domingo, 8 de agosto de 2021

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Domingo, 8 de Agosto de 2021

Hoy la Iglesia celebra a Santo Domingo. En su vida podemos reconocer cómo el Espíritu Santo nos sorprende y a veces nos lleva a hacer cosas que no se entienden mucho, pero que son necesarias para el Reino de Dios. Ese Reino ya está presente en el mundo, y está desarrollándose de manera misteriosa. Va creciendo aquí y allá, de diversas maneras. Como la semilla pequeña, que puede llegar a convertirse en un gran árbol *(Mateo 13, 31-32)*. Como el puñado de levadura, que fermenta una gran masa *(Mateo 13, 33)*. Y crece en medio de la cizaña *(Mateo 13, 24-30)*, también mientras dormimos, sin que lo advirtamos *(Marcos 4, 26-29)*. Por eso puede sorprendernos gratamente, y mostrar cómo nuestra cooperación con la gracia siempre produce frutos en el mundo. Pero es necesario cooperar con ese poder divino tratando de estar disponibles, liberados de los controles, esquemas y seguridades para dejarnos llevar donde el Espíritu Santo quiera y para anunciar el Evangelio sin demoras. Esa urgencia es la que vemos plasmada en Santo Domingo. Él, dos años después de fundar su congregación, formada sólo por 16 personas, envió a los dominicos a París, Bolonia, Roma y España. En esos lugares debían fundar conventos, estudiar y predicar. Nadie entendía esa dispersión de pocas personas, con el riesgo de que la obra dominicana se acabara en poco tiempo. Pero el argumento de Domingo era el siguiente: _"Amontonando el trigo, se arruina; esparcido, fructifica"._ Esta opción arriesgada de Domingo, que podía acabar en poco tiempo con su recién nacida congregación, se explicaba por una convicción profunda: ya no bastaba con fundar monasterios, centros contemplativos donde los monjes vivían seguros y en calma. Ahora se trataba de anunciar el Evangelio por todas partes, y viviendo en la inseguridad de los caminos, pobres y confiados en la providencia. Él confió en el Espíritu Santo, que le hacía ver esta necesidad, aunque muchos no podían comprenderlo. El mundo necesitaba profetas, y el ideal de Domingo era vivir predicando el Evangelio como los Apóstoles. En él y en sus compañeros el Espíritu Santo había derramado el carisma de la predicación, y entonces no tenía sentido quedarse quietos en unos pocos conventos. La Palabra de Dios era en ellos como un fuego que no se podía contener *(Jeremías 20, 9)*. Pidamos al Espíritu Santo que logremos experimentar esa hermosa pasión. Así sea.

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