martes, 28 de marzo de 2017
HERMANDAD SACRAMENTAL DE LA MAGDALENA
20,15 horas, Celebración de la Eucaristía
20.45 horas, Rezo de Visperas; Meditación;Bendición y Reserva.
21 horas. Salve Regina.
Adorado sea Jesús Sacramentado. Ave María Purísima
sábado, 25 de marzo de 2017
Capilla de Adoración permanente a JESÚS SACRAMENTADO
La asistencia de fieles nos llena de satisfacción contemplarla tal como se aprecia en la fotografía, en esa ocasión a las ocho de la noche observamos muchos jóvenes y mayores que casualmente coincidieron. En otras horas hemos observado como en la madrugada el " goteo " de asistencia no cede, algunos parece que van a darles las buenas noches a nuestro Creador.
Un Lunes Santo en el cortejo de mi Cofradía el Señor me sembró la inquietud de completar mi fervor Adorándolo en la Eucaristía.
Alabado sea Jesús Sacramentado. Ave María Purísima
lecturas de la Misa del Domingo de la Semana 4ª de Cuaresma. Ciclo A «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
fotografia: Paso Semana Santa de Jesús ante Anás. " la bofetá " C. Medina
Lectura del Primer
libro de Samuel (16,1.6-7.10-13a): David es ungido rey de Israel.
En
aquellos días, el Señor dijo a Samuel: «Llena la cuerna de aceite y vete, por
encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey.»
Cuando
llegó, vio a Eliab y pensó: «Seguro, el Señor tiene delante a su ungido.» Pero
el Señor le dijo: «No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo
rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve
el corazón.» Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo: «Tampoco a éstos los ha elegido el
Señor.» Luego preguntó a Jesé: «¿Se acabaron los muchachos?» Jesé respondió: «Queda
el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas.» Samuel dijo: «Manda por él, que no nos sentaremos a
la mesa mientras no llegue.» Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen
color, de hermosos ojos y buen tipo. Entonces el Señor dijo a Samuel: «Anda,
úngelo, porque es éste.» Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de
sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo
con él en adelante.
Sal 22,1-3a.3b-4.5.6: El Señor es mi
pastor, nada me falta. R/.
El
Señor es mi pastor, nada me falta: // en verdes praderas me hace recostar; // me
conduce hacia fuentes tranquilas // y repara mis fuerzas.
R/.
Me
guía por el sendero justo, // por el honor de su nombre. // Aunque camine por
cañadas oscuras, // nada temo, porque tú vas conmigo: // tu vara y tu cayado me
sosiegan. R/.
Preparas
una mesa ante mi, // enfrente de mis enemigos; // me unges la cabeza con
perfume, // y mi copa rebosa. R/.
Tu
bondad y tu misericordia me acompañan // todos los días de mi vida, // y
habitaré en la casa del Señor // por años sin término.
R/.
Lectura de la carta de San Pablo a los
Efesios (5,8-14): Levántate de entre los muertos y Cristo será tu
luz.
Hermanos:
En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos
de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que
agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino
más bien denunciadlas. Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos
hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y
todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate
de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»
Lectura del Santo Evangelio según San Juan
(9,1-41): Fue, se lavó y volvió con vista.
En aquel
tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le
preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?»
Jesús contestó: «Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él
las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me
ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el
mundo, soy la luz del mundo.» Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la
saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina
de Siloé (que significa Enviado).» Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos
y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ése el que se
sentaba a pedir?» Unos decían: «El mismo.» Otros decían: «No es él, pero se le
parece.» Él respondía: «Soy yo.» Y le preguntaban: «¿Y cómo se te han abierto
los ojos?» Él contestó: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó
en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé,
y empecé a ver.» Le preguntaron: «¿Dónde está él?» Contestó: «No sé.»
Llevaron
ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo
barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había
adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y
veo.»
Algunos
de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el
sábado.» Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?» Y
estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del
que te ha abierto los ojos?» Él contestó: «Que es un profeta.»
Pero los
judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista,
hasta que llamaron a sus padres y le preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, de
quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?» Sus padres
contestaron: «Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve
ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco
lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.» Sus padres
respondieron así porque tenían miedo a los judíos; por que los judíos ya
habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías.
Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»
Llamaron
por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Confiésalo ante Dios:
nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. » Contestó él: «Si es un
pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.» Le preguntan de
nuevo: ¿«Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?» Les contestó: «Os lo he dicho ya,
y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también
vosotros queréis haceros discípulos suyos?» Ellos lo llenaron de improperios y
le dijeron: «Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés.
Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde
viene.» Replicó él: «Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene
y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los
pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que
nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios,
no tendría ningún poder.» Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a
cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?» Y lo expulsaron.
Oyó
Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del
hombre?» El contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo:
«Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.» Él dijo: «Creo, Señor.» Y
se postró ante él. Jesús añadió: «Para un juicio he venido yo a este mundo;
para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos.»
Los
fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: «¿También nosotros
estamos ciegos?» Jesús les contestó: «Si estuvierais ciegos, no tendríais
pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.»
&
Pautas para la reflexión personal
z El vínculo entre las lecturas
El pasaje de la
curación del ciego de nacimiento nos ofrece un tema que entrelaza todas las
lecturas de este cuarto Domingo de Cuaresma: «Jesús es la verdadera luz que ilumina nuestras tinieblas». El
ciego de nacimiento pasa de la oscuridad de la ceguera, considerada como
consecuencia del pecado, a la luz por obra y poder del amor reconciliador de
Jesucristo.
San Pablo en su carta
a los Efesios: «antes eran tinieblas,
ahora sois luz en el Señor» (Segunda Lectura). Sin duda es muy
aleccionadora la elección del David como guía de su pueblo (Primera Lectura).
Él era el más pequeño de la casa de Jesé, era pastor y era solamente un
muchacho. Sin embargo, Dios lo escoge para regir los destinos de su pueblo
Israel y para ser el arquetipo del prometido Mesías. La experiencia de
encuentro con Dios vivo iluminará y transformará completamente su vida.
L ¿Quién pecó...para que haya nacido ciego?»
La lectura evangélica es un
largo relato, lleno de dramatismo, que va creciendo hasta un punto culminante,
cuando el ciego que ha recobrado la vista dice a Jesús: «'Creo, Señor'. Y se postró ante él». El Evangelio parte con la
presentación de un ciego de nacimiento, que pasa por la recuperación de la vista
física hasta llegar a la plena luz de la fe. Y este cambio tan radical sucedió
en él por su encuentro con Jesús. Por eso Jesús dice: «Mientras estoy en el mundo soy la luz del mundo». En todo el relato se
superponen la realidad de la ceguera con el pecado. El pecado, según la
doctrina religiosa judía, era considerado como una contaminación moral que
afectaba la totalidad de la persona[1].
Por ello, al ser muy grave, se manifestaba en una enfermedad o mal físico.
Asimismo, se consideraba que esta contaminación se transmitía de padres a
hijos. Esto queda de manifiesto cuando los discípulos le preguntan al Señor: «Maestro, ¿quién pecó, él o sus padres, para
que haya nacido ciego?».
Como se deduce de la
pregunta, los males físicos, las enfermedades, - incluso los accidentes
terribles y la muerte violenta (Ver Lc 13,1-2. 4) -, eran vistos como un
castigo por la infidelidad a Dios, por los pecados, por la impureza moral. Sin
embargo, al Señor no le interesa responder «académicamente» a la cuestión, y,
aprovechando esta oportunidad para educar a sus discípulos, ofrece una
respuesta inesperada, que trasciende lo específicamente preguntado. En efecto,
la respuesta del Señor Jesús hace notar a sus discípulos que la ceguera no es
un «castigo» para aquél hombre, sino que será la ocasión para experimentar la
misericordia del Padre. La
recuperación de la vista física del ciego de nacimiento es un signo de la
vista espiritual, cuya expresión máxima es la fe. Su primera comprensión de la
identidad de Jesús está expresada en estas palabras: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo:
'Vete a Siloé y lávate'. Yo fui, me lavé y vi». Se trata de una comprobación
empírica, física, natural: un hombre que se llama Jesús.
L Discutiendo con los fariseos
Sigue el relato y el ciego es
llevado donde los fariseos que se pierden en una acalorada discusión acerca del
carácter religioso del hecho milagroso realizado el «sábado»[2]. Y
ellos, «los separados», los que conocían y observaban rigurosamente la ley, le
preguntan al pobre ciego: «¿Tú, qué dices
de él?». Viene inmediatamente la respuesta que era de esperar: «Que es un profeta». Ya no es un simple
hombre sino es un «hombre de Dios». Estaba empezando a ver la luz pero tenía
que dar aún un paso adelante. Mientras tanto los fariseos rechazando la luz
decían: «Ese hombre es un pecador... no
sabemos de dónde es», el ciego se mantenía firme en su posición: «Sabemos que Dios no escucha a los
pecadores...». Lo que más le sorprende es que los fariseos, debiendo «ver»
no vean: «Eso es lo extraño: que vosotros
no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos». Los fariseos se
sienten indignados ya que no aceptan que él venga a darles lecciones «y lo echaron fuera». Por causa de
Jesús fue arrojado de la sinagoga.
J «¿Tú crees en el Hijo del hombre?»
Jesús quiso entonces darle la
plenitud de la luz. La vista física que había recuperado no es más que un signo
de ésta. Se le hace el encontradizo y le pregunta: «¿Tú crees en el Hijo del hombre[3]?».
El ciego le dice: «¿Y quién es Señor para
que crea en él?». La respuesta de Jesús tiene un doble sentido: «Lo has visto: es el que está hablando
contigo». En esta frase se encuentran los dos sentidos de la vista: físico
y espiritual, es decir, la visión natural y la fe. Y en la reacción del ciego
se encuentra un reconocimiento de la verdadera identidad de Jesús: Dios y
Hombre. El ciego ve a un hombre con la vista física que ha recuperado; pero
confiesa a Dios con la fe: «'Creo,
Señor'. Y se postró ante Él». Es un reconocimiento de la divinidad, pues
los judíos tienen esta estricta ley: «Sólo
ante el Señor, tu Dios, te postrarás y a él sólo darás culto» (Mt 4,10,
citada por Jesús para rechazar al diablo). Al ciego de nacimiento se le habían
abierto también los ojos de la fe, que le permitían ver la verdadera «luz del mundo». Esto nos recuerda
cuando Jesús dijo: «Te bendigo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e
inteligentes y las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).
J «Vivid como hijos de la luz»
A base de contraponer luz y
tinieblas, es decir conducta cristiana y pagana, justicia y pecado, el después
y el antes del bautismo; San Pablo exhorta a los cristianos de la comunidad de
Éfeso a caminar y vivir como «hijos de la Luz» viviendo como Jesucristo vivió
(Ef 5,1-2). El que es de la luz pertenece a Dios (Ef 5,8). La luz es
considerada uno de los signos bautismales hasta nuestros días. Antiguamente los
catecúmenos una vez bautizados pasaban a la categoría de «iluminados».
El cristiano además de ser
iluminado por Dios Padre en Jesucristo, es también ungido por su Espíritu en el
Bautismo. La fe es siempre un don, pues la recibimos gratuitamente de Dios y Él
la da a todos pero sobre todo a los que son menos útiles a los ojos del mundo
(ver 1Co 1, 26 - 31). Así aparece en la Primera Lectura, cuando el profeta unge
a David, el último entre ocho hermanos, como rey de Israel, «porque el hombre mira las apariencias, pero
el Señor mira el corazón». Esta unción que en el Antiguo Testamento fue
propia de reyes, sacerdotes y profetas
tuvo lugar después en el Ungido (Cristo) por excelencia, el Mesías, el nuevo David;
y de ella participamos todos los bautizados en Jesús.
+ Una palabra del Santo Padre:
«El Evangelio de hoy nos presenta el episodio del hombre
ciego de nacimiento, a quien Jesús le da la vista. El largo relato inicia con
un ciego que comienza a ver y concluye —es curioso esto— con presuntos videntes
que siguen siendo ciegos en el alma. El milagro lo narra Juan en apenas dos
versículos, porque el evangelista quiere atraer la atención no sobre el milagro
en sí, sino sobre lo que sucede después, sobre las discusiones que suscita.
Incluso sobre las habladurías, muchas veces una obra buena, una obra de caridad
suscita críticas y discusiones, porque no quieren ver la verdad. El evangelista
Juan quiere atraer la atención sobre esto que ocurre incluso en nuestros días
cuando se realiza una obra buena. Al ciego curado lo interroga primero la
multitud asombrada —han visto el milagro y lo interrogan—, luego los doctores
de la ley; e interrogan también a sus padres. Al final, el ciego curado se
acerca a la fe, y esta es la gracia más grande que le da Jesús: no sólo ver,
sino conocerlo a Él, verlo a Él como «la luz del mundo» (Jn 9, 5).
Mientras que el ciego se acerca gradualmente a la luz,
los doctores de la ley, al contrario, se hunden cada vez más en su ceguera
interior. Cerrados en su presunción, creen tener ya la luz; por ello no se
abren a la verdad de Jesús. Hacen todo lo posible por negar la evidencia, ponen
en duda la identidad del hombre curado; luego niegan la acción de Dios en la
curación, tomando como excusa que Dios no obra en día de sábado; llegan incluso
a dudar de que ese hombre haya nacido ciego. Su cerrazón a la luz llega a ser
agresiva y desemboca en la expulsión del templo del hombre curado...
Nuestra vida, algunas veces, es semejante a la del ciego
que se abrió a la luz, que se abrió a Dios, que se abrió a su gracia. A veces,
lamentablemente, es un poco como la de los doctores de la ley: desde lo alto de
nuestro orgullo juzgamos a los demás, incluso al Señor. Hoy, somos invitados a
abrirnos a la luz de Cristo para dar fruto en nuestra vida, para eliminar los
comportamientos que no son cristianos; todos nosotros somos cristianos, pero
todos nosotros, todos, algunas veces tenemos comportamientos no cristianos,
comportamientos que son pecados. Debemos arrepentirnos de esto, eliminar estos
comportamientos para caminar con decisión por el camino de la santidad, que
tiene su origen en el Bautismo. También nosotros, en efecto, hemos sido
«iluminados» por Cristo en el Bautismo, a fin de que, como nos recuerda san
Pablo, podamos comportarnos como «hijos de la luz» (Ef 5, 9), con humildad,
paciencia, misericordia. Estos doctores de la ley no tenían ni humildad ni
paciencia ni misericordia».
Papa Francisco. Ángelus 30 de marzo de 2014.
'
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la
semana.
1. Nuestros obispos latinoamericanos han dicho que «las
angustias y frustraciones han sido causadas, si las miramos a la luz de la Fe,
por el pecado, que tiene dimensiones personales y sociales muy amplias»
(Puebla, Conclusiones 73). ¿Soy consciente de esta realidad? ¿Me doy cuenta del
daño que hago a los demás por mi pecado?
2. Por mi bautismo soy ahora «hijo de la Luz». ¿Qué cosas
concretas debo de cambiar para vivir como «hijo de la Luz»?
[1] El
origen primero de la enfermedad y de la muerte debe ser buscado, evidentemente,
en el pecado y en la caída (ver el relato de Gn 3). Está claro asimismo que la
violación de las leyes físicas y morales, conduce, con mucha frecuencia a la
enfermedad y al desequilibrio psíquico (Pr 2:16-19; 23:29-32). Sin embargo, vemos en el Antiguo Testamento
como la enfermedad puede ser el castigo de un pecado concreto (Dt 28:58-61: 2S
24:15; 2R 5:27), o puede provenir de las faltas de los padres (Éx 20:5).
[2]
Los escritos rabínicos post-exílicos fomentaron una interpretación sumamente
estricta del descanso del sábado y esto llevado a una complicada casuística que
convirtió en una carga insoportable la «alegría» en la observancia del sábado
(ver Is 58,13). Estas normas fueron causa de frecuentes conflictos entre Jesús
y los fariseos.
[3]
Hijo del hombre. Este término aparece ochenta y dos veces en los Evangelios con
referencia a Jesús y sólo tres veces en el resto del Nuevo Testamento. En los
Evangelios sólo Jesús lo usa, a excepción de Juan (12,34). Era la manera como Jesús prefería denominarse
a sí mismo y a su ministerio mesiánico.
En el libro de Daniel (8,17) es un personaje celestial y apocalíptico
que desciende del cielo para tomar el poder de los reinos del mundo al fin de
la historia (Dn 7,13).
Texto facilitado por Juan R. Pulido, presidente diocesano de la A.N.E. Toledo
domingo, 19 de marzo de 2017
Lecturas de la Misal del Domingo de la Semana 3ª de Cuaresma. Ciclo A «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed»
Lectura del libro del
Éxodo (17,3-7): Danos agua de
beber.
En
aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: «¿Nos
has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros
hijos y a nuestros ganados?»
Clamó
Moisés al Señor y dijo: «¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que
me apedreen.»
Respondió
el Señor a Moisés: «Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los
ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el
río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la
peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.»
Moisés
lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel
lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían
tentado al Señor, diciendo: «¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?»
Salmo 94,1-2.6-7.8-9: Ojalá escuchéis
hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón». R./
Venid,
aclamemos al Señor, // demos vítores a la Roca que nos salva; // entremos a su presencia dándole gracias, // aclamándolo
con cantos. R./
Entrad,
postrémonos por tierra, // bendiciendo al Señor, creador nuestro. // Porque él
es nuestro Dios, // y nosotros su pueblo, // el rebaño que él guía. R./
Ojalá
escuchéis hoy su voz: // «No endurezcáis el corazón como en Meribá, // como el
día de Masá en el desierto; // cuando vuestros padres me pusieron a prueba // y
me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R./
Lectura de la carta
de San Pablo a los romanos (5,1-2.5-8): El amor de Dios ha sido derramado en nosotros con el Espíritu
Santo que se nos ha dado.
Hermanos:
Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por
medio de nuestro Señor Jesucristo.
Por él
hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos
gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios.
Y la
esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
En
efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado,
Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo;
por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que
Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
Lectura del Santo
Evangelio según San Juan (4, 5-42): Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
En aquel
tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que
dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob.
Jesús,
cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del
mediodía.
Llega
una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.»
Sus
discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La
samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy
samaritana? » Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le
contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le
pedirías tú, y él te daría agua viva. » La mujer le dice: «Señor, si no tienes
cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que
nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y
sus ganados?» Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed;
pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo
le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la
vida eterna.» La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed,
ni tendré que venir aquí a sacarla.» Él le dice: «Anda, llama a tu marido y
vuelve.» La mujer le contesta: «No tengo marido.» Jesús le dice: «Tienes razón,
que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En
eso has dicho la verdad.» La mujer le dice: «Señor, veo que tú eres un profeta.
Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio
donde se debe dar culto está en Jerusalén.» Jesús le dice: «Créeme, mujer: se
acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre.
Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que
conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya
está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en
espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es
espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.» La mujer
le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá
todo. » Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo.»
En esto
llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una
mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas? » La
mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: «Venid a
ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?» Salieron
del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él.
Mientras
tanto sus discípulos le insistían: «Maestro, come.» Él les dijo: «Yo tengo por
comida un alimento que vosotros no conocéis.»
Los
discípulos comentaban entre ellos: «¿Le habrá traído alguien de comer?» Jesús
les dice: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar
a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para
la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que
están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando
fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con
todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar
lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus
sudores.»
En aquel
pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la
mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho.» Así, cuando llegaron a verlo los
samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días.
Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no
creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es
de verdad el Salvador del mundo.»
&Pautas para la
reflexión personal
z El vínculo entre las lecturas
A la medida que vamos
caminando hacia el corazón de la Cuaresma, aflora con fuerza el tema bautismal
que se acentúa particularmente este Domingo. La elección del Evangelio para
este Domingo y los dos siguientes[1] responde
al esquema de los formularios utilizados desde el siglo IV y que fueron dando
cuerpo a la primitiva liturgia cuaresmal. El pasaje evangélico de este Domingo
describe la auto revelación de Jesús a través del símbolo del agua. En relación
con la Primera Lectura, el humilde «dame
de beber» dirigido por Jesús a la mujer samaritana, recuerda la sed del
pueblo israelita en el desierto del Sinaí y su queja airada contra Moisés: «danos agua para beber» (Ex 17,2). En la
Segunda Lectura, cuyo tema central es la justificación y la salvación del
hombre: el don de Dios se nos ofrece gratuitamente en Jesucristo. El agua que
se nos da en abundancia, fundamento de nuestra esperanza, es el amor Padre
derramado en el Hijo, es decir el Espíritu Santo.
K «Dame de beber...»
En el transcurso de esta
extensa lectura se produce un progreso en cuanto al descubrimiento de la
identidad de Jesús. El relato comienza con un encuentro casual. Jesús llega por
el camino junto al pozo mientras sus discípulos van a la ciudad a comprar
víveres, y comienza el diálogo con la petición: «Dame de beber». Jesús cansado y sediento tiene necesidad del
auxilio de esta afortunada mujer. Es una expresión poderosa y clara de su
condición humana. Apenas Jesús le habla, ella lo reconoce por su modo de
hablar, y le pregunta: «¿Cómo tú siendo
judío me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana? (Los judíos y los
samaritanos no se hablaban)», nos aclara San Juan. Jesús no resulta mejor identificado por la mujer que por su condición
de «judío»: «¿Cómo tú siendo judío?»
K Pero... ¿quiénes son los samaritanos?
Por el Segundo libro de los Reyes (17,24-41)
conocemos el origen de los Samaritanos y de su culto a Yahveh. Los samaritanos
descendían de las tribus orientales con que Sargón II, rey de Asiria (720 - 705 a .C.) repobló Samaría,
que era el reino del norte o Israel, cuando deportó a sus habitantes a
Babilonia, Siria y Asiria a finales del siglo VIII a.C. Estos se habían
mezclado con algunos de los israelitas que quedaron allí. Su religión, que al
principio fuera idolátrica, con una leve tintura de yahveísmo, se fue
purificando sucesivamente, y al declinar del siglo IV (a.C.), los samaritanos
tenían su templo propio construido sobre el monte Garizim.
Para ellos, naturalmente, el Garizim era el único
lugar donde se rendía culto auténtico al Dios Yahveh, por contraposición al
templo judío de Jerusalén, y se consideraban como los genuinos descendientes
de los antiguos patriarcas hebreos y los verdaderos depositarios de su fe
religiosa. De aquí las rabiosas y continuas hostilidades entre samaritanos y
judíos, tanto más cuanto que Samaría era lugar de tránsito forzoso entre la
septentrional Galilea y la meridional Judea.
Estas hostilidades, frecuentemente atestiguadas en
los documentos antiguos, lamentablemente no han cesado, y aún hoy se perpetúan
en un pequeño grupo de samaritanos que habitan en Nablus y en Jaffa y todavía
adoran a Dios a los pies del monte Garizim.
J«Veo
que eres un profeta...»
Volvamos al Evangelio donde
prosigue el diálogo entre Jesús y la mujer. Cuando Jesús demuestra conocer
detalles de la vida privada de la mujer, ella le dice: «Señor, veo que eres un profeta». Ha dado así un paso inmenso en el
reconocimiento de Jesús. Los profetas
eran hombres de Dios y el pueblo los veneraba; pero no es suficiente para
expresar quién es Jesús. Era la opinión común de mucha gente: «Unos dicen que eres Juan el Bautista,
otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16,14).Reconocido
como profeta, la mujer inmediatamente le plantea un problema «teológico»: ¿Cuál
es el lugar donde Dios quiere que se le ofrezcan sacrificios? Jesús aclara que
en adelante el culto verdadero será espiritual y no estará vinculado a un
lugar físico único. Es una respuesta que la mujer no puede comprender y para
evitar entrar en mayor profundidad, dice: «Sé
que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga nos lo explicará todo».
Sigue una afirmación
impresionante de Jesús, en la cual revela toda su identidad: «YO SOY, el que te habla». Toda la
tradición cristiana se ha admirado de que haya sido esta mujer la beneficiaria
de esta primicia de revelación. La sentencia de Jesús, como ocurre a menudo
en el Evangelio de San Juan, tiene un doble sentido ambos igualmente válidos.
Un primer sentido es el inmediato: «Yo,
el que te está hablando, soy el Mesías». Pero otro, también insinuado por
Juan, es la clara alusión al nombre divino revelado a Moisés. Dios, enviando a
Moisés, le había dicho: «Así dirás a los
israelitas: 'YO SOY' me ha enviado a vosotros... Este es mi nombre para
siempre» (Ex 3,14.15). No está de más notar que todo el relato evoca
poderosamente los temas presentes en el Éxodo que leemos en la Primera Lectura:
el desierto, la sed, el agua viva.
La mujer corre a la ciudad y
anuncia: «Venid a ver a un hombre que me
ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?». En la consideración de
la samaritana, Jesús ha pasado de ser un simple judío, a un «profeta» y a la
sospecha de que pueda ser el Cristo. Pero no basta. Para que sea un encuentro
con Jesús, que capte su identidad verdadera, es necesaria la fe. Es necesario
creer que El es el Hijo de Dios, que El es YO SOY. En el mismo Evangelio de
Juan, más adelante, Jesús dice a los judíos: «Si no creéis que YO SOY moriréis en vuestro pecado» (Jn 8,24). En
la conclusión del relato se llega a este punto: «Fueron muchos los que creyeron por sus palabras». Y decían: «Nosotros mismos hemos oído y sabemos que
éste es verdaderamente el Salvador del mundo». Esta es la experiencia que
debemos hacer todos en nuestro encuentro con Jesús y afirmar como San Juan: «Nosotros hemos visto y damos testimonio de
que el Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo» (1Jn 4,14).
K«El
agua que brota para la vida eterna»
«Todo
el que beba de esta agua (la del pozo), volverá a tener sed; pero el que beba
del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se
convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna». Es una frase enigmática que
tiene un sentido oculto es capaz de suscitar en la mujer este anhelo: «Señor, dame de esa agua». ¡No sabe lo
que pide! Solamente «si conociera el don
de Dios» entonces sabría lo que pide. Nosotros nos podemos preguntar: esa «agua que brota para vida eterna» ¿de
dónde mana?; si la da Jesús, ¿en qué momento de su vida lo hace? Entonces nos
llamará la atención que en cierta ocasión, el día más solemne de la fiesta de
las tiendas, cuando se realizaba la ceremonia conmemorativa del agua que Dios
dio a su pueblo en el desierto, Jesús puesto en pie exclama: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el
que crea en mí». El Evangelista comenta: «Como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva». De
nuevo el «agua viva», y brota a ríos del seno de Jesús. El evangelista
continúa: «Esto lo decía refiriéndose al
Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él. Porque aún no había
Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado» (Jn 7,37-39). Ahora ya sabemos que el agua viva a la
que se refiere Jesús es el Espíritu que ha sido «derramado en nuestros corazones».
+Una palabra del Santo Padre:
«Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no
sienta más sed» (Jn 4, 15). La petición de la samaritana a Jesús manifiesta, en
su significado más profundo, la necesidad insaciable y el deseo inagotable del
hombre. Efectivamente, cada uno de los hombres digno de este nombre se da
cuenta inevitablemente de una incapacidad congénita para responder al deseo de
verdad, de bien y de belleza que brota de lo profundo de su ser. A medida que
avanza en la vida, se descubre, exactamente igual que la samaritana, incapaz de
satisfacer la sed de plenitud que lleva dentro de sí...El hombre tiene
necesidad de Otro, vive, lo sepa o no, en espera de Otro, que redima su innata
incapacidad de saciar las esperas y esperanzas».
Juan
Pablo II. Catequesis del 12 de Octubre de1983.
'Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. El
agua que Jesús nos da es la única que sacia el anhelo de todo hombre: «Mi alma
tiene sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo podré ir a ver el rostro de Dios?»
(Sal 42,3). ¿Reconozco la sed de Dios que tengo? ¿Qué hago para saciarla?
Siguiendo el ejemplo de María, hay que saber escuchar con reverencia nuestras ansias más
profundas, y escuchar a Dios.
2. Nuestra sed de Dios
no podrá ser saciada nunca por «sucedáneos» que son ofrecidos por un mundo que
quiere olvidarse de Dios. ¿Soy
consciente de esta realidad? ¿Cómo busco saciar mis anhelos profundos?
3.
Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 27- 30; 544; 1093-1094; 2835.
[1] De
acuerdo a los antiguos formularios pre-bautismales leemos en este tercer Domingo el pasaje de la
Samaritana (el agua como símbolo de plenitud y vida); en el cuarto, la curación
del ciego de nacimiento (la luz es el símbolo de la fe) y en el quinto Domingo
la resurrección de Lázaro (la vida nueva de Cristo Resucitado).
sábado, 4 de marzo de 2017
Lecturas de la Misa del DOMINGO DE LA SEMANA 1ª DE CUARESMA. CICLO A «No tentarás al Señor tu Dios»
Lectura del libro del
Génesis (2, 7-9; 3,1-7): Creación
y pecado de los primeros padres.
El Señor
Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida,
y el hombre se convirtió en ser vivo.
El Señor
Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que
había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles
hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida, en mitad del
jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal.
La
serpiente era el más astuto de los animales del campo que el Señor Dios había
hecho. Y dijo a la mujer: «¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de
ningún árbol del jardín?» La mujer respondió a la serpiente: «Podemos comer los
frutos de los árboles del jardín; solamente del fruto del árbol que está en
mitad del jardín nos ha dicho Dios: "No comáis de él ni lo toquéis, bajo
pena de muerte."» La serpiente replicó a la mujer: «No moriréis. Bien sabe
Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el
conocimiento del bien y el mal. »
La mujer
vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable, porque daba
inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió. Entonces
se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos;
entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.
Salmo 50,3-4.5-6a.12-13.14.17: Misericordia, Señor, hemos pecado. R/.
Misericordia,
Dios mío, por tu bondad, // por tu inmensa compasión borra mi culpa; // lava
del todo mi delito, // limpia mi pecado. R/.
Pues
yo reconozco mi culpa, // tengo siempre presente mi pecado: // contra ti,
contra ti sólo pequé, // cometí la maldad que aborreces.
R/.
Oh
Dios, crea en mí un corazón puro, // renuévame por dentro con espíritu firme;
// no me arrojes lejos de tu rostro, // no me quites tu santo espíritu. R/.
Devuélveme
la alegría de tu salvación, // afiánzame con espíritu generoso. // Señor, me abrirás
los labios, // y mi boca proclamará tu alabanza. R/.
Lectura de la carta
de San Pablo a los Romanos (5,12-19): Si
creció el pecado, más abundante fue la gracia.
Hermanos:
Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte,
y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.
Porque,
aunque antes de la Ley había pecado en el mundo, el pecado no se imputaba
porque no había Ley. A pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés,
incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán,
que era figura del que había de venir.
Sin
embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de
uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia
que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud.
Y
tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del
pecado de uno: el proceso, a partir de un solo delito, acabó en sentencia
condenatoria, mientras la gracia, a partir de una multitud de delitos, acaba en
sentencia absolutoria.
Por el
delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno
solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán
todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación.
En
resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de
uno traerá la justificación y la vida. Si por la desobediencia de uno todos se
convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en
justos.
Lectura del Santo
Evangelio según San Mateo (4,1-11): Jesús
ayuna durante cuarenta días y es tentado.
En aquel
tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el
diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin
sintió hambre.
El
tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se
conviertan en panes.» Pero él le contestó, diciendo: «Está escrito: "No
sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de
Dios."» Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero
del templo y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito:
«Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para
que tu pie no tropiece con las piedras.» Jesús le dijo: «También está escrito:
"No tentarás al Señor, tu Dios."» Después el diablo lo lleva a una
montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: «Todo
esto te daré, si te postras y me adoras.» Entonces le dijo Jesús: «Vete,
Satanás, porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás
culto."» Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le
servían.
&Pautas para la
reflexión personal
z El vínculo entre las lecturas
Una de las constantes
en las lecturas de este primer Domingo de Cuaresma es la relación con el tentador
y el mal. En este sentido el Evangelio nos ofrece un tema central para la vida
cristiana: Jesucristo nos muestra cómo se puede vencer a la tentación. Por otro
lado, vemos en la lectura del Génesis, cómo Adán y Eva ceden al tentador. Sin
embargo, así como por un sólo hombre ha entrado el pecado en la creación; por
un solo hombre, Jesucristo el Verbo Encarnado, ha venido la gracia y la
Salvación.
La Iglesia celebra hoy el
primer Domingo de Cuaresma, que como su nombre lo indica, es un período de cuarenta
días que terminará con el Domingo de Resurrección donde celebramos la Pascua
del Señor. Comienza, por tanto, cuarenta días antes de esa fecha - un día
miércoles - con el signo austero y expresivo de las cenizas, que puestas
sobre nuestra frente, nos recuerdan una verdad rotunda: «Polvo eres y en polvo te convertirás».
L La primera caída y el Nuevo Adán
«Por un
hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte
alcanzó a todos los hombres, ya que todos pecaron» (Rm 5,12). Esta frase de la carta de San Pablo a los
Romanos se refiere al pecado de Adán, padre de toda la humanidad. Por ese
pecado de Adán entró la muerte en el mundo, pues a él Dios le había dicho: «Del árbol de la ciencia del bien y del mal
no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio» (Gn
2,17).Podemos entender que Adán
muriera, porque él pecó habiendo sido advertido. Pero… ¿por qué «alcanzó la muerte a todos los hombres»?
El Catecismo de la Iglesia Católica nos responde esta
difícil pregunta: «Todo el género humano
es en Adán «sicut unum corpus unius hominis» («Como el cuerpo único de un único
hombre»). Por esta «unidad del género humano», todos los hombres están
implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de
Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no
podemos comprender plenamente.
Pero
sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia
originales no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al
tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la
naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído. Es un pecado que será
transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión
de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales.
Por eso, el pecado original es llamado «pecado» de manera análoga: es un pecado
«contraído», «no cometido», un estado y no un acto» (Catecismo de la Iglesia
Católica, 404).
El Evangelio nos muestra justamente lo opuesto al pecado
de Adán. El mismo que hizo caer a Adán e introdujo la muerte en el mundo va a
intentar ahora hacer caer a Jesús. Pero el desenlace es completamente distinto.
Dios había sentenciado a la serpiente antigua, refiriéndose a uno que sería «descendencia de la mujer»: «Él te pisoteará la cabeza, mientras acechas
tú su talón» (Gn 3,15). Si Adán es considerado la cabeza de la humanidad,
Cristo, el nuevo Adán; lo es con mucho más razón. Si por el pecado de Adán
entró la muerte, por la fidelidad de Cristo nos viene la vida.
Esto es lo que Él mismo declara: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn
10,10). San Juan nos dice: «en él estaba
la vida» (Jn 1,4). Este don es el que quería destruir el diablo y es el que
destruye cada vez que nos tienta. Pero fue vencido por Cristo ya que «si por el
delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte,...cuánto más ahora,
por un solo hombre, Jesucristo, vivirán todos» (Rm 5,17).
K «Entonces Jesús fue llevado por el
Espíritu...»
El Evangelio de hoy comienza
con el adverbio de tiempo «entonces».
Pero este adverbio no tiene sentido sino en relación a lo que precede. Y lo que
precede inmediatamente es la voz del Padre que, en el bautismo de Jesús en el
Jordán, declara: «Este es mi Hijo amado
en quien me complazco» (Mt 3,17).
¿Qué relación hay entre esta declaración del Padre y las tentaciones en el
desierto? Por otro lado, el Espíritu que se vio bajar sobre Jesús en forma de
paloma, es el que ahora lo lleva al desierto; y lo lleva con una finalidad: «ser tentado por el diablo». ¿Cómo es
posible que el Espíritu lo ponga en la situación de ser tentado?
Para responder a estas
preguntas, debemos recordar que en la Biblia hay otro período caracterizado por
el número cuarenta, esta vez «cuarenta
años». Se trata del tiempo que Israel peregrinó por el desierto de Sinaí
después de su salida de Egipto antes de entrar en la tierra prometida. Ese
tiempo también fue un pe-ríodo de prueba. Pero ¿qué relación tiene Israel con
el «Hijo de Dios»? También a Israel, Dios lo llama «su hijo». Cuando manda a
Moisés a pedir al Faraón la salida de Israel, le ordena decir estas palabras: «Así dice Yahveh: Israel es mi hijo, mi
primogénito... Deja ir a mi hijo para que me dé culto» (Ex 4,22-23). Y el mismo Moisés dice al pueblo: «Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu
Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte,
probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus
mandamientos» (Deut 8,2).
Siglos más tarde, comentando
esos hechos, el profeta Oseas transmitía esta queja de Dios: «Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de
Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí» (Os
11,1-2).Ese hijo, que Dios reconoce como «su hijo primogénito», fue infiel.
Ahora, en cambio, respecto de
Jesús, el Padre declara: «Este es mi
Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17).E inmediatamente después de
estas palabras, sigue el viaje de Jesús al desierto y las tentaciones. Allí
Jesús, igual que ese otro hijo que fue Israel, pasará un tiempo de prueba en el
desierto; pero él se comportará como un Hijo fiel a su Padre, reparando así la
infidelidad y el pecado de su pueblo.
L «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se
conviertan en panes»
La Encarnación consiste en que
el Hijo de Dios, sin dejar de ser verdadero Dios, se hizo «verdadero Hombre» y
sufrió todo lo que tiene que sufrir un hombre: «Fue probado en todo igual que nosotros, excepto el pecado» (Hb
4,15). Jesús fue tentado, para enseñarnos que sufrir la tentación no es
moralmente reprobable sino que responde a la condición de nuestra humanidad.
Después de ayunar cuarenta
días, Jesús sintió hambre, como es natural, y tuvo un fuerte deseo de comer. Él,
que pudo nutrir a las multitudes, ¿no podía convertir las piedras en pan? Sí,
podía. Pero eso habría significado hacer un milagro para saciar su hambre. Y
esta era la tentación. Esta era la acción que el diablo le sugería: convertir
las piedras en panes. ¿Por qué habría sido pecado ceder a ella, qué habría
tenido de malo?
Ceder a ella habría sido
vaciar de todo su significado la Encarnación; ya no habría sido «igual a nosotros en todo», si para
saciar su hambre o para resolver cualquier otra necesidad le hubiera bastado
hacer un milagro. Habría sido infiel a su misión y a la voluntad de su Padre.
Tal vez esto recordaba Jesús cuando advierte a los discípulos: «Mi alimento es hacer la voluntad del que
me ha enviado» (Jn 4,34). Esta tentación se parece mucho a la que sufrió
en la cruz: «Si eres Hijo de Dios, baja
de la cruz». Jesús podía bajar de la cruz. Pero eso habría sido frustrar
toda la Salvación; no habría cumplido su misión de «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».
L«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito...»
La segunda tentación es
semejante a la primera, pero es más sutil. Jesús había rechazado la primera
tentación apoyándose en la Palabra de Dios y ya que es así, para
satisfacerlo, el tentador toma «una
palabra que sale de la boca de Dios» y le sugiere, en esta segunda
tentación, realizar su condición de Mesías con ostentación de poder, con
legiones de ángeles a sus órdenes; y la Escritura parecía apoyar esta visión.
Pero Dios tenía previsto algo diferente.
Es lo que Jesús explica a Pedro
cuando éste quiere evitar que sea aprendido: «¿Piensas que no puedo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi
disposición más de doce legiones de ángeles? Mas ¿cómo se cumplirían las
Escrituras de que (el Mesías tiene que padecer)?» (Mt 26,53-54). Jesús
rechazó la tentación y fue fiel a su misión, tal como se la había encomendado
su Padre, hasta las últimas consecuencias. El «no tenía apariencia ni presencia... despreciable y deshecho de
hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias» (Is 53,2-3).
L«Todo esto te daré si postrándote me adoras»
La tercera tentación es la más
burda. El diablo está vencido, pero intenta seducir a
Jesús con la riqueza. De Jesús, el Verbo eterno de Dios, está escrito: «Todo fue hecho por El y para El» (Col
1,16). Pero El se Encarnó y como
hombre nació en un pesebre y no tenía donde reclinar su cabeza. Si hubiera
cedido al deseo de tener riquezas -en esto consistió la tentación- no habría
asumido hasta el último de los hombres, como era la misión que le encomendaba
su Padre. Renunciar a cumplir nuestra vocación a la santidad, renunciar al bien
y a la verdad por el afán de las riquezas, eso es abandonar a Dios y adorar al
diablo. Jesús rechaza la tentación citando el primero de los mandamientos: «Sólo al Señor tu Dios adorarás».
+Una palabra del Santo Padre:
«El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos
de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con
un poco de agua. Los gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el
rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le
explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez,
males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces» (v. 25). En el
más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida se equilibran
con los bienes.
La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se
dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía
viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le
responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen» (v. 29). Y,
frente a la objeción del rico, añade: «Si no escuchan a Moisés y a los
profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).
De esta manera se descubre el verdadero problema del
rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto
es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo. La
Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón
de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios
que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano.
Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo
propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los
sacramentos y en el prójimo. El Señor ―que en los cuarenta días que pasó en el
desierto venció los engaños del tentador― nos muestra el camino a seguir. Que
el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para
redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos
ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados. Animo a todos los
fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las
campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en
distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la
única familia humana. Oremos unos por otros para que, participando de la
victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los
pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la
Pascua».
Papa
Francisco. Mensaje para la Cuaresma 2017.
'Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. ¿Qué
voy hacer para poder vivir lo que la Iglesia me recomienda de manera especial
para este tiempo de Cuaresma: la limosna, el ayuno y la oración?
2. Vale
la pena memorizar cada una de las respuestas de Jesús y utilizarlas como armas
poderosas contra las tentaciones de nuestro tiempo. ¿Qué tan consciente soy de
cómo el demonio me tienta?
3.
Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 397- 409; 538 -
540
( texto facilitado por J.R. Pulido, presidente Diocesano de ANE en Toledo )
fotografía: Altar Mayor de la Basílica de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Sevilla. (C. Medina )
fotografía: Altar Mayor de la Basílica de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Sevilla. (C. Medina )
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