Lectura del libro de la Sabiduría (11, 23-12,2): Te compadeces de todos, porque amas a todos los
seres
Señor,
el mundo entero es ante ti como un grano en la balanza, como gota de rocío
mañanero sobre la tierra. Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes y
pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos
los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo
habrías creado.
¿Cómo
subsistiría algo, si tú no lo quisieras?, o ¿cómo se conservaría, si tú no las
hubieras llamado? Pero tú eres indulgente con todas las cosas porque son tuyas,
Señor, amigo de la vida. Pues tu soplo incorruptible está en todas ellas. Por
eso, corriges poco a poco a los que caen, los reprendes y les recuerdas su pecado,
para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor.
Salmo 144, 1-2. 8-9.
10-11. 13cd-14: R./ Bendeciré tu nombre
por siempre, Dios mío, mí rey.
Te ensalzaré, Dios mío, mi
rey; // bendeciré tu nombre por siempre jamás. // Día tras día, te bendeciré y alabaré
tu nombre por siempre jamás. R./
El Señor es clemente y
misericordioso, // lento a la cólera y rico en piedad; // el Señor es bueno con
todos, es cariñoso con todas sus criaturas. R./
Que todas tus criaturas te
den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; // que proclamen la gloria de
tu reinado, que hablen de tus hazañas. R./
El Señor es fiel a sus
palabras, bondadoso en todas sus acciones. // El Señor sostiene a los que van a
caer, endereza a los que ya se doblan. R./
Lectura de la segunda carta de San Pablo a los
Tesalonicenses (1,11-2,2): El nombre de Cristo
será glorificado en vosotros y vosotros en él
Hermanos:
Oramos continuamente por vosotros, para que nuestro Dios os haga dignos de la
vocación y con su poder lleve a término todo propósito de hacer el bien y la
tarea de la fe. De este modo, el nombre de nuestro Señor será glorificado en
vosotros y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.
A
propósito de la venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con él,
os rogamos, hermanos, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por
alguna revelación, rumor o supuesta carta nuestra, como si el día del Señor
estuviera encima.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (19,1-10): El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo
que estaba perdido
En
aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un
hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era
Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura.
Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que
pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prosa en bajar y lo recibió muy contento.
Al
ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un
pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis
bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro
veces más». Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; pues también
este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a
salvar lo que estaba perdido».
&Pautas para la reflexión personal
z El vínculo entre las lecturas
El amor de Dios
embarga cada página de la Biblia y de la liturgia cristiana. En los textos del
presente Domingo resaltan de modo especial. El amor de Dios a todas las
criaturas, porque todas tienen en el amor de Dios su razón de ser y su sentido
último (Primera Lectura). El amor que Dios tiene por todos, sin distinción
alguna, busca salvar a aquellos que están perdidos (Evangelio). El amor de Dios
hacia los cristianos que exige que vivan de acuerdo a lo que son, «para que el nombre de Jesús sea glorificado
en vosotros, y vosotros en Él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor
Jesucristo» (Segunda Lectura).
L«Zaqueo era jefe
de publicanos y rico»
En el Evangelio del Domingo
pasado se hablaba también de un publicano; pero era el personaje de una
parábola. En el Evangelio de hoy se trata de un publicano real del cual se nos
dice incluso el nombre y hasta su estatura. Zaqueo era «jefe de publicanos y rico». Y si en la parábola Jesús concluía
que el publicano «bajó a su casa
justificado», aquí podemos ver qué significa en concreto «ser justificado».
Todos sabemos que en el tiempo
de Jesús la Palestina estaba bajo el dominio de Roma. Pero Roma permitía a los
pueblos sometidos bastante libertad para observar sus costumbres, con tal que
reconocieran ciertas leyes supremas del Imperio y pagaran el tributo al
César. Es así que la Judea, después de haber sido parte del reino de Herodes
el Grande, fue gobernada por su hijo Arquelao; y sólo porque éste fue incapaz
de mantener el orden, fue nombrado un procurador romano, que durante el
ministerio público de Jesús era Poncio Pilato. Incluso para la recaudación del
tributo, Roma daba la concesión a personajes del lugar. Tratándose de un
impuesto para el Estado (la «res publica» es decir la cosa pública), el nombre
griego «telones», que se daba a estos personajes, fue traducido al latín por
«publicanus».
Los publicanos estaban
investidos de poder para exigir este impuesto a la población. Y muchas veces abusaban
exigiendo un pago superior al debido. Después de entregar a Roma el precio de
la concesión, se enriquecían ellos con lo defraudado. El mismo Lucas refiere
que a algunos publicanos que vinieron donde Juan el Bautista para ser bautizados
con el bautismo de conversión, y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?", él les respondió: 'No
exijáis más de los que os está fijado'» (Lc 3,12-13).Y a nadie le es
agradable pagar impuestos a una potencia extranjera, ¡cuánto más si sabemos que
nuestro dinero va a enriquecer a un compatriota colaboracionista que fija la
cantidad arbitrariamente! Es entonces comprensible que los publicanos fueran
odiados y que tuvieran fama de pecadores. Zaqueo era «jefe de publicanos» y no sólo tenía fama de pecador sino que
ciertamente lo era. Lo mismo que el publicano de la parábola que reconocía ante
Dios: «¡Ten compasión de mí, que soy un
pecador!»
JLa
salvación: don gratuito de Dios y aceptación libre del hombre
Una de los puntos claros de
este episodio es la gratuidad de la salvación. Cuando Jesús llegó a Jericó, «Zaqueo trataba de ver quién era Jesús» ya
que era de baja estatura, como coloca puntualmente Lucas. Por aquí comenzó la
acción de la gracia. «Se adelantó
corriendo y se subió a un sicómoro[1]
para verlo, pues Jesús iba a pasar por allí». ¿Quién le inspiró a Zaqueo
esta curiosidad tan grande, que, a pesar de su rango, lo llevó a subirse a un
sicómoro? El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que: «la preparación del hombre para acoger la
gracia es ya una obra de la gracia»[2].
Un judío de cierta edad, más aún si es rico, asume
una actitud venerable y no se rebaja a correr. En la parábola del hijo pródigo
el padre es presentado «corriendo» al encuentro de su hijo perdido que vuelve,
pero se describe así precisamente para destacar su inmensa alegría. Zaqueo no
sólo corre, sino que se trepa a un árbol como un niño. Para ver a Jesús hace
todo lo que puede, incluso pasando por encima de su honor. La humildad de
Zaqueo no podía pasar inadvertida ante Dios. Dios premia siempre un gesto de
humildad del hombre. El Evangelio continúa
y Jesús, alzando la vista, dice: «Zaqueo,
baja pronto porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». ¿Qué obra
buena había hecho Zaqueo para que mereciera esta gracia, es decir, que Jesús se
dirigiera a él y lo distinguiera alojándose en su casa? Al contrario, sus
obras habían sido malas, tanto que todos comentaban: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». ¡Y esto,
lamentablemente, era verdad!
Hasta aquí todo es don de
Dios. Es Dios quien le está dando la posibilidad de cambiar de vida. Pero lo
que sigue revela que Zaqueo ya es un hombre nuevo, es decir que está actuando
siguiendo las mociones de esa vida nueva que le ha sido dada. Nadie lo obliga,
es libre, y libremente dice: «Señor,
daré la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo he defraudado a alguien
le devolveré el cuádruplo». Según la ley mosaica estaba obligado a
restituir el total sustraído y un quinto más de la suma (ver Lv 5,24; Nm 5,7);
si bien la ley romana imponía el cuádruplo. Pero además Zaqueo está dispuesto a
repartir entre los pobres la mitad de su hacienda. Si se examina con atención
las cifras en juego, veremos que no le iba a quedar nada o, en el mejor de los
casos, muy poco.
Esta es una obra de amor
superior a sus fuerzas naturales; pero le fue posible hacerla porque fue
Cristo quien lo habilitó a ella dándole la salvación como un don gratuito.
Zaqueo, por su parte, se abre a este don y responde desde su libertad ya que
siempre: «la libre iniciativa de Dios
exige la respuesta libre del hombre»[3].
Esto es lo que comenta Jesús a modo de corolario: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa... porque el Hijo del hombre
ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». La salvación es un don de Dios absolutamente inalcanzable
por el propio esfuerzo del hombre «perdido»; pero Dios lo da a quien pone todo
lo que está de su parte, aunque siempre es mínimo en comparación con el don de
Dios. En este caso, Zaqueo puso lo suyo: correr como un niño y subirse a un
árbol. Si él hubiera rehusado hacer esta acción humilde, todo se habría
frustrado y hoy día no estaríamos leyendo esta hermosa página del Evangelio.
J«Señor, que amas la
vida»
El libro de la Sabiduría de Salomón apareció en el
siglo I a.C. y fue escrito probablemente en Alejandría. Puede ser considerado
el libro más helenístico de todos los libros sapienzales y su fin era alejar de
la idolatría a los judíos en Egipto, demostrando que la sabiduría de Dios
supera ampliamente a la pagana. La omnipotencia de Dios, sola, no explica
adecuadamente la creación, entra también el deseo amoroso de crear y conservar
todo por amor.
«Señor, que amas la
vida» (Sb 11,26): ésta es quizás una de las afirmaciones
más consoladoras de la Sagrada Escritura.
Sabemos, en efecto, que Dios es todopoderoso, eterno y omnisciente. Pero
¿qué sería de nosotros si con todo esto fuera malo y cruel? Más San Juan nos
dice que «Dios es amor» (ver 1Jn 4,8)
y San Pablo no se cansa de destacar el inmenso amor que nos tiene (ver Filp
3,21) y esa infinita bondad lo llevó a dar su Hijo único por nosotros (ver Jn
3,16) para hacernos hijos en el Hijo.
Santo Tomás formula el mismo pensamiento diciendo
que Dios está más dispuesto a darnos que nosotros a recibir. Esta Buena Nueva
de Dios nunca hubiera podido ser conocida si Él mismo no la hubiese revelado.
En ella reside nuestra plena alegría, esperanza y reconciliación; porque el
hombre que no se sabe amado y redimido por la gracia de Dios, caerá o en el
abismo de la desesperación o en la soberbia de creerse justificado por sí
mismo.
+Una palabra del Santo Padre:
«Y Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo
miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como
nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo
sanó, le dio una esperanza, una nueva vida como a Zaqueo, a Bartiméo, a María
Magdalena, a Pedro y también a cada uno de nosotros. Aunque no nos atrevemos a
levantar los ojos al Señor, Él siempre nos mira primero.
Es nuestra historia personal; al igual que muchos otros,
cada uno de nosotros puede decir: yo también soy un pecador en el que Jesús
puso su mirada. Los invito, que hoy en sus casas, o en la iglesia, cuando estén
tranquilos, solos, hagan un momento de silencio para recordar con gratitud y
alegría aquellas circunstancias, aquel momento en que la mirada misericordiosa
de Dios se posó en nuestra vida.
Su amor nos precede, su mirada se adelanta a nuestra
necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, más
allá del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a
la que podemos pertenecer. Él ve más allá de todo eso. Él ve esa dignidad de
hijo, que todos tenemos, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre presente
en el fondo de nuestra alma. Es nuestra dignidad de hijo. Él ha venido
precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios,
indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra
nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza,
el gozo de la vida».
'Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la
semana
1.
Comentando este pasaje nos dice Beda: «He aquí cómo el camello, dejando la
carga de su jiba, pasa por el ojo de la aguja; esto es, el publicano siendo
rico, habiendo dejado el amor de las riquezas y menospreciando el fraude,
recibe la bendición de hospedar al Señor en su casa». ¿Qué estoy dispuesto a
dejar para recibir a Jesús en mi casa?
2. Leamos y meditemos el salmo responsorial de
este Domingo: Salmo 145 (144).
3.
Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1996- 2005.
[1] Sicómoro. Planta de la familia de las Moráceas, que
es una higuera propia de Egipto, con hojas algo parecidas a las del moral,
fruto pequeño, de color blanco amarillento, y madera incorruptible, que usaban
los antiguos egipcios para las cajas donde encerraban las momias.
[2]
Catecismo de la
Iglesia Católica , 2001.
[3]
Catecismo de la
Iglesia Católica , 2002.