viernes, 13 de julio de 2012

TEMA DE REFLEXION para el mes de JULIO

Julio de 2012

La unción de los enfermos. (I)

“La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos.

Esta unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor como un sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho, insinuado por Marcos (cf. Mc 6,13), y recomendado a los fieles y promulgado por Santiago, apóstol y hermano del Señor [cf. St 5,14-15] (Cc. De Trento: DS 1695)” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1511).

Después de acompañar al hombre en su nacimiento, en su crecimiento, en su desarrollo a lo largo de su vida, en sus luchas para vencer y liberarse del pecado, y alimentarlo con su Cuerpo y su Sangre, para darle fuerzas en la perseverancia de su vida de cristiano, Jesucristo quiere estar también al lado de cada cristiano en su enfermedad, en la preparación y en la cercanía de su muerte.

En la Unción de los enfermos, Cristo se hace presente, y acompaña al hombre en la enfermedad, en el dolor, en la muerte.

La enfermedad puede conducir a la angustia, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también ayudar a la persona a madurar y a discernir lo que en verdad es esencial en su vida. Con frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él.

Cristo, al acompañar al enfermo, le transmite ya un adelanto de la gloria de la Resurrección. Santiago anuncia esta realidad eficaz del sacramento, al hablarnos de su práctica en los tiempos apostólicos: “¿Alguno entre vosotros enferma? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia para que oren por él, después de haberle ungido con óleo en el nombre del Señor. Y la oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor le reanimará. Y si ha cometido pecados, le serán perdonados” (St 5, 14-15).

La Unción de los enfermos ayuda al cristiano a vivir la enfermedad de cara a Dios. A veces, el enfermo se lamenta por su enfermedad al Señor, y le implora la curación, sabiendo que es Dios de la vida y de la muerte. Con este sacramento Cristo se hace presente ante el enfermo, y le da la gracia para que la enfermedad sea el comienzo de un camino de conversión, al descubrir que Dios, al perdonarle sus pecados, al acogerlo como Padre misericordioso, comienza a curar su alma y da nuevo vigor a su cuerpo.

“Con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia entera encomienda a los enfermos al Señor sufrido y glorificado para que los alivie y los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1499).

Ya hemos recordado que los sacramentos, además, y más allá de ser huellas del paso de Cristo sobre la tierra, son la realidad de la presencia de Cristo en la tierra, hoy y ahora. De Cristo “sufrido y glorificado”.

En su vivir en la tierra Jesucristo quiso aliviar el dolor y sanar la enfermedad de muchos paralíticos, cojos, sordos, mudos, leprosos, ciegos. Enfermos físicos en quienes todos los hombres nos descubrimos a nosotros mismos como enfermos espirituales. Y descubrimos de manera muy particular el propio rostro de Cristo.

Cristo prolonga y continúa, en este sacramento, su deseo de compartir la fragilidad de los seres humanos que vivió en su vida terrenal, y fortifica al hombre para que también en el dolor y en el sufrimiento alcance a vivir como nueva criatura. Cristo se relaciona siempre personalmente con la totalidad del ser humano.

Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se dejó tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias. No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte, por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf. Is. 53, 4-6) y quitó el “pecado del mundo” (Jn 1, 29), del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora.

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Cuestionario


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¿Soy consciente de que también yo, como tantos otros cristianos, he de descubrir el rostro de Cristo, en mis hermanos y amigos enfermos?

¿Hago lo que está de mi parte para ayudar a mis amigos enfermos graves, para que soliciten recibir el sacramento de la Unción de los enfermos?

¿Me doy cuenta de que, en esa situación de enfermedad, la mejor manifestación de mi amistad es invitarles a acoger a Cristo en este Sacramento?










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