sábado, 26 de enero de 2019
Domingo de la Semana 3ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C- 27 de enero de 2019 «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar»
Lectura del libro de Nehemías (8,2-4a.5-6. 8-10): Leyeron el libro de la ley y todo el pueblo estaba atento.
En aquellos días, Esdras, el sacerdote, trajo el libro a la asamblea de hombres y mujeres y de todos los que podían comprender. Era el día primero del mes séptimo. Leyó el libro en la plaza que hay ante la puerta del agua, desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de hombres, mujeres y de los que podían comprender; y todo el pueblo estaba atento al libro de la ley. Esdras, el sacerdote, estaba de pie sobre un estrado de madera, que habían hecho para el caso. Esdras abrió el libro a vista del pueblo, pues los domi-naba a todos, y cuando lo abrió, el pueblo entero se puso en pie. Esdras pronunció la bendición del Señor Dios grande, y el pueblo entero, alzando las manos, respondió: «Amén, Amén»; se inclinó y se postró rostro a tierra ante el Señor.
Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que compren-dieron la lectura.
Nehemías, el Gobernador, Esdras, el sacerdote y letrado, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero: Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis (porque el pueblo ente-ro lloraba al escuchar las palabras de la ley). Y añadieron: Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene preparado, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.
Salmo 18,8.9.10.15: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. R./
La ley del Señor es perfecta // y es descanso del alma; // el precepto del Señor es fiel // e instruye al ignorante. R./
Los mandatos del Señor son rectos // y alegran el corazón; // la norma del Señor es límpida // y da luz a los ojos. R./
La voluntad del Señor es pura // y eternamente estable; // los mandatos del Señor son verdaderos // y enteramente justos. R./
Que te agraden las palabras de mi boca, // y llegue a tu presencia // el meditar de mi corazón, // Se-ñor, roca mía, redentor mío. R./
Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (12, 12-30): Vosotros sois el cuerpo de Cris-to y cada uno es un miembro.
Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuer-po, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, es-clavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo.
Si el pie dijera: «no soy mano, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuer-po? Si el oído dijera: «no soy ojo, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuer-po? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso.
Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo.
El ojo no puede decir a la mano: «no te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «no os necesi-to». Más aún, los miembros que parecen más débiles son más necesarios. Los que nos parecen desprecia-bles, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan.
Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los más necesitados. Así no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le felicitan.
Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro. Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los mila-gros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas, el don de interpretarlas.
¿Acaso son todos apóstoles?, ¿o todos son profetas? ¿o todos maestros?, ¿o hacen todos milagros?, ¿tie-nen todos don para curar?, ¿hablan todos en lenguas o todos las interpretan?
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (1,1-4; 4, 14-21): Hoy se cumple esta Escritura.
Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verifi-cado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el princi-pio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista.
Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Jesús es el Maestro Bueno que va a explicar el sentido pleno de las Escrituras ya que Él mismo es la «Palabra» viva del Padre «que habitó entre nosotros». En la Primera Lectura vemos al sacerdote Esdras que lee el libro de la Ley ante todo el pueblo, «explicando el sentido, para que pudieran entender lo que se leía».En la sinagoga de Nazaret, Jesús se levanta, un día de sábado, para hacer la lectura del volumen del profeta Isaías, que le fue entregado por el sacristán de la sinagoga (Evangelio). Luego explica, ante un atóni-to grupo, el cumplimiento de la profecía de Isaías: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que aca-báis de escuchar». Todos los miembros de la Iglesia de Dios tenemos que alimentarnos de la Palabra y para ello cada uno debe de responder a las gracias y dones que Dios nos ha dado para la edificación de todos.
«No estéis tristes: la alegría de Yahveh es vuestra fortaleza»
El rey persa Artajerjes dio autorización para que Nehemías, copero real y un judío piadoso que vivía en el destierro, se pusiera al mando de un grupo de israelitas que regresaban a Jerusalén en el año 445 a.C. El libro de Nehemías recoge las memorias de un dirigente celoso por su pueblo que deposita toda su confianza en Dios. Para Nehemías orar era casi tan natural como respirar. Al regresar a Jerusalén anima al pueblo a reconstruir las murallas de la ciudad teniendo siempre una fuerte oposición.
Entre los escombros encuentran los libros de la ley. Israel escucha después de largos años nuevamente la palabra de Dios y llora. Llora de emoción por haber encontrado el gran tesoro del pueblo elegido. El sa-cerdote Esdras proclama el libro de la ley durante toda la mañana hasta el mediodía. Al momento de abrir Esdras el libro de la ley para proclamar la palabra de Dios, todo el pueblo se pone de pie. «Hoy es un día consagrado al Señor, no hagáis duelo, ni lloréis... No estéis tristes pues el gozo del Señor es vuestra forta-leza». El pueblo se siente profundamente conmovido, confiesa sus yerros y se convierte de nuevo a Dios.
«Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es su miembro»
San Pablo hace la analogía entre el cuerpo humano y la Iglesia. Del mismo modo que el cuerpo es uno pero poseedor de muchos miembros, la Iglesia es una por el Espíritu Santo que la habita pero sus miembros son muchos. La diversidad de miembros y de carismas es una riqueza para el apóstol. Nadie debe ser me-nospreciado. Nadie puede decir a otro: «no te necesito» o decirse a sí mismo: «no soy importante»; ya que todos los miembros son necesarios, especialmente los más débiles. Concluye Pablo insinuando que no to-dos los carismas son iguales. Existe una jerarquía y un orden necesario. A la cabeza están los apóstoles, los que hablan de parte de Dios, los encargados de enseñar. Después vienen otros carismas. Para San Pablo la realidad carismática abarca la vida entera de la comunidad. Y es muy significativo que los primeros caris-mas pertenecen a aquellos que tienen una responsabilidad en la Iglesia.
«Ilustre Teófilo…»
Imitando el estilo de los historiadores de su tiempo, San Lucas nos indica el minucioso cuidado con el que ha reunido las tradiciones anteriores. Él no es un testigo ocular y con su obra no sólo quiere hacer histo-ria, sino confirmar la enseñanza que los miembros de su comunidad han recibido. El prólogo nos informa, además, del proceso por el cual se llega a escribir un Evangelio. En el origen de todo está el mismo Jesús y los testigos oculares que han predicado los hechos y dichos del Maestro. Poco a poco han ido surgiendo diversos relatos a los que San Lucas ha tenido acceso. En su caso, muy probablemente entre otros, el mismo Evangelio de San Marcos. Estos relatos, junto con otras tradiciones propias, le han permitido com-poner su Evangelio.
¿Quién es el «ilustre Teófilo» al que dedica Lucas su obra? Su nombre significa «amigo de Dios» y es probable que haya sido personaje importante. El título que se le da, «ilustre», lo usa San Lucas en el libro de los Hechos (ver Hch 23,26; 24,3; 26,25) para describir los altos cargos gubernamentales. Según esto, de-bemos concluir que se trataría de una persona de alto rango social, amigo personal de Lucas.
El ilustre Teófilo no reaparece sino en el prólogo del libro de los Hechos de los Apóstoles: «El primer li-bro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó» (Hch 1,1).
Esto nos permite deducir que la obra de Lucas se compone de dos tomos, el Evangelio y los Hechos, que abrazan respecti¬vamente la vida y el ministe¬rio de Jesús y la historia de la Iglesia naciente. El objetivo de su obra es que Teófilo conozca la solidez de la enseñanza en que «ha sido catequizado» (así dice literal-mente). El verbo «katecheo» contiene la raíz de la palabra «eco» y según su etimología significa: «Hacer resonar desde lo alto». Lo que Lucas escribe es una Palabra que tiene su origen en lo alto y que sido reve-lada a los hombres en el ministerio y la vida de Jesús de Nazaret y en la vida de la Iglesia. El Catecismo es justamente la exposición ordenada y completa de todo esto. De aquí el acento en que estas cosas han sido transmitidas por «los servidores de la Palabra» (Lc 1, 2), y la repetición a modo de estribillo del libro de los Hechos: «La Palabra de Dios iba creciendo... La Palabra de Dios crecía y se multiplicaba... » (ver Hch 6,7; 12,24; 19,20).
«Hoy se ha cumplido…»
La segunda parte del Evangelio de hoy nos presenta a Jesús en la sinagoga de su pueblo natal Nazaret. Era su costumbre ir a la sinagoga el sábado. Pero esta vez ocurre algo nuevo: Jesús se alza para hacer la lectura. Tocaba un pasaje de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anun-ciar a los pobres el Evange¬lio...». Cuando terminó la lectura, «todos los ojos esta¬ban fijos sobre Él». Era necesario explicar este texto. Para todos era claro que esa profecía anunciaba un Ungido (Mesías) por el Espíritu Santo, un personaje que se espe¬raba en algún momento del futuro para traer la liberación a los cau-tivos y promulgar un «año de gracia del Señor», es decir, un Jubileo definitivo. Pero todos querían oír qué homilía haría Jesús. Si era claro que se hablaba del Mesías espera¬do, había que decir cuándo vendría, cuá-les serían los signos que indicarían la inminencia de su venida, cómo sería su venida, cuál sería su aspecto externo, etc. Había muchas preguntas que responder.
Jesús da una explicación que responde a todo eso: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Esta frase contiene uno de esos "hoy" que no tienen ocaso y que están siempre abiertos. Es lo que comenta la Carta a los Hebreos: «Exhortaos mutuamente cada día mientras dure este 'hoy' para que nin-guno de vosotros se endurezca» (Hebr 3,13). Jesús quiere decir que «hoy» ha tenido cumplimiento la espe-ranza de los siglos, hoy son los tiempos del Mesías, ya no se debe esperar más. Todas las antiguas profe-cías que decían: «Aquel día vendrá el Señor y salvará a su pueblo», tienen su cumplimiento hoy. Hoy «se ha cumplido el tiempo» (Mc 1,15), hoy «ha llegado la pleni¬tud de los tiempos» (Gal 4,4). Otro sentido aún más profundo de las palabras de Jesús es éste: la profecía leída tiene cumplimiento hoy porque «tiene cumplimiento en mí». Yo soy el único que puede leer las palabras de esta profecía con propiedad: «El Espí-ritu Santo está sobre mí porque me ha ungido a mi». La profecía no se refiere a otro que vendrá sino a mí que estoy aquí. A la pregunta que sobre estas profecías de Isaías hacía el eunuco etíope al diácono Felipe: «¿Eso lo dice el profeta de sí mismo o de otro?» (Hch 8,34), Jesús le respon¬dería: «Lo dice de mí».
Una palabra del Santo Padre:
«El Espíritu libera los corazones cerrados por el miedo. Vence las resistencias. A quien se conforma con medias tintas, le ofrece ímpetus de entrega. Ensancha los corazones estrechos. Anima a servir a quien se apoltrona en la comodidad. Hace caminar al que se cree que ya ha llegado. Hace soñar al que cae en tibieza. He aquí el cambio del corazón. Muchos prometen períodos de cambio, nuevos comienzos, renova-ciones portentosas, pero la experiencia enseña que ningún esfuerzo terreno por cambiar las cosas satisfa-ce plenamente el corazón del hombre. El cambio del Espíritu es diferente: no revoluciona la vida a nuestro alrededor, pero cambia nuestro corazón; no nos libera de repente de los problemas, pero nos hace libres por dentro para afrontarlos; no nos da todo inmediatamente, sino que nos hace caminar con confianza, ha-ciendo que no nos cansemos jamás de la vida.
El Espíritu mantiene joven el corazón – esa renovada juventud. La juventud, a pesar de todos los es-fuerzos para alargarla, antes o después pasa; el Espíritu, en cambio, es el que previene el único envejeci-miento malsano, el interior. ¿Cómo lo hace? Renovando el corazón, transformándolo de pecador en perdo-nado. Este es el gran cambio: de culpables nos hace justos y, así, todo cambia, porque de esclavos del pecado pasamos a ser libres, de siervos a hijos, de descartados a valiosos, de decepcionados a esperan-zados. De este modo, el Espíritu Santo hace que renazca la alegría, que florezca la paz en el corazón.
En este día, aprendemos qué hacer cuando necesitamos un cambio verdadero. ¿Quién de nosotros no lo necesita? Sobre todo, cuando estamos hundidos, cuando estamos cansados por el peso de la vida, cuando nuestras debilidades nos oprimen, cuando avanzar es difícil y amar parece imposible. Entonces necesitamos un fuerte “reconstituyente”: es él, la fuerza de Dios. Es él que, como profesamos en el “Cre-do”, «da la vida». Qué bien nos vendrá asumir cada día este reconstituyente de vida. Decir, cuando desper-tamos: “Ven, Espíritu Santo, ven a mi corazón, ven a mi jornada”.
El Espíritu, después de cambiar los corazones, cambia los acontecimientos. Como el viento sopla por doquier, así él llega también a las situaciones más inimaginables. En los Hechos de los Apóstoles —que es un libro que tenemos que conocer, donde el protagonista es el Espíritu— asistimos a un dinamismo conti-nuo, lleno de sorpresas. Cuando los discípulos no se lo esperan, el Espíritu los envía a los gentiles. Abre nuevos caminos, como en el episodio del diácono Felipe. El Espíritu lo lleva por un camino desierto, de Jerusalén a Gaza —cómo suena doloroso hoy este nombre. Que el Espíritu cambie los corazones y los acon-tecimientos y conceda paz a Tierra Santa—. En aquel camino Felipe predica al funcionario etíope y lo bauti-za; luego el Espíritu lo lleva a Azoto, después a Cesarea: siempre en situaciones nuevas, para que difunda la novedad de Dios. Luego está Pablo, que «encadenado por el Espíritu» (Hch 20,22), viaja hasta los más lejanos confines, llevando el Evangelio a pueblos que nunca había visto. Cuando está el Espíritu siempre sucede algo, cuando él sopla jamás existe calma, jamás.
Cuando la vida de nuestras comunidades atraviesa períodos de “flojedad”, donde se prefiere la tranqui-lidad doméstica a la novedad de Dios, es una mala señal. Quiere decir que se busca resguardarse del vien-to del Espíritu. Cuando se vive para la auto-conservación y no se va a los lejanos, no es un buen signo. El Espíritu sopla, pero nosotros arriamos las velas. Sin embargo, tantas veces hemos visto obrar maravillas. A menudo, precisamente en los períodos más oscuros, el Espíritu ha suscitado la santidad más luminosa. Porque Él es el alma de la Iglesia, siempre la reanima de esperanza, la colma de alegría, la fecunda de no-vedad, le da brotes de vida. Como cuando, en una familia, nace un niño: trastorna los horarios, hace perder el sueño, pero lleva una alegría que renueva la vida, la impulsa hacia adelante, dilatándola en el amor. De este modo, el Espíritu trae un “sabor de infancia” a la Iglesia. Obra un continuo renacer. Reaviva el amor de los comienzos. El Espíritu recuerda a la Iglesia que, a pesar de sus siglos de historia, es siempre una vein-teañera, la esposa joven de la que el Señor está apasionadamente enamorado. No nos cansemos por tanto de invitar al Espíritu a nuestros ambientes, de invocarlo antes de nuestras actividades: “Ven, Espíritu San-to”».
(Papa Francisco. Homilía del domingo 20 de mayo de 2018. Solemnidad de Pentecostés.)
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. ¿Tengo presente la lectura de la Santa Biblia en mi vida? ¿La leo regularmente? ¿La estudio? ¿Rezo con ella?
2. Todos los bautizados hacemos parte del Cuerpo de Cristo: la Santa Iglesia.¿Participo activamente, rezo, me preocupo por la Iglesia? ¿Qué hago para acercarme más a la Iglesia?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 436. 695.714. 1286
Texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente de A.N.E. Toledo
sábado, 19 de enero de 2019
Domingo de la Semana 2ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C – 20 de enero de 2019 «Haced lo que él os diga»
Lectura del libro del profeta Isaías (62,1-5): El marido se alegrará con su esposa.
Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios. Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido.
Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.
Sal 95,1-2a.2b-3.7-8a.9-10a.c: Contad a todos los pueblos las maravillas del Señor. R./
Cantad al Señor un cántico nuevo, // cantad al Señor, toda la tierra; // cantad al Señor, bendecid su nombre. R./
Proclamad día tras día su victoria, // contad a los pueblos su gloria, // sus maravillas a todas las naciones. R./
Familias de los pueblos, aclamad al Señor, // aclamad la gloria y el poder del Señor, // aclamad la gloria del nombre del Señor. R./
Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, // tiemble en su presencia la tierra toda. // Decid a los pueblos: «El Señor es rey, // él gobierna a los pueblos rectamente». R./
Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (12, 4-11): El mismo y único espíritu reparte a cada uno, como a él le parece.
Hermanos: Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu.
Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A éste le han concedido hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, el lenguaje arcano; a otro, el don de interpretarlo.
El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece.
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (2,1-11): En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos.
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino y la madre de Jesús le dijo: -No les queda vino. Jesús le contestó: -Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora. Su madre dijo a los sirvientes: -Haced lo que él diga.
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: -Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: -sacad ahora, y llevádselo al mayordomo.
Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: -Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú en cambio has guardado el vino bueno hasta ahora.
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él.
Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Este año litúrgico (ciclo C) co¬rresponde leer el Evange¬lio de San Lucas. Sin embargo, en el segundo Domingo del tiempo ordinario, en los tres ciclos litúrgicos, se toma respectivamente una parte de la llamada «semana inaugural» del Evangelio de San Juan (Jn 1,19-2,12). En el ciclo C leemos el relato de la boda de Caná, que ocurrió el último día de esa semana. Vemos también la figura de la boda en el relato de Isaías donde Jerusalén ya no será llamada «Abandonada» ni «Devastada», sino ahora será llamada «Desposada» y su tierra tendrá un esposo que será Dios mismo (Primera Lectura). La comunidad cristiana, esposa de Jesucristo, goza de una serie de carismas, de ministerios que el Espíritu derrama sobre ella para ponerlos al servicio de todos (Segunda Lectura).
El banquete de bodas
Según la tradición judía la boda se celebraba cuando el novio ya tenía listo el nuevo hogar. Acompañado de sus amigos, el novio se dirigía al anochecer a la casa de la novia. Que estaba esperándolo, cubierta con un velo y con un vestido de novia. La joven llevaba las joyas que el novio le había regalado. En una sencilla ceremonia, se quitaba el velo y lo depositaba en el hombro del novio. El novio, acompañado de su mejor amigo, iba con la novia a su nueva casa para celebrar las fiestas de las bodas que solían durar siete días. Los elementos importantes eran los bailes y el vino «que alegra el corazón del hombre». El Talmud dice que: «donde no hay vino no hay alegría».
El pasaje que leemos en el Evangelio de San Juan se desarrolla en la aldea de Caná. No se sabe si se trata del actual Kefr-Kenna, ubicado a unos 6 Km. noreste de Nazaret, en el camino a Tiberíades, o de lo que hoy son las ruinas de Kana-al Djelil o KibertKana, situada a más del doble de distancia de Nazaret hacia el norte. El Señor acude a Caná donde ya estaba su Madre y le acompañan algunos discípulos de Juan: Andrés, Simón, Felipe y Natanael. María ya se encontraba allí, y Jesús acude también como invitado. La ocasión para la manifestación del milagro y del misterio es una boda de aldea, aparentemente sin mayor trascendencia. Es la primera semana de la vida pública del Señor Jesús que es detalladamente descrita, casi día por día, por San Juan: su bautizo, manifestación clara del Espíritu Santo; la elección de los primeros discípulos; la hermosa confesión de fe de Natanael, sumada a la de Juan. Todos estos acontecimientos, reciben una magnífica culminación en el episodio de las bodas de Caná.
«En Caná de Galilea dio Jesús comienzo a sus signos»
Podríamos tener una aproximación superficial al Evangelio dominical ya que parece un hecho muy simple; pero, como todo el Evangelio de San Juan, tiene una profundi¬dad inmensa. Allí se insinúa un misterio, se lo siente palpi¬tar en cada palabra, se vela y se revela. San Juan no llama a este hecho un «milagro», como a menudo se traduce, sino un «signo». El episodio conclu¬ye: «En Caná de Galilea dio Jesús comienzo a sus sig¬nos». Habría que preguntarnos: ¿es un signo de qué? ¿Quiere decir que hay que buscar un sentido ulterior? Precisamente. Pero encontrarlo no es tarea fácil y tanto menos explicarlo. Orígenes (siglo III) da un criterio de inter¬pretación que es necesario tener en cuenta: «Nadie puede compren¬der el signi¬fi¬cado del Evangelio de Juan si no ha apoyado la cabeza en el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre».Ya hemos visto la importancia de una fiesta de boda, sin embargo el esposo es mencionado apenas de modo indirecto y la esposa no aparece en absoluto. A medida que el relato procede el que ocupa toda la escena es Jesús.
Lo que el relato quiere insi¬nuar es que Jesús es el verdadero esposo, como lo declara el mismo Juan Bautista: «El que posee a la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo que está presen¬te y lo escucha, exulta de gozo a la voz del esposo. Ahora mi alegría ha llegado a plenitud» (Jn 3,29). Ésta es la clave de la lectura de las bodas de Caná. El que lee este Evange¬lio, en realidad, está escu¬chando la voz del esposo y como verdadero «amigo del esposo» exulta de gozo. Sabemos que Jesús llamó a sus discí¬pulos no con el nombre de «siervos» sino con el de «ami¬gos».
Veamos ahora algunos detalles importantes del milagro. Su madre María da a los sirvientes esta instrucción: «Haced lo que Él os diga». Y Jesús formula dos órdenes: «Llenad las tinajas de agua». Después que los sirvientes las llenan hasta arriba, agrega: «Sacadlo y llevadlo al maestresala». El Evange-lio dice que se trataba de seis tinajas de dos o tres medidas cada una. Es una estimación¬; supongamos que hayan sido dos y media medi¬das. Siendo la medida (metretés) un volumen aproximado de 40 li¬tros, quiere decir que cada tinaja era de cien litros. Llenar las seis tinajas significa¬ba mover 600 litros de agua que es equivalente a un gran tanque de agua.
¿Para qué tanto vino? El vino abundante y bueno, como ciertamente fue el resultado del milagro, repre-senta el gozo de los tiem¬pos mesiá¬nicos. En el tiempo preceden¬te, antes de la inter¬vención de Jesús, el vino era escaso y de mala cali¬dad. Dos vinos distintos indican dos tiempos marcadamente distintos. ¡El contraste es así evidente! Las órdenes dadas por Jesús están dirigidas a los sirvien¬tes. Ante el agua que llena las tinajas no hace ningún gesto, ni pronuncia ninguna fórmula de bendición; sólo dice: «Llevadlo al maestresa-la». Bastó su divina presencia para que el agua se convir¬tiera en vino.
«Haced lo que Él os diga…»
Es fundamental en este episodio la intervención de María. En primer lugar, ella aparece interesada en todos los detalles que afectan al hombre aunque puedan parecer secunda¬rios. Así «se manifiesta una nueva maternidad de María, según el espíritu y no sólo según la carne, es decir, la solicitud de María por los hombres, su ayuda en sus necesidades, en la vasta gama de sus carencias e indigen¬cias» . Solamente ella advierte que la alianza nupcial estaba fracasando y solicita la intervención de Jesús: «No tienen vino». La respuesta que Jesús le da es una de las expresiones más difíciles de explicar del Evangelio: «¿Qué a mí y a ti, mujer?». Ésta es una expresión idiomática hebrea que se repite a menudo en el Antiguo Testamento. Se usa para poner en cuestión la relación entre personas. Lo que Jesús quiere decir es que, si hasta ahora su relación con su madre era de sujeción - «estaba sujeto a ellos» (Lc 2,51)-, ahora esa relación debe cambiar y en adelante es ella quien debe estar sujeta a Él en todo.
Desde esta hora Jesús, que tiene el rol del esposo, toma toda iniciativa en el establecimiento de la Nueva Alianza. Jesús termina diciendo: «Aún no ha llegado mi hora». No era aún la hora de su manifestación al mundo. Y, sin embargo, hace el milagro y «manifiesta su gloria». Es que Dios había dis-puesto que su hora llegase después de esta súplica de María: «No tienen vino». Millones de años esperando la reve¬lación del Mesías se com¬pleta¬ron por obra de María. Su poder de interce¬sión es inmen¬so. Finalmente, María nos da un bello ejemplo de total confianza en el poder de su Amado Hijo. Se vuelve a Él porque sabe que Él puede resol¬ver el problema. Y aún después de la respuesta de Jesús sigue confian¬do: «Haced lo que Él os diga». La fe de María es la que obtuvo el desenlace final: «Jesús mani¬festó su gloria y creye¬ron en Él sus discípulos».
«Se casará contigo tu Edificador»
El libro del profeta Isaías (vivió alrededor del siglo VIII a.C.) es uno de los más impresionantes libros del Antiguo Testamento. Describe, a lo largo de su extenso libro, el poder de Dios y la esperanza para su pueblo elegido. Su vocación la encontramos en el capítulo sexto y profetizará por más de 40 años. En los capítulos finales de su libro, dirigido a los judíos que estaban en Jerusalén durante el destierro, anuncia un mensaje de consolación para el pueblo: se reconstruirá la ciudad y el Templo; los extranjeros garantizarán las necesidades materiales de Israel que se convertirá en un pueblo de sacerdotes (Is 61, 5-7). Dios mismo tomará la iniciativa y establecerá una alianza eterna (Is 61, 8-9). Alianza que tendrá su ápice en la figura del desposorio con Dios: el triunfo de Jerusalén será convertirse en la esposa de Yahveh sellando así la alianza hecha.
Una palabra del Santo Padre:
«En la introducción encontramos la expresión «Jesús con sus discípulos» (v. 2). Aquellos a los que Jesús llamó a seguirlo los vinculó a Él en una comunidad y ahora, como una única familia, están todos invitados a la boda. Dando inicio a su ministerio público en las bodas de Caná, Jesús se manifiesta como el esposo del pueblo de Dios, anunciado por los profetas, y nos revela la profundidad de la relación que nos une a Él: es una nueva Alianza de amor. ¿Qué hay en el fundamento de nuestra fe? Un acto de misericordia con el cual Jesús nos unió a Él. Y la vida cristiana es la respuesta a este amor, es como la historia de dos enamorados. Dios y el hombre se encuentran, se buscan, están juntos, se celebran y se aman: precisamente como el amado y la amada en el Cantar de los cantares. Todo lo demás surge como consecuencia de esta relación. La Iglesia es la familia de Jesús en la cual se derrama su amor; es este amor que la Iglesia cuida y quiere donar a todos.
En el contexto de la Alianza se comprende también la observación de la Virgen: «No tienen vino» (v. 3). ¿Cómo es posible celebrar las bodas y festejar si falta lo que los profetas indicaban como un elemento típico del banquete mesiánico (cf. Am 9, 13-14; Jl 2, 24; Is 25, 6)? El agua es necesaria para vivir, pero el vino expresa la abundancia del banquete y la alegría de la fiesta. Es una fiesta de bodas en la cual falta el vino; los recién casados pasan vergüenza por esto. Imaginad acabar una fiesta de bodas bebiendo té; sería una vergüenza. El vino es necesario para la fiesta. Convirtiendo en vino el agua de las tinajas utilizadas «para las purificaciones de los judíos» (v. 6), Jesús realiza un signo elocuente: convierte la Ley de Moisés en Evangelio, portador de alegría. Como dice en otro pasaje Juan mismo: «La Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo» (1, 17).
Las palabras que María dirige a los sirvientes coronan el marco nupcial de Caná: «Haced lo que Él os diga» (v. 5). Es curioso, son sus últimas palabras que nos transmiten los Evangelios: es su herencia que entrega a todos nosotros. También hoy la Virgen nos dice a todos: «Lo que Él os diga —lo que Jesús os diga—, hacedlo». Es la herencia que nos ha dejado: ¡es hermoso! Se trata de una expresión que evoca la fórmula de fe utilizada por el pueblo de Israel en el Sinaí como respuesta a las promesas de la Alianza: «Haremos todo cuanto ha dicho el Señor» (Ex 19, 8). Y, en efecto, en Caná los sirvientes obedecen. «Les dice Jesús: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. “Sacadlo ahora, le dice, y llevadlo al maestresala”. Ellos lo llevaron» (vv. 7-8). En esta boda, se estipula de verdad una Nueva Alianza y a los servidores del Señor, es decir a toda la Iglesia, se le confía la nueva misión: «Haced lo que Él os diga». Servir al Señor significa escuchar y poner en práctica su Palabra. Es la recomendación sencilla pero esencial de la Madre de Jesús y es el programa de vida del cristiano. Para cada uno de nosotros, extraer del contenido de la tinaja equivale a confiar en la Palabra de Dios para experimentar su eficacia en la vida. Entonces, junto al jefe del banquete que probó el agua que se convirtió en vino, también nosotros podemos exclamar: «Tú has guardado el vino bueno hasta ahora» (v. 10). Sí, el Señor sigue reservando ese vino bueno para nuestra salvación, así como sigue brotando del costado traspasado del Señor.
La conclusión del relato suena como una sentencia: «Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus signos. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos» (v. 11). Las bodas de Caná son mucho más que el simple relato del primer milagro de Jesús. Como en un cofre, Él custodia el secreto de su persona y la finalidad de su venida: el esperado Esposo da inicio a la boda que se realiza en el Misterio pascual. En esta boda Jesús vincula a sí a sus discípulos con una Alianza nueva y definitiva. En Caná los discípulos de Jesús se convierten en su familia y en Caná nace la fe de la Iglesia. A esa boda todos nosotros estamos invitados, porque el vino nuevo ya no faltará».
(Papa Francisco. Audiencia General del 8 de junio de 2016.)
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. Acudamos diariamente a María para que ella nos ayude y enseñe a decir en los momentos difíciles de nuestra vida: «Haced lo que Él os diga».
2. ¿Cuáles son los dones que Dios me ha dado y que debo de poner al servicio de la comunidad? ¿Los conozco?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 494- 495. 502- 511.
Texto dacilitado por JUAN R. PULIDO, presidente de A.N.E. Toledo
sábado, 12 de enero de 2019
Bautismo del Señor. Ciclo C – 13 de enero de 2019 «Tú eres mi Hijo Amado, el predilecto»
Lectura del libro del profeta Isaías (40, 1-5.9-11): Se revelará la Gloria del Señor, y la verán todos los hombres.
«Consolad, consolad a mi pueblo, -dice vuestro Dios-; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.»
Una voz grita: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos - ha hablado la bo-ca del Señor-».
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.»
Sal 103,1-2a.5-6.10.12.24.35c: Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío, qué grande eres! R./
Bendice, alma mía, al Señor, // ¡Dios mío, qué grande eres! // Te vistes de belleza y majestad, // la luz te envuelve como un manto. R./
Asentaste la tierra sobre sus cimientos, // y no vacilará jamás; // la cubriste con el manto del océano, // y las aguas se posaron sobre las montañas. R./
De los manantiales sacas los ríos, // para que fluyan entre los montes; // junto a ellos habitan las aves del cielo, // y entre las frondas se oye su canto. R./
Cuántas son tus obras, Señor, // y todas las hiciste con sabiduría; // la tierra está llena de tus criaturas. R./
¡Bendice, alma mía, al Señor! R./
Lectura de la carta de San Pablo a Tito (2, 11-14; 3, 4-7): Nos ha salvado con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo.
Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renun-ciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y reli¬giosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo.
Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un pueblo purificado, dedi-cado a las buenas obras.
Cuando ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho no¬sotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre noso-tros por medio de Jesucris¬to, nuestro Salvador.
Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna.
o bien:
Is 42,1-4.6-7: Mirad a mi siervo, a quien prefiero.
Sal 28,la.2.3ac-4.3b.9b-10: El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hch 10,34-38: Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo.
en los dos casos el evangelio es:
Lectura del santo Evangelio según San Lucas (3, 15-16.21-22): Jesús se bautizó. Mientras oraba, se abrió el cielo.
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: -Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.»
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Sin que aparezca la palabra «novedad» en los textos litúrgicos, todos ellos se refieren, en cierta mane-ra, a la novedad de la acción de Dios en la historia. Es nuevo el lenguaje de Dios en Isaías: «ha terminado la esclavitud..., que todo valle sea elevado y todo monte y cerro rebajado..., ahí viene el Señor Yahveh con poder y su brazo lo sojuzga todo». Es absolutamente nuevo que Jesús sea bautizado por Juan, que el cielo se abra, que el Espíritu descienda en forma de paloma, que se oiga una voz del cielo: «Tú eres mi hijo predi-lecto». Es nueva la realidad del hombre que ha recibido el bautismo: «un baño de regeneración y de reno-vación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Se-ñor».
La novedad sólo puede venir de Dios
El hombre, desde los mismos inicios, lleva la huella del pecado original. Se trata de una realidad común a toda la humanidad. Esta es la triste condición humana. El hombre puede gritar, desesperarse, blasfemar; o puede sentir el peso de la culpa, pedir perdón y ayuda, esperar. Lo que está claro es que sólo Dios puede echarle una mano; sólo Dios puede cambiar su vieja condición pecadora en pura novedad de gracia y mise-ricordia.
Está igualmente claro que Dios siempre está de parte del hombre y actúa en favor de él, porque «ha si-do creado a imagen y semejanza suya». La liturgia presenta tres momentos históricos de la intervención de Dios: primero interviene para liberar al pueblo israelita de la esclavitud de Babilonia (primera lectura), luego para revelar al mundo la filiación divina de Jesús (Evangelio), finalmente para manifestar a los hombres la nueva situación creada en quienes han recibido el bautismo (segunda lectura). La consecuencia es lógica: Si Dios ha intervenido en el pasado con una irrupción de vida y esperanza nuevas, Dios interviene en el presente e intervendrá en el futuro, porque el nombre más propio de Dios es la fidelidad.
La manifestación de Jesús
La manifestación («epifanía») de Jesús se realiza en tres momentos. En los tres se trata de poner en evidencia ante los hombres quién es Jesús. El primer momento es el que se recuerda en la solem¬ni¬dad de la Epifanía que celebrábamos el Domingo pasado: llegan tres magos de oriente pre¬guntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha naci¬do?». Cuando lo encuentran le ofrecen dones: oro como a Rey, incienso como a Dios y mirra como a quien ha de morir. Empezamos a comprender quién es este Niño que nació en medio de nosotros tan ignorado.
El segundo momento ocurre en el bautismo de Jesús por medio de Juan en el Jordán. Es el momento que celebramos este Domingo. El mismo Juan responde acerca de su bautismo: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis... yo he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel» (Jn 1,26.31). Esa manifestación es la que nos narra el Evangelio de hoy.El tercer momento ocurre en las bodas de Caná. Este pasaje, que es el Evangelio del próximo Domingo, termina diciendo el Evangelista: «En Caná de Galilea comenzó Jesús sus señales, manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2,11).
El pueblo estaba a la espera...
El Evangelio de hoy nos informa sobre el ambiente que se vivía en Israel cuando Jesús comienza su ministerio público. Las personas más sensibles a los cami¬nos de Dios presentían que estaba cerca el mo-mento en que Dios iba a cumplir su promesa de salvación (enviando al Cristo, al Mesías anunciado en los profetas). En esto tenían razón, porque el Cristo ya estaba en medio de ellos, pero no en su identificación. «Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazo¬nes acerca de Juan, si no sería él el Cristo». Juan recti¬fica inmediata¬mente, indicando lo más esencial del Cristo: estará lleno del Es-píritu Santo. Así estaba anunciado. Y no sólo estará lleno del Espíritu, sino que Él lo comuni¬cará a los hom-bres.
David había sido establecido como rey en Israel por medio de la unción por parte del profeta Samuel. David era entonces un Ungido (un Mesías). Pero no fue la unción la que hizo de él el gran rey que recuerda la histo¬ria, sino el Espíritu de Dios que por medio de ese signo visible le había sido comunicado. Había que atribuir todo lo grande que fue David al Espíritu de Dios que estaba en él. Juan bien sabía esto. Por eso lo expresa de la manera más evidente: «El Cristo bautizará en Espíritu Santo».
El Espíritu Santo
Habiendo sido bautizado Jesús, «se abrió el cielo y bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma corporal como una paloma». Hay algo insólito en esta des¬cripción que no debe pasar inadvertido. El texto dice lite-ralmente que el Espíritu bajó "en forma corporal" (en griego: "soma¬tikó"). ¿Cómo es posible un espíritu cor-po¬ral? El Espíritu es inmaterial. Pero en este caso era necesario que se viera, para que quedara en eviden-cia que en Jesús se cumplen las palabras de Dios sobre el Mesías espera¬do: «He puesto mi Espíritu sobre él». Y como si este signo no fuera suficiente para iden¬tifi¬car al Cristo, una voz del cielo le dice: «Tú eres mi Hijo, yo te he engen¬drado hoy».
En los episodios siguientes Lucas insiste sobre la presencia del Espíritu en Jesús. Después del bautismo dice: «Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán y era conducido por el Espíritu en el desierto» (Lc 4,1). Y concluida la narración de las tentaciones, agrega: «Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu» (Lc 4,14). Pero, sobre todo, es Jesús mismo el que, entrando en la sinagoga de Nazaret, lee la profecía de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido». Y la comenta así: «Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy» (Lc 4,18.21). Es lo mismo que afirmar: «Esta profecía se refiere a mí, yo soy el que poseo el Espíritu del Señor, yo soy el Ungido, el Mesías».
Siendo uno de la Trinidad, Jesús posee el Espíritu desde la eternidad. Pero en cuanto se ha hecho hombre lo recibe para realizar la obra de la redención y comunicarlo a los hombres. Por eso «Él bautiza en el Espíritu Santo». El Espíritu, que recibimos de Cristo, después que Él lo ha recibido del Padre, nos configu-ra con Él, sobre todo, en su condición de Hijo de Dios. San Pablo lo dice de manera insuperable: "Habéis recibido un Espíritu de hijos adopti¬vos, que nos hace exclamar: '¡Abba, Padre!' El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios" (Rom 8,15-16).
Una palabra del Santo Padre:
«Vosotros lleváis al bautismo a vuestros hijos y este es el primer paso para esa tarea que vosotros te-néis, la tarea de la transmisión de la fe. Pero tenemos necesidad del Espíritu Santo para transmitir la fe, solos no podemos. Poder transmitir la fe es una gracia del Espíritu Santo, la posibilidad de transmitirla; y es por eso que vosotros lleváis a vuestros hijos, para que reciban al Espíritu Santo, reciban la Trinidad —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— que habitará en sus corazones.
Quisiera deciros solo una cosa, que se refiere a vosotros: la transmisión de la fe se puede hacer solo «en dialecto», en el dialecto de la familia, en el dialecto de papá y mamá, del abuelo, de la abuela.
Después llegarán los catequistas para desarrollar esta primera transmisión con ideas, con explicacio-nes... Pero no os olvidéis de esto: se hace «en dialecto» y si falta el dialecto, si en casa no se habla entre los padres en la lengua del amor, la transmisión no es tan fácil, no se podrá hacer.No os olvidéis. Vuestra tarea es transmitir la fe pero hacerlo con el dialecto del amor de vuestra casa, de la familia.
También ellos [los niños] tienen su propio «dialecto» ¡que nos sienta bien escuchar! Ahora todos están callados, ¡pero basta que uno dé el tono para que después continúe la orquesta! ¡El dialecto de los niños!
Y Jesús nos aconseja ser como ellos, hablar como ellos. Nosotros no debemos olvidar esta lengua de los niños, que hablan como pueden, pero es la lengua que gusta tanto a Jesús.
Y en vuestras oraciones sed simples como ellos, decid a Jesús lo que hay en vuestro corazón como lo dicen ellos. Hoy lo dirán con el llanto, sí, como hacen los niños.El dialecto de los padres que es el amor por transmitir la fe, y el dialecto de los niños que debe ser acogido por los padres para crecer en la fe.
Continuaremos ahora la ceremonia; y si ellos comienzan con el concierto es porque no están cómodos o tienen demasiado calor o no se sienten a gusto o tienen hambre...Si tienen hambre, amamantadles, sin miedo, dadles de comer, porque también este es un lenguaje de amor».
(Papa Francisco. Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor. 7 de enero de 2018.)
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. En el Catecismo se dice que el bautismo imprime carácter, es decir, el bautismo se recibe una sola vez y para toda la vida. ¿Qué pasa, entonces, cuando no se vive como cristiano? ¿Cuandose vive indiferente a la propia fe? ¿Cuándo se tiene más fe en horóscopos y supersticiones que las verda-des que Dios nos ha transmitido?
2. “Recuerda que eres un bautizado”, “Sé lo que eres, vive lo que eres”. ¿Soy consciente del com-promiso que he asumido con mi bautismo?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1262 - 1274.
texto JUAN RAMON PULIDO. Toledo
viernes, 4 de enero de 2019
Epifanía del Señor. Ciclo C - 6 de enero de 2019 «Se postrarán ante ti Señor, todos los pueblos de la Tierra»
Lectura del libro del profeta Isaías (60, 1-6): La gloria del Señor amanece sobre ti
¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!
Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, y su gloria se verá sobre ti.
Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos.
Entonces lo verás y estarás radiante; tu corazón se asombrará, se ensanchará, porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti, y a ti llegan las riquezas de los pueblos. Te cubrirá una multitud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá.
Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso, y proclaman las alabanzas del Señor.
Salmo 71, 1-2. 7-8. 10-11. 12-13; Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra. R./
Dios mío, confía tu juicio al rey, // tu justicia al hijo de reyes, // para que rija a tu pueblo con justicia, // a tus humildes con rectitud. R.
En sus días florezca la justicia // y la paz hasta que falte la luna; // domine de mar a mar, // del Gran Río al confín de la tierra. R.
Los reyes de Tarsis y de las islas // le paguen tributo. // Los reyes de Saba y de Arabia // le ofrezcan sus dones; // póstrense ante él todos los reyes, // y sírvanles todos los pueblos. R.
Él librará al pobre que clamaba, // al afligido que no tenía protector; // él se apiadará del pobre y del indigente, // y salvará la vida de los pobres. R.
Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios (3, 2-3a. 5-6): Ahora ha sido revelado que los gentiles son coherederos de la promesa
Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor de vosotros, los gentiles.
Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio.
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (2, 1-12): Venimos a adorar al Rey
Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel”».
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: «Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.»
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Los Sabios-Magos llegan a Jerusalén del Oriente guiados por la luz de una estrella para adorar al Rey de los Judíos y ofrecerle sus dones: oro, incienso y mirra. Tal vez nunca se expresa con mayor claridad la univer¬salidad de la salvación aportada por Jesucristo que en este episo¬dio. Queda también claro que Israel, el pueblo elegido al cual había sido prometido el Mesías Salvador, no lo reconoció. En cambio, estos hombres que vienen guiados por esta misteriosa estrella lo reconocen como rey y vienen a reverenciarlo con el honor y el respeto que merece.
Ya desde su mismo nacimiento Jesús es un claro signo de contradicción. Para unos, como los Magos o el mismo San Pablo, será una «epifanía»: manifestación del misterio de Dios (Segunda Lectura). Para otros, Herodes, será una amenaza que pondrá en riesgo su poder y su ambición terrenal. Esta «epifanía» ya es anunciada en la Primera Lectura por el profeta Isaías, según la cual todos los pueblos se sentirán atraídos por la «luz y la gloria de Yahveh» que amanecerá sobre Jerusalén.
El gran Misterio
Jesús, nació en Belén de Judá, pero existía el peligro real de que su nacimiento pasara inadvertido. Es cierto que el ángel del Señor anunció a los pasto¬res su nacimiento y que estos reac¬ciona¬ron como era de espe¬rar. Fueron corriendo y verifi¬caron la verdad de lo anunciado. Pero estos sencillos pasto¬res no tenían ni voz ni poder de comunicación en Israel. Es cierto también que el anciano Simeón, a impulsos del Espíri-tu Santo, acudió al templo cuando sus padres presen¬taban a Jesús y lo reconoce como: «Luz para ilumi-nar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,32). También vemos a la anciana profe¬tisa Ana que hablaba de Él a todos los que esperaban la libe¬ración de Israel (ver Lc 2,36). Pero todo esto quedaba en un círculo muy reducido de personas. Entre todas estas personas sin duda estaba sobre todo la Virgen María, quien «guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19). Nadie conoció mejor que ella el misterio profundo de Jesucristo.
Este es el Miste¬rio del que escribe San Pablo en su carta a los Efesios: «me fue comunicado por una revelación el conocimiento del Misterio. Según esto, leyéndolo podéis entender mi conocimiento del Misterio de Cristo» (Ef 3, 4-5). ¿Cuál es este gran misterio al que se refiere San Pablo? Jesús mismo manifestará muchas veces a lo largo de su vida pública lo que ya vemos en el pasaje de la adoración de los reyes Magos. La misteriosa estrella que guía a los Magos no es sino el anticipo de aquella verdadera luz que es Jesucristo mismo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Porque es Jesucristo mismo el gran Misterio que el Padre quiere comunicar a todos los hombres: gentiles y judíos. «Porque tanto amó Dios al mundo que mandó a su Hijo único para que todo aquel que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).Tanto el anciano Simeón, en los albores del misterio, como San Pablo, después de su pleno desarrollo; ambos iluminados por el Espíritu Santo, afirman la irradiación universal de la reconciliación iniciada por Jesucristo.
La estrella y el rey de los judíos
El Evangelio de hoy nos habla que unos Magos del Oriente son guiados por una misteriosa estrella a Jerusalén en busca del «Rey de los judíos» que acaba de nacer. Para comprender el sentido del texto evangélico debemos remontarnos a una antigua profecía que Balaam, otro vidente de Oriente, pronunció sobre Israel cuando recién salió de Egipto y recién se estaba formando como nación: «Lo veo, aunque no para ahora; lo diviso, pero no de cerca: de Jacob[1] avanza una estrella, un cetro surge de Israel... Israel despliega su poder, Jacob domina a sus enemigos» (Num 24,17-19). En el antiguo Oriente, la estrella era el signo de un rey divinizado. Nada más natural que entender la profecía de Balaam como referida al Mesías, el descen¬diente prome¬tido a David cuyo reino no tendría fin (ver 2Sam 7,12-13). Los magos preguntan por el «Rey de los judíos» porque David era de la tribu de Judá. Se trata de un rey que es Dios; por eso su objetivo es «adorarlo» es decir reverenciarlo de acuerdo a su dignidad real. Pero ¡qué desilusión al observar que en Jerusalén nadie sabía nada! «Al oír estas palabras, Herodes y con él toda Jerusalén se sobresaltaron». ¡Ignoraban lo que estaba ocu¬rriendo en medio de ellos! Pero no ignoraban el significado de la pre¬gunta formu¬lada por los Magos.
El «rey de los judíos» era un título que quería decir mucho y no podía pasar inadver¬tido para un he-breo. Es el mismo que fue dado por Pilato a Jesús (de manera iróni¬ca, por cierto) para expresar la causa de su muerte en la cruz. Por eso Herodes se inquieta y convoca a los entendidos en las profecías, a los sacerdotes y escri¬bas, para interrogarlos acerca de algo que, a primera vista, parece no tener rela¬ción con la pregun¬ta de los magos: ¿En qué lugar debía nacer el Cristo? Cristo no era todavía un nombre propio (así llama¬mos nosotros ahora a Jesús) y por eso en buen castellano la pregunta suena así: «¿Dónde está anun¬ciado que tiene que nacer el Ungido del Señor?».
Herodes ha pasado a la historia como un hombre sangui¬na¬rio y enfermo de celos por el poder, que no vacilaba en quitar de en medio a quienquiera pudiera dispu¬tarle el trono, aunque fuera su propio hijo. Pero al leer el relato queda la sensa¬ción de que un rey, con ejércitos a su dispo¬si¬ción, no podía temer a un niño anónimo nacido en la mi¬nús¬cula aldea de Belén, aunque allí se hubiera anunciado que debía nacer el Ungido del Señor. Para comprender la matanza de todos los niños de Belén y sus alrededores, ordenada por Herodes, hay que conocer las Escrituras y captar la espe¬ranza de salvación que había en Israel. Hay que remontarse muy atrás, más de diez siglos antes del nacimiento de Je¬sús. En tiempos del profeta Samuel, cuando Israel se estaba organizando como nación y dándose sus instituciones, pidie¬ron a Dios que les diera un rey, para que los gobernara, igual que las demás naciones. La cosa podía ser grave, pues era un dogma en Israel, que «Yahveh es Rey». La petición, sin embargo, fue concedida y manda Dios a Samuel a que busque entre los hijos de Jesé, que vivía en Belén, el rey prometido.
Cuando Samuel llegó a Belén convo¬có a Jesé y a sus hijos y fueron desfilando uno tras otro ante el profeta. Pero quien fue elegido fue el pequeño David que estaba guardando el reba¬ño. Fue llamado y, por mandato de Dios, ungido por Samuel. Y a partir de entonces, vino sobre David el espíri¬tu de Yahveh (ver 1Sam 16,1ss). Israel esperaba un Ungido, nacido en Belén como David y lleno del espíritu del Señor.
Por eso Herodes temía aunque el nacido en Belén fuera de origen humilde. Herodes dice a los magos cínicamente: «Id e indagad cuidado¬samente sobre ese niño; y cuando lo encontréis comunicádmelo, para ir también yo a adorarle». Pero ya sabemos que los estaba enga¬ñan¬do. Lo que quiere Herodes es eliminarlo. Su lucha es contra el Ungido del Señor, el Mesías, el Cristo. Su lucha es contra Dios mismo. A él se le deben citar las palabras del sabio Gamaliel acerca del anuncio del Evangelio: «Si la obra es de Dios no podréis destruirla» (Hch 5,39). La historia ha demostra¬do el desenlace de esta lucha: Herodes acabó tris¬temente y Cristo reina en el corazón de millones de hombres y mujeres.
Los Magos del Oriente
La denominación «Magos de Oriente» que se da a los personajes que llegan a Jerusalén guiados por la estrella, indica personajes de proverbial sabiduría, sabios astrólogos de pueblos muy lejanos y considerados exóticos desde el punto de vista de Israel. Si algo se puede afirmar claramente de ellos es que están alejadísi¬mos de Israel y de sus tradiciones. La tradición los llama «reyes», porque influye la profecía de Isaías sobre Jerusalén, que se lee en esta solemnidad en la primera lectura: «¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz...! Caminarán las naciones a tu luz y los reyes al resplandor de tu alborada... las riquezas de las naciones vendrán a ti... todos ellos de Sabá vienen portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas al Señor» (Is 60,1-6). Así queda en evidencia que el que ha nacido en el mundo es el «Rey de reyes y Señor de señores» (Ap 19,¬16).
Ellos tuvieron noticia del naci¬miento del Salvador, pues el que ha nacido es el Salvador de todo hombre. Por eso, llegando donde estaba el Niño con María su madre, «postrán¬dose, lo adora¬ron». Un judío tiene prohibido estrictamente por la ley postrarse ante nadie fuera del Dios verdadero. Aquí los magos se postran y adoran a Jesús. Y el Evangelista San Mateo lejos de reprobar esta actitud la aprueba. Es que están ante el verdadero Dios. También sus regalos indican la percep¬ción que se les ha concedido del misterio del este Niño: «Abrieron sus cofres y le ofrecie¬ron dones de oro, incienso y mirra». Un anti¬guo comentario aclara el sentido:«Oro, como a Rey sobera¬no; incienso, como a Dios verdadero y mirra, como al que ha de morir». Estos Magos de Oriente tenían un conoci¬miento de misterio de Cristo mucho más claro que los mismos sabios de Israel. De esta manera se quiere expresar que Jesús es el Salvador de todo ser humano.
Una palabra del Santo Padre:
«Hoy, fiesta de la Epifanía del Señor, el Evangelio (cf. Mateo 2, 1-12) nos presenta tres actitudes con las cuales ha sido acogida la venida de Jesucristo y su manifestación al mundo. La primera actitud: búsqueda, búsqueda atenta; la segunda: indiferencia; la tercera: miedo.
Búsqueda atenta: Los Magos no dudan en ponerse en camino para buscar al Mesías. Llegados a Jerusalén preguntan: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle» (v. 2). Han hecho un largo viaje y ahora con gran atención tratan de identificar dónde se pueda encontrar al Rey recién nacido. En Jerusalén se dirigen al rey Herodes, el cual pide a los sumos sacerdotes y a los escribas que se informen sobre el lugar en el que debía nacer el Mesías.
A esta búsqueda atenta de los Magos, se opone la segunda actitud: la indiferencia de los sumos sacerdotes y de los escribas. Estos eran muy cómodos. Conocen las Escrituras y son capaces de dar la respuesta adecuada al lugar del nacimiento: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta»; saben, pero no se incomodan para ir a buscar al Mesías. Y Belén está a pocos kilómetros, pero ellos no se mueven. Todavía más negativa es la tercera actitud, la de Herodes: el miedo. Él tiene miedo de que ese Niño le quiete el poder. Llama a los Magos y hace que le digan cuándo había aparecido su estrella, y les envía a Belén diciendo: «Id e indagad […] sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle» (vv. 7-8). En realidad, Herodes no quería ir a adorar a Jesús; Herodes quiere saber dónde se encuentra el niño no para adorarlo, sino para eliminarlo, porque lo considera un rival. Y mirad bien: el miedo lleva siempre a la hipocresía. Los hipócritas son así porque tienen miedo en el corazón.
Estas son las tres actitudes que encontramos en el Evangelio: búsqueda atenta de los Magos, indiferencia de los sumos sacerdotes, de los escribas, de esos que conocían la teología; y miedo, de Herodes. Y también nosotros podemos pensar y elegir: ¿cuál de las tres asumir? ¿Yo quiero ir con atención donde Jesús? «Pero a mí Jesús no me dice nada... estoy tranquilo...». ¿O tengo miedo de Jesús y en mi corazón quisiera echarlo? El egoísmo puede llevar a considerar la venida de Jesús en la propia vida como una amenaza. Entonces se trata de suprimir o de callar el mensaje de Jesús. Cuando se siguen las ambiciones humanas, las prospectivas más cómodas, las inclinaciones del mal, Jesús es considerado como un obstáculo.
Por otro parte, está siempre presente también la tentación de la indiferencia. Aun sabiendo que Jesús es el Salvador —nuestro, de todos nosotros—, se prefiere vivir como si no lo fuera: en vez de comportarse con coherencia en la propia fe cristiana, se siguen los principios del mundo, que inducen a satisfacer las inclinaciones a la prepotencia, a la sed de poder, a las riquezas. Sin embargo, estamos llamados a seguir el ejemplo de los Magos: estar atentos en la búsqueda, estar preparados para incomodarnos para encontrar a Jesús en nuestra vida. Buscarlo para adorarlo, para reconocer que Él es nuestro Señor, Aquel que indica el verdadero camino para seguir. Si tenemos esta actitud, Jesús realmente nos salva, y nosotros podemos vivir una vida bella, podemos crecer en la fe, en la esperanza, en la caridad hacia Dios y hacia nuestros hermanos. Invocamos la intercesión de María Santísima, estrella de la humanidad peregrina en el tiempo. Que, con su ayuda materna, pueda cada hombre llegar a Cristo, Luz de verdad, y el mundo progrese sobre el camino de la justicia y de la paz».
(Papa Francisco. Ángelus en la Solemnidad de la Epifanía del Señor. 6 de enero de 2018)
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. Vemos claramente dos actitudes realmente opuestas ante el recién Niño Jesús: los magos del Oriente y Herodes. Ante el misterio de Jesús Sacramentado en el altar, ¿cuál es mi actitud? ¿Cómo me aproximo ante Jesús que realmente está presente en la Santa Eucaristía?
2. Los sabios del Oriente le hacen tres ofrendas al Niño. ¿Qué le voy a ofrecer a Jesús para este año que iniciamos?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 525 -526.528-530.
texto facilitado por JUAN R. PULIDO, Toledo
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