viernes, 31 de diciembre de 2021
6 de Enero. EPIFANIA DEL SEÑOR.
Epifanía significa manifestación de Dios. Dios se revela a todos: ricos y pobres, poderosos y humildes, judíos y no judíos. Después de nacer se manifestó a los pastores, pero luego se manifestó a los magos de oriente. Hoy también quiere manifestarse a todos. Veamos las enseñanzas que el suceso de los magos nos da para que Dios se manifieste en nosotros y a través de nosotros en otros muchos.
1- “Ven la estrella”: En realidad hay muchas estrellas. Unos las ven y otros no. Estas estrellas pueden ser nuestros familiares y amigos. Especialmente es la Iglesia en general con los responsables y con todos los que quieren ser fieles al Señor. Nosotros podemos y debemos ser estrellas para otros muchos: con nuestras palabras y consejos; pero sobre todo con nuestro buen ejemplo de vida.
2- “Se ponen en camino”: No basta ver la estrella. Hay que actuar. No basta saber el camino. Hay que ponerse a caminar. Y esto aunque no sepamos el camino exacto, como les pasaba a los magos. Dejémonos conducir por las enseñanzas de la Iglesia.
3- “La estrella desapareció”: No todo es fácil en el camino hacia Dios. Hay momentos difíciles, que pueden llegar a ser como “noches oscuras”. Dios siempre está con nosotros, nunca nos abandona. Debemos seguir teniendo esperanza.
4- “Y preguntaron”: Para responder está la Iglesia y especialmente los sacerdotes. Hay que ser valientes y consultar. Puede ser una catequista que nos oriente en la fe. Lo importante es consultar, ya que Dios verá en ello un deseo del bien. Aunque se pregunte a una persona equivocada, como hicieron los magos que fueron a Herodes para consultar. Pero Dios se valió del malo para darles una buena respuesta.
5- “Apareció de nuevo la estrella”: Dios parece que se esconde. Si todo fuese muy fácil no tendríamos mérito. Pero Dios siempre termina por consolar a aquel que sinceramente le busca de corazón.
6- “Y encontraron a Jesús”: Jesús debe ser el final de toda nuestra búsqueda espiritual. Nosotros no vamos tras de unas ideas o filosofías; Vamos tras de una persona que es Dios que se hizo hombre por nuestro amor. Y nuestra tranquilidad es que le podemos encontrar. Está sobre todo en la Eucaristía. Está también en los sencillos, en los pobres, en su Palabra, en el amor fraternal.
7- “Y le ofrecieron sus dones”: ¿Qué le ofreceremos nosotros? Lo mejor que le podemos ofrecer es nuestro corazón; pero, juntamente con él, también le ofrezcamos nuestro trabajo apostólico, de modo que podamos hacer que al menos alguien se acerque un poco más al Señor. Si queremos simbolizar los dones de los magos, podemos ofrecerle el oro de nuestro amor como la mejor ofrenda a Dios, el incienso, que es nuestra constante oración que se eleva al cielo, y la mirra, que es la aceptación paciente de los trabajos, sufrimientos y dificultades de nuestra vida.
8- “Y se volvieron por otro camino”: Quien encuentra verdaderamente a Jesús no puede seguir el camino anterior. Debe comenzar a vivir por otro camino, el camino de la justicia, de la paz, del amor.
Quizá la intención principal de san Mateo, cuando contaba el suceso de los magos, era exponer, como luego lo hizo a través de todo el evangelio, que el mensaje de Jesús es universal, que no es sólo para una raza o una nación, sino para todo el mundo. Por eso al recordar este suceso, la Iglesia nos estimula a trabajar por la evangelización de todas las gentes. Este es un día misionero por excelencia, porque Jesús no sólo se manifestaba a los judíos, sino desde el principio nos enseñó que había venido para salvar a todos los pueblos.
*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Jueves, 30 de Diciembre de 2021
El Espíritu Santo es luz. Eso significa muchas cosas:
La luz del sol hace posible la vida. Si el sol se apagara, la vida desaparecería en esta tierra. Por eso, la luz también simboliza la vida, y el Espíritu Santo es una fuente permanente de vida. Habitando en lo más íntimo de cada cosa, la hace existir con su poder. Pero de un modo especial, el Espíritu Santo es vida para nuestra intimidad, porque Él es amor, y sin el amor no hay vida que valga la pena.
La luz también es necesaria para caminar, para ver el camino, para saber a dónde vamos. Si alguna vez hemos hecho la experiencia de caminar a oscuras, perdidos y desorientados, sabemos lo que significa la luz. Y cuando aparece una pequeña claridad que nos orienta, la amamos y la agradecemos. El Espíritu Santo es luz. Él nos hace descubrir por dónde tenemos que caminar y hacia dónde tenemos que ir. Cuando lo invocamos con sinceridad, Él nos ilumina para tomar las decisiones correctas.
La luz también nos permite ver las cosas, descubrir sus colores, su belleza. Cuando dejamos que el Espíritu Santo ilumine cada cosa, podemos ver su hermosura y disfrutarlas mucho más.
Demos gracias al Espíritu Santo porque Él derrama su luz en nuestra vida.
Amén.
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``LA COMUNIDAD EN LAS REDES SOCIALES HOY```
_Domingo II después de Navidad (Jn 1,18)_
*Y tu... ¿Recibes a Jesús?*
Comentamos este pasaje del Evangelio de hoy: "La Palabra es la Luz verdadera que ilumina a todo hombre... vino a los suyos y los suyos no la recibieron". Ya al nacer Jesús no fue bien recibido; recordemos que a José y a María a punto de dar a luz, se les cerraron todas las puertas en Belén. Al fin encontraron una posada pero como nos dice Lucas: "no había lugar para ellos..." (Lc 2,7). Probablemente el posadero hubiese encontrado un lugar si se tratase de gente importante... además eso de hospedar una mujer a punto de dar a luz no le traería más que problemas así que muy educadamente les cerraron también la puerta. Jesús fue mal recibido al nacer y peor aún a lo largo de los tres años que anunció el Evangelio del Camino, la Verdad y la Vida en Israel. Recordemos lo que nos dice Juan ante el impacto que causó en Jerusalén la resurrección de Lázaro: "Muchos magistrados creyeron en Jesús pero no lo confesaban... porque prefirieron la gloria de los hombres a la Gloria de Dios" (Jn 12,42-43). Una pregunta: ¿Hay lugar en tu corazón para el Evangelio de Jesús ?... o también molesta...
_P. Antonio Pavía_
_comunidadmariamadreapostoles.com_
jueves, 30 de diciembre de 2021
Santa María Madre de Dios «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios»
Lectura del libro de los Números (6, 22-27): Invocarán mi nombre sobre los israelitas y los bendeciré.
El Señor habló a Moisés: «Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con que bendeciréis a los hijos de Israel:
“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz.”
Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré».
Salmo 66,2-3.5.6.8: El Señor tenga piedad y nos bendiga. R. /
El Señor tenga piedad nos bendiga, // ilumine su rostro sobre nosotros; // conozca la tierra tus caminos, // todos los pueblos tu salvación. R. /
Que canten de alegría las naciones, // porque riges el mundo con justicia, // riges los pueblos con rectitud // y gobiernas las naciones de la tierra. R. /
Oh Dios, que te alaben los pueblos, // que todos los pueblos te alaben. // Que Dios nos bendiga; que le teman // hasta los confines del orbe. R. /
Lectura de San Pablo a los Gálatas (4, 4-7): Dios envió a su Hijo nacido de una mujer.
Hermanos: Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial.
Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡”Abba”, Padre!».
Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (2, 16-21): Encontraron a María y a José y al niño. A los ocho días le pusieron por nombre Jesús.
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacía Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto; conforme a lo que se les había dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
En el día primero de enero, octava de la Na¬vidad, la liturgia nos propone para nuestra con¬templación la celebración más antigua de la Vir¬gen en la Iglesia Romana. La reforma litúrgica del Vaticano II ha recuperado esta fiesta de María, Madre de Dios, sin por ello olvidar ni el comien¬zo del año, ni la circuncisión de Jesús, ni la im¬posición del nombre de Jesús al Niño nacido en Belén.
Por esto la Primera Lectura, tomada del li¬bro de los Números , nos habla de la importancia de invocar el nombre de Dios para alcanzar de Él bendiciones. Con lo cual nos recuerda que es importante comenzar el año nuevo invocando el nombre de Jesús y de esa manera podamos en¬trar con confianza a recorrer el año recién abier¬to a nuestras ilusiones y a nuestros temores.
En este día tan lleno de interrogantes la Igle¬sia gusta además de poner a todos los fieles ba¬jo la protección de nuestra Madre María, y por ello ruega a Dios: «Concédenos experimentar la interce¬sión de Aquélla, de quien hemos reci¬bido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida» (Oración de Colecta) En la Segunda Lectura recordamos las pala¬bras de San Pablo claras e impresionantes: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer». Y el Evangelio nos presenta el reconocimiento por parte de humildes pastores, del hecho más extraordinario de la humanidad: «Dios con nosotros». María, por su parte, meditaba todo «cuidadosamente» en su corazón.
«Yahveh te muestre su rostro y te conceda la paz»
El cuarto libro del Pentateuco (el libro de los Números) se titula también «En el desierto» siendo éste un título más descriptivo ya que la narración recoge la peregrinación de los israelíes por el desierto del Sinaí hasta las puertas de Jerusalén. Los cuarenta años justos y el perfecto itinerario de 40 nombres (ver Nm 33) no disimula las quejas y el descontento del pueblo. El libro refleja bien como ésta fue una etapa a la deriva, sin mapas ni urgencia. Los israelitas se rebelaron contra Dios y contra Moisés, su caudillo. Aunque desobedecían, Dios seguía cuidando a su pueblo.
En el texto referido tenemos la fórmula clásica de la bendición litúrgica del Antiguo Testamento (ver Ecle 50,22). Bendecir era un oficio propio de los sacerdotes, aunque también el rey podía bendecir (ver 2Sam 6,18) así como los levitas (ver Dt 10,8). Su lenguaje se asemeja mucho al utilizado en los Salmos. La referencia al «rostro iluminado» es una expresión del favor de Dios: «Si el rostro del rey se ilumina, hay vida; su favor es como nube de lluvia tardía»(Pr 16,15).La triple invocación del nombre de «Yahveh», sobre los israelitas hace eficaz la bendición de Dios (ver Jr 15,16) vislumbrándose, desde una lectura cristiana, una íntima relación con Dios Uno y Trino.
Tiempo de Navidad
Ya ha pasado el tiempo del Adviento con el cual dimos inicio a un nuevo año litúrgico, preparándonos para recibir al Señor que nace entre nosotros, ya ha pasado la gran fiesta de la Navi¬dad, hoy día concluye la Octava de Navidad. Es el momento de recapacitar y recoger los frutos. Es el momento de preguntarnos qué huella profunda dejó en noso¬tros todo este tiempo. ¿Significó algo para nosotros?
Para muchos fue entrar en un período de agitación y de sometimiento a las estrictas normas del consumismo en que estamos sumidos, sin dejarles un instan¬te de tranquilidad para refle¬xionar sobre el sentido de lo que celebraba nuestra fe cristiana. Es el caso de los propie¬ta¬rios y depen¬dientes del comercio establecido y no esta¬ble¬cido cuya preocupación principal era vender cada vez más y muchas horas del día; era intensa la agitación que se observaba en las calles y la carrera a la compra de rega¬los. Todo eso ya pasó, pero ¿qué sentido tuvo? Ahora se hace el balance de las ventas y se expresa satisfacción porque superaron las de años anterio¬res. ¡Qué éxito! ¡Se cumplieron los objeti¬vos! ¿Pero es éste el objetivo de la fiesta de Navidad? ¿No es esto más bien falsear su objetivo?
Todavía es tiempo de rescatar su auténtico sentido. La fiesta de Navidad es tan importante que la Iglesia la celebra durante ocho días; es como un solo largo día. Y concluye con la fiesta del 1º de enero, solemnidad de la Maternidad divina de María. Al concluir la Octava de Navidad ojala pudiéramos tener la actitud de los pastores que, después de ver al niño recostado en un pesebre, «se retira¬ron glorificando y alabando a Dios, por todo lo que habían oído y visto».
Ésta es la misma actitud del coro celeste que se les había presenta¬do: «Una multitud del coro celestial alababa a Dios di¬ciendo: 'Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor'». El nacimiento del Hijo de Dios en la tierra es motivo de alabanza y gloria a Dios de parte de los ángeles, de los hombres y de toda la creación. Si alguién cree haber vivido el verdadero sentido de la Navidad, examine su corazón para ver si surge en él la alabanza a Dios «por todo lo visto y oído».
Santa María, Madre de Dios
La fiesta de hoy tiene tres aspectos que no pueden pasar inadvertidos. El primero se refiere al tiempo: nadie puede ignorar el hecho de que hoy hemos comenzado un nuevo año. El recuento de los años nos permite ubicar los hechos de la historia en una línea y así poder¬ ordenarlos en el tiempo y en su relación de unos con otros. Pero ¿por qué a este año damos precisamente el número 2018? Se estima que el hombre tiene alrededor de 3 millones de años sobre la tierra. La pregunta obvia es: ¿2018 años en relación a qué? Nos responde San Pablo: «Cuando llegó la plenitud del tiempo envió Dios a su Hijo nacido de mujer » (Gal 4,4). Es decir, 2018 años de una nueva cuali¬dad de tiempo; 2018 desde el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros y de su presencia en la histo¬ria humana. Es la «plenitud del tiempo». Poner este hecho entre paréntesis es lo mismo que evadirse de la realidad.
El segundo aspecto está dicho en esas mismas palabras de San Pablo que hemos citado: envió Dios a su Hijo «naci¬do de mujer». El uso normal era identificar a alguien por el padre: «Nacido de José o de Juan o de Zebedeo, etc.». Aquí, en cambio, al comienzo de este tiempo de plenitud se encuentra una mujer, de la cual debía nacer el Hijo de Dios. Por eso es conveniente que el primer día de cada año, cuando se recuerda el evento fundamental, se celebre a la Virgen María como Madre de Dios. María que, como criatura, es ante todo discípula de Cristo y redimida por Él, al mismo tiempo fue elegida como Madre suya para formar su humanidad.
Así, en la relación entre María y Jesús se realiza de modo ejemplar el sentido profundo de la Navidad: Dios se hizo como nosotros, para que nosotros, de algún modo, llegáramos a ser como él. Esto es lo primero que vieron los pastores cuando corrieron a verificar el signo dado por el ángel: «Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre». Al comenzar este año, ante todos los eventos que en él ocurran, el Evangelio nos invita a tener la actitud reverente y silenciosa de la Madre de Dios: «María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón».
Por último, el primero de cada año la Iglesia celebra la Jornada mundial de la paz. Hemos dicho que alguien puede verificar su vivencia de la Navidad por el deseo de alabar y glorificar a Dios que brota espontáneo de su corazón. Pero a la gloria de Dios en el cielo corresponde la «paz en la tierra a los hombres que ama el Señor». La paz, en sentido bíblico, es el bien mayor que se puede desear a alguien. La persona posee la paz cuando está bien en todo sentido, en particular cuando goza de la gracia de Dios.
En este primer día del año queremos que la gracia del Señor se derrame en abundancia a «todos los hombres de buena voluntad» de acuerdo a la antigua bendición de Moisés: «Que el Señor te bendiga y te guarde; que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,26).Esta paz fue dada al mundo con el nacimiento de Cristo. Y en esto consistió su misión en la tierra, tal como él mismo lo declara antes de abandonarla: «La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 14,17).
Una palabra del Santo Padre:
«Celebrar la maternidad de María como Madre de Dios y madre nuestra, al comenzar un nuevo año, significa recordar una certeza que acompañará nuestros días: somos un pueblo con Madre, no somos huérfanos.
Las madres son el antídoto más fuerte ante nuestras tendencias individualistas y egoístas, ante nuestros encierros y apatías. Una sociedad sin madres no sería solamente una sociedad fría sino una sociedad que ha perdido el corazón, que ha perdido el «sabor a hogar». Una sociedad sin madres sería una sociedad sin piedad que ha dejado lugar sólo al cálculo y a la especulación. Porque las madres, incluso en los peores momentos, saben dar testimonio de la ternura, de la entrega incondicional, de la fuerza de la esperanza. He aprendido mucho de esas madres que teniendo a sus hijos presos, o postrados en la cama de un hospital, o sometidos por la esclavitud de la droga, con frio o calor, lluvia o sequía, no se dan por vencidas y siguen peleando para darles a ellos lo mejor. O esas madres que en los campos de refugiados, o incluso en medio de la guerra, logran abrazar y sostener sin desfallecer el sufrimiento de sus hijos. Madres que dejan literalmente la vida para que ninguno de sus hijos se pierda. Donde está la madre hay unidad, hay pertenencia, pertenencia de hijos.
Comenzar el año haciendo memoria de la bondad de Dios en el rostro maternal de María, en el rostro maternal de la Iglesia, en los rostros de nuestras madres, nos protege de la corrosiva enfermedad de «la orfandad espiritual», esa orfandad que vive el alma cuando se siente sin madre y le falta la ternura de Dios. Esa orfandad que vivimos cuando se nos va apagando el sentido de pertenencia a una familia, a un pueblo, a una tierra, a nuestro Dios. Esa orfandad que gana espacio en el corazón narcisista que sólo sabe mirarse a sí mismo y a los propios intereses y que crece cuando nos olvidamos que la vida ha sido un regalo —que se la debemos a otros— y que estamos invitados a compartirla en esta casa común.
Tal orfandad autorreferencial fue la que llevó a Caín a decir: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9), como afirmando: él no me pertenece, no lo reconozco. Tal actitud de orfandad espiritual es un cáncer que silenciosamente corroe y degrada el alma. Y así nos vamos degradando ya que, entonces, nadie nos pertenece y no pertenecemos a nadie: degrado la tierra, porque no me pertenece, degrado a los otros, porque no me pertenecen, degrado a Dios porque no le pertenezco, y finalmente termina degradándonos a nosotros mismos porque nos olvidamos quiénes somos, qué «apellido» divino tenemos. La pérdida de los lazos que nos unen, típica de nuestra cultura fragmentada y dividida, hace que crezca ese sentimiento de orfandad y, por tanto, de gran vacío y soledad. La falta de contacto físico (y no virtual) va cauterizando nuestros corazones (cf. Carta enc. Laudato si’, 49) haciéndolos perder la capacidad de la ternura y del asombro, de la piedad y de la compasión. La orfandad espiritual nos hace perder la memoria de lo que significa ser hijos, ser nietos, ser padres, ser abuelos, ser amigos, ser creyentes. Nos hace perder la memoria del valor del juego, del canto, de la risa, del descanso, de la gratuidad.
Celebrar la fiesta de la Santa Madre de Dios nos vuelve a dibujar en el rostro la sonrisa de sentirnos pueblo, de sentir que nos pertenecemos; de saber que solamente dentro de una comunidad, de una familia, las personas podemos encontrar «el clima», «el calor» que nos permita aprender a crecer humanamente y no como meros objetos invitados a «consumir y ser consumidos». Celebrar la fiesta de la Santa Madre de Dios nos recuerda que no somos mercancía intercambiable o terminales receptoras de información. Somos hijos, somos familia, somos Pueblo de Dios».
Papa Francisco. Homilía en la Solemnidad de Santa María Madre de Dios. 1 de enero de 2017
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. San Juan Pablo II colocaba en su libro «Memoria e Identidad» la memorable frase de San Pablo: «No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien» (Rm 12,21) y nos decía como «el mal es siempre ausencia de un bien que un determinado ser debería tener, es una carencia». Esforcémonos y hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para poder vivir cotidianamente a lo largo del año este programa de vida. Hagamos el bien ante el mal que muchas veces nos rodea.
2. Un año nuevo siempre es un tiempo lleno de esperanza y de renovación. Agradezcamos al Señor por todos los dones del año que pasó y ofrezcámosle nuestros mejores esfuerzos para vivir más cerca de Dios y de nuestros hermanos. ¿Cuáles van a ser nuestras resoluciones para el 2006? ¿Cuáles van a ser nuestros objetivos? ¿Qué debo de cambiar? ¿Qué voy a mejorar?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 464-469. 495.
Texto facilitado, JUAN R. PULIDO, presidente de Adoración Nocturna en TOLEDO
2º domingo del tiempo de Navidad: Jn 1, 1-18
Hoy se pone a nuestra consideración el principio del cuarto evangelio, el de san Juan. Es un comienzo muy diferente al de los otros evangelistas. Hoy san Juan nos habla del nacimiento de Jesús; pero de forma diferente. No cuenta los hechos según la historia: no hay niño ni madre, ni pastores ni cántico de ángeles; pero sí habla de luz que ilumina las tinieblas y de gloria de Dios que podemos contemplar, y sobre todo de la Palabra, que se hace carne, de Dios que pone su tienda entre nosotros, del Señor que es aceptado por unos y rechazado por otros.
San Juan comienza desde el misterio de Dios y cómo desde siempre existía la “Palabra”. Este vocablo “palabra” o “verbo” recuerda a la “sabiduría”, de la cual habla ya el Antiguo Testamento, “que jugaba con Dios”. ¡Qué difícil es expresar con palabras materiales el misterio de Dios y lo que es espíritu! También sería difícil entender lo de “Hijo de Dios”, pues en lo material un hijo siempre es menor que el padre. Para que comprendamos un poco, distinguimos entre el pensamiento y su expresión, entre una palabra cuando la pensamos y cuando la pronunciamos. Esta es la semejanza que hoy usa el evangelio. Esta “Palabra”, que es Dios mismo, estaba desde siempre en Dios; pero un día fue pronunciada, y lo importantísimo es que esa “Palabra”, que es Dios mismo, vino a nosotros y se hizo de nuestra propia naturaleza, “se hizo carne”.
A veces se traduce: “Y se hizo hombre”. Y está bien, porque en nuestra lengua la carne es sólo una parte del ser humano; pero en la lengua hebrea no era así, sino que “carne” era la expresión de toda la verdadera naturaleza humana; sobre todo en el sentido de debilidad. Dios se hizo en verdad un ser humano con todas sus debilidades. Lo único que no podía tener era el pecado. Por eso era la luz que brilla en medio de las tinieblas. Si se piensa profundamente, nos puede parecer demasiado hermoso para ser cierto. Pero esto es lo que proclama nuestra fe y hoy de una manera especial: Que Dios no es como muchos creían un Dios lejano, al que no se le podía llegar, sino que está tan cerca que ha venido a habitar entre nosotros. Quizá el evangelista, cuando decía estas expresiones, estaba pensando en algunos herejes que decían que Jesús, Palabra de Dios, era sólo una apariencia, una sombra o un fantasma. Pero nos dice que Jesús, que es Dios, es un ser humano verdadero. Todos le pueden ver y tocar.
Otra de las falsedades que quería delatar el evangelista era el de algunos discípulos de Juan Bautista, que todavía seguían diciendo que el Bautista era superior a Jesús. Hoy se nos muestra a Jesús como luz que ilumina a todos, también al mismo Bautista, porque es Dios mismo. Así también la Iglesia, el papa, los obispos y sacerdotes son sólo precursores o intermediarios. Son como “la voz” de la Palabra. Nuestra finalidad es acoger a Jesús y recibirle plenamente para que nos ilumine a todos.
Y “acampó” entre nosotros. Acampar no es lo mismo que instalarse, residir o asentarse, sino es vivir nuestra propia vida de “peregrinos hacia la casa de Dios”, es vivir nuestra misma pobreza y debilidad. Y lo terrible, pero grandioso, es que nos deja en total libertad para aceptarle o no aceptarle. El evangelista dice que “vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron”. A veces pensamos en la posada y las casas de Belén; pero tiene un sentido más profundo y más amplio, que nos toca también a nosotros, si le cerramos la puerta de nuestro corazón. A veces somos demasiado orgullosos para ver a Dios: No queremos recibir a Aquel que viene a su propiedad, porque tendríamos que transformarnos de modo que sea Él el verdadero dueño de nuestro ser.
Pero alegrémonos, porque, si le recibimos, nos da su gracia y nos hace hijos de Dios. Jesús es Dios que sale al encuentro del ser humano, para que nosotros podamos ir a su encuentro. Creer es ver a Dios, y ver a Jesús es “ver al Padre”. Por esta fe, que es entrega a su amor, nos transformamos y vivimos como hijos de Dios. ¡Que de su plenitud recibamos la gracia y la verdad y el amor!
Presbitero Dc. Silverio
domingo, 26 de diciembre de 2021
El agua apaga el fuego, pero el viento lo aviva. ¿Por qué al Espíritu Santo se lo asocia con el fuego, el agua y el viento al mismo tiempo?
El Espíritu Santo es fuego espiritual, porque, cuando se lo permitimos, él quema nuestros males y los reduce a cenizas. Destruye el pecado, el egoísmo, la vanidad, la tristeza.
Pero luego viene como viento, arrastrando esas basuras y cenizas que quedan todavía en el alma.
Y finalmente se derrama como lluvia, que termina de limpiar toda impureza. A veces es agua que cae suavemente; otras veces es un torrente lleno de ímpetu y furor, que arrasa lo malo con toda su potencia de santidad.
Nosotros a veces le exigimos al Espíritu Santo que venga a nuestra vida de determinada manera. Quisiéramos que cayera siempre como lluvia mansa, o preferiríamos siempre el calor del fuego, o desearíamos una brisa suave. Pero él viene siempre de distinto modo, viene como a él le parece. En realidad, viene como más lo necesitamos, aunque a veces no podamos comprenderlo, aunque nos resulte incómodo.
Pero es mejor dejarlo actuar como él quiera, ya que él sabe mejor que nadie lo que realmente nos hace falta para seguir creciendo.
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cinco minutos del espiritu santo
El agua apaga el fuego, pero el viento lo aviva. ¿Por qué al Espíritu Santo se lo asocia con el fuego, el agua y el viento al mismo tiempo?
El Espíritu Santo es fuego espiritual, porque, cuando se lo permitimos, él quema nuestros males y los reduce a cenizas. Destruye el pecado, el egoísmo, la vanidad, la tristeza.
Pero luego viene como viento, arrastrando esas basuras y cenizas que quedan todavía en el alma.
Y finalmente se derrama como lluvia, que termina de limpiar toda impureza. A veces es agua que cae suavemente; otras veces es un torrente lleno de ímpetu y furor, que arrasa lo malo con toda su potencia de santidad.
Nosotros a veces le exigimos al Espíritu Santo que venga a nuestra vida de determinada manera. Quisiéramos que cayera siempre como lluvia mansa, o preferiríamos siempre el calor del fuego, o desearíamos una brisa suave. Pero él viene siempre de distinto modo, viene como a él le parece. En realidad, viene como más lo necesitamos, aunque a veces no podamos comprenderlo, aunque nos resulte incómodo.
Pero es mejor dejarlo actuar como él quiera, ya que él sabe mejor que nadie lo que realmente nos hace falta para seguir creciendo.
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Domingo Octava de Navidad. La Sagrada Familia: Jesús, María y José. Ciclo C «Todos los que le oían quedaban asombrados»
Lectura del libro del Eclesiástico (3,2-6. 12-14): Quien teme al Señor honrará a sus padres.
El Señor honra más al padre que a los hijos y afirma el derecho de la madre sobre ellos.
Quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros. Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado. Quien respeta a su padre tendrá larga vida, y quien honra a su madre obedece al Señor.
Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y durante su vida no le causes tristeza. Aunque pierda el juicio, sé indul-gente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor. Porque la compasión hacia el padre no será olvi-dada y te servirá para reparar tus pecados.
Salmo 127,1-2.3.4-5: ¡Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos! R. /
¡Dichoso el que teme al Señor // y sigue sus caminos! // Comerás el fruto de tu trabajo, // serás dichoso, te irá bien. R. /
Tu mujer, como parra fecunda, // en medio de tu casa; // tus hijos, como renuevos de olivo, // alrededor de tu mesa. R. /
Esta es la bendición del hombre // que teme al Señor. // Que el Señor te bendiga desde Sión, // que veas la prosperidad de Jerusalén, // todos los días de tu vida. R. /
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (3,12-21): La vida de familia en el Señor.
Hermanos: Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad humildad, mansedumbre y paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.
Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo.
Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (2, 41-52): Los padres de Jesús lo encontraron en medio de los maestros.
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.
Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que se enteraran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la carava-na, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te bus-cábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todas esto en su corazón.
Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura, y en gracia ante Dios y ante los hombres.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
San Juan Pablo II decía proféticamente: «¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia! Es indispensa-ble y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia». Sin duda una de las instituciones naturales que más está siendo atacada por los embates de la llamada «cultura del descarte» es la familia. La Iglesia ha querido entre la celebración del nacimiento de Jesús y la Maternidad Divina de María; reservar una fiesta para volver los ojos a Jesús, María y José pero no a cada uno por separado sino unidos en una Santa Familia. La vinculación y las relaciones que existen entre ellos es la de una familia normal.
Y es éste el mensaje central de este Domingo: rescatar el valor insustituible de la familia centrada en el sa-cramento del matrimonio. El entender que Dios mismo se ha educado en la escuela más bella que el ser hu-mano tiene para crecer y fortalecerse y así llenarse de sabiduría y gracia: la familia. Él mismo ha querido vivir esta experiencia familiar y nos ha dejado así un hermoso legado.
Es por eso que todas las lecturas están centradas en la familia. El libro del Eclesiástico nos trae consejos muy prácticos y claros sobre los deberes entre los padres y los hijos siendo las relaciones mutuas e interde-pendientes. San Pablo en su carta a los Colosenses, nos habla de las exigencias del amor en el seno familiar: perdonarse y aceptarse mutuamente como lo hizo Jesucristo. Finalmente, en el Evangelio de San Lucas va-mos a leer el pasaje de Jesús en el Templo de Jerusalén. Jesús, una tierna criatura, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Pero además veremos cómo, poco a poco Santa María va siendo educada en pedagogía divina del dolor-alegría.
La Sagrada Familia
La fiesta de la Sagrada Familia se trata de una fiesta bastante reciente. La devoción a la Sagrada Familia de Jesús, María y José tuvo un fuerte florecimiento en Canadá y fue muy favorecida por el Papa León XIII. Desde 1893 se permitía celebrar la Fiesta en diversas diócesis en el tercer Domingo después de la Epifanía del Señor.
Fue finalmente introducida en el Calendario litúrgico en el año de 1921 y su ubicación en este momento cer-cano a la Navidad es recién del año 1969 y obedece a la necesidad de vincularla más al misterio de la Navi-dad. Ante esta situación, la Iglesia nos recuerda que el Hijo de Dios se encarnó y nació en el seno de una fami-lia, para enseñarnos que la familia es la institución dispuesta por Dios para la venida a este mundo de todo ser humano.
Para el pueblo de Israel era claro que la salvación del ser humano no podía suceder sino por una interven-ción de Dios mismo en la historia humana. Tenía que ser una intervención de igual magnitud que la creación o mayor aún. Por eso tenía que ser Dios mismo quien interviniese. Pero sólo Dios sabía que esto ocurriría por la Encarna¬ción de su Hijo único, el cual asumiendo la natura¬leza humana «pasa¬ría por uno de tan¬tos» (Flp 2,7). Pero esto no podía ocurrir sino en el seno de una familia. Cuando Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María ella no era una mujer sola, sino una mujer casada con José. Jesús nació entonces en una familia. Si esta circunstancia no hubiera sido decisiva para nuestra salvación el Evangelio de Lucas y el de Mateo no la habrían destacado. El Hijo de Dios no sólo asumió y redimió a todo ser humano, sino también la institución necesaria para el desarrollo armónico de todo ser humano: la familia. ¡No puede quedar más realzada la importancia de la familia!
En este día tenemos que considerar a Jesús en su condi¬ción de hijo de María y de José; a la Virgen María en su condición de madre y esposa; y a San José en su condi¬ción de padre y jefe del hogar. La familia de Na-za¬ret es la escuela de todas las virtudes humanas. Allí res¬plandece el amor, la piedad, la generosidad, la abne-ga¬ción de sí mismo y la atención al otro, la senci¬llez, la pureza; en una palabra, la santidad. ¿Qué es lo que tie-ne de particu¬lar esta familia? ¿Qué es lo más notable en ella? En ella está excluido todo egoísmo. Cada uno de sus miembros tiene mayor interés por los otros que por sí mismo.
Sin duda podemos afirmar que viven las virtudes que leemos en la Carta a los Colosenses: «misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente». Esta debe de ser la «hoja de ruta» que han de seguir las familias hoy en día. Son muchas las familias que se sepa-ran porque cada uno quiere hacer «su propia vida», porque cada uno busca su propio interés.
«Todos que lo oían estaban estupefactos»
Jesús de Nazaret es el mismo Verbo de Dios que “acampa” entre nosotros. Y Él, Creador del cielo y de la tierra, pudo prescindir de todos los bienes de esta tierra y de los honores de los hombres; pero no pudo prescin-dir de una familia. Por eso, Él no sólo nace de María Virgen, sino de María unida en matrimonio con José, de manera que al Hijo de Dios hecho hombre se le ofreciera el ambiente humano en el que debe venir a este mundo todo hombre: la familia. Por eso la Iglesia ha establecido que el Domingo que cae dentro de la Octava de Navidad, que es como un gran día de Navi¬dad que dura ocho días, se celebre la solemnidad de la Sagrada Familia. Y el Evange¬lio de este Domingo nos pre¬senta un episodio de la infan¬cia de Jesús en que actúan todos los miembros de esa fami¬lia. Se trata de la pérdida de Jesús en el templo cuando él tenía doce años.
La ley de Israel pedía que los muchachos judíos que hubieran llegado a la edad de la pubertad fueran a Je-rusalén tres veces al año (ver Ex 23,14-17). Jesús tiene ya doce años, y aunque los rabinos no consideraban obligatoria esta ley hasta los trece, muchos padres llevaban a sus hijos antes de esa edad. Por lo que leemos que «sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua», podemos afirmar que Jesús, antes de comenzar su ministerio público, ya tenía familiaridad con Jerusalén y sobre todo con el templo. La pascua era una de las fiestas más importantes, se celebraba el 14 de Nisán. Esa noche, la familia sacrificaba un corde-ro. Recordaba el primero de esos sacrificios que tuvo lugar exactamente antes que Dios librará a los israelitas de Egipto.
Al principio, la pascua se celebraba en los hogares, pero en los tiempos del Nuevo Testamento era ya la fiesta principal, con afluencia de «peregrinos», que se celebraba en Jerusalén, como leemos en la lectura. Cuando Jesús tuvo doce años, subie¬ron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasa¬dos los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Esto se explica porque las familias subían a la fiesta en caravanas y es posible que un niño estuviera a cargo de otros familiares. No lo encontra¬ron y debieron vol-ver a Jerusalén en su búsqueda. Al tercer día «lo encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándolos y preguntándoles; todos los que lo oían, estaban estupefactos por su inteli¬gencia y sus res-puestas». Este es el único episodio que conocemos de la niñez de Jesús. Y Él ya se presenta como un verda-dero maestro cuya enseñanza concentra la atención y la admiración de todos.
«¿Por qué nos has hecho esto?...»
Este es, sin duda, uno de aquellos pasajes que nos desconciertan un poco ya que no resulta «políticamente correcto» escuchar la repuesta de Jesús a la pregunta de su Madre. Su Madre expresa su preocupación y le dice: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angus¬tiados te andábamos buscando». Cuando María dice «tu padre» es obvio que se refiere a ¬San José. Sabemos que cuando le llegó el anuncio del ángel Gabriel, ella estaba desposada con «un hombre de la casa de David, llamado José». De manera que, cuando el ángel, refiriéndo¬se al niño que sería concebido en su seno, le dijo: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre», está afirmando que José sería el padre adoptivo del niño y que con María formarían una verdadera familia. Durante su ministe¬rio público, Jesús es llamado «hijo de David» por vía de José. Pero en la res¬puesta de Jesús aparece por primera vez de manera clara la con¬ciencia de su filia¬ción divina: «¿Por qué me busca-bais? ¿No sa¬bíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?». Este «mi Padre» debió sonar como un cam-panazo; se refiere a Dios y lo llama así. Jesús es hijo de David y es Hijo de Dios; es verdadero hombre y ver-dadero Dios.
María sabía perfectamente desde la anunciación, ocurrida doce años atrás (todas esas cosas ella las había conservado meditándolas en su cora¬zón), que el hijo de sus entrañas, no era hijo de José sino «Hijo del Altísi-mo», como le había dicho el ángel Gabriel: «Él será grande y será llamado Hijo del Altísi¬mo... el que ha de na-cer santo (sin intervención de varón) será llama¬do Hijo de Dios» (Lc 1,32.35). La pregun¬ta de María se explica porque ésta es la primera vez en que Jesús responde al llamado de su Padre, aunque deba por eso ser causa de angustia para sus padres de esta tierra. Así demues¬tra que él tiene perfecta conciencia de ser «el Hijo», y nos enseña que cuando se trata de la obediencia filial a su Padre, toda otra obediencia debe ceder. La obedien-cia de Jesús a sus padres terrenales es ejemplar; sólo la obediencia a Dios es superior.
Por eso, aunque es verdad que Él tiene que estar en la casa de su Padre, después de respon¬der a ese re-clamo, «bajó con ellos y vino a Naza¬ret, y vivía sujeto a ellos». Jesús conocía y observaba fielmente el man-damiento que ordena «honrar padre y madre», y al hombre que le pre¬gunta qué tiene que hacer para alcanzar la vida eterna, entre otros mandamientos, le dice: «Honra a tu padre y a tu madre» (Lc 18,20). Pero con su acti-tud nos enseña que el primero de los mandamientos es: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc 12,30).Cada cristiano también tiene a Dios como Padre y el Plan de Dios sobre nosotros debe prevalecer sobre toda otra considera¬ción.
Debemos resolver aún un problema. El Evangelio dice que ellos (María y José) no comprendieron la res-puesta que les dio. ¿Qué es lo que no comprendieron? Ya dijimos que la incomprensión no está en el hecho de que llame a Dios: «mi Padre», ni tampoco en que obedezca al llamado del Padre por encima de toda otra ob-servancia. Eso ellos lo com¬prendían. La observa¬ción de Lucas no tiene como objeti¬vo destacar algo negativo en María y José; es una adver¬tencia diri¬gida a los lectores para indicar la difi¬cultad de todos para compren¬der el misterio de la cruz.
El tema de la incompren¬sión reapa¬rece cada vez que se anuncia la Pasión y la Muerte de Jesús. La pregun-ta que Jesús hace a sus padres en el templo tiene el mismo sentido que la que hace a Pedro cuando con la espada quiere impedir su prendimiento: «Vuelve la espada a la vaina. El cáliz que me ha dado el Padre, ¿no lo voy a beber?» (Jn 18,11). María es la única que, con el tiempo, comprende perfectamente, porque ella «con-ser¬vaba cuidadosa¬mente todas las cosas en su corazón». Por eso, cuando al final del Evange¬lio, ante la tum-ba vacía de Jesús, se hace a las piadosas mujeres una pregunta similar: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (Lc 24,5), María no está allí. Ella ya comprende; ella no busca a su Hijo entre los muertos, porque sabe que está vivo.
Una palabra del Santo Padre:
«El mensaje que proviene de la Sagrada Familia es sobre todo un mensaje de fe. En la vida familiar de Ma-ría y José, Dios está verdaderamente al centro, y lo está en la persona de Jesús. Por esto la familia de Naza-ret es santa. ¿Por qué? Porque está centrada en Jesús. Cuando los padres y los hijos respiran juntos este clima de fe, poseen una energía que les permite afrontar pruebas también difíciles, como muestra la experien-cia de la Sagrada Familia, por ejemplo, en el evento dramático de la huida en Egipto: una dura prueba.
El Niño Jesús con su Madre María y con San José son un icono familiar sencillo pero sobre todo luminoso. La luz que irradia es luz de misericordia y de salvación para el mundo entero, luz de verdad para todo hombre, para la familia humana y para cada familia. Esta luz que viene de la Sagrada Familia nos anima a ofrecer calor humano en aquellas situaciones familiares en el cual, por diversos motivos, falta la paz, falta la armonía y falta el perdón. Que nuestra concreta solidaridad no disminuya especialmente en relación a las familias que están viviendo situaciones muy difíciles por las enfermedades, la falta de trabajo, las discriminaciones, la necesidad de emigrar… Y aquí nos detenemos un instante y en silencio rezamos por todas estas familias en dificultad, sean dificultades de enfermedad, de falta de trabajo, discriminaciones, necesidad de emigrar, sea necesidad de entenderse (porque a veces no se entiende) y también de desunión (porque a veces se está desunido). En silencio rezamos por todas estas familias.».
(Francisco. Ángelus 28 de diciembre de 2014.)
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. Conozcamos la apasionante historia del profeta Samuel leyendo 1Sam 1-15. 25, 1.
2. ¿Qué resoluciones concretas debo de realizar para que mi familia pueda ser un verdadero cenáculo de amor?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2201- 2233.
Texto facilitadp JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano ADORACION NOCTURNA ESPAÑO-LA
viernes, 24 de diciembre de 2021
Domingo de la Sagrada Familia C: Lc 2, 41-52
Todos los años, o en el domingo después de Navidad, o si no el día 30, se celebra la fiesta de la Sagrada Familia. Todos los seres humanos fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios; pero Dios no es un ser solitario, sino una familia de tres formando una estricta unidad. Por eso nosotros nacemos en familia y seremos más semejantes a Dios cuanto más unida esté la familia en amor. Hoy se nos propone la familia de Jesús, María y José como el ejemplo a seguir y la protección para pedir y esperar.
Este año, que es el ciclo C, se nos propone en el evangelio la escena de la vida de Jesús, que solemos decir: “El Niño Jesús perdido y hallado en el templo”. La primera virtud que nos enseña a las familias es el cumplimiento del deber religioso. Era la Pascua y los hombres debían acudir al templo de Jerusalén. Las mujeres no estaban obligadas; pero María iba por devoción. Los niños no solían ir; pero Jesús ya no era un niño. Tenía doce años y estaba en el límite en que comenzaban a tener obligación a los trece años. Los tres fueron gozosos para adorar a Dios en el templo. El problema estaba al llegar al templo, pues los hombres y mujeres debían estar en patios diferentes. Los niños solían estar con las madres; pero Jesús ya era mayorcito y casi seguro que iría con san José, especialmente porque tendría mucho interés en escuchar a alguno de los doctores de la ley. El gentío fue haciéndose mayor y el hecho es que Jesús se perdió. Yo no puedo creer que Jesús intencionadamente quiso quedarse sin decir nada a María o a José dándoles un disgusto. Quizá sería la curiosidad por estar con algún sabio doctor de la ley. José pensó que Jesús se habría ido donde María.
Durante una jornada, los hombres solían volver por un camino y las mujeres por otro. Jesús no estaba por allí. María y José nos enseñan a estar unidos en las adversidades: debían volver a desandar el camino juntos y buscar a Jesús donde le dejaron, que era en el templo. Angustiada, pero sin recriminaciones, María habla a su hijo. Y Jesús les da y nos da una gran enseñanza. No creo de ninguna manera que Jesús se quedase voluntariamente; pero aprovecha ese momento, esa circunstancia, para descubrirnos una gran verdad que habría madurado aquellos días en el trato con los doctores de la ley y con la oración profunda en la casa de Dios. Y el descubrimiento grande que hace, como hombre, es que Dios no es un ser ajeno a nosotros, sino que es su Padre y que todos podemos llamar a Dios como Padre, porque formamos una gran familia. Esa sería una de las más grandiosas enseñanzas en su vida pública.
Era la manera de actuar Jesús. Un día aprovecharía la circunstancia de que fueron a visitarle su madre y familiares para decirnos que quien cumple la voluntad de Dios es su hermano, su hermana y su madre. Allí nadie se enfadó, no hubo rabietas, sino que en paz volvieron a Nazaret. Jesús les “obedecía y crecía en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres”. Para muchos les suena mal la palabra “obediencia”. Les parece algo como sumisión. Cuando hay verdadero amor es algo diferente. Quizá cuando se va creciendo, la obediencia a los padres se debe expresar mejor con “honrar”, como nos dice el 4º mandamiento: “Honrar al padre y a la madre”. Este mandamiento estaba puesto para los adultos para que honren a sus padres ancianos. Es justo agradecer a los padres los sacrificios que han hecho por nosotros desde el principio de la vida.
María y José no entendieron, por entonces, lo que Jesús les dijo. Muchas veces pasa en las familias que los padres no entienden a los hijos cuando van creciendo. La autoridad no es despotismo ni tiene porqué el hijo ser exactamente como el padre. Muchas veces habrá que callar, como María; pero siempre seguir amando. Si hay amor, la autoridad es más bien un servicio y un ir comprendiéndose, y entre nosotros muchas veces perdonándose. Si hay amor, hay delicadeza, amabilidad, ternura y comprensión. Y no habrá gritos, riñas, egoísmos, como tantas veces se ve en las familias. Por eso debemos hoy pedir la protección y el amor a la Sagrada Familia.
1 de enero de 2022, Maternidad de María: Lc 2, 16-21
Hoy comienza el nuevo año, con los buenos deseos de que mejoremos sobre lo principal, que es el espíritu. Entre estos deseos pedimos sobre todo por la Paz. En la liturgia recordamos la octava de Navidad con la Circuncisión de Jesús e imposición de su nombre. Pero sobre todo es una gran fiesta de la Virgen como Madre de Dios.
1. Comienza el nuevo año. Esto no es una celebración litúrgica, sino algo sólo convencional en el calendario civil. En otras civilizaciones o culturas comienza el año en otras fechas. Lo nuestro del 1 de enero viene de una costumbre romana en que comenzaban a regir los cónsules. Pero es una ocasión y una oportunidad para pensar que el tiempo pasa y que debemos hacer realidad lo de: “año nuevo, vida nueva”. Este es un tiempo de bendición, como comenzamos en la primera lectura de la misa. Pero no sólo queremos que Dios nos bendiga. Todos debemos ser bendición para los demás y para el mundo. Por eso aprovechemos el comienzo de un nuevo año para una mayor limpieza de nuestras culpas y un hermoso deseo de aprovechar este muevo año.
2. Jornada mundial de la paz. Entre las principales peticiones, al comenzar el año, debe estar el pedir por la paz. Desde el año 1968 se celebra esta jornada mundial de la paz. Lo promulgó el papa Pablo VI. Decía al comenzar: “Sería nuestro deseo que después, cada año, esta celebración se repitiese como presagio y como promesa, al principio del calendario que mide y describe el camino de la vida en el tiempo, de que sea la Paz con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura”. Y entre tantas cosas hermosas decía: “La Paz se funda subjetivamente sobre un nuevo espíritu que debe animar la convivencia de los Pueblos una nueva mentalidad acerca del hombre, de sus deberes y sus destinos”. Y decía: “Es preciso suscitar en los hombres de nuestro tiempo y de las generaciones futuras el sentido y el amor de la Paz fundada sobre la verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor”. En este año el papa Francisco nos propone tres caminos para construir una paz duradera. Son: el diálogo, la educación y el trabajo. Si así lo hacemos, se evitarían muchas o todas las guerras y vendría la paz.
3. En la liturgia celebramos la octava de Navidad: A los ocho días circuncidaron a Jesús y le pusieron el nombre. A nosotros nos dice poco el hecho de la circuncisión; pero era muy importante para los israelitas, porque era el día de la entrada y aceptación legal en la comunidad de Israel y de hacerse responsable de la carga que supone la ley. Era como otro nacimiento. También puede decirse cuando comienza una vida social muy diferente, como era la circuncisión para los israelitas. Y mucho más nacemos nosotros cuando comenzamos una vida de gracia, como es el bautismo.
El nombre de Jesús se lo puso el mismo Dios. Así el ángel se lo dijo a María y a José. Los israelitas daban mucha importancia al significado, y Jesús significa “Dios salva”. Debemos poner mucho amor y confianza al pronunciar este bendito nombre. 4. Celebramos sobre todo la solemnidad de María Madre de Dios. Es el mayor título que un ser creado puede tener. Ha habido muchos que dicen ser impropio de María llevar ese nombre porque a Dios nadie lo ha hecho. En parte tienen razón; pero María es la madre de Jesús y, como Jesús, además de hombre, es Dios, a su madre la podemos llamar Madre de Dios. Así lo entendieron los obispos reunidos en Éfeso en el año 431. Y desde entonces así la proclamamos, señalando la unión tan profunda con su Hijo “en las penas y alegrías”, y también en la redención y en las gracias que Dios nos va dando. Por eso es también nuestra madre espiritual y madre de la Iglesia. En este día nos alegramos por las maravillas que Dios ha hecho en su madre. Ella, aun colmada de dones, siguió siendo libre y cooperó generosamente. Si María es nuestra madre, la contemos nuestros problemas y pidamos su ayuda para superarlos; pero sobre todo hagamos en este nuevo año lo que gustaría a nuestra madre del cielo.
`LA COMUNIDAD EN LAS REDES SOCIALES HOY``` _Domingo, Fiesta de la Sagrada Familia (Lc, 2,41-52)_ *María y "Las cosas de Dios"*
Todos los pueblos de la tierra se han preguntado por la existencia de Dios, cómo llegar a conocerle. El Evangelio de hoy nos da una pista. José y María pierden de vista a Jesús. Al tercer día le encuentran en el Templo con los doctores de la Ley. María le dice: “Tu padre y yo estábamos angustiados, ¿por qué nos has hecho esto? Respuesta de Jesús: ‘Tenía que ocuparme de las cosas de mi padre’". Dios permitió este acontecimiento doloroso de José y María para mostrarnos la esencia del Discipulado: "La prioridad de cosas de Dios sobre las nuestras". Lucas nos dice que María guardaba cuidadosamente estas cosas en su corazón. Bien sabía ella que se trataba de "las cosas santas de Dios". Pablo dice que nadie conoce lo íntimo -textualmente “las cosas”- de Dios si no es iluminado por el mismo Espíritu de Dios. (1 Co 2 ,11b- 12). Después añade que el hombre por sí mismo, solo con su mente, "no capta las cosas del Espíritu" (1 Co 2,14). Así pues que María "guardaba las cosas santas de Dios": la Palabra en la que brilla su Misterio. Entendemos la explosión de gozo de Jesús cuando dijo al Padre: Yo te bendigo porque has ocultado estas cosas a los grandes y sabios de este mundo y se las has revelado a los pequeños (Mt 11,25). Sepamos que en el Evangelio, pequeño es sinónimo de discípulo.
_P. Antonio Pavía_
_comunidadmariamadreapostoles.com_
lunes, 20 de diciembre de 2021
Meditar el evangelio con tres puntos. 20-12-21
Lc 1,26-38
El misterio de la Navidad se gesta en el proyecto de la Trinidad, y en el sí de Maria, concebido en sus entrañas purísimas.
1. Gabriel anuncia los proyectos del corazón de Dios, que subsisten de edad en edad. El sí de María, es puerta de entrada del Redentor del mundo.
2. Dios se viene a vivir nuestra vida, para que nosotros vivamos la suya. El camino que lleva a Belén, solo se puede recorrer caminando juntos con alegría, con Maria y José, peregrinos de la fe.
3. Tocamos la Navidad cuando nuestro corazón, se hace manso y humilde. Viene en nuestras noches para iluminar nuestras oscuridades.
+Francisco Cerro Chaves
Arzobispo de Toledo.
Primado de España
domingo, 19 de diciembre de 2021
LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Domingo, 19 de Diciembre de 2021
Para cambiar el mundo es necesario que demos el testimonio de una vida ejemplar, que seamos modelos de entrega, de responsabilidad, de generosidad, de honestidad, de alegría. Pero también algunas veces, es necesario hablar de Jesús.
Con respecto, con delicadeza, con humildad, pero también con convicción, amor y entusiasmo, hablar de Él.
Normalmente no hacen falta muchas palabras. Hay formas sencillas de hablar de Él y de reconocer nuestra fe. Por ejemplo, teniendo una imagen suya en la entrada de nuestra casa, o llevando un rosario en el cuello, o bendiciendo la mesa.
Son pequeños testimonios que hacen presente a Jesús en el mundo.
El Espíritu Santo no nos hará completamente perfectos en esta vida, pero nos ayudará a sacar lo mejor de nosotros mismos, para que Jesús se refleje en nuestra forma de vivir.
Ese testimonio, sí es auténtico, termina contagiando, y cambiando las cosas. No cambiaremos el mundo entero,pero si nos dejamos llevar por el Espíritu Santo, algo cambiará en nuestro pequeño mundo, y eso en definitiva será bueno para todos.
Que así sea.
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Cuarto domingo de Adviento. Lucas 1, 39-45 Meditar el evangelio con
tres puntos.
Santa María de la Visitación es la gran protagonista del Adviento. Le esperó con inefable amor de Madre. Nadie como Ella trae en su seno la esperanza deseada. En el éxtasis de su Amor, se pone en camino para llevar a Jesús a su prima Isabel, como su mejor servicio a la humanidad pobre y que esperaba la salvación de Israel
1. María va deprisa, como decía el poeta, el bien hay que hacerlo enseguida porque el mal no pierde el momento. Va a servir y a dar a Jesús ya desde su seno virginal. Su Amor le hace recorrer kilómetros de esperanza para llevar al Redentor del mundo a los que sufren. Es siempre estar en camino hacia las periferias para llevar al Amor de los amores.
2. Es precioso lo que le dice su prima Isabel. Dichosa, feliz la que ha creído. No existe mayor felicidad que la fe. Solo creer en el Señor, en el Hijo de María, nos hace plenamente feliz. Este es el drama de nuestra tierra que cuanto más se aleja de Jesús, más se hunde en el fango de una tristeza de muerte.
3. María proclama el Magníficat, el canto donde María como pobre de Yahvé revela el verdadero rostro del Señor. Como nos ama con su Corazón, porque el Señor siempre derriba del trono a los poderosos y ensalza a los humildes.
+ Francisco Cerro Chaves
sábado, 18 de diciembre de 2021
Domingo de la Semana 4ª del Tiempo de Adviento. Ciclo C «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno»
Lectura del libro del profeta Miqueas (5,1- 4a): De ti saldrá el jefe de Israel.
Esto dice el Señor: «Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemoriales. Por eso, los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz, el resto de sus hermanos volverá junto con los hijos de Israel.
Se mantendrá firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del nombre del Señor, su Dios; se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el confín de la tierra.
Él mismo será la paz».
Salmo 79,2ac.3b.15-16.18-19: Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. R./
Pastor de Israel, escucha, // tú que te sientas sobre querubines, resplandece. // Despierta tu poder y ven a salvarnos. R./
Dios de los ejércitos, vuélvete: // mira desde el cielo, fíjate, // ven a visitar tu viña, // la cepa que tu diestra plantó // y que tú hiciste vigorosa. R./
Que tu mano proteja a tu escogido, // al hombre que tú fortaleciste, // no nos alejaremos de ti; // danos vida, para que invoquemos tu nombre. R./
Lectura de la carta a los Hebreos (10,5-10): Aquí estoy para hacer tu voluntad.
Hermanos: Al entrar Cristo en el mundo dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo —pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí— para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad».
Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley. Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad». Niega lo primero, para afirmar lo segundo.
Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (1,39-45): ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Cristo es el centro de toda la liturgia eclesial ya que celebramos su Misterio a lo largo de todo el año. Esta centralidad va adquiriendo acentos y matices según los tiempos y los momentos litúrgicos. Ya cercanos al nacimiento de Jesús, la figura de la Virgen María va adquiriendo un acento relevante en este Domingo. Ella es reconocida por su prima Isabel como la Madre del Señor (Lucas 1,39-45). La cuarta semana de Adviento nos recuerda la profecía de Miqueas (Miqueas 5,1- 4a), primera lectura. así como la disposición fundamental con la que el Verbo Divino entra al mundo: «he aquí que vengo para hacer tu voluntad»(Hebreos 10,5-10), segunda lectura.
La pequeña Belén
El profeta Miqueas, uno de los llamados profetas menores, fue contemporáneo de Isaías, Amós y Oseas (s. VII A.C.). Anunció sus mensajes tanto para Israel (Norte) como para Judá (Sur). Lo mismo que Amós; él acuso a los dirigentes, a los sacerdotes y a los profetas. Los recriminó por ser hipócritas y explotadores de sus hermanos; anunciando un eminente juicio de Dios. Sin embargo, también anunció un mensaje de esperanza y reconciliación. Prometió que Dios daría la paz deseada y que haría surgir, de la familia de David, un gran rey (5,3). Este nacería en la misma pequeña ciudad donde Samuel eligió a David para que sea el rey sucesor de Saúl: Belén de Efratá. En un solo versículo, Miqueas resume el mensaje fundamental del discurso profético: «Lo que Dios nos pide es que hagamos lo que es justo; que mostremos amor constantemente y que vivamos en humilde comunión con Dios» (6,8).
«He aquí que vengo hacer tu voluntad»
Jesús es el sumo sacerdote, perfecto y eterno según el orden de Melquisedec: santo sin pecado, garantiza el nuevo orden de Dios y nos trae la reconciliación definitiva. Él es constituido sumo sacerdote por su sacrificio irrepetible, de una vez para siempre. Como tal se sella la nueva y definitiva Alianza entre Dios y los hombres. Su sacrificio reemplaza los sacrificios en el templo terrenal, porque su sangre realiza una salvación eternamente válida. Su sacrifico irrepetible era necesario ya que quitará los pecados que el culto imperfecto -de la antigua alianza- no podía quitar. Realizado año tras año el sacrificio del Antiguo Testamento era un recuerdo constante de que el pecado está siempre ahí, impidiendo el acceso a Dios.
En cambio, Jesucristo sabe que lo que agrada a Dios, el único homenaje que Él acepta es la obediencia plena a su Plan Amoroso (Hb 10,5). Por eso, al entrar en el mundo por la Encarnación y por su Muerte-Resurrección (Hb 1,6); hace ofrenda de su propio cuerpo y de su existencia mortal al Padre en el Espíritu Santo. Esta ofrenda sí es agradable a Dios, porque es el homenaje de la obediencia plena. Su eficacia redentora se manifiesta en que ha logrado el acceso a Dios como lo muestra el hecho de estar sentado a su derecha (Hb 10,12) legándonos así el don de la reconciliación. Por tanto, es necesario asirse de este Sumo Sacerdote, garantía de la esperanza cristiana.
El encuentro de dos mujeres
El Evangelio de hoy comienza con esta frase: «En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá». Este comienzo necesita una explicación. Nadie se levanta y se dirige con prontitud a alguna parte a menos que haya un motivo que determine esa acción. En este caso, la actitud de María es la continua¬ción natural y espontá¬nea de algo que le dijo el ángel Gabriel cuando le anun¬ció el naci¬miento de Jesús acerca de su prima Isabel (ver Lc 1,36-37). María va porque siente la necesi¬dad de congratu¬larse con su parien¬te por tan feliz noticia. La mujer joven y llena de vida se alegra con la ancia¬na porque tam¬bién ésta ha sido hecha fecunda. El encuentro de María con Isabel tiene algo de singu¬lar. Las dos mujeres se encuentran por razón de los respe¬ctivos hijos que cada una lleva en su seno: Jesús recién concebido en el seno de María y Juan el Bautista ya de seis meses en el seno de Isabel.
Lo extraordinario es que uno es hijo de una joven «virgen» y el otro es hijo de una anciana «estéril». Como había dicho el ángel, «ninguna cosa es imposible para Dios». Se puede hablar de un autén¬tico encuentro de los dos niños aún no nacidos. De ambos cele¬brará la Iglesia el nacimiento . En Israel las personas mayores debían ser honradas por los jóvenes, según esta ley: «Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano» (Lev 19,32). En la visitación, en cambio, la mujer anciana y venerable no se siente digna ni siquiera de ser visitada por la joven: porque ¡esta joven es la «Madre de Dios»!
No conocemos el contenido del misterioso saludo de María, pero sí conocemos la respuesta de Isabel: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí?». Ya entonces María es llamada Madre. Quiere decir que ya lleva en su seno a su hijo Jesús, el que había sido anun¬ciado por el ángel. Podemos preguntar¬nos: ¿Cómo lo sabe Isabel? Y sobre todo, ¿cómo sabe Isabel la identi¬dad del Niño concebido en María? Ella misma responde: «Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno». ¿Y esto le bastó para saber que María es la Madre del Señor? Y más aún, Isabel formula esta bienaventuranza: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!». ¿De manera que sabe también las cosas que le fueron anunciadas a María?
Para responder a estas preguntas tenemos que fijarnos en la identidad de su propio hijo, de Juan. Cuando el ángel anunció a Zacarías el nacimiento de su hijo Juan, le dijo: «Será grande ante el Señor...; estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, los convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él» (Lc 1,13-18). Todo esto lo sabía muy bien Isabel. También sabía que Dios había prome¬tido a su pueblo un salvador y que un mensajero iba a preparar el camino (ver Mal 3,1). Isabel comprendía que su hijo era ese mensajero enviado a preparar el camino del Señor. Por eso cuando siente que el niño salta de gozo en su vientre concluye: «Aquí está presente el Señor; viene en el seno de su Madre» y, movida por el Espíritu Santo, alaba a María llamándola «la Madre de mi Señor». Sabemos que tanto Zacarías como Isabel eran profundos conocedores de la Palabra de Dios. Ese conocimiento, fecundado por la acción del Espíritu Santo, es el que permite a Isabel percibir la acción de Dios y conocer la identidad de María y de su Hijo.
Llena del Espíritu Santo...
«Isabel quedó llena de Espíritu Santo y exclamando con gran voz dijo...». Esta introducción a las palabras de Isabel nos invita a estar extraordinariamente atentos a lo que diga y a concederle todo su peso. En efecto, ella habla «llena de Espíritu Santo» y «a gran voz». Esto quiere decir que pronuncia¬rá palabras inspiradas. Debere¬mos analizarlas con mucha atención. «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre». Esta es la alabanza que los católicos repeti¬mos innumerables veces al día cada vez que recitamos el Ave María. ¿Cómo es posible que Isabel bendiga primero a María y después a Jesús, el fruto de su vientre? Es que esta alabanza quiere evocar la que dirigió el sacer¬dote Ozías a Judit, des¬pués que ella le cortó la cabeza a Holofernes, el jefe de las tropas enemigas, y así salvó a Israel. Ozías dice a Judit: «¡Bendita seas, hija del Dios Altísimo más que todas las mujeres de la tierra y bendito sea Dios, el Señor, Creador del cielo y la tierra!» (Jud 13,18). El paralelismo es perfecto: María está en el lugar de Judit y el fruto de su vientre, en el de Dios, el Señor, Creador del cielo y la tierra.
Madre de Dios
Isabel agrega: «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» Isabel no se considera digna de esta visita, precisamente porque la que viene es «la madre de mi Se¬ñor». Este es el título que Isabel, llena del Espíritu Santo, da a María. Esta expresión, ubicada en su contexto y traducida según su sentido, signifi-ca: «la Madre de Dios». El nombre de Dios, «Yahweh», con el cual Dios se reveló a Moisés, era inefable para un judío, es decir, por respe¬to, no se pronunciaba nunca. Cuando un escriba copiaba el texto bíblico y llegaba al nombre de Dios, que sin las vocales consta de cuatro letras, YHWH, debía dejar la pluma y lavarse las manos, en seguida escribir el tetra¬grama sagrado, y luego lavarse las manos de nuevo. Todo esto por respeto al nombre divino. Pero, al mismo tiem¬po, escribía un pequeño círcu¬lo sobre el tetragrama, que quiere decir: en la lectura sustituya esta palabra por la que se encuentra al margen. Y al margen escribía la palabra: «Adonai», que se tradu¬ce al griego «Kyrios» y al castellano «Señor».
Es más, Adonai tiene la terminación del posesivo: «Mi Señor». Este es el modo como se hablaba de Dios. Por eso en el Nuevo Testamento no aparece nunca el nombre divino Yahweh. Aparece siempre Kyrios, Señor. «La Madre de mi Señor» en boca de Isabel quiere decir, por tanto, la Madre de Dios. Una confirmación de esto se encuentra en la continuación de lo dicho por Isabel: «Bienaventurada tú que has creído que se cumpli¬rían las cosas que te fueron dichas de parte del Señor».
El dogma de la maternidad divina de María fue defini¬do en el Concilio Ecuménico de Éfeso (año 431). Allí se declaró que en Cristo, nuestro Señor, la naturaleza divina y la naturaleza humana concurrían sin confusión ni separa¬ción en la unidad de la Persona divina del Verbo, que es la segunda Persona de la Trinidad. Siendo María la madre de la Persona es y debe ser llamada «Madre de Dios». El Concilio continúa: «No es que primero haya nacido de la santa Virgen un hombre corriente sobre el cual después haya descendido el Verbo, sino que unido a la carne desde el mismo vientre, se sometió al nacimiento carnal, siendo el sujeto del naci¬miento de su propia carne».
Una palabra del Santo Padre:
El Evangelio dice: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (v.40). Seguramente ella estaba feliz con ella por su maternidad, y a su vez Isabel saludó a María diciendo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Vv. 42-43). E inmediatamente elogia su fe: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que fueron dichas de parte del Señor» (v.45). Es evidente el contraste entre María, que tenía fe, y Zacarías, el esposo de Isabel, que había dudado y no había creído la promesa del ángel y, por lo tanto, permaneció en silencio hasta el nacimiento de Juan. Es un contraste.
Este episodio nos ayuda a leer con una luz muy especial el misterio del encuentro del hombre con Dios. Un encuentro que no está bajo la bandera de prodigios asombrosos, sino en nombre de la fe y la caridad. De hecho, María es bendecida porque creyó: el encuentro con Dios es el fruto de la fe. Zacarías en cambio, quien dudó y no creyó, permaneció sordo y mudo. Crecer en fe durante el largo silencio: sin fe, inevitablemente permanecemos sordos a la voz consoladora de Dios; y seguimos sin poder pronunciar palabras de consuelo y esperanza para nuestros hermanos. Y lo vemos todos los días: las personas que no tienen fe o que tienen una fe muy pequeña, cuando tienen que acercarse a una persona que sufre, les dicen palabras de circunstancia, pero no pueden llegar al corazón porque no tienen fuerzas. No tiene fuerza porque no tiene fe, y si no tiene fe, las palabras que llegan al corazón de los demás no vienen. La fe, a su vez, se nutre de la caridad. El evangelista nos dice que «se levantó María y se fue con prontitud» (v. 39) hacia Isabel: apresurada, no ansiosa, no ansiosa, sino con prontitud, en paz. «Se levantó»: un gesto lleno de preocupación. Podría haberse quedado en casa para prepararse para el nacimiento de su hijo, en lugar de eso, se preocupa primero de los demás que de sí misma, demostrando, de hecho, que ya es una discípula de ese Señor que lleva en su vientre. El evento del nacimiento de Jesús comenzó así, con un simple gesto de caridad; además, la auténtica caridad es siempre el fruto del amor de Dios. La visita del evangelio de María a Isabel, que escuchamos hoy en la misa, nos prepara para vivir bien la Navidad, comunicándonos el dinamismo de la fe y la caridad. Este dinamismo es obra del Espíritu Santo: el Espíritu de amor que fecundó el seno virginal de María y que la instó a acudir al servicio de su pariente anciana. Un dinamismo lleno de alegría, como vemos en el encuentro entre las dos madres, que es todo un himno de júbilo alegre en el Señor, que hace grandes cosas con los pequeños que se fían de él».
Papa Francisco. Ángelus 23 de diciembre de 2018
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. Nos dice Orígenes: «"Bendita tú entre las mujeres". Ninguna fue jamás tan colmada de gracia, ni podía serlo, porque sólo ella es Madre de un fruto divino».¿Qué voy a hacer para vivir estos días más cerca de María? Una forma podría ser leer y rezar los pasajes referidos a la Anunciación-Encarnación.
2. Recemos en familia el rosario en estos últimos días de nuestro Adviento.
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 148-149. 2676-2679.
*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Sábado, 18 de Diciembre de 2021
El Padre Dios y su Hijo Jesús viven en nosotros y nos santifican, pero lo hacen regalándonos el Espíritu Santo. Por eso, podemos decir que el Espíritu Santo es el que toca nuestro interior, el que hace la obra más íntima, el que derrama el amor en nuestras fibras interiores.
Es cierto que el Espíritu Santo siempre nos une a Jesús y al Padre Dios; pero es Él quien nos transforma íntimamente para que seamos parecidos a Jesús y nos volvamos cada vez más agradables al Padre.
Los santos padres de la Iglesia utilizaban algunos ejemplos para destacar esa obra tan íntima del Espíritu Santo. Le llamaban, por ejemplo, el dedo de Dios, porque Él toma contacto con nuestro corazón y lo sana, lo libera, lo purifica. También decían que es como la punta de un rayo. Porque el Padre Dios es como la fuente oculta de energía que habita en el cielo, el Hijo es el relámpago que lo manifiesta con su luz, y el Espíritu Santo es como la punta de ese rayo que quema la tierra.
También decían que las tres Personas de la Trinidad son como el agua que sacia nuestra sed. Pero el Padre es el manantial deseado de donde brota el agua, el Hijo son los chorros de agua que lo manifiestan y nos alegran, y el Espíritu Santo es el agua que nosotros bebemos y nos refresca.
Que así sea.
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viernes, 17 de diciembre de 2021
```LA COMUNIDAD EN LAS REDES SOCIALES HOY``` _IV Domingo de Adviento - Lc 1, 39-45_ *María, Presencia de Dios*
Recibido el Anuncio del ángel, María siente el impulso de ir al encuentro de su prima Isabel, mujer de Zacarías, escogidos ambos por Dios para traer al mundo a Juan Bautista, precursor de su Hijo. María se pone en camino. Su fe, fuerte como una roca no la exime de ciertas angustias internas. Su embarazo es un secreto entre ella y Dios; bien sabe que no le toca a ella darlo a conocer sino a Él, sobre todo a José su esposo. He hablado de cierta angustia, sí, pero su confianza en Dios prevalece sobre sus zozobras. Al llegar a casa de Zacarías ve con sus propios ojos que Dios sale garante del Anuncio recibido al provocar un salto de gozo en Juan en el seno de su madre al oír el saludo de María. Digo que Dios sale garante de la situación angustiosa de María al revelar el secreto de su maternidad mesiánica a Juan Bautista haciendo que salte de alegría ante el Mesías y podemos decir, con más nitidez aún, al inspirar a Isabel la confesión de fe quizás más luminosa acerca de la Divinidad de Jesús que encontramos en la Escritura; llena del Espíritu Santo proclamó: “¿De dónde que venga a mí la madre de mi Señor?”. Hemos leído bien; llama a la criatura que María lleva en su seno: "Mi Señor". Por eso hemos titulado este texto así: María, Presencia de Dios.
_P. Antonio Pavía_
_comunidadmariamadreapostoles.com_
*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Viernes, 17 de Diciembre de 2021
_"Ven Espíritu Santo, porque cuando llueve añoro el sol; cuando hace calor, deseo el aire fresco; cuando estoy solo extraño a los amigos; cuando estoy con ellos desearía la calma de la soledad. Nunca estoy del todo conforme con la vida._
_Ven a sanar a esta pobre creatura insatisfecha, que no sabe adaptarse, que no sabe valorar lo bueno de cada cosa, la belleza de cada momento._
_Ven a darme un corazón abierto y optimista, capaz de recibir lo que Tú le regalas, cuando Tú lo regalas y como Tú quieras regalarlo._
_Hoy mismo, Espíritu Santo, enséñame a valorar el bien de este día así como es, sin exigir otra cosa._
_Enséñame a entregarme en estas circunstancias que me toca vivir, y muéstrame que también de esto que me está sucediendo puedo aprender algo, puedo sacar algo bueno._
_Ven Espíritu Santo._
_Amén."_
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miércoles, 15 de diciembre de 2021
4ª semana de Adviento. Domingo C: Lc 1, 39-45
En la última oración de la misa de este día pedimos que tengamos el deseo de celebrar dignamente el nacimiento de Jesús. Y para poder celebrarlo dignamente en este último domingo antes de Navidad nos fijamos todos los años en la Stma. Virgen María. Ella fue la que mejor se preparó para el nacimiento de Jesús y la que nos puede ayudar, como madre nuestra espiritual, para que Jesús nazca en nuestro corazón.
Estamos en el ciclo C, en que consideramos la Visitación de María a su prima Isabel. En este último domingo antes de la Navidad, debemos hacer lo posible para imitar las grandes virtudes que María nos enseña en esta visita. No es que María vaya a “visitar” a su prima, sino que va a ayudarla. María se ha enterado por el ángel que su prima Isabel, bastante mayor, va a tener un niño y que está en el sexto mes, y María “corre” para atenderla. Aquí María es modelo de disponibilidad y diligencia para hacer una obra de caridad. Quizá nos tenemos que dar prisa para preparar nuestro corazón, si antes no lo hemos hecho. Hay personas que se apresuran a preparar la navidad en el sentido de preparar muchas luces y adornos y regalos; pero quizá no han pensado un sitio en su casa para poner una imagen del Niño Jesús y sobre todo, lo que es más importante, un sitio en su corazón, donde Cristo estará a gusto, si se han expulsado los orgullos y egoísmos, que a veces se muestran en los adornos materiales.
Hoy María, al llevar a Jesús en su seno, es portadora de alegría. Así lo expresa Isabel cuando María entra en su casa. Así lo hace notar el niño Juan que está en las entrañas de Isabel. Estos días de Navidad son días más propicios para manifestar la caridad, haciendo el bien a muchos necesitados. Un bien hecho con alegría. Y al hacer el bien con alegría, el Espíritu Santo está presente. Por eso Isabel se llena del Espíritu Santo ante la presencia de María con el Señor. Una consideración moderna podemos hacer contra aquellos que defienden el aborto en las primeras semanas de gestación como si lo que tiene la madre no fuese una persona. Jesús en María no tendría ni una semana, y sin embargo aquella criatura santifica y derrama el Espíritu Santo.
Y María es portadora de fe. Isabel dice: “Dichosa tu que has creído”. María acepta de parte de Dios lo que el ángel le ha anunciado, aunque no comprenda cómo puede ser. A veces nos cuesta aceptar el plan que Dios tiene para nosotros, porque no nos entregamos. Jesús nos da el mayor ejemplo en su vida: Todo su empeño era hacer la voluntad de su Padre celestial. La 2ª lectura, que es de la carta a los hebreos, nos muestra a Jesús, al entrar en este mundo, diciendo a su Padre: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. En estos días quizá damos regalos y nos olvidamos de dar algún regalo al Niño Jesús que nace. El mejor regalo es nuestro corazón, es toda nuestra persona.
Entregar nuestra persona a Dios significa mostrar nuestro amor a Dios. Pero para que sea verdadero, debe estar unido con el amor al necesitado. Si Jesús vive en nuestra alma, debemos ser portadores de la salvación, que es ser portadores de fe, de amor y de alegría para otros. A la Virgen María la llamamos “Arca de la nueva alianza”. Se dice que el rey David, mientras construía el templo, llevó el arca de la alianza a casa de Obededón. Estuvo tres meses; pero fue una fuente de bendiciones para aquella familia. María llevaba en sí, no sólo unos signos de alianza, sino al mismo Dios. Por eso aquellos tres meses, en que estuvo en casa de Zacarías e Isabel, tuvieron que ser un torrente de bendiciones celestiales para aquella familia: los padres y el niño Juan.
Quizá María es consciente de que aquel Hijo no la pertenece del todo, sino que es un don de Dios destinado para el bien de todos. Por eso el misterio de la Visitación es la realidad del compartir. No es la actitud de retener celosamente las gracias para uno mismo. Nosotros sabemos que recibimos a Jesucristo en la comunión. El nace de verdad en cada Eucaristía. Le adoremos de verdad; pero sintámonos con la misión de expresar esa alegría porque Cristo vive con nosotros y nos da la salvación.
presbitero, Don SILVERIO
martes, 14 de diciembre de 2021
`LA COMUNIDAD EN LAS REDES SOCIALES HOY``` *El Gran Botín*
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>Un Salmista rebosante de gozo dice a Dios: "Me regocijo con tu Palabra como quien encuentra un rico botín" (Sl 119, 162). Nos preguntamos por qué tanto gozo de este hombre ante la Palabra de Dios, y la respuesta nos la da Él mismo haciéndonos ver que cumple las promesas contenidas en sus Palabras por el honor de su Nombre. En esto se apoya Azarías al interceder ante Dios por Israel, a la sazón cautivo en Babilonia. Azarías no apela a los méritos de los israelitas, pues estos han despreciado a Dios con sus continuas desobediencias. Apela a su Palabra, al honor de su Nombre por el que " la alianza hecha con Abraham que es irreversible" (Dn 3,34...). Es en este sentido que Jesús, hablando con su Padre proclama: "Tu Palabra es verdad" ... es decir, la cumples (Jn 17,17). Volviendo al salmista decimos que El Evangelio es el Gran Botín que Jesús ofrece a todo aquel que se abraza a sus palabras porque encierran el inagotable Tesoro de la vida eterna, como testificó Pedro, inspirado por el Espíritu Santo (Jn 6, 67-68). Tesoro Incorruptible que no está al alcance de polillas, ladrones, catástrofes… etc (Lc 12, 33).
_P. Antonio Pavía_
_comunidadmariamadreapostoles.com_
lunes, 13 de diciembre de 2021
*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Lunes, 13 de Diciembre de 2021
Sabemos que el Espíritu Santo derrama sus carismas por todas partes. San Pablo nos habla de algunos carismas en *1 Corintios 12, 8-11.* Pero esos no son los únicos carismas. Hay miles de carismas diferentes. Sin duda, en tu vida también hay varios de esos carismas.
Un carisma es una capacidad que el Espíritu Santo bendice y utiliza para que hagas el bien a los demás.
No existe sólo el carisma de hacer milagros; también está el carisma de hacer una buena comida para que los demás disfruten. Eso es un regalo del Espíritu Santo.
No existe sólo el carisma de gobernar; también existe el carisma de la simpatía, o la capacidad de decir palabras que alivian a los demás.
No existe sólo el carisma de enseñar; también existe el carisma de cantar, de dibujar, de arreglar una casa, de saber invertir el dinero.
Todos tenemos capacidades que el Espíritu Santo quiere utilizar para que nos ayudemos unos a otros a vivir mejor.
Descubrámoslos, valorémoslos y aprovechémoslos. Porque es bello sentirse útil, sobre todo cuando uno acepta ser un instrumento del Espíritu Santo.
Que así sea.
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sábado, 11 de diciembre de 2021
Este tercer domingo se llama: “Domingo de la alegría”. Todos nos sentimos un poco motivados a ella, porque está ya cerca la Navidad. Pero muchas veces nos basamos en la alegría barata y hueca que nos quieren dar los anuncios de compras y de fiestas mundanas. Hoy la liturgia nos invita a una alegría sincera y profunda, que es un don del Espíritu, que no tiene directa relación con el placer o la comodidad o la fortuna, ni es cuestión de temperamento, sino de la gracia y del saber que “el Señor está cerca”.
Ya en la primera lectura de la misa el profeta Sofonías alienta a la alegría, porque después de muchas calamidades, el Señor se iba a hacer presente con sus dones. Pero es san Pablo, en la segunda lectura, quien de una manera más imperiosa y urgente nos dice que debemos estar alegres. Y lo repite. Ya veía él lo que es una realidad entre nosotros: que es muy frecuente la tentación de la tristeza, del pesimismo. Y por lo tanto no se puede seguir a Cristo estando tristes. Santa Teresa decía: “Un santo triste es un triste santo”. Quería decir que era un santo falso o que no lo era.
No es fácil el estar alegres en medio de tantas contrariedades como vemos en la vida. Un autor dice: “Esto de la alegría es cosa seria”. Por lo tanto, pueden estar juntas seriedad y alegría, aunque muchas veces la alegría debe notarse externamente. Hoy mismo lo dice san Pablo: “Que vuestra amabilidad (fruto de la alegría interna) sea conocida por todos”. Y sigue diciendo que nada nos debe preocupar hasta el punto de caer en la tristeza y en la depresión. Y esto porque “el Señor está cerca”.
Esa cercanía la vivimos ahora en la Navidad. En esos días recordamos y revivimos la presencia de Dios hecho hombre entre nosotros. Pero es que está cerca, porque en realidad vive entre nosotros. Vive en la Eucaristía y debe vivir en nuestro corazón por el amor. Esto es lo que nos debe llenar de alegría profunda: Dios nos ama y no nos abandona. Nunca estamos solos, sino que estamos con Dios y esperamos que esta unión sea total y eterna después de la muerte. Esperamos que un día Cristo Jesús pueda decirnos, en su última venida: “Entra en el gozo de tu Señor”.
Pero la alegría interior del corazón debe manifestarse en obras de correspondencia al amor de Dios. Hoy es día también para que nos preguntemos: ¿Qué debo hacer? Esto le preguntaban a san Juan Bautista las personas que habían sentido sus palabras entrar en su corazón y estaban en proceso de conversión. Todos los años en este tercer domingo de Adviento, igual que en el segundo, nos presenta la Iglesia en el evangelio la figura de san Juan Bautista, el Precursor, el que nos debe ayudar para prepararnos mejor a la venida del Señor. Hoy nos presenta ese diálogo de la gente que le pregunta al Bautista y las respuestas del santo, que son también para nosotros.
Lo primero que pide es el desprendimiento de bienes para compartir con quien no tiene. Entra plenamente en el espíritu de la Navidad. Y es algo que Jesús pedirá a los que quieran ser sus discípulos: estar dispuestos a renunciar a todo para estar disponibles para el bien de los demás. Una clase de personas que le preguntaba eran cobradores de impuestos, que solían aprovecharse de la gente. A éstos les dice que no exijan más de lo debido. En nuestra vida no se trata sólo de dinero; pero la verdad es que a veces por seguir nuestro egoísmo exigimos a otros lo que no debemos. De una manera concreta suele suceder en los que tienen alguna autoridad. En aquel tiempo los soldados eran autoridad. A ellos les dice que no extorsionen a nadie y se contenten con lo que es justo. Suele haber mucho abuso de la autoridad, también en una familia, cuando en realidad debe ser un servicio hecho con amor.
Prepararnos para la venida de Jesús, la de Navidad, la de todos los días y la definitiva, debe ser sobre todo crecer en el amor. Si el amor es profundo hacia Dios y hacia los demás, quizá tendremos que sufrir; pero en lo más hondo del alma brotará la alegría sincera, que nos proporcionará la paz por la presencia de Dios.
PP SILVERIO
Domingo de la Semana 3ª del Tiempo de Adviento. Ciclo C «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo»
Lectura del profeta Sofonías (3,14-18a): El Señor se alegra con júbilo en ti.
Alégrate hija de Sion, grita de gozo Israel, regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén. El Señor ha revocado tu sentencia, ha expulsado a tu enemigo. El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti, no te-mas mal alguno.
Aquel día se dirá a Jerusalén: «¡No temas! ¡Sion, no desfallezcas!». El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador; se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo
como en día de fiesta.
Salmo: Is 12,2-3.4bed.5-6: Gritad jubilosos: «Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.» R./
El Señor es mi Dios y salvador; // confiaré y no temeré, // porque mi fuerza y mi poder es el Señor, // él fue mi salvación. // Sacaréis aguas con gozo // de las fuentes de la salvación. R./
Dad gracias al Señor, invocad su nombre, // contad a los pueblos sus hazañas. R./
Tañed para el Señor, que hizo proezas, // anunciadlas a toda la tierra; // gritad jubilosos, habitantes de Sión: // «Qué grande es en medio de ti // el Santo de Israel.» R./
Lectura de la carta de San Pablo a los Filipenses (4,4-7): El Señor está cerca.
Hermanos: Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.
Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vues-tras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros cora-zones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (3,10-18): ¿Qué hemos de hacer?
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: «Entonces, ¿qué debemos hacer?». Él contestaba: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer noso-tros?». Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido».
Unos soldados igualmente le preguntaban: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?». Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».
Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Me-sías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Las lecturas en este tercer Domingo de Adviento son un adelanto a la alegría que vamos a vivir el día de Navidad. Alegría para los habitantes de Jerusalén que verán alejarse el dominio asirio y la idolatría y podrán así rendir culto a Yahveh con libertad (Sofonías 3,14-18ª). Alegría constante y desbordante de los cristianos de Filipo porque la paz de Dios «custodiará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús» (Filipen-ses 4, 4-7). Alegría y esperanza que comunica Juan el Bautista al pueblo mediante la predicación de la Buena Nueva del Mesías Salvador, que instaurará con su venida el reino de justicia y amor prometido al pueblo elegido y a toda la humanidad (San Lucas 3,10-18).
«Como el pueblo estaba a la espera...»
Cuando Juan el Bautista comenzó su predicación se respiraba en el ambiente la convicción de que la Salvación de Dios estaba a punto de revelarse. Lo dice el Evangelio de hoy: «El pueblo estaba a la espe-ra...» (Lc 3, 15). Es más, se pensaba que el Cristo, el Ungido de Dios enviado para salvar a su pueblo, ya estaba vivo en alguna parte y bastaba que comenzara a manifestarse. Lucas anota con precisión un dato que ha determinado toda la cronología: «Jesús, al comenzar, tenía unos trein¬ta años» (Lc 3,23). Los mayo-res tenían que recordar aquel rumor que se había difundido treinta años antes sobre cier¬tos pasto¬res que aseguraban haber oído este anuncio: «Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor» (Lc 2,11). El anciano Simeón debió ser un personaje conocido en los ambientes del templo. Y bien, de él se recordaba que antes de morir había dicho que había visto al Salvador (ver Lc 2,29-30). Había también una profetisa, Ana, que no se apartaba del templo, sir¬viendo a Dios noche y día. Ella tuvo ocasión de ver al niño Jesús, recién nacido, cuando fue presentado por sus padres en el Templo (ver Lc 2,38). Los que la habían oído tenían que recordar a ese niño.
Sin embargo, la situación no podía ser peor ya que Israel estaba bajo dominio extranjero y era obligado a pagar un pesado tributo. Roma entraba en todo y controlaba todo, incluso las finanzas del templo y hasta el culto judío. La fortaleza Antonia estaba edifi¬cada adyacente al templo y desde sus murallas se mantenía estrecha vigilan¬cia de todo lo que ocurría en los atrios del lugar sagrado; en la fortaleza se conservaba bajo custodia del coman¬dan¬te romano la costosa estola del Sumo Sacerdote y su uso era permitido sólo cuatro veces al año en las grandes fiestas; dos veces al día se debía ofrecer en el templo un sacrificio «por el Cé-sar y por la nación Roma¬na». Dios había prometi¬do a Israel un rey ungido como David (Christós), que los salvaría de la situación a que estaban reducidos. Si alguien esperaba el cumplimiento de esa promesa, era éste el momento. En el Evangelio de hoy distinguimos claramente tres partes: la orientación de Juan a tres grupos muy bien diferenciados (10-14); la presentación que Juan hace de sí mismo ante la expectativa del pueblo (15 -16a) y el explícito anuncio del Mesías (16b-18).
«¿Qué debemos hacer?»
La pregunta obvia de la gente que rodeaba al Bautista es: «¿Qué debemos hacer?». Juan da instruccio-nes para cada categoría de personas ya que los intereses eran muy diferentes. La respuesta de Juan no es un altisonante discurso, pero tampoco es una “recetita” de agua tibia para tranquilizar la conciencia. En los tres casos la catequesis tiene un denominador común: el amor solidario y la justicia. Todos estamos llama-dos a practicar la solidaridad: «El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo». A los publicanos o recaudadores de impuestos les dice: «no exijáis más de lo debido». Por lo tanto, justicia y equidad. A los soldados: «no hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias falsas, sino contentaos con la paga».
Consejos que, sin duda, tienen una tremenda actualidad. Ambas profesiones tenían muy mala fama en Israel y eran objeto del desprecio religioso por parte de los puritanos fariseos. Los publicanos recaudaban los impuestos para los romanos, y tendían a exigir más de lo debido en beneficio propio. Los soldados solían abusar de su poder buscando dinero por medios ilícitos y extorsionando a la gente. Pues bien, sorprenden-temente el Bautista no les dice que, para convertirse, han de abandonar la profesión, sino que la ejerciten honradamente. Para ellos la conversión efectiva será pasar de la injusticia y del dominio al amor a los de-más, expresado en el servicio y la justicia.
¿Eres tú el Cristo...?
El pueblo estaba realmente expectante y todos se preguntaban si Juan no sería el mesías. La figura «he-terodoxa» del profeta en el desierto, que no frecuentaba el templo de Jerusalén ni la sinagoga en día sába-do; suscitó un fuerte movimiento religioso. Para unos el mesías esperado debía de implantar un nuevo or-denamiento religioso y social; para otros, era el profeta Elías redivivo, quien según la tradición judía volvería al comienzo de los tiempos mesiánicos (ver Mal 3,23; Eclo 48,10); y todavía para unos terceros era el pro-feta por antonomasia, es decir Moisés reencarnado. Pero Juan les declara a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias». Era propio de los esclavos el quitar y poner el calzado a sus señores. Y así lo que Juan nos dice es que él ni siquiera es digno de desatar la correa de los zapatos al Señor, ni aún como esclavo.
Juan se puso entonces a bautizar invitando a la conversión. Y lo hacía en términos un tanto alarmantes: «Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego». Esto provocó en los oyentes la reacción que era de espe¬rar y de ahí la pregunta sobre que debe-rían hacer. Notemos que aunque esté en el umbral del Nuevo Testamento, Juan toda¬vía perte¬nece al Anti-guo Testamento y, por tanto, la norma de conducta que enseña no es aún la norma evangélica. Y, sin em-bargo, debemos reconocer que nosotros ni siquiera observamos esa norma, pues aún hay muchos que no tienen con qué vestirse ni qué comer, mientras a otros les sobra. Si no observamos la norma de Juan, ¿qué decir de la norma de Cristo: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado»? Ésta es la norma que tenemos nosotros para que la segunda venida de Cristo nos encuentre velando y prepara¬dos. Para cumplir-la debemos examinar «cómo nos amó Jesús» y vivir de acuerdo a su ejemplo. Pero esto es imposible a las fuer¬zas humanas abandonadas a sí mismas; es necesaria la acción del Espí¬ritu Santo, el mismo que Juan vio descender sobre Jesús y que le permitió reconocerlo como el que ahora iba a bautizar con Espí¬ritu San-to.
¡Alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén!
En la Primera Lectura leemos una invitación al gozo y la alegría mesiánica. Sofonías es un profeta du-rante el reinado del rey Josías que después de los tristes años de decadencia religiosa, bajo el reinado de Manasés (693-639 A.C.), es reconocido como el continuador de las reformas religiosas de su bisabuelo Ezequías. Sin embargo, el rey en su intento de detener las tropas del Faraón, que corría en auxilio de Asiría, fue muerto en el combate. El pueblo, escandalizado por aquel aparente abandono de Dios, vuelve a las prácticas paganas. Sofonías siente acercarse el día de la «gran cólera» pero concluye con una profecía de esperanza y anuncia una edad de oro para Israel. El Señor se hace presente en medio de su pueblo porque lo ama, por eso invita al pueblo que grite de alegría y de júbilo. El texto que hemos leído es aplicado a nues-tra Madre María, la «hija de Sión» por excelencia; cuyo eco repite el saludo del ángel Gabriel en la Anun-ciación: «! Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!» (Lc 1,28).
Un mandamiento de alegría
En el pasaje de la carta a los filipenses vemos como se une la mesura a la serenidad y a la paz; y como todas ellas se fundamentan en el cercano encuentro con el Señor Jesús. Es probable que, en el momento de escribir y recibir la carta, tanto San Pablo como los filipenses pensasen en una proximidad cronológica, es decir, en que la venida gloriosa de Jesucristo para clausurar la historia, la llamada “parusía” del Señor, estaba realmente cercana. A nosotros, por otro lado, nos bastaría pensar en la real presencia del Señor ya que Él «está con nosotros todos los días hasta el final del mundo» (Mt 28,20); para que de este modo nues-tra existencia esté llena de esperanza y de alegría. La tristeza no nos podrá dominar si sabemos dar razón de nuestra esperanza y vivir de acuerdo a ella. «La alegría es el gigantesco secreto del cristiano» nos decía G.K. Chesterton.
Una palabra del Santo Padre:
«"Alegraos. (...) El Señor está cerca" (Flp 4, 4. 5). Este tercer Domingo de Adviento se caracteriza por la alegría: la alegría de quien espera al Señor que "está cerca", el Dios con nosotros, anunciado por los profe-tas. Es la «gran alegría» de la Navidad, que hoy gustamos anticipadamente; una alegría que «será de todo el pueblo», porque el Salvador ha venido y vendrá de nuevo a visitarnos desde las alturas como el sol que surge (ver Lc 1,78). Es la alegría de los cristianos, peregrinos en el mundo, que aguardan con esperanza la vuelta gloriosa de Cristo, quien, para venir a ayudarnos, se despojó de su gloria divina. Es la alegría de este Año santo, que conmemora los dos mil años transcurridos desde que el Hijo de Dios, Luz de Luz, ilu-minó con el resplandor de su presencia la historia de la humanidad...
"¿Qué debemos hacer?". La primera respuesta que os da la palabra de Dios es una invitación a recupe-rar la alegría...Sin embargo, esta alegría que brota de la gracia divina no es superficial y efímera. Es una alegría profunda, enraizada en el corazón y capaz de impregnar toda la existencia del creyente. Se trata de una alegría que puede convivir con las dificultades, con las pruebas e incluso, aunque pueda parecer para-dójico, con el dolor y la muerte. Es la alegría de la Navidad y de la Pascua, don del Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado; una alegría que nadie puede quitar a cuantos están unidos aÉl en la fe y en las obras (ver Jn 16,22-23)».
(Juan Pablo II. Homilía del 17 de diciembre de 2000. Jubileo del mundo del Espectáculo)
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. Nos dice Santo Tomás de Aquino: «El amor produce en el hombre la perfecta alegría. En efecto, sólo disfruta de veras el que vive la caridad». ¿Soy una persona alegre?
2. El mensaje de Juan el Bautista es muy claro. ¿Soy una persona justa? ¿Soy solidario con mis her-manos o encuentro en mi corazón resquicios de discriminación hacia mis hermanos?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 30. 673-674. 840. 1084-1085. 2853.
Texto JUAN R. PULIDO, presidente de la ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA ESPAÑOLA, Sec-ción TOLEDO
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