sábado, 29 de enero de 2022
4ª semana del tiempo ordinario. Domingo C: Lc 4, 21-30
Hoy comienza el evangelio con la frase con la que terminaba el domingo anterior. Jesús ha ido a la sinagoga de Nazaret y comenta unas palabras que ha leído del profeta Isaías. El profeta hablaba de las maravillas que Dios haría en los tiempos mesiánicos con los enfermos, predicándose la bondad de Dios a los pobres. Jesús comenta: “Hoy se están realizando estas maravillas”. Seguramente que hablaría bastante de esto último: sobre la bondad de Dios que se derrama sobre todos, pero muy especialmente con los pobres y oprimidos. El era un instrumento de Dios.
El evangelio de hoy es para contarnos la reacción de la gente a las palabras de Jesús. Parece que al principio hay una buena reacción de la mayoría, admirados por las palabras de Jesús, llenas de gracia. Pero poco a poco viene la extrañeza, la envidia de algunos que no soportan que uno de los suyos les venga a dar lecciones, sobre todo cuando Jesús llegase a las conclusiones: de que todos debemos ser imitadores de la bondad de Dios, y especialmente en un sentido universalista. A la envidia siguió el odio y al odio las acciones violentas. La gente, como suele suceder muchas veces, como sucedería el Viernes Santo, sigue a los principales del pueblo en la violencia.
Dicen algunos que quizá san Lucas resume diversas visitas de Jesús a Nazaret. En una le admirarían entusiasmados, pero en otra dominarían los envidiosos hasta llegar a querer matar a Jesús. Otros dicen que no hubo un cambio tan grande de sentimientos, sino que, cuando dice el evangelista que “se admiraron” era en sentido peyorativo: es decir que se extrañaron, con cierto estupor, de que un paisano suyo, sin instrucción, hijo de José, que había sido un hombre sencillo, ahora no sólo interpretase a Isaías, sino que se tomase la libertad de cambiar en algo el mensaje. Esto es porque Jesús no leyó todo lo que el profeta decía, que añadía: “proclamar el desquite de nuestro Dios”. Estas últimas palabras acentuaban un sentimiento nacionalista e incitaban a los violentos a vengarse de los enemigos y de los extranjeros. Jesús conscientemente no habló de este sentimiento, sino que acentuó más la misericordia de Dios.
Como Jesús se vio atacado, se defendió acentuando la misericordia de Dios con algunos extranjeros, como aparecía en el Ant. Testamento. Así recordó la misericordia de Dios con una mujer libanesa y un general sirio. Este recuerdo hoy mismo en Israel sería como una bomba. Es lo que pasó con aquellos nazaretanos que, como la mayoría de los galileos, eran muy nacionalistas y fanáticos de su Dios, como si sólo fuese bueno para ellos y fuese extraño y hostil para los extranjeros. Al anunciar este año de gracia de parte de Dios para todos, los nazaretanos creían que Jesús fuese un traidor.
Esta frase: “¿No es éste hijo de José?”, es como una excusa para no seguir las palabras de Jesús. Nosotros también ponemos excusas a Dios, cuando nos habla por medio del papa y de algún buen predicador. Ponemos excusas pensando que es una persona como nosotros. Las buscamos con tal de no seguir la bondad del Señor.
También hoy se nos propone a Jesucristo como modelo a seguir. Dios quiere hablar a través de nosotros. Nos escoge para que seamos profetas, dando testimonio de la bondad de Dios con nuestras obras y a veces con nuestras palabras. Pero nos da miedo, nos dan ganas de dimitir para no complicarnos la vida. Esto le pasó al profeta Jeremías. Hoy leemos en la 1ª lectura cómo Dios le manda ir a predicar y le tiene que dar ánimo, como si tuviera que ir a una batalla. En realidad para predicar el Reino de Dios en este mundo, donde domina la comodidad, se necesita ser valiente.
También Jesús tuvo que ser valiente. No busca halagar a nadie, sino que descubre las actitudes falsas, para que triunfe siempre la verdad. Aquellos nazaretanos creían conocer a Jesús y cerraron su corazón a la palabra de Dios. Nosotros a veces cerramos nuestro corazón, porque nos dejamos llevar por prejuicios. Dios no tiene acepción de personas, sino que acepta al que hace el bien, sea de donde sea.
4ª semana del tiempo ordinario. Domingo C: Lc 4, 21-30 Hoy comienza el evangelio con la frase con la que terminaba el domingo anterior
. Jesús ha ido a la sinagoga de Nazaret y comenta unas palabras que ha leído del profeta Isaías. El profeta hablaba de las maravillas que Dios haría en los tiempos mesiánicos con los enfermos, predicándose la bondad de Dios a los pobres. Jesús comenta: “Hoy se están realizando estas maravillas”. Seguramente que hablaría bastante de esto último: sobre la bondad de Dios que se derrama sobre todos, pero muy especialmente con los pobres y oprimidos. El era un instrumento de Dios.
El evangelio de hoy es para contarnos la reacción de la gente a las palabras de Jesús. Parece que al principio hay una buena reacción de la mayoría, admirados por las palabras de Jesús, llenas de gracia. Pero poco a poco viene la extrañeza, la envidia de algunos que no soportan que uno de los suyos les venga a dar lecciones, sobre todo cuando Jesús llegase a las conclusiones: de que todos debemos ser imitadores de la bondad de Dios, y especialmente en un sentido universalista. A la envidia siguió el odio y al odio las acciones violentas. La gente, como suele suceder muchas veces, como sucedería el Viernes Santo, sigue a los principales del pueblo en la violencia.
Dicen algunos que quizá san Lucas resume diversas visitas de Jesús a Nazaret. En una le admirarían entusiasmados, pero en otra dominarían los envidiosos hasta llegar a querer matar a Jesús. Otros dicen que no hubo un cambio tan grande de sentimientos, sino que, cuando dice el evangelista que “se admiraron” era en sentido peyorativo: es decir que se extrañaron, con cierto estupor, de que un paisano suyo, sin instrucción, hijo de José, que había sido un hombre sencillo, ahora no sólo interpretase a Isaías, sino que se tomase la libertad de cambiar en algo el mensaje. Esto es porque Jesús no leyó todo lo que el profeta decía, que añadía: “proclamar el desquite de nuestro Dios”. Estas últimas palabras acentuaban un sentimiento nacionalista e incitaban a los violentos a vengarse de los enemigos y de los extranjeros. Jesús conscientemente no habló de este sentimiento, sino que acentuó más la misericordia de Dios.
Como Jesús se vio atacado, se defendió acentuando la misericordia de Dios con algunos extranjeros, como aparecía en el Ant. Testamento. Así recordó la misericordia de Dios con una mujer libanesa y un general sirio. Este recuerdo hoy mismo en Israel sería como una bomba. Es lo que pasó con aquellos nazaretanos que, como la mayoría de los galileos, eran muy nacionalistas y fanáticos de su Dios, como si sólo fuese bueno para ellos y fuese extraño y hostil para los extranjeros. Al anunciar este año de gracia de parte de Dios para todos, los nazaretanos creían que Jesús fuese un traidor.
Esta frase: “¿No es éste hijo de José?”, es como una excusa para no seguir las palabras de Jesús. Nosotros también ponemos excusas a Dios, cuando nos habla por medio del papa y de algún buen predicador. Ponemos excusas pensando que es una persona como nosotros. Las buscamos con tal de no seguir la bondad del Señor.
También hoy se nos propone a Jesucristo como modelo a seguir. Dios quiere hablar a través de nosotros. Nos escoge para que seamos profetas, dando testimonio de la bondad de Dios con nuestras obras y a veces con nuestras palabras. Pero nos da miedo, nos dan ganas de dimitir para no complicarnos la vida. Esto le pasó al profeta Jeremías. Hoy leemos en la 1ª lectura cómo Dios le manda ir a predicar y le tiene que dar ánimo, como si tuviera que ir a una batalla. En realidad para predicar el Reino de Dios en este mundo, donde domina la comodidad, se necesita ser valiente.
También Jesús tuvo que ser valiente. No busca halagar a nadie, sino que descubre las actitudes falsas, para que triunfe siempre la verdad. Aquellos nazaretanos creían conocer a Jesús y cerraron su corazón a la palabra de Dios. Nosotros a veces cerramos nuestro corazón, porque nos dejamos llevar por prejuicios. Dios no tiene acepción de personas, sino que acepta al que hace el bien, sea de donde sea.
4ª semana del tiempo ordinario. Domingo C: Lc 4, 21-30 Hoy comienza el evangelio con la frase con la que terminaba el domingo anterior. Jesús ha ido a la sinagoga de Nazaret y comenta unas palabras que ha leído del profeta Isaías.
El profeta hablaba de las maravillas que Dios haría en los tiempos mesiánicos con los enfermos, predicándose la bondad de Dios a los pobres. Jesús comenta: “Hoy se están realizando estas maravillas”. Seguramente que hablaría bastante de esto último: sobre la bondad de Dios que se derrama sobre todos, pero muy especialmente con los pobres y oprimidos. El era un instrumento de Dios.
El evangelio de hoy es para contarnos la reacción de la gente a las palabras de Jesús. Parece que al principio hay una buena reacción de la mayoría, admirados por las palabras de Jesús, llenas de gracia. Pero poco a poco viene la extrañeza, la envidia de algunos que no soportan que uno de los suyos les venga a dar lecciones, sobre todo cuando Jesús llegase a las conclusiones: de que todos debemos ser imitadores de la bondad de Dios, y especialmente en un sentido universalista. A la envidia siguió el odio y al odio las acciones violentas. La gente, como suele suceder muchas veces, como sucedería el Viernes Santo, sigue a los principales del pueblo en la violencia.
Dicen algunos que quizá san Lucas resume diversas visitas de Jesús a Nazaret. En una le admirarían entusiasmados, pero en otra dominarían los envidiosos hasta llegar a querer matar a Jesús. Otros dicen que no hubo un cambio tan grande de sentimientos, sino que, cuando dice el evangelista que “se admiraron” era en sentido peyorativo: es decir que se extrañaron, con cierto estupor, de que un paisano suyo, sin instrucción, hijo de José, que había sido un hombre sencillo, ahora no sólo interpretase a Isaías, sino que se tomase la libertad de cambiar en algo el mensaje. Esto es porque Jesús no leyó todo lo que el profeta decía, que añadía: “proclamar el desquite de nuestro Dios”. Estas últimas palabras acentuaban un sentimiento nacionalista e incitaban a los violentos a vengarse de los enemigos y de los extranjeros. Jesús conscientemente no habló de este sentimiento, sino que acentuó más la misericordia de Dios.
Como Jesús se vio atacado, se defendió acentuando la misericordia de Dios con algunos extranjeros, como aparecía en el Ant. Testamento. Así recordó la misericordia de Dios con una mujer libanesa y un general sirio. Este recuerdo hoy mismo en Israel sería como una bomba. Es lo que pasó con aquellos nazaretanos que, como la mayoría de los galileos, eran muy nacionalistas y fanáticos de su Dios, como si sólo fuese bueno para ellos y fuese extraño y hostil para los extranjeros. Al anunciar este año de gracia de parte de Dios para todos, los nazaretanos creían que Jesús fuese un traidor.
Esta frase: “¿No es éste hijo de José?”, es como una excusa para no seguir las palabras de Jesús. Nosotros también ponemos excusas a Dios, cuando nos habla por medio del papa y de algún buen predicador. Ponemos excusas pensando que es una persona como nosotros. Las buscamos con tal de no seguir la bondad del Señor.
También hoy se nos propone a Jesucristo como modelo a seguir. Dios quiere hablar a través de nosotros. Nos escoge para que seamos profetas, dando testimonio de la bondad de Dios con nuestras obras y a veces con nuestras palabras. Pero nos da miedo, nos dan ganas de dimitir para no complicarnos la vida. Esto le pasó al profeta Jeremías. Hoy leemos en la 1ª lectura cómo Dios le manda ir a predicar y le tiene que dar ánimo, como si tuviera que ir a una batalla. En realidad para predicar el Reino de Dios en este mundo, donde domina la comodidad, se necesita ser valiente.
También Jesús tuvo que ser valiente. No busca halagar a nadie, sino que descubre las actitudes falsas, para que triunfe siempre la verdad. Aquellos nazaretanos creían conocer a Jesús y cerraron su corazón a la palabra de Dios. Nosotros a veces cerramos nuestro corazón, porque nos dejamos llevar por prejuicios. Dios no tiene acepción de personas, sino que acepta al que hace el bien, sea de donde sea.
padre, don SILVERIO
Domingo de la Semana 4ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C – 30 de enero de 2022 «Pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó»
Lectura del libro del profeta Jeremías (1, 4-5.17-19): Te constituí profeta de las naciones.
En los días de Josías, el Señor me dirigió la palabra: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones. Tú cíñete los lomos: prepá-rate para decirles todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, o seré yo quien te intimide.
Desde ahora te convierto en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y al pueblo de la tierra.
Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—».
Salm0 70,1-2.3-4a.5-6ab.15ab.17: Mi boca contará tu salvación, Señor. R./
A ti, Señor, me acojo: // no quede yo derrotado para siempre. // Tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, // inclina a mí tu oído y sálvame. R./
Sé tú mi roca de refugio, // el alcázar donde me salve, // porque mi peña y mi alcázar eres tú. // Dios mío, líbrame de la mano perversa. R./
Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza // y mi confianza, Señor, desde mi juventud. // En el vientre ma-terno ya me apoyaba en ti, // en el seno tú me sostenías. R./
Mi boca contará tu justicia, // y todo el día tu salvación, // Dios mío, me instruiste desde mi juventud, // y hasta hoy relato tus maravillas. R./
Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (12, 31-13,13) Quedan la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.
Hermanos: Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente.
Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde.
Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mo-ver montañas, pero no tengo amor, no sería nada.
Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.
El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasa nunca. Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimien-to se acabará. Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos; mas, cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios.
En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (4, 21-30): Jesús, como Elías y Eliseo, no solo es en-viado a los judíos.
En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que aca-báis de oír». Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Mé-dico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm».
Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Is-rael había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin em-bargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Este Domingo las lecturas nos van a ayudar a meditar en algo que es fundamental para todo ser hu-mano: ¿qué es lo que Dios quiere de mí? ¿Para qué he sido creado? ¿Cuál es mi misión en este pasajero mundo? Jeremías, Pablo y el Señor Jesús nos van a mostrar, cada uno, la misión a la cual Dios nos ha convocado. Tres hombres con una única misión. El centro es sin duda Jesucristo, plenitud de la revelación. Nuestro Señor Jesús es el enviado del Padre para traernos la reconciliación a todos los hombres, sin distin-ción alguna entre judíos y gentiles (Evangelio).
La misión profética de Jesús está prefigurada en Jeremías, el gran profeta de Anatot durante el primer cuarto del siglo VI a.C., de cuya vocación y misión, en tiempos de la reforma religiosa del rey Josías y luego durante el asedio y la caída de Jerusalén, trata la Primera Lectura. Pablo, antes Saulo de Tarso, lleva ade-lante la enorme misión evangelizadora dada a los apóstoles directamente por Jesús, compartiéndonos en esta bella lectura, lo único que debe de alimentar el corazón del hombre: el amor.
«Antes de formarte…antes que salieras del seno…te consagré»
La vocación de Jeremías nos ayuda a entender el maravilloso designio de Dios para cada uno de noso-tros. Como la mayoría de las narraciones vocacionales, subraya la irrupción de Dios en la vida del hombre como algo inesperado y diferente. La palabra indica el carácter personal de esa comunicación divina; el imperativo expresa la experiencia del impulso irresistible; la objeción no es mero desahogo, sino que recoge las dificultades reales de la llamada y supone su libertad de aceptación; el signo externo, finalmente, equiva-le a las credenciales del enviado. Saber qué es lo que Dios quiere de mí debe ser una constante experiencia vital, pero aquí vemos ese primer momento crucial donde la persona toma conciencia de su propia dignidad y por lo tanto, de su llamado personal.
La misión de arrancar y arrasar, edificar y plantar (ver Jr 18,7; 31,28; 24,6; 31,40; 42,10 y 45,4), resume admirablemente las dos dimensiones fundamentales de la misión profética de Jeremías y, porqué no decir-lo, de todo cristiano: denuncia del pecado y el error; anuncio de la salvación y la reconciliación de Dios. La misión recibida obliga al profeta a estar preparado interna y externamente. Deberá hacer acopio de fortale-za para soportar los obstáculos y enemigos; comenzando por su propia fragilidad personal. Dios sale al en-cuentro y le dice que no tema porque «yo estoy contigo para salvarte».
«La mayor de todas es la caridad»
La Segunda Lectura es sin duda, una de las páginas más bellas de toda la Sagrada Escritura. Alguien ha llamado a esta singular página paulina el Cantar de los Cantares de la Nueva Alianza. También se la conoce habitualmente con el título de «himno al amor» o «himno a la caridad»; no tanto por el ritmo poético, que no es evidente, cuanto por el bello contenido. Este himno no está desvinculado del contexto inmediato, pues aunque su mensaje es eterno, cada línea, cada afirmación está orientada a iluminar a los corintios sobre el tema de los carismas.
Todo el mensaje se despliega en tres magníficas estrofas. Ante todo sin amor hasta las mejores cosas se reducen a la nada (1 Cor 13,1-3). Ni los carismas más apreciados, ni el conocimiento más sublime, ni la fe más acendrada, ni la limosna más generosa, valen algo desconectados del amor. Sólo el amor, el verdade-ro amor cristiano hace que tengan valor todas las realidades y comportamientos del creyente. En un se-gundo párrafo nos dice que el amor es el manantial de todos los bienes (1 Cor 13,4-7). En esta estrofa enumera san Pablo quince características o cualidades del verdadero amor al que presenta literariamente personificado de manera semejante a como se personifica a la sabiduría en los pasajes del Antiguo Testa-mento citados más arriba. Siete de estas cualidades se formulan positivamente y otras ocho de forma ne-gativa. Y se trata de cosas sencillas y cotidianas para que nadie piense que el amor es cosa de «sabios y entendidos». Pero al mismo tiempo se insinúa que ser fieles a este amor supone un comportamiento heroi-co, porque el común de los hombres, los corintios en concreto, actúan justamente al revés.
Finalmente, el amor es ya aquí y ahora lo que será eternamente ya que por él participamos de la misma vida divina (1 Cor 13,8-13). El amor del que aquí habla San Pablo no es el amor egoísta y autosuficiente. Es el amor cristiano (ágape) que se dirige conjuntamente a Dios y a nuestros hermanos, y que ha sido derra-mado por el Espíritu Santo en nuestros corazones (ver Rom 5,5); es, en fin, un amor sin límites como el que nos ha mostrado Jesús al entregarse por cada uno de nosotros.
Nos ha dicho Benedicto XVI en Deus Caritas est: «Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un “mandamiento” externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor. El amor es “divino” porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea “ todo para todos” (cf. 1 Co 15, 28)» .
«¿No es éste el hijo de José?»
Cualquier persona que lea con atención el Evangelio de hoy puede percibir que se produce un cambio brusco en la multitud que escuchaba a Jesús. Después del discurso inaugural en que Jesús, explicando la profecía mesiánica de Isaías, la apropia a su persona (como se comentaba el Domingo pasado), el Evange-lio observa: «Todos en la sinagoga daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca». En términos modernos se podría decir que Jesús gozaba de gran populari-dad. Pero al final de la lectura la situación es exactamente la contraria ya que querían arrojarlo por despe-ñadero. ¿Qué pasó? ¿Por qué se produjo este cambio en el público? Lo que media entre ambas reacciones no es suficiente para explicar un cambio tan radical.
Cuando Jesús concluyó sus palabras, ganándose la admira¬ción y el entusiasmo de todos, a alguien se le ocurrió poner en duda su credibilidad recordando la humildad de su origen. Recordemos que esto ocurría en Nazaret donde Jesús se había criado. No pueden creer que alguien a quien conocen desde pequeño pueda haberse destacado así, y se preguntan: «¿De dónde le viene esto? ¿Qué sabiduría es ésta que le ha sido dada?... ¿No es éste el carpintero, el hijo de Ma¬ría...?» (Mc 6,2-3). La envidia, esta pasión humana tan anti-gua, entra en juego y los ciega, impidiéndoles admitir la realidad de Jesús. Esto da pie para que Jesús diga la famosa sentencia: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria». Y les cita dos episodios de la historia sagrada en que Dios despliega su poder salvador sobre dos extranjeros. Cuando un predicador goza de prestigio y aceptación puede decir a sus oyentes esto y mucho más sin provocar por eso su ira. Es que aquí hay algo más profundo; aquí está teniendo cumplimiento lo que todos los evangelis-tas regis¬tran perple¬jos: «Vino a los suyos y los suyos no lo recibie¬ron» (Jn 1,11). Estamos ante el misterio de la iniquidad humana: aquél que era «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14) iba a ser rechazado por los hombres hasta el punto de someterlo a la muerte más ignominiosa. Pero, aunque «nadie es profeta en su tierra» y la autoridad de Jesús era contesta¬da, aunque fue sacado de la sinagoga y de la ciudad a empujo-nes con intención de despeñarlo, sin embargo, Jesús mantiene su majestad, y queda dueño de la situación.
El pueblo de Israel, que había esperado y anhelado la venida del Mesías durante siglos y generaciones, cuando el Mesías vino, no lo reconocieron. Es que tenían otra idea de lo que debía ser el Mesías y no fueron capaces de convertir¬se a la idea del Mesías que tenía Dios. Un Mesías pobre que no tiene dónde reclinar su cabeza, que anuncia la Buena Noticia a los pobres y los declara «bienaventurados», que come con los pu-blicanos y pecadores y los llama a conver¬sión, esto no cuadraba con la idea del Mesías que se había for-mado Israel. La aceptación de Jesús como el Salvador, exigía un cambio radical de mentalidad; para decir-lo breve, exigía un acto de profunda fe. Y este Evangelio se sigue repitiendo hoy, porque también hoy Je-sús, por medio de su Iglesia, sigue diciendo las mismas cosas que provocaron el rechazo de sus contempo-ráneos. Y esas cosas provocan el rechazo también de muchos hombres y mujeres de hoy. También hoy es necesario un acto de confianza para aceptar a Jesús; estamos hablando del verdadero Jesús, es decir, del Jesús que no se encuentra sino en su Iglesia. Porque también hoy hay muchos que se han hecho una idea propia de Jesús, una idea de Jesús que les es simpática y que no los incomoda de ninguna manera, porque no les exige nada.
Una palabra del Santo Padre:
El Papa partió del relato del retorno de Jesús a Nazaret, como lo propone Lucas (4, 16-30) en uno de los pasajes del Evangelio entre los más «dramáticos», en el que —dijo el Pontífice— «se puede ver cómo es nuestra alma» y cómo el viento puede hacer que gire de una parte a otra. En Nazaret, como explicó el San-to Padre, «todos esperaban a Jesús. Querían encontrarle. Y Él fue a encontrar a su gente. Por primera vez volvía a su lugar. Y ellos le esperaban porque habían oído todo lo que Jesús había hecho en Cafarnaúm, los milagros. Y cuando inicia la ceremonia, como es costumbre, piden al huésped que lea el libro. Jesús hace esto y lee el libro del profeta Isaías, que era un poco la profecía sobre Él y por esto concluye la lectu-ra diciendo: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”».
La primera reacción —explicó el Pontífice— fue bellísima; todos lo apreciaron. Pero después en el ánimo de alguno empezó a insinuarse la carcoma de la envidia y comenzó a decir: «¿Pero dónde ha estudiado éste? ¿No es éste el hijo de José? Y nosotros conocemos a toda la familia. ¿Pero en qué universidad ha estudiado?». Y empezaron a pretender que Él hiciera un milagro: sólo después creerían. «Ellos —precisó el Papa— querían el espectáculo: “Haz un milagro y todos nosotros creeremos en ti”. Pero Jesús no es un artista».
Jesús no hizo milagros en Nazaret. Es más, subrayó la poca fe de quien pedía el «espectáculo». Estos, observó el Papa Francisco, «se enfadaron mucho, y, levantándose, empujaban a Jesús hasta el monte para despeñarle y matarle». Lo que había empezado de una manera alegre corría peligro de concluir con un crimen, la muerte de Jesús «por los celos, por la envidia». Pero no se trata solamente de un suceso de hace dos mil años, evidenció el Obispo de Roma. «Esto —dijo— sucede cada día en nuestro corazón, en nuestras comunidades» cada vez que se acoge a alguien hablando bien de él el primer día y después cada vez menos hasta llegar a la habladuría casi al punto de «despellejarlo». Quien, en una comunidad, parlotea contra un hermano acaba por «quererlo matar», subrayó el Pontífice. «El apóstol Juan —recordó—, en la primera carta, capítulo 3, versículo 15, nos dice esto: el que odia en su corazón a su hermano es un homi-cida». Y el Papa añadió enseguida: «estamos habituados a la locuacidad, a las habladurías» y a menudo transformamos nuestras comunidades y también nuestra familia en un «infierno» donde se manifiesta esta forma de criminalidad que lleva a «matar al hermano y a la hermana con la lengua».
Entonces, ¿cómo construir una comunidad?, se preguntó el Pontífice. Así «como es el cielo», respondió; así como anuncia la Palabra de Dios: «Llega la voz del arcángel, el sonido de la trompa de Dios, el día de la resurrección. Y después de esto dice: y así para siempre estaremos con el Señor». Por lo tanto, «para que haya paz en una comunidad, en una familia, en un país, en el mundo, debemos empezar a estar con el Se-ñor. Y donde está el Señor no hay envidia, no está la criminalidad, no existen celos. Hay fraternidad. Pida-mos esto al Señor: jamás matar al prójimo con nuestra lengua y estar con el Señor como todos nosotros estaremos en el cielo».
Papa Francisco. Misa matutina. Lunes 2 de septiembre de 2013
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. ¿Cómo puedo predicar la Palabra de Dios en mi vida diaria? ¿En qué momentos lo podría hacer?
2. Todos estamos llamados a conocer lo que Dios quiere de nosotros de manera particular. Recemos para saber entender nuestra vida desde lo que Dios quiere.
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 494. 781. 897-913.
Domingo de la Semana 4ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C – 30 de enero de 2022 «Pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó»
Lectura del libro del profeta Jeremías (1, 4-5.17-19): Te constituí profeta de las naciones.
En los días de Josías, el Señor me dirigió la palabra: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones. Tú cíñete los lomos: prepá-rate para decirles todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, o seré yo quien te intimide.
Desde ahora te convierto en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y al pueblo de la tierra.
Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—».
Salm0 70,1-2.3-4a.5-6ab.15ab.17: Mi boca contará tu salvación, Señor. R./
A ti, Señor, me acojo: // no quede yo derrotado para siempre. // Tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, // inclina a mí tu oído y sálvame. R./
Sé tú mi roca de refugio, // el alcázar donde me salve, // porque mi peña y mi alcázar eres tú. // Dios mío, líbrame de la mano perversa. R./
Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza // y mi confianza, Señor, desde mi juventud. // En el vientre ma-terno ya me apoyaba en ti, // en el seno tú me sostenías. R./
Mi boca contará tu justicia, // y todo el día tu salvación, // Dios mío, me instruiste desde mi juventud, // y hasta hoy relato tus maravillas. R./
Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (12, 31-13,13) Quedan la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.
Hermanos: Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente.
Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde.
Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mo-ver montañas, pero no tengo amor, no sería nada.
Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.
El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasa nunca. Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimien-to se acabará. Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos; mas, cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios.
En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (4, 21-30): Jesús, como Elías y Eliseo, no solo es en-viado a los judíos.
En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que aca-báis de oír». Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Mé-dico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm».
Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Is-rael había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin em-bargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Este Domingo las lecturas nos van a ayudar a meditar en algo que es fundamental para todo ser hu-mano: ¿qué es lo que Dios quiere de mí? ¿Para qué he sido creado? ¿Cuál es mi misión en este pasajero mundo? Jeremías, Pablo y el Señor Jesús nos van a mostrar, cada uno, la misión a la cual Dios nos ha convocado. Tres hombres con una única misión. El centro es sin duda Jesucristo, plenitud de la revelación. Nuestro Señor Jesús es el enviado del Padre para traernos la reconciliación a todos los hombres, sin distin-ción alguna entre judíos y gentiles (Evangelio).
La misión profética de Jesús está prefigurada en Jeremías, el gran profeta de Anatot durante el primer cuarto del siglo VI a.C., de cuya vocación y misión, en tiempos de la reforma religiosa del rey Josías y luego durante el asedio y la caída de Jerusalén, trata la Primera Lectura. Pablo, antes Saulo de Tarso, lleva ade-lante la enorme misión evangelizadora dada a los apóstoles directamente por Jesús, compartiéndonos en esta bella lectura, lo único que debe de alimentar el corazón del hombre: el amor.
«Antes de formarte…antes que salieras del seno…te consagré»
La vocación de Jeremías nos ayuda a entender el maravilloso designio de Dios para cada uno de noso-tros. Como la mayoría de las narraciones vocacionales, subraya la irrupción de Dios en la vida del hombre como algo inesperado y diferente. La palabra indica el carácter personal de esa comunicación divina; el imperativo expresa la experiencia del impulso irresistible; la objeción no es mero desahogo, sino que recoge las dificultades reales de la llamada y supone su libertad de aceptación; el signo externo, finalmente, equiva-le a las credenciales del enviado. Saber qué es lo que Dios quiere de mí debe ser una constante experiencia vital, pero aquí vemos ese primer momento crucial donde la persona toma conciencia de su propia dignidad y por lo tanto, de su llamado personal.
La misión de arrancar y arrasar, edificar y plantar (ver Jr 18,7; 31,28; 24,6; 31,40; 42,10 y 45,4), resume admirablemente las dos dimensiones fundamentales de la misión profética de Jeremías y, porqué no decir-lo, de todo cristiano: denuncia del pecado y el error; anuncio de la salvación y la reconciliación de Dios. La misión recibida obliga al profeta a estar preparado interna y externamente. Deberá hacer acopio de fortale-za para soportar los obstáculos y enemigos; comenzando por su propia fragilidad personal. Dios sale al en-cuentro y le dice que no tema porque «yo estoy contigo para salvarte».
«La mayor de todas es la caridad»
La Segunda Lectura es sin duda, una de las páginas más bellas de toda la Sagrada Escritura. Alguien ha llamado a esta singular página paulina el Cantar de los Cantares de la Nueva Alianza. También se la conoce habitualmente con el título de «himno al amor» o «himno a la caridad»; no tanto por el ritmo poético, que no es evidente, cuanto por el bello contenido. Este himno no está desvinculado del contexto inmediato, pues aunque su mensaje es eterno, cada línea, cada afirmación está orientada a iluminar a los corintios sobre el tema de los carismas.
Todo el mensaje se despliega en tres magníficas estrofas. Ante todo sin amor hasta las mejores cosas se reducen a la nada (1 Cor 13,1-3). Ni los carismas más apreciados, ni el conocimiento más sublime, ni la fe más acendrada, ni la limosna más generosa, valen algo desconectados del amor. Sólo el amor, el verdade-ro amor cristiano hace que tengan valor todas las realidades y comportamientos del creyente. En un se-gundo párrafo nos dice que el amor es el manantial de todos los bienes (1 Cor 13,4-7). En esta estrofa enumera san Pablo quince características o cualidades del verdadero amor al que presenta literariamente personificado de manera semejante a como se personifica a la sabiduría en los pasajes del Antiguo Testa-mento citados más arriba. Siete de estas cualidades se formulan positivamente y otras ocho de forma ne-gativa. Y se trata de cosas sencillas y cotidianas para que nadie piense que el amor es cosa de «sabios y entendidos». Pero al mismo tiempo se insinúa que ser fieles a este amor supone un comportamiento heroi-co, porque el común de los hombres, los corintios en concreto, actúan justamente al revés.
Finalmente, el amor es ya aquí y ahora lo que será eternamente ya que por él participamos de la misma vida divina (1 Cor 13,8-13). El amor del que aquí habla San Pablo no es el amor egoísta y autosuficiente. Es el amor cristiano (ágape) que se dirige conjuntamente a Dios y a nuestros hermanos, y que ha sido derra-mado por el Espíritu Santo en nuestros corazones (ver Rom 5,5); es, en fin, un amor sin límites como el que nos ha mostrado Jesús al entregarse por cada uno de nosotros.
Nos ha dicho Benedicto XVI en Deus Caritas est: «Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un “mandamiento” externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor. El amor es “divino” porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea “ todo para todos” (cf. 1 Co 15, 28)» .
«¿No es éste el hijo de José?»
Cualquier persona que lea con atención el Evangelio de hoy puede percibir que se produce un cambio brusco en la multitud que escuchaba a Jesús. Después del discurso inaugural en que Jesús, explicando la profecía mesiánica de Isaías, la apropia a su persona (como se comentaba el Domingo pasado), el Evange-lio observa: «Todos en la sinagoga daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca». En términos modernos se podría decir que Jesús gozaba de gran populari-dad. Pero al final de la lectura la situación es exactamente la contraria ya que querían arrojarlo por despe-ñadero. ¿Qué pasó? ¿Por qué se produjo este cambio en el público? Lo que media entre ambas reacciones no es suficiente para explicar un cambio tan radical.
Cuando Jesús concluyó sus palabras, ganándose la admira¬ción y el entusiasmo de todos, a alguien se le ocurrió poner en duda su credibilidad recordando la humildad de su origen. Recordemos que esto ocurría en Nazaret donde Jesús se había criado. No pueden creer que alguien a quien conocen desde pequeño pueda haberse destacado así, y se preguntan: «¿De dónde le viene esto? ¿Qué sabiduría es ésta que le ha sido dada?... ¿No es éste el carpintero, el hijo de Ma¬ría...?» (Mc 6,2-3). La envidia, esta pasión humana tan anti-gua, entra en juego y los ciega, impidiéndoles admitir la realidad de Jesús. Esto da pie para que Jesús diga la famosa sentencia: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria». Y les cita dos episodios de la historia sagrada en que Dios despliega su poder salvador sobre dos extranjeros. Cuando un predicador goza de prestigio y aceptación puede decir a sus oyentes esto y mucho más sin provocar por eso su ira. Es que aquí hay algo más profundo; aquí está teniendo cumplimiento lo que todos los evangelis-tas regis¬tran perple¬jos: «Vino a los suyos y los suyos no lo recibie¬ron» (Jn 1,11). Estamos ante el misterio de la iniquidad humana: aquél que era «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14) iba a ser rechazado por los hombres hasta el punto de someterlo a la muerte más ignominiosa. Pero, aunque «nadie es profeta en su tierra» y la autoridad de Jesús era contesta¬da, aunque fue sacado de la sinagoga y de la ciudad a empujo-nes con intención de despeñarlo, sin embargo, Jesús mantiene su majestad, y queda dueño de la situación.
El pueblo de Israel, que había esperado y anhelado la venida del Mesías durante siglos y generaciones, cuando el Mesías vino, no lo reconocieron. Es que tenían otra idea de lo que debía ser el Mesías y no fueron capaces de convertir¬se a la idea del Mesías que tenía Dios. Un Mesías pobre que no tiene dónde reclinar su cabeza, que anuncia la Buena Noticia a los pobres y los declara «bienaventurados», que come con los pu-blicanos y pecadores y los llama a conver¬sión, esto no cuadraba con la idea del Mesías que se había for-mado Israel. La aceptación de Jesús como el Salvador, exigía un cambio radical de mentalidad; para decir-lo breve, exigía un acto de profunda fe. Y este Evangelio se sigue repitiendo hoy, porque también hoy Je-sús, por medio de su Iglesia, sigue diciendo las mismas cosas que provocaron el rechazo de sus contempo-ráneos. Y esas cosas provocan el rechazo también de muchos hombres y mujeres de hoy. También hoy es necesario un acto de confianza para aceptar a Jesús; estamos hablando del verdadero Jesús, es decir, del Jesús que no se encuentra sino en su Iglesia. Porque también hoy hay muchos que se han hecho una idea propia de Jesús, una idea de Jesús que les es simpática y que no los incomoda de ninguna manera, porque no les exige nada.
Una palabra del Santo Padre:
El Papa partió del relato del retorno de Jesús a Nazaret, como lo propone Lucas (4, 16-30) en uno de los pasajes del Evangelio entre los más «dramáticos», en el que —dijo el Pontífice— «se puede ver cómo es nuestra alma» y cómo el viento puede hacer que gire de una parte a otra. En Nazaret, como explicó el San-to Padre, «todos esperaban a Jesús. Querían encontrarle. Y Él fue a encontrar a su gente. Por primera vez volvía a su lugar. Y ellos le esperaban porque habían oído todo lo que Jesús había hecho en Cafarnaúm, los milagros. Y cuando inicia la ceremonia, como es costumbre, piden al huésped que lea el libro. Jesús hace esto y lee el libro del profeta Isaías, que era un poco la profecía sobre Él y por esto concluye la lectu-ra diciendo: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”».
La primera reacción —explicó el Pontífice— fue bellísima; todos lo apreciaron. Pero después en el ánimo de alguno empezó a insinuarse la carcoma de la envidia y comenzó a decir: «¿Pero dónde ha estudiado éste? ¿No es éste el hijo de José? Y nosotros conocemos a toda la familia. ¿Pero en qué universidad ha estudiado?». Y empezaron a pretender que Él hiciera un milagro: sólo después creerían. «Ellos —precisó el Papa— querían el espectáculo: “Haz un milagro y todos nosotros creeremos en ti”. Pero Jesús no es un artista».
Jesús no hizo milagros en Nazaret. Es más, subrayó la poca fe de quien pedía el «espectáculo». Estos, observó el Papa Francisco, «se enfadaron mucho, y, levantándose, empujaban a Jesús hasta el monte para despeñarle y matarle». Lo que había empezado de una manera alegre corría peligro de concluir con un crimen, la muerte de Jesús «por los celos, por la envidia». Pero no se trata solamente de un suceso de hace dos mil años, evidenció el Obispo de Roma. «Esto —dijo— sucede cada día en nuestro corazón, en nuestras comunidades» cada vez que se acoge a alguien hablando bien de él el primer día y después cada vez menos hasta llegar a la habladuría casi al punto de «despellejarlo». Quien, en una comunidad, parlotea contra un hermano acaba por «quererlo matar», subrayó el Pontífice. «El apóstol Juan —recordó—, en la primera carta, capítulo 3, versículo 15, nos dice esto: el que odia en su corazón a su hermano es un homi-cida». Y el Papa añadió enseguida: «estamos habituados a la locuacidad, a las habladurías» y a menudo transformamos nuestras comunidades y también nuestra familia en un «infierno» donde se manifiesta esta forma de criminalidad que lleva a «matar al hermano y a la hermana con la lengua».
Entonces, ¿cómo construir una comunidad?, se preguntó el Pontífice. Así «como es el cielo», respondió; así como anuncia la Palabra de Dios: «Llega la voz del arcángel, el sonido de la trompa de Dios, el día de la resurrección. Y después de esto dice: y así para siempre estaremos con el Señor». Por lo tanto, «para que haya paz en una comunidad, en una familia, en un país, en el mundo, debemos empezar a estar con el Se-ñor. Y donde está el Señor no hay envidia, no está la criminalidad, no existen celos. Hay fraternidad. Pida-mos esto al Señor: jamás matar al prójimo con nuestra lengua y estar con el Señor como todos nosotros estaremos en el cielo».
Papa Francisco. Misa matutina. Lunes 2 de septiembre de 2013
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. ¿Cómo puedo predicar la Palabra de Dios en mi vida diaria? ¿En qué momentos lo podría hacer?
2. Todos estamos llamados a conocer lo que Dios quiere de nosotros de manera particular. Recemos para saber entender nuestra vida desde lo que Dios quiere.
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 494. 781. 897-913.
viernes, 21 de enero de 2022
Domingo de la Semana 3ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C. «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar»
Lectura del libro de Nehemías 8,2-4a.5-6. 8-10: Leyeron el libro de la Ley, explicando su sentido.
En aquellos días, el día primero del mes séptimo, el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la co-munidad: hombres, mujeres y cuantos tenían uso de razón. Leyó el libro en la plaza que está delante de la Puerta del Agua, desde la mañana hasta el mediodía, ante los hombres, las mujeres y los que tenían uso de razón. Todo el pueblo escuchaba con atención la lectura del libro de la ley.
El escriba Esdras se puso en pie sobre una tribuna de madera levantada para la ocasión. Esdras abrió el libro en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levanta-das: «Amén, amén». Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.
Los levitas leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que enten-dieran la lectura. Entonces el gobernador Nehemías, el sacerdote y escriba Esdras, y los levitas que ins-truían al pueblo dijeron a toda la asamblea: «Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios. No estéis tris-tes ni lloréis» (y es que todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley).
Nehemías les dijo: «Id, comed buenos manjares y bebed buen vino, e invitad a los que no tienen nada preparado, pues este día está consagrado al Señor. ¡No os pongáis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza!».
Salmo 18,8.9.10.15: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. R./
La ley del Señor es perfecta // y es descanso del alma; // el precepto del Señor es fiel // e instruye a los ignorantes. R./
Los mandatos del Señor son rectos // y alegran el corazón; // la norma del Señor es límpida // y da luz a los ojos. R./
El temor del Señor es puro // y eternamente estable; // los mandamientos del Señor son verdaderos // y enteramente justos. R./
Que te agraden las palabras de mi boca, // y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, // Señor, Roca mía, Redentor mío. R./
Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios 12, 12-30: Vosotros sois el cuerpo de Cris-to, y cada uno es un miembro.
Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuer-po, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro, sino muchos.
Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser par-te del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿dónde estaría el oído?; si fuera todo oído, ¿dónde estaría el olfato? Pues bien, Dios distribuyó cada uno de los miembros en el cuerpo como quiso. Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Sin embargo, aunque es cierto que los miembros son muchos, el cuerpo es uno solo.
El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os nece-sito». Sino todo lo contrario, los miembros que parecen más débiles son necesarios. Y los miembros del cuerpo que nos parecen más despreciables los rodeamos de mayor respeto; y los menos decorosos los tratamos con más decoro; mientras que los más decorosos no lo necesitan.
Pues bien, Dios organizó el cuerpo dando mayor honor a lo que carece de él, para que así no haya divi-sión en el cuerpo, sino que más bien todos los miembros se preocupen por igual unos de otros. Y si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él.
Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.
Pues en la Iglesia Dios puso en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en el ter-cero, a los maestros; después, los milagros; después el carisma de curaciones, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas.
¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 1,1-4; 4, 14-21: Hoy se ha cumplido esta Escritura.
Ilustre Teófilo: Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos ocula-res y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor».
Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clava-dos en él. Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Jesús es el Maestro Bueno que va a explicar el sentido pleno de las Escrituras ya que Él mismo es la «Palabra» viva del Padre «que habitó entre nosotros». En la Primera Lectura vemos al sacerdote Esdras que lee el libro de la Ley ante todo el pueblo, «explicando el sentido, para que pudieran entender lo que se leía».En la sinagoga de Nazaret, Jesús se levanta, un día de sábado, para hacer la lectura del volumen del profeta Isaías, que le fue entregado por el sacristán de la sinagoga (Evangelio). Luego explica, ante un ató-nito grupo, el cumplimiento de la profecía de Isaías: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que aca-báis de escuchar». Todos los miembros de la Iglesia de Dios tenemos que alimentarnos de la Palabra y para ello cada uno debe de responder a las gracias y dones que Dios nos ha dado para la edificación de todos.
«No estéis tristes: la alegría de Yahveh es vuestra fortaleza»
El rey persa Artajerjes dio autorización para que Nehemías, copero real y un judío piadoso que vivía en el destierro, se pusiera al mando de un grupo de israelitas que regresaban a Jerusalén en el año 445 a.C.
El libro de Nehemías recoge las memorias de un dirigente celoso por su pueblo que deposita toda su confianza en Dios. Para Nehemías orar era casi tan natural como respirar. Al regresar a Jerusalén anima al pueblo a reconstruir las murallas de la ciudad teniendo siempre una fuerte oposición.
Entre los escombros encuentran los libros de la ley. Israel escucha después de largos años nuevamen-te la palabra de Dios y llora. Llora de emoción por haber encontrado el gran tesoro del pueblo elegido. El sacerdote Esdras proclama el libro de la ley durante toda la mañana hasta el mediodía. Al momento de abrir Esdras el libro de la ley para proclamar la palabra de Dios, todo el pueblo se pone de pie. «Hoy es un día consagrado al Señor, no hagáis duelo, ni lloréis... No estéis tristes pues el gozo del Señor es vuestra forta-leza». El pueblo se siente profundamente conmovido, confiesa sus yerros y se convierte de nuevo a Dios.
«Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es su miembro»
San Pablo hace la analogía entre el cuerpo humano y la Iglesia. Del mismo modo que el cuerpo es uno pero poseedor de muchos miembros, la Iglesia es una por el Espíritu Santo que la habita pero sus miembros son muchos. La diversidad de miembros y de carismas es una riqueza para el apóstol. Nadie debe ser me-nospreciado. Nadie puede decir a otro: «no te necesito» o decirse a sí mismo: «no soy importante»; ya que todos los miembros son necesarios, especialmente los más débiles. Concluye Pablo insinuando que no to-dos los carismas son iguales. Existe una jerarquía y un orden necesario. A la cabeza están los apóstoles, los que hablan de parte de Dios, los encargados de enseñar. Después vienen otros carismas. Para San Pablo la realidad carismática abarca la vida entera de la comunidad. Y es muy significativo que los primeros ca-rismas pertenecen a aquellos que tienen una responsabilidad en la Iglesia.
«Ilustre Teófilo…»
Imitando el estilo de los historiadores de su tiempo, San Lucas nos indica el minucioso cuidado con el que ha reunido las tradiciones anteriores. Él no es un testigo ocular y con su obra no sólo quiere hacer histo-ria, sino confirmar la enseñanza que los miembros de su comunidad han recibido. El prólogo nos informa, además, del proceso por el cual se llega a escribir un Evangelio. En el origen de todo está el mismo Jesús y los testigos oculares que han predicado los hechos y dichos del Maestro. Poco a poco han ido surgiendo diversos relatos a los que San Lucas ha tenido acceso. En su caso, muy probablemente entre otros, el mismo Evangelio de San Marcos. Estos relatos, junto con otras tradiciones propias, le han permitido com-poner su Evangelio.
¿Quién es el «ilustre Teófilo» al que dedica Lucas su obra? Su nombre significa «amigo de Dios» y es probable que haya sido personaje importante. El título que se le da, «ilustre», lo usa San Lucas en el libro de los Hechos (ver Hch 23,26; 24,3; 26,25) para describir los altos cargos gubernamentales. Según esto, de-bemos concluir que se trataría de una persona de alto rango social, amigo personal de Lucas. El ilustre Teó-filo no reaparece sino en el prólogo del libro de los Hechos de los Apóstoles: «El primer libro lo escribí, Teófi-lo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó» (Hch 1,1).
Esto nos permite deducir que la obra de Lucas se compone de dos tomos, el Evangelio y los Hechos, que abrazan respecti¬vamente la vida y el ministe¬rio de Jesús y la historia de la Iglesia naciente. El objetivo de su obra es que Teófilo conozca la solidez de la enseñanza en que «ha sido catequizado» (así dice literal-mente). El verbo «katecheo» contiene la raíz de la palabra «eco» y según su etimología significa: «Hacer resonar desde lo alto». Lo que Lucas escribe es una Palabra que tiene su origen en lo alto y que sido reve-lada a los hombres en el ministerio y la vida de Jesús de Nazaret y en la vida de la Iglesia. El Catecismo es justamente la exposición ordenada y completa de todo esto. De aquí el acento en que estas cosas han sido transmitidas por «los servidores de la Palabra» (Lc 1, 2), y la repetición a modo de estribillo del libro de los Hechos: «La Palabra de Dios iba creciendo... La Palabra de Dios crecía y se multiplicaba... » (ver Hch 6,7; 12,24; 19,20).
«Hoy se ha cumplido…»
La segunda parte del Evangelio de hoy nos presenta a Jesús en la sinagoga de su pueblo natal Nazaret. Era su costumbre ir a la sinagoga el sábado. Pero esta vez ocurre algo nuevo: Jesús se alza para hacer la lectura. Tocaba un pasaje de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anun-ciar a los pobres el Evange¬lio...». Cuando terminó la lectura, «todos los ojos esta¬ban fijos sobre Él». Era necesario explicar este texto. Para todos era claro que esa profecía anunciaba un Ungido (Mesías) por el Espíritu Santo, un personaje que se espe¬raba en algún momento del futuro para traer la liberación a los cau-tivos y promulgar un «año de gracia del Señor», es decir, un Jubileo definitivo. Pero todos querían oír qué homilía haría Jesús. Si era claro que se hablaba del Mesías espera¬do, había que decir cuándo vendría, cuá-les serían los signos que indicarían la inminencia de su venida, cómo sería su venida, cuál sería su aspecto externo, etc. Había muchas preguntas que responder.
Jesús da una explicación que responde a todo eso: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Esta frase contiene uno de esos "hoy" que no tienen ocaso y que están siempre abiertos. Es lo que comenta la Carta a los Hebreos: «Exhortaos mutuamente cada día mientras dure este 'hoy' para que nin-guno de vosotros se endurezca» (Hebr 3,13). Jesús quiere decir que «hoy» ha tenido cumplimiento la espe-ranza de los siglos, hoy son los tiempos del Mesías, ya no se debe esperar más. Todas las antiguas profe-cías que decían: «Aquel día vendrá el Señor y salvará a su pueblo», tienen su cumplimiento hoy. Hoy «se ha cumplido el tiempo» (Mc 1,15), hoy «ha llegado la pleni¬tud de los tiempos» (Gal 4,4). Otro sentido aún más profundo de las palabras de Jesús es éste: la profecía leída tiene cumplimiento hoy porque «tiene cumplimiento en mí». Yo soy el único que puede leer las palabras de esta profecía con propiedad: «El Espí-ritu Santo está sobre mí porque me ha ungido a mi». La profecía no se refiere a otro que vendrá sino a mí que estoy aquí. A la pregunta que sobre estas profecías de Isaías hacía el eunuco etíope al diácono Felipe: «¿Eso lo dice el profeta de sí mismo o de otro?» (Hch 8,34), Jesús le respon¬dería: «Lo dice de mí».
Una palabra del Santo Padre:
««Jesús comenzó a predicar» (Mt 4,17). Así, el evangelista Mateo introdujo el ministerio de Jesús: Él, que es la Palabra de Dios, vino a hablarnos con sus palabras y con su vida. En este primer domingo de la Palabra de Dios vamos a los orígenes de su predicación, a las fuentes de la Palabra de vida. Hoy nos ayu-da el Evangelio (Mt 4, 12-23), que nos dice cómo, dónde y a quién Jesús comenzó a predicar.
1. ¿Cómo comenzó? Con una frase muy simple: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos» (v. 17). Esta es la base de todos sus discursos: Nos dice que el reino de los cielos está cerca. ¿Qué signi-fica? Por reino de los cielos se entiende el reino de Dios, es decir su forma de reinar, de estar ante noso-tros. Ahora, Jesús nos dice que el reino de los cielos está cerca, que Dios está cerca. Aquí está la nove-dad, el primer mensaje: Dios no está lejos, el que habita los cielos descendió a la tierra, se hizo hombre. Eliminó las barreras, canceló las distancias. No lo merecíamos: Él vino a nosotros, vino a nuestro encuen-tro. Y esta cercanía de Dios con su pueblo es una costumbre suya, desde el principio, incluso desde el Antiguo Testamento. Le dijo al pueblo: “Piensa: ¿Dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como yo lo estoy contigo?” (cf. Dt 4,7). Y esta cercanía se hizo carne en Jesús.
Es un mensaje de alegría: Dios vino a visitarnos en persona, haciéndose hombre. No tomó nuestra condición humana por un sentido de responsabilidad, no, sino por amor. Por amor asumió nuestra humani-dad, porque se asume lo que se ama. Y Dios asumió nuestra humanidad porque nos ama y libremente quiere darnos esa salvación que nosotros solos no podemos darnos. Él desea estar con nosotros, darnos la belleza de vivir, la paz del corazón, la alegría de ser perdonados y de sentirnos amados.
Entonces entendemos la invitación directa de Jesús: “Convertíos”, es decir, “cambia tu vida”. Cambia tu vida porque ha comenzado una nueva forma de vivir: ha terminado el tiempo de vivir para ti mismo; ha comenzado el tiempo de vivir con Dios y para Dios, con los demás y para los demás, con amor y por amor. Jesús también te repite hoy: “¡Ánimo, estoy cerca de ti, hazme espacio y tu vida cambiará!”. Jesús llama a la puerta. Es por eso que el Señor te da su Palabra, para que puedas aceptarla como la carta de amor que escribió para ti, para hacerte sentir que está a tu lado. Su Palabra nos consuela y nos anima. Al mismo tiempo, provoca la conversión, nos sacude, nos libera de la parálisis del egoísmo. Porque su Palabra tiene este poder: cambia la vida, hace pasar de la oscuridad a la luz. Esta es la fuerza de su Palabra.
2. Si vemos dónde Jesús comenzó a predicar, descubrimos que comenzó precisamente en las regio-nes que entonces se consideraban “oscuras”. La primera lectura y el Evangelio, de hecho, nos hablan de aquellos que estaban «en tierra y sombras de muerte»: son los habitantes del «territorio de Zabulón y Nef-talí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles» (Mt 4,15-16; cf. Is 8,23-9,1). Galilea de los gentiles: la región donde Jesús inició a predicar se llamaba así porque estaba habitada por diferentes personas y era una verdadera mezcla de pueblos, idiomas y culturas. De hecho, estaba la vía del mar, que representaba una encrucijada. Allí vivían pescadores, comerciantes y extranjeros: ciertamente no era el lugar donde se encontraba la pureza religiosa del pueblo elegido. Sin embargo, Jesús comenzó desde allí: no desde el atrio del templo en Jerusalén, sino desde el lado opuesto del país, desde la Galilea de los genti-les, desde un lugar fronterizo. Comenzó desde una periferia.
De esto podemos sacar un mensaje: la Palabra que salva no va en busca de lugares preservados, es-terilizados y seguros. Viene en nuestras complejidades, en nuestra oscuridad. Hoy, como entonces, Dios desea visitar aquellos lugares donde creemos que no llega. Cuántas veces preferimos cerrar la puerta, ocultando nuestras confusiones, nuestras opacidades y dobleces. Las sellamos dentro de nosotros mien-tras vamos al Señor con algunas oraciones formales, teniendo cuidado de que su verdad no nos sacuda por dentro. Y esta es una hipocresía escondida. Pero Jesús —dice el Evangelio hoy— «recorría toda Gali-lea […], proclamando el Evangelio del reino y curando toda enfermedad» (v. 23). Atravesó toda aquella re-gión multifacética y compleja. Del mismo modo, no tiene miedo de explorar nuestros corazones, nuestros lugares más ásperos y difíciles. Él sabe que sólo su perdón nos cura, sólo su presencia nos transforma, sólo su Palabra nos renueva. A Él, que ha recorrido la vía del mar, abramos nuestros caminos más tortuo-sos —aquellos que tenemos dentro y que no deseamos ver, o escondemos—; dejemos que su Palabra entre en nosotros, que es «viva y eficaz, tajante […] y juzga los deseos e intenciones del corazón» (Hb 4,12).
3. Finalmente, ¿a quién comenzó Jesús a hablar? El Evangelio dice que «paseando junto al mar de Ga-lilea vio a dos hermanos […] que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”» (Mt 4,18-19). Los primeros destinatarios de la llamada fueron pescadores; no personas cuidadosamente seleccionadas en base a sus habilidades, ni hombres piadosos que estaban en el templo rezando, sino personas comunes y corrientes que trabajaban.
Evidenciamos lo que Jesús les dijo: os haré pescadores de hombres. Habla a los pescadores y usa un lenguaje comprensible para ellos. Los atrae a partir de su propia vida. Los llama donde están y como son, para involucrarlos en su misma misión. «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (v. 20). ¿Por qué inmediatamente? Sencillamente porque se sintieron atraídos. No fueron rápidos y dispuestos porque habían recibido una orden, sino porque habían sido atraídos por el amor. Los buenos compromisos no son sufi-cientes para seguir a Jesús, sino que es necesario escuchar su llamada todos los días. Sólo Él, que nos conoce y nos ama hasta el final, nos hace salir al mar de la vida. Como lo hizo con aquellos discípulos que lo escucharon».
Papa Francisco. III Domingo del Tiempo Ordinario, 26 de enero de 2020
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. ¿Tengo presente la lectura de la Biblia en mi vida? ¿La leo regularmente? ¿La estudio y rezo con ella?
2. Todos los bautizados hacemos parte del Cuerpo de Cristo: la Santa Iglesia. Participo activamente, rezo, me preocupo por la Iglesia. ¿Qué hago para acercarme más a la Iglesia?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 436. 695.714. 1286.
texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente de ADORACION NOCTURNA ESPAÑOLA, Toledo
jueves, 20 de enero de 2022
3ª semana del tiempo ordinario. Domingo C: Lc 1, 1-4. 4, 14-21
Hoy el evangelio tiene dos partes muy determinadas. Comienza con el principio del evangelio de san Lucas, pues en este año en los evangelios de los domingos ordinarios leeremos a san Lucas, y continúa con la 1ª predicación de Jesús en Nazaret. El prólogo está muy bien escrito en el sentido literario. San Lucas, que era médico y tenía cierta cultura, hace que sus escritos tengan un estilo más elegante que el de otros escritores del N. Testamento. Acompañaba a san Pablo, que las palabras habladas a veces se desvirtúan y no permanecen como puede ser un escrito. Y se pone a realizar esa labor de una forma ordenada.
Para ello se basa en otros escritos, como sería el evangelio de Marcos y el de Mateo, por lo menos los discursos de Jesús, escritos poco antes. Habría algún otro escrito perdido. Pero sobre todo pregunta a los que vivieron con Jesús “desde los orígenes”. Con esto da a entender que, si no pudo conversar con la misma Virgen María, se informaría bien para poder describir la historia desde antes de nacer Jesús. Lo escribe, como era la costumbre, dedicándolo a una persona. Aquí su amigo Teófilo.
En la segunda parte del evangelio de hoy se nos propone la primera predicación de Jesús en Nazaret. Ya había enseñado por varias sinagogas y su buena fama corría por toda aquella región. Volvió a su pueblo, no donde había nacido, sino donde había vivido casi toda su vida y donde vivía su madre. Como era sábado, fue a la sinagoga. La costumbre era que además de las oraciones solía haber dos lecturas. La primera era sobre la ley en los primeros libros de la Biblia. El comentario lo hacía un “doctor de la ley”. Después venía otra lectura, que solía ser de los profetas, pero el comentario lo podía hacer cualquier hombre mayor de treinta años. Con más razón si era un visitante y si tenía fama de hablar, como era el caso de Jesús. Había gran expectación.
Jesús lee una partecita del profeta Isaías. No se sabe si ya estaba reglamentada esa lectura o fue escogida por Jesús. Lo cierto es que pone interés en leer la parte que le interesa explicar. Con mucho arte el evangelista pone detalles: enrolló el libro, pues eran pergaminos, se lo dio al asistente, se sentó y todos tenían fijos los ojos en él. Se ve que había mucha expectación. En parte, sería por la fama y en parte ya por la manera de leer y lo que escogió y lo que no quiso escoger.
Todos estaban acostumbrados a que la explicación se basase en lo que el profeta pensaba para su tiempo; pero Jesús lo hace actual y se lo aplica a sí mismo: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. Es un esquema de la predicación. Pero tuvo que ser algo vibrante escuchar las razones de Jesús actualizando la Palabra de Dios.
Lo primero habla del Espíritu de Dios. Si estaba sobre el profeta, si había cubierto a María y había llenado a otras personas, como Isabel y el anciano Simeón, ¡Cómo sería en Jesús, que siempre estuvo con El, pero sobre todo fue ungido, hasta rebosar, en el día del bautismo! Jesús no habla de promesas, sino de realidades: Ha llegado la verdadera liberación por parte de Dios. Jesús no es como tantos mesías falsos que prometen felicidad a base de placeres que pasan y dejan vidas rotas quizá desde la juventud. Jesús nos habla de la liberación del pecado, el odio, la guerra, la violencia, las injusticias, la opresión. La liberación que predica Jesús es por medio de la confianza en Dios y la preocupación por el hermano. Si hay amor, ayudaremos al pobre, al encarcelado, al enfermo y a todo necesitado. La obra de liberación por medio de Jesús se realizaba ya aquel día; pero debe continuar por medio de nosotros. El mensaje de Jesús continúa hoy y quizá en nosotros mismos, porque nosotros mismos estamos a veces ciegos en el espíritu, somos cautivos de nuestra soberbia y debemos ser pobres de espíritu para estar aptos para escuchar con fruto la palabra de Dios.
Jesús hablaba de esperanza, de salvación, como si todos los días fueran años de gracia. Esas palabras del profeta eran el resumen de la acción misionera de Jesús.
viernes, 14 de enero de 2022
Domingo de la Semana 2ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C «Haced lo que él os diga»
Lectura del libro del profeta Isaías (62,1-5): El marido se alegrará con su esposa.
Por amor a Sion no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su jus-ticia, y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios. Ya no te lla-marán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposa-da», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo.
Como un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores. Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo.
Sal 95,1-2a.2b-3.7-8a.9-10a.c: Contad a todos los pueblos las maravillas del Señor. R./
Cantad al Señor un cántico nuevo, // cantad al Señor, toda la tierra; // cantad al Señor, bendecid su nombre. R./
Proclamad día tras día su victoria, // contad a los pueblos su gloria, // sus maravillas a todas las nacio-nes. R./
Familias de los pueblos, aclamad al Señor, // aclamad la gloria y el poder del Señor, // aclamad la gloria del nombre del Señor. R./
Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, // tiemble en su presencia la tierra toda. // Decid a los pue-blos: «El Señor es rey, // él gobierna a los pueblos rectamente». R./
Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (12, 4-11): El mismo y único espíritu reparte a cada uno, como a él le parece.
Hermanos: Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Y así uno recibe del Espí-ritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu.
Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A es-te se le ha concedido hacer milagros; a aquel, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas.
El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (2,1-11): En Caná de Galilea Jesús comenzó sus sig-nos.
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discí-pulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga».
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».
Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus dis-cípulos creyeron en él.
Pautas para la reflexión personal
El domingo II del tiempo ordinario, en este ciclo C que comenzamos, está ocupado por la lectura de un evangelio especial: el signo de las Bodas de Caná. Uno de los "misterios" que introdujo el papa Juan Pablo II en su propuesta de reforma del rosario. Efectivamente todo el relato apunta mucho más que a un milagro, que a una exteriorización del poder divino en Jesús; los mismos términos utilizados -agua, vino, boda, purifi-cación- nos habla de que hay algo que penetrar y descifrar. El propio Juan no habla (en ningún caso, tam-poco en éste) de "milagro" sino de "signo".
En la antigüedad se celebraba el 6 de enero la manifestación del Señor, la Epifanía, comprendiendo en ella tres aspectos: la manifestación ante los gentiles bien dispuestos -simbolizados en los Magos-, la mani-festación al Israel penitente -simbolizado en el bautismo en el Jordán-, y la manifestación a los suyos, preci-samente en las Bodas de Caná (puede leerse un poco más sobre este carácter de la Epifanía aquí). En Occidente la fiesta del 6 de enero fue concentrándose cada vez más en la evocación del hecho de la lle-gada de los "reyes magos" y por tanto convirtiéndose en la memoria de algo pasado, en vez de la celebra-ción de una epifanía siempre nueva para cada generación, e incluso para cada año. La liturgia conserva trazos de aquella celebración inicial al colocar el bautismo del Señor al domingo siguiente de Reyes, y en el caso del ciclo litúrgico C, al leer las Bodas de Caná en este domingo.
¿Qué es lo que hay que penetrar en este signo? ¡Parece tan transparente! y sin embargo evoca un gran misterio, al que nos ayuda a acercarnos la primera lectura. Sabemos por la "teoría litúrgica" que la primera lectura y el evangelio de los domingos (y sólo algunas veces también la segunda) están relacionados; el problema es que esa relación no siempre se ve a primera vista: en ocasiones será que tratan el mismo te-ma, en otras ocasiones, que están contrapuestas, o que la primera propone un misterio y el evangelio lo descifra, o la primera anuncia, y el evangelio "cumple". Esa relación la percibimos unas veces en temas, pero también en "climas", en "formas de contar", o en palabras, imágenes o metáforas que se repiten. ¡La liturgia es toda una escuela de lectura profunda de la Biblia!
Decía que la primera lectura nos ayuda a descifrar el misterio de las Bodas de Caná, porque ella habla también de una boda:
«Como un joven se casa con su novia,
así te desposa el que te construyó;
la alegría que encuentra el marido con su esposa,
la encontrará tu Dios contigo.»
No se trata de cualquier relación de Dios con su pueblo, sino de una relación nueva y distinta la que anuncia el profeta. Desde antiguo Dios era conocido como "Padrino de Israel" (Gn 31,42), "Protector" (Ex 18,4), "Salvador" (2Sm 22,3), incluso "Padre" (Sal 89,27), y muchos nombres más, que van bordando la trama de una relación enteramente personal con Dios. Sin embargo, los profetas llegan aun más lejos, e Isaías cantará a Dios como el Esposo de Jerusalén. Y por tanto la salvación ya no es sólo un rescate, no es librar a Israel (a cada uno de nosotros) de las consecuencias desdichadas, pero aun a nuestro nivel, de nuestra mala conducta; la salvación es entrar en una relación nueva con Dios, que sólo puede ser descripta con una imagen también nueva: una boda, donde el Esposo es el propio Dios, y la Esposa su pueblo redi-mido.
Jesús va a una boda, eso no tiene mucho de especial, bodas hay siempre en todos los pueblos; sin em-bargo en estas bodas ocurre algo que sólo ven algunos: aquellos a quienes se les manifestó por anticipado las Bodas donde el propio Cristo es el Novio, que comparte con los suyos el Vino Nuevo. A una palabra de su madre, el tiempo se detiene, e incluso se curva y transcurre al revés: lo que todavía no ocurrió ocurre por anticipado, antes de la Hora, y los discípulos tienen ante la vista el misterio del vino dispuesto para la Boda. Ese vino no podría ocurrir sin la muerte de Jesús, no puede ocurrir si no llega a ser su sangre. Sin embargo unos pocos pueden verlo anticipadamente, ¿quiénes?:
«El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua)»
«En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él.»
Los discípulos y los esclavos son los únicos que tienen acceso de primera mano a este banquete euca-rístico que, en misterio, Jesús celebró, a instancias de su madre, en el medio de un pueblo que no llegó, presumiblemente, a enterarse de lo que pasaba esa noche.
Jesús va a una boda en el pueblo, y en ella celebra anticipadamente su propia Boda; podemos ver ese acontecimiento que ocurre en las narices de todos pero no a la vista de todos, o seguir celebrando la boda del pueblo; podemos incluso gozar de algunos de sus frutos, y beber un vino nuevo de calidad extraordina-ria, sin apenas percatarnos, ni preguntarnos, por su origen. Sin embargo, quienes estaban allí como escla-vos fueron avisados, y quienes estaban próximos, pudieron descifrar el signo, y entrar a partir de allí en un tiempo nuevo.
El tiempo de la Iglesia, este tiempo de espera y preparación que es nuestra vida, tiene mucho que ver con esta curvatura en el tiempo de la historia: vivimos en el mundo, pero habiendo visto el signo y creído en él. No podemos reprochar a los que no ven el signo -¡no se les muestra a todos!-, no podemos lamentarnos porque todos gozan ya de algunos frutos de la redención sin que lleguen a creer; pero podemos, sí, estar atentos a esta plenitud, a esta verdadera salvación ya realizada, que está ocurriendo todo el tiempo a la vis-ta de los humildes y de los discípulos, en las narices de todos, pero cuyo desciframiento sólo tienen unos pocos. Agradezcamos ser contados entre ellos.
Una palabra del Santo Padre:
«En la introducción encontramos la expresión «Jesús con sus discípulos» (v. 2). Aquellos a los que Jesús llamó a seguirlo los vinculó a Él en una comunidad y ahora, como una única familia, están todos invi-tados a la boda. Dando inicio a su ministerio público en las bodas de Caná, Jesús se manifiesta como el esposo del pueblo de Dios, anunciado por los profetas, y nos revela la profundidad de la relación que nos une a Él: es una nueva Alianza de amor. ¿Qué hay en el fundamento de nuestra fe? Un acto de misericor-dia con el cual Jesús nos unió a Él. Y la vida cristiana es la respuesta a este amor, es como la historia de dos enamorados. Dios y el hombre se encuentran, se buscan, están juntos, se celebran y se aman: preci-samente como el amado y la amada en el Cantar de los cantares. Todo lo demás surge como consecuen-cia de esta relación. La Iglesia es la familia de Jesús en la cual se derrama su amor; es este amor que la Iglesia cuida y quiere donar a todos.
En el contexto de la Alianza se comprende también la observación de la Virgen: «No tienen vino» (v. 3). ¿Cómo es posible celebrar las bodas y festejar si falta lo que los profetas indicaban como un elemento típi-co del banquete mesiánico (cf. Am 9, 13-14; Jl 2, 24; Is 25, 6)? El agua es necesaria para vivir, pero el vino expresa la abundancia del banquete y la alegría de la fiesta. Es una fiesta de bodas en la cual falta el vino; los recién casados pasan vergüenza por esto. Imaginad acabar una fiesta de bodas bebiendo té; sería una vergüenza. El vino es necesario para la fiesta. Convirtiendo en vino el agua de las tinajas utilizadas «para las purificaciones de los judíos» (v. 6), Jesús realiza un signo elocuente: convierte la Ley de Moisés en Evangelio, portador de alegría. Como dice en otro pasaje Juan mismo: «La Ley fue dada por medio de Moi-sés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo» (1, 17).
Las palabras que María dirige a los sirvientes coronan el marco nupcial de Caná: «Haced lo que Él os diga» (v. 5). Es curioso, son sus últimas palabras que nos transmiten los Evangelios: es su herencia que entrega a todos nosotros. También hoy la Virgen nos dice a todos: «Lo que Él os diga —lo que Jesús os diga—, hacedlo». Es la herencia que nos ha dejado: ¡es hermoso! Se trata de una expresión que evoca la fórmula de fe utilizada por el pueblo de Israel en el Sinaí como respuesta a las promesas de la Alianza: «Ha-remos todo cuanto ha dicho el Señor» (Ex 19, 8). Y, en efecto, en Caná los sirvientes obedecen. «Les dice Jesús: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. “Sacadlo ahora, le dice, y llevadlo al maes-tresala”. Ellos lo llevaron» (vv. 7-8). En esta boda, se estipula de verdad una Nueva Alianza y a los servido-res del Señor, es decir a toda la Iglesia, se le confía la nueva misión: «Haced lo que Él os diga». Servir al Señor significa escuchar y poner en práctica su Palabra. Es la recomendación sencilla pero esencial de la Madre de Jesús y es el programa de vida del cristiano. Para cada uno de nosotros, extraer del contenido de la tinaja equivale a confiar en la Palabra de Dios para experimentar su eficacia en la vida. Entonces, jun-to al jefe del banquete que probó el agua que se convirtió en vino, también nosotros podemos exclamar: «Tú has guardado el vino bueno hasta ahora» (v. 10). Sí, el Señor sigue reservando ese vino bueno para nuestra salvación, así como sigue brotando del costado traspasado del Señor.
La conclusión del relato suena como una sentencia: «Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus signos. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos» (v. 11). Las bodas de Caná son mucho más que el simple relato del primer milagro de Jesús. Como en un cofre, Él custodia el secreto de su per-sona y la finalidad de su venida: el esperado Esposo da inicio a la boda que se realiza en el Misterio pas-cual. En esta boda Jesús vincula a sí a sus discípulos con una Alianza nueva y definitiva. En Caná los dis-cípulos de Jesús se convierten en su familia y en Caná nace la fe de la Iglesia. A esa boda todos nosotros estamos invitados, porque el vino nuevo ya no faltará».
(Papa Francisco. Audiencia General del 8 de junio de 2016.)
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. Acudamos diariamente a María para que ella nos ayude y enseñe a decir en los momentos difíciles de nuestra vida: «Haced lo que Él os diga».
2. ¿Cuáles son los dones que Dios me ha dado y que debo de poner al servicio de la comunidad? ¿Los conozco?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 494- 495. 502- 511.
miércoles, 12 de enero de 2022
`LA COMUNIDAD EN LAS REDES SOCIALES HOY``` *CAÑA CASCADA*
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Como nos alegra el alma está profecía de Isaías sobre Jesús: "No quebrará la caña cascada" (Is 42,3). Son palabras muy consoladoras para los que con nuestras debilidades emprendimos la senda del Discipulado. Caminamos con la evidencia de que Jesús no quebró la caña cascada, el corazón titubeante de sus Apóstoles ante su crucifixión. Resucitado fue a su encuentro y los transformó en piedras firmes de su Iglesia (2 Pe 2,4-5). Nos detenemos en dos de ellos: Pedro y Judas; los dos le traicionaron sin embargo su reacción ante su pecado fue diferente. Judas no creyó en el perdón de Jesús, no se creyó digno de ser perdonado por Él; había oído de sus labios la parábola del hijo pródigo pero no la guardó en su corazón. En cambio Pedro supo esperar a Jesús. A pesar de sus negaciones le amaba tanto que no estaba dispuesto a perderle. Se encontraron a orillas del mar; Jesús Resucitado y Pedro con el corazón y el alma quebrados. Jesús le miró a los ojos como la primera vez (Jn 1,42)... y le confió sus ovejas para que se las apacentara (Jn 21,15-17). Así es como nos ama el Señor Jesús
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
domingo, 2 de enero de 2022
Lectura del libro de la Sabiduría (24,1-2.8-12): La sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido.
La sabiduría hace su propio elogio, en medio de su pueblo, se gloría. En la asamblea del Altísimo abre su boca, delante de su poder se gloría. Entonces me dio orden el creador del universo, el que me creó dio re-poso a mi tienda, y me dijo: "Pon tu tienda en Jacob, entra en la heredad de Israel."
Antes de los siglos, desde el principio, me creó, y por los siglos subsistiré. En la Tienda Santa, en su pre-sencia, he ejercido el ministerio, así en Sión me he afirmado, en la ciudad amada me ha hecho él reposar, y en Jerusalén se halla mi poder.
He arraigado en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.
Salmo 147: Acción de gracias por la restauración de Jerusalén. R./
Glorifica al Señor, Jerusalén; // alaba a tu Dios, Sión: // que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, // y ha bendecido a tus hijos dentro de ti; // ha puesto paz en tus fronteras, // te sacia con flor de hari-na. R./
Él envía su mensaje a la tierra, // y su palabra corre veloz; // manda la nieve como lana, // esparce la escarcha como ceniza; R./
hace caer el hielo como migajas // y con el frío congela las aguas; // envía una orden, y se derriten; // sopla su aliento, y corren. R./
Anuncia su palabra a Jacob, // sus decretos y mandatos a Israel; // con ninguna nación obró así, // ni les dio a conocer sus mandatos. R./
Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios (1,3-6.15-18): Nos ha destinado en la persona de Cris-to a ser sus hijos.
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprocha-bles ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.
Por eso yo, que he oído hablar de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesu-cristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vues-tro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (1,1-18): La Palabra se hizo carne, y acampó entre no-sotros.
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hi-jo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a co-nocer.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Este domingo es una prolongación de la fiesta de Navidad, aunque su contenido es más teológico y ele-vado; este matiz nos invita a profundizar, especialmente a través de la tercera lectura tomada del prólogo del evangelio de san Juan, leída también en la “misa del día” el día 25, pero que hoy cobra especial protago-nismo, al invitarnos a ir más allá de lo que recordamos en estas entrañables fiestas. Y es que Cristo Jesús, Sabiduría personificada de Dios, su Verbo, es consustancial con el Padre. De Él, de su eternidad, de su ac-ción creadora de cuanto existe nos habla san Juan, para añadir, al final, que el Verbo se hizo carne y que habitó entre nosotros (Jn 1, 14), el misterio principal que estamos celebrando estos días.
Esta Sabiduría de la primera lectura, para la Iglesia se identifica con la segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo encarnado, Cristo, Palabra eterna de Dios, enviado ahora como Profeta y Maestro autén-tico.
Por su parte, el apóstol san Pablo, en la segunda lectura, abundando en este mensaje, nos dice que, desde antes de la creación del mundo, Dios, el Dios Uno y Trino, nos amó y nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Cristo. Dios es quien actúa primero y por pura iniciativa suya nos bendice con toda clase de bendiciones y gracias, lo que debería provocar siempre en nosotros la respuesta que nos ofrece el mismo apóstol: Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendicio-nes (Ef 1,39). La bendición descendiente de Dios y la que nosotros le tributamos con nuestra alabanza se encuentran en la persona de Cristo. En Él Dios nos eligió para que seamos santos.
El Evangelio de San Juan
En el pasaje evangélico san Juan nos ha presentado un dilema: unos reciben a esa Persona que es la Palabra viva de Dios, y otros no. Esa Palabra era la Luz, pero la luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la re-cibió; aún más, vino a su casa y los suyos no la recibieron (Jn 1, 7 y 11). Una profunda tristeza invade el corazón del creyente. Ayer fue el pueblo de Israel, que después de esperar durante tantos siglos al Me-sías, cuando por fin se cumplieron todas las promesas y las profecías no lo quisieron recibir, porque no se ajusta-ba a lo que ellos imaginaban. También hoy se le rechaza porque tampoco aceptan sus enseñanzas. La tris-teza aumenta de grado cuando se uno encuentra con no pocos que un día creyeron en Él y, a la primera dificultad, lo abandonaron. Alentamos la esperanza de que regresen de nuevo.
Todos necesitamos la luz que brota de esta Palabra; todos la necesitamos para descubrir el sentido de nuestra vida. Como Sabiduría personificada, que es el propio Cristo, nos ayuda a ver las cosas desde los ojos de Dios -“luz de los que creen en Él”-.
Una reflexión final:
Pronto terminarán estas fiestas de Navidad; lo que viene después no es un punto y aparte, sino un punto y seguido, es decir, el encuentro dominical o acaso diario, con Cristo, la Palabra viviente que nos dirige una y otra vez Dios Padre.
En la celebración de la Eucaristía encontraremos nuestra más profunda y eficaz “formación permanen-te”, la escuela que nos ayuda a crecer en nuestra fe y en nuestra vida cristiana. Si con el salmista pedimos a Dios “enséñanos tus caminos”, la respuesta nos vendrá de la Palabra que nos habla en nuestras celebra-ciones comunitarias o en la lectura que podamos hacer personalmente o en grupo.
Dios nos eligió en Cristo… para que fuésemos santos (Ef. 1,4); el secreto para serlo consiste en hacer siempre la voluntad de Dios: la Virgen María nos lo dice con su respuesta al anuncio del ángel: hágase en mí según tu palabra. Habrá, pues, que esforzarse en ajustar nuestro estilo de vida a la Palabra que Dios nos dirige. Es así como viviremos en la luz, creceremos en la fe y en la esperanza, y nos sentiremos estimula-dos a vivir según Cristo.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. En este momento de la historia en que nos toca vivir, el misterio de Cristo está presente y actuando en medio de nosotros. ¿Reconozco la presencia de Dios en mi vida a Través de la Palabra?
2. “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” ¿Me preparo y predispongo a recibir la Palabra e invoco al Espíritu Santo para ello? ¿Imito para ello a la Santísima Virgen?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 456 - 469.
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