Enero de 2013
Reflexiones sobre la Fe. IV
Dios Padre y Creador. (I)
“Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible” (Credo de Nicea-Constantinopla)).
“Dios es Padre Todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen mutuamente. Muestra, en efecto, su paternidad por la manera de cómo cuida de nuestras necesidades; por la adopción filial que nos da (“Yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso”, 2 Cor 6, 18); finalmente, por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados”( Catecismo, n. 270).
Benedicto XVI nos recuerda la dificultad que, a veces, podemos tener para ver a Dios como padre: “Tal vez el hombre moderno no percibe la belleza, la grandeza y el profundo consuelo contenidos en la palabra padre, con la que podemos dirigirnos a Dios en la oración, porque la figura paterna no está suficientemente presente, hoy en día, y no es lo bastante positiva en la vida diaria”.
Dios es Padre, y quiere que nos relacionemos con Él como hijos, verdaderos hijos. Por eso, para descubrir y vivir en el misterio de Dios Padre es importante que enraicemos bien en el alma la conciencia de ser hijos de Dios en Cristo: es la acción más importante del Espíritu Santo en cada cristiano.
“Ésta es la gran osadía de la fe cristiana –escribe Josemaría Escrivá-: proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios. Osadía ciertamente increíble, si no estuviera basada en el decreto salvador de Dios Padre, y no hubiera sido confirmada por la sangre de Cristo y reafirmada y hecha posible por la acción constante del Espíritu Santo” (Es Cristo que pasa, n. 133).
Ya nos lo había recordado el evangelista san Juan en su primera Carta: “Ved qué amor nos ha manifestado el Padre, que seamos hijos de Dios y lo seamos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a Él. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (3, 1-2).
Con esta conciencia viva de ser hijos de Dios, de ser, por tanto, miembros de la familia de Dios, el acto de fe nos mueve a “una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo”. Y en esa conversión, profundizamos en el conocimiento del misterio de Dios, que “en el misterio de la muerte y resurrección de su Hijo, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados”. Descubrimos a Dios, Padre misericordioso.
Esta afirmación de la paternidad de Dios, nos lleva a aceptar la plenitud de nuestra condición de criaturas, y nos abre el camino para dar el segundo paso como nuevas criaturas en Cristo; para que, por la gracia y con la gracia, el mismo Cristo Redentor se enraíce en nuestra persona, convirtiéndonos en hijos de Dios en Cristo: la filiación divina; y así vivamos siempre injertados en Cristo.
“La catequesis sobre la creación reviste una importancia capital. Se refiere a los fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explica la respuesta a la pregunta básica que los hombres de todos los tiempos se han formulado: “¿De dónde venimos?” “¿A dónde vamos?” “¿Cuál es nuestro origen?” “¿Cuál es nuestro fin?” “De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?” Las dos cuestiones, la del origen y la del fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orientación de nuestra vida” (Catecismo, n. 282).
Con una fe sincera en Dios Padre, afirmamos que Dios nos ha creado por amor y nos ha dado la vida, para “que le conozcamos, le amemos, vivamos con Él en esta vida; y lleguemos a vivir eternamente con Él en el Cielo”.
Dios nos conoce personalmente y nos llama, a cada uno, por nuestro nombre. Dios nos crea, nos da la vida, uno a uno.
Ante un padre que nos ama y nos da la vida, hemos de tener plena confianza, sabiendo que Dios busca siempre nuestro bien. A veces, no queremos recibir ese bien, y nos obstinamos en alejarnos de Dios, de la relación con Dios; dejamos de rezarle y de pedirle; dejamos de dirigirnos a Él. Es el mayor dolor que podemos provocar al corazón paternal y misericordioso de Dios, que nos espera siempre para perdonar nuestros pecados, sanar nuestras miserias y darnos su Amor.
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Cuestionario
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Cuando rezo, ¿me dirijo siempre a Dios sabiendo que es mi Padre?
¿Tengo toda confianza en el amor que Dios me tiene, consciente de que me ama como si yo fuera su único hijo?
¿Recibo con alegría el perdón de mi Padre Dios, en el sacramento de la Reconciliación?
viernes, 4 de enero de 2013
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