Es gloria de la Iglesia el reconocer las virtudes de los santos, porque ellos son como estrellas en el firmamento que reflejan la luz, Cristo Jesús, y contribuyen a fortalecer y acrecentar la unión existente entre la Iglesia triunfante y la Iglesia peregrinante, que somos nosotros.
Los santos son una expresión de esa mística unión, una manifestación viva de la vitalidad de la Iglesia, un signo de la acción santificante del Espíritu.
El proceso de canonización de don Luis de Trelles está en marcha. Se han dado pasos muy importantes y ahora falta la presencia de Dios en el milagro que haga presente la intervención sobrenatural, que testifique la mediación del siervo de Dios para conseguir el milagro ante el que tiene que rendirse la ciencia por esa causa sobrenatural.
Por eso es importante acudir a su intercesión con la oración confiada y constante, encomendándole nuestras necesidades, con la convicción de que la oración lo puede todo. Pedir con audacia hasta las cosas que parecen imposibles, y veremos la eficacia de la oración.
Oración Por la Causa de Canonización
Padre nuestro, que estás en el Cielo. Tú que escogiste a tu siervo LUIS DE TRELLES como laico comprometido en su tiempo y ardiente Adorador de la EUCARISTÍA: Dame la gracia de imitarle cumpliendo siempre fielmente con mi compromiso en la adoración del Sacramento y el servicio a los demás. Dígnate glorificar a tu siervo LUIS y concédeme por su intercesión la gracia que humildemente te pido. Así sea. (Padrenuestro, Avemaría y Gloria)
Con licencia eclesiástica del obispo de Zamora.“No puede haber ocupación mejor, ni que más bien responda a la vocación del cristiano, que el adorar a Cristo-Eucaristía”. “La Adoración es una fuerza poderosa para la vida de la Iglesia”. Luis de Trelles
domingo, 29 de noviembre de 2009
TEMA DE REFLEXION PARA Diciembre
«CONVERTIOS, PORQUE EL REINO DE LOS CIELOS HA LLEGADO»
(Mt 4, 17)
La espera multisecular de la venida del Mesías, que la Liturgia del tiempo de Adviento nos invita a revivir todos los años, culmina con la invitación que Juan hace en el desierto de Judea (Mt 3, 2) y que Jesús repite al comienzo de su predicación (Mt 4, 17).
—«Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado.»
La conversión es un concepto bíblico, muy empleado por los Profetas, que en hebreo se expresa con un verbo de movimiento con el significado de «darse la vuelta», y en griego, con términos que significan «cambiar de manera de pensar».
La invitación del Bautista y de Jesús viene a decir: Daos la vuelta, cambiad de postura y de manera de pensar. Vivís de espaldas a Dios, apegados y con la vista fija en las cosas materiales. Volved vuestra mirada a Dios, que os trae una maravillosa oferta.
En nuestro lenguaje común ascético, conversión ha venido a significar el arrepentimiento del que vive en pecado mortal y vuelve a la vida de la gracia. Ello hace que la llamada bíblica y litúrgica a la conversión suene a hueco y resulte vacía de contenido para los que habitualmente viven en gracia.
Y no es así.
Porque, sin llegar al abandono de Dios que constituye el pecado, a menudo el apego a las cosas de aquí nos absorbe hasta el extremo de hacernos olvidar la primacía de Dios y de su Reino; la atención a los asuntos temporales no deja espacio en nuestras vidas para el quehacer apostólico; las preocupaciones egoístas hacen que al alma le falte tiempo para pensar en Dios; los árboles junto al camino nos inducen a desviarnos hacia la cuneta en busca de una sombra cuyo disfrute nos hace perder de vista y retrasar la llegada a la meta. Necesitamos continuamente carteles anunciadores que nos digan:
—«Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado.»
La llamada de Jesús, repetida por la Liturgia de la Iglesia, nos invita a todos a volvernos a la única cosa necesaria, a lo único que verdaderamente nos interesa y que tan a menudo descuidamos. Cuando se piensa en la infinita grandeza de Dios, que para nada necesita de nosotros, y que, ello no obstante, se digna llamarnos por el teléfono de su Hijo para conversar con nosotros, se comprende que nuestra felicidad consista en vivir pendientes de esa llamada, y con el auricular siempre en la mano, prontos a repetir a cada instante con el alma transida de gozo: ¡Dígame! ¡Dígame!
Ello implica «puesto que la tendencia a la distracción es permanente» una gimnasia de cuello continua: ¡Media vuelta! ¡Media vuelta!
Bien merece la pena.
Porque el Reino de Dios al que se nos invita es la insospechada oferta que Dios hace a los pobres (Mt 5, 3) de un tesoro escondido (Mt 13, 44) y de una margarita preciosa (Mt 13, 45) a cambio de las cuales tiene cuenta vender cuanto poseemos para adquirirlos; es una invitación que el Padre nos hace al Banquete de Bodas de su Hijo (Mt 22, 2 y 21, 1); es algo que se adquiere trabajosamente («El Reino de los Cielos padece violencia y sólo haciéndose violencia se conquista»: Mt 11, 12) pero que está al alcance de la mano («El Reino de Dios está dentro de vosotros»: Lc 8, 11). Y así tiene que ser, porque el Reino de Dios «no es de este mundo» (Jn 19, 26); es un «tesoro en el cielo donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben» (Mt 6, 20). Merece la pena, porque ese será el premio final: «Venid, benditos de mi Padre a poseer el Reino» (Mt 25, 34).
Repíteme, Señor, tu consigna:
—Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca. Y si yo no lo hago, hazlo Tú: Si yo no me convierto, conviérteme Tú.
Convencido de la importancia que esto tiene, te pido con Jeremías:
—«Conviérteme, y me convertiré» (Jer 31, 8).
CUESTIONARIO
· ¿Me esfuerzo por avivar en mí la conciencia de la presencia de Dios en mí, que me invita a conversar con El?
· ¿Qué lugar ocupa en mi vida la preocupación por el Reino de Dios?
· ¿Trato de sustituir, cada día un poco más, los criterios mundanos por criterios de Dios?
(Mt 4, 17)
La espera multisecular de la venida del Mesías, que la Liturgia del tiempo de Adviento nos invita a revivir todos los años, culmina con la invitación que Juan hace en el desierto de Judea (Mt 3, 2) y que Jesús repite al comienzo de su predicación (Mt 4, 17).
—«Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado.»
La conversión es un concepto bíblico, muy empleado por los Profetas, que en hebreo se expresa con un verbo de movimiento con el significado de «darse la vuelta», y en griego, con términos que significan «cambiar de manera de pensar».
La invitación del Bautista y de Jesús viene a decir: Daos la vuelta, cambiad de postura y de manera de pensar. Vivís de espaldas a Dios, apegados y con la vista fija en las cosas materiales. Volved vuestra mirada a Dios, que os trae una maravillosa oferta.
En nuestro lenguaje común ascético, conversión ha venido a significar el arrepentimiento del que vive en pecado mortal y vuelve a la vida de la gracia. Ello hace que la llamada bíblica y litúrgica a la conversión suene a hueco y resulte vacía de contenido para los que habitualmente viven en gracia.
Y no es así.
Porque, sin llegar al abandono de Dios que constituye el pecado, a menudo el apego a las cosas de aquí nos absorbe hasta el extremo de hacernos olvidar la primacía de Dios y de su Reino; la atención a los asuntos temporales no deja espacio en nuestras vidas para el quehacer apostólico; las preocupaciones egoístas hacen que al alma le falte tiempo para pensar en Dios; los árboles junto al camino nos inducen a desviarnos hacia la cuneta en busca de una sombra cuyo disfrute nos hace perder de vista y retrasar la llegada a la meta. Necesitamos continuamente carteles anunciadores que nos digan:
—«Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado.»
La llamada de Jesús, repetida por la Liturgia de la Iglesia, nos invita a todos a volvernos a la única cosa necesaria, a lo único que verdaderamente nos interesa y que tan a menudo descuidamos. Cuando se piensa en la infinita grandeza de Dios, que para nada necesita de nosotros, y que, ello no obstante, se digna llamarnos por el teléfono de su Hijo para conversar con nosotros, se comprende que nuestra felicidad consista en vivir pendientes de esa llamada, y con el auricular siempre en la mano, prontos a repetir a cada instante con el alma transida de gozo: ¡Dígame! ¡Dígame!
Ello implica «puesto que la tendencia a la distracción es permanente» una gimnasia de cuello continua: ¡Media vuelta! ¡Media vuelta!
Bien merece la pena.
Porque el Reino de Dios al que se nos invita es la insospechada oferta que Dios hace a los pobres (Mt 5, 3) de un tesoro escondido (Mt 13, 44) y de una margarita preciosa (Mt 13, 45) a cambio de las cuales tiene cuenta vender cuanto poseemos para adquirirlos; es una invitación que el Padre nos hace al Banquete de Bodas de su Hijo (Mt 22, 2 y 21, 1); es algo que se adquiere trabajosamente («El Reino de los Cielos padece violencia y sólo haciéndose violencia se conquista»: Mt 11, 12) pero que está al alcance de la mano («El Reino de Dios está dentro de vosotros»: Lc 8, 11). Y así tiene que ser, porque el Reino de Dios «no es de este mundo» (Jn 19, 26); es un «tesoro en el cielo donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben» (Mt 6, 20). Merece la pena, porque ese será el premio final: «Venid, benditos de mi Padre a poseer el Reino» (Mt 25, 34).
Repíteme, Señor, tu consigna:
—Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca. Y si yo no lo hago, hazlo Tú: Si yo no me convierto, conviérteme Tú.
Convencido de la importancia que esto tiene, te pido con Jeremías:
—«Conviérteme, y me convertiré» (Jer 31, 8).
CUESTIONARIO
· ¿Me esfuerzo por avivar en mí la conciencia de la presencia de Dios en mí, que me invita a conversar con El?
· ¿Qué lugar ocupa en mi vida la preocupación por el Reino de Dios?
· ¿Trato de sustituir, cada día un poco más, los criterios mundanos por criterios de Dios?
jueves, 12 de noviembre de 2009
EL CAMINO DEL ADORADOR
Permíteme amigo/a, que en agradecimiento a la utilización de este Blogs te ofrezca el comentario que a continuación cito; en él me planteo las distintas formas de como se hacen Adoradores, incluso sin nosotros percatarnos:
Una tarde Jacinto, hombre mayor me comentaba que adoraba al Señor por la noche; surgió en mi interior joven una gran curiosidad; según me comentaba hasta dormían dentro de la misma Iglesia.
El tiempo no se detiene, mil años son para el Señor como una vigilia nocturna, dice el Salmista, y me hallo en el Bufete de Domingo en una gestión profesional; finalizada la misma mantenemos un breve coloquio y le comento: pretendo asistir a alguna Vigilia de la Adoración Nocturna, la respuesta no se hizo espera: “ esta
Noche tenemos una en San Hermenegildo y puedes asistir “, ¿ te recojo ?.
Al regreso a casa comento con mi esposa lo sucedido, su padre, un gran hombre, había sido en sus tiempos Adorador hasta que la enfermedad le impidió continuar asistiendo; le comento no he respondido a la invitación de mi amigo porque no creía pudiese aguantar toda la noche en vela. Al finalizar la cena, aquel 3 de noviembre, me comenta ella: ¿ te preparo un café ? En aquel momento me sorprendió la pregunta hasta que llegué a relacionar el café contra el sueño.
Aquella Vigilia me encantó, el sueño no fue enemigo, la oración compartida no la conocía; en la reunión previa el Jefe de Turno, Ricardo, me abría las puertas de la comunicación con mis hermanos, el rato de oración intima ante el Santísimo me llenó de Gracias y mi compromiso adorador comenzó aquella misma noche; ahora, cercano a las 250 vigilias me llena de alegría recordar aquel momento.
Reflexiono a “corazón abierto” como se vale el Señor para llamarnos a mantener el cariño que El, desde que comenzó a desarrollarse mi vida en la fecundación del primer embrión en el seno de mi madre, mantiene conmigo, con todos nosotros.
Ellos padres cristianos, humildes, vivieron para sus hijos, por eso están siempre presentes en mi oración de petición ante Jesús Sacramentado, acompañado de ellos en mi interior, como recuerdo constante de mí primera Comunión.
Ves amigo/a adorador/a cómo el Señor pone señales indicadoras en la Senda que nos tiene marcada: el padre de mi amigo; el profesional en su trabajo; la esposa amada que, como María nos lleva al Señor; el recuerdo respetuoso de mi suegro y hasta el aviso de mi hija menor una noche en la que acobardado por el frío estaba dudando asistir a la Vigilia, me recordaba “
¿ esta noche no tienes adoraitor ? “
Conclusión:
- El Señor nos llama y nosotros hemos de estar atentos
- En ocasiones seremos nosotros los que serviremos de señal para atraer nuevos Adoradores a la Eucaristía.
- La familia, Iglesia doméstica, nos ayuda en el camino, siempre a recorrerlo.
- Seamos nosotros también el camino a recorrer por nuestros hijos, con nuestro testimonio Adorador.
SEÑOR, yo creo, espero, os adoro y os amo; aumenta nuestra Fe
Una tarde Jacinto, hombre mayor me comentaba que adoraba al Señor por la noche; surgió en mi interior joven una gran curiosidad; según me comentaba hasta dormían dentro de la misma Iglesia.
El tiempo no se detiene, mil años son para el Señor como una vigilia nocturna, dice el Salmista, y me hallo en el Bufete de Domingo en una gestión profesional; finalizada la misma mantenemos un breve coloquio y le comento: pretendo asistir a alguna Vigilia de la Adoración Nocturna, la respuesta no se hizo espera: “ esta
Noche tenemos una en San Hermenegildo y puedes asistir “, ¿ te recojo ?.
Al regreso a casa comento con mi esposa lo sucedido, su padre, un gran hombre, había sido en sus tiempos Adorador hasta que la enfermedad le impidió continuar asistiendo; le comento no he respondido a la invitación de mi amigo porque no creía pudiese aguantar toda la noche en vela. Al finalizar la cena, aquel 3 de noviembre, me comenta ella: ¿ te preparo un café ? En aquel momento me sorprendió la pregunta hasta que llegué a relacionar el café contra el sueño.
Aquella Vigilia me encantó, el sueño no fue enemigo, la oración compartida no la conocía; en la reunión previa el Jefe de Turno, Ricardo, me abría las puertas de la comunicación con mis hermanos, el rato de oración intima ante el Santísimo me llenó de Gracias y mi compromiso adorador comenzó aquella misma noche; ahora, cercano a las 250 vigilias me llena de alegría recordar aquel momento.
Reflexiono a “corazón abierto” como se vale el Señor para llamarnos a mantener el cariño que El, desde que comenzó a desarrollarse mi vida en la fecundación del primer embrión en el seno de mi madre, mantiene conmigo, con todos nosotros.
Ellos padres cristianos, humildes, vivieron para sus hijos, por eso están siempre presentes en mi oración de petición ante Jesús Sacramentado, acompañado de ellos en mi interior, como recuerdo constante de mí primera Comunión.
Ves amigo/a adorador/a cómo el Señor pone señales indicadoras en la Senda que nos tiene marcada: el padre de mi amigo; el profesional en su trabajo; la esposa amada que, como María nos lleva al Señor; el recuerdo respetuoso de mi suegro y hasta el aviso de mi hija menor una noche en la que acobardado por el frío estaba dudando asistir a la Vigilia, me recordaba “
¿ esta noche no tienes adoraitor ? “
Conclusión:
- El Señor nos llama y nosotros hemos de estar atentos
- En ocasiones seremos nosotros los que serviremos de señal para atraer nuevos Adoradores a la Eucaristía.
- La familia, Iglesia doméstica, nos ayuda en el camino, siempre a recorrerlo.
- Seamos nosotros también el camino a recorrer por nuestros hijos, con nuestro testimonio Adorador.
SEÑOR, yo creo, espero, os adoro y os amo; aumenta nuestra Fe
martes, 10 de noviembre de 2009
ITINERARIO DE FORMACIÓN CRISTIANA DE ADULTOS
Existe desde hace años una demanda de formación continuada para vivir la fe en las comunidades parroquiales, grupos de vida, asociaciones laicales, etc.
La aportación más repetida por los grupos de trabajo, más del 90%, de la Asamblea Diocesana de Laicos se refería en estos términos a la formación:
" Dar respuesta a la necesidad de formación del laicado, para asumir nuestra responsabilidad en la Iglesia y en el mundo "
Nuestro Sr. Arzobispo D. Juan José Asenjo nos lo aconsejaba en la reciente Asamblea de Laicos, para mantener nuestra identidad de cristianos comprometidos.
Asumiendo las premisas anteriores, nuestro Consejo Diocesano de Sevilla ha participado en la gestación de un grupo de Adoradores comprometidos a realizar dicho Itinerario en una primera reunión celebrada el día de la Fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán en Roma. A partir de ésta fecha comenzaremos a reunirnos:
LOS SEGUNDOS LUNES DE CADA MES, a las 18 horas en los Salones Parroquiales de CASTILLEJA DE LA CUESTA ( a 3 kmts. de Sevilla )
Invitamos a participar a cuantos fieles quieran integrarse en este Grupo.
La aportación más repetida por los grupos de trabajo, más del 90%, de la Asamblea Diocesana de Laicos se refería en estos términos a la formación:
" Dar respuesta a la necesidad de formación del laicado, para asumir nuestra responsabilidad en la Iglesia y en el mundo "
Nuestro Sr. Arzobispo D. Juan José Asenjo nos lo aconsejaba en la reciente Asamblea de Laicos, para mantener nuestra identidad de cristianos comprometidos.
Asumiendo las premisas anteriores, nuestro Consejo Diocesano de Sevilla ha participado en la gestación de un grupo de Adoradores comprometidos a realizar dicho Itinerario en una primera reunión celebrada el día de la Fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán en Roma. A partir de ésta fecha comenzaremos a reunirnos:
LOS SEGUNDOS LUNES DE CADA MES, a las 18 horas en los Salones Parroquiales de CASTILLEJA DE LA CUESTA ( a 3 kmts. de Sevilla )
Invitamos a participar a cuantos fieles quieran integrarse en este Grupo.
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