lunes, 3 de febrero de 2014
TEMA DE REFLEXIÓN para las Juntas de Turno de las Vigilias de FEBRERO
El sacramento del Matrimonio.-(III)-
Y no sólo en el plano de la creación. Es muy oportuno tener presente la grandeza del sacramento del matrimonio y la importante acción redentora y santificadora de la gracia, que tiene lugar en el matrimonio-sacramento.
Comprendemos mejor ahora estas palabras que resumen lo que hemos dicho hasta aquí: El matrimonio es “acción divina, obra de Dios. Puesto que el sacramento del matrimonio es una entrada de Dios en la vida. Impulsa a una vida divina. Según el ritmo de la encarnación, esta vida divina se desarrolla por y en las condiciones naturales de la unión de los esposos; pero lo natural queda transfigurado por la acción y la presencia divinas. Acción y presencia tienen, por lo demás, el mismo sentido cuando se trata de Dios, porque Dios es acción” (J. Leclercq, ibídem., p.77).
La realidad sacramental del matrimonio, al transformar la unión natural en una fuente de la Gracia divina, convierte el matrimonio en un campo de acción de Dios y, por consiguiente, en un instrumento de santidad como son todos los sacramentos.
Josemaría Escrivá ha entendido muy bien esta consecuencia de la realidad sacramental del matrimonio. Entre otros textos, ha dejado escrito:
“El matrimonio no es, para un cristiano, una simple institución social, ni mucho menos un remedio para las debilidades humanas: es una auténtica vocación sobrenatural (...), signo sagrado que santifica, acción de Jesús, que invade el alma de los que se casan y les invita a seguirle, transformando toda la vida matrimonial en un andar divino en la tierra” (Es Cristo que pasa, n. 23).
¿Qué significa aceptar esta sacramentalidad, el hecho de que Dios interviene en el matrimonio? Que el matrimonio no es una realidad que se resuelve y se configura exclusivamente entre un hombre y una mujer. El matrimonio se fundamenta en el consentimiento libre del hombre y de la mujer para vivir esa unión; y a la vez, al dar ese consentimiento, los esposos saben que se encuentran ante una realidad que ellos no han establecido en todos sus pormenores: han aceptado unas condiciones –unidad, indisolubilidad, apertura a la vida- que Dios señala, y las reciben conscientes y sabedores de que es lo mejor y lo más adecuado para el bien, y la plena realización de la unión que se disponen a instaurar y a vivir.
Y significa también que en un verdadero matrimonio se pueden solucionar los problemas de convivencia y de entendimiento que surjan entre los cónyuges.
“Si Dios está presente en la familia y se experimenta su cercanía en la oración, la vida en la familia se hace más feliz y adquiere una dimensión mayor” (Benedicto XVI).
Dios quiere unir al hombre y a la mujer en su obra creadora, redentora y santificadora. Con la realidad natural del matrimonio, el hombre y la mujer se unen a la obra creadora; con realidad sacramental Dios vincula a la mujer y al hombre a la acción redentora; y como siempre, la redención y la santificación van unidas, el matrimonio se convierte en camino de santidad.
Para vivir esta realidad sobrenatural sacramental del matrimonio, la Iglesia presenta delante del hombre, de la mujer, el compromiso de amor, de verdadero amor, que acepta al vincularse con su esposa, con su esposo. Un compromiso abierto al futuro, abierto al horizonte de toda su vida, como queda patente en las palabras con las que los novios pueden manifestar su consentimiento.
En el ceremonial del matrimonio la Iglesia ruega, en la Bendición Nupcial, la asistencia del Espíritu Santo para que ese amor, que está en el origen del matrimonio, permanezca y se acreciente:
“Oh Dios, que unes la mujer al varón y otorgas a esa unión, establecida desde el principio, la única bendición que no fue abolida ni por la pena del pecado original, ni por el castigo del diluvio. Mira con bondad a estos hijos tuyos que, unidos en Matrimonio, piden ser fortalecidos con tu bendición: Envía sobre ellos la gracia del Espíritu Santo, para que tu amor, derramado en sus corazones, los haga permanecer fieles en la alianza conyugal”.
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Todos los esposos cristianos han de recorder a lo largo de su vida esta realidad sacramental, religiosa, de su matrimonio. Cada uno de ellos adquiere sí, un vínculo con el otro; y a la vez, se establece una unión con Dios. Dios se compromete a dar todas las gracias que los esposos necesitan para ser fieles y felices en el matrimonio.
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo está vinculado con cada Matrimonio Sacramento.
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Cuestionario
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¿He pensado alguna vez que el matrimonio es una verdadera vocación divina?
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¿Me doy cuenta de que rezar por mi esposa, por mi esposo, es una gran ayuda sobrenatural para superar las dificultades que se presentan?
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La Virgen María llenó de gozo las bodas de Caná, ¿le ruego que sea también en mi hogar la causa de nuestra alegría?
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