sábado, 25 de abril de 2020

Domingo de la Semana 3ª de Pascua. Ciclo A «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros?»


Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 14.22-33): No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio.

El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: - «Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice: "Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia."
Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le habla prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que "no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción", hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos.
Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo.»

Salmo 15,1-2.5.7-8.9-10.11: Señor, me enseñarás el sendero de la vida. R./

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; // yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.» // El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; // mi suerte está en tu mano. R./

Bendeciré al Señor, que me aconseja, // hasta de noche me instruye internamente. // Tengo siempre presente al Señor, // con él a mi derecha no vacilaré. R./

Por eso se me alegra el corazón, // se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. // Porque no me entregarás a la muerte, // ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R./

Me enseñarás el sendero de la vida, // me saciarás de gozo en tu presencia, // de alegría perpetua a tu derecha. R./

Lectura de la Primera carta de San Pedro (1,17-21): Os rescataron a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto.

Queridos hermanos: Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin par-cialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida.
Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien.
Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (24,13-35): Lo reconocieron al partir el pan.

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: -«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?» Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: -«¿Eres tú el único forastero de Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» Él les preguntó: -«¿Qué? Ellos le contestaron: -«Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo: - «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, el hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.» Y entró para quedarse con ellos.
Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: - «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: - «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.» Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.


& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas

Ante toda la inmensa multitud reunida en Jerusalén, Pedro en su primer discurso público dice sobre Jesús: «No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio» (Primera Lectura). Pedro proclama clara y solemnemente que Jesús de Nazaret, que hizo prodigios y milagros a la vista de todos, fue clavado en una cruz pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Ésta es la verdad sobre la cual se funda toda la fe de la Iglesia.

El relato evangélico nos muestra como los discípulos de Emaús van entendiendo poco a poco que «era necesario que el Mesías sufriese y así entrase en su gloria» (Evangelio). En el fondo los dos discípulos de Emaús experimentaban una enorme desazón ya que para ellos también «no era posible que la muerte retuviera a Jesús bajo su dominio». Así pues, la muerte no tendrá dominio sobre Jesús, sino que ésta será derrotada (y podemos decir “humillada”) por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Quien se va abriendo al misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús debe, necesariamente, llevar en serio su vida como nos dice San Pedro en su Primera Carta (Segunda Lectura) ya que se da cuenta de que ha sido rescatado no con oro o plata, sino con la sangre preciosa de Jesucristo.

L «Las cosas que han sucedido en Jerusalén estos días...»

La lectura de hoy es una de las páginas más hermosas del Evangelio. Se abre sugiriendo una gran tristeza y desilusión de los discípulos ante la crucifixión y muerte de Jesús. Dos de ellos se alejan de Jerusalén y se dirigen a un pueblo llamado Emaús que distaba unos once kilómetros de distancia. Van discutiendo «las cosas que esos días han pasado en Jerusalén». Mientras caminaban el mismo Jesús se acercó a ellos en el camino que van «con aire entristecido – semblante sombrío - de triste aspecto».

El lector sabe que este desconocido es Jesús; pero, respecto de los discípulos, el Evangelio observa: «Sus ojos estaban retenidos para que no lo conocieran». Aunque habían sido discípulos suyos, es decir lo habían seguido y habían puesto en Él la esperanza de la liberación de Israel; ahora, después de sólo tres días, ¡ya no lo reconocen! Es interesante subrayar que el Evangelio quiere así insistir en que el reconocimiento de Jesús Resucitado no es una mera verificación empírica, sino un hecho de fe que es fruto de la lectura de la Palabra de Dios y de la «fracción del pan».El desconocido quiere saber cómo interpretaban los discípulos «las cosas que – habían - sucedido en Jerusalén». Y recibe esta respuesta: «Jesús el Nazareno fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo... Nosotros esperábamos que sería Él quien iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó...», ¡y nada de lo que ellos esperaban había sucedido!

En el fondo parecía repetirse el caso de otros falsos liberadores, tal como los describe el sabio Gamaliel: «Hace algún tiempo se levantó Teudas, que pretendía ser alguien y que reunió a su alrededor unos cuatrocientos hombres; fue muerto y todos los que lo seguían se disgregaron y quedaron en nada. Después de éste, en los días del empadronamiento, se levantó Judas el Galileo, que arrastró el pueblo en pos de sí; también éste pereció y todos los que lo habían seguido se dispersaron» (Hch 5,36-37). Lo de Jesús el Nazareno amenazaba con acabar en lo mismo, tanto que los que lo habían seguido se estaban dispersando: sin esperanza se alejaban pesarosos de Jerusalén. Más aún, ni siquiera habían creído en el testimonio de las mujeres, ni de Pedro – ni de Juan - que «ve los lienzos y vuelve a la casa asombrado por lo sucedido» (Lc 24,12)después de haber estado en el sepulcro.

K ¡Oh insensatos y tardos de corazón...!

Los discípulos no estaban entendiendo el acontecimiento más extraordinario de Jesús, porque eran «insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas» y habían confiado en Él como en un caudillo humano que los liberaría del poder temporal a que estaba sometido Israel. Es decir, estaban cayendo en la tentación de verlo, con ojos humanos, como un líder carismático o quizás, como un líder político. Sin embargo, Jesús había sido presentado como «el que liberará a su pueblo del pecado» (Mt 1,21). Y, para vencer el pecado y sus secuelas de esclavitud y muerte, «¿no era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en la gloria?». Así estaba escrito y Jesús no hace sino ir explicándoles, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, lo que ellos no querían aceptar.

El Antiguo Testamento, al cual se refiere la expresión: «Moisés y los profetas», será el camino por el cual Jesús conducirá a sus seguidores a creer en Él.Ya lo había dicho antes en una severa advertencia: «Si no escuchan a Moisés y los profetas, no se convertirán ni aunque resucite un muerto» (Lc 16,31). Por eso interesaba menos que los discípulos reconocieran a Jesús en el camino: lo que interesaba es que comprendieran que su muerte era parte del Plan salvífico anunciado por Dios, es decir, que «era necesario que padeciera eso y entrara así en su gloria». Y así lo estaban comprendiendo, pues sentían que «les ardía el corazón dentro del pecho cuando les hablaba y les explicaba las Escrituras».

J Pedro también apela a la Escritura

Esta es la aproximación de San Pedro en su primer discurso misionero, el día de Pentecostés (Primera Lectura). En apoyo a la Resurrección de Jesús cita el Salmo 16, 8-11 referido al Mesías y lo aplica a Jesús a quien Dios resucitó de la muerte. En las primeras comunidades y en los escritos que ellos nos legaron fue éste un lugar clásico para probar la glorificación de Cristo resucitado; igual que los poemas de Isaías sobre el Siervo de Yahveh lo eran para dejar constancia del anuncio previo de su Pasión y Muerte.

J «Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron»

Volviendo al pasaje de Emaús leemos: que sus ojos se abrieron y lo reconocieron «cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando». Es el gesto que ellos citan cuando refieren el hecho a los apóstoles: «Contaron lo que había pasado en el camino y cómo lo habían conocido en la fracción del pan». Ya no tenían dudas. Se han convertido radicalmente por el contacto con la Palabra y la Eucaristía. En lugar del abatimiento y la tristeza que los llevaba a alejarse de Jerusalén, están ahora llenos de gozo que les hace arder el corazón y vuelven corriendo a Jerusalén.

+ Una palabra del Santo Padre:

«Sí, queridos jóvenes, el Señor quiere encontrarse con nosotros, quiere dejarnos “ver” su rostro. Me preguntarán: “Pero, ¿cómo?”. También Santa Teresa de Ávila, que nació hace ahora precisamente 500 años en España, desde pequeña decía a sus padres: «Quiero ver a Dios». Después descubrió el camino de la oración, que describió como «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Libro de la vida, 8, 5). Por eso, les pregunto: ¿rezan? ¿saben que pueden hablar con Jesús, con el Padre, con el Espíritu Santo, como se habla con un amigo? Y no un amigo cualquiera, sino el mejor amigo, el amigo de más confianza. Prueben a hacerlo, con sencillez. Descubrirán lo que un campesino de Ars decía a su santo Cura: Cuando estoy rezando ante el Sagrario, «yo le miro y Él me mira» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2715).

También les invito a encontrarse con el Señor leyendo frecuentemente la Sagrada Escritura. Si no están acostumbrados todavía, comiencen por los Evangelios. Lean cada día un pasaje. Dejen que la Palabra de Dios hable a sus corazones, que sea luz para sus pasos (cf. Sal 119,105). Descubran que se puede “ver” a Dios también en el rostro de los hermanos, especialmente de los más olvidados: los pobres, los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los encarcelados (cf. Mt 25,31-46). ¿Han tenido alguna experiencia? Queridos jóvenes, para entrar en la lógica del Reino de Dios es necesario reconocerse pobre con los pobres. Un corazón puro es necesariamente también un corazón despojado, que sabe abajarse y compartir la vida con los más necesitados.

El encuentro con Dios en la oración, mediante la lectura de la Biblia y en la vida fraterna les ayudará a conocer mejor al Señor y a ustedes mismos. Como les sucedió a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), la voz de Jesús hará arder su corazón y les abrirá los ojos para reconocer su presencia en la historia personal de cada uno de ustedes, descubriendo así el proyecto de amor que tiene para sus vidas».

Mensaje del Santo Padre Francisco para la XXX Jornada Mundial de la Juventud 2015.



' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. A partir de este hermoso pasaje evangélico, ¿leo con frecuencia las Sagradas Escrituras? Tomemos algunas resoluciones concretas para poder encontrarme con el Señor en las Escrituras y en la Sagrada Eucaristía.

2. San Pedro en su carta nos exhorta a llevar en serio nuestra fe ya que hemos sido rescatados a precio de sangre. ¿Soy coherente con mis compromisos bautismales?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 712-716. 863-865.

Texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA

3ª semana de Pascua. Domingo A: Lc 24, 13-35




El tiempo de Pascua es de alegría porque Jesús resucitó. Esta es la gran verdad central de nuestra fe. Por eso los apóstoles lo predicaban con entusiasmo a todos. Así nos presenta hoy la primera lectura a san Pedro hablando el día de Pentecostés. Pero también el evangelio de este tiempo da fe en la resurrección por las apariciones que los discípulos tenían de Jesús resucitado. Son experiencias espirituales, muy difíciles de expresar, pero que quienes las tienen se dan cuenta con toda certeza de que Jesús vive, que ha resucitado y que todo lo que sufrió tiene un final feliz.

En este día la Iglesia nos recuerda la aparición a dos discípulos que iban aquella tarde del domingo a su aldea de Emaús. Iban tristes, muy desesperanzados. Habían puesto toda la ilusión en Jesús y ahora veían que todo se había terminado. Amaban a Jesús; pero su amor y su esperanza eran demasiado materialistas. Habían puesto su esperanza en un mesianismo solo material. Por eso dice el evangelista que sus ojos estaban cerrados, cuando se acerca Jesús y se pone a caminar junto a ellos. Jesús ve el amor de ellos y quiere corregirles en sus ideas falsas sobre el Mesías. Podemos decir que juega un poco con ellos, va apareciéndose poco a poco. Primero es un caminante algo entrometido, luego se hace un caminante interesante, porque comienza a explicarles las Escrituras. Jesús nunca nos abandona, si por lo menos tenemos amor. A los dos discípulos les agrada hablar sobre Jesús con aquel caminante.

A muchos de nosotros nos puede pasar como a aquellos dos: tenemos sobre Jesús, y en general sobre todo lo de la religión, unos conceptos demasiado materiales. Pensamos en la religión para éxitos o ventajas materiales, o para ganar prestigio social o quizá para conseguir consuelos y regalos espirituales. Y cuando vemos que la religión verdadera está sobre todo en la cruz de cada día y en el servicio a los demás, nos echamos para atrás y volvemos al mundo viejo con costumbres mundanas.

A veces perdemos la poca esperanza que teníamos, por cualquier dificultad. Y no nos damos cuenta que Jesús camina con nosotros. Aunque no le reconozcamos, El va siempre con nosotros. Y nos escucha. Por eso es tan importante ponerse al habla con Jesús. Él está junto a nosotros, porque es hombre-Dios resucitado, está en los pobres, está en la Iglesia, está sobre todo en la Eucaristía.

Aquellos dos discípulos, estimulados por la explicación que Jesús les había dado sobre la Escritura, quieren tenerle cerca y le invitan a que se quede con ellos para cenar. Entonces Jesús se hace plenamente reconocible en “el partir el pan”. La Iglesia siempre ha visto aquí como un esquema o símbolo de la Eucaristía. Primero asisten a la explicación de la Palabra de Dios y luego a compartir el pan con el mismo Jesús. Primeramente les había ido explicando cómo es necesario que el Mesías pasase por la cruz para luego llegar a la resurrección. Jesús con paciencia les devuelve la fe y la esperanza, y ellos recuperan la alegría y el amor.

Jesús camina con nosotros en nuestros quehaceres de cada día; pero de una manera especial está en la Misa. La misa tiene dos partes principales: Primeramente la explicación de la Palabra de Dios. Puede ser que esa misma explicación nos guste más o nos guste menos; pero Cristo está ahí presente iluminando nuestro corazón. Por eso debemos abrir nuestro corazón a esa presencia de Jesús por medio de la Palabra de Dios. Y luego viene la Eucaristía, donde “damos gracias a Dios” por la presencia real de Jesús entre nosotros. Jesús quiere compartir su propio cuerpo y sangre. Es un solo acto de culto con dos partes. Y como en esta vida no es todo recoger frutos gloriosos, sino que hay que sembrar, compartir, trabajar y servir, debemos hacer como los dos de Emaús, yendo donde sus compañeros: Si sentimos que Jesús verdaderamente ha resucitado en nuestra vida, debemos compartirlo con los demás. Nuestra vida para los otros debe ser una vida donde se manifieste Jesús resucitado.

Anónimo

viernes, 17 de abril de 2020

La Vigilia mensual correspondiente al mes de Abril se celebrará el próximo sábado día 18 a las 22:30 h., por internet desde la Parroquia del Sagrado Corazón de Talavera de la Reina.



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El esquema a seguir se encuentra en la página 385 (Pascua no dominical) y siguientes del Manual del Adorador, para evitar el tener que ir de una página a otra, constantemente.
Aunque no corresponde con la liturgia propia del 2º Domingo de Cuaresma (dentro de la Octava de Pascua), la liturgia que se rezará es la del Jueves de la Octava de Pascua. Ya sabemos que la Octava de Pascua es como un solo día en la Resurrección del Señor, por eso, también tiene cabida este esquema a seguir, más fácil y llevadero para todos.

Las Vísperas comienzan en la página 385 del Manual.
La Oración de presentación de adoradores en la 394.
El Invitatorio en la 396 y el Turno de vela a partir de la 398.
Las Preces expiatorias en la página 449 y las Completas en la 431.

La Intención de la Vigilia será, como las últimas, por los fallecidos, enfermos, mayores, Capellanes de Hospital y personal de riesgo (médicos, enfermeros, policías y demás personas que se están esforzando y arriesgando por cuidarnos, entre los que hay muchos adoradores).

PARA LOS QUE NO TIENEN MANUAL:

Se acompaña la Separata completa de la Vigilia para facilitar su descarga en caso de no disponer de manual.

2ª semana de Pascua. Domingo A: Jn 20, 19-31



Todos los años en este segundo domingo de Pascua la Iglesia nos presenta estas mismas escenas en el evangelio: Jesús se hace ver por los apóstoles reunidos en la tarde o noche del primer domingo de resurrección, y luego vuelve a presentarse, ahora estando ya Tomás, el domingo siguiente, correspondiente al día de hoy. La primera idea a considerar es cómo la primitiva comunidad acepta el cambio del día del Señor, que en vez de ser el sábado comienza a ser el domingo. Es el mismo Jesucristo, que, al cambiar la mentalidad religiosa del Ant. Testamento al Nuevo por medio de su resurrección, transforma ese día de gloria en el día más propio para la alabanza a Dios. Por eso parece querer celebrar ese día una semana después de su resurrección.

Los apóstoles estaban cerrados por miedo a los que habían matado a Jesús. San Juan no nos dice si ya estaban algo consolados, aunque sin creer del todo, por lo que les había dicho san Pedro y los dos de Emaús. El hecho es que Jesús viene a consolarles y a darles unos cuantos regalos. El primero que les da es el de la paz. La necesitan de verdad. Una paz, que no es sólo una tranquilidad externa, como para quitar el miedo, sino algo que permanece en lo más íntimo de la persona, como persuasión de que la vida tiene un gran sentido, porque Cristo vive entre nosotros. Ese sentimiento de paz nos la desea la Iglesia en la Eucaristía y debemos desearla y, si es posible, sentirla, en nuestro encuentro comunitario del domingo, día del Señor.

Y con la paz les da la alegría, que es un fruto del Espíritu Santo. Por eso les da el Espíritu Santo. Sabemos que el día de Pentecostés lo recibirían de una manera más palpable; pero todo acto bueno, como la celebración eucarística, puede hacer que el Espíritu Santo venga más íntima y plenamente a nosotros. También les da el poder de perdonar pecados. Nunca podremos tener el Espíritu de Dios si en nosotros domina el pecado. Por eso, si tenemos conciencia de pecado, debemos recibir la Confesión.

Pero Tomás no estaba con ellos. Habría tenido que marcharse el mismo domingo quizá antes de que las mujeres dieran la primera gran noticia. Nos parece demasiada terquedad y demasiada exigencia por parte de Tomás. Tardaría unos cuantos días en unirse a sus compañeros. Tomás amaba mucho a Jesús. En una ocasión había dicho que estaba dispuesto a morir con El. Por eso en aquellos días, después de los trágicos sucesos del Viernes Santo, su alma estaría como sin vida, pensando que todo se había terminado. Cuando sus compañeros le dijeron que Jesús había resucitado le parecería demasiado hermoso y casi como un complot contra él. Por eso se encerró en su idea. Aquí aparece la infinita bondad de Jesús que condesciende a los deseos de Tomás. También parece como decirle que la fe no se aumenta por hechos externos, como el tocar, sino por la aceptación de la palabra de Dios. Y en ese momento Tomás pronuncia una de las exclamaciones más bellas del evangelio: “Señor mío y Dios mío”.

Hay muchas personas que pronuncian esa exclamación llena de fe en el momento de la elevación de Jesús en la Consagración. Ello es como cumplir la bienaventuranza que en ese momento decía Jesús: “Dichosos más bien los que crean sin haber visto”. Tener fe es creer en Jesús resucitado sin necesidad de ver y tocar, como pudieron hacer los apóstoles y otras personas queridas de Jesús.

En este ciclo A, en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, se nos habla de la vida de caridad y unión de la primitiva cristiandad como signos concretos de la presencia de Cristo resucitado entre los fieles. Todos perseveraban en la oración de alabanza al Señor, especialmente en la “fracción del pan”.

San Pedro en la segunda lectura nos invita a alabar a Dios Padre por la fe en la resurrección de Cristo y la esperanza en nuestra propia resurrección. En esta vida, por medio de la fe, ya podemos vivir una vida de resucitados, que se convertirá en gozo inefable y transfigurado por la salvación.


Anonimo

Domingo de la Semana 2ª de Pascua. Ciclo A – 19 de abril de 2020 «Dichosos los que no han visto y han creído»



Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,42-47): Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común.

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los após¬toles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían to¬dos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repar-tían entre todos, según la necesidad de cada uno.
A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

Salmo 117,2-4.13-15.22-24: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. R./

Diga la casa de Israel: // eterna es su misericordia. // Diga la casa de Aarón: // eterna es su misericordia. // Digan los fieles del Señor: // eterna es su misericordia. R./

Empujaban y empujaban para derribarme, // pero el Señor me ayudó; // el Señor es mi fuerza y mi energía, // él es mi salvación. // Escuchad: hay cantos de victoria // en las tiendas de los justos. R./

La piedra que desecharon los arquitectos // es ahora la piedra angular. // Es el Señor quien lo ha hecho, // ha sido un milagro patente. // Éste es el día en que actuó el Señor: // sea nuestra alegría y nuestro gozo. R./

Lectura de la Primera carta de San Pedro (1,3-9): Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva.

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una he¬rencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.
Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más pre¬cio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego- llega¬rá a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo.
No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (20,19-31): A los ocho días, llegó Jesús.

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: -Paz a vosotros-. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: -Paz a vosotros- . Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: -Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: -Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: -Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: -Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás: -Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás: -¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo: -¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.

& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas

Sin duda el tema que va marcar las lecturas dominicales es la fe en el Señor Resucitado que disipa toda duda, incredulidad, incertidumbre o miedo. El ambiente que descubrimos en los seguidores de Jesús después de los trágicos hechos de la Pasión y Muerte es de temor y desconfianza. Esto cambia radicalmente tras el encuentro con el Maestro Resucitado. Sin embargo, Tomás, no estuvo presente y a pesar de dudar de la palabra de sus hermanos; Jesús es indulgente, paciente y reserva una palabra de consuelo y lo alienta a vivir una fe más viva y profunda.

A partir de aquellas experiencias y fortalecidos con la acción del Espíritu Santo, los apóstoles inician un período de «conversión» que los conducirá al misterio de Pentecostés. La vida de la Iglesia naciente nos muestra hasta qué punto aquellos hombres cumplieron a plenitud la misión encomendada (Primera Lectura). En ellos había un modo nuevo de vivir que causaba admiración: la enseñanza, la unidad, la fracción del pan y la oración. Sin embargo, la Iglesia pronto tendría que enfrentar las adversidades propias de los discípulos de Cristo. La Primera carta de San Pedro es una exhortación a permanecer fieles a la fe recibida produciendo así frutos de vida eterna (Segunda Lectura).

J El «Día del Señor»

Nos llama la atención que los relatos evangélicos son parcos dando indicaciones cronológicas. En efecto, nadie puede decir en qué día de la semana fueron las bodas de Caná, o en qué día de la semana fue la curación del ciego de nacimiento o la resurrección de Lázaro. Todos son eventos importantes que merecerían poder ubicarse mejor en el tiempo. ¿Por qué, en cambio, aquí el evangelista Juan considera necesario precisar que las dos primeras apariciones de Cristo resucitado a sus discípulos reunidos fueron ambas el primer día de la semana? Hay una intención en esto. Así como en el Antiguo Testamento los judíos tenían en el relato de la creación el fundamento para la norma del sábado, así también el evangelista quiere que los cristianos encuentren en este relato un fundamento para la norma del «día del Señor». El día del Señor («dominica dies», Domingo) es el día de su Resurrección, el primer día de la semana. «Este es el día en que actuó el Señor» (Sal 118,24): resucitando a Jesús, nos dio vida nueva; es el día de su actuación salvífica definitiva.

K La incredulidad de los apóstoles y la fe de Tomás

La mañana del «primer día de la semana» tuvo lugar la primera apari¬ción de Jesús resucitado. Se apareció a María Magdalena y le dijo: «Vete donde mis hermanos y diles: 'Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios'. Fue María Magda¬lena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras». ¿Creye¬ron los apósto¬les su testimo¬nio? ¿Creye¬ron que Jesús estaba vivo? Obviamente no creyeron, porque si hubieran creído, su conducta no habría sido la de permane¬cer «a puertas cerradas por miedo a los judíos». En esta situación estaban los discípulos cuando se presentó Jesús mismo en medio de ellos. Y para identifi¬carse, «les mostró las manos y el costado» . Cualquiera que leyera este relato sin referencia a todo lo que antecede, y a lo que seguirá, consideraría que éste es un modo extraño de identifi-carse. ¿Por qué no les mostró más bien su rostro, como sería lo normal? Este modo de identificar¬se -podemos imaginar- responde a la increduli¬dad de los apóstoles. Ellos cierta¬mente deben de haber respondido al testimo-nio de María Magdalena de la misma manera que lo hace más tarde Tomás: «Si no vemos las señas de los clavos en sus manos y la herida de la lanzada en su costado, no creeremos que el hombre que tú viste sea el mismo Jesús ya que Él ha muerto crucificado». Jesús entonces se identificó de esa manera, y los apóstoles lo vieron: «Los discípulos se alegraron de ver al Señor».

Cuando los apóstoles dijeron a Tomás: «Hemos visto al Señor», él ciertamente creyó que habían tenido una aparición de algún ser trascendente; pero que éste fuera el mismo Jesús que él vio crucificado y muerto, eso era más que lo que podía aceptar. Como anteriormente había sucedido con los otros apóstoles, también Tomás necesitaba ver para verificar la identidad del aparecido con Jesús: «Si no veo en sus manos el signo de los clavos y no meto el dedo en el lugar de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». ¿«No creeré» qué cosa? Que el mismo que estaba muerto ahora está vivo. Pero una vez que vio esto, Tomás tuvo un acto de fe que trasciende infinitamente lo que vio y verificó. Tomás ve a Jesús vivo y verifica las señas de su Pasión y ya no niega que haya resucitado. En esto es igual que los demás após¬toles y no es más incrédulo que ellos. Pero resulta más creyente que ellos, porque cree la divinidad de Jesucristo y la profesa exclamando: «Señor mío y Dios mío» .

Tomás ve a un hombre resucitado y confiesa a su Dios. El encuentro con Jesús resucitado fue para Tomás un «signo» que lo llevó a la plenitud de la fe. Por eso Jesús dice: «Porque me has visto has creído». No es que el «signo» sea causa de la fe. La fe siempre es un don de Dios que Él conce¬de libremente; pero Dios quiere concederla con ocasión de algo que se ve, de algo que opera como signo y al cual uno se abre. La fe de Tomás fue tan firme, que lo llevó a dar testimonio de Cristo con el martirio. Por eso no conviene apresurarse en atribuirse la bienaventuranza de Jesús a uno mismo,ya que si bien es cierto que nosotros no hemos visto a Jesús resucitado, pero no está dicho que «hayamos creído» en Cristo resucitado tanto como Tomás.

J «Biena¬venturados los que no han visto y han creí¬do»

Jesús llama biena¬ventu¬rados a los que «no vieron y, sin embargo, creyeron»; creyeron por el testi¬monio de otros. Y esta sí que es nuestra situación. Noso¬tros creemos en la Resurrección del Señor por el testi¬monio de la Iglesia y de sus apósto¬les. Por eso es que en los discursos de Pedro al pueblo es constante esta frase: «A este Jesús Dios lo resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos» (Hch 2,32). Lo mismo repite en el segundo discur¬so: «Voso¬tros renegasteis del Santo y del Justo... y matas¬teis al Jefe que lleva a la Vida. Pero Dios lo resu¬citó de entre los muertos, y noso¬tros somos testi¬gos de ello» (Hch 3,14-15). Y lo mismo repite ante el Sanedrín: «El Dios de nuestros padres resu¬citó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándolo de un madero... Noso¬tros somos testigos de estas cosas» (Hch 5,30.32).Sobre este testimonio de los apóstoles se funda nues¬tra fe. Es verdad que en la bienaventuranza de Jesús estamos implicados nosotros, pues por la bondad divina ocurrió que Tomás estu¬viera ausen¬te, dudara y exigiera verificar la resurrección de Cristo, palpando sus heridas. Así lo interpreta el Papa San Gregorio Magno (590-604 d.C.): «Esto no ocurrió por casualidad, sino por disposición divina. En efecto, la clemencia divina actuó de modo admirable, de manera que, habiendo dudado aquel discípu¬lo, mientras palpaba en su maestro las heridas de la carne sanara en nosotros las heridas de la incredulidad. Es así que más aprovechó a nosotros la incredulidad de Tomás que la fe de los demás apóstoles. Él palpando fue devuelto a la fe para que nuestra mente, alejada toda duda, se consolide en la fe. Dudando y palpando aquel discípulo fue un verdadero testigo de la resurrección».

J «Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común»

Leemos en el relato de los «Hechos de los Apóstoles» de San Lucas, un bellísimo retrato de la vida íntima de la comunidad cristiana de Jerusalén. Con términos muy parecidos lo leemos también en 4,32-37 y en 5,12-16. Son los llamados «sumarios» y presentan las características fundamentales de la comunidad: asistencia asidua a la enseñanza de los Apóstoles, unión o «koinonía» , fracción del pan y oraciones. Podemos decir que ya aparecen aquí en acción los tres elementos más característicos de la vida de la Iglesia: enseñanza jerárquica, unión en la caridad, culto público y sacramental.

+ Una palabra del Santo Padre:

«Tomás, después de haber visto las llagas del Señor, exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Quisiera llamar la atención sobre este adjetivo que Tomás repite: mío. Es un adjetivo posesivo y, si reflexionamos, podría parecer fuera de lugar atribuirlo a Dios: ¿Cómo puede Dios ser mío? ¿Cómo puedo hacer mío al Omnipotente? En realidad, diciendo mío no profanamos a Dios, sino que honramos su misericordia, porque él es el que ha querido “hacerse nuestro”. Y como en una historia de amor, le decimos: “Te hiciste hombre por mí, moriste y resucitaste por mí, y entonces no eres solo Dios; eres mi Dios, eres mi vida. En ti he encontrado el amor que buscaba y mucho más de lo que jamás hubiera imaginado”.

Dios no se ofende de ser “nuestro”, porque el amor pide intimidad, la misericordia suplica confianza. Cuando Dios comenzó a dar los diez mandamientos ya decía: «Yo soy el Señor, tu Dios» (Ex 20,2) y reiteraba: «Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso» (v. 5). He aquí la propuesta de Dios, amante celoso que se presenta como tu Dios. Y la respuesta brota del corazón conmovido de Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Entrando hoy en el misterio de Dios a través de las llagas, comprendemos que la misericordia no es una entre otras cualidades suyas, sino el latido mismo de su corazón. Y entonces, como Tomás, no vivimos más como discípulos inseguros, devotos pero vacilantes, sino que nos convertimos también en verdaderos enamorados del Señor. No tengamos miedo a esta palabra: enamorados del Señor.

¿Cómo saborear este amor, cómo tocar hoy con la mano la misericordia de Jesús? Nos lo sugiere el Evangelio, cuando pone en evidencia que la misma noche de Pascua (cf. v. 19), lo primero que hizo Jesús apenas resucitado fue dar el Espíritu para perdonar los pecados. Para experimentar el amor hay que pasar por allí: dejarse perdonar. Dejarse perdonar. Me pregunto a mí, y a cada uno de vosotros: ¿Me dejo perdonar? Para experimentar ese amor, se necesita pasar por esto: ¿Me dejo perdonar? “Pero, Padre, ir a confesarse parece difícil…”, porque nos viene la tentación ante Dios de hacer como los discípulos en el Evangelio: atrincherarnos con las puertas cerradas. Ellos lo hacían por miedo y nosotros también tenemos miedo, vergüenza de abrirnos y decir los pecados. Que el Señor nos conceda la gracia de comprender la vergüenza, de no considerarla como una puerta cerrada, sino como el primer paso del encuentro. Cuando sentimos vergüenza, debemos estar agradecidos: quiere decir que no aceptamos el mal, y esto es bueno. La vergüenza es una invitación secreta del alma que necesita del Señor para vencer el mal. El drama está cuando no nos avergonzamos ya de nada. No tengamos miedo de sentir vergüenza. Pasemos de la vergüenza al perdón. No tengáis miedo de sentir vergüenza. No tengáis miedo.

Existe, en cambio, una puerta cerrada ante el perdón del Señor, la de la resignación. La resignación es siempre una puerta cerrada. La experimentaron los discípulos, que en la Pascua constataban amargamente que todo había vuelto a ser como antes. Estaban todavía allí, en Jerusalén, desalentados; el “capítulo Jesús” parecía terminado y después de tanto tiempo con él nada había cambiado, se resignaron. También nosotros podemos pensar: “Soy cristiano desde hace mucho tiempo y, sin embargo, en mí no cambia nada, cometo siempre los mismos pecados”. Entonces, desalentados, renunciamos a la misericordia. Pero el Señor nos interpela: “¿No crees que mi misericordia es más grande que tu miseria? ¿Eres reincidente en pecar? Sé reincidente en pedir misericordia, y veremos quién gana”. Además —quien conoce el sacramento del perdón lo sabe—, no es cierto que todo sigue como antes. En cada perdón somos renovados, animados, porque nos sentimos cada vez más amados, más abrazados por el Padre. Y cuando siendo amados caemos, sentimos más dolor que antes. Es un dolor benéfico, que lentamente nos separa del pecado. Descubrimos entonces que la fuerza de la vida es recibir el perdón de Dios y seguir adelante, de perdón en perdón. Así es la vida: de vergüenza en vergüenza, de perdón en perdón. Esta es la vida cristiana.

Además de la vergüenza y la resignación, hay otra puerta cerrada, a veces blindada: nuestro pecado, el mismo pecado. Cuando cometo un pecado grande, si yo —con toda honestidad— no quiero perdonarme, ¿por qué debe hacerlo Dios? Esta puerta, sin embargo, está cerrada solo de una parte, la nuestra; que para Dios nunca es infranqueable. A él, como enseña el Evangelio, le gusta entrar precisamente “con las puertas cerradas” —lo hemos escuchado—, cuando todo acceso parece bloqueado. Allí Dios obra maravillas. Él no decide jamás separarse de nosotros, somos nosotros los que le dejamos fuera. Pero cuando nos confesamos acontece lo inaudito: descubrimos que precisamente ese pecado, que nos mantenía alejados del Señor, se convierte en el lugar del encuentro con él. Allí, el Dios herido de amor sale al encuentro de nuestras heridas. Y hace que nuestras llagas miserables sean similares a sus llagas gloriosas. Existe una transformación: mi llaga miserable se parece a sus llagas gloriosas. Porque él es misericordia y obra maravillas en nuestras miserias. Pidamos hoy como Tomás la gracia de reconocer a nuestro Dios, de encontrar en su perdón nuestra alegría, de encontrar en su misericordia nuestra esperanza».

(Papa Francisco. Homilía II Domingo de Pascua, 8 de abril de 2018)

' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. ¿Qué medios puedo poner para vivir la alegría de la Pascua en mi familia en las circunstancias que vivo?

2. Tomemos conciencia de la importancia al decir «Señor mío y Dios mío» ante Jesús en la eucaristía.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 727-730. 1166-1167. 1341- 1344.



texto facilitado JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACION NOCTURNA, Toledo

domingo, 12 de abril de 2020

Domingo de la Resurrección del Señor – 12 de abril de 2020 «Vio y creyó»



Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (10, 34a. 37-43): Hemos comido y bebido con él después de la resurrección.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: - «Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.»

Salmo 117,1-2.16ab-17.22-23: Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. R./

Dad gracias al Señor porque es bueno, // porque es eterna su misericordia. // Diga la casa de Israel: // eterna es su misericordia. R./

La diestra del Señor es poderosa, // la diestra del Señor es excelsa. // No he de morir, viviré // para contar las hazañas del Señor. R./

La piedra que desecharon los arquitectos // es ahora la piedra angular. // Es el Señor quien lo ha hecho, // ha sido un milagro patente. R./

Lectura de la carta de San Pablo a los Colosenses (3,1-4): Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.

Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

Secuencia: Ofrezcan los cristianos


Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa. Amén.




Lectura del Santo Evangelio según San Juan (20,1-9): El había de resucitar de entre los muertos.

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quita del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien tanto quería Jesús, y les dijo: -”Se han llevado del sepulcro al señor y no sabemos dónde lo han puesto.” Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las venda en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con el que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.


 Pautas para la reflexión personal

 El nexo entre las lecturas

«¡Cristo resucitó! ¡Aleluia!» Alegría en un momento único en el mundo. En medio del dolor y de la muerte por la pandemia que estamos globalmente viviendo; recordamos cómo Jesucristo venció a la muerte. Y curiosamente el Evangelio de este domingo no va hablar de alguna de las apariciones de Jesús sino más bien de los vestigios de su resurrección. ¿Cuál es la enseñanza de este domingo de Pascua? Leemos que el discípulo amado: «vio y creyó». El sepulcro vacío y los lienzos mortuorios son para los discípulos el inicio de una apertura al don de la gracia sobrenatural que los conduce a la fe plena en Cristo Resucitado.

En el Salmo responsorial 117 recordamos: «Este es el día en el que actuó el Señor». Es el día en el Señor manifestó su poder venciendo a la muerte y por eso también estamos alegres. En su discurso en la casa de Cornelio, Pedro proclama la misión encomendada: anunciar y predicar la Resurrección de Jesucristo. Los apóstoles son los testigos que han visto al Resucitado, han comido y bebido con Él (Primera Lectura). San Pablo en su carta a los Colosenses, subraya la vocación de todo cristiano: «aspirad las cosas de arriba». El cristiano es aquel que ha muerto con Cristo y ha resucitado con Él a una vida nueva (Segunda Lectura).

 «Se han llevado del sepulcro al Señor...»

El Evangelio de hoy nos presenta a María Magdalena, que había estado al pie de la cruz, yendo al sepulcro de Jesús muy de madrugada, el primer día de la semana. Ella había visto crucificar a Jesús, lo había visto morir, había visto retirar su cuerpo de la cruz, había ayudado a prestarle los cuidados que se daba a los difun¬tos «conforme a la costum¬bre judía de sepultar» (Jn 19,40). Todo esto ocurrió el viernes. El sábado, el séptimo día de la semana, era día de estricto reposo: tam¬bién en este día reposó Jesús en el sepulcro. Pero al alba del primer día de la semana, el domingo, apenas se pudo, se dirige María Magdale¬na junto con «las mujeres que habían venido con Él desde Galilea» (Lc 23,55) al sepulcro.

Esta premura de la Magdalena es expre¬sión del amor intenso que nutría por su Señor. Pero a la distancia ve el sepulcro abier¬to. Lo primero que piensa es que alguien ha profanado la tumba del Señor. Y es por eso que va inmediatamente dónde Simón Pedro ya que teme lo peor y, lamentablemente, el testimonio de una mujer no tenía mucho valor en la cultura judía de esa época. Entonces, corre donde Simón Pedro y el discípulo amado y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Esta noticia fue suficiente para que Pedro y el otro discípulo corrieran a verificar lo ocurrido. No era ésta una «buena noticia» cómo será la que les dará más tarde después que ella vio a Jesús vivo: «Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: ‘He visto al Señor’» (Jn 20,18).

 «Salieron corriendo Pedro y el otro discípulo…»

Lo que sigue es el relato de un testigo presencial y por eso tiene un peso enorme. Los que recibieron la noticia alarmante, como ya hemos mencionado, son Simón Pedro y «el otro discípulo a quién Jesús quería». «El otro discípulo (Juan) corrió por delan¬te, más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro». ¿Qué vieron Pedro y el discípulo amado en el sepulcro? Vieron los signos evidentes de que el cuerpo de Jesús, dondequiera que se encontrara, no estaba más entre los lienzos mortuorios. En efecto, «ve los lienzos que yacen puestos, y el sudario que cubrió su cabeza, no puesto con los lienzos, sino como permaneciendo enrollado en el mismo lugar». En primer lugar, Juan, desde afuera, «ve que yacen puestos los lienzos». Pedro, una vez que «entra» en el sepulcro, ya no ve sólo que yacen puestos los lienzos y «contempla» todo el conjunto y ve los lienzos (la sábana que envolvió el cuerpo, las vendas que lo sujetaban y el sudario que cubrió la cabeza) que «yacen puestos» en idéntico lugar y posición en que habían sido dejados el viernes por la tarde. Inmediatamente Juan hace lo mismo.

Pero llama inmediatamente la atención que no dice nada acerca de lo más impor¬tante. ¿Qué pasó con el cuerpo del amado Jesús? ¿Por qué no dicen «se han lleva¬do del sepulcro al Señor»? El discí-pulo amado comuni¬ca entonces su propia experiencia con dos importantes palabras: «Vio y creyó». De esta expresión podría parecer que la verdad que captó su inteli¬gencia es proporcional a lo que vio empíri¬camente, como ocurre con las verdades naturales y cientí¬ficas. No es así, porque en ese caso habría dicho: «Vio y verificó», o bien: «Vio y comprobó». Dice: «Vio y cre¬yó», porque la verdad que le fue dado captar es infinitamente superior a los lienzos colocados en la misma posición que los dejo el viernes de la Pasión. Lo explica él mismo cuando dice que: «Hasta entonces no habían comprendido que Jesús había de resuci¬tar de entre los muertos». Entonces por primera vez se pronuncia la frase «resucitar de entre los muertos» aplicada a Jesús. Esta es la certeza que se abrió camino en la mente del discípulo amado. Creyó que, si Jesús no estaba en el sepulcro, era porque había resucitado; creyó sin haberlo visto. Viendo los lienzos – algo sensible – se abrió a la fe sobrenatural. Por eso a este discípulo se aplica la bienaventuranza que Jesús dice a Tomás: «Bienaventurados los que no han visto y han creído» (Jn 20,29). Es como si felicitara directamente al discípulo amado que ahora cree sin haber visto.

 La Resurrección de Jesús

Ninguna experiencia visible puede ser suficiente para explicar la resurrección de Cristo. Ésta, no obstante darse en un tiempo y espacio histórico, permanece siendo un misterio de la fe. La fe es un don sobrenatural que consiste en apoyar toda la existencia en una verdad que ha sido revelada por Dios. De este tipo es la verdad que proclama y celebra hoy el mundo cristiano, a saber, la resurrección de Cristo de entre los muertos. Los apóstoles vieron a Cristo resucitado y afirman: «Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse... a noso¬tros que comimos y bebimos con Él después que resucitó de entre los muertos» (Hechos 10,40-41). Por tanto, la resurrec¬ción de Jesucristo es un hecho histórico comprobado por testigos oculares, pero permanece un hecho trascendente que sobrepasa la historia. La resurrección de Cristo consistió en recobrar una vida superior a esta vida nuestra terrena. Así existe Cristo hoy como verdadero Dios y verdadero Hombre, sentado a la derecha del Padre con su cuerpo glorioso, y así se nos da como alimento de vida eterna en la Eucaristía. Esta es una verdad de fe que va más allá de la visión de su cuerpo resu¬citado

 «Nosotros somos testigos de todo lo que hizo»

El discurso kerigmático que Pedro realiza en la casa del centurión romano Cornelio que luego bautizará después de una clara intervención del Espíritu Santo, constituye un momento crucial en el cumplimiento del mandato universal de la Iglesia. «Nosotros somos testigos de todo lo que hizo...» dice Pedro en su discurso dejando por sentado la plena historicidad de la muerte y resurrección de Jesucristo. Es lo mismo que nos dice San Lucas cuando fundamenta sus fuentes: «tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra» (Lc 1,2). La conversión de este «temeroso de Dios[1]» se destaca repetidas veces en los Hechos de los Apóstoles (Hch 11,1-8; 15,7.14). Las visiones simultáneas tanto de Cornelio como de Pedro y los fenómenos pentecostales que la acompañaran; hicieron de manifiesto que Dios había quitado la pared divisoria entre gentiles y judíos (ver Ef 2,14 -16). La conversión de Cornelio asentó el precedente para resolver la complicada cuestión de la relación entre judíos y gentiles que quedará aclarada en el Concilio de Jerusalén (ver Hech 15,7-11).

 «Aspirad las cosas de arriba...»

En este de la carta a los Colosenses (3,1-4); San Pablo coloca como punto de partida y base de la vida cristiana la unión con Cristo resucitado. Éste nos hace morir al pecado y renacer a una vida nueva, que tendrá su manifestación gloriosa cuando traspasemos los umbrales de esta vida mortal (1Jn 3,1-2). Destinados a vivir resucitados con Cristo en la gloria, nuestra vida tiene que tender hacia él. Ello implica despojarnos del hombre viejo por una conversión así conformarnos cada día más con Jesucristo por la fe y el amor. Tenemos que vivir con los pies bien en la tierra, pero con la mente y el corazón en el cielo donde están los bienes definitivos y eternos.

 Una palabra del Santo Padre:

«Después de la escucha de la Palabra de Dios, de este paso del Evangelio, me nace decir tres cosas.

Primero: el anuncio. Ahí hay un anuncio: el Señor ha resucitado. Este anuncio que desde los primeros tiempos de los cristianos iba de boca en boca; era el saludo: el Señor ha resucitado. Y las mujeres, que fueron a ungir el cuerpo del Señor, se encontraron frente a una sorpresa. La sorpresa... Los anuncios de Dios son siempre sorpresas, porque nuestro Dios es el Dios de las sorpresas. Y así desde el inicio de la historia de la salvación, desde nuestro padre Abraham, Dios te sorprende: «Pero ve, ve, deja, vete de tu tierra». Y siempre hay una sorpresa detrás de la otra. Dios no sabe hacer un anuncio sin sorprendernos. Y la sorpresa es lo que te conmueve el corazón, lo que te toca precisamente allí, donde tú no lo esperas. Para decirlo un poco con un lenguaje de los jóvenes: la sorpresa es un golpe bajo; tú no te lo esperas. Y Él va y te conmueve. Primero: el anuncio hecho sorpresa.

Segundo: la prisa. Las mujeres corren, van deprisa a decir: «¡Pero hemos encontrado esto!». Las sorpresas de Dios nos ponen en camino, inmediatamente, sin esperar. Y así corren para ver. Y Pedro y Juan corren. Los pastores la noche de Navidad corren: «Vamos a Belén a ver lo que nos han dicho los ángeles». Y la Samaritana, corre para decir a su gente: «Esta es una novedad: he encontrado a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho». Y la gente sabía las cosas que ella había hecho. Y aquella gente, corre, deja lo que está haciendo, también la ama de casa deja las patatas en la cazuela —las encontrará quemadas— pero lo importante es ir, correr, para ver esa sorpresa, ese anuncio. También hoy sucede.

En nuestros barrios, en los pueblos cuando sucede algo extraordinario, la gente corre a ver. Ir deprisa. Andrés no perdió tiempo y fue deprisa donde Pedro a decirle: «Hemos encontrado al Mesías». Las sorpresas, las buenas noticias, se dan siempre así: deprisa. En el Evangelio hay uno que se toma un poco de tiempo; no quiere arriesgar. Pero el Señor es bueno, lo espera con amor, es Tomás. «Yo creeré cuando vea las llagas», dice. También el Señor tiene paciencia para aquellos que no van tan deprisa.

El anuncio-sorpresa, la respuesta deprisa y lo tercero que yo quisiera decir hoy es una pregunta: «¿Y yo qué? ¿Tengo el corazón abierto a las sorpresas de Dios? ¿Soy capaz de ir deprisa, o siempre con esa cantilena, “veré mañana, mañana”? ¿Qué me dice a mí la sorpresa?». Juan y Pedro fueron deprisa al sepulcro. De Juan el Evangelio nos dice: «Creed». También Pedro: «Creed», pero a su modo, con la fe un poco mezclada con el remordimiento de haber negado al Señor. El anuncio causó sorpresa, la carrera/ir deprisa y la pregunta: ¿Y yo hoy en esta Pascua de 2018 qué hago? ¿Tú, qué haces?».

Papa Francisco. Homilía Domingo de Pascua. 1 de abril de 2018


 Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana.

1. Estamos llamados a ser criaturas nuevas en el Señor Resucitado y a «buscar las cosas de arriba»: lo antiguo ya ha pasado. Hagamos algunas resoluciones para vivir una «vida nueva» en Jesús Resucitado.

2. Vivamos con María la verdadera alegría que nace de un corazón reconciliado. Busquemos rezar en familia el santo rosario.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 647 - 655. 1166-1167.




[1] Las expresiones de «temeroso de Dios», como es llamado Cornelio (ver Hch 10,2); designa a los que simpatizan con el Judaísmo sin llegar a integrarse en el pueblo judío por la circuncisión.


Texto facilitado JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACION NOCTURNA en TOLEDO

sábado, 11 de abril de 2020

Domingo de Resurrección: Jn 20, 1-9




Evangelio significa Buena Noticia. Hoy se nos da la mejor de las noticias: Cristo ha resucitado. Si Cristo no hubiera resucitado nuestra fe sería vana, descansaría en el vacío y en la muerte. Pero Cristo resucitó y nuestra fe se acrecienta en la esperanza de que nosotros también un día podemos resucitar y entrar en la vida definitiva. Proclamar la Resurrección es anunciar que la muerte está vencida, que la muerte no es el final.

Nadie fue testigo del momento de la resurrección del Señor, porque no fue un hecho físico y sensible como el de levantarse del sepulcro para vivir la vida de antes. Fue un hecho estrictamente sobrenatural. Los apóstoles no vieron el hecho transformante, pero fueron testigos de los efectos: Vieron a Jesús, le palparon, y este acontecimiento les trasformó totalmente la vida. Hay personas que quizá piensen que la resurrección de Jesús fue como un revivir, como fue lo de Lázaro, la hija de Jairo o el joven de Naín. En ese caso después tendría que volver a morir. Lo de Jesús fue un paso adelante hacia otra vida superior, hacia una vida para siempre, una vida que será para nosotros.

Hoy lo primero que se nos pide es un acto de fe: creemos que Cristo resucitó, que vive entre nosotros. Cristo resucitó y por lo tanto vive para nosotros y en nosotros. La Resurrección del Señor no es un acto que pasó. Es actual, porque vive y lo debemos sentir que está con nosotros. La Resurrección nos revela que Dios no nos abandona, sino que está con nosotros en nuestro caminar de la vida. Por eso es un día de acción de gracias y de alegría. La alegría es un fruto del Espíritu Santo. No debemos ahogarla aunque hayamos sufrido con Cristo clavado en la cruz el Viernes Santo. Precisamente a aquellos que más unidos estuvieron con el dolor de Jesús en su muerte, en el día de su resurrección Jesús les quiere dar una mayor alegría. Sentir la alegría de Cristo resucitado sería una gracia que debemos pedir a Dios vivamente en este día.

El evangelio de este domingo nos cuenta cómo María Magdalena, al ver el sepulcro vacío, va a contárselo a los apóstoles. Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, marchan a toda prisa al sepulcro. Los dos ven lo mismo: que el cuerpo del Maestro no está, que las vendas y ropa están bien colocadas, cosa que no harían unos ladrones, y el que más ama cree. La fe verdadera es una mezcla de razones y de amor. En este día se nos dan razones para creer, sobre todo por el testimonio de los apóstoles y otras personas, que sintieron transformada su vida y con su predicación comenzaron a transformar al mundo. Así nuestra vida de cristianos tiene que ser también un testimonio de que Cristo vive entre nosotros. Y esto será verdad, si nuestra vida es una vida de seres resucitados o vivificados por el impulso de Jesucristo.

Como al discípulo amado también nuestro amor debe llevarnos a la fe. La alegría de la Pascua madura sólo en el terreno de un amor fiel. También nuestro apostolado será más eficaz, si vivimos como personas resucitadas con Cristo. Hoy san Pablo nos dice en la segunda lectura que, si hemos resucitado con Cristo, debemos aspirar a los bienes de arriba. Es lo mismo que cuando pedimos que “venga su Reino”. En primer lugar ese reino pedimos que venga sobre nosotros y también sobre los demás.

Cuando comenzaron a predicar los apóstoles, como se dice en la primera lectura, el principal mensaje era la Resurrección de Jesús: que El vive. Esta es nuestra gran persuasión. Por eso se enciende el cirio pascual en la liturgia: para recordarnos que Cristo está vivo entre nosotros. En verdad, como decía san Pablo, si Cristo no hubiera resucitado seríamos “los más miserables de los hombres”. Es el día de reavivar el compromiso bautismal para estar más unidos a Cristo, como se hacía anoche en la Vigilia. Hoy saludamos con alegría a la Virgen María, que fue la que más se alegró en ese día. Y la pedimos que nos ayude a que vivamos en nuestro corazón el misterio de esta alegría, para que podamos dar testimonio en nuestro trabajo de cada día del amor y la esperanza que Cristo resucitado nos da en nuestro caminar.

Anónimo

jueves, 9 de abril de 2020

SANTO TRIDUO PASCUAL


Con la Misa de la Cena del Señor nos introducimos en el santo Triduo pascual. Durante las siguientes horas, la liturgia de la Iglesia nos invita a vivir junto a Cristo sus últimos momentos en la tierra.
El primer día del Triduo lo constituye el jueves-viernes santo, puesto que cuanto vamos a vivir en el cenáculo es anticipo de cuanto acontece en el Calvario. Tomad y comed... es el Cuerpo clavado en el madero. Y de este Cuerpo atravesado brota la sangre por la vida del mundo: Tomad y bebed...
El segundo día es el Sábado santo, en que la Iglesia experimenta la soledad con la viva esperanza de ver cumplida la palabra de su Maestro: Al tercer día resucitaré. Popularmente la Iglesia se une al dolor y a la soledad del Corazón de la Madre afligida.
Y el tercer y último día es el Domingo de Pascua, cuyo inicio encontramos en la gran Vigilia pascual. Cristo es el Eterno Viviente que ha vencido al pecado y a la muerte por la fuerza de su amor.


JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR

El Señor nos sienta a su mesa en la misma tarde en que reunió a los Doce para ofrecerles el doble regalo de la Eucaristía y el Sacerdocio, mostrándoles así el modo de ejercer la Caridad.
La celebración, como cualquier otro día, consta de dos grandes mesas, la de la Palabra y la eucarística. Ambas se prolongarán en esta ocasión; la primera, en el gesto del lavatorio de los pies, la segunda, en el traslado de la reserva para su adoración.
Como ya hemos señalado jueves-viernes forman una unidad indivisible. Aquel que parte el pan y ofrece la copa, anticipa en este gesto, sencillo y sublime, el signo de la Cruz.
Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en él está nuestra salvación, vida y resurrección, por él hemos sido salvados y liberados.
Jesús es el Cordero que ha sido degollado. Él ha ocupado el lugar de los hijos, librándonos del pecado y de la muerte eterna. Su propia sangre ha alejado de nosotros la muerte oscura.

VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Participamos hoy en una liturgia del todo singular. Su sobriedad nos hace vivir el acontecimiento de la cruz.
El altar y la cruz adquieren un relieve singular en este día. Ambos son lugar de la entrega de Cristo. Ante su sacrificio, el sacerdote se postra rostro en tierra reconociendo su propia indignidad y pecado; asimismo el del pueblo que le ha sido confiado y que ha de cargar sobre sus hombros de buen pastor. Es un gesto de humildad. Postración de todo el cuerpo sobre el humus, sobre la tierra, porque polvo somos y al polvo retornaremos.
Pero este gesto no es exclusivo del sacerdote; es un gesto de todo el pueblo de Dios, de la asamblea celebrante. De ahí que se invite a que todos se pongan de rodillas, postura también de humildad y de reconocimiento de la divinidad. Así todo bautizado expresa su propia indignidad y desobediencia ante Aquel que es dador de gracias y Cordero inocente.
El hilo conductor del salmo 50 puede guiar la plegaria.

SÁBADO SANTO

¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida, porque Dios se durmió en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo (Homilía antigua sobre el grande y santo Sábado. Anónimo).
El silencio es la oportunidad que Dios nos ofrece para entrar en su Misterio de bondad. El silencio es más importante que cualquier otra obra humana; manifiesta a Dios. El silencio es liturgia, porque es presencia del Dios que transforma el interior de aquellos que se abren con humildad a este que es su lenguaje. Pudiera parecer que el Sábado santo es un día anodino, sin embargo, es cuando el Espíritu Santo dispone a su Iglesia para realizar en su entraña algo nuevo, la Pascua de su Señor, la renovación de su ser hijos en el Hijo (cf. Ef 1,4). Qué importante es dejarse envolver en este silencio de Dios; qué importante es comenzar a hablar este lenguaje.
Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso a los infiernos, y esperando su resurrección en oración y ayuno.
Estas son las tres claves del día: acompañar a Cristo en el sepulcro, meditando -como sabiamente nos enseña la piedad popular- junto a la soledad de María los misterios de la entrega de su Hijo Jesús en la esperanza profunda de su Corazón doloroso, sabedor de que su Hijo cumplirá la promesa de resucitar al tercer día (cf. Mt 17, 23).
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Sobre DIOS Y EL CORONAVIRUS. (Para un cristiano sencillo)


En estos días leo a veces comentarios sobre Dios y esta pandemia universal. Y muchos piensan en que Dios, siendo todopoderoso e infinitamente bueno, no compagina con lo que nos sucede. Yo creo que dan explicaciones a medias. Sobre todo, no completan con lo que es Dios y sus planes. Me ha parecido dar unas notas, casi en plan de conversación, para cristianos SENCILLOS. Porque los hay demasiado entendidillos, aunque a veces se olviden de lo esencial. Son cosas muy sencillas, casi elementales de nuestra religión; pero que conviene recordar en momentos en que se ponen en duda algunos fundamentos claves. Procuraré decir lo esencial brevemente.

Dios es la perfección, junto con la simplicidad. Nadie le ha podido hacer. Por lo tanto, lo que tiene lo tiene por su esencia. No lo puede ni poner ni quitar. Así que dentro de la perfección: lo sabe todo, lo puede todo y es esencialmente BUENO. Esencialmente significa que no puede hacer nada malo. Y, como es bueno, pensó hacer unas personas que pudieran ser felices con Él: Hizo a los humanos. Y les dio algo muy bueno, pero que podía jugarnos “una mala pasada”: Fue la LIBERTAD. Esto fue para que pudiéramos gozar con Él. Porque para ser felices de verdad, nos debemos ganar esa felicidad. Porque si no, seríamos como robots o maniquíes. Es decir, debemos usar bien la libertad. Para ganar esa felicidad nos dio una prueba (¡qué bueno es Dios!). Esa prueba es ESTA VIDA temporal. Por lo tanto, esta vida es una prueba: Procuremos pasarla y aprobarla. Para eso hay que usar bien la libertad.

Y aquí empiezan los grandes problemas: Unos (muchos) se creen que esta vida temporal es la definitiva; y por lo tanto cuanto más se viva, mucho mejor. Pero no es así. Muchos santos murieron de jóvenes y están felices en el cielo. Otros ni siquiera casi vivieron, como “los santos inocentes”, que no vivieron por la maldad humana de otros; pero están felices con Dios. Y así otros inocentes están felices con Dios.

El gran problema es que muchos, por el mal uso de la libertad, no podrán llegar a la felicidad plena, aunque les parezca que lo pasan muy bien unos cuantos años aquí. Y como Dios sigue siendo bueno y nos quiere tanto, tuvo compasión de nosotros y el mismo Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre y vivió con nosotros y sufrió lo indecible, como vemos al meditar la Pasión de Jesús. Todo porque nos quiere, para reparar los pecados, y así poder tener nosotros una mayor facilidad para evitar el castigo eterno merecido, y poder más fácilmente obtener el perdón de Dios.

Por esa bondad, Dios está siempre dispuesto a la misericordia y al perdón. Dios nunca castiga en esta vida, lo dijo claramente Jesús, sino que espera con misericordia a quien esté usando mal la libertad. Sobre esto habría que hablar largamente, porque no es lo mismo castigar que corregir. Dios tiene paciencia hasta que nos llegue la muerte. ¡Ay de aquel a quien le sorprenda la muerte siendo enemigo de Dios! El mismo se apartará de la felicidad para siempre.

¿Cuándo nos llegará la muerte? Claramente Jesús nos dijo que no lo sabemos; pero nos debemos disponer a ello: Puede ser de mayores, de jóvenes… Lo principal que debemos hacer es prepararnos para la vida definitiva. Para ello usemos bien la libertad. En el camino encontraremos dificultades de todo tipo: Una de estas (llamémoslo dificultades, aunque son a medias en cuanto al camino hacia Dios) es el coronavirus.
Dios, lo mismo que nos deja libres a nosotros, para que podamos hacer el bien o el mal, ha dejado libre a la naturaleza. Ella es imperfecta, para que nos pueda servir de prueba. Si fuese perfecta, sería el cielo que ya llegará. El problema es que parece ser que Dios hizo la naturaleza un poco (o bastante) mejor de lo que está ¡Qué culpa tendrá Dios de que se vaya destruyendo la naturaleza, si tantas veces es culpa del mal uso de nuestra libertad! Pero el hecho es que debemos ir consiguiendo la vida feliz futura en medio de la naturaleza que vamos encontrando.

Ahora bien, mientras estamos aquí, usar bien de la libertad es buscar el bien de todos. Para ello debemos mejorar la naturaleza, debemos hacer felices a los demás; también a los que sólo piensan en los bienes materiales. Y, cuando se ha revuelto parte grande de la naturaleza, como en esto del coronavirus, nuestra obligación es trabajar lo que podamos para “vencerlo”. Y Dios está muy contento con todos los esfuerzos que se están haciendo.

Pero ¿Por qué no actúa Dios con un milagro…? Para Él sería muy fácil; pero no lo suele hacer sólo para mejorar lo material, ya que no nos ayudaría, en la mayoría de los casos, para el asunto principal, que es conseguir la vida eterna feliz con el buen uso de nuestra libertad. Desgraciadamente muchos, si se termina fácilmente la pandemia, se entregarían sin duda a mayores vicios. Mientras no entendamos y tengamos la convicción de que esta vida es una prueba y que nos debemos preparar para la definitiva, que será la verdadera felicidad, como Dios quiere, estaremos perdidos.

En realidad, esto último es lo principal que quería exponer, porque muchos cristianos, que hablan sobre el asunto, parece que piensan que sólo vale ganar esta vida y que Dios es un ser lejano a quien hay que despertarle. Silverio Velasco.

viernes, 3 de abril de 2020

Domingo de Ramos. Ciclo A: Mt 21, 1-11. Misa: Mt 26,14 – 27,66



La liturgia de este día tiene dos partes bien diferenciadas. La primera es la bendición y procesión de ramos y la segunda, que es la Eucaristía, tiene como tono especial la lectura de la Pasión de Jesús. La ceremonia en torno a los ramos nos recuerda el triunfo de Jesús, que es como un anuncio del triunfo final de la resurrección. Para llegar a ese triunfo final, Jesús pasará por la Pasión y muerte en cruz. Es como una consecuencia de todo su obrar en la vida; pero al final, por medio de la resurrección, Dios toma posición en su favor e iluminará todo el dolor y la cruz.

La ciudad de Jerusalén estaba ya envuelta en aires de fiesta: se acercaba la Pascua y multitudes de gentes de la nación y de otros lugares iban llegando. Estas reuniones pascuales acrecentaban las expectativas sobre el Mesías, aunque para casi todos eran expectativas de libertad material, ya que se sentían oprimidos por el poder de los romanos. Para algunos discípulos, especialmente para Judas, podía ser la ocasión de la coronación de Jesús-rey en Jerusalén como descendiente del rey David. Quizá Jesús se dejó llevar al principio por el entusiasmo de otros, entendiendo que era la ocasión para manifestar con más vigor el advenimiento del verdadero Reino de Dios. Y montado en un asno, triunfante y sencillo a la vez, se dejó llevar hacia la capital, al tiempo que la gente daba vítores de alabanza a Dios.

La liturgia no es sólo un recuerdo. Nosotros con la procesión de los ramos en verdad acompañamos a Cristo que entra triunfante en nuestras iglesias. Y como aquel día, Jesús contempla a los que están allí y a los que están lejos de la procesión. Allí veía en primer lugar un pueblo bueno, peregrinos que salen a su encuentro, deseosos del bien y de la paz, gente que aclama al Señor. Así hay muchas personas buenas que van a la procesión y con los ramos quieren simbolizar sus deseos de paz y de acoger a Jesús en sus vidas. Pero Jesús veía a otros, que estaban allí por intereses mezquinos. Sigue viendo hoy a muchos cristianos, que quizá van a la procesión por costumbre, porque parece bien; pero viven en pecado y lo peor es que no piensan salir del pecado. Otros ni siquiera iban a aquella procesión y con envidia lo criticaban y esperaban a Jesús para acabar con El. Hoy también sigue habiendo muchos que tergiversan su mensaje, que hacen maquinaciones hipócritas contra la religión, o que quieren dominar la religión con dinero, como los jefes del templo en tiempos de Jesús.

En la Eucaristía de este día se lee la Pasión de Jesús. En este año según san Mateo. Este evangelista, que escribe especialmente para los judíos, pretende sobre todo demostrar que Jesús es el verdadero Mesías anunciado por las Escrituras. Un ejemplo es la profecía de que sería vendido por treinta monedas, el valor de un esclavo. Entre los protagonistas, por la parte negativa, está Judas. Jesús no es que buscó la muerte, sino que la aceptó. Y uno de los mayores culpables fue Judas. Quizá por su deseo de grandeza se siente fracasado y desilusionado con Jesús, y quiere hacer daño a quien le ha hecho fracasar. Siempre estaba dispuesto a criticar y le supo mal que el Maestro le delatase delante de todos, cuando lo de María, la hermana de Lázaro y el ungüento. Además, era ladrón y se dejó llevar por la avaricia. No ha comprendido a Jesús. Esto nos puede hacer mucho que pensar porque un pequeño vicio, si no lo atajamos a tiempo, nos puede llevar al abismo de un gran vicio y aun de todas las maldades.

Otro de los culpables fue Pilatos. Es el hombre que quiere dejar contentos a todos. Y esto es muy difícil o imposible. En realidad, sólo le interesaba su cargo y su prestigio. Hoy hay muchos pilatos. Hay muchos que, por no querer renunciar a su vida dominada por el materialismo, se tragan todas las leyes morales. En estos días Jesús quiere triunfar en nuestro corazón. La Pasión nos enseña que la vida es un camino hacia la cruz a partir de una vida de entrega a Dios y a los hermanos.

Anónimo

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Ciclo A – 5 de abril de 2020 «¡Hosanna al Hijo de David!»


Procesión de los ramos

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (21, 1-11): Bendito el que viene en nombre del Señor.

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles: -«Id a la aldea de enfrente, encontraréis en seguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto.» Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: «Decid a la hija de Sión: "Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila".»
Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: -«¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!»
Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: -«¿Quién es éste?»
La gente que venía con él decía: -«Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea.»


En el templo

Lectura del Profeta Isaías (50, 4-7): No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado.

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados.
El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.
El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Salmo 21,8-9.17-18a.19-20.23-24: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? R./

Al verme, se burlan de mí, // hacen visajes, menean la cabeza: // «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; // que lo libre, si tanto lo quiere.» R./

Me acorrala una jauría de mastines, // me cerca una banda de malhechores; // me taladran las manos y los pies, // puedo contar mis huesos. R./

Se reparten mi ropa, // echan a suertes mi túnica. // Pero tú, Señor, no te quedes lejos; // fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R./

Contaré tu fama a mis hermanos, // en medio de la asamblea te alabaré. // Fieles del Señor, alabadlo; // linaje de Jacob, glorificadlo; // temedlo, linaje de Israel. R./

Lectura de la carta de San Pablo a los Filipenses (2, 6-11): Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo.

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.


Formato breve del Santo Evangelio de la Pasión del Señor:
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (26,14-27,66): Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

¿Eres tú el rey de los judíos?

Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús respondió: «Tú lo dices.» Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada.
Entonces Pilato le preguntó: «¿No oyes cuántos cargos presentan contra fi?»
Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato: «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías? » Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: «No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.» Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó: «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?» Ellos dijeron: «A Barrabás.»
Pilato les preguntó: «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?» Contestaron todos: «Que lo crucifiquen.» Pilato insistió: «Pues, ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban más fuerte: «¡Que lo crucifiquen!»
Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo: «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!» Y el pueblo entero contestó: «¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

¡Salve, rey de los judíos!

Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!» Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

Crucificaron con él a dos bandidos

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz

Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza: «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»
Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo: «A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?»
Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

Elí, Elí, lamá sabaktaní

Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: -«Elí, Elí, lamá sabaktaní.» (Es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron: «A Elías llama éste.»
Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.» Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios.»


 Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

Dolor, sufrimiento y aclamación de un pueblo; hacen parte de las lecturas de este domingo de Ramos. Como que la Iglesia nos quiere llevar de la mano por situaciones nada fáciles de explicar: las contradicciones de la vida. Eso es lo que vivimos en esta situación extrema y delicada a nivel mundial. Y es justamente el camino que será necesario recorrer para que Jesús pueda abrir esa piedra que sellará su sepulcro.

La lectura del profeta Isaías nos presenta la figura del «siervo sufriente» que es capaz de darse por entero para salvar a los otros. Por otro lado, el himno de la carta a los Filipenses resalta la humildad y la obediencia filial, hasta la muerte en Cruz, de nuestro Señor Jesucristo. El relato de San Mateo muestra a un Jesús que no es reconocido como «el Mesías » por el pueblo y por sus autoridades y es conducido a la muerte. Sin embargo, serán el centurión y la tropa que lo custodiaba que, espantados, proclaman a viva voz: «Realmente éste era Hijo de Dios» (Mt 27,55).

 «He aquí que tu Rey viene montado en una asna»

El pasaje de la entrada mesiánica de Jesús en la «ciudad santa» se inicia con el extraño pedido de Jesús que hace a dos de sus discípulos. Jesús considera importante entrar en la ciudad, no a pie, como era lo usual, sino montado en un asno . Jesús había previsto incluso cualquier dificultad que hubieran podido encontrar sus enviados: «Si alguien os dice algo, diréis: ‘El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá’». ¿Por qué interesaba a Jesús entrar a Jerusalén montado en esa cabalgadura? Porque quiere realizar un gesto claro para que los judíos sepan quién Él es; es decir, el Cristo - el Mesías - el Hijo de David, sobre el cual Dios había prometido: «Yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre y él será para mí hijo» (2S 7,13-14). Este gesto, tan elocuente para los judíos, se refiere a ese personaje que había de venir, que el profeta Zacarías había ya anunciado 500 años antes: «Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asno y en un pollino, hijo de animal de yugo» (Za 9,9).

En un ambiente fuertemente cargado de la esperanza mesiánica, el gesto de Jesús fue captado inmediatamente. El evangelista lo hace notar con estos signos de entusiasmo: «La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino». Pero, sobre todo, sabemos lo que piensan por sus aclamaciones: «La gente que iba delante y detrás de él gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!». Y cuando Jesús entra en Jerusalén, toda la ciudad está ya conmovida. Esta es la segunda vez que toda Jerusalén se conmueve por causa de Jesús. La primera vez tuvo lugar muchos años antes, cuando llegaron a ella unos magos de oriente preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?» (Mt 2,2). Ahora se conmueve porque Jesús entra en la cabalgadura real y es aclamado por la multitud que lo acompaña como «Hijo de David», que equivale a decir «Rey de los judíos». Al ver ese cortejo triunfal preguntaban: «¿Quién es éste?». Pero la respuesta que da la gente es insuficiente: «Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea».

 «¡Hosanna al hijo de David!»

No era la primera vez que la gente reconocía en Cristo al rey esperado. Ya había sucedido después de la multiplica¬ción milagrosa del pan, cuando la multi¬tud quería aclamarlo triunfalmente. Pe¬ro Jesús sabía que su reino no era de es¬te mundo; por eso se había alejado de ese entusiasmo. También Pedro lo reconoció como el Cristo y el Hijo de Dios, pero Jesús «mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo» (Mt 16,20).

Entonces Jesús estaba todavía en Galilea y tenía que comenzar a instruir a sus discípulos sobre su destino de muerte y resurrección que iba a verificarse en Jerusalén. Tenían que hacer comprender a sus discípulos que su muerte no obedecería a causas ordinarias, sino a un designio redentor; que su muerte sería un sacrificio que Él libremente ofrecería a Dios por la salvación del mundo. Les decía: «El Hijo del hombre ha venido a servir y a dar su vida en rescate por la multitud» (Mt 20,28). Ahora, que está entrando a Jerusalén y se encamina a su muerte, quiere que todos sepan que Él es el Cristo. Durante el juicio ante el Sanedrín que lo iba a sentenciar a muerte, Jesús escuchó en silencio todas las acusaciones; pero cuando el Sumo Sacerdote lo interpeló directamente: «Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios», Jesús rompió su silencio y respondió: «Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y venir sobre las nubes del cielo» (Mt 26,63-64). Esta declaración provocó la sentencia del tribunal judío: «Es reo de muerte» (Mt 26,66).

 El valor de las profecías

En Jesús se cumplen y llegan a su plenitud todas las profecías del Antiguo Testamento. Esta plenitud permaneció velada tanto a «la muchedumbre de los discípulos» que a lo largo del ca¬mino hacia Jerusalén cantaban «Hosanna», alabando «a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto» (Lc 19,37), como a los Doce más cercanos a Él. A estos últimos, el amor por Cristo no les permi¬tía admitir un final doloroso; recordemos cómo en una ocasión dijo Pedro acalorado: «Esto no te sucederá jamás» (Mt 16,22).Y ya sabemos la respuesta fuerte y directa de Jesús ante estas palabras (ver Mt 16,23).

Para Jesús, en cambio, las palabras de los Profetas son claras hasta el fin, y se le revelan con toda la plenitud de su verdad; y Él mismo se abre ante esta verdad con toda la profundidad de su espíritu. Las acepta totalmente. No reduce nada. En las palabras de los Profetas encuentra el significado justo de la vocación del Mesías: de su propia vocación. Encuentra en ellas la voluntad del Padre. «El Señor Dios me ha abierto los oídos, y yo no me resisto, no me echo atrás» (Is 50,5).De este modo leemos como la lectura del profeta Isaías contiene ya en sí la dimensión plena de la Pasión: la dimensión de la Pascua. «He dado mis espaldas a los que me herían, mis mejillas a los que me arrancaban la barba. Y no escondí mi rostro ante las injurias y los salivazos» (Is 50,6). También leemos en el salmo responsorial la impresionante descripción que luego será realidad: «Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza... me tala¬dran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica» (Sal 22[21], 8.17 19).

 «Y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz »

El himno de la carta a los Filipenses, escrito desde la prisión de Roma entre los años 61 a 63, posee un inestimable valor teo¬lógico ya que presenta una suerte de síntesis completa de la Semana Santa, desde el Domingo de Ramos, pasando por el Viernes Santo, hasta el Domingo de Resurrección. Las palabras de la car-ta a los Filipenses nos acompañarán durante todo el Triduo Santo. Ya desde la entrada mesiánica y triunfal a Jerusalén, Jesucristo es «obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,8). Entre la voluntad del Padre, que lo ha enviado, y la voluntad del Hijo hay una profunda unión plena de amor.

Jesucristo, que es de naturaleza divina y humana, se despoja a Sí mismo y toma la condición de siervo, humillándose a Sí mismo (ver Flp 2,6 8). Y permanece en este abajamiento, de su divinidad y de su humani-dad, a lo largo de estos terribles días. El Hijo del hombre va hacia los acontecimientos que se cumplirán, cuando su abajamiento, expoliación, aniquilamiento revistan precisas for¬mas externas: recibirá salivazos, será flagelado, insultado, escarnecido, re¬chazado por el propio pueblo, condenado a muerte, crucificado; hasta que pronuncie el último «todo está cumplido», entregando su espíritu en las manos de su Padre Amoroso.

 Una palabra del Santo Padre:

«Jesús entra en la ciudad rodeado de su pueblo, rodeado por cantos y gritos de algarabía. Podemos imaginar que es la voz del hijo perdonado, la del leproso sanado o el balar de la oveja perdida, que resuenan a la vez con fuerza en ese ingreso. Es el canto del publicano y del impuro; es el grito del que vivía en los márgenes de la ciudad. Es el grito de hombres y mujeres que lo han seguido porque experimentaron su compasión ante su dolor y su miseria… Es el canto y la alegría espontánea de tantos postergados que tocados por Jesús pueden gritar: «Bendito el que llega en nombre del Señor». ¿Cómo no alabar a Aquel que les había devuelto la dignidad y la esperanza? Es la alegría de tantos pecadores perdonados que volvieron a confiar y a esperar. Y estos gritan. Se alegran. Es la alegría.

Esta alegría y alabanza resulta incómoda y se transforma en sinrazón escandalosa para aquellos que se consideran a sí mismos justos y «fieles» a la ley y a los preceptos rituales. Alegría insoportable para quienes han bloqueado la sensibilidad ante el dolor, el sufrimiento y la miseria. Muchos de estos piensan: «¡Mira que pueblo más maleducado!». Alegría intolerable para quienes perdieron la memoria y se olvidaron de tantas oportunidades recibidas. ¡Qué difícil es comprender la alegría y la fiesta de la misericordia de Dios para quien quiere justificarse a sí mismo y acomodarse! ¡Qué difícil es poder compartir esta alegría para quienes solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros!

Y así nace el grito del que no le tiembla la voz para gritar: «¡Crucifícalo!». No es un grito espontáneo, sino el grito armado, producido, que se forma con el desprestigio, la calumnia, cuando se levanta falso testimonio. Es el grito que nace cuando se pasa del hecho a lo que se cuenta, nace de lo que se cuenta. Es la voz de quien manipula la realidad y crea un relato a su conveniencia y no tiene problema en «manchar» a otros para salirse con la suya. Esto es un falso relato. El grito del que no tiene problema en buscar los medios para hacerse más fuerte y silenciar las voces disonantes. Es el grito que nace de «trucar» la realidad y pintarla de manera tal que termina desfigurando el rostro de Jesús y lo convierte en un «malhechor». Es la voz del que quiere defender la propia posición desacreditando especialmente a quien no puede defenderse. Es el grito fabricado por la «tramoya» de la autosuficiencia, el orgullo y la soberbia que afirma sin problemas: «Crucifícalo, crucifícalo».

Y así se termina silenciando la fiesta del pueblo, derribando la esperanza, matando los sueños, suprimiendo la alegría; así se termina blindando el corazón, enfriando la caridad. Es el grito del «sálvate a ti mismo» que quiere adormecer la solidaridad, apagar los ideales, insensibilizar la mirada… el grito que quiere borrar la compasión, ese «padecer con», la compasión, que es la debilidad de Dios».

(Papa Francisco. Celebración del Domingo de Ramos y de la Pasión de Cristo. Domingo 25 de marzo de 2018.)




 Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.

1. ¿De qué manera concreta voy a buscar vivir mi Semana Santa? Será muy difícil en los momentos de Corona Virus, en qué vivimos; pero ¿qué medios puedo colocar para que mi familia y yo nos acerquemos más al Señor Jesús en estos días?

2. Hagamos un verdadero esfuerzo para vivir estos días cerca del corazón de la Madre. No seamos indiferentes al dolor de María que nos enseña a vivir el verdadero horizonte de esperanza en medio del sufrimiento.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 557- 623.




texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACCION NOCTURNA ESPAÑOLA