciendo así la función de «maestro del palacio» como leemos que fue otorgada al buen siervo Elyaquim (Primera Lectura).  «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» Si leemos con atención los Evan¬gelios observaremos que tanto en su enseñanza como en su estilo de vida Jesús aparecía como uno de los grandes profetas de Israel. La mujer samari¬tana le dice: «Veo que eres un profe¬ta» (Jn 4,19); cuando le pregun¬tan al ciego de nacimiento qué dice de Jesús, respon¬de: «Que es un profeta» (Jn 9,17);los discípulos de Emaús no podían creer que el desconocido que se les une en el camino no haya oído hablar de «Jesús de Nazaret, que fue un profeta podero¬so» (Lc 24,19); y, en fin, el mismo Jesús toma con decisión el camino de Jerusalén, según dice, «porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén» (Lc 13,33).Por eso cuando Jesús pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?», ellos responden: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas». Es cierto. Jesús es visto como «un profeta pode¬roso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pue¬blo», como lo definen los discípulos de Emaús. Pero es mucho más que eso. Hoy día los que no tienen fe en Cristo dan una respuesta similar: «fue un gran hombre, un maestro espiritual, un hombre como ninguno, su doc¬trina es muy elevada, etc.» Pero los que se quedan sólo en esto, no saben lo que dicen, porque aún no lo conocen.  «Y ahora ustedes… ¿quién dicen que yo soy?» Jesús quiere ahora saber qué dicen de Él sus discípu¬los, aquellos que lo habían dejado todo y lo habían seguido. Y mientras los otros pensaban la respuesta, se adelanta Pedro y exclama: «Tú eres el Cristo , el Hijo de Dios vivo». Si todo el Evangelio no es más que la revelación de la identidad de Cristo, el Verbo de Dios Encarnado, entonces esta frase de Pedro puede ser considerada el centro del Evangelio. Es interesante recordar que los apóstoles ya lo habían reconocido como «Hijo de Dios vivo» después de haber caminado sobre las aguas (ver Mt 14, 33); sin embargo es Pedro quien declara explícitamente su mesianidad y su divinidad siendo el portavoz de los Doce. Jesús aprue¬ba la declaración de Pedro y lo llama «bienaventurado» porque no pudo concluir eso por deducción humana, sino por inspiración divina: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre (es decir, el hombre), sino mi Padre que está en los cielos». De paso, Jesús enseña que el conocimiento verdadero sobre Él no se logra por un esfuer¬zo de la inteligencia humana, sino que es un puro don gratuito de Dios. Al hombre toca solamente no poner obstáculos y colaborar activamente con el don recibido. Por eso no tiene sentido que una persona sin fe reproche a otra que cree por sus opciones de vida. Sería como si un ciego reprochara a un pintor por los colores que usa.  «Tú eres Piedra» Jesús responde a Pedro con frase de idéntica estructura: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Es necesario observar que antes de esta frase de Cristo, el nombre «Pedro», que hoy es tan popular, no existía, ni tampoco su equivalente arameo «Kefa». El príncipe de los apóstoles no se llamaba así; su nombre era Simón, hijo de Jonás. Si el Evangelio lo llama «Pedro» y si así lo llamamos nosotros hoy es exclusivamente porque éste fue el nombre que le dio Jesús en la frase que hemos citado. Jesús intentó hacer un juego de palabras con el nuevo nombre dado a Simón y la tarea que le era reservada. En el ambiente semítico el nombre representa lo que la persona es. El cambio de nombre, sobre todo, cuando el que lo hace es Dios mismo, indica una misión específica. Jesús cambia el nombre de Simón y lo llama «Pedro» para confiarle la misión de piedra basal (base de una columna) sobre la que iba a edificar «su Igle-sia». Una comunidad cristiana que no reconozca a Pedro como su fundamento no puede llamarse la «Iglesia de Cristo». Jesús continúa: «A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». A nadie dijo Jesús palabras semejan¬tes. Si lo que haga Pedro en la tierra queda hecho en el cielo, eso quiere decir que Pedro no puede errar cuando define una verdad relativa al Reino de los cielos, pues en el cielo no puede quedar sancionado un error. Por tanto, esta sentencia de Cristo promete a Pedro el don de la «infalibilidad» en materia de fe y moral.  «La llave de la casa de David» El profeta Isaías es enviado por Dios para comunicarle a Sebná, un alto funcionario del rey Ezequías, que era partidario de la alianza con Egipto contrariando la política propuesta por Isaías de confiar ciegamente en Yahveh, su trágico destino (ver Is 22, 15-18). En sustitución será elegido Elyaquim, a quien Dios llama «mi siervo» en razón de su fidelidad. Dios le revestirá con las insignias propias de su cargo y por su conducta merecerá el título de «padre» para con los habitantes de Jerusalén y de Judá. Dios le dará la «llave de la casa de David», símbolo de su poder como mayordomo de palacio, primer ministro o visir. Su poder será extremamente amplio y nadie se lo quitará. Parece ser que el encargado de tal oficio debía llevar ritualmente una gran llave de madera sobre su hombro (v 22). Yahveh lo fijará como un clavo o estaca de tienda y será el sostén de su familia. Todos sus parientes, aún los más lejanos querrán apoyarse en él para obtener favores reales: «De él colgará toda la gloria de la casa de su padre, los hijos y los nietos, todos los vasos pequeños, desde la copa hasta toda clase de jarros» (Is 22,24).Sin embargo, paradójicamente, leemos en el versículo 25, el anuncio de la caída del buen Elyaquim y de su familia a causa de su excesivo nepotismo. No hay nada nuevo bajo el sol…  Hasta el fin de los tiempos… Volviendo a la lectura del Evangelio vemos como Jesús quiso fundar una Iglesia que perdurara hasta el fin de los tiempos. Por eso afirma aquí que los poderes del infierno no prevalecerán contra ella. Y cuando asciende al cielo, promete: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Debe perdurar también la piedra de la Iglesia; debe perdurar también Pedro. Esta misma misión, con la misma garantía divina de la infa¬libilidad, perdura en los Sucesores de Pedro, es decir, en el Romano Pontífice. Si no tuviéramos fe, de todas maneras, un estudio histórico de esta institución que, a pesar de todos los emba-tes, ha durado ya veinte siglos, debería hacernos pensar. Más que nunca resplandece esta verdad hoy en la perso¬na y en la misión del Papa Francisco. Tal vez nadie mejor que el gran artista Miguel Ángel ha inter¬pretado esa promesa de Cristo. Lo hizo como genio de la arquitectura construyendo la magnífica cúpula de la basílica de San Pedro. En su ruedo interior tiene escritas las palabras que Jesús dijo a Pedro. Y en su imponente presencia exte¬rior desafía los ataques de «las puertas del infierno». Es como la casa edifi¬cada sobre roca que resiste todos los embates de las fuerzas hostiles. Hace algunos años en un sello postal de la Ciudad del Vaticano fue captada esta idea de manera magistral; aparecía la cúpula majestuosa, que en los peores embates, imperturbable, parecía decir: «Aliosvidiventos, aliasque tor¬men¬tas» (He visto otros vendavales y otras tor¬mentas).  Una palabra del Santo Padre: El Evangelio de este domingo (Mt 16, 13-20) es el célebre pasaje, centrado en el relato de Mateo, en el cual Simón, en nombre de los Doce, profesa su fe en Jesús como «el Cristo, el Hijo del Dios vivo»; y Jesús llamó «bienaventurado» a Simón por su fe, reconociendo en ella un don especial del Padre, y le dijo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».Detengámonos un momento precisamente en este punto, en el hecho de que Jesús asigna a Simón este nuevo nombre: «Pedro», que en la lengua de Jesús suena «Kefa», una palabra que significa «roca». En la Biblia este término, «roca», se refiere a Dios. Jesús lo asigna a Simón no por sus cualidades o sus méritos humanos, sino por su fe genuina y firme, que le es dada de lo alto. Jesús siente en su corazón una gran alegría, porque reconoce en Simón la mano del Padre, la acción del Espíritu Santo. Reconoce que Dios Padre dio a Simón una fe «fiable», sobre la cual Él, Jesús, podrá construir su Iglesia, es decir, su comunidad, con todos nosotros. Jesús tiene el propósito de dar vida a «su» Iglesia, un pueblo fundado ya no en la descendencia, sino en la fe, lo que quiere decir en la relación con Él mismo, una relación de amor y de confianza. Nuestra relación con Jesús construye la Iglesia. Y, por lo tanto, para iniciar su Iglesia Jesús necesita encontrar en los discípulos una fe sólida, una fe «fiable». Es esto lo que Él debe verificar en este punto del camino.El Señor tiene en la mente la imagen de construir, la imagen de la comunidad como un edificio. He aquí por qué, cuando escucha la profesión de fe franca de Simón, lo llama «roca», y manifiesta la intención de construir su Iglesia sobre esta fe. Hermanos y hermanas, esto que sucedió de modo único en san Pedro, sucede también en cada cristiano que madura una fe sincera en Jesús el Cristo, el Hijo del Dios vivo. El Evangelio de hoy interpela también a cada uno de nosotros. ¿Cómo va tu fe? Que cada uno responda en su corazón. ¿Cómo va tu fe? ¿Cómo encuentra el Señor nuestro corazón? ¿Un corazón firme como la piedra o un corazón arenoso, es decir, dudoso, desconfiado, incrédulo? Nos hará bien hoy pensar en esto. Si el Señor encuentra en nuestro corazón una fe no digo perfecta, pero sincera, genuina, entonces Él ve también en nosotros las piedras vivas con la cuales construir su comunidad. De esta comunidad, la piedra fundamental es Cristo, piedra angular y única. Por su parte, Pedro es piedra, en cuanto fundamento visible de la unidad de la Iglesia; pero cada bautizado está llamado a ofrecer a Jesús la propia fe, pobre pero sincera, para que Él pueda seguir construyendo su Iglesia, hoy, en todas las partes del mundo.». Papa Francisco. Ángelus 24 de agosto de 2014.  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 1. La liturgia de hoy nos invita a incrementar nuestro amor y adhesión al Papa, como sucesor de Pedro y vicario de Cristo. Veamos en él al Buen Pastor, veamos en él a la roca sobre la que se edifica la Iglesia, veamos en él a quien posee las llaves del Reino de los cielos. Acompañémoslecon nuestra sincera oración. 2. «Porque de él, por Él y para Él son todas las cosas», nos dice San Pablo en su carta a los Romanos. ¿Qué lugar ocupa el Señor Jesús en mi vida y en la de mi familia? ¿Dios es importante en mi familia? 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 436- 445. texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano en Toledo de ADORACION NOCTURNA ESPAÑOLA

domingo, 9 de agosto de 2020

Domingo, 7 de Agosto de 2011; 19º ord. A: Mt 14, 22-33

Jesús acababa de realizar el milagro de la multiplicación de panes y peces. Hoy nos dice el evangelio que “obligó a sus discípulos a marcharse en la barca mientras El despedía a la gente”. Este es un gesto severo por parte de Jesús, que realiza cuando tiene alguna tentación. La tentación, según nos cuenta el evangelista san Juan, era que la gente, después del milagro, quería proclamar a Jesús como rey. No habían entendido el sentido mesiánico de la vida de Jesús sufriente y servidor. Pensaban en un Mesías triunfante, que, como entonces, les pudiera dar siempre de comer. Jesús sabía que los apóstoles no estaban lejos de esas ideas y que se unirían a la idea de proclamarlo rey material. Por eso les obliga a marcharse y con paciencia procura tratar de convencer a la gente para que se vayan en paz. Jesús entonces se retira al interior de aquel monte a orar. Pediría fuerzas a su Padre para continuar en su misión. Se nos habla después de la tormenta que se suscita en torno a la barca donde iban los apóstoles. Según el modo oriental de escribir, aquí de manera simbólica quiere hablar de varias tormentas. En primer lugar, la tormenta que había en el alma de los apóstoles. Luchaban con la idea que habían aprendido siempre sobre el sentido de grandeza humana que se daba al Mesías y lo que veían hacer y decir a Jesús. En su alma se mezclaba la fe con la duda. También en nosotros hay fe y hay tempestades. El poder de Jesús no consiste en que no se levanten tempestades, sino en que se haga sentir en medio de ellas. Por eso Jesús se hace presente en medio de la tempestad. Dice el evangelio que Jesús se acercó caminando sobre el agua. El agua, según el lenguaje simbólico de la Biblia, representa muchas veces la fuerza del mal. Jesús siempre está por encima del mal para darnos la paz en el bien. Dios siempre nos da la paz. Todo lo que produce intranquilidad no es de Dios, sino del diablo. Los apóstoles creen que es un fantasma y gritan; pero Pedro, que es el más voluntarioso, cuando ha escuchado la voz de su Maestro, que les quiere dar confianza, le pide su permiso para caminar hacia El y Jesús le dice: “Ven”. En nuestra vida también hay momentos donde se nos hace difícil tomar una decisión, porque nos parece que todo está en contra. Si escuchamos la voz de Dios que nos dice: “ven”, vayamos con valentía. La fe serena en el Señor nos da las fuerzas para no hundirnos en nuestros temores e inseguridades. Y san Pedro comenzó a hundirse. Su fe se tambaleó ante las dificultades: Dejó de mirar a Jesús y se fijó más en las dificultades que lo rodeaban. Pero gritó: “Señor, sálvame”. Este es el gran ejemplo para nuestra vida. Habrá momentos en que todo parece que se hunde y aun las cosas que creemos haber hecho para la gloria de Dios. En esos momentos tengamos al menos la suficiente fe como para clamar a Dios: “Sálvame”. Y en verdad que sentiremos la mano amorosa de Jesús que como a Pedro nos levanta. Quizá oigamos, como lo oyó Pedro, la voz cariñosa que nos advierte: “¿Por qué has dudado?”. Nosotros le digamos con amor: “Jesús, en ti confío”. Y subiendo Jesús a la barca, se calmó el viento. A través de los comentaristas más antiguos, este pasaje es símbolo de lo que pasa en la Iglesia. Quizá san Mateo lo escribía pensando ya en lo que pasaba en su comunidad cristiana. A través de la historia ha tenido y tiene la Iglesia muchas dificultades que provienen desde el interior y del exterior de ella. Ha habido muchos escritores que han creído que esa barca eclesial estaba ya a pique. Pero desconocían la fuerza de la presencia de Jesús en ella. No es sólo una presencia simbólica y externa, como puede ser representada en la jerarquía, que puede fallar o la pueden hacer desaparecer por cierto tiempo, sino es una presencia real, positiva, como es el Esp. Santo, que a veces se deja sentir en medio de una gran tormenta o que a veces se presenta en ella y en cada uno de nosotros de una manera suave como la brisa. Así se manifiesta la presencia de Dios al profeta Elías en la primera lectura de hoy, cuando está perseguido y cree que todo está hundido. Texto Anónimo

sábado, 8 de agosto de 2020

Domingo de la Semana 19 del Tiempo Ordinario. Ciclo A - 9 de agosto de 2020 «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» 1R 19,9a.11-13a: Ponte de pie en el monte ante el Señor. En aquellos días, cuando Elías llegó al Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde pasó la noche. El Señor le dijo: -«Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar! » Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el vien¬to. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. Sal 84,9ab-10.11-12.13-14: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos. Rm 9,1-5: Quisiera ser un proscrito por el bien de mis hermanos. Hermanos: Digo la verdad en Cristo; mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento. Siento una gran pena y un dolor incesante en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. Ellos descienden de Israel, fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de quienes, según la carne, nació el Mesías, el que está por encima de todo: Dios bendito por los siglos. Amén. Mt 14,22-23: Mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípu¬los a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mien¬tras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: -«¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. » Él le dijo: -«Ven.» Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: -«Señor, sálvame.» En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: -«¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: -«Realmente eres Hijo de Dios.» Lectura del Primer libro de los Reyes 19, 9a. 11-13a «Allí entró en la cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra de Yahveh.Le dijo: "Sal y ponte en el monte ante Yahveh". Y he aquí que Yahveh pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva.» Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 9, 1- 5 «Digo la verdad en Cristo, no miento, - mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo -, siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne,- los israelitas -, de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.» Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 14, 22- 33 «Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: "Es un fantasma", y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: "¡Animo!, que soy yo; no temáis". Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas". "¡Ven!", le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: "¡Señor, sálvame!" Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: "Verdaderamente eres Hijo de Dios".» Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas En toda la Sagrada Escritura la manifestación de Dios posee un lugar siempre importante. Dios se manifiesta con su poder y grandeza al hombre que queda cautivado por esta visión. Este Domingo veremos dos manifestaciones especiales. En el libro de los Reyes se nos narra el paso de Yahveh ante el profeta Elías, que se refugiaba en una cueva en el monte Horeb. A diferencia de otras manifestaciones divinas, aquí el Señor se hace presente por medio de una suave brisa (Primera Lectura). En el Evangelio los discípulos que se encontraban en medio de la tormenta en el lago Tiberíades ven caminar por las aguas a Jesús. Esta aparición se vincula con el acto de fe de Pedro. «Si eres tú - le dice a Jesús que se acerca caminando por las aguas - mándame ir a Ti». En el corazón de Pedro hay una mezcla de fe incipiente y un poco de duda temerosa. En cuanto Jesús sube a la barca, el viento amaina y los apóstoles se postran ante Él reconociéndolo como «Hijo de Dos». Ambas manifestaciones de Dios están encaminadas a fortalecer la fe. Es la fe que descubrimos en San Pablo, a quien el Señor se le apareció como «el último de los apóstoles» (Segunda Lectura).  Vayamos a la primera lectura... En la primera Lectura, del primer libro de los Reyes, Dios no se va a manifestar a Elías en la violencia del huracán, ni en la fuerza del terremoto, sino en el murmullo de la brisa suave. El Señor eligió mostrar de esta forma su misteriosa presencia. Al que tiene un amor celoso por Dios, Él lo hace partícipe de su ternura de una forma diferente a la que podamos imaginar. Así, Yahveh se da a conocer en la brisa suave mejor que en la furia del huracán y del terremoto. El profeta Elías es considerado uno de los más grandes profetas del Antiguo Testamento. Actuó en el reino del Norte (Reino de Israel) en el siglo IX a.C. en tiempos del impío rey Ajab y su pérfida esposa Jezabel. En sus libros trata sobre su lucha contra el dios pagano «Baal». Se le recuerda por haber derrotado a todos los sacerdotes de Baal en el monte Carmelo. Termina su vida siendo arrebatado al cielo en un carro ardiente jalado por caballos de fuego de donde volvería cuando fuese el «tiempo mesiánico».  «Estar mucho rato a solas con Dios solo…» El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús caminando sobre las aguas y a Pedro que pide ir a su encuentro. Es la continua¬ción inme¬diata del episodio de la multiplica¬ción de los panes que hemos comen-tado el Domingo pasado. Hay que considerar que los apóstoles acababan de vivir esa experien¬cia y estaban aún bajo su efecto. Después de haberles dado de comer, de mano de los apóstoles, y haberse saciado, los obliga a embarcarse «mar adentro» mientras Él despedía a la gente. El Evangelio incluye una observa¬ción que es una magnífica lección para noso¬tros: «Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí». Esta frase vale más que un extenso trata¬do sobre la oración. Jesús tenía necesidad de recogerse en la soledad y el silencio para entregarse a la oración. Después de la agitación de la jornada, al atarde¬cer, necesi¬taba tener este trato de intimidad a solas con su Padre. Esto es lo que han anhelado todos los místicos y contempla¬tivos: «Estar mucho rato a solas con Dios solo», según la expre¬sión de la carmelita Isabel de la Trini¬dad. Una teofanía Este impresionante episodio de la vida de Jesús es claramente una teofanía – manifestación de lo sagrado - como leemos en la conclusión del pasaje. Después de haber despedido a la multitud y mientras los discípulos combatían contra el viento y las olas, en medio de la noche; Jesús viene hacia ellos caminando sobre el agua. «Los discípulos, viéndolo caminar sobre el mar, se turba¬ron, diciendo: 'Es una aparición', y se pusieron a gritar de temor». El «temor» es la primera actitud del hombre ante cual¬quier manifestación de Dios. Es un sentido agudo de su condi¬ción de creatura ante el Creador, es decir, de su limitación ante la infinitud de Dios, de su pequeñez ante la grandeza de Dios, de su pecado ante la santidad de Dios. La fe israelita tenía una viva conciencia de la tras¬cen¬dencia de Dios. Entre ellos es una verdad clara que «el hombre no puede ver a Dios y quedar vivo». En efecto, cuando Moisés pidió al Señor: «Déjame ver tu gloria», recibió de Él esta respuesta: «Mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir vivien¬do» (Ex 33,18.20).Pero, en realidad, según afirma el evan¬gelista San Juan: «A Dios nadie lo ha visto jamás» (Jn 1,18).Lo que el hombre ha visto es una manifes¬tación de Dios, una «teofa¬nía» y en este caso, la reacción normal del hombre es el «temor» o miedo reverencial.  «¡Ánimo! Yo soy ¡No temáis!» La respuesta de Jesús confirma lo dicho: «¡Animo! Yo soy. ¡No temáis!» La frase «No temáis» es el signo más claro de que estamos ante una manifestación de Dios. Se trata de tranquili¬zar al hombre. Seguramente ya hemos distinguido en la expresión «Yo soy» el nombre con el cual Dios se reveló a Moisés. Cuando vio una zarza ardiendo que no se consumía y desde ella Dios lo llamó, «Moisés se cubrió el rostro porque temía ver a Dios». Es el mismo temor que sintieron los discípulos al ver a Jesús cami¬nar sobre el mar. Y a la pregunta: ¿Cuál es tu nombre?, Dios responde: «Yo soy el que soy» y añadió: «Así dirás a los israelitas: YO SOY me ha enviado a vosotros» (Ex 3,14).Por tanto, la expresión «Yo soy» en labios de Jesús tiene un doble signifi¬cado. El significado primero y más evidente es: «Yo soy Je¬sús». Pero no se puede excluir el significado «yo soy» como referencia al nombre divino . Cual¬quier alusión al «yo personal» de Jesús, debería ponernos aten¬tos ya que nos remite a su propia identidad. Cuando Jesús dice: «Yo soy», también él alude a su persona, pero en este caso se trata de una Perso¬na divina, del Hijo, es decir, de la segunda Persona de la Santí¬sima Trinidad. Es lo que afirma la conclusión del episodio: «Los que estaban en la barca se postraron ante Él diciendo: Verdaderamente eres el Hijo de Dios». Éste es un acto de adoración que se reserva sólo a Dios. El pueblo de Israel había mantenido estrictamen¬te su fe monoteísta como signo de su identidad. El primer manda¬miento del decálogo dice: «Yo, Yahveh, soy tu Dios... No te postrarás ante otros dioses ni les darás culto, porque Yo, Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso» (Ex 20,2.5).  «Si eres tú…mándame ir donde ti sobre las aguas» La reacción de Pedro indica tanto su total confianza en Jesús como su fogoso temperamento ya que su pedido desafiaba claramente las leyes elementales de la naturaleza: «Mándame ir a ti caminando sobre las aguas». Tal vez para su sorpresa y la de los demás apóstoles, Jesús le responde con una palabra: «¡Ve¬n!». Y aquí empieza la aventura de la fe. Se puede explicar lo que es la fe de manera teórica. Pero lo que ahora sucede es una clara representación de lo que es la fe en Jesucristo. «Pedro se puso a caminar sobre las aguas yendo hacia Jesús». En la multiplicación de los panes, Pedro había visto claramente el poder de la palabra de Jesús. Sobre la base de esa misma palabra de Jesús, ahora no tiene duda y camina sobre las aguas. Mientras cree, el agua lo sostiene; pero cuando asoma la duda, cuando desvía su mirada del Maestro Bueno que lo ama y mira «la violencia del viento»; entra en su corazón la desconfianza, el miedo y comienza a hundirse. Entonces lanza un grito al único que es capaz de sacarlo de su angustiosa situación: «¡Señor, sálvame!». Pedro tendría que haber mante¬nido la actitud del creyente que dice: «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me tranquilizan» (Sal 23,4). Jesús lo toma; pero no deja de reprocharle su falta de fe: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».El hombre puede obtenerlo todo de Dios, porque Dios es omnipotente. Pero el poder de Dios queda bloqueado ante nuestra falta de fe. A Dios no se le pueden pedir las cosas «por si acaso», mientras nos aseguramos también por otro lado. Eso es lo mismo que desconfiar de su poder infinito. Por eso fueron beneficiados con milagros solamente quienes tenían fe en Cristo. Cuando Jesús veía que alguien tenía fe suficiente como para confiar que Él podía hacer un milagro, entonces lo hacía. Por ejemplo, en el caso del paralítico, cuando Jesús le dijo: «Leván¬tate, toma tu camilla y vete a tu casa», se requería una gran dosis de fe para obede¬cer. El paralítico creyó que Jesús podía sanarlo y por eso, «se levantó y se fue a su casa» (Mt 9,2ss). En otras ocasio¬nes cuando la gente se acerca¬ba para pedirle la salud de algún enfermo, Él solía responder: «Que te suceda como has creí¬do». Y esto es lo que ocurre cada vez que pedimos algo a Dios: nos sucede como hemos creído. A menudo hemos creído poco, pues somos «hombres y mujeres de poca fe», y por eso obtenemos poco. La promesa de Cristo no puede fallar: «Todo lo que pidáis con fe en la oración lo recibiréis» (Mt 21,22). Una palabra del Santo Padre: «Este relato es una hermosa imagen de la fe del apóstol Pedro. En la voz de Jesús que le dice: «Ven», él reconoció el eco del primer encuentro en la orilla de ese mismo lago, e inmediatamente, una vez más, dejó la barca y se dirigió hacia el Maestro. Y caminó sobre las aguas. La respuesta confiada y disponible ante la llamada del Señor permite realizar siempre cosas extraordinarias. Pero Jesús mismo nos dijo que somos capaces de hacer milagros con nuestra fe, la fe en Él, la fe en su palabra, la fe en su voz. En cambio Pedro comienza a hundirse en el momento en que aparta la mirada de Jesús y se deja arrollar por las adversidades que lo rodean. Pero el Señor está siempre allí, y cuando Pedro lo invoca, Jesús lo salva del peligro. En el personaje de Pedro, con sus impulsos y sus debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y con todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el encuentro del Señor resucitado, en medio de las tempestades y peligros del mundo. Es muy importante también la escena final. «En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios»!» (vv. 32-33). Sobre la barca estaban todos los discípulos, unidos por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, de la «poca fe». Pero cuando a esa barca vuelve a subir Jesús, el clima cambia inmediatamente: todos se sienten unidos en la fe en Él. Todos, pequeños y asustados, se convierten en grandes en el momento en que se postran de rodillas y reconocen en su maestro al Hijo de Dios. ¡Cuántas veces también a nosotros nos sucede lo mismo! Sin Jesús, lejos de Jesús, nos sentimos asustados e inadecuados hasta el punto de pensar que ya no podemos seguir. ¡Falta la fe! Pero Jesús siempre está con nosotros, tal vez oculto, pero presente y dispuesto a sostenernos.Esta es una imagen eficaz de la Iglesia: una barca que debe afrontar las tempestades y algunas veces parece estar en la situación de ser arrollada. Lo que la salva no son las cualidades y la valentía de sus hombres, sino la fe, que permite caminar incluso en la oscuridad, en medio de las dificultades. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús siempre a nuestro lado, con su mano que nos sostiene para apartarnos del peligro. Todos nosotros estamos en esta barca, y aquí nos sentimos seguros a pesar de nuestros límites y nuestras debilidades. Estamos seguros sobre todo cuando sabemos ponernos de rodillas y adorar a Jesús, el único Señor de nuestra vida. A ello nos llama siempre nuestra Madre, la Virgen. A ella nos dirigimos confiados». Papa Francisco. Ángelus 10 de agosto de 2014 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 1. «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».Esta pregunta el Señor la dirige a cada uno de nosotros.¿Cuántas veces el temor de los vientos (preocupaciones, tentaciones, etc.) nos hacen desviar nuestra mirada del maestro Bueno? 2. ¿Cómo está mi vida de oración? ¿Me doy los espacios para encontrarme con Dios? 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 154-155. 157. 166. 1028 -1029

Domingo de la Semana 19 del Tiempo Ordinario. Ciclo A - 9 de agosto de 2020 «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» 1R 19,9a.11-13a: Ponte de pie en el monte ante el Señor. En aquellos días, cuando Elías llegó al Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde pasó la noche. El Señor le dijo: -«Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar! » Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el vien¬to. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. Sal 84,9ab-10.11-12.13-14: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos. Rm 9,1-5: Quisiera ser un proscrito por el bien de mis hermanos. Hermanos: Digo la verdad en Cristo; mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento. Siento una gran pena y un dolor incesante en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. Ellos descienden de Israel, fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de quienes, según la carne, nació el Mesías, el que está por encima de todo: Dios bendito por los siglos. Amén. Mt 14,22-23: Mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípu¬los a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mien¬tras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: -«¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. » Él le dijo: -«Ven.» Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: -«Señor, sálvame.» En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: -«¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: -«Realmente eres Hijo de Dios.» Lectura del Primer libro de los Reyes 19, 9a. 11-13a «Allí entró en la cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra de Yahveh.Le dijo: "Sal y ponte en el monte ante Yahveh". Y he aquí que Yahveh pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva.» Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 9, 1- 5 «Digo la verdad en Cristo, no miento, - mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo -, siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne,- los israelitas -, de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.» Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 14, 22- 33 «Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: "Es un fantasma", y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: "¡Animo!, que soy yo; no temáis". Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas". "¡Ven!", le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: "¡Señor, sálvame!" Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: "Verdaderamente eres Hijo de Dios".» Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas En toda la Sagrada Escritura la manifestación de Dios posee un lugar siempre importante. Dios se manifiesta con su poder y grandeza al hombre que queda cautivado por esta visión. Este Domingo veremos dos manifestaciones especiales. En el libro de los Reyes se nos narra el paso de Yahveh ante el profeta Elías, que se refugiaba en una cueva en el monte Horeb. A diferencia de otras manifestaciones divinas, aquí el Señor se hace presente por medio de una suave brisa (Primera Lectura). En el Evangelio los discípulos que se encontraban en medio de la tormenta en el lago Tiberíades ven caminar por las aguas a Jesús. Esta aparición se vincula con el acto de fe de Pedro. «Si eres tú - le dice a Jesús que se acerca caminando por las aguas - mándame ir a Ti». En el corazón de Pedro hay una mezcla de fe incipiente y un poco de duda temerosa. En cuanto Jesús sube a la barca, el viento amaina y los apóstoles se postran ante Él reconociéndolo como «Hijo de Dos». Ambas manifestaciones de Dios están encaminadas a fortalecer la fe. Es la fe que descubrimos en San Pablo, a quien el Señor se le apareció como «el último de los apóstoles» (Segunda Lectura).  Vayamos a la primera lectura... En la primera Lectura, del primer libro de los Reyes, Dios no se va a manifestar a Elías en la violencia del huracán, ni en la fuerza del terremoto, sino en el murmullo de la brisa suave. El Señor eligió mostrar de esta forma su misteriosa presencia. Al que tiene un amor celoso por Dios, Él lo hace partícipe de su ternura de una forma diferente a la que podamos imaginar. Así, Yahveh se da a conocer en la brisa suave mejor que en la furia del huracán y del terremoto. El profeta Elías es considerado uno de los más grandes profetas del Antiguo Testamento. Actuó en el reino del Norte (Reino de Israel) en el siglo IX a.C. en tiempos del impío rey Ajab y su pérfida esposa Jezabel. En sus libros trata sobre su lucha contra el dios pagano «Baal». Se le recuerda por haber derrotado a todos los sacerdotes de Baal en el monte Carmelo. Termina su vida siendo arrebatado al cielo en un carro ardiente jalado por caballos de fuego de donde volvería cuando fuese el «tiempo mesiánico».  «Estar mucho rato a solas con Dios solo…» El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús caminando sobre las aguas y a Pedro que pide ir a su encuentro. Es la continua¬ción inme¬diata del episodio de la multiplica¬ción de los panes que hemos comen¬tado el Domingo pasado. Hay que considerar que los apóstoles acababan de vivir esa experien¬cia y estaban aún bajo su efecto. Después de haberles dado de comer, de mano de los apóstoles, y haberse saciado, los obliga a embarcarse «mar adentro» mientras Él despedía a la gente. El Evangelio incluye una observa¬ción que es una magnífica lección para noso¬tros: «Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí». Esta frase vale más que un extenso trata¬do sobre la oración. Jesús tenía necesidad de recogerse en la soledad y el silencio para entregarse a la oración. Después de la agitación de la jornada, al atarde¬cer, necesi¬taba tener este trato de intimidad a solas con su Padre. Esto es lo que han anhelado todos los místicos y contempla¬tivos: «Estar mucho rato a solas con Dios solo», según la expre¬sión de la carmelita Isabel de la Trini¬dad. Una teofanía Este impresionante episodio de la vida de Jesús es claramente una teofanía – manifestación de lo sagrado - como leemos en la conclusión del pasaje. Después de haber despedido a la multitud y mientras los discípulos combatían contra el viento y las olas, en medio de la noche; Jesús viene hacia ellos caminando sobre el agua. «Los discípulos, viéndolo caminar sobre el mar, se turba¬ron, diciendo: 'Es una aparición', y se pusieron a gritar de temor». El «temor» es la primera actitud del hombre ante cual¬quier manifestación de Dios. Es un sentido agudo de su condi¬ción de creatura ante el Creador, es decir, de su limitación ante la infinitud de Dios, de su pequeñez ante la grandeza de Dios, de su pecado ante la santidad de Dios. La fe israelita tenía una viva conciencia de la tras¬cen¬dencia de Dios. Entre ellos es una verdad clara que «el hombre no puede ver a Dios y quedar vivo». En efecto, cuando Moisés pidió al Señor: «Déjame ver tu gloria», recibió de Él esta respuesta: «Mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir vivien-do» (Ex 33,18.20).Pero, en realidad, según afirma el evan¬gelista San Juan: «A Dios nadie lo ha visto jamás» (Jn 1,18).Lo que el hombre ha visto es una manifes¬tación de Dios, una «teofa¬nía» y en este caso, la reacción normal del hombre es el «temor» o miedo reverencial.  «¡Ánimo! Yo soy ¡No temáis!» La respuesta de Jesús confirma lo dicho: «¡Animo! Yo soy. ¡No temáis!» La frase «No temáis» es el signo más claro de que estamos ante una manifestación de Dios. Se trata de tranquili¬zar al hombre. Seguramente ya hemos distinguido en la expresión «Yo soy» el nombre con el cual Dios se reveló a Moisés. Cuando vio una zarza ardiendo que no se consumía y desde ella Dios lo llamó, «Moisés se cubrió el rostro porque temía ver a Dios». Es el mismo temor que sintieron los discípulos al ver a Jesús cami¬nar sobre el mar. Y a la pregunta: ¿Cuál es tu nombre?, Dios responde: «Yo soy el que soy» y añadió: «Así dirás a los israelitas: YO SOY me ha enviado a vosotros» (Ex 3,14).Por tanto, la expresión «Yo soy» en labios de Jesús tiene un doble signifi¬cado. El significado primero y más evidente es: «Yo soy Je¬sús». Pero no se puede excluir el significado «yo soy» como referencia al nombre divino . Cual¬quier alusión al «yo personal» de Jesús, debería ponernos aten¬tos ya que nos remite a su propia identidad. Cuando Jesús dice: «Yo soy», también él alude a su persona, pero en este caso se trata de una Perso¬na divina, del Hijo, es decir, de la segunda Persona de la Santí¬sima Trinidad. Es lo que afirma la conclusión del episodio: «Los que estaban en la barca se postraron ante Él diciendo: Verdaderamente eres el Hijo de Dios». Éste es un acto de adoración que se reserva sólo a Dios. El pueblo de Israel había mantenido estrictamen¬te su fe monoteísta como signo de su identidad. El primer manda¬miento del decálogo dice: «Yo, Yahveh, soy tu Dios... No te postrarás ante otros dioses ni les darás culto, porque Yo, Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso» (Ex 20,2.5).  «Si eres tú…mándame ir donde ti sobre las aguas» La reacción de Pedro indica tanto su total confianza en Jesús como su fogoso temperamento ya que su pedido desafiaba claramente las leyes elementales de la naturaleza: «Mándame ir a ti caminando sobre las aguas». Tal vez para su sorpresa y la de los demás apóstoles, Jesús le responde con una palabra: «¡Ve¬n!». Y aquí empieza la aventura de la fe. Se puede explicar lo que es la fe de manera teórica. Pero lo que ahora sucede es una clara representación de lo que es la fe en Jesucristo. «Pedro se puso a caminar sobre las aguas yendo hacia Jesús». En la multiplicación de los panes, Pedro había visto claramente el poder de la palabra de Jesús. Sobre la base de esa misma palabra de Jesús, ahora no tiene duda y camina sobre las aguas. Mientras cree, el agua lo sostiene; pero cuando asoma la duda, cuando desvía su mirada del Maestro Bueno que lo ama y mira «la violencia del viento»; entra en su corazón la desconfianza, el miedo y comienza a hundirse. Entonces lanza un grito al único que es capaz de sacarlo de su angustiosa situación: «¡Señor, sálvame!». Pedro tendría que haber mante¬nido la actitud del creyente que dice: «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me tranquilizan» (Sal 23,4). Jesús lo toma; pero no deja de reprocharle su falta de fe: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».El hombre puede obtenerlo todo de Dios, porque Dios es omnipotente. Pero el poder de Dios queda bloqueado ante nuestra falta de fe. A Dios no se le pueden pedir las cosas «por si acaso», mientras nos aseguramos también por otro lado. Eso es lo mismo que desconfiar de su poder infinito. Por eso fueron beneficiados con milagros solamente quienes tenían fe en Cristo. Cuando Jesús veía que alguien tenía fe suficiente como para confiar que Él podía hacer un milagro, entonces lo hacía. Por ejemplo, en el caso del paralítico, cuando Jesús le dijo: «Leván¬tate, toma tu camilla y vete a tu casa», se requería una gran dosis de fe para obede¬cer. El paralítico creyó que Jesús podía sanarlo y por eso, «se levantó y se fue a su casa» (Mt 9,2ss). En otras ocasio¬nes cuando la gente se acerca-ba para pedirle la salud de algún enfermo, Él solía responder: «Que te suceda como has creí¬do». Y esto es lo que ocurre cada vez que pedimos algo a Dios: nos sucede como hemos creído. A menudo hemos creído poco, pues somos «hombres y mujeres de poca fe», y por eso obtenemos poco. La promesa de Cristo no puede fallar: «Todo lo que pidáis con fe en la oración lo recibiréis» (Mt 21,22). Una palabra del Santo Padre: «Este relato es una hermosa imagen de la fe del apóstol Pedro. En la voz de Jesús que le dice: «Ven», él reconoció el eco del primer encuentro en la orilla de ese mismo lago, e inmediatamente, una vez más, dejó la barca y se dirigió hacia el Maestro. Y caminó sobre las aguas. La respuesta confiada y disponible ante la llamada del Señor permite realizar siempre cosas extraordinarias. Pero Jesús mismo nos dijo que somos capaces de hacer milagros con nuestra fe, la fe en Él, la fe en su palabra, la fe en su voz. En cambio Pedro comienza a hundirse en el momento en que aparta la mirada de Jesús y se deja arrollar por las adversidades que lo rodean. Pero el Señor está siempre allí, y cuando Pedro lo invoca, Jesús lo salva del peligro. En el personaje de Pedro, con sus impulsos y sus debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y con todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el encuentro del Señor resucitado, en medio de las tempestades y peligros del mundo. Es muy importante también la escena final. «En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios»!» (vv. 32-33). Sobre la barca estaban todos los discípulos, unidos por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, de la «poca fe». Pero cuando a esa barca vuelve a subir Jesús, el clima cambia inmediatamente: todos se sienten unidos en la fe en Él. Todos, pequeños y asustados, se convierten en grandes en el momento en que se postran de rodillas y reconocen en su maestro al Hijo de Dios. ¡Cuántas veces también a nosotros nos sucede lo mismo! Sin Jesús, lejos de Jesús, nos sentimos asustados e inadecuados hasta el punto de pensar que ya no podemos seguir. ¡Falta la fe! Pero Jesús siempre está con nosotros, tal vez oculto, pero presente y dispuesto a sostenernos.Esta es una imagen eficaz de la Iglesia: una barca que debe afrontar las tempestades y algunas veces parece estar en la situación de ser arrollada. Lo que la salva no son las cualidades y la valentía de sus hombres, sino la fe, que permite caminar incluso en la oscuridad, en medio de las dificultades. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús siempre a nuestro lado, con su mano que nos sostiene para apartarnos del peligro. Todos nosotros estamos en esta barca, y aquí nos sentimos seguros a pesar de nuestros límites y nuestras debilidades. Estamos seguros sobre todo cuando sabemos ponernos de rodillas y adorar a Jesús, el único Señor de nuestra vida. A ello nos llama siempre nuestra Madre, la Virgen. A ella nos dirigimos confiados». Papa Francisco. Ángelus 10 de agosto de 2014 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 1. «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».Esta pregunta el Señor la dirige a cada uno de nosotros.¿Cuántas veces el temor de los vientos (preocupaciones, tentaciones, etc.) nos hacen desviar nuestra mirada del maestro Bueno? 2. ¿Cómo está mi vida de oración? ¿Me doy los espacios para encontrarme con Dios? 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 154-155. 157. 166. 1028 -1029 TEXTO facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de A.N.E, Toledo

Domingo de la Semana 19 del Tiempo Ordinario. Ciclo A - 9 de agosto de 2020 «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» 1R 19,9a.11-13a: Ponte de pie en el monte ante el Señor. En aquellos días, cuando Elías llegó al Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde pasó la noche. El Señor le dijo: -«Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar! » Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el vien¬to. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. Sal 84,9ab-10.11-12.13-14: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos. Rm 9,1-5: Quisiera ser un proscrito por el bien de mis hermanos. Hermanos: Digo la verdad en Cristo; mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento. Siento una gran pena y un dolor incesante en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. Ellos descienden de Israel, fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de quienes, según la carne, nació el Mesías, el que está por encima de todo: Dios bendito por los siglos. Amén. Mt 14,22-23: Mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípu¬los a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mien¬tras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: -«¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. » Él le dijo: -«Ven.» Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: -«Señor, sálvame.» En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: -«¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: -«Realmente eres Hijo de Dios.» Lectura del Primer libro de los Reyes 19, 9a. 11-13a «Allí entró en la cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra de Yahveh.Le dijo: "Sal y ponte en el monte ante Yahveh". Y he aquí que Yahveh pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva.» Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 9, 1- 5 «Digo la verdad en Cristo, no miento, - mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo -, siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne,- los israelitas -, de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.» Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 14, 22- 33 «Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: "Es un fantasma", y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: "¡Animo!, que soy yo; no temáis". Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas". "¡Ven!", le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: "¡Señor, sálvame!" Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: "Verdaderamente eres Hijo de Dios".» Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas En toda la Sagrada Escritura la manifestación de Dios posee un lugar siempre importante. Dios se manifiesta con su poder y grandeza al hombre que queda cautivado por esta visión. Este Domingo veremos dos manifestaciones especiales. En el libro de los Reyes se nos narra el paso de Yahveh ante el profeta Elías, que se refugiaba en una cueva en el monte Horeb. A diferencia de otras manifestaciones divinas, aquí el Señor se hace presente por medio de una suave brisa (Primera Lectura). En el Evangelio los discípulos que se encontraban en medio de la tormenta en el lago Tiberíades ven caminar por las aguas a Jesús. Esta aparición se vincula con el acto de fe de Pedro. «Si eres tú - le dice a Jesús que se acerca caminando por las aguas - mándame ir a Ti». En el corazón de Pedro hay una mezcla de fe incipiente y un poco de duda temerosa. En cuanto Jesús sube a la barca, el viento amaina y los apóstoles se postran ante Él reconociéndolo como «Hijo de Dos». Ambas manifestaciones de Dios están encaminadas a fortalecer la fe. Es la fe que descubrimos en San Pablo, a quien el Señor se le apareció como «el último de los apóstoles» (Segunda Lectura).  Vayamos a la primera lectura... En la primera Lectura, del primer libro de los Reyes, Dios no se va a manifestar a Elías en la violencia del huracán, ni en la fuerza del terremoto, sino en el murmullo de la brisa suave. El Señor eligió mostrar de esta forma su misteriosa presencia. Al que tiene un amor celoso por Dios, Él lo hace partícipe de su ternura de una forma diferente a la que podamos imaginar. Así, Yahveh se da a conocer en la brisa suave mejor que en la furia del huracán y del terremoto. El profeta Elías es considerado uno de los más grandes profetas del Antiguo Testamento. Actuó en el reino del Norte (Reino de Israel) en el siglo IX a.C. en tiempos del impío rey Ajab y su pérfida esposa Jezabel. En sus libros trata sobre su lucha contra el dios pagano «Baal». Se le recuerda por haber derrotado a todos los sacerdotes de Baal en el monte Carmelo. Termina su vida siendo arrebatado al cielo en un carro ardiente jalado por caballos de fuego de donde volvería cuando fuese el «tiempo mesiánico».  «Estar mucho rato a solas con Dios solo…» El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús caminando sobre las aguas y a Pedro que pide ir a su encuentro. Es la continua¬ción inme¬diata del episodio de la multiplica¬ción de los panes que hemos comen-tado el Domingo pasado. Hay que considerar que los apóstoles acababan de vivir esa experien¬cia y estaban aún bajo su efecto. Después de haberles dado de comer, de mano de los apóstoles, y haberse saciado, los obliga a embarcarse «mar adentro» mientras Él despedía a la gente. El Evangelio incluye una observa¬ción que es una magnífica lección para noso¬tros: «Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí». Esta frase vale más que un extenso trata¬do sobre la oración. Jesús tenía necesidad de recogerse en la soledad y el silencio para entregarse a la oración. Después de la agitación de la jornada, al atarde¬cer, necesi¬taba tener este trato de intimidad a solas con su Padre. Esto es lo que han anhelado todos los místicos y contempla¬tivos: «Estar mucho rato a solas con Dios solo», según la expre¬sión de la carmelita Isabel de la Trini¬dad. Una teofanía Este impresionante episodio de la vida de Jesús es claramente una teofanía – manifestación de lo sagrado - como leemos en la conclusión del pasaje. Después de haber despedido a la multitud y mientras los discípulos combatían contra el viento y las olas, en medio de la noche; Jesús viene hacia ellos caminando sobre el agua. «Los discípulos, viéndolo caminar sobre el mar, se turba¬ron, diciendo: 'Es una aparición', y se pusieron a gritar de temor». El «temor» es la primera actitud del hombre ante cual¬quier manifestación de Dios. Es un sentido agudo de su condi¬ción de creatura ante el Creador, es decir, de su limitación ante la infinitud de Dios, de su pequeñez ante la grandeza de Dios, de su pecado ante la santidad de Dios. La fe israelita tenía una viva conciencia de la tras¬cen¬dencia de Dios. Entre ellos es una verdad clara que «el hombre no puede ver a Dios y quedar vivo». En efecto, cuando Moisés pidió al Señor: «Déjame ver tu gloria», recibió de Él esta respuesta: «Mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir vivien¬do» (Ex 33,18.20).Pero, en realidad, según afirma el evan¬gelista San Juan: «A Dios nadie lo ha visto jamás» (Jn 1,18).Lo que el hombre ha visto es una manifes¬tación de Dios, una «teofa¬nía» y en este caso, la reacción normal del hombre es el «temor» o miedo reverencial.  «¡Ánimo! Yo soy ¡No temáis!» La respuesta de Jesús confirma lo dicho: «¡Animo! Yo soy. ¡No temáis!» La frase «No temáis» es el signo más claro de que estamos ante una manifestación de Dios. Se trata de tranquili¬zar al hombre. Seguramente ya hemos distinguido en la expresión «Yo soy» el nombre con el cual Dios se reveló a Moisés. Cuando vio una zarza ardiendo que no se consumía y desde ella Dios lo llamó, «Moisés se cubrió el rostro porque temía ver a Dios». Es el mismo temor que sintieron los discípulos al ver a Jesús cami¬nar sobre el mar. Y a la pregunta: ¿Cuál es tu nombre?, Dios responde: «Yo soy el que soy» y añadió: «Así dirás a los israelitas: YO SOY me ha enviado a vosotros» (Ex 3,14).Por tanto, la expresión «Yo soy» en labios de Jesús tiene un doble signifi¬cado. El significado primero y más evidente es: «Yo soy Je¬sús». Pero no se puede excluir el significado «yo soy» como referencia al nombre divino . Cual¬quier alusión al «yo personal» de Jesús, debería ponernos aten¬tos ya que nos remite a su propia identidad. Cuando Jesús dice: «Yo soy», también él alude a su persona, pero en este caso se trata de una Perso¬na divina, del Hijo, es decir, de la segunda Persona de la Santí¬sima Trinidad. Es lo que afirma la conclusión del episodio: «Los que estaban en la barca se postraron ante Él diciendo: Verdaderamente eres el Hijo de Dios». Éste es un acto de adoración que se reserva sólo a Dios. El pueblo de Israel había mantenido estrictamen¬te su fe monoteísta como signo de su identidad. El primer manda¬miento del decálogo dice: «Yo, Yahveh, soy tu Dios... No te postrarás ante otros dioses ni les darás culto, porque Yo, Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso» (Ex 20,2.5).  «Si eres tú…mándame ir donde ti sobre las aguas» La reacción de Pedro indica tanto su total confianza en Jesús como su fogoso temperamento ya que su pedido desafiaba claramente las leyes elementales de la naturaleza: «Mándame ir a ti caminando sobre las aguas». Tal vez para su sorpresa y la de los demás apóstoles, Jesús le responde con una palabra: «¡Ve¬n!». Y aquí empieza la aventura de la fe. Se puede explicar lo que es la fe de manera teórica. Pero lo que ahora sucede es una clara representación de lo que es la fe en Jesucristo. «Pedro se puso a caminar sobre las aguas yendo hacia Jesús». En la multiplicación de los panes, Pedro había visto claramente el poder de la palabra de Jesús. Sobre la base de esa misma palabra de Jesús, ahora no tiene duda y camina sobre las aguas. Mientras cree, el agua lo sostiene; pero cuando asoma la duda, cuando desvía su mirada del Maestro Bueno que lo ama y mira «la violencia del viento»; entra en su corazón la desconfianza, el miedo y comienza a hundirse. Entonces lanza un grito al único que es capaz de sacarlo de su angustiosa situación: «¡Señor, sálvame!». Pedro tendría que haber mante¬nido la actitud del creyente que dice: «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me tranquilizan» (Sal 23,4). Jesús lo toma; pero no deja de reprocharle su falta de fe: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».El hombre puede obtenerlo todo de Dios, porque Dios es omnipotente. Pero el poder de Dios queda bloqueado ante nuestra falta de fe. A Dios no se le pueden pedir las cosas «por si acaso», mientras nos aseguramos también por otro lado. Eso es lo mismo que desconfiar de su poder infinito. Por eso fueron beneficiados con milagros solamente quienes tenían fe en Cristo. Cuando Jesús veía que alguien tenía fe suficiente como para confiar que Él podía hacer un milagro, entonces lo hacía. Por ejemplo, en el caso del paralítico, cuando Jesús le dijo: «Leván¬tate, toma tu camilla y vete a tu casa», se requería una gran dosis de fe para obede¬cer. El paralítico creyó que Jesús podía sanarlo y por eso, «se levantó y se fue a su casa» (Mt 9,2ss). En otras ocasio¬nes cuando la gente se acerca¬ba para pedirle la salud de algún enfermo, Él solía responder: «Que te suceda como has creí¬do». Y esto es lo que ocurre cada vez que pedimos algo a Dios: nos sucede como hemos creído. A menudo hemos creído poco, pues somos «hombres y mujeres de poca fe», y por eso obtenemos poco. La promesa de Cristo no puede fallar: «Todo lo que pidáis con fe en la oración lo recibiréis» (Mt 21,22). Una palabra del Santo Padre: «Este relato es una hermosa imagen de la fe del apóstol Pedro. En la voz de Jesús que le dice: «Ven», él reconoció el eco del primer encuentro en la orilla de ese mismo lago, e inmediatamente, una vez más, dejó la barca y se dirigió hacia el Maestro. Y caminó sobre las aguas. La respuesta confiada y disponible ante la llamada del Señor permite realizar siempre cosas extraordinarias. Pero Jesús mismo nos dijo que somos capaces de hacer milagros con nuestra fe, la fe en Él, la fe en su palabra, la fe en su voz. En cambio Pedro comienza a hundirse en el momento en que aparta la mirada de Jesús y se deja arrollar por las adversidades que lo rodean. Pero el Señor está siempre allí, y cuando Pedro lo invoca, Jesús lo salva del peligro. En el personaje de Pedro, con sus impulsos y sus debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y con todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el encuentro del Señor resucitado, en medio de las tempestades y peligros del mundo. Es muy importante también la escena final. «En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios»!» (vv. 32-33). Sobre la barca estaban todos los discípulos, unidos por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, de la «poca fe». Pero cuando a esa barca vuelve a subir Jesús, el clima cambia inmediatamente: todos se sienten unidos en la fe en Él. Todos, pequeños y asustados, se convierten en grandes en el momento en que se postran de rodillas y reconocen en su maestro al Hijo de Dios. ¡Cuántas veces también a nosotros nos sucede lo mismo! Sin Jesús, lejos de Jesús, nos sentimos asustados e inadecuados hasta el punto de pensar que ya no podemos seguir. ¡Falta la fe! Pero Jesús siempre está con nosotros, tal vez oculto, pero presente y dispuesto a sostenernos.Esta es una imagen eficaz de la Iglesia: una barca que debe afrontar las tempestades y algunas veces parece estar en la situación de ser arrollada. Lo que la salva no son las cualidades y la valentía de sus hombres, sino la fe, que permite caminar incluso en la oscuridad, en medio de las dificultades. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús siempre a nuestro lado, con su mano que nos sostiene para apartarnos del peligro. Todos nosotros estamos en esta barca, y aquí nos sentimos seguros a pesar de nuestros límites y nuestras debilidades. Estamos seguros sobre todo cuando sabemos ponernos de rodillas y adorar a Jesús, el único Señor de nuestra vida. A ello nos llama siempre nuestra Madre, la Virgen. A ella nos dirigimos confiados». Papa Francisco. Ángelus 10 de agosto de 2014 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 1. «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».Esta pregunta el Señor la dirige a cada uno de nosotros.¿Cuántas veces el temor de los vientos (preocupaciones, tentaciones, etc.) nos hacen desviar nuestra mirada del maestro Bueno? 2. ¿Cómo está mi vida de oración? ¿Me doy los espacios para encontrarme con Dios? 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 154-155. 157. 166. 1028 -1029

1R 19,9a.11-13a: Ponte de pie en el monte ante el Señor. En aquellos días, cuando Elías llegó al Horeb, el monte de Dios, se metió en una cueva donde pasó la noche. El Señor le dijo: -«Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar! » Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el vien¬to. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. Sal 84,9ab-10.11-12.13-14: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra. La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos. Rm 9,1-5: Quisiera ser un proscrito por el bien de mis hermanos. Hermanos: Digo la verdad en Cristo; mi conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento. Siento una gran pena y un dolor incesante en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. Ellos descienden de Israel, fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de quienes, según la carne, nació el Mesías, el que está por encima de todo: Dios bendito por los siglos. Amén. Mt 14,22-23: Mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípu¬los a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mien¬tras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: -«¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. » Él le dijo: -«Ven.» Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: -«Señor, sálvame.» En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: -«¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: -«Realmente eres Hijo de Dios.» Lectura del Primer libro de los Reyes 19, 9a. 11-13a «Allí entró en la cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra de Yahveh.Le dijo: "Sal y ponte en el monte ante Yahveh". Y he aquí que Yahveh pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva.» Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 9, 1- 5 «Digo la verdad en Cristo, no miento, - mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo -, siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne,- los israelitas -, de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.» Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 14, 22- 33 «Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: "Es un fantasma", y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: "¡Animo!, que soy yo; no temáis". Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas". "¡Ven!", le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: "¡Señor, sálvame!" Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: "Verdaderamente eres Hijo de Dios".» Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas En toda la Sagrada Escritura la manifestación de Dios posee un lugar siempre importante. Dios se manifiesta con su poder y grandeza al hombre que queda cautivado por esta visión. Este Domingo veremos dos manifestaciones especiales. En el libro de los Reyes se nos narra el paso de Yahveh ante el profeta Elías, que se refugiaba en una cueva en el monte Horeb. A diferencia de otras manifestaciones divinas, aquí el Señor se hace presente por medio de una suave brisa (Primera Lectura). En el Evangelio los discípulos que se encontraban en medio de la tormenta en el lago Tiberíades ven caminar por las aguas a Jesús. Esta aparición se vincula con el acto de fe de Pedro. «Si eres tú - le dice a Jesús que se acerca caminando por las aguas - mándame ir a Ti». En el corazón de Pedro hay una mezcla de fe incipiente y un poco de duda temerosa. En cuanto Jesús sube a la barca, el viento amaina y los apóstoles se postran ante Él reconociéndolo como «Hijo de Dos». Ambas manifestaciones de Dios están encaminadas a fortalecer la fe. Es la fe que descubrimos en San Pablo, a quien el Señor se le apareció como «el último de los apóstoles» (Segunda Lectura).  Vayamos a la primera lectura... En la primera Lectura, del primer libro de los Reyes, Dios no se va a manifestar a Elías en la violencia del huracán, ni en la fuerza del terremoto, sino en el murmullo de la brisa suave. El Señor eligió mostrar de esta forma su misteriosa presencia. Al que tiene un amor celoso por Dios, Él lo hace partícipe de su ternura de una forma diferente a la que podamos imaginar. Así, Yahveh se da a conocer en la brisa suave mejor que en la furia del huracán y del terremoto. El profeta Elías es considerado uno de los más grandes profetas del Antiguo Testamento. Actuó en el reino del Norte (Reino de Israel) en el siglo IX a.C. en tiempos del impío rey Ajab y su pérfida esposa Jezabel. En sus libros trata sobre su lucha contra el dios pagano «Baal». Se le recuerda por haber derrotado a todos los sacerdotes de Baal en el monte Carmelo. Termina su vida siendo arrebatado al cielo en un carro ardiente jalado por caballos de fuego de donde volvería cuando fuese el «tiempo mesiánico».  «Estar mucho rato a solas con Dios solo…» El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús caminando sobre las aguas y a Pedro que pide ir a su encuentro. Es la continua¬ción inme¬diata del episodio de la multiplica¬ción de los panes que hemos comen-tado el Domingo pasado. Hay que considerar que los apóstoles acababan de vivir esa experien¬cia y estaban aún bajo su efecto. Después de haberles dado de comer, de mano de los apóstoles, y haberse saciado, los obliga a embarcarse «mar adentro» mientras Él despedía a la gente. El Evangelio incluye una observa¬ción que es una magnífica lección para noso¬tros: «Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí». Esta frase vale más que un extenso trata¬do sobre la oración. Jesús tenía necesidad de recogerse en la soledad y el silencio para entregarse a la oración. Después de la agitación de la jornada, al atarde¬cer, necesi¬taba tener este trato de intimidad a solas con su Padre. Esto es lo que han anhelado todos los místicos y contempla¬tivos: «Estar mucho rato a solas con Dios solo», según la expre¬sión de la carmelita Isabel de la Trini¬dad. Una teofanía Este impresionante episodio de la vida de Jesús es claramente una teofanía – manifestación de lo sagrado - como leemos en la conclusión del pasaje. Después de haber despedido a la multitud y mientras los discípulos combatían contra el viento y las olas, en medio de la noche; Jesús viene hacia ellos caminando sobre el agua. «Los discípulos, viéndolo caminar sobre el mar, se turba¬ron, diciendo: 'Es una aparición', y se pusieron a gritar de temor». El «temor» es la primera actitud del hombre ante cual¬quier manifestación de Dios. Es un sentido agudo de su condi¬ción de creatura ante el Creador, es decir, de su limitación ante la infinitud de Dios, de su pequeñez ante la grandeza de Dios, de su pecado ante la santidad de Dios. La fe israelita tenía una viva conciencia de la tras¬cen¬dencia de Dios. Entre ellos es una verdad clara que «el hombre no puede ver a Dios y quedar vivo». En efecto, cuando Moisés pidió al Señor: «Déjame ver tu gloria», recibió de Él esta respuesta: «Mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir vivien¬do» (Ex 33,18.20).Pero, en realidad, según afirma el evan¬gelista San Juan: «A Dios nadie lo ha visto jamás» (Jn 1,18).Lo que el hombre ha visto es una manifes¬tación de Dios, una «teofa¬nía» y en este caso, la reacción normal del hombre es el «temor» o miedo reverencial.  «¡Ánimo! Yo soy ¡No temáis!» La respuesta de Jesús confirma lo dicho: «¡Animo! Yo soy. ¡No temáis!» La frase «No temáis» es el signo más claro de que estamos ante una manifestación de Dios. Se trata de tranquili¬zar al hombre. Seguramente ya hemos distinguido en la expresión «Yo soy» el nombre con el cual Dios se reveló a Moisés. Cuando vio una zarza ardiendo que no se consumía y desde ella Dios lo llamó, «Moisés se cubrió el rostro porque temía ver a Dios». Es el mismo temor que sintieron los discípulos al ver a Jesús cami¬nar sobre el mar. Y a la pregunta: ¿Cuál es tu nombre?, Dios responde: «Yo soy el que soy» y añadió: «Así dirás a los israelitas: YO SOY me ha enviado a vosotros» (Ex 3,14).Por tanto, la expresión «Yo soy» en labios de Jesús tiene un doble signifi¬cado. El significado primero y más evidente es: «Yo soy Je¬sús». Pero no se puede excluir el significado «yo soy» como referencia al nombre divino . Cual¬quier alusión al «yo personal» de Jesús, debería ponernos aten¬tos ya que nos remite a su propia identidad. Cuando Jesús dice: «Yo soy», también él alude a su persona, pero en este caso se trata de una Perso¬na divina, del Hijo, es decir, de la segunda Persona de la Santí¬sima Trinidad. Es lo que afirma la conclusión del episodio: «Los que estaban en la barca se postraron ante Él diciendo: Verdaderamente eres el Hijo de Dios». Éste es un acto de adoración que se reserva sólo a Dios. El pueblo de Israel había mantenido estrictamen¬te su fe monoteísta como signo de su identidad. El primer manda¬miento del decálogo dice: «Yo, Yahveh, soy tu Dios... No te postrarás ante otros dioses ni les darás culto, porque Yo, Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso» (Ex 20,2.5).  «Si eres tú…mándame ir donde ti sobre las aguas» La reacción de Pedro indica tanto su total confianza en Jesús como su fogoso temperamento ya que su pedido desafiaba claramente las leyes elementales de la naturaleza: «Mándame ir a ti caminando sobre las aguas». Tal vez para su sorpresa y la de los demás apóstoles, Jesús le responde con una palabra: «¡Ve¬n!». Y aquí empieza la aventura de la fe. Se puede explicar lo que es la fe de manera teórica. Pero lo que ahora sucede es una clara representación de lo que es la fe en Jesucristo. «Pedro se puso a caminar sobre las aguas yendo hacia Jesús». En la multiplicación de los panes, Pedro había visto claramente el poder de la palabra de Jesús. Sobre la base de esa misma palabra de Jesús, ahora no tiene duda y camina sobre las aguas. Mientras cree, el agua lo sostiene; pero cuando asoma la duda, cuando desvía su mirada del Maestro Bueno que lo ama y mira «la violencia del viento»; entra en su corazón la desconfianza, el miedo y comienza a hundirse. Entonces lanza un grito al único que es capaz de sacarlo de su angustiosa situación: «¡Señor, sálvame!». Pedro tendría que haber mante¬nido la actitud del creyente que dice: «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me tranquilizan» (Sal 23,4). Jesús lo toma; pero no deja de reprocharle su falta de fe: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».El hombre puede obtenerlo todo de Dios, porque Dios es omnipotente. Pero el poder de Dios queda bloqueado ante nuestra falta de fe. A Dios no se le pueden pedir las cosas «por si acaso», mientras nos aseguramos también por otro lado. Eso es lo mismo que desconfiar de su poder infinito. Por eso fueron beneficiados con milagros solamente quienes tenían fe en Cristo. Cuando Jesús veía que alguien tenía fe suficiente como para confiar que Él podía hacer un milagro, entonces lo hacía. Por ejemplo, en el caso del paralítico, cuando Jesús le dijo: «Leván¬tate, toma tu camilla y vete a tu casa», se requería una gran dosis de fe para obede¬cer. El paralítico creyó que Jesús podía sanarlo y por eso, «se levantó y se fue a su casa» (Mt 9,2ss). En otras ocasio¬nes cuando la gente se acerca¬ba para pedirle la salud de algún enfermo, Él solía responder: «Que te suceda como has creí¬do». Y esto es lo que ocurre cada vez que pedimos algo a Dios: nos sucede como hemos creído. A menudo hemos creído poco, pues somos «hombres y mujeres de poca fe», y por eso obtenemos poco. La promesa de Cristo no puede fallar: «Todo lo que pidáis con fe en la oración lo recibiréis» (Mt 21,22). Una palabra del Santo Padre: «Este relato es una hermosa imagen de la fe del apóstol Pedro. En la voz de Jesús que le dice: «Ven», él reconoció el eco del primer encuentro en la orilla de ese mismo lago, e inmediatamente, una vez más, dejó la barca y se dirigió hacia el Maestro. Y caminó sobre las aguas. La respuesta confiada y disponible ante la llamada del Señor permite realizar siempre cosas extraordinarias. Pero Jesús mismo nos dijo que somos capaces de hacer milagros con nuestra fe, la fe en Él, la fe en su palabra, la fe en su voz. En cambio Pedro comienza a hundirse en el momento en que aparta la mirada de Jesús y se deja arrollar por las adversidades que lo rodean. Pero el Señor está siempre allí, y cuando Pedro lo invoca, Jesús lo salva del peligro. En el personaje de Pedro, con sus impulsos y sus debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y con todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el encuentro del Señor resucitado, en medio de las tempestades y peligros del mundo. Es muy importante también la escena final. «En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios»!» (vv. 32-33). Sobre la barca estaban todos los discípulos, unidos por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, de la «poca fe». Pero cuando a esa barca vuelve a subir Jesús, el clima cambia inmediatamente: todos se sienten unidos en la fe en Él. Todos, pequeños y asustados, se convierten en grandes en el momento en que se postran de rodillas y reconocen en su maestro al Hijo de Dios. ¡Cuántas veces también a nosotros nos sucede lo mismo! Sin Jesús, lejos de Jesús, nos sentimos asustados e inadecuados hasta el punto de pensar que ya no podemos seguir. ¡Falta la fe! Pero Jesús siempre está con nosotros, tal vez oculto, pero presente y dispuesto a sostenernos.Esta es una imagen eficaz de la Iglesia: una barca que debe afrontar las tempestades y algunas veces parece estar en la situación de ser arrollada. Lo que la salva no son las cualidades y la valentía de sus hombres, sino la fe, que permite caminar incluso en la oscuridad, en medio de las dificultades. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús siempre a nuestro lado, con su mano que nos sostiene para apartarnos del peligro. Todos nosotros estamos en esta barca, y aquí nos sentimos seguros a pesar de nuestros límites y nuestras debilidades. Estamos seguros sobre todo cuando sabemos ponernos de rodillas y adorar a Jesús, el único Señor de nuestra vida. A ello nos llama siempre nuestra Madre, la Virgen. A ella nos dirigimos confiados». Papa Francisco. Ángelus 10 de agosto de 2014 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 1. «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».Esta pregunta el Señor la dirige a cada uno de nosotros.¿Cuántas veces el temor de los vientos (preocupaciones, tentaciones, etc.) nos hacen desviar nuestra mirada del maestro Bueno? 2. ¿Cómo está mi vida de oración? ¿Me doy los espacios para encontrarme con Dios? 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 154-155. 157. 166. 1028 -1029 texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de Adoración Nocturna Española en Toledo

sábado, 1 de agosto de 2020

Domingo, 2 de Agosto de 2020: 18º ord. A: Mt 14, 13-21


Hoy el evangelio nos muestra un milagro de los más conocidos e impactantes para los apóstoles, ya que lo relatan los 4 evangelistas. Aparece de manera tierna y viva la misericordia de Jesús, que va unida con su poder. Jesús había pasado aquel día predicando y haciendo el bien. La gente le seguía con fervor, despreocupados hasta de las necesidades vitales, como es el comer. Pero esas necesidades estaban allí y los apóstoles se dan cuenta. Este dato de los apóstoles es interesante, porque a veces nosotros convivimos con personas que tienen problemas diversos y nosotros “pasamos de ello”, como cuando muchas personas dicen: “ese es su problema”. Jesús quiere que seamos solidarios con las necesidades del prójimo, que en muchos casos pueden ser materiales, pero en otros casos serán necesidades del espíritu.

Los apóstoles piensan en una solución “a su altura”: que Jesús les despida y busquen algo para comer en las aldeas cercanas. Pero Jesús hoy nos quiere dar una gran lección: que, aunque Él vaya a hacer una gran maravilla con el milagro, quiere que nosotros colaboremos con algo. Jesús podía haber hecho el milagro de muchas maneras: simplemente podía haber hecho que la gente no tuviera hambre, o podría haber hecho que bajaran del cielo muchos panes u otros manjares, recordando lo que los israelitas creían haber sucedido con el maná del desierto. Pero Jesús pide la colaboración de los apóstoles. Sólo tienen cinco panes y dos peces. Con ello dará de comer a aquella multitud. Eran unos cinco mil hombres. Algunos piensan que cuando dice el evangelista “sin contar a las mujeres y niños” es una expresión machista. Quizá lo sea, porque así era la costumbre de entonces; pero la realidad parece ser que en aquel tiempo las multitudes que seguían a los profetas, como a Juan Bautista, se componían principalmente de hombres. Las mujeres y niños solían quedarse en casa.

Los gestos que usó Jesús: “alzando los ojos, bendijo, partió” son los mismos que realizó en la Ultima Cena para la Eucaristía. Por eso hay una gran similitud entre los dos hechos. Sin embargo, no es precisamente por los gestos, ya que eran los comunes que un padre de familia solía hacer al repartir el pan entre sus hijos. El símbolo está en que la Eucaristía es una multiplicación real de su propio Cuerpo que se nos da a todos los que queramos recibirlo, porque es para saciar el hambre espiritual.

Hay muchas enseñanzas en este milagro. Quizá la principal es que debemos ser solidarios en el mundo ante el hambre material y espiritual. El problema del hambre material en el mundo es muy grande. Y mientras no se solucione, no podrá haber verdadera paz, justicia y libertad. El problema del hambre es problema de egoísmo, porque el hecho es que alimentos sí hay; pero los recursos están limitados por los intereses particulares egoístas. También hay mucho dinero, pero mal empleado. Debemos escuchar lo que hoy en la primera lectura nos dice el profeta Isaías: “¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura?”. Por eso es necesaria una conversión espiritual. No sólo se gasta en lo que no quita el hambre y la sed, sino en lo que aumenta la angustia y la desazón.

Hay otra clase de hambre que Jesús ha venido a saciar. Jesús aquel día pensaba descansar y hablar íntimamente con sus apóstoles; pero se encontró con la multitud que le buscaba para escuchar la palabra de Dios “y se compadeció de ellos”. En otros lugares dice el evangelio “porque eran como ovejas sin pastor”. Hay muchos en la vida que están desorientados. Unos quieren orientarse y otros no. Lo peor suele suceder que cuanto más faltos están de la palabra de Dios, menos hambre tienen. Por eso una de las grandes colaboraciones que Dios quiere de nosotros es el suscitar interés por las cosas de Dios y suscitar interés por las cosas de nuestros hermanos. No nos contentemos con lo nuestro. La comida no es sólo la satisfacción orgánica de la persona, sino un convivir unidos para prepararnos a convivir en la eternidad.

Texto Anónimo

Domingo de la Semana 18ª del Tiempo Ordinario. Ciclo A – 2 de agosto de 2020 «Todos comieron hasta saciarse»


Lectura del libro del profeta Isaías (55, 1-3): Venid y comed.

Así dice el Señor: -«Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.»

Salmo 144,8-9.15-16.17-18: Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores. R./

El Señor es clemente y misericordioso, // lento a la cólera y rico en piedad; // el Señor es bueno con todos, // es cariñoso con todas sus criaturas. R./

Los ojos de todos te están aguardando, // tú les das la comida a su tiempo; // abres tú la mano, // y sacias de favores a todo viviente. R./

El Señor es justo en todos sus caminos, // es bondadoso en todas sus acciones; // cerca está el Señor de los que lo invocan, // de los que lo invocan sinceramente. R./

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos (8, 35. 37-39): Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo.

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (14, 13-21): Comieron todos hasta quedar satisfechos.

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: -Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús les replicó: -No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer. Ellos le replicaron: -Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces. Les dijo: -Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.


 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

Nos encontramos – en las lecturas dominicales- ante una de las verdades más consoladoras de la toda la Biblia: Dios nunca abandona al hombre. La lectura del profeta Isaías nos habla de ese gran banquete de los últimos tiempos al que todos estamos llamados. Basta que uno reconozca su «hambre o sed» y el amor de Dios (el Espíritu Santo) se derramará en ese corazón hambriento. «Si alguno tiene sed, que venga, si tiene hambre que acuda, no importa que no tenga dinero». El hambre y la sed expresan adecuadamente esa necesidad vital y profunda que el hombre experimenta de Dios y de su amor reconciliador (Primera Lectura).

En el Santo Evangelio aparece también un enorme grupo de hombres, mujeres y niños necesitados. Así como en el desierto del Sinaí, Yahveh multiplicó los medios de sustento del pueblo hambriento; así Jesús hoy dará de comer a una multitud que no tiene realmente cómo satisfacer su necesidad de alimento. El alimento material dado por Jesús nos lleva a la consideración de un alimento de carácter espiritual y que responde a la necesidad más esencial del hombre: su deseo profundo de Dios, su anhelo de sentirse eternamente amado por Dios. Justamente es este amor el que hace exclamar a San Pablo con franqueza y sencillez: «¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?» No hay potencia alguna que pueda apartarnos del amor de Cristo ya que en Él vemos al amoroso rostro del Padre que nos ama eternamente (Segunda Lectura).
 ¡Vengan a tomar agua todos los sedientos!

La lectura de este domingo forma parte del último capítulo del Deutero–Isaías que fue escrito, aproximadamente, en el siglo V antes de Cristo. La situación histórica de Israel era la del dominio de Ciro, rey de los Medos y de los Persas. Este pasaje tiene como contexto la visión mesiánica y escatológica que vivía el «pueblo elegido» en el destierro babilónico. Todo el capítulo 55 es una invitación a convertirse y a confiar en Dios mientras aún es tiempo para participar de los bienes de la nueva Alianza. Aparecen en este relato los temas de la salvación y la conversión de todas las naciones (Is 55, 4) motivada por la misericordia divina.

Los primeros versículos relatan la oferta de Dios que quiere brindar gratuitamente los bienes de la nueva Alianza a su pueblo. Agua, vino, leche y manjares sustanciosos son figuras simbólicas que, desde Jesucristo, sabemos que aluden a la delicia y riqueza de los bienes sublimes y espirituales de la Alianza definitiva que Dios realiza con los hombres. Leemos en el segundo versículo, el adolorido lamento del corazón de Dios que nos quiere decir: ¿por qué gastan su tiempo y afán en cosas que, de verdad, no los alimentan? ¿Por qué prefieren la falsa sabiduría del mundo y sus engañosas promesas? ¿Por qué corren atrás de espejismos y falsos tesoros? Sólo en la Nueva Alianza, el hombre será plenamente colmado y saciado en sus anhelos más profundos. «Él que beba del agua que yo le dé – nos dice Jesús - no tendrá sed jamás» (Jn 4,13). Finalmente se evoca la promesa davídica, no como restauración de la monarquía, sino como una promesa mesiánica y eterna.

 El Reino de los Cielos

En los tres últimos domingos, el Evangelio nos ha presentado diversas parábolas por medio de las cuales Jesús expuso el misterio del Reino de los Cielos. Este Domingo no nos presenta una parábola, sino un episodio real de la vida de Jesús: la multiplicación de los panes. Es un hecho que tiene un profundo significado ya que se refiere a las primicias de ese Reino prometido: la Iglesia.El episodio está introducido con una explicación de por qué la multitud estaba con Jesús en un lugar desierto. Después que Jesús fue informado sobre la decapita¬ción de Juan el Bautista por orden de Herodes, «Jesús se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar desierto» pero ya su palabra había cautivado a las multitudes. Nadie jamás había hablado como Él. Ya habían comprendido que sólo Él tiene palabras de vida eterna; de esas palabras que son necesa¬rias para nutrir, no esta vida corporal, sino la vida que estamos llamados a poseer por toda la eterni¬dad: la vida divina comunicada a nosotros. Por eso, lo siguen: «Cuando lo supieron las gentes, salieron tras Él viniendo a pie de las ciudades». Ya no se quieren separar de Él, olvidándose incluso del transcurrir de las horas y de algo tan esencial como es el comer.

 «Dadle vosotros de comer…»

La gente permanece con Él todo el día. El Evangelista San Marcos dice que Jesús «sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas» (Mc 6,34). En el relato de San Mateo se agrega que Jesús también «curó sus enfermedades». Cuando comienza a hacerse tarde los discípulos manifiestan su preocupación; se acercan a Jesús y le dicen que despida a la gente para que puedan llegar a los pueblos donde encontrarían comida ya que ellos estaban en «un lugar deshabitado». Los discípulos se muestran más preocupados por la gente que Jesús mismo. Pero al final del relato va a quedar claro que Jesús está libre de esa inquietud porque Él tiene poder para saciar a la gente sin necesidad de despedirla en ayunas.

Jesús responde a la inquietud de los apóstoles con una frase desconcertante, que, dicho con todo respeto, podría parecer hasta insensata: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer». Los apóstoles habían expresado una inquietud bien fundada: «el lugar está deshabitado». Pero además se han informado de la situación real y subrayan más la imposibilidad de lo propuesto por Jesús: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». Es como decir: «Lo que pides es realmente imposible». Es imposible, pero recordemos que «todo es posible para el que cree» (Mc 9,23). Jesús esperaba que ellos confiaran en Él y que se abandonaran a su palabra, que obedecieran a su mandato aunque - en su momento- no entendieran. Entonces, ¡el milagro de dar de comer a esa multitud en el desierto lo habrían hecho ellos! ¡La multiplicación de los panes la habrían obrado ellos ya que la fe puede mover montañas! La orden de Jesús: «Dadles vosotros de comer», tenía esa intención. Ellos debieron comenzar a partir los cinco panes y los dos peces y ¡se habrían multiplicado en sus manos!
Visto que no daban crédito a su palabra, para demostrarles que su orden no era insensata, Jesús dice, refiriéndose a esos cinco panes y dos peces: «Traédmelos acá». Ya que ellos rehusaron hacerlo, lo hará Él mismo y les demostrará lo que ellos también están llamados hacer: «Tomó los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente». El Evangelio nos informa que los que comieron «eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños». Y «comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos». Más asombroso habría sido si, obedeciendo a su mandato, el milagro lo hubieran hecho los apóstoles. Sin embargo, sí lo hicieron los apóstoles después que Jesús instituyó la Eucaristía y lo siguen haciendo sucesivamente hasta ahora los ministros del Señor; obedeciendo a su mandato: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22,19).Ellos nos dan el verdadero pan del cielo, el pan que sacia nuestra hambre de Dios. Participando de la Eucaristía cada Domingo todos podemos asistir a ese milagro obrado por los ministros del Señor y nutrirnos del pan de vida eterna que ellos nos dan. ¡Que nadie se prive de semejante alimento!

 «¿Quién nos separará del amor de Cristo?»

«¿Quién nos separará del amor de Cristo?… estoy seguro de que (nada ni nadie) podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro» ¿Quién puede tener tal convicción para exclamar esto con firmeza, sino aquél que ha experimentado vivamente el amor de Dios, manifestado en toda su plenitud y magnitud en el Señor Jesús? En su Hijo, hecho Hombre de María Virgen por obra del Espíritu Santo, el Padre nos ha mostrado cuanto nos ama, y cómo - una y otra vez, incansablemente, y de muchos modos, respetando siempre al máximo su libertad - sale al encuentro de nosotros para ofrecernos una «bebida» y un «alimento» capaz de apagar nuestra sed de infinito, capaz de satisfacer nuestra hambre de Dios. En efecto, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica que hay «otra clase de hambre de la que desfallecen los hombres: “No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8, 3), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. (…) «Hay hambre sobre la tierra, «más no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios” (Am 8, 11)» .

 Una palabra del Santo Padre:

«Así la muchedumbre le sigue por todas partes, para escucharle y para llevarle a los enfermos. Y viendo esto Jesús se conmueve. Jesús no es frío, no tiene un corazón frío. Jesús es capaz de conmoverse. Por una parte, Él se siente ligado a esta muchedumbre y no quiere que se vaya.

Aquel día, entonces, el Maestro se dedicó a la gente. Su compasión no es un vago sentimiento; muestra en cambio toda la fuerza de su voluntad de estar cerca de nosotros y de salvarnos.
Según llega la tarde, Jesús se preocupa de dar de comer a todas aquellas personas, cansadas y hambrientas y cuida de cuantos le siguen. Y quiere hacer partícipes de esto a sus discípulos. Efectivamente les dice: «dadles vosotros de comer» (v. 16). Y les demostró que los pocos panes y peces que tenían, con la fuerza de la fe y de la oración, podían ser compartidos por toda aquella gente. Jesús cumple un milagro, pero es el milagro de la fe, de la oración, suscitado por la compasión y el amor. Así Jesús «partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente» (v. 19). El Señor resuelve las necesidades de los hombres, pero desea que cada uno de nosotros sea partícipe concretamente de su compasión.

Ahora detengámonos en el gesto de bendición de Jesús: Él «tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, y partiendo los panes se los dio» (v. 19). Como se observa, son los mismos signos que Jesús realizó en la Última Cena; y son también los mismos que cada sacerdote realiza cuando celebra la Santa Eucaristía. La comunidad cristiana nace y renace continuamente de esta comunión eucarística.

Por ello, vivir la comunión con Cristo es otra cosa distinta a permanecer pasivos y ajenos a la vida cotidiana; por el contrario, nos introduce cada vez más en la relación con los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, para ofrecerles la señal concreta de la misericordia y de la atención de Cristo. Mientras nos nutre de Cristo, la Eucaristía que celebramos nos transforma poco a poco también a nosotros en cuerpo de Cristo y nutrimento espiritual para los hermanos. Jesús quiere llegar a todos, para llevar a todos el amor de Dios. Por ello convierte a cada creyente en servidor de la misericordia. Jesús ha visto a la muchedumbre, ha sentido compasión por ella y ha multiplicado los panes; así hace lo mismo con la Eucaristía. Y nosotros, creyentes que recibimos este pan eucarístico, estamos empujados por Jesús a llevar este servicio a los demás, con su misma compasión. Este es el camino.

La narración de la multiplicación de los panes y de los peces se concluye con la constatación de que todos se han saciado. Cuando Jesús con su compasión y su amor nos da una gracia, nos perdona los pecados, nos abraza, nos ama, no hace las cosas a medias, sino completamente. Como ha ocurrido aquí: todos se han saciado. Jesús llena nuestro corazón y nuestra vida de su amor, de su perdón, de su compasión. Jesús, por lo tanto, ha permitido a sus discípulos seguir su orden. De esta manera ellos conocen la vía que hay que recorrer: dar de comer al pueblo y tenerlo unido; es decir, estar al servicio de la vida y de la comunión. Invoquemos al Señor, para que haga siempre a su Iglesia capaz de este santo servicio, y para que cada uno de nosotros pueda ser instrumento de comunión en la propia familia, en el trabajo, en la parroquia y en los grupos de pertenencia, una señal visible de la misericordia de Dios que no quiere dejar a nadie en soledad o con necesidad, para que descienda la comunión y la paz entre los hombres y la comunión de los hombres con Dios, porque esta comunión es la vida para todos».

Papa Francisco. Audiencia General. Miércoles 17 de agosto de 2016.




 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. «¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta y sus gananciasen algo que no sacia?». ¿Cómo se aplica este lamento del corazón de Dios que leemos en la Primera Lectura en nuestras vidas?

2. ¿Descubro la real necesidad que tengo de la Eucaristía para saciar mi hambre de Dios especialmente en estos momentos donde no vamos a misa hace muchos meses?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1335- 1336. 2828- 2837.





texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, PRESIDENTE DIOCESANO de ADORACION NOCTURNA ESPAÑOLA en TOLEDO