sábado, 30 de diciembre de 2017
Santa María Madre de Dios – 1 de enero de 2018 «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios»
Lectura del libro de los Números (6, 22-27): Invocarán mi nombre sobre los israelitas y los bende-ciré.
El Señor habló a Moisés: «Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israeli-tas: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz." Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.»
Salmo 66,2-3.5.6.8: El Señor tenga piedad y nos bendiga. R. /
El Señor tenga piedad nos bendiga, // ilumine su rostro sobre nosotros; // conozca la tierra tus cami-nos, // todos los pueblos tu salvación. R. /
Que canten de alegría las naciones, // porque riges el mundo con justicia, // riges los pueblos con rectitud // y gobiernas las naciones de la tierra. R. /
Oh Dios, que te alaben los pueblos, // que todos los pueblos te alaben. // Que Dios nos bendiga; que le teman // hasta los confines del orbe. R. /
Lectura de San Pablo a los Gálatas (4, 4-7): Dios envió a su Hijo nacido de una mujer.
Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.
Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama; «¡Abba! Padre». Así que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (2, 16-21): Encontraron a María y a José y al niño. A los ocho días le pusieron por nombre Jesús.
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acos-tado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se ad-miraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
En el día primero de enero, octava de la Na¬vidad, la liturgia nos propone para nuestra con¬templación la celebración más antigua de la Vir¬gen en la Iglesia Romana. La reforma litúrgica del Vaticano II ha recupe-rado esta fiesta de María, Madre de Dios, sin por ello olvidar ni el comien¬zo del año, ni la circuncisión de Jesús, ni la im¬posición del nombre de Jesús al Niño nacido en Belén.
Por esto la Primera Lectura, tomada del li¬bro de los Números , nos habla de la importancia de invocar el nombre de Dios para alcanzar de Él bendiciones. Con lo cual nos recuerda que es importante comenzar el año nuevo invocando el nombre de Jesús y de esa manera podamos en¬trar con confianza a recorrer el año recién abier¬to a nuestras ilusiones y a nuestros temores.
En este día tan lleno de interrogantes la Igle¬sia gusta además de poner a todos los fieles ba¬jo la protec-ción de nuestra Madre María, y por ello ruega a Dios: «Concédenos experimentar la interce¬sión de Aquélla, de quien hemos reci¬bido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida» (Oración de Colecta) En la Segunda Lectura recordamos las pala¬bras de San Pablo claras e impresionantes: «Al llegar la plenitud de los tiem-pos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer». Y el Evangelio nos presenta el reconocimiento por parte de humildes pastores, del hecho más extraordinario de la humanidad: «Dios con nosotros». María, por su parte, meditaba todo «cuidadosamente» en su corazón.
«Yahveh te muestre su rostro y te conceda la paz»
El cuarto libro del Pentateuco (el libro de los Números) se titula también «En el desierto» siendo éste un título más descriptivo ya que la narración recoge la peregrinación de los israelíes por el desierto del Sinaí hasta las puertas de Jerusalén. Los cuarenta años justos y el perfecto itinerario de 40 nombres (ver Nm 33) no disimula las quejas y el descontento del pueblo. El libro refleja bien como ésta fue una etapa a la deriva, sin mapas ni urgencia. Los israelitas se rebelaron contra Dios y contra Moisés, su caudillo. Aunque desobedecían, Dios seguía cuidando a su pueblo.
En el texto referido tenemos la fórmula clásica de la bendición litúrgica del Antiguo Testamento (ver Ecle 50,22). Bendecir era un oficio propio de los sacerdotes, aunque también el rey podía bendecir (ver 2Sam 6,18) así como los levitas (ver Dt 10,8). Su lenguaje se asemeja mucho al utilizado en los Salmos. La referencia al «rostro iluminado» es una expresión del favor de Dios: «Si el rostro del rey se ilumina, hay vida; su favor es como nube de lluvia tardía»(Pr 16,15).La triple invocación del nombre de «Yahveh», sobre los israelitas hace eficaz la bendición de Dios (ver Jr 15,16) vislumbrándose, desde una lectura cristiana, una íntima relación con Dios Uno y Trino.
Tiempo de Navidad
Ya ha pasado el tiempo del Adviento con el cual dimos inicio a un nuevo año litúrgico, preparándonos para recibir al Señor que nace entre nosotros, ya ha pasado la gran fiesta de la Navi¬dad, hoy día concluye la Octava de Navidad. Es el momento de recapacitar y recoger los frutos. Es el momento de preguntarnos qué huella profunda dejó en noso¬tros todo este tiempo. ¿Significó algo para nosotros?
Para muchos fue entrar en un período de agitación y de sometimiento a las estrictas normas del con-sumismo en que estamos sumidos, sin dejarles un instan¬te de tranquilidad para refle¬xionar sobre el sentido de lo que celebraba nuestra fe cristiana. Es el caso de los propie¬ta¬rios y depen¬dientes del comercio establecido y no esta¬ble¬cido cuya preocupación principal era vender cada vez más y muchas horas del día; era intensa la agitación que se observaba en las calles y la carrera a la compra de rega¬los. Todo eso ya pasó, pero ¿qué sentido tuvo? Ahora se hace el balance de las ventas y se expresa satisfacción porque superaron las de años anterio¬res. ¡Qué éxito! ¡Se cumplieron los objeti¬vos! ¿Pero es éste el objetivo de la fiesta de Navidad? ¿No es esto más bien falsear su objetivo?
Todavía es tiempo de rescatar su auténtico sentido. La fiesta de Navidad es tan importante que la Iglesia la celebra durante ocho días; es como un solo largo día. Y concluye con la fiesta del 1º de enero, so-lemnidad de la Maternidad divina de María. Al concluir la Octava de Navidad ojala pudiéramos tener la actitud de los pastores que, después de ver al niño recostado en un pesebre, «se retira¬ron glorificando y alabando a Dios, por todo lo que habían oído y visto».
Ésta es la misma actitud del coro celeste que se les había presenta¬do: «Una multitud del coro celestial alababa a Dios di¬ciendo: 'Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor'». El nacimiento del Hijo de Dios en la tierra es motivo de alabanza y gloria a Dios de parte de los ángeles, de los hombres y de toda la creación. Si alguién cree haber vivido el verdadero sentido de la Navidad, examine su corazón para ver si surge en él la alabanza a Dios «por todo lo visto y oído».
Santa María, Madre de Dios
La fiesta de hoy tiene tres aspectos que no pueden pasar inadvertidos. El primero se refiere al tiempo: nadie puede ignorar el hecho de que hoy hemos comenzado un nuevo año. El recuento de los años nos permite ubicar los hechos de la historia en una línea y así poder¬ ordenarlos en el tiempo y en su relación de unos con otros. Pero ¿por qué a este año damos precisamente el número 2018? Se estima que el hombre tiene alrededor de 3 millones de años sobre la tierra. La pregunta obvia es: ¿2018 años en relación a qué? Nos responde San Pablo: «Cuando llegó la plenitud del tiempo envió Dios a su Hijo nacido de mujer » (Gal 4,4). Es decir, 2018 años de una nueva cuali¬dad de tiempo; 2018 desde el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros y de su presencia en la histo¬ria humana. Es la «plenitud del tiempo». Poner este hecho entre paréntesis es lo mismo que evadirse de la realidad.
El segundo aspecto está dicho en esas mismas palabras de San Pablo que hemos citado: envió Dios a su Hijo «naci¬do de mujer». El uso normal era identificar a alguien por el padre: «Nacido de José o de Juan o de Zebedeo, etc.». Aquí, en cambio, al comienzo de este tiempo de plenitud se encuentra una mujer, de la cual debía nacer el Hijo de Dios. Por eso es conveniente que el primer día de cada año, cuando se recuerda el evento fundamental, se celebre a la Virgen María como Madre de Dios. María que, como criatura, es ante todo discípula de Cristo y redimida por Él, al mismo tiempo fue elegida como Madre suya para formar su humanidad.
Así, en la relación entre María y Jesús se realiza de modo ejemplar el sentido profundo de la Navidad: Dios se hizo como nosotros, para que nosotros, de algún modo, llegáramos a ser como él. Esto es lo pri-mero que vieron los pastores cuando corrieron a verificar el signo dado por el ángel: «Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre». Al comenzar este año, ante todos los eventos que en él ocurran, el Evangelio nos invita a tener la actitud reverente y silenciosa de la Madre de Dios: «María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón».
Por último, el primero de cada año la Iglesia celebra la Jornada mundial de la paz. Hemos dicho que al-guien puede verificar su vivencia de la Navidad por el deseo de alabar y glorificar a Dios que brota es-pontáneo de su corazón. Pero a la gloria de Dios en el cielo corresponde la «paz en la tierra a los hombres que ama el Señor». La paz, en sentido bíblico, es el bien mayor que se puede desear a alguien. La persona posee la paz cuando está bien en todo sentido, en particular cuando goza de la gracia de Dios.
En este primer día del año queremos que la gracia del Señor se derrame en abundancia a «todos los hombres de buena voluntad» de acuerdo a la antigua bendición de Moisés: «Que el Señor te bendiga y te guarde; que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,26).Esta paz fue dada al mundo con el nacimiento de Cristo. Y en esto consistió su misión en la tierra, tal como él mismo lo declara antes de abandonarla: «La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 14,17).
Una palabra del Santo Padre:
«Celebrar la maternidad de María como Madre de Dios y madre nuestra, al comenzar un nuevo año, significa recordar una certeza que acompañará nuestros días: somos un pueblo con Madre, no somos huérfanos.
Las madres son el antídoto más fuerte ante nuestras tendencias individualistas y egoístas, ante nues-tros encierros y apatías. Una sociedad sin madres no sería solamente una sociedad fría sino una sociedad que ha perdido el corazón, que ha perdido el «sabor a hogar». Una sociedad sin madres sería una sociedad sin piedad que ha dejado lugar sólo al cálculo y a la especulación. Porque las madres, incluso en los peores momentos, saben dar testimonio de la ternura, de la entrega incondicional, de la fuerza de la espe-ranza. He aprendido mucho de esas madres que teniendo a sus hijos presos, o postrados en la cama de un hospital, o sometidos por la esclavitud de la droga, con frio o calor, lluvia o sequía, no se dan por vencidas y siguen peleando para darles a ellos lo mejor. O esas madres que en los campos de refugiados, o incluso en medio de la guerra, logran abrazar y sostener sin desfallecer el sufrimiento de sus hijos. Madres que dejan literalmente la vida para que ninguno de sus hijos se pierda. Donde está la madre hay unidad, hay pertenencia, pertenencia de hijos.
Comenzar el año haciendo memoria de la bondad de Dios en el rostro maternal de María, en el rostro maternal de la Iglesia, en los rostros de nuestras madres, nos protege de la corrosiva enfermedad de «la orfandad espiritual», esa orfandad que vive el alma cuando se siente sin madre y le falta la ternura de Dios. Esa orfandad que vivimos cuando se nos va apagando el sentido de pertenencia a una familia, a un pueblo, a una tierra, a nuestro Dios. Esa orfandad que gana espacio en el corazón narcisista que sólo sabe mirarse a sí mismo y a los propios intereses y que crece cuando nos olvidamos que la vida ha sido un regalo —que se la debemos a otros— y que estamos invitados a compartirla en esta casa común.
Tal orfandad autorreferencial fue la que llevó a Caín a decir: «¿Acaso soy yo el guardián de mi herma-no?» (Gn 4,9), como afirmando: él no me pertenece, no lo reconozco. Tal actitud de orfandad espiritual es un cáncer que silenciosamente corroe y degrada el alma. Y así nos vamos degradando ya que, entonces, nadie nos pertenece y no pertenecemos a nadie: degrado la tierra, porque no me pertenece, degrado a los otros, porque no me pertenecen, degrado a Dios porque no le pertenezco, y finalmente termina degradán-donos a nosotros mismos porque nos olvidamos quiénes somos, qué «apellido» divino tenemos. La pérdida de los lazos que nos unen, típica de nuestra cultura fragmentada y dividida, hace que crezca ese sen-timiento de orfandad y, por tanto, de gran vacío y soledad. La falta de contacto físico (y no virtual) va cau-terizando nuestros corazones (cf. Carta enc. Laudato si’, 49) haciéndolos perder la capacidad de la ternura y del asombro, de la piedad y de la compasión. La orfandad espiritual nos hace perder la memoria de lo que significa ser hijos, ser nietos, ser padres, ser abuelos, ser amigos, ser creyentes. Nos hace perder la memoria del valor del juego, del canto, de la risa, del descanso, de la gratuidad.
Celebrar la fiesta de la Santa Madre de Dios nos vuelve a dibujar en el rostro la sonrisa de sentirnos pueblo, de sentir que nos pertenecemos; de saber que solamente dentro de una comunidad, de una familia, las personas podemos encontrar «el clima», «el calor» que nos permita aprender a crecer humanamente y no como meros objetos invitados a «consumir y ser consumidos». Celebrar la fiesta de la Santa Madre de Dios nos recuerda que no somos mercancía intercambiable o terminales receptoras de información. Somos hijos, somos familia, somos Pueblo de Dios».
Papa Francisco. Homilía en la Solemnidad de Santa María Madre de Dios. 1 de enero de 2017
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. San Juan Pablo II colocaba en su libro «Memoria e Identidad» la memorable frase de San Pablo: «No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien» (Rm 12,21) y nos decía como «el mal es siempre ausencia de un bien que un determinado ser debería tener, es una carencia». Es-forcémonos y hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para poder vivir cotidianamente a lo largo del año este programa de vida. Hagamos el bien ante el mal que muchas veces nos rodea.
2. Un año nuevo siempre es un tiempo lleno de esperanza y de renovación. Agradezcamos al Señor por todos los dones del año que pasó y ofrezcámosle nuestros mejores esfuerzos para vivir más cerca de Dios y de nuestros hermanos. ¿Cuáles van a ser nuestras resoluciones para el 2006? ¿Cuáles van a ser nuestros objetivos? ¿Qué debo de cambiar? ¿Qué voy a mejorar?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 464-469. 495.
texto acilitado por J.R. PULIDO, presidente diocesano en Toledo y Vicepresidente del Consejo nacional de la Adoración Nocturna Española.
fotos: detalle del Nacimmiento de estilo napolitano expuesto en la Iglesia del Santo Ángel (PP. CARMELITAS ) Sevilla
Tiempo de Navidad. Sagrada Familia. Ciclo B – 31 de diciembre de 2017 «Mis ojos han visto tu salvación»
Lectura del libro de Eclesiástico (3,2-6.12-14): El que teme al Señor honra a sus padres.
Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole.
El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha.
Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.
Salmo 127,1-2.3.4-5: ¡Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos! R. /
¡Dichoso el que teme al Señor // y sigue sus caminos! // Comerás el fruto de tu trabajo, // serás dichoso, te irá bien. R. /
Tu mujer, como parra fecunda, // en medio de tu casa; // tus hijos, como renuevos de olivo, // alrededor de tu mesa. R. /
Esta es la bendición del hombre // que teme al Señor. // Que el Señor te bendiga desde Sión, // que veas la prosperidad de Jerusalén, // todos los días de tu vida. R. /
Lectura de la carta de San Pablo a los Colosenses (3,12-21): La vida de familia vivida en el Señor.
Hermanos: Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.
Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.
O bien, en este Año B:
Lectura del libro del Génesis (15,1-6; 21,1-3): Te heredará uno salido de tus entrañas. (Power)
En aquellos días, Abrán recibió en una visión la palabra del Señor: "No temas, Abrán, yo soy tu escudo, y tu paga será abundante." Abrán contestó: "Señor, ¿de qué me sirven tus dones, si soy estéril, y Eliezer de Damasco será el amo de mi casa?" Y añadió: "No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará."
La palabra del Señor le respondió: "No te heredará ése, sino uno salido de tus entrañas." Y el Señor lo sacó afuera y le dijo: "Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes." Y añadió: "Así será tu descendencia." Abrán creyó al Señor, y se le contó en su haber.
El Señor se fijó en Sara, como lo había dicho; el Señor cumplió a Sara lo que le había prometido. Ella concibió y dio a luz un hijo a Abrán, ya viejo, en el tiempo que había dicho. Abrán llamó al hijo que le había nacido, que le había dado Sara, Isaac.
Salmo 104,1b-2.3-4.5-6.8-9: El Señor es nuestro Dios, se acuerda de su alianza eternamente. R./
Dad gracias al Señor, invocad su nombre, // dad a conocer sus hazañas a los pueblos. // Cantadle al son de instrumentos, // hablad de sus maravillas. R./
Gloriaos de su nombre santo, // que se alegren los que buscan al Señor. // Recurrid al Señor y a su poder, // buscad continuamente su rostro. R./
Recordad las maravillas que hizo, // sus prodigios, las sentencias de su boca. // ¡Estirpe de Abrahán, su siervo; // hijos Se Jacob, su elegido! R./
Se acuerda de su alianza eternamente, // de la palabra dada, por mil generaciones; // de la alianza sellada con Abrahán, // del juramento hecho a Isaac. R./
Lectura de la carta de San Pablo a los (11,8.11-12.17-19): Fe de Abrahán, de Sara y de Isaac. (Power)
Hermanos: Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía.
Y así, de uno solo y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: "Isaac continuará tu descendencia." Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así, recobró a Isaac como figura del futuro.
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Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (2, 22- 40): El niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría. (Power)
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
San Juan Pablo II decía proféticamente: «¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia! Es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia». Sin duda una de las instituciones naturales que más está siendo atacada por los embates de la llamada «cultura del descarte» es la familia. La Iglesia ha querido entre la celebración del nacimiento de Jesús y la Maternidad Divina de María ; reservar una fiesta para volver los ojos a Jesús, María y José pero no a cada uno por separado sino unidos en una Santa Familia. La vinculación y las relaciones que existen entre ellos es la de una familia normal.
Y es éste el mensaje central de este Domingo: rescatar el valor insustituible de la familia centrada en el sacramento del matrimonio. El entender que Dios mismo se ha educado en la escuela más bella que el ser humano tiene para crecer y fortalecerse y así llenarse de sabiduría y gracia: la familia. Él mismo ha querido vivir esta experiencia familiar y nos ha dejado así un hermoso legado.
Es por eso que todas las lecturas están centradas en la familia. El libro del Eclesiástico nos trae consejos muy prácticos y claros sobre los deberes entre los padres y los hijos siendo las relaciones mutuas e interdependientes. San Pablo en su carta a los Colosenses, nos habla de las exigencias del amor en el seno familiar: perdonarse y aceptarse mutuamente como lo hizo Jesucristo. Finalmente, en el Evangelio de San Lucas vamos a leer el pasaje de la presentación en el Templo de Jerusalén. Jesús, una tierna criatura, es reconocida como el Mesías por dos personas ancianas: Simeón y Ana. Pero además veremos cómo, poco a poco Santa María va siendo educada en pedagogía divina del dolor-alegría.
La Sagrada Familia
La fiesta de la Sagrada Familia se trata de una fiesta bastante reciente. La devoción a la Sagrada Familia de Jesús, María y José tuvo un fuerte florecimiento en Canadá y fue muy favorecida por el Papa León XIII. Desde 1893 se permitía celebrar la Fiesta en diversas diócesis en el tercer Domingo después de la Epifanía del Señor.
Fue finalmente introducida en el Calendario litúrgico en el año de 1921 y su ubicación en este momento cercano a la Navidad es recién del año 1969 y obedece a la necesidad de vincularla más al misterio de la Navidad. Ante esta situación, la Iglesia nos recuerda que el Hijo de Dios se encarnó y nació en el seno de una familia, para enseñarnos que la familia es la institución dispuesta por Dios para la venida a este mundo de todo ser humano.
Para el pueblo de Israel era claro que la salvación del ser humano no podía suceder sino por una intervención de Dios mismo en la historia humana. Tenía que ser una intervención de igual magnitud que la creación o mayor aún. Por eso tenía que ser Dios mismo quien interviniese. Pero sólo Dios sabía que esto ocurriría por la Encarna¬ción de su Hijo único, el cual asumiendo la natura¬leza humana «pasa¬ría por uno de tan¬tos» (Flp 2,7). Pero esto no podía ocurrir sino en el seno de una familia. Cuando Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María ella no era una mujer sola, sino una mujer casada con José. Jesús nació entonces en una familia. Si esta circunstancia no hubiera sido decisiva para nuestra salvación el Evangelio de Lucas y el de Mateo no la habrían destacado. El Hijo de Dios no sólo asumió y redimió a todo ser humano, sino también la institución necesaria para el desarrollo armónico de todo ser humano: la familia. ¡No puede quedar más realzada la importancia de la familia!
En este día tenemos que considerar a Jesús en su condi¬ción de hijo de María y de José; a la Virgen María en su condición de madre y esposa; y a San José en su condi¬ción de padre y jefe del hogar. La familia de Naza¬ret es la escuela de todas las virtudes humanas. Allí res¬plandece el amor, la piedad, la generosidad, la abnega¬ción de sí mismo y la atención al otro, la senci¬llez, la pureza; en una palabra, la santidad. ¿Qué es lo que tiene de particu¬lar esta familia? ¿Qué es lo más notable en ella? En ella está excluido todo egoísmo. Cada uno de sus miembros tiene mayor interés por los otros que por sí mismo.
Sin duda podemos afirmar que viven las virtudes que leemos en la Carta a los Colosenses: «misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente». Esta debe de ser la «hoja de ruta» que han de seguir las familias hoy en día. Son muchas las familias que se separan porque cada uno quiere hacer «su propia vida», porque cada uno busca su propio interés.
Presentación en el Templo
El Evangelio de hoy nos relata el momento en que el Niño Jesús es presentado por sus padres a Dios en el Templo de Jerusalén. Toda la familia emprende este largo viaje desde Nazaret a Jerusalén –aproximadamente unos100 km. - con el fin de cumplir lo que estaba escrito. Leemos en el texto la sana preocupación por cumplir la «Ley del Señor». Esto lo hacían José y María con absoluta serie¬dad y dedica-ción. El texto concluye diciendo: «Después que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret». Este rasgo de la Familia de Nazaret nos enseña que, cuando en la familia o en la sociedad en general hay respeto por la ley de Dios, reina el amor y el bien común; en cambio, cuando Dios es excluido, reina el egoísmo que se plasma en leyes civiles que buscarán satisfacer intereses particulares y “olvidarse” de los principios fundamentales de la convivencia social.
Sin duda nos llama la atención que la Sagrada Familia haya podido sufrir estrecheces económi¬cas y apuros como ocurrió cuando fueron rechazados de todos los albergues y tuvieron que refugiarse en un pese¬bre para que la Virgen diera a luz a su Hijo, es decir, a nivel infrahu¬mano; haya podido sufrir persecución, como ocurrió cuando Herodes buscó al Niño para matarlo; sufrir el exilio, como ocurrió cuando debieron huir a Egipto y vivir allí hasta la muerte de Herodes. Pero todo lo sobrelleva¬ban con paciencia y serenidad porque estaba allí Jesús.
En efecto, no vemos que ninguno de los miembros de esa fami¬lia se haya quejado de tener que sufrir situaciones tan adver¬sas. Ocurre lo que enseña la Imitación de Cristo: «Cuando Jesús está presente, todo está bien y nada parece difícil; por el contrario, cuando Él está ausente, todo se vuelve pesado» .
Simeón y Ana
Dos personajes importantes se hacen presentes en el relato evangélico: Simeón y Ana. Al ver a José y María entrando al templo con Jesús, tuvieron una revelación sobre la identi¬dad de este Niño. Simeón es presentado como «un hombre justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel, y estaba en él el Espíritu Santo». Es un anciano que, por su edad ya está próximo a la muerte. Pero había recibido de parte de Dios una certeza que llenaba de sentido y de gozo la prolonga¬ción de sus años: «Le había sido revelado por el Espíri¬tu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo (Ungido) del Señor». «Ungido del Señor» es la expresión con que se llama al esperado de Israel. Se le nombra con lo que es más propio de Él: la unción. ¿Por qué la unción?
La unción es el signo externo que garantiza la presencia en Él del Espíritu del Señor. Jesús no fue ungido por nadie para que recibiera el Espíritu Santo; Él nació «ungido» desde el seno de su madre. Esto es lo que dice el ángel Gabriel a su madre cuando le anuncia su concepción virginal: «El Espíri¬tu Santo vendrá sobre ti... por eso el nacido santo será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). Nacido «santo» quiere decir: consagrado, ungido, separado para Dios y lleno del Espíritu Santo. Simeón toma en sus brazos al Niño y se dirige a Dios diciendo: «Mis ojos han visto tu salva¬ción, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, Luz para alumbrar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» .
Ana contaba con 84 años de edad cuando reconoció a Jesús como «Mesiás» cuando lo presentan en el Templo de Jerusalén. Era hija de Fanuel, de la tribu de Aser, y tras un matrimonio de siete años consagró el resto de su vida a servir en el Templo mediante ayuno y oraciones (ver Lc 2,36-38). Para comprender por qué, entre todos los que entra¬ban y salían, sólo Ana y Simeón conocie¬ron quién era este Niño hay que fijarse la breve descripción que nos deja San Lucas: «Simeón era un hombre justo y piadoso... y estaba en él el Espíri¬tu Santo»; por su parte, «Ana era una profeti¬sa, que permane¬ció viuda hasta los ochenta y cuatro años y no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oracio¬nes». Ambos tenían una especial y particular relación con el Espíritu Santo. Dóciles a sus mociones los lleva a ser de las primeras personas de Israel en reconocer a Jesús como Mesías y Salvador.
Dolor y alegría
«Y a tu misma alma una espada la traspasará». Ciertamente no son las palabras más alentadoras que podría esperar María después de haber escuchado el «Nunc dimittis». Porla profecía de Simeón se despierta en el corazón de Santa María el presentimiento de un misterio infinitamente doloroso en la vida de su querido Hijo. Hasta entonces Ella no había escuchado sino las palabras del Arcángel Gabriel que le anunciaba para Jesús el trono de su padre David (Lc 1,32). Simeón las confirma pero introduce «una espada» - el rechazo del Mesías por Israel ( Lc 1,34) – cuya divina pedagogía tendrá su ápice al pie de la Cruz (Jn 19, 25-27).
Honra a tu padre y a tu madre...
En la tradición judía del Eclesiástico y en el cumplimiento cristiano, según la carta de san Pablo a los Colosenses, vemos la naturaleza religiosa del respeto y de la reverencia filial hacia los padres naturales. En la tradición judía los padres debían ser honrados y temidos, sobre todo por ser los transmisores de la Ley de Dios a sus hijos. De hecho, en el cuarto Mandamiento, el verbo usado para hacer referencia a los padres, al honor, se utiliza también en otros textos de las Escrituras, tales como Isaías 29, para referirse a Dios. Esto implica un motivo sobrenatural más alto por las dos partes, para los hijos que honren a sus padres y también, para los padres, un papel más importante hacia sus hijos que la generación natural.
San Pablo es muy sucinto; hay deberes cristianos hacia el marido y la esposa, así como hacia los padres y hacia los hijos. El cumplimiento de estos deberes agrada a Dios. Esto mismo lo expresaba Israel en su poesía, como se canta en el Salmo que se recita en la liturgia de este día: «Dichoso el hombre que teme al Señor y sigue sus caminos» (Sal 128). ¿En qué consiste esa dicha? Lo dice el mismo salmo: «Tu mujer como vid fecunda en medio de tu casa; tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa».Ésta es la descripción de un ambiente familiar sano, en que los hijos numerosos y llenos de vida rodean a sus padres. El Salmo agrega: «Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor». Es decir, gozar de una vida familiar plena
Una palabra del Santo Padre:
«El Evangelio de hoy invita a las familias a acoger la luz de esperanza que proviene de la casa de Nazaret, en la cual se ha desarrollado en la alegría la infancia de Jesús, quien —dice san Lucas— «iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (2, 52). El núcleo familiar de Jesús, María y José es para todo creyente, y en especial para las familias, una auténtica escuela del Evangelio. Aquí admiramos el cumplimiento del plan divino de hacer de la familia una especial comunidad de vida y amor. Aquí aprendemos que todo núcleo familiar cristiano está llamado a ser «iglesia doméstica», para hacer resplandecer las virtudes evangélicas y llegar a ser fermento de bien en la sociedad. Los rasgos típicos de la Sagrada Familia son: recogimiento y oración, mutua comprensión y respeto, espíritu de sacrificio, trabajo y solidaridad.
Del ejemplo y del testimonio de la Sagrada Familia, cada familia puede extraer indicaciones preciosas para el estilo y las opciones de vida, y puede sacar fuerza y sabiduría para el camino de cada día.La Virgen y san José enseñan a acoger a los hijos como don de Dios, a generarlos y educarlos cooperando de forma maravillosa con la obra del Creador y donando al mundo, en cada niño, una sonrisa nueva. Es en la familia unida donde los hijos alcanzan la madurez de su existencia, viviendo la experiencia significativa y eficaz del amor gratuito, de la ternura, del respeto recíproco, de la comprensión mutua, del perdón y de la alegría.
Quisiera detenerme sobre todo en la alegría. La verdadera alegría que se experimenta en la familia no es algo casual y fortuito. Es una alegría que es fruto de la armonía profunda entre las personas, que hace gustar la belleza de estar juntos, de sostenernos mutuamente en el camino de la vida. Pero en la base de la alegría está siempre la presencia de Dios, su amor acogedor, misericordioso y paciente hacia todos.
Si no se abre la puerta de la familia a la presencia de Dios y a su amor, la familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos y se apaga la alegría. En cambio, la familia que vive la alegría, la alegría de la vida, la alegría de la fe, la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la sociedad».
Papa Francisco. Ángelus 27 de diciembre de 2015.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. El ejemplo de entrega, fidelidad, dedicación, unión; que la Familia de Nazaret nos transmite es muy grande. ¿Qué falta en mi familia? ¿Qué debo de cambiar para este nuevo año?
2. ¿Cómo vivo en mi familia las virtudes mencionadas en la Carta a los Colosenses?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2196- 2233.2360-2365.
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texto facilitado por J.R. Pulido, presidente del Consejo Diocesano de Toledo y vicepresidente del Consejo nacional de la Adoración Nocturna Española.
fotografia: Nacimiento Napolitano, con figuras de madera; Iglesia del Santo Ángel, ( PP. Carmelitas, Sevilla ) foto CAMESO
domingo, 24 de diciembre de 2017
Natividad del Señor - 25 de diciembre de 2017 «Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros»
Misa del Día:
Lectura del profeta Isaías (52, 7-10): Los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios.
¡Que hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»!
Escucha, tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
Salmo 97,1.2-3ab.3cd-4.5-6: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. R./
Cantad al Señor un cántico nuevo, // porque ha hecho maravillas: // su diestra le ha dado la victoria, // su santo brazo. R./
El Señor da a conocer su victoria, // revela a las naciones su justicia: // se acordó de su misericordia y su fidelidad // en favor de la casa de Israel. R./
Los confines de la tierra han contemplado // la victoria de nuestro Dios. // Aclama al Señor, tierra entera; // gritad, vitoread, tocad. R./
Tañed la cítara para el Señor, // suenen los instrumentos: // con clarines y al son de trompetas, // aclamad al Rey y Señor. R./
Lectura de la carta a los Hebreos (1,1- 6): Dios nos ha hablado por su Hijo.
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser.
Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo seré para él un padre, y el será para mi un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios.»
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (1,1-18): La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
«¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la Buena Noticia!» Podemos decir que el tema central de todas las lecturas en la Natividad del Señor es el mismo Jesucristo: Palabra eterna del Padre que ha puesto su tienda entre nosotros, que ha acampado entre los hombres. El prólogo del Evangelio de San Juan nos habla de la «Buena Nueva» esperada y anunciada por los profetas (Primera Lectura), nos habla del Hijo por el cual el Padre del Cielo nos ha hablado (Segunda Lectura) y nos revela la sublime vocación a la que estamos llamados desde toda la eternidad «ser hijos en el Hijo».
«¡Saltad de júbilo Jerusalén!»
El retorno del exilio es inminente y el profeta describe gozoso el mensajero que avanza por los montes como precursor de la «buena noticia» de la liberación del exilio, al mismo tiempo que anuncia la esperada paz y la inauguración del nuevo reinado de Yahveh sobre su pueblo elegido. «Ya reina tu Dios», surge así una nueva teocracia en la que Dios será realmente el Rey de su pueblo y Señor de sus corazones. Los centinelas de Jerusalén son los primeros que perciben la llegada del mensajero con la buena noticia: Dios de nuevo se ha compadecido de su pueblo y «arremangándose las mangas» ha luchado en favor de Israel ante los pueblos gentiles.
«¡Os ha nacido un Salvador!»
En todas las Iglesias del mundo resonó anoche durante la celebración eucarística la voz del Ángel del Se¬ñor que dijo a los pastores de la comarca de Belén: «Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salva¬dor, que es el Cristo, Señor» (Lc 2,10-11). Lo más extraordina¬rio es que este anuncio se ha repetido todos los años, por más de dos mil años, y en todas las latitudes, sin perder nada de su actualidad. ¿Cómo es posible esto? Hay en ese anuncio dos términos que responden a este interrogante: la palabra «hoy» y el nombre «Señor». La primera es una noción temporal, histórica, y en este texto suena como un campanazo. Ese «hoy» fija la atención sobre un punto determinado de la historia humana, que sucesivamente ha sido adoptado con razón como el centro de la historia. El nombre «Se¬ñor», en cambio, se refiere a Dios, que es eterno, infini¬to, ilimi¬tado, sin sucesión de tiempo. El anuncio quiere decir entonces que el Eterno se hizo temporal, que entró en la historia. ¿Para qué?
Para que nuestra historia tuviera una dimensión de eterni¬dad. Por eso es que los acontecimientos salvíficos, los que se refieren a la persona del Señor, son siempre presentes. Ese «hoy» es siempre ahora. Es lo mismo que expresa San Juan en el Prólogo de su Evangelio, que hoy leemos en la Misa del día. Esta solemni¬dad, dada su importancia, tiene una Misa propia de la vigi¬lia, otra Misa de media noche y otra Misa del día.
«La Palabra habitó entre nosotros»
El Prólogo del cuarto Evangelio parte del origen mismo, pone como sujeto la Palabra y, en frases sucesivas, aclara su esencia: «En el principio existía la Pala¬bra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios». Este «principio» no hace alusión a ningún tiempo, porque se ubica antes del tiempo y está perpetuamente fuera del tiempo. El sujeto al que se refiere todo el texto de San Juan es «la Palabra» que es mencionado otras dos veces: «La Palabra era la luz verdade¬ra que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (v. 9). Y en el v. 14, el punto culmi¬nante de todo el desarro¬llo, el que expli¬ca todo, porque todo conduce hacia allí: «Y la Pala¬bra se hizo carne y puso su morada entre nosotros». La Palabra, que es la Luz verdadera y cuya esencia es divina, es decir, espiritual, se encarnó. El intangible, invisi¬ble, impasible, atemporal se hizo, tangible, visible, sometido a padeci¬mientos y temporal. Para decirlo breve: Dios se hizo hombre.
Es Jesús, quien es la Palabra del Padre. En el misterio de Jesucristo no se puede separar la eternidad del tiempo, el Verbo de Jesús. Sería traicionar la revelación de Dios. A lo largo de la historia Dios había pronunciado palabras por medio de los profetas, palabras que manifestaban de modo incompleto la revelación de Dios. Con Jesucristo el Padre pronuncia la última, definitiva y única Palabra, en la que se comprende y llega a plenitud toda la revelación. Por eso leemos en la Constitución Dei Verbum: «La economía cristiana, por ser alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor» . Es decir, todo lo que el Padre quería revelarnos para nuestra salvación ya lo ha realizado en Jesucristo.
El hombre por su propia naturaleza está afectado por el tiempo, es decir, participa de esa característica que posee todo ser temporal: nacer, desarro¬llarse y, finalmente, fenecer. ¿Cómo puede hacer el hombre para entrar en la eternidad? El hombre vive de una vida natural cuyos procesos son el objeto de las ciencias naturales, la biología, la psicolo¬gía, la sociología, etc. ¿Cómo puede hacer para poseer la vida divina y eter-na sin que quede anulada su vida natural? Esto lo consigue el hombre me¬diante un acto que se cumple en el tiempo, pero le obtiene la eternidad. Este acto es la fe en Cristo, la fe en su identidad de Dios y Hombre, de eterno y temporal, de Hijo de Dios e Hijo de María.
«Vino a su casa y los suyos no la acogieron»
El texto continúa refiriéndose a «la Palabra» y menciona que los suyos no la acogieron, pero aquellos que sí lo hicieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. El nombre, en la Sagrada Escritura, está en el lugar de la identidad personal. Y esto lo repitió Jesús muchas veces en su vida. Citemos al menos una: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Y el mismo Juan en su carta explica: «Os he escrito estas cosas para que sepáis que tenéis vida eterna, vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios» (1Jn 5,13).
Jesucristo, en quien concurren la humanidad y la divinidad, es el único camino por el cual el hombre puede alcan¬zar a Dios. Lo enseñó Él mismo cuando dijo: «Yo soy el Camino... Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). No hay otro camino pues en ningún otro se juntan la naturaleza humana y la natura¬leza divina, el tiempo y la eternidad; ningún otro es verdadero Dios y verdadero hombre. Y la aparición de esta posibilidad en el mundo es lo que celebra¬mos hoy.
Es una posibilidad que está abierta también hoy y lo estará siempre pues «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre» (Heb 13,8). También hoy está abier¬ta la opción de acogerlo o no acogerlo, de creer o no creer en él. Si Jesús nació en un pesebre, «porque no había lugar para ellos en la posada» (Lc 2,7), es porque quiso ubicarse en el grado más bajo de la escala humana, a nivel infrahuma¬no. Lo hizo para que nadie se sienta excluido, ni siquiera el hombre más miserable, y todos tengan abierto el camino de la salvación. A todos, como a los pastores, se les anuncia: «Hoy os ha nacido un Salvador». ¡Acogedlo!
Una palabra del Santo Padre:
«La profecía de Isaías anuncia la aparición de una gran luz que disipa la oscuridad. Esa luz nació en Belén y fue recibida por las manos tiernas de María, por el cariño de José, por el asombro de los pastores. Cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del Redentor, lo hicieron con estas palabras: “Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,12). La «señal» es precisamente la humildad de Dios, la humildad de Dios llevada hasta el extremo; es el amor con el que, aquella noche, asumió nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros anhelos y nuestras limitaciones. El mensaje que todos esperaban, que buscaban en lo más profundo de su alma, no era otro que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez.
Esta noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar. ¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él, o le impido que se acerque? «Pero si yo busco al Señor» –podríamos responder–. Sin embargo, lo más importante no es buscarlo, sino dejar que sea él quien me busque, quien me encuentre y me acaricie con cariño. Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola presencia: ¿permito a Dios que me quiera?
Y más aún: ¿tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces, pero sin el calor del Evangelio? ¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy! Paciencia de Dios, cercanía de Dios, ternura de Dios.
La respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que Dios da a nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida con bondad, con mansedumbre. Cuando nos damos cuenta de que Dios está enamorado de nuestra pequeñez, que él mismo se hace pequeño para propiciar el encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón y suplicarle: “Señor, ayúdame a ser como tú, dame la gracia de la ternura en las circunstancias más duras de la vida, concédeme la gracia de la cercanía en las necesidades de los demás, de la humildad en cualquier conflicto”.
Queridos hermanos y hermanas, en esta noche santa contemplemos el misterio: allí “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande” (Is 9,1). La vio la gente sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios. En cambio, no la vieron los arrogantes, los soberbios, los que establecen las leyes según sus propios criterios personales, los que adoptan actitudes de cerrazón. Miremos al misterio y recemos, pidiendo a la Virgen Madre: “María, muéstranos a Jesús”».
Papa Francisco. Solemnidad de la Natividad del Señor. Vaticano 24 de diciembre de 2014.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. Nos dice San León Magno: «Nuestro Salvador, amadísimos hermanos, ha nacido hoy; alegrémonos. No puede haber, en efecto, lugar para la tristeza, cuando nace aquella vida que viene a destruir el temor de la muerte y a darnos la esperanza de una eternidad dichosa. Que nadie se considere excluido de esta alegría, pues el motivo de este gozo es común para todos, nuestro Se¬ñor, en efecto, vencedor del pecado y de la muerte, así como no encontró a nadie libre de culpa, así ha venido para salvarnos a todos. Alégrese, pues, el justo, porque se acerca a la recompensa; regocíjese el pecador, porque se le brinda el perdón; anímese el pagano, porque es lla¬mado a la vida». ¡Vivamos hoy la alegría por el nacimiento de nuestro Redentor! Compartamos esta alegría en nuestra familia, en nuestro trabajo, con nuestros amigos, con las personas necesitadas.
2. Volvamos a lo esencial de la Navidad. Todo el resto se subordina a la gran verdad de nuestra fe: Navidad es Jesús. ¿Qué voy hacer en mi familia para que éste sea el mensaje central en estos días?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 525-526.
texto facilitado por J.R. Pulido, presidente del Consejo diocesano de ANE - Toledo y vicepresidente del Consejo nacional
sábado, 23 de diciembre de 2017
Domingo de la Semana IV del Tiempo de Adviento. Ciclo B – 24 de diciembre de 2017 «El que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios»
Lectura del segundo
libro de Samuel (7,1-5.8b-12.14a.16): El reino
de David durará por siempre en la presencia del Señor.
Cuando
el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la paz con todos
los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al profeta Natán: Mira, yo estoy
viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda. Natán
respondió al rey: Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.
Pero
aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor: Ve y dile a mi
siervo David: "Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una
casa para que habite en ella? Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las
ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas
tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos
de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo, lo plantaré para que viva en
él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que los malvados lo aflijan como
antes, cuando nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz
con todos tus enemigos, y, además, el Señor te comunica que te dará una dinastía.
Y, cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré
después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su
realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino
durarán por siempre en mí presencia; tu trono permanecerá por siempre".
Salmo 88,2-3.4-5.27.29: Cantaré eternamente las misericordias del Señor. R./
Cantaré
eternamente las misericordias del Señor, // anunciaré tu fidelidad por todas
las edades. // Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno, // más que
el cielo has afianzado tu fidelidad.» R./
«Sellé
una alianza con mí elegido, // jurando a David, mi siervo: // 'Te fundaré un
linaje perpetuo, // edificaré tu trono para todas las edades.'» R./
Él
me invocará: «Tú eres mi padre, // mi Dios, mi Roca salvadora.» // Le mantendré
eternamente mi favor, // y mi afianza con él será estable.
R./
Lectura de la carta
de San Pablo a los Romanos (16, 25-27): El misterio mantenido en secreto durante siglos, ahora se ha
manifestado.
Hermanos:
Al que puede fortaleceros según el Evangelio que yo proclamo, predicando a
Cristo Jesús, revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos
eternos y manifestado ahora en los escritos proféticos, dado a conocer por
decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a la obediencia de la
fe, al Dios, único sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los
siglos. Amén.
Lectura del Santo
Evangelio según San Lucas (1,26-38): Concebirás
en tu vientre y darás a luz un hijo.
En aquel
tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de
David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se turbó ante estas palabras y se
preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has
encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y
le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el
Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob
para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María
dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?» El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a
tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está
de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María
contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la
dejó el ángel.
& Pautas para la reflexión personal
z El vínculo entre las lecturas
Próximos ya a la celebración
del Misterio de la Navidad, la Iglesia hace preceder al nacimiento del Salvador
el misterio de la Virgen-Madre, porque tiene la clara «conciencia de que María apareció antes de Cristo en el horizonte de la
historia de la salvación», como ha dicho San Juan Pablo II. El arcángel Gabriel le anticipa a María que su hijo: «será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el
Señor Dios le dará el trono de David».
El segundo libro de
Samuel (Primera Lectura)nos presenta al rey David con la intención de construir
un templo para Yahveh pero el profeta Natán indica a David que la voluntad de
Dios es diversa: no será él, el rey David, quien construirá el templo, sino que
será Dios mismo quien dará a David, una «casa»,
una descendencia y un reino que durarán por siempre.
María, concebida sin
pecado y colmada de la gracia y santidad de Dios, fue elegida para una misión
muy específica: ser Madre de Dios y Madre nuestra. De este modo, Dios mismo, «al llegar la plenitud de los tiempos»
habitaría en su seno purísimo para tomar de Ella nuestra humanidad y
«construirse» así en María una morada dignísima. Este es el gran Misterio
escondido por siglos eternos y manifestado en Jesucristo con el fin de atraer a
todos los hombres a la «obediencia de la
fe» (Segunda Lectura). Porque tanto nos ha amado Dios que nos ha dado a su
Hijo único para que tengamos en Él la vida eterna.
J «Yahveh te edificará una casa»
Ésta es la primera
intervención del profeta Natán que desempeñará un papel muy importante a lo
largo del reinado del rey David. Cuando
éste muere; la casta se va a dividir y Adonías (cuarto hijo de David) va a querer
usurpar el poder, sin embargo, Natán ungirá a Salomón (el segundo hijo de David
con Betsabé) como rey sucesor. La profecía que leemos en la Primera Lectura se
elabora a base de una contraposición: no será David quien edifique una casa (un
templo) para Yahveh sino que será Yahveh quien levantará una casa - es decir
una dinastía- a David. La promesa concierne esencialmente a la permanencia del
linaje davídico sobre el trono de Israel e irá más allá del primer sucesor de
David: Salomón. Éste es el primer eslabón de las profecías sobre el Mesías como
hijo de David, título aplicado posteriormente a Jesús (ver Hch 2, 29-30).
J El más grande Misterio de toda la humanidad
Uno puede leer mil veces, un
millón de veces, el relato de la Anunciación-Encarnación y siempre encontrará
algo nuevo, porque nos habla de un misterio insondable que no puede ser agotado
por nuestra limitada inteligencia. Si la literatura consiste en transmitir un
contenido valioso usando el vehículo de la palabra humana, podemos decir que
aquí tenemos la página más hermosa de toda la literatura universal. Con una sobriedad
impresionante se relata el acontecer de un misterio que recapitula y, de
golpe, da sentido a todo el Antiguo Testamento y a toda la historia humana. Lo
que era oscuro y latente, aquí se hizo luminoso y patente.
Dios estaba realizando la
promesa de salvación enviando a su Hijo único para que asumiera la naturaleza
humana en el seno de una Virgen y diera cumplimiento a todas las profecías.
Cuando Lucas, después de informarse de todo diligentemente, escribió su
Evangelio, él no sabía que nosotros lo íbamos a editar junto con los otros tres
Evangelios. Él quiso escribir una obra completa como si fuera el único relato
del misterio de Cristo y de la Iglesia (su Evangelio se prolonga en los Hechos
de los Apóstoles). Por eso aquí tenemos la primera presentación de la Virgen
María: «El sexto mes fue enviado por Dios
el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen
desposada con un hombre llamado José de la casa de David; el nombre de la
virgen era María». No sobra ninguna palabra; el estilo carece de todo
triunfalismo y adorno superfluo.
Este comienzo recuerda la
presentación de los grandes profetas a quienes es dirigida la Palabra de Dios.
Así es presentado Ezequiel: «En el año
treinta... fue dirigida la palabra del Señor a Ezequiel, hijo de Buzí en el
país de los caldeos...» (Ez 1,1-3). Así
es presentado Oseas: «Palabra del Señor
que fue dirigida a Oseas, hijo de Beerí, en tiempos de Ozías...» (Os 1,1).
En el caso de Jonás leemos: «La palabra
del Señor fue dirigida a Jonás» (Jon 1,1).
Pero en el caso de la Virgen
María, le fue enviado un ángel de parte de Dios para anunciarle que en ella
tomaría carne la Palabra eterna de Dios. Ella la acogería en su seno y la daría
al mundo. La Epístola a los Hebreosnos ayuda a ver la diferencia en relación a
los profetas del Antiguo Testamento: «Muchas
veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de
los profetas: en estos últimos tiempos nos ha hablado por el Hijo» (Hb
1,1-2). Esta Palabra, que existía
desde siempre junto al Padre, fue modulada en el seno de María y desde allí fue
pronunciada al mundo.
K «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?»
El Evangelio de hoy es el
anuncio de un nacimiento. La Virgen supo desde el primer momento quién era el
que iba a nacer. El arcángel le dijo claramente su identidad y la Virgen
comprendió que esta era la promesa hecha a David y que tenía ahora
cumplimiento; comprendió que el que iba a nacer era el Mesías, el que Israel
esperaba como salvador. Pero subsiste un problema. De la pregunta de María
se deduce que ella tenía un propósito de perpetua virginidad, es decir, de
consagración total a Dios, percibido como una llamada divina.
No se pueden entender de otra
manera sus palabras (tanto más considerando que ella estaba comprometida como
esposa de José que sin duda también había aceptado mantenerse célibe): «¿Cómo será esto, puesto que no conozco
varón?». «Conocer varón» es una expresión idiomática para indicar la
relación sexual; y «no conozco»,
dicho en presente, indica una situación que se prolonga perpetuamente. De lo
contrario, ¿qué dificultad podía encontrar una esposa al anuncio del nacimiento
de un hijo? La literatura antigua está llena de anuncios de nacimientos y
ninguna mujer reacciona así.
El problema de María es que,
de parte de Dios, siente el llamado a la virginidad perpetua y, de parte de
Dios, se le anuncia el nacimiento de un hijo, y más encima, del Mesías
esperado. La respuesta del arcángel le disipa toda duda: «El Espíritu Santo vendrá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra... ninguna cosa es imposible para Dios». El Espíritu de Dios
es el que, cerniéndose sobre el abismo caótico, puso armonía y belleza en el
universo creado (ver Gn 1,2); el Espíritu de Dios es el que da vida al polvo
que es el hombre (ver Gn 2,7; Sal 104,29-30); el Espíritu de Dios hace revivir
los huesos secos (ver Ez 37,10); el Espíritu de Dios hace conocer la Verdad (ver
Jn 16,13). El Espíritu de Dios puede hacer que una mujer sea virgen y madre.
El resto del anuncio, es
decir, la identidad completa del que iba a nacer, la Virgen no lo pudo
comprender plenamente en ese momento: «Será
grande y será llamado Hijo del Altísimo... será santo y será llamado Hijo de
Dios». Esto era un misterio que ella comprendería en plenitud después de
peregrinar en la fe y de conservar, meditándolas en su corazón, cada cosa y
cada palabra de Jesús. La Virgen María se entregó sin reserva al misterio de la
vida que se engendraba en ella y comenzó su maternidad. Lo aceptó con estas
palabras: «He aquí la esclava del Señor;
hágase en mi según tu palabra». Si tenía otros planes en su vida, en este
momento quedaron todos sometidos al Plan de Reconciliación del Padre amoroso.
J «La obediencia de la fe»
Si tratamos de
entender lo que San Pablo quiere decir cuando nos habla de «obediencia de la
fe» en su carta a los Romanos, podemos decir que se trata de la confianza
absoluta puesta en Dios y en lo que Él revela. A la luz de la experiencia de
María, que leemos en el pasaje de San Lucas, estamos invitados a vivir «la obediencia de la fe» como una
respuesta a la invitación de Dios a cooperar con su Divino Plan. Y no podía ser
de otro modo, pues siendo Dios Amor, quiere de nosotros una respuesta generosa,
y por ello respeta infinitamente la libertad de su creatura humana. De este
modo Dios ha hecho depender del hombre mismo, en sentido último y real, su
propia salvación: «Nos creaste sin
nuestro consentimiento, pero sólo nos salvarás con nuestro consentimiento»,
decía san Agustín. El hombre no puede alcanzar la propia salvación y
realización humana si no es por la obediencia de la fe, libre y amorosa.
+ Una palabra del Santo Padre:
«María es la madre de
la esperanza, la imagen más expresiva de la esperanza cristiana. Toda su vida
es un conjunto de actitudes de esperanza, comenzando por el «sí» en el momento
de la anunciación. María no sabía cómo podría llegar a ser madre, pero se
confió totalmente al misterio que estaba por realizarse, y llegó a ser la mujer
de la espera y de la esperanza. Luego la vemos en Belén, donde nace en la pobreza
Aquél que le fue anunciado como el Salvador de Israel y como el Mesías. A
continuación, mientras se encuentra en Jerusalén para presentarlo en el templo,
con la alegría de los ancianos Simeón y Ana, tiene lugar también la promesa de
una espada que le atravesaría el corazón y la profecía de un signo de
contradicción. Ella se da cuenta de que la misión y la identidad misma de ese
Hijo, superan su ser madre. Llegamos luego al episodio de Jesús que se pierde
en Jerusalén y le buscan: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así?» (Lc 2, 48), y
la respuesta de Jesús que se aparta de las preocupaciones maternas y se vuelve
a las cosas del Padre celestial.
Sin embargo, ante
todas estas dificultades y sorpresas del proyecto de Dios, la esperanza de la
Virgen no vacila nunca. Mujer de esperanza. Esto nos dice que la esperanza se
alimenta de escucha, contemplación y paciencia, para que maduren los tiempos
del Señor. También en las bodas de Caná, María es la madre de la esperanza, que
la hace atenta y solícita por las cosas humanas. Con el inicio de la vida pública,
Jesús se convierte en el Maestro y el Mesías: la Virgen contempla la misión del
Hijo con júbilo pero también con inquietud, porque Jesús se convierte cada vez
más en ese signo de contradicción que el anciano Simeón ya le había anunciado.
A los pies de la cruz, es mujer del dolor y, al mismo tiempo, de la espera
vigilante de un misterio, más grande que el dolor, que está por realizarse.
Todo parece verdaderamente acabado; toda esperanza podría decirse apagada.
También ella, en ese momento, recordando las promesas de la anunciación habría
podido decir: no se cumplieron, he sido engañada. Pero no lo dijo. Sin embargo,
ella, bienaventurada porque ha creído, por su fe ve nacer el futuro nuevo y
espera con esperanza el mañana de Dios. A veces pienso: ¿sabemos esperar el
mañana de Dios? ¿O queremos el hoy? El mañana de Dios para ella es el alba de
la mañana de Pascua, de ese primer día de la semana. Nos hará bien pensar, en
la contemplación, en el abrazo del hijo con la madre. La única lámpara
encendida en el sepulcro de Jesús es la esperanza de la madre, que en ese
momento es la esperanza de toda la humanidad. Me pregunto a mí y a vosotros: en
los monasterios, ¿está aún encendida esta lámpara? En los monasterios, ¿se
espera el mañana de Dios?
¡Debemos mucho a esta
Madre! En ella, presente en cada momento de la historia de la salvación, vemos
un testimonio sólido de esperanza. Ella, madre de esperanza, nos sostiene en
los momentos de oscuridad, de dificultad, de desaliento, de aparente fracaso o
de auténticas derrotas humanas. Que María, esperanza nuestra, nos ayude a hacer
de nuestra vida una ofrenda agradable al Padre celestial, y un don gozoso para
nuestros hermanos, una actitud que mira siempre al mañana».
Papa Francisco. Discurso a las monjas Benedictinas
Camaldulenses del monasterio de
San Antonio Abad en el Aventino, Roma. Jueves 21 de
noviembre de 2013.
' Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana
1. La maternidad es un auténtico don de Dios.
Recemos por aquellas mujeres que están en estado de «buena esperanza» para que
acojan con amor y cariño a ese niño que llevan en su vientre. También pidamos
por aquellas madres que están pensando abortar en estos días, para que se abran
a la gracia de Dios y acogen la bendición de una «vida nueva».
2. Vivamos de manera especial estos
últimos días del Adviento cerca de la Madre de Dios, la Virgen María.
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia
Católica los numerales: 456 - 460. 496 - 498. 502- 511.
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fotografia CAMESO. Portal del Nacimiento en el andén del Ayuntamiento de Sevilla
sábado, 16 de diciembre de 2017
Domingo de la Semana 3 del Tiempo de Adviento. Ciclo B – 17 de diciembrede 2017 «Yo soy la voz del que clama en el desierto»
Lectura del profeta Isaías (61,1-2a. 10-11): Desbordo de gozo con el Señor.
El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia
a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la
amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año
de gracia del Señor.
Desbordo de gozo con
el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha
envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que
se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace
brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante
todos los pueblos.
Salmo (Lc 1,46-48.49-50.53-54): Me
alegro con mi Dios. R/.
Proclama
mi alma la grandeza del Señor, // se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
// porque ha mirado la humillación de su esclava. // Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones. R/.
Porque
el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: // su nombre es santo, // y
su misericordia llega a sus fieles // de generación en generación. R/.
A los
hambrientos los colma de bienes // y a los ricos los despide vacíos. // Auxilia
a Israel, su siervo, // acordándose de la misericordia. R/.
Lectura de la Primera Carta a los
Tesalonicenses (5,16-24): Que vuestro
espíritu, alma y cuerpo sea custodiado hasta la venida de nuestro Señor
Jesucristo.
Hermanos: Estad
siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es
la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el
espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos
con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os
consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado
sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado
es fiel y cumplirá sus promesas.
Lectura del Santo Evangelio según San Juan
(1, 6-8.19-28): En medio de vosotros hay uno
que no conocéis.
Surgió un hombre
enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar
testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz,
sino testigo de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos
enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú
quién eres?» Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.»
Le preguntaron: «¿Entonces,
qué? ¿Eres tú Elías?» El dijo: «No lo soy.» «¿Eres tú el Profeta?» Respondió: «No.»
Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos
han enviado, ¿qué dices de ti mismo?» Él contestó: «Yo soy la voz que grita en
el desierto: "Allanad el camino del Señor", como dijo el profeta
Isaías.»
Entre los enviados
había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el
Mesías, ni Elías, ni el Profeta?» Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en
medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que
no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba en
Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
& Pautas para la reflexión personal
z El vínculo entre las lecturas
«¿Quién eres tú?».Ciertamente la figura de San Juan Bautista es
bastante inquietante para las autoridades religiosas judías. «Si no eres el Cristo (es decir el Mesías),
ni Elías, ni el profeta, por qué bautizas?». Es que Juan viene a cumplir
una misión que es la de allanar los caminos del Señor (ver Is 40,3-5). Pero él
no es el Cristo y no quiere ser confundido con Él. «El espíritu del Señor me ha enviado para dar la buena nueva...me ha enviado
para anunciar...» (Is 61,1-2). Jesús iniciará su predicación haciendo suyo
el pasaje de Isaías acerca de aquél que, ungido por el Espíritu de Dios, viene
a anunciar la Buena Nueva y la liberación a los cautivos. Finalmente, San
Pablo, el apóstol enviado por el mismo Jesús, llevará a cabo su misión mediante
la predicación y sus cartas. En su primera carta a los Tesalonicenses les
exhorta a vivir de acuerdo al mensaje anunciado y a estar preparados para la
venida de nuestro Señor Jesucristo que «es
fiel a sus promesas» como también leíamos en la Segunda Lectura de la Carta
de San Pedro (ver 2Pe 3, 8-9) del Domingo anterior.
J «¡Alégrense! el Señor está más cerca…»
El tono general de este tercer
Domingo de Adviento está dado por la antífona de entrada: «Estad alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. ¡El Señor está
cerca!» (Fil 4,4.5). Esa doble invitación a la alegría se expresa en latín
con una sola palabra: «Gaudete». Y esta exhortación es la que ha dado
tradicionalmente el nombre a este Domingo, ubicado en el centro del Adviento.
Por este motivo hay una mitigación en la nostalgia por la ausencia del Señor,
que se expresa por el color de los ornamentos del sacerdote: no ya morado, que
es el propio del Adviento, sino rosado.
Una análoga
invitación a la alegría había sido usada también, tiempo antes, por el ángel
Gabriel, cuando, enviado por Dios, entró en la presencia de María, la Virgen de
Nazaret: «Alégrate, llena de gracia,
el Señor está contigo». Con este saludo llegaba para ella y para todo el pueblo
de Israel la definitiva invitación al júbilo mesiánico (ver Zac 9, 9-10) ya que
por ella Dios mismo se disponía finalmente a dar cumplimiento a todas las
promesas de salvación hechas a Israel.
Podemos decir que el
tema que la Iglesia nos propone para meditar hoy es el de la alegría, pero no
el de una alegría cualquiera, sino el de la alegría que se vive por la cercanía
del Señor, que, en otras palabras, es la alegría que Santa María experimentó de
modo eminente. Por ello, ¿qué mejor que acercarnos a la meditación a través del
Corazón amoroso de la Madre Virgen? Su experiencia única y singular es la que
hace madurar a los discípulos del Señor en la profunda alegría, en la
silenciosa espera; que se vive cuando se experimenta la cercanía del Señor.
J «Su nombre era Juan»
Las primeras palabras de hoy
están tomadas del prólogo del cuarto Evangelio: «Hubo un hombre enviado por Dios; su nombre era Juan». Este nombre
es importante en el Evangelio. Aquí vemos que está destacado. El cuarto
Evangelio es llamado el «Evangelio según
San Juan» pero, curiosamente, en este Evangelio se reserva el nombre de
Juan a un solo personaje: al «Bautista». El apóstol del Señor, que conocemos
por los otros Evangelios con el nombre de Juan, se llama siempre a sí mismo «el
discípulo amado». El Evangelio concluye con su discreta firma: «Éste es el discípulo que da testimonio de
estas cosas y que las ha escrito» (Jn 21,24).
Ya en otro episodio evangélico
ha merecido especial atención el nombre de Juan el Bautista. Al igual que
Jesús, este nombre le fue dado por el ángel Gabriel, cuando anunció su
nacimiento a su padre Zacarías, mientras éste estaba oficiando en el santuario
en la presencia de Dios (ver Lc 1,13). Juan era hijo único de madre estéril y
avanzada en años. Como es natural, cuando nació todos querían llamarlo igual
que su padre: Zacarías. Su madre, para sorpresa de todos, intervino: «No; se llamará Juan» (Lc 1,60). Y
cuando interrogaron al padre, éste escribió en una tablilla: «Su nombre es Juan». El nombre dado en
el nacimiento expresa ordinariamente, según la mentalidad judía, la actividad o
la misión del que lo lleva. ¿Qué significa entonces Juan? En hebreo suena
«Yohanan». Es un nombre teóforo (contiene la palabra Dios) que significa: «El Señor ha hecho misericordia».
K «¿Quién eres…?»
Juan es la alborada que
precede a la luz verdadera. Es el primer anuncio. Con su nacimiento comienza a
cumplirse la promesa de salvación. Había en él muchos rasgos que anuncian a
Cristo mismo y por eso es necesario aclarar: «No era él la luz, sino que debía dar testimonio de la luz». Y
cuando vienen los sacerdotes y levitas a preguntarle: «Quién eres tú», el declara lo que no es: «No soy el Cristo, no soy Elías, no soy el profeta». Juan nos deja
un ejemplo admirable de modestia, de humildad y de fidelidad a su misión. El
define a Cristo así: «En medio de
vosotros está uno que no conocéis, que viene detrás de mí, a quién yo no soy
digno de desatarle la correa de su sandalia».
Pero por más que quisiera
decrecer para que Cristo creciera, fue Jesús mismo quien lo exaltó. El no era
la luz verdadera, pero participaba de ella. Él no era la Verdad pero daba
testimonio de ella. Así lo declara Jesús: «Vosotros
mandasteis enviados donde Juan y él dio testimonio de la verdad... él era la
lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su
luz» (Jn 5,33. 35). Hay motivos para asemejarlo a Jesús, que dijo sobre sí
mismo ante Poncio Pilato: «Para esto he
venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37).
Las preguntas de los enviados
nos revelan la situación de expectativa que se vivía entonces en Israel. Es
que se estaba cumpliendo el tiempo, en realidad, ya había llegado el tiempo de
gracia y de salvación: «En medio de
vosotros está uno que no conocéis». Se esperaba el Cristo, el Ungido, hijo
de David que vendría a reinar y liberar al pueblo. Se esperaba a Elías que,
habiendo sido arrebatado al cielo en un carro de fuego, debía volver a la
tierra. Se esperaba un «profeta», según la antigua promesa de Dios transmitida
por Moisés: «Yo les suscitaré, de en
medio de sus hermanos, un profeta semejante a tí, pondré mis palabras en su
boca, y él les dirá todo lo que yo le mande» (Dt 18,18).
Respecto de estos tres personajes
Juan declaró: «No soy yo». Pero fue
exaltado también en esto. No soy Elías. Pero en su anunciación el ángel Gabriel
había dicho a su padre Zacarías: «Irá
delante del Señor con el espíritu y el poder de Elías» (Lc 1,17). Y Jesús
va más allá aun: «El es Elías, el que iba
a venir» (Mt 11,14). No soy el
profeta. Pero, cuando Jesús habla a la gente, que había ido al desierto para
ver a Juan el Bautista, les pregunta: «¿Qué
salisteis a ver al desierto: un profeta?». Y él mismo se responde: «Sí, os digo, y más que un profeta... entre
los nacidos de mujer no ha surgido uno mayor que Juan el Bautista» (Mt
11,9).
J «Yo no soy el Cristo»
«Yo
no soy el Cristo».
Esta es la única afirmación que Juan se adelanta a hacer sin que le pregunten.
Y en esta fue tajante. Él mismo después insiste ante sus discípulos: «Vosotros mismos me sois testigos de que
dije: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de Él. El que tiene
a la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo, el que asiste y le oye, se
alegra mucho con la voz del esposo. Esta es pues mi alegría, que ha alcanzado
su plenitud. Es preciso que Él crezca y que yo disminuya" (Jn
3,28-30). Aquí está completo el testimonio de Juan. Para este testimonio vino.
Y si Jesús lo exaltó llamándolo Elías y profeta, no pudo llamarlo Cristo. A
este nombre responde sólo Jesús y lo hace solemnemente, cuando en el curso de
su juicio ante el Sanedrín, el Sumo Sacerdote le pregunta: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?». Entonces Jesús
responde: «Sí, yo soy» (Mc 14,61-62).
J «Estad siempre alegres. Orad sin cesar»
El apóstol Pablo sabe muy bien
que los tesalonicenses, con sus solas fuerzas, no podrán poner en práctica cuanto ha venido aconsejando, pues
la santificación si bien requiere nuestra colaboración, es obra principalmente
de Dios. Por eso pide para ellos que Dios «los
santifique plenamente». De modo que todo su ser (cuerpo, alma y espíritu)
se mantengan irreprochables y así aparezcan luego, cuando llegue el momento
solemne de la parusía o segunda venida de Jesucristo.
No deben jamás desconfiar de
Dios, pues es Él quien los ha llamado a la fe y, consiguientemente, dará todo
lo necesario para llevar a cabo su obra. «(Estoy)
firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá
consumando hasta el Día de Cristo Jesús» (Flp 1,6. Ver también Rom 4,
20-21; 1Cor 1,9).
+ Una palabra del Santo Padre:
«Desde ya hace dos semanas el Tiempo de Adviento nos
invita a la vigilancia espiritual para preparar el camino al Señor que viene.
En este tercer domingo la liturgia nos propone otra actitud interior con la
cual vivir esta espera del Señor, es decir, la alegría. La alegría de Jesús,
como dice ese cartel: «Con Jesús la alegría está en casa». Esto es, nos propone
la alegría de Jesús.
El corazón del hombre desea la alegría. Todos deseamos la
alegría, cada familia, cada pueblo aspira a la felicidad. ¿Pero cuál es la
alegría que el cristiano está llamado a vivir y testimoniar? Es la que viene de
la cercanía de Dios, de su presencia en nuestra vida. Desde que Jesús entró en
la historia, con su nacimiento en Belén, la humanidad recibió un brote del
reino de Dios, como un terreno que recibe la semilla, promesa de la cosecha
futura. ¡Ya no es necesario buscar en otro sitio! Jesús vino a traer la alegría
a todos y para siempre. No se trata de una alegría que sólo se puede esperar o
postergar para el momento que llegue el paraíso: aquí en la tierra estamos
tristes pero en el paraíso estaremos alegres. ¡No! No es esta, sino una alegría
que ya es real y posible de experimentar ahora, porque Jesús mismo es nuestra
alegría, y con Jesús la alegría está en casa, como dice ese cartel vuestro: con
Jesús la alegría está en casa. Todos, digámoslo: «Con Jesús la alegría está en
casa». Otra vez: «Con Jesús la alegría está en casa». Y sin Jesús, ¿hay
alegría? ¡No! ¡Geniales! Él está vivo, es el Resucitado, y actúa en nosotros y
entre nosotros, especialmente con la Palabra y los Sacramentos.
Todos nosotros bautizados, hijos de la Iglesia, estamos
llamados a acoger siempre de nuevo la presencia de Dios en medio de nosotros y
ayudar a los demás a descubrirla, o a redescubrirla si la olvidaron. Se trata
de una misión hermosa, semejante a la de Juan el Bautista: orientar a la gente
a Cristo —¡no a nosotros mismos!— porque Él es la meta a quien tiende el
corazón del hombre cuando busca la alegría y la felicidad.
También san Pablo, en la liturgia de hoy, indica las
condiciones para ser «misioneros de la alegría»: rezar con perseverancia, dar
siempre gracias a Dios, cooperando con su Espíritu, buscar el bien y evitar el
mal (cf. 1 Ts 5, 17-22). Si este será nuestro estilo de vida, entonces la Buena
Noticia podrá entrar en muchas casas y ayudar a las personas y a las familias a
redescubrir que en Jesús está la salvación. En Él es posible encontrar la paz
interior y la fuerza para afrontar cada día las diversas situaciones de la
vida, incluso las más pesadas y difíciles. Nunca se escuchó hablar de un santo
triste o de una santa con rostro fúnebre. Nunca se oyó decir esto. Sería un
contrasentido. El cristiano es una persona que tiene el corazón lleno de paz
porque sabe centrar su alegría en el Señor incluso cuando atraviesa momentos
difíciles de la vida. Tener fe no significa no tener momentos difíciles sino
tener la fuerza de afrontarlos sabiendo que no estamos solos. Y esta es la paz
que Dios dona a sus hijos».
Papa Francisco. Ángelus en el
tercer Domingo de Adviento. 14 de diciembre de 2014.
' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. Pidamos a Juan Bautista su
intercesión para que crezca en nosotros un verdadero amor por la verdad y la
justicia.
2. ¿De qué manera concreta puedo vivir la auténtica
alegría cristiana en mi familia?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia
Católica los numerales: 522- 524. 721-722.T
Texto facilitado por J.R. Pulido, presidente diocesano de A.N.E. Toledo
fotografia, Cameso
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