sábado, 23 de febrero de 2019

Domingo de la Semana 7ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C – 24 de febrero de 2019 «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo»



ALTAR DE CULTOS DE LA COFRADIA DE LA QUINTA ANGUSTIA, Parroquia de la Magdalena ( Sevilla ) foto: cameso

Lectura del primer libro de Samuel (26, 2.7-9,12-13. 22-23): El Señor te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra ti.

En aquellos días, Saúl emprendió la bajada hacia el páramo de Zif, con tres mil soldados israelitas, para dar una batida en busca de David.
David y Abisay fueron de noche al campamento; Saúl estaba echado, durmiendo en medio del cercado de carros, la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa estaban echados alrededor. Entonces Abisay dijo a David: «Dios te pone el enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra de una lanzada; no hará falta repetir el golpe.» Pero David replicó: «¡No lo mates!, que no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor.»
David tomó la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se enteró, ni se despertó: estaban todos dormidos, porque el Señor les había enviado un sueño profundo.
David cruzó a la otra parte, se plantó en la cima del monte, lejos, dejando mucho espacio en medio, y gritó: «Aquí está la lanza del rey. Que venga uno de los mozos a recogerla. El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad. Porque él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor.»

Salmo 102,1-2.3-4.8.10.12-13: El Señor es compasivo y misericordioso. R./

Bendice, alma mía, al Señor, // y todo mi ser a su santo nombre. // Bendice, alma mía, al Señor, // y no olvides sus beneficios. R./

Él perdona todas tus culpas // y cura todas tus enfermedades; // él rescata tu vida de la fosa // y te colma de gracia y de ternura. R./

El Señor es compasivo y misericordioso, // lento a la ira y rico en clemencia; // no nos trata como merecen nuestros pecados // ni nos paga según nuestras culpas. R./

Como dista el oriente del ocaso, // así aleja de nosotros nuestros delitos. // Como un padre siente ternura por sus hijos, // siente el Señor ternura por sus fieles. R./

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios (15, 45-49): Somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial

Hermanos: El primer hombre, Adán, fue un ser animado. El último Adán, un espíritu que da vida. No es primero lo espiritual, sino lo animal. Lo espiritual viene después.
El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales.
Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (6, 27-38): Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo.
¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada: tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.
La medida que uséis la usarán con vosotros.

Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

El discurso de Jesús en la montaña es profundo y novedoso: invita a sus discípulos a amar a los enemigos (San Lucas 6, 27-38). Tal enseñanza era desconocida por el mundo judío y extraña para el mundo griego. Era una novedad que expresaba el profundo amor con el que Dios ama a los hombres. La Primera Lectura (primer libro de Samuel 26, 2.7-9,12-13. 22-23) nos presenta precisamente a David que perdona a Saúl cuando lo tenía a punto para matarlo. David, figura del Rey mesiánico, muestra entrañas de misericordia ante sus enemigos. Por su parte San Pablo, en la Segunda Lectura (Primera carta de San Pablo a los Corintios 15, 45-49), nos habla del primer Adán (el hombre creado) y el último Adán (Cristo). Aquí se revela la gran vocación del hombre a ser un hombre nuevo, una nueva criatura, en Cristo Jesús.

 Perdonar a los enemigos

Samuel era hijo de Elcaná y Ana y fue el último gran juez que tuvo Israel y uno de los primeros profetas. Ya anciano nombró jueces a sus hijos y les encargó que continuaran su labor, pero el pueblo no estaba contento y quería tener un rey. Al principio Samuel se opuso. Pero Dios le dio instrucciones para que ungiera a Saúl. Después que Saúl hubo desobedecido a Dios, Samuel ungió a David como siguiente Rey. Todos en Israel lloraron la muerte de Samuel (ver 1sam 1-4). Los dos libros de Samuel narran justamente la historia de Israel; desde el último de los jueces hasta los postreros años del rey David. El primer libro nos cuenta cómo Israel pasó a ser regido por reyes.
¬
David, el más joven de los ocho hijos de Jesé, andaba cuidando de los rebaños cuando el profeta Samuel lo ungió como «elegido». La destreza de David en tocar el arpa lo lleva a la corte de Saúl para tranquilizar los ataques de nervios del rey. Más tarde aceptó el reto de desafiar y matar al filisteo Goliat. Desde ese momento Saúl se llenó de envidia e intentó matarlo varias veces. Jonathan, hijo de Saúl e íntimo amigo de David le advirtió que escapara.David se convierte entonces en un proscrito. Saúl lo persigue despiadadamente y David le perdonará dos veces la vida. La Primera Lectura nos narra el pasaje cuando David le perdona, por segunda vez, la vida al rey Saúl. Llama la atención, por un lado, la generosidad de David y, por otro, su profundo respeto religioso por el carácter sagrado del rey: «el ungido de Yahveh».

Un Evangelio sublime pero incómodo...casi imposible...

«Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente... Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio...»

Honestamente, ¿quién ha visto a alguien cumplir lo que Señor nos pide? Desgraciadamente lo que vemos a diario en las calles, en los medios de comunicación, en los nego¬cios, en la política, es exactamente lo contrario: combatir a los enemigos, hacer el mal a los que nos odian, maldecir a los que nos maldicen, difamar a los que nos difaman, devolver el doble al que se atreva a golpear¬nos en una mejilla, pelearnos con el que quiera quitarnos algo que nos pertenece, nos vengarnos ante cualquier agravio. Cuando vemos este modo de actuar no nos llama la atención; es lo que se espera. Es el comportamiento al que ya estamos acostumbrados y sabemos que “todo el mundo” va a reaccionar de esa manera. Pero si sucediera, en cambio, ver a alguien practicar alguno de aquellos preceptos de la ley de Cris¬to, podemos estar seguros que estaríamos ante un santo, ¡y no uno cualquiera, sino uno de los grandes!

Sin embargo, creo que todos recordamos un hecho verdaderamente singular, del cual todo el mundo fue testigo a través de los medios de comunicación. La actitud de San Juan Pablo II en amiga¬ble conver¬sación con Ali Agca en su misma celda es un testimonio de este precepto de Cristo: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien». Después de disparar sobre el Santo Padre a quemarropa, cuando fue detenido y debió reconocer el hecho, Ali Agca preguntó sorprendido: «¿Cómo?, ¿no lo maté?» No sabemos lo que conversaron en ese encuentro en que el Papa fue hasta su celda, pero ciertamente Juan Pablo II le habrá dicho que lo perdonaba y que lo amaba. No estaremos lejos de la verdad si suponemos que el Santo Padre habrá orado muchas veces: «Perdónalo, Padre, porque no sabe lo que hace». Justamente es la gracia de Dios la que nos concede la fuerza para poder amar a los enemigos y practicar los preceptos que el mismo Cristo nos ha dejado.

 La verdadera ley y la verdadera felicidad

Las máximas o criterios que rigen entre nosotros y que consi¬de¬ramos normales son muy diferentes a las que nos ha dejado Jesús: «perdonar, sí; pero olvi¬dar, jamás»; «está bien ser humilde, pero no perder la dignidad»; «ser bueno, pero no tanto...»; etc. Compara¬das con la ley de Cristo, estas máximas resultan perfec¬tamente antievan¬géli¬cas. La objeción que a todos nos asalta, se puede formular así: «Si yo vivo según la ley de Cristo, entonces todos se aprovecharán de mí» o como se dice popularmente «me agarrarán de bobo». Y eso a nadie le gusta. Ese es nuestro modo de razonar, porque no creemos suficientemente en la Palabra de Dios. Según la Palabra de Dios el resultado sería este otro: «vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísi¬mo». Nadie puede negar la verdad de esta promesa, si no ha hecho la prueba de cumplir los preceptos de Cristo al pie de la letra.

El espectáculo normal es ver que la gente sirve por interés. Los establecimientos comerciales, las agencias de turismo, los grifos, los bancos sirven a sus clientes con exquisita y delicada atención; pero es porque esperan de ellos un beneficio comer¬cial. Ese servicio no nos impresiona, porque no tiene nada de extraordinario. Era así también en el tiempo de Cristo: «Si prestáis a aquellos de quie¬nes esperáis reci¬bir, ¿qué mérito tenéis? También los pecado¬res prestan a los pecado¬res para recibir lo corres¬pondien¬te». La recom¬pensa de ese servicio es algo cuantificable, tiene un precio de esta tierra y, por tanto, es limitado.

La ley de Cristo en cambio es: «Haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio». Y el que hace esto recibe una recompensa que no tiene precio, porque no es de esta tierra. Es lo que relata Santa Teresa del Niño Jesús en su «Historia de un Alma» (Ms. C; Cap. XI). Cuenta que cuando era aún novicia -ella entró a un convento de clausura a los quince años- se ofrecía para conducir a una hermana anciana lisiada, a la cual no era fácil contentar. Pero lo hacía con tanta caridad que Dios le dio la recompensa prometida. Un día de invierno en que cumplía esta misión, escuchó a lo lejos una música bailable y se imaginó «un salón muy bien iluminado, todo resplandecien¬te de ricos dorados; y en él jóvenes elegante¬mente vestidas, prodigándose mutua¬mente cumplidos y delica¬dezas mundanas». El contraste con su situación era total. Pero allí Dios le hizo sentir la verdadera felicidad: «No puedo expresar lo que pasó en mi alma. Lo que sé es que el Señor la iluminó con los rayos de la verdad, los cuales superaron de tal modo el brillo tenebroso de las fiestas de la tierra, que no podía creer en mi felici¬dad. ¡Ah! No habría cambiado los diez minutos empleados en cumplir mi humilde tarea por gozar mil años de fiestas mundanas». Para gozar de esta misma felicidad en esta tierra no hay otro medio que cumplir los preceptos de Cristo.

 La vocación del hombre

El amor que es la esencia de Dios, es también el principio de vida de la actuación de quien ha aceptado vivir las bienaventuranzas del Reino, la impronta del hombre nuevo en Cristo, del «hombre celeste» del que se habla en la Segunda Lectura. En ella San Pablo continúa el tema de la Resurrección corporal contraponiendo el orden de la creación (Adán) al nuevo orden inaugurado por Jesucristo. «Nosotros, que somos imagen del hombre terreno (Adán), seremos también imagen del hombre celestial (Cristo)».

Una palabra del Santo Padre:

Amar a nuestros enemigos, a quienes nos persiguen y nos hacen sufrir, es difícil; ni siquiera es un «buen negocio». Sin embargo, es el camino indicado y recorrido por Jesús para nuestra salvación. En su homilía del 18 de junio el Pontífice recordó que la liturgia propone estos días reflexionar sobre los paralelismos entre «la ley antigua y la ley nueva, la ley del monte Sinaí y la ley del monte de las Bienaventuranzas». Entrando en las lecturas —de la segunda carta de san Pablo a los Corintios (8, 1-9) y del Evangelio de Mateo (5, 43-48)—, el Santo Padre se detuvo en la dificultad del amor a los enemigos, preguntándose cómo es posible perdonar: «También nosotros, todos nosotros, tenemos enemigos, todos. Algunos enemigos débiles, algunos fuertes. También nosotros muchas veces nos convertimos en enemigos de otros; no les queremos. Jesús nos dice que debemos amar a los enemigos».

«Jesús nos dice dos cosas —expresó el Papa afrontando la cuestión de cómo amar a los enemigos—: primero, mirar al Padre. Nuestro Padre es Dios: hace salir el sol sobre malos y buenos; hace llover sobre justos e injustos. Su amor es para todos. Y Jesús concluye con este consejo: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”». Por lo tanto, la indicación de Jesús consiste en imitar al Padre en «la perfección del amor. Él perdona a sus enemigos. Hace todo por perdonarles. Pensemos en la ternura con la que Jesús recibe a Judas en el huerto de los Olivos», cuando entre los discípulos se pensaba en la venganza.

«Jesús nos pide amar a los enemigos -insistió-. ¿Cómo se puede hacer? Jesús nos dice: rezad, rezad por vuestros enemigos». La oración hace milagros; y esto vale no sólo cuando tenemos enemigos; sino también cuando percibimos alguna antipatía, «alguna pequeña enemistad».

Es cierto: «el amor a los enemigos nos empobrece, nos hace pobres, como Jesús, quien, cuando vino, se abajó hasta hacerse pobre». Tal vez no es un «buen negocio» —agregó el Pontífice—, o al menos no lo es según la lógica del mundo. Sin embargo «es el camino que recorrió Dios, el camino que recorrió Jesús» hasta conquistarnos la gracia que nos ha hecho ricos.

(Papa Francisco. Homilía del 18 de junio de 2014. Capilla de la DomusSanctaeMarthae.)

 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. ¿En qué ocasiones concretas puedo ejercitarme en la vivencia del perdón y del amor misericordioso? Hagamos una lista de esos momentos. ¡Seamos realistas!

2. ¿De qué manera puedo educar a mis hijos o nietos en la vivencia del perdón, del amor y del respeto a la verdad? ¿Soy ejemplo para ellos en mi vida cotidiana?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2838-2845


TEZXTO FACILITADO POR JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de ANE TOLEDO

CORONA DE LOS SIETE DOLORES DE LA VIRGEN MARÍA


La Stma. Virgen María manifestó a Sta. Brígida que
concedía siete gracias a los que diariamente le honrasen
considerando sus lágrimas y dolores y rezando siete
Avemarías:
1ª – Pondré paz en sus familias.
2ª – Serán iluminados en los Divinos Misterios.
3ª – Los consolaré en sus penas y los acompañaré en sus
trabajos.
4ª – Les daré cuanto me pidan con tal que no se oponga a la
voluntad adorable de mi Divino Hijo y a la santificación de sus
almas.
5ª – Los asistiré visiblemente en el momento de sus muerte;
verán el rostro de su madre.
6ª – He conseguido de mi Divino Hijo que las almas que propaguen esta devoción a mis lágrimas y dolores sean trasladadas
de esta vida terrenal a la felicidad eterna directamente, pues
serán borrados todos sus pecados, y mi Hijo y Yo seremos su
consolación y alegría.
( Rezar despacio, meditando estos dolores ):
1º - Dolor: La profecía de Simeón, en la presentación del Niño Jesús.
Virgen María: por el dolor que sentiste cuando Simeón que
una espada de dolor atravesaría tu alma, por los sufrimientos de
Jesús, y ya en cierto modo te manifestó que tu participación en
nuestra redención como corredentora sería a base de dolor; Madre, en este dolor O y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos hijos tuyos y sepamos imitar tus virtudes.
Dios te salve María, O
2º - Dolor: La huída a Egipto con Jesús y José.
Virgen María: por el dolor que sentiste cuando tu viste que
huir precipitadamente tan lejos, pasando grandes penalidades,
sobre todo al ser tu Hijo tan pequeño; al poco de nacer, ya que
era perseguido de muerte el que precisamente había venido a traernos vida eterna; te acompañamos Madre en este dolor O y, por el pecado y haz que podamos recibir los frutos de la redención.
Dios te salve María, (
6º - Dolor: La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto.
Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la lanzada que dieron en el corazón de tu
Hijo; sentirías como si la hubieran dado en tu propio corazón; el
Corazón Divino, símbolo del gran amor que Jesús tuvo ya no solamente a Ti como Madre, sino también a nosotros por quienes
dio la vida; u Tú, que habías tenido en brazos a tu Hijo sonriente
y lleno de bondad, ahora te lo devolvían muerto, victima de la
maldad de algunos hombres y también víctima de nuestros pecados; te acompañamos, Madre, en este dolor O y, por méritos del
mismo, haz que sepamos amar a Jesús como Él nos amó.
Dios te salve María, (
7º - Dolor: El entierro de Jesús y la soledad de María.
Virgen Mará: por las lágrimas que derramaste y el dolor
que sentiste al enterrar a tu Hijo; Él, que era creador, dueño y señor de todo el universo, era enterrado en tierra; llevó su humillación hasta el último momento; y aunque Tú supieras que al tercer
día resucitaría, el trance de la muerte era real; te quitaron a Jesús
por la muerte la más injusta que se haya podido dar en todo el
mundo en todos los siglos; siendo la suprema inocencia y la
bondad infinita, fue torturado y muerto con la muerte más ignominiosa; tan caro pagó nuestro rescate por nuestros pecados; y
Tú, Madre nuestra adoptiva y corredentora, le acompañaste en
tos sus sufrimientos; y ahora te quedaste sola, llena de aflicción;
te acompañamos, Madre, en este dolor O y, por los méritos del
mismo, concédenos a cada uno de nosotros la gracia particular
que te pedimos ( OOO. ).
Dios te salve María, O
Gloria al Padre O
Articulo publicado en el Boletín diocesano de ANE, ASIDONIA-JEREZ

sábado, 16 de febrero de 2019

Domingo de la Semana 6ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C – 17 de febrero de 2019 «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios»


Lectura del libro del profeta Jeremías (17, 5-8): Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor.

Así dice el Señor: Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su cora-zón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de se-quía no se inquieta, no deja de dar fruto.

Salmo 1,1-2.3.4.6: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor. R./

Dichoso el hombre // que no sigue el consejo de los impíos; // ni entra por la senda de los pecadores, // ni se sienta en la reunión de los cínicos, // sino que su gozo es la ley del Señor, // y medita su ley día y noche. R./

Será como un árbol // plantado al borde de la acequia: // da fruto en su sazón, // y no se marchitan sus hojas; // y cuanto emprende tiene buen fin. R./

No así los impíos, no así: // serán paja que arrebata el viento, // porque el Señor protege el camino de los justos, // pero el camino de los impíos acaba mal. R./

Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (15, 12.16-20): Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido.

Hermanos: Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que decía alguno que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. Y si Cristo no ha resucita-do, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo, se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados.
¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (6, 17.20-26): Dichosos los pobres; ¡ay de vosotros, los ricos!

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discí-pulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, le dijo:
-Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
-Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
-Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.
-Dichosos vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profe-tas.


Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

Las lecturas de este Domingo nos muestran el único y el auténtico camino para la verdadera felicidad que el hombre busca infatigablemente alo largo de toda su vida. La ruta, que no es la que el “mundo” ofre-ce, sigue este itinerario: las bienaventuranzas de Jesús (San Lucas 6, 17.20-26). Ellas proclaman la dicha del Reino para aquellos que son pobres porque han puesto en Dios su única riqueza confiando plenamente en Él (Jeremías 17, 5-8) y confirman así su esperanza en Jesucristo resucitado (primera carta de San Pablo a los Corintios 15, 12.16-20).

 Las bienaventuranzas

Las bienaventuranzas son una de las enseñanzas más cono¬ci¬das del Evangelio de Jesucristo, y también una de las más impactantes. Nadie que se ponga sinceramente ante estas sentencias puede dejar de sen-tirse interpe¬lado¬, más aún si el que las lee es un cristiano y, por tanto, cree que el Evan¬gelio es la misma Pala¬bra de Dios. Hay sólo dos reacciones posibles: o se da crédito a estas palabras y se toman actitudes consecuentes que cambien nuestra vida; o se despachan con cinismo, como hicieron los oyen¬tes de San Pablo en el areópago de Ate¬nas: «Sobre esto ya te oiremos otra vez» (Hech 17,32).

Las bienaventuranzas se encuentran en los Evangelios de Mateo y Lucas. Pero ambas versiones difie-ren. En Mateo las bienaventuranzas son nueve, están dichas en tercera persona (salvo la última) y tienen la finalidad de exponer un progra¬ma de vida conforme con el Reino de los cielos (ver Mt 5,3.10). En Lucas, en cambio, son sólo cuatro, están dichas en segunda perso¬na («bienaventurados voso¬tros») y, sobre todo, Lucas transmi¬te además las correspondientes cuatro maldiciones.

¿A quiénes se dirige Jesús con el pronombre «voso¬tros»? En el episodio precedente Jesús ha elegido los doce apóstoles. Bajando con ellos, se detuvo en un paraje llano donde estaba una multitud de discípulos suyos y una gran muchedumbre del pueblo, que habían venido para oírlo y ser curados de sus enfermeda-des. Era cierto que la fama de Jesús y de sus milagros se había difundido como el fuego. Lo escuchaban, entonces, tres catego¬rías de personas: los doce, los demás discípulos y el pueblo. Entre estos últimos había todo tipo de personas, rico y pobre; hambriento y satisfecho; afligido y gozador. Todos nos podemos reco-nocer en este heterogéneo auditorio.

 ¡Un mensaje paradojal!

Si en el tiempo de Jesús esta enseñanza ya tenía toda su fuerza paradojal, ¡qué decir hoy día en que es-tamos sumidos y agobiados por el consumismo y en que la felici¬dad de una persona se mide por su poder adquisitivo! Hoy día todo parece decir: «Dichosos los que pueden comprar muchos bienes y gozar mucho de los placeres que ofrece este mundo». Toda la publici¬dad nos quiere convencer de que en eso consiste la felicidad. Y desde pequeños vamos poco a poco cediendo a estos “falsos criterios”.Jesús, en cambio, nos ad¬vierte: «¡Ay de ellos!, porque ya han recibido su consue¬lo». No se nos dice qué les espera después, pero su desti¬no será tal, que hay que compadecerse de ellos, a pesar de sus efímeras alegrías actuales: «¡Ay de ellos!».

La principal de las bienaventuranzas es la primera, con su opuesta maldición. En ellas se establece un claro contraste entre los pobres y los ricos: «Bienaventurados vosotros, los pobres... ¡Ay de vosotros, los ricos!». No se puede negar que ésta es una afirmación insólita y muy opuesta, como ya hemos dicho a los criterios que hoy rigen. Si Jesús se hubiera detenido allí, su afirma¬ción habría sido inexplicable; pero Él si-gue adelante indicando por qué unos son dichosos y otros desgraciados.

Igualmente descubrimos en la Primera Lectura del profeta Jeremías una contraposición de sabor sa-piencial que plantea la antítesis entre el hombre que confía totalmente en Dios y el que se fía solamente de los hombres, apartando su corazón de Dios. El primero es árbol fecundo, plantado junto al agua, y el se-gundo es cardo árido en la estepa del desierto. Estas ideas también las tenemos presentes en el bello salmo responsorial: «¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, más se complace en la ley de Yahveh, su ley susurra día y noche! Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien» (Salmo 1, 1- 3).

 ¿Cuándo cambiará la situación presente?

Muchas veces, viendo el mal que va ganando espacio en el mundo, nos hemos preguntado: ¿Cuándo cambiará esta situación? ¿Es que Dios cierra su oído y su vista al mal en el mundo? La respuesta la encon-tramos en la última bienaventuranza: «Grande será vuestra recompensa en el cielo». La situación futura tendrá lugar después de la muerte y será eterna. Esta enseñanza es formulada aquí por medio de propo¬si-ciones univer¬sa¬les; pero Jesús tam¬bién la expuso de manera más viva y dramática por medio de una pará-bola: la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro (ver Lc 16,19-31). Esto es exactamente lo que promete Dios a los hombres. Esta es la promesa que nosotros debemos de acoger. ¡Y no nos hagamos vanas ilusio-nes!

Esto queda más claro en las dos siguien¬tes bienaventuranzas -sobre los que padecen hambre y los que lloran- que son una formu¬lación más concreta de la primera, pues aquí resuena como un campa¬nazo el adver¬bio de tiempo «ahora»: los que padecen hambre y lloran ahora, por este breve tiempo presente, serán saciados y reirán por toda la eternidad; en cambio, los que están saciados y ríen ahora, por este breve tiem-po presente, pade¬ce¬rán hambre y llora¬rán por toda la eternidad ¡y sin reme¬dio! Por eso los primeros son dicho¬sos y los segundos desgraciados.

San Pablo estaba bien asentado en esta enseñanza de las bienaventuranzas de Jesús como lo revela es-ta certeza que expresa en su segunda carta a los Corin¬tios: «No desfallece¬mos, aún cuando nuestro hom-bre exte¬rior se va desmoronan¬do... En efecto, la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna» (2Cor 4,16-17). La tribulación presente es leve y dura un mo-mento; la gloria futura es un pesado caudal que supera toda medida y dura eternamente. Esta certeza se fundamenta, justamente, en la resurrección de Jesucristo ya que: «Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana» (1Cor 15,17).

 ¿La pobreza es querida por Dios?

Hay que enfrentar un problema y deshacer una crítica que muchos en la historia superficial¬mente han hecho al cristia¬nis¬mo. Se le acusa de que con esta doctrina los cristianos se evaden de la realidad histórica actual y piensan solamente en el cielo. Alguno se preguntará: ¿En qué quedan todos los esfuerzos por su-pe¬rar la pobreza si Cristo enseña: «biena¬venturados los pobres»?

En realidad, el cristianismo es la única religión que no se evade de la historia y por lo tanto no es «esca-pista»; justamente porque su Dios, siendo eterno e inmutable, entró en la historia y se hizo hombre, dando a la dignidad del hombre toda su gran¬deza. Y para responder a la segunda pregunta, debemos reconocer que no hay un camino más seguro para superar la pobreza que, precisamente, amar la pobreza. Éste es el úni-co camino efi¬caz. Si todos, escu¬chando la ense¬ñanza de Cristo, amáramos la pobreza siendo Dios nuestra única y verdadera riqueza, entonces habría, tal vez, una mejor y más justa distribución de los bienes mate-riales entre los hombres.

La Iglesia desde su Enseñanza Social nos enseña, nos guía y nos ilumina de manera clara y concreta sobre la postura que debemos tener ante los problemas sociales que ciertamente existen y ante los cuales hay que tener una clara postura: ser solidarios, buscar el bien común, buscar y respetar a la persona huma-na (desde la concepción hasta su muerte natural) y vivir la subsidiariedad. El cristiano no es el que cree en «fuerzas cósmicas», en «piedras filosofales», en «otras vidas»; no. El cristiano es el que vive el amor y ca-ridad aquí y ahora. El que entendió esto más profun¬damente fue San Francisco de Asís, que en su testa-men¬to breve escribía: «Que los hermanos se amen siempre entre sí como yo los he amado y los amo; que siempre amen y obser¬ven a nuestra Señora de la Santa Pobreza y que sean siempre fieles súbditos de los prelados de la santa Madre Iglesia».

 Una palabra del Santo Padre:

«El Evangelio de Mateo coloca el texto del «Padre nuestro» en un punto estratégico, en el centro del discurso de la montaña (cf. 6, 9-13). Mientras tanto, observemos la escena: Jesús sube la colina, cerca del lago, se sienta; a su alrededor tiene a su círculo de sus discípulos más íntimos y después una gran multitud de rostros anónimos. Es esta asamblea heterogénea la que recibe por primera vez la consigna del «Padre nuestro».

La colocación, como se ha mencionado, es muy significativa; porque en esta larga enseñanza, que lleva el nombre de «discurso de la montaña» (cf. Mateo 5, 1-7, 27), Jesús condensa los aspectos fundamentales de su mensaje. La introducción es como un arco decorado para la fiesta: las Bienaventuranzas. Jesús co-rona con felicidad una serie de categorías de personas que en su tiempo, —¡pero también en el nuestro!— no fueron muy considerados. Bienaventurados los pobres, los mansos, los misericordiosos, los humildes del corazón... Esta es la revolución del Evangelio. Donde está el Evangelio, hay revolución. El Evangelio no deja quietud, nos empuja: es revolucionario. Todas las personas capaces de amor, los operadores de paz que hasta entonces habían terminado en los márgenes de la historia, son, en cambio, los constructores del Reino de Dios. Es como si Jesús dijera: adelante vosotros, que lleváis en el corazón el misterio de un Dios que ha revelado su omnipotencia en el amor y en el perdón.

Desde este portal de entrada, que revierte los valores de la historia, surge la novedad del Evangelio. La Ley no debe ser abolida, sino que necesita una nueva interpretación, lo que lo lleva de nuevo a su significa-do original. Si una persona tiene un buen corazón, predispuesto al amor, entonces entiende que cada pala-bra de Dios debe encarnarse hasta sus últimas consecuencias. La ley no debe abolirse, pero necesita una nueva interpretación que la reconduzca a su sentido original. Si una persona tiene un buen corazón, predis-puesto al amor, entonces comprende que cada palabra de Dios debe estar encarnada hasta sus últimas consecuencias. El amor no tiene confines: se puede amar al propio cónyuge, al propio amigo y hasta al propio enemigo con una perspectiva completamente nueva. Dice Jesús: «Pues yo os digo: Amad a vues-tros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mateo 5, 44-45)

He aquí el gran secreto que está en la base de todo el discurso de la montaña: sed hijos del Padre vues-tro que está en los cielos. Aparentemente estos capítulos del Evangelio de Mateo parecen ser un discurso moral, parecen evocar una ética tan exigente que parece impracticable, y, en cambio, descubrimos que son sobre todo un discurso teológico. El cristiano no es alguien que se compromete a ser mejor que los demás: sabe que es pecador como todos. El cristiano sencillamente es el hombre que descansa frente al nuevo Arbusto Ardiente, a la revelación de un Dios que lo lleva el enigma de un nombre impronunciable, sino que pide a sus hijos que lo invoquen con el nombre de «Padre», que se dejen renovar por su poder y que refle-jen un rayo de su bondad para este mundo tan sediento de bien, así en espera de buenas noticias.

He aquí, por lo tanto, cómo Jesús introduce la enseñanza de la oración del «Padre nuestro». Lo hace distanciándose de dos grupos de su tiempo. En primer lugar, los hipócritas: «No seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados, para ser vistos de los hombres» (Mateo 6, 5). Hay personas que pueden tejer oraciones ateas, sin Dios y lo hacen para ser admi-rados por los hombres. Y cuántas veces vemos el escándalo de aquellas personas que van a la iglesia y se quedan allí todo el día o van todos los días y luego viven odiando a los demás o hablando mal de la gen-te. ¡Esto es un escándalo! Mejor no ir a la Iglesia: vive así, como si fueras ateo. Pero si tú vas a la iglesia, vive como hijo de Dios, como hermano y da un verdadero testimonio, no un contratestimonio. La oración cristiana, en cambio, no tiene otro testigo más creíble que la propia conciencia, donde se entrecruza, inten-so, un diálogo continuo con el Padre: «Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y después de cerrar la puerta, ora a tu padre, que está allí en lo secreto» (Mateo 6, 6)».

Papa Francisco. Audiencia General. Miércoles 2 de enero de 2019.




 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. ¿Cómo vivo el mensaje de las bienaventuranzas en mi vida cotidiana?

2. ¿Vivo realmente el espíritu de pobreza? ¿Cuáles son mis riquezas, ya que «dónde está mi tesoro ahí estará mi corazón» (ver Mt 6,21)?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1716- 1724.

Texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de la Adoración Nocturna de Toledo

domingo, 10 de febrero de 2019

VIGILIA DE ADORACION AL SANTISIMO EN EL SEMINARIO METROPOLITANO DE SEVILLA



La Adoración Nocturna Española (ANE) tendrá una Vigilia de oración ante el Santísimo en el Seminario Metropolitano el próximo viernes 15 de febrero. Será entre las nueve y las doce de la noche, y estará abierta durante ese tiempo a todas las personas que quieran participar.

Los seminaristas prepararán el rezo de Vísperas, después de que el Señor sea expuesto. Posteriormente, entre las diez y media y las once y media guiarán un tiempo de oración a modo de Lectio Divina con el Evangelio del domingo de esa semana. Después la vigilia se prolongará hasta la medianoche. Ese día se tendrá la intención especial de rezar por las vocaciones sacerdotales.



noticia tomada de la publicación IGLESIA DE SEVILLA (enlace relacionado en nuestro Blog

sábado, 9 de febrero de 2019

Domingo de la Semana 5ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C – 10 de febrero de 2019 «Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo lo siguieron»





Lectura del libro del profeta Isaías (6,1-2a. 3-8): Aquí estoy, mándame.

El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro diciendo: ¡Santo, santo, santo, el Señor de los Ejércitos, la tierra está llena de su gloria! Y temblaban las jambas de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije: ¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado. Entonces escuché la voz del Señor, que decía: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? Contesté: Aquí estoy, mándame.

Salmo 137,1-2a.2bc-3.4-5.7c-8: Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor. R./

Te doy gracias, Señor, de todo corazón; // delante de los ángeles tañeré para ti, //me postraré hacia tu santuario. R./

Daré gracias a tu nombre // por tu misericordia y tu lealtad. // Cuando te invoqué, me escuchaste, // acreciste el valor en mi alma. R./

Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, // al escuchar el oráculo de tu boca; // canten los caminos del Señor, // porque la gloria del Señor es grande. R./

Extiendes tu brazo y tu derecha me salva. // El Señor completará sus favores conmigo: // Señor, tu misericordia es eterna, // no abandones la obra de tus manos. R./

Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (15, 1-11): Esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.

Hermanos: Os recuerdo el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado nuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apare-ció a Santiago, después a todos los Apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí.
Porque yo soy el menor de los Apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas (5,1-11): Dejándolo todo, lo siguieron.

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sen-tado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: Rema mar adentro y echad las redes para pescar. Simón contestó: Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes. Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Si-món.
Jesús dijo a Simón: No temas: desde ahora serás pescador de hombres.
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.


 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

Sin duda el mensaje de este quinto Domingo del tiempo ordinario es muy claro: la libre elección de Dios y la respuesta generosa del hombre. El profeta Isaías es elegido durante una acción litúrgica en el templo de Jerusalén: «Oí la voz del Señor que me decía: ¿A quién enviaré?» (Isaías 6,1-2a.3-8). San Pedro, por su parte, percibe la elección divina después de haber obedecido al Maestro de «bregar mar adentro» y echar nuevamente las redes. «No temas - le dice Jesús a un Pedro que reconoce a su Señor- desde ahora serás pescador de hombres» (San Lucas 5,1-11). Finalmente, San Pablo evoca el llamado personal que Je-súsresucitado le hace, camino de Damasco. A él, el que perseguía cristianos; «el menor de los apósto-les...pero por la gracia de Dios soy lo que soy» (Primera carta de San Pablo a los Corintios 15, 1-11).

 Estremecimiento, asombro y temor reverencial

Destaquemos los elementos comunes de las tres lecturas bíblicas y veamos como el esquema vocacio-nal en el llamado a los primeros apóstoles de Jesús, es habitual en la Biblia. La primera reacción ante el encuentro con Dios es el miedo y estremecimiento. La criatura ante una manifestación del Creador no pue-de sino experimentar su infinita limitación. El contraste mayor entre la criatura y el Creador es el contraste entre el pecado y la santidad. Por eso vemos a Simón Pedro que exclama: «Aléjate de mí, que soy un pe-cador». Sigue la palabra, dicha por Jesús, con la que el hombre es tranquilizado y habilitado para recibir la palabra de Dios: «No temas».

Igualmente, Isaías al contemplar la gloria de Dios exclama: «Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros» (Is 6,5). Sin embargo, es Dios quien escoge, llama, elige a su profeta. Es Dios quien le da los medios proporcionables y necesarios para que pueda cumplir su misión: «Yo he retirado la culpa de tus labios». Recordemos queIsaías, el gran profeta del siglo VIII a. C., fue un hombre influyente en la corte de los reyes de Judá. Su actividad profética coincide con los reyes Ozías, Jotán y Ezequías de Ju-dá. Los cuarenta años de su ministerio profético estuvieron dominados por la constante amenaza del impe-rio asirio y la constante tentación de la infidelidad ala amorosaVoluntad de Dios.

Asimismo,San Pablo, el gran apóstol de los gentiles, refiriéndose al encuentro con Jesús camino a Da-masco no olvida nunca quien ha sido: «Y en último término se me apareció también a mí, como a un aborti-vo. Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios» (1Co 11, 8 - 9). Nuevamente vemos como la gracia (la fuerza) del Señor (semejante a lo que he-mos visto del profeta Isaías) sale al encuentro y transforma completamente ese corazón.

Sabemos que Pablo nació en Tarso de Cilicia (Asia Menor). Tenía la ciudadanía romana, pero era de pa-dres judíos. Al igual que su padre, se adhirió a la corriente farisea y fue a Jerusalén, con 15 años, para for-marse a los pies del maestro Gamaliel. Cuando fue lapidado Esteban, Saulo era «joven» todavía (ver Hch 7,58) y se encaminaba a Damasco para perseguir a «los seguidores del Camino» y llevarlos presos a Jeru-salén para matarlos (ver Hch 9,1ss).

 La misión

Los llamados por Dios, que es quien siempre toma iniciativa, reciben siempre una misión concreta «No temas desde ahora serás pescador de hombres». Igualmente en la Primera Lectura, después que el sera-fín purifica los labios de Isaías, el Señor pregunta: «¿A quién mandaré? ¿Quién irá de parte nuestra?». La respuesta ante el llamado del Señor es la disponibilidad total y el seguimiento incondicional: «Aquí estoy mándame». Pablo confiesa «la gracia del Señor, no se ha frustrado en mí». Él ha sido fiel a la misión de anunciar íntegro el Evangelio de Jesús. Pedro, Juan y Santiago; dejándolo todo también le siguieron. En las Sagradas Escrituras vemos cómo en el momento en que alguien es llamado por Dios tiene una experiencia marcante que transforma toda su vida. En este llamado inicial está contenido todo lo que será su misión. Ese núcleo, que se capta en el momento de la vocación, se despliega y se desarrolla durante toda su vida.

 Serás pescador de hombres

Veamos ahora la vocación de Simón Pedro. Jesús se presenta a la orilla del lago de Genesaret, mientras la gente se agolpaba para escuchar la Pala¬bra de Dios. Jesús entonces vio dos barcas cuyos tripulan¬tes habían bajado a tierra y lavaban las redes. Una de ellas era la barca de Pedro. A ella subió Jesús y pidién-do¬le que la alejara un poco, desde ella enseñaba a la multi¬tud. Cuando acabó de hablar, dice a Pedro: «Bo-ga mar adentro y echa las redes para pescar». Pedro le res¬ponde: «Maestro, hemos estado trabajando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y pescaron una gran can-tidad de peces, de modo que las redes amenazan con romperse. Llenaron tanto las dos barcas que casi se hun¬dían.

Pedro comprendió que este resultado era un milagro y que había acontecido en virtud de la pala¬bra de Jesús. Es la misma palabra que arroja endemoniados y cura enfermos. «Quedaron todos pasmados, y se decían unos a otros: "¡Qué palabra ésta! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen» (Lc 4,36). Más aún, había curado, poco antes, a la suegra de Simón Pedro (ver Lc 4, 38.39). Entonces lo invadió un temor reverencial y cayendo a los pies de Jesús exclamó: «Aléja¬te de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Lucas comen¬ta que el asombro se había apoderado de todos ellos. Estamos ante una teofanía , es decir, ante uno de esos momentos en que Jesús manifiesta su divinidad y así lo sintió Pedro.

Jesús al llamar a Pedro hace de esa pesca milagrosa un signo de lo que será la vida entera de Pedro: «Desde ahora serás pescador de hombres». Ya no será más pesca¬dor de peces, porque él deja atrás las redes, las barcas, el mar y todo, y sigue a Jesús. Lo que quiere decir Jesús es que en ade¬lante Pedro debe-rá cambiar el objeto de sus preocupaciones y afanes: será pescador de hombres. Y ¿cómo ocurrirá esta nueva pesca? Esta nueva pesca deberá ser igual que aquella paradigmá¬tica: será igualmente abundante y, sobre todo, se producirá en virtud de la misma palabra. Para esta nueva pesca Pedro deberá siempre decir: «En tu palabra echaré las redes». Esta nueva pesca nunca deberá em¬prenderse confiando solamente en las propias fuerzas y en los propios medios humanos, pues en este nuevo género de pesca, si el hombre se fía de sus capacidades, al final el resultado será cero y deberá reconocer: «Hemos trabajado toda la noche (algunos deberán decir: toda la vida) sin pescar nada». Sin embargo, es el mismo Pablo que nos dice: «To-do lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4,13). Para esta nueva pesca Jesús va siempre en la barca de Simón Pedro. Por eso cuando manda a los apóstoles a hacer discí¬pulos de todos los pueblos -a pescar hombres-, les asegu¬ra: «Yo estaré con vosotros todos los días» (Mt 28,20).

Una palabra del Santo Padre:

El Pontífice, para su homilía, se inspiró en el Evangelio del día, el de Lucas (5, 1-11), donde se invita a Pedro a tirar las redes tras una noche de pesca infructuosa. «Es la primera vez que sucede eso, esa pesca milagrosa. Pero después de la resurrección habrá otra, con características semejantes», destacó. Y ante el gesto de Simón Pedro, que se echó a los pies de Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hom-bre pecador», el Papa Francisco inició una meditación sobre cómo «Jesús encontraba a la gente y cómo la gente encontraba a Jesús».

Ante todo, Jesús iba por las calles, «la mayor parte de su tiempo lo pasaba por las calles, con la gente; luego, ya tarde, se retiraba solo para rezar». Así, pues, Él «iba al encuentro de la gente», la buscaba. Pero la gente, se preguntó el Papa, ¿cómo iba al encuentro de Jesús? Esencialmente, de «dos formas». Una es precisamente la que vemos en Pedro, y que es también la misma «que tenía el pueblo». El Evangelio, des-tacó el Pontífice, «usa la misma palabra para esta gente, para el pueblo, para los apóstoles, para Pedro»: o sea que ellos, al encontrarse con Jesús, «quedaron “asombrados”». Pedro, los apóstoles, el pueblo, mani-fiestan «este sentimiento de asombro» y dicen: «Pero este habla con autoridad».

Por otro lado, en los Evangelios se lee sobre «otro grupo que se encontraba con Jesús» pero que «no permitía que entrase el asombro en su corazón». Son los doctores de la Ley, quienes escuchaban a Jesús y hacían sus cálculos: «Es inteligente, es un hombre que dice cosas verdaderas, pero a nosotros no nos convienen esas cosas». En realidad, «tomaban distancia». Había también otros «que escuchaban a Je-sús», y eran los «demonios», como se deduce del pasaje evangélico de la liturgia del miércoles 2, donde está escrito que Jesús «al imponer sus manos sobre cada uno los curaba, y de muchos salían también demonios, gritando: “Tu eres el Hijo de Dios”». Explicó el Papa: «Tanto los demonios como los doctores de la Ley o los malvados fariseos, no tenían capacidad de asombro, estaban encerrados en su suficiencia, en su soberbia».

En cambio, el pueblo y Pedro contaban con el asombro. «¿Cuál es la diferencia?», se preguntó el Papa Francisco. De hecho, explicó, Pedro «confiesa» lo que confiesan los demonios. «Cuando Jesús en Ce-sarea de Filipo pregunta: “¿Quién soy yo?”» y él responde «Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Mesías», Pedro «hace su confesión, dice quién es Él». Y también los demonios hacen lo mismo, reconocen que Je-sús es el Hijo de Dios. Pero Pedro añade «otra cosa que no dicen los demonios». Habla de sí mismo y dice: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Ni los fariseos ni los doctores de la Ley ni los demonios «pueden decir esto», no son capaces de hacerlo. «Los demonios —explicó el Papa Francisco— llegan a decir la verdad acerca de Él, pero acerca de ellos mismos no dicen nada», porque «la soberbia es tan grande que les impide decirlo».

También los doctores de la Ley reconocen: «Este es inteligente, es un rabino capaz, hace milagros». Pero no son capaces de añadir: «Nosotros somos soberbios, no somos suficientes, somos pecadores».

He aquí, entonces, la enseñanza válida para cada uno: «La incapacidad de reconocernos pecadores nos aleja de la verdadera confesión de Jesucristo». Precisamente esta «es la diferencia». Lo da a entender Jesús mismo «en esa hermosa parábola del publicano y el fariseo en el templo», donde se encuentra «la soberbia del fariseo ante el altar». El hombre habla de sí mismo, pero nunca dice: «Yo soy pecador, me he equivocado». Frente a él se contrapone «la humildad del publicano que no se atreve a levantar los ojos», y sólo dice: «Piedad, Señor, soy pecador». Y es precisamente «esta capacidad de decir que somos pecado-res» la que nos abre «al asombro del encuentro de Jesús, el verdadero encuentro».

Papa Francisco. Misa en la capilla DomusMarthae. Jueves 3 de septiembre de 2015.




 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. ¿Cómo vivo mi vocación cristiana? ¿Me descubro llamado por Jesús? ¿Sé cuál es mi misión en el mundo? ¿Hago lo necesario para descubrirla?

2. Es necesario como católico rezar siempre por las vocaciones para la vida consagrada. ¿Rezo por ellas?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 294. 1533, 1962, 2566- 2567


texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de Adoracion Nocturna Española

sábado, 2 de febrero de 2019

Domingo de la Semana 4ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C – 3 de febrero de 2019 «Pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó»


Lectura del libro del profeta Jeremías (1, 4-5.17-19): Te nombré profeta de los gentiles.

En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: Antes de formarte en el vientre, te escogí, antes de que salieras del seno materno, te consagré: Te nombré profeta de los gentiles.
Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te me-teré miedo de ellos.
Mira: yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país: Frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo; lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte, -oráculo del Señor-.

Salmo 70,1-2.3-4a.5-6ab.15ab.17: Mi boca anunciará tu salvación. R./

A ti, Señor, me acojo: // no quede yo derrotado para siempre; // tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, // inclina a mí tu oído, y sálvame. R./

Sé tú mi roca de refugio, // el alcázar donde me salve, // porque mi peña y mi alcázar eres tú, // Dios mío, líbrame de la mano perversa. R./

Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza // y mi confianza, Señor, desde mi juventud. // En el vientre materno ya me apoyaba en ti, // en el seno, tú me sostenías. R./

Mi boca contará tu auxilio, // y todo el día tu salvación. // Dios mío, me instruiste desde mi juventud, //
y hasta hoy relato tus maravillas. R./

Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (12, 31-13,13): Quedan la fe, la esperanza, el amor; pero lo más grande es el amor.

Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino mejor.
Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor de nada me sirve.
El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.
El amor no pasa nunca.
¿El don de predicar? -se acabará. ¿El don de lenguas? -enmudecerá. ¿El saber? -se acabará. Porque inmaduro es nuestro saber e inmaduro nuestro predicar; pero cuando venga la madurez, lo inmaduro se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos como en un espejo de adivinar; entonces veremos cara a cara.
Mi conocer es por ahora inmaduro, entonces podré conocer como Dios me conoce.
En una palabra quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (4, 21-30): Jesús, como Elías y Elíseo, no es enviado sólo a los judíos.

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: ¿No es éste el hijo de José? Y Jesús les dijo: Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúra-te a ti mismo»: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm.
Y añadió: Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, nin-guno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio.
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

Este Domingo, «DiesDomini», las lecturas nos van a ayudar a meditar en algo que es fundamental para todo ser humano: ¿qué es lo que Dios quiere de mí? ¿Para qué he sido creado? ¿Cuál es mi misión en este pasajero mundo? Jeremías, Pablo y el Señor Jesús nos van a mostrar, cada uno, la misión a la cual Dios nos ha convocado. Tres hombres con una única misión. El centro es sin duda Jesucristo, plenitud de la re-velación. Nuestro Señor Jesús es el enviado del Padre para traernos la reconciliación a todos los hombres, sin distinción alguna entre judíos y gentiles (Evangelio).

La misión profética de Jesús está prefigurada en Jeremías, el gran profeta de Anatot durante el primer cuarto del siglo VI a.C., de cuya vocación y misión, en tiempos de la reforma religiosa del rey Josías y luego durante el asedio y la caída de Jerusalén, trata la Primera Lectura. Pablo, antes Saulo de Tarso, lleva ade-lante la enorme misión evangelizadora dada a los apóstoles directamente por Jesús, compartiéndonos en esta bella lectura, lo único que debe de alimentar el corazón del hombre: el amor.

 «Antes de formarte…antes que salieras del seno…te consagré»

La vocación de Jeremías nos ayuda a entender el maravilloso designio de Dios para cada uno de noso-tros. Como la mayoría de las narraciones vocacionales, subraya la irrupción de Dios en la vida del hombre como algo inesperado y diferente. La palabra indica el carácter personal de esa comunicación divina; el imperativo expresa la experiencia del impulso irresistible; la objeción no es mero desahogo, sino que recoge las dificultades reales de la llamada y supone su libertad de aceptación; el signo externo, finalmente, equiva-le a las credenciales del enviado. Saber qué es lo que Dios quiere de mí debe ser una constante experiencia vital, pero aquí vemos ese primer momento crucial donde la persona toma conciencia de su propia dignidad y por lo tanto, de su llamado personal.

La misión de arrancar y arrasar, edificar y plantar (ver Jr 18,7; 31,28; 24,6; 31,40; 42,10 y 45,4), resu-me admirablemente las dos dimensiones fundamentales de la misión profética de Jeremías y, porqué no decirlo, de todo cristiano: denuncia del pecado y el error; anuncio de la salvación y la reconciliación de Dios. La misión recibida obliga al profeta a estar preparado interna y externamente. Deberá hacer acopio de for-taleza para soportar los obstáculos y enemigos; comenzando por su propia fragilidad personal. Dios sale al encuentro y le dice que no tema porque «yo estoy contigo para salvarte».

 «La mayor de todas es la caridad»

La Segunda Lectura es sin duda, una de las páginas más bellas de toda la Sagrada Escritura. Alguien ha llamado a esta singular página paulina el Cantar de los Cantares de la Nueva Alianza. También se la co-noce habitualmente con el título de «himno al amor» o «himno a la caridad»; no tanto por el ritmo poético, que no es evidente, cuanto por el bello contenido. Este himno no está desvinculado del contexto inmediato, pues, aunque su mensaje es eterno, cada línea, cada afirmación está orientada a iluminar a los corintios sobre el tema de los carismas.

Todo el mensaje se despliega en tres magníficas estrofas. Ante todo sin amor hasta las mejores cosas se reducen a la nada (1 Cor 13,1-3). Ni los carismas más apreciados, ni el conocimiento más sublime, ni la fe más acendrada, ni la limosna más generosa, valen algo desconectados del amor. Sólo el amor, el verda-dero amor cristiano hace que tengan valor todas las realidades y comportamientos del creyente. En un segundo párrafo nos dice que el amor es el manantial de todos los bienes (1 Cor 13,4-7). En esta estrofa enumera san Pablo quince características o cualidades del verdadero amor al que presenta literariamente personificado de manera semejante a como se personifica a la sabiduría en los pasajes del Antiguo Testa-mento citados más arriba. Siete de estas cualidades se formulan positivamente y otras ocho de forma ne-gativa. Y se trata de cosas sencillas y cotidianas para que nadie piense que el amor es cosa de «sabios y entendidos». Pero al mismo tiempo se insinúa que ser fieles a este amor supone un comportamiento heroi-co, porque el común de los hombres, los corintios en concreto, actúan justamente al revés.

Finalmente el amor es ya aquí y ahora lo que será eternamente ya que por él participamos de la misma vida divina (1 Cor 13,8-13). El amor del que aquí habla San Pablo no es el amor egoísta y autosuficiente. Es el amor cristiano (ágape) que se dirige conjuntamente a Dios y a nuestros hermanos, y que ha sido derra-mado por el Espíritu Santo en nuestros corazones (ver Rom 5,5); es, en fin, un amor sin límites como el que nos ha mostrado Jesús al entregarse por cada uno de nosotros.

Nos ha dicho Benedicto XVI en Deus Caritas est: «Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un “mandamiento” externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor. El amor es “divino” porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea “ todo para todos” (cf. 1 Co 15, 28)» .

 «¿No es éste el hijo de José?»

Cualquier persona que lea con atención el Evangelio de hoy puede percibir que se produce un cambio brusco en la multitud que escuchaba a Jesús. Después del discurso inaugural en que Jesús, explicando la profecía mesiánica de Isaías, la apropia a su persona (como se comentaba el Domingo pasado), el Evange-lio observa: «Todos en la sinagoga daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca». En términos modernos se podría decir que Jesús gozaba de gran populari-dad. Pero al final de la lectura la situación es exactamente la contraria ya que querían arrojarlo por despe-ñadero. ¿Qué pasó? ¿Por qué se produjo este cambio en el público? Lo que media entre ambas reacciones no es suficiente para explicar un cambio tan radical.

Cuando Jesús concluyó sus palabras, ganándose la admira¬ción y el entusiasmo de todos, a alguien se le ocurrió poner en duda su credibilidad recordando la humildad de su origen. Recordemos que esto ocurría en Nazaret donde Jesús se había criado. No pueden creer que alguien a quien conocen desde pequeño pueda haberse destacado así, y se preguntan: «¿De dónde le viene esto? ¿Qué sabiduría es ésta que le ha sido dada?... ¿No es éste el carpintero, el hijo de Ma¬ría...?» (Mc 6,2-3). La envidia, esta pasión humana tan antigua, entra en juego y los ciega, impidiéndoles admitir la realidad de Jesús. Esto da pie para que Jesús diga la famosa sentencia: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria». Y les cita dos episodios de la historia sagrada en que Dios despliega su poder salvador sobre dos extranjeros. Cuando un predicador goza de prestigio y aceptación puede decir a sus oyentes esto y mucho más sin provocar por eso su ira. Es que aquí hay algo más profundo; aquí está teniendo cumplimiento lo que todos los evangelis-tas regis¬tran perple¬jos: «Vino a los suyos y los suyos no lo recibie¬ron» (Jn 1,11). Estamos ante el misterio de la iniquidad humana: aquél que era «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14) iba a ser rechazado por los hombres hasta el punto de someterlo a la muerte más ignominiosa. Pero, aunque «nadie es profeta en su tierra» y la autoridad de Jesús era contesta¬da, aunque fue sacado de la sinagoga y de la ciudad a empujo-nes con intención de despeñarlo, sin embargo, Jesús mantiene su majestad, y queda dueño de la situación.

El pueblo de Israel, que había esperado y anhelado la venida del Mesías durante siglos y generaciones, cuando el Mesías vino, no lo reconocieron. Es que tenían otra idea de lo que debía ser el Mesías y no fueron capaces de convertir¬se a la idea del Mesías que tenía Dios. Un Mesías pobre que no tiene dónde reclinar su cabeza, que anuncia la Buena Noticia a los pobres y los declara «bienaventurados», que come con los pu-blicanos y pecadores y los llama a conver¬sión, esto no cuadraba con la idea del Mesías que se había for-mado Israel. La aceptación de Jesús como el Salvador, exigía un cambio radical de mentalidad; para decir-lo breve, exigía un acto de profunda fe. Y este Evangelio se sigue repitiendo hoy, porque también hoy Je-sús, por medio de su Iglesia, sigue diciendo las mismas cosas que provocaron el rechazo de sus contempo-ráneos. Y esas cosas provocan el rechazo también de muchos hombres y mujeres de hoy. También hoy es necesario un acto de confianza para aceptar a Jesús; estamos hablando del verdadero Jesús, es decir, del Jesús que no se encuentra sino en su Iglesia. Porque también hoy hay muchos que se han hecho una idea propia de Jesús, una idea de Jesús que les es simpática y que no los incomoda de ninguna manera, porque no les exige nada.

Una palabra del Santo Padre:

Dice el Papa Francisco: «transmitir la fe no es dar informaciones, sino fundar un corazón, fundar un co-razón en la fe en Jesucristo». Por esa razón, «transmitir la fe no se puede hacer mecánicamente» diciendo: «toma este libro, estúdialo y después te bautizo». No, insistió Francisco, «es otro el camino para transmitir la fe: es transmitir lo que nosotros hemos recibido».

Y precisamente «este es el desafío de un cristiano: ser fecundo en la transmisión de la fe» afirmó el Papa. Pero es «también el desafío de la Iglesia: ser madre fecunda, dar a luz a los hijos en la fe» añadió, explicando que «esta no es una exageración: lo decimos en la ceremonia del bautismo». Por lo tanto, he aquí «la Iglesia que “da a luz”, que es “madre”». Y en esta perspectiva Francisco sugirió «dos pistas de la transmisión de la fe».

«La Iglesia es madre si transmite la fe en el amor, siempre con aire de amor» dijo el Pontífice, recor-dando que «no se puede transmitir la fe sin este aire materno». Tanto que «alguno ha escrito elegantemen-te» que «la fe no se da, se da a luz». Y precisamente «la Iglesia quien da a luz en nosotros la fe: es decir, la transmisión de la fe siempre se da en el aire del amor, de la madre Iglesia, se da en casa».

El mismo san Pablo, continuó el Papa, «recuerda a Timoteo, hermoso ese pasaje, “yo recuerdo la fe de tu madre y de tu abuela”». Por lo tanto, explicó Francisco, «es la fe lo que se transmite de generación en generación, como un don». Pero siempre «en el amor, en el amor de la familia: allí se transmite la fe, no solo con palabras, sino con amor, con caricias, con ternura».

El Pontífice nuevamente propuso también, a este respecto, el episodio que se cuenta en el libro de los Macabeos, «cuando aquella mujer daba fuerza a los siete hijos frente al martirio: en el texto se dice dos veces que esa mujer hablaba a los hijos en lengua materna, hablaba en lengua, les daba fuerza en la fe pero en lengua materna». Porque «la verdadera fe se transmite siempre en dialecto: el dialecto del amor, de la familia, de la casa, lo que se entiende en el aire». Y «tal vez la lengua es la misma, pero hay algo de dia-lecto allí y allí se transmite la fe “maternalmente”».

Sustancialmente, explicó el Papa, si la «primera actitud para la transmisión de la fe es el amor, otra ac-titud es el testimonio». En realidad, afirmó, «transmitir la fe no es hacer proselitismo: es otra cosa, es más grande incluso». Cierto, continuó, «no es buscar gente que apoye a este equipo de fútbol, a este club, este centro cultural: eso está bien, pero para la fe no funciona el proselitismo». Y «bien lo ha dicho Benedicto XVI: “La Iglesia crece no por proselitismo sino por atracción”». De hecho, dijo Francisco, «la fe se transmi-te, pero por atracción, es decir, por testimonio». Y, añadió, «hoy celebramos la fiesta de dos apóstoles, Felipe y Santiago, que dieron la vida, transmitieron la fe con testimonio». Testimoniar la fe, por lo tanto.

(Papa Francisco. Misa en la Capilla Sanctae Marthae. Jueves 3 de mayo de 2018.)




 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. ¿Nos asusta el predicar la Palabra? ¿Nos asusta denunciar el error y callarnos ante situaciones que sabemos no son correctas? Pidamos a Dios el don del coraje y seamos fieles a la verdad. Solamen-te la verdad nos hará libres.

2. Todos estamos llamados a conocer lo que Dios quiere de nosotros de manera particular. Veamos a María y recemos para que ella nos ayude a estar abiertos al amoroso Plan de Dios en nuestras vi-das.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 494. 781. 897-913.


texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente dioscesano de A.N.E. TOLEDO