sábado, 24 de septiembre de 2016

Lecturas y reflexiones de la Misa del Domingo de la Semana 26ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C «Tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite»

Domingo 

Lectura del libro del profeta Amós (6,1a. 4-7): Ahora se acabará la orgía de los disolutos.

Esto dice el Señor omnipotente: «¡Ay de los que se sienten seguros en Sión, y confiados en la montaña de Samaría! Se acuestan en lechos de marfil; se arrellanan en sus divanes, comen corderos de rebaño y terneras del establo; tartamudean como insensatos e inventan como David instrumentos musicales; beben el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José. Por eso irán al desierto a la cabeza de los deportados y se acabará la orgía de los disolutos».

Salmo 145, 7. 8-9a. 9bc-10

R/. Alaba, alma mía, al Señor.

El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, // hace justicia a los oprimidos, // da pan a los hambrientos. // El Señor liberta a los cautivos. R/.

El Señor abre los ojos al ciego, // el Señor endereza a los que ya se doblan, // el Señor ama a los justos. // El Señor guarda a los peregrinos. R/.

Sustenta al huérfano y a la viuda // y trastorna el camino de los malvados. // El Señor reina eternamente, // tu Dios, Sión, de edad en edad. R/.

Lectura de la primera carta de San Pablo a Timoteo (6,11-16): Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor.

Hombre de Dios, busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.
Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste notablemente delante de muchos testigos.
Delante de Dios, que da la vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato, te ordeno que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que, en el tiempo apropiado, mostrará el bienaventurado y único Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver.
A él honor e imperio eterno. Amén.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (16,19-31): Recibiste bienes y Lázaro males: ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
El dijo: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también vengan ellos a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”
Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Tiempo y eternidad; recompensa y castigo: son como que dos antípodas que nos pueden servir para aproximarnos a los textos de este Domingo. Esto es evidente en el texto evangélico que sitúa a un rico en la bonanza temporal y a Lázaro sufriendo desgracias en este mundo. También vemos en la Primera Lectura a los ricos samaritanos que viven en orgías y lujo, seguros de sí mismos y olvidan así «el desastre de José». ¿Cómo ganar la vida eterna? San Pablo nos hablará de cómo la fe exige vivir el buen combate en Cristo Jesús para así ganar la vida eterna (Segunda Lectura).

K Parábola del  rico derrochador y del  pobre Lázaro

En el Evangelio de este Domingo Jesús propone una parábola para enseñar de manera viva y radical algunas verdades que resultan incómodas al mundo moderno y que nues­tra sociedad de consumo no quiere de ninguna manera oír. Pero, oigan o no oigan, la palabra de Jesús es la verdad: el cielo y la tierra pasa­rán pero sus palabras no dejarán de cum­plirse. Se trata de la parábola del pobre Lázaro y del rico derrochador. Su finalidad es precisamente enseñar qué es lo que ocurrirá a quien, gozando de manera egoísta sus rique­zas, no quiera escuchar la palabra que es Verdad y Vida.

La parábola presenta tres cuadros sucesivos. Primero la situación del rico y del pobre Lázaro; luego vemos la escena de ambos después de la muerte; finalmente el diálogo del rico con Abrahán pidiendo clemencia por sus cinco hermanos. El rico, sin nombre en la parábola, es conocido comúnmente con el nombre funcional de «Epulón» que proviene de la raíz latina «epulae» que quiere decir comida, banquete, festín y aplicándola al personaje podemos entenderla como comilón o sibarita. El pobre de la parábola se llama «Lázaro». Nombre que proviene del hebreo «Eleazar» o «Eliezer» que significa «Dios ayuda». Es la única vez que aparece un nombre propio en una parábola de Jesús.   

La escena sobre esta tierra presenta a los actores con rasgos incisivos: «había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas; y uno pobre, llamado Lázaro, que echado junto a su puerta, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico». En esta tierra el contraste entre uno y otro es total. Esta situación se da hoy: se da entre individuos, entre grupos, entre países. ¡No es una situa­ción irreal! El rico se divierte, goza con los gustos que le proporcionan sus riquezas, es totalmente insensi­ble a las necesidades de los pobres, para él es como si no existieran. Vive como que encerrado en una burbuja alienado a la realidad de la pobreza. Es una descripción de nuestra sociedad de consumo, donde la ley suprema es la comodidad, el placer y el afán de "pasarlo bien" sin preocuparse de nada más.

Pero sucede que «un día el pobre murió... y murió también el rico». Finalmente hay plena igualdad. La muerte es una ley pareja e imperturbable, afecta a todos por igual. El rico puede hacer­lo todo con sus riquezas, pero no puede escapar a la muerte. Y entonces comienza la segunda escena de la parábola, que se introduce así: «el pobre fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; el rico fue sepultado». El seno de Abra­ham es el símbolo de la felicidad, allí podemos imaginar a Lázaro finalmente son­riendo. En cambio, el rico fue a dar al hades, lugar de tormentos.  Aunque un abismo infranqueable los separa el rico puede ver al pobre. Ahora, el rico se contenta con muy poco: «Gri­tando, dijo: 'Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama». La situación de ambos se ha invertido. Es lo que hace notar Abraham: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado». Esta nueva situación en que cada uno se encuentra, es eterna.

K La eternidad y la libertad

La palabra «eter­nidad» debe­ría darnos vértigo. Nunca acabaremos de compren­der su inmensidad. La eternidad del destino del hombre pone en evidencia la dimensión de esta otra palabra: libertad. La libertad del hombre signifi­ca que tiene en sus manos la responsabilidad de su destino eterno. En esta breve vida nos jugamos la vida eterna. El diálogo entre el rico y Abraham expresa la irreversibili­dad de esa situación final: «Entre nosotros y vosotros se inter­pone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros». ¡No es posible ni siquiera recibir una gota de agua en los labios resecos! Hasta aquí la parábola ha enseñado la responsabilidad en el uso de los bienes de esta tierra. La tierra con todos sus bienes fueron creados para todos los hombres y nadie puede banquetear y consumir cosas lujosas o super­fluas mientras haya quien carece de lo necesario. La parábola enseña el destino que le espera después de la muerte al que hace aquello.

Pero la parábola agrega una tercera parte, y ésta es un aviso para nosotros que toda­vía estamos sobre esta tierra y que tal vez no pensamos en estas cosas. En un gesto imposible en un condenado, el rico suplica a Abraham: «Te ruego que envíes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio y no vengan también ellos a este lugar de tormento». Abraham contesta, con razón, que ya tienen quien les advierta: «Tienen a Moisés y los profetas, que los oigan».

K «¡Ay de aquellos que se sienten seguros y confiados!»

Los escritos proféticos ya nos hablan sobre estas verdades. Bastaría repasar la Primera Lectura de este Domingo, tomada del profeta Amós: «Ay de aquellos que se sienten seguros en Sión... acosta­dos en camas de marfil... beben vino en anchas copas... irán al exilio a la cabeza de los cautivos y cesará la orgía de los sibaritas» (Amós 6,1.4-6).La denuncia del profeta Amós se dirige contra el sibaritismo de los habitantes de Samaría[1] que no les interesa más «el destino de José», es decir el fin eminente del Reino de Israel. Su denuncia es contundente: «se acabó la orgía de los disolutos». Iréis al destierro bajo los asirios, encabezando la caravana de cautivos.

Hecho que sucedió treinta años después de haberlo anunciado. Escuchar la Palabra de Dios y abandonar las falsas seguridades que ofrece los bienes materiales es una de las lecciones de la parábola de este Domingo. Notemos que pobreza y riqueza no son conceptos meramente cuantitativos; pesa sobretodo la actitud de apego o desapego de lo que uno tiene. El hombre que pone su confianza y seguridad en Dios es aquel que escucha y vive de acuerdo a plan espiritual que traza San Pablo en la Segunda Lectura. Es el anverso a la «orgía de los sibaritas».

La exhortación de San Pablo a su querido discípulo Timoteo es valedera para todo cristiano: «practica la justicia, la piedad, la fe. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado...Guarda el mandamiento sin mancha y sin reproche». El «mandamiento» se refiere a todo el depósito de la fe confiado a Timoteo para su anuncio y testimonio.

Precisamente a continuación del texto que hemos leído viene una exhortación dirigida a los cristianos ricos que hubiera casado perfectamente como comentario de nuestras lecturas dominicales: «A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en lo inseguro de las riquezas sino en Dios, que nos provee espléndidamente de todo para que lo disfrutemos; que practiquen el bien, que se enriquezcan de buenas obras, que den con generosidad y con liberalidad; de esta forma irán atesorando para el futuro un excelente fondo con el que podrán adquirir la vida verdadera» (1Tim 6,17-19).

L Finalmente...ni aunque resucite un muerto

Volvamos a la lectura del Evangelio. Ante la respuesta dada por Abraham, el rico sabe que, lamentablemente, esto no va a impresionar a sus hermanos y por eso insiste: «No, padre Abraham, sino que, si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán». Sigue la sentencia conclusiva de Abraham: «Si no oyen a Moisés y a los profe­tas, no se convertirán aunque resucite un muer­to». Nosotros no sólo tenemos a Moisés y a los profetas, que ciertamente haríamos bien en escucharlos, sino que tenemos la enseñan­za del Hijo de Dios mismo: «en estos últimos tiempos Dios nos ha hablado por el Hijo» (Heb 1,2).

Por eso más eficaz que todos los proyectos -ciertamente necesarios- que se puedan desarrollar en nuestro país para «superar la pobreza» sería que cada uno, antes de hacer un gasto superfluo y lujoso, se senta­ra a leer antes esta parábola atentamente. Si esto no surte efecto, para inducir a una vida más fraterna, solida­ria y reconciliada; no hay más que hacer ya lamentablemente «no se convence­rán ni aunque resucite un muerto».

+  Una palabra del Santo Padre:

“No se dice que el rico epulón fuera malvado, al contrario, tal vez era un hombre religioso, a su manera. Rezaba, quizás, alguna oración y dos o tres veces al año seguramente iba al Templo a hacer sacrificios y daba grandes ofrendas a los sacerdotes, y ellos con aquella pusilanimidad clerical se lo agradecían y le hacían sentarse en el lugar de honor. Pero no se daba cuenta de que a su puerta estaba un pobre mendigo, Lázaro, hambriento, lleno de llagas, símbolo de tanta necesidad que tenía.

El hombre rico tal vez el vehículo con el que salía de casa tenía los cristales polarizados para no ver fuera... tal vez, pero no sé... Pero seguramente, sí, su alma, los ojos de su alma estaban oscurecidos para no ver. Solo veía dentro de su vida, y no se daba cuenta de lo que había sucedido a este hombre, que no era malo: estaba enfermo. Enfermo de mundanidad. Y la mundanidad transforma las almas, hace perder la conciencia de la realidad: viven en un mundo artificial, hecho por ellos... La mundanidad anestesia el alma. Y por eso, este hombre mundano no era capaz de ver la realidad.

Muchas personas que llevan la vida de modo difícil; pero si tengo el corazón mundano, nunca entenderé eso. Con el corazón mundano no se puede entender la necesidad y lo que hace falta a los demás. Con el corazón mundano se puede ir a la iglesia, se puede rezar, se pueden hacer tantas cosas. Pero Jesús, en la Última Cena, en la oración al Padre, ¿qué ha rezado? 'Pero, por favor, Padre, custodia a estos discípulos para que no caigan en el mundo, que no caigan en la mundanidad'. Es un pecado sutil, es más que un pecado: es un estado pecador del alma”. 

Homilía del Papa Francisco. 5 de marzo de 2015, en Santa Marta.






' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Nos dice San Juan Crisóstomo que Abrahán aparece junto a Lázaro porque había sido hospitalario con unos simples peregrinos y hasta los hizo entrar en su tienda. Por ello recibió la bendición de Dios (ver Gn 18,15). El rico, en cambio, no mostraba más que desprecio hacia aquel que estaba en su puerta. ¿Enseño a los miembros de mi familia a que sean generosos y solidarios? ¿Predico con mi ejemplo?¿De qué forma concreta?

2. En la situación concreta en que vive nuestro país, ¿por qué no colaborar activamente en alguna campaña de solidaridad? ¿Participo en algún tipo de voluntariado? El que busca, encuentra...

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2419- 2425. 2443-2449.



[1] Samaría: capital del Reino de Israel que fue saqueada por los Asirios. Amós se mostró un intrépido defensor de la Ley de Dios especialmente en su lucha contra el culto al becerro de oro adorado en Betel, santuario del reino de Israel (Norte). Perseguido por Amacías, sacerdote de aquel becerro, el profeta murió mártir según una tradición judía. 

( texto facilitado por Juan Ramón Pulido, Presidente Diocesano de A.N.E. Toledo )

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