sábado, 16 de enero de 2021

Domingo de la Semana 2ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B «He ahí el Cordero de Dios»

Lectura del primer libro de Samuel (3, 3b-10.19): Habla, Señor, que tu siervo te escucha. En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Se-ñor llamó a Samuel, y él respondió: «Aquí estoy.» Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.» Respondió Elí: «No te he llamado; vuelve a acostarte.» Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.» Respondió Elí: «No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.» Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: «Aquí estoy; vengo porque me has llama-do.» Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: «Anda, acuéstate; y si te lla-ma alguien, responde: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha." » Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: «¡Samuel, Samuel!» Él respondió: «Habla, que tu siervo te escucha.» Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse. Salmo 39,2.4ab.7.8-9.10: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. R./ Yo esperaba con ansia al Señor; // él se inclinó y escuchó mi grito; // me puso en la boca un cántico nuevo, // un himno a nuestro Dios. R./ Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, // y, en cambio, me abriste el oído; // no pides sacrificio expiatorio. R./ Entonces yo digo: // «Aquí estoy -como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad.» // Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. R./ He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; // no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes. R./ Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (6,13c-15a.17-20): Vuestros cuerpos son miembros de Cristo. Hermanos: El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor, para el cuerpo. Dios, con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él. Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica peca en su propio cuerpo. ¿0 es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo! Lectura del santo Evangelio según San Juan (1, 35-42): Vieron dónde vivía y se quedaron con él. En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?» Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» Él les dijo: «Venid y lo veréis.» Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. An-drés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra pri-mero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).» Y lo llevó a Je-sús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se tra-duce Pedro).»  Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas Dios nos llama a cada uno por nuestro nombre para una misión muy específica (Primera lectura). Esto es lo que vemos en el sencillo relato de la llamada del profeta Samuel, así como en el Evangelio que, a su vez, refiere la vocación de los primeros discípulos de Jesús. Este llamado hecho por Dios considera a la persona en su totalidad: cuerpo, alma y espíritu (Segunda Lectura). Para ser auténtico discípulo de Cristo (es decir ser bautizado en la Iglesia Católica) es necesario escuchar; responder con generosidad como lo hizo Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha»; y ser coherentes con nuestra opción de fe ya que ahora «somos del Señor».  Samuel: juez y profeta Samuel, hijo de Elcaná y Ana, fue el último de los grandes jueces de Israel y uno de los primeros profe-tas. Al nacer Samuel, había quedado escuchada la ferviente oración de Ana pidiendo un hijo. Ella, a su vez, cumplió la promesa que había hecho a Dios y llevó a su hijo al santuario de Siló para que el sacerdote Elí se encargara de su formación. En el pasaje de la Primera Lectura, Samuel recibe de Dios un llamado y un mensaje; en el que decía que la familia del sacerdote Elí sería castigada por la maldad de sus hijos (ver 1Sam 3, 11-14). Al morir Elí, Samuel tuvo que hacer frente a una situación difícil. Israel había sido derrotado por los filis-teos y creían que Dios ya no se preocupaba de ellos. Samuel pidió destruir todos los ídolos y mandó obede-cer a Dios nuevamente. Samuel gobernó durante toda su vida a Israel y durante su mandato hubo paz en sus fronteras. Ya anciano Samuel nombró Jueces a sus hijos, pero el pueblo, descontento, quería un rey. Al principio Samuel se opuso pero Dios le dio instrucciones para que ungiera a Saúl. Después que Saúl hubo desobedecido a Dios, ungió a David como siguiente rey. Todos en Israel lloraron la muerte de Samuel (1Sam 25,1).  ¡Glorificad a Dios con vuestros cuerpos! Suena un poco extraño en el mundo en que vivimos la exhortación de San Pablo a ser íntegros (cuer-po, alma y espíritu) buscando así agradar al Señor. Más aún el apóstol de las gentes nos dice que nuestro cuerpo es «templo del Espíritu Santo» resaltando así la dignidad de nuestra corporeidad. He aquí el funda-mento de una ética cristiana del cuerpo. Al decir San Pablo «cuerpo» (soma en griego) está refiriéndose a la persona en su totalidad, como vemos en otros pasajes de la misma carta: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?»(3,16). Dos son las razones fuertes que destaca Pablo para una vida moral íntegra: somos miembros de Cris-to: le pertenecemos pues nos adquirió al precio de su sangre y hemos sido incorporados a Él por el bautis-mo en su nombre; somos templo del Espíritu Santo: Él habita en nosotros porque lo hemos recibido de Dios ya desde el bautismo y, por benevolencia de Dios, podemos llamarlo ¡Abba, Padre! Por lo tanto una con-ducta inmoral profana el templo de Dios y va contra la altísima dignidad que todo ser humano posee: ser imagen y semejanza del Creador.  «He aquí el cordero de Dios» El Evangelio de Juan nos ofrece una semana entera de Jesús en los días sucesivos a su bautismo en el Jordán de manos de Juan el Bautista. Es la llamada «semana inaugu¬ral». Por eso en este segundo Domin-go del tiempo ordinario, en los tres ciclos de lectu¬ras, el Evangelio del Domingo está tomado de esta sema-na inaugural (ver Jn 1,19 a 2,12). El Evangelio de hoy empieza precisamente con la fra¬se: «Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos». Es el día siguiente al del bau¬tismo del Señor. En esa ocasión Juan había dado este tes¬timonio: «He visto el Espíritu que bajaba del cielo como una palo-ma y se quedaba sobre Él... doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios» (Jn 1,33-34). En este se-gundo día tiene lugar la vocación de sus tres primeros discípulos. Juan, fijándose en Jesús que pasaba, lo indica y dice: «He ahí el Cordero de Dios». Es extraño el modo de identificar a Jesús usado por Juan el Bautista. Es claro que esos dos discípulos que estaban con él en-tendieron el sentido de la expresión «Cordero de Dios», pues apenas oyeron a Juan hablar así, «siguieron a Jesús» y «se quedaron con Él aquel día». Recordemos que ellos habían oído de Juan decir sobre Jesús que «Éste es el Elegido de Dio¬s» Pero de ese Siervo de Dios, su Elegido, estaba escrito: «Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus moretones hemos sido curados... El Señor descargó sobre Él la culpa de todos nosotros... Como un corde-ro era llevado al degüello... mi Siervo justificará a todos y las culpas de ellos Él soportará» (Is 53,5.6.7.1¬1 ). A éste se refiere Juan cuando indica a Jesús y lo llama «el Cordero de Dios que quita el pecado del mun-do». Para ellos era cosa habitual ofrecer a Dios sacrificios de corderos en ex¬pia¬ción por los pecados. Así es-taba mandado por la ley judía. Pero constata¬ban que esos sacrificios no liberaban realmente de la esclavi-tud del peca¬do y no lograban purificar la con¬cien¬cia de pecado. Quien cometía, por ejemplo, un homi¬cidio no se sentía perdonado por Dios porque ofreciera en sacrifi¬cio un cor¬dero. En cambio, Éste es el «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». El episodio de hoy y todo el desarrollo del Evangelio de Juan nos recuerda aquella visión del Apocalipsis: «Vi un Cordero que estaba en pie sobre el monte Sión y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que lleva¬ban escrito en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre... Éstos siguen al Cordero dondequiera que vaya» (Ap 14,1.4). El Corde-ro va camino al sacrificio; y allá lo siguen también éstos. Todos sabemos que los após¬toles del Señor fueron todos mártires, es decir, sufrieron una muerte semejan¬te a la suya.  «Se quedaron con Él aquel día» Al leer este pasaje del Evangelio de San Juan uno podría preguntarse: ¿cómo pueden seguir a Jesús sin haber sido llamados por Él? El Evangelio dice que Jesús, viendo que lo seguían se vuelve y les pregun-ta: «¿Qué buscáis?». Responden con una pregunta banal: «Rabbí, ¿dónde permaneces?». Entonces acon-tece la vocación verdadera: «Venid y lo veréis». Y ellos acceden: «Fueron y vieron dónde permanecía y perma¬necieron con Él aquel día». Uno de los verbos de contenido más pleno en el Evangelio de Juan es el verbo «permane¬cer». Aquí no se está hablando de un lugar de esta tie¬rra -calle y número- donde Jesús ha-bita; Jesús «permanece» en Dios y llama a los dos discí¬pulos a hacer experiencia de eso: «Lo veréis». De esta manera los discí¬pulos de Jesús son invitados a «per¬mane¬cer» en Él: «El que permane¬ce en mí y yo en él, ése da mucho fruto: porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). ¿Qué sería lo que conversaron esa tarde con Jesús? Si a los discí¬pulos de Emaús les ardía el corazón al escuchar al Maestro, ¿qué decir de la conversación en este primer encuen¬tro? Podemos deducir de qué hablaron por la continuación del relato. Des¬pués de esto, Andrés al primero que encuentra es a su hermano Simón, y sin más preámbulos le da esta noticia sorprendente: «Hemos encontrado al Mesías (que quiere decir Cristo)». Segu¬ramente no esperó la reacción incrédula de su hermano, sino que por todo argumento «lo llevó donde Jesús». Esta es la vocación de Pedro: «Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: Tú eres Si-món, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que quiere decir Piedra)». No sólo tenemos aquí el vocablo hebreo «Mesías» (se usa únicamente aquí y en Jn 4,25) con su co-rres¬pondiente traducción «Cristo», sino también el nombre hebreo que Jesús dio a Pedro: «Cefas». Así lo llamó Jesús. No era nombre de persona. Esta es una pala¬bra hebrea que significa «Roca». Se tradujo al griego por «petra»: «piedra» y de allí viene el nombre Pedro. Cambiándole el nombre, Jesús le indica su misión, que en el Evangelio de Mateo se expresa más explí¬citamente: «Sobre esta piedra edifi¬caré mi Igle-sia» (Mt 16,18). Cada vez que Pedro escu¬che su nombre hasta el final de su vida recordará ese instante de su primer encuentro con Jesús. Una palabra del Santo Padre: «El Evangelio de hoy (cf. Mateo 4, 12-23) narra el inicio de la predicación de Jesús en Galilea. Él deja Nazaret, una aldea de las montañas, y se establece en Cafarnaúm, un centro importante a orillas del lago, habitado en su mayor parte por paganos, punto de cruce entre el Mediterráneo y el interior mesopotámico. Esta elección indica que los destinatarios de su predicación no son sólo sus compatriotas, sino todos los que llegan a la cosmopolita «Galilea de los gentiles» (v 15; cf. Isaías 8, 23): así se llamaba. Vista desde la capital Jerusalén, aquella tierra es geográficamente periférica y religiosamente impura, porque estaba llena de paganos, por la mezcla con quienes no pertenecían a Israel. Ciertamente de Galilea no se esperaban grandes cosas para la historia de la salvación. Y sin embargo, justamente desde allí — justo desde allí— se difunde aquella “luz” sobre la cual hemos meditado los domingos pasados: la luz de Cristo. Se difunde precisamente desde la periferia. El mensaje de Jesús reproduce el del Bautista, proclamando el «Reino de los Cielos» (v. 17). Este Reino no conlleva la instauración de un nuevo poder político, sino el cumplimiento de la alianza entre Dios y su pueblo, que inaugurará un periodo de paz y de justicia. Para estrechar este pacto de alianza con Dios, cada uno está llamado a convertirse, transformando su propio modo de pensar y de vivir. Esto es importante: convertirse no solo es cambiar la manera de vivir, sino también el modo de pensar. Es una transformación del pensamiento. No se trata de cambiar la ropa, ¡sino las costumbres! Lo que diferencia a Jesús de Juan Bautista es el estilo y el método. Jesús elige ser un profeta itinerante. No se queda esperando a la gente, sino que se dirige a su encuentro. ¡Jesús está siempre en la calle! Sus prime-ras salidas misioneras tienen lugar alrededor del lago de Galilea, en contacto con la muchedumbre, en par-ticular con los pescadores. Allí Jesús no sólo proclama la llegada del Reino de Dios, sino que busca com-pañeros que se asocien a su misión de salvación. En este mismo lugar encuentra dos parejas de herma-nos: Simón y Andrés, Santiago y Juan; les llama diciendo: «Venid conmigo y los haré pescadores de hom-bres» (v. 19). La llamada les llega en plena actividad de cada día: el Señor se nos revela no de manera ex-traordinaria o asombrosa, sino en la cotidianidad de nuestra vida. Ahí debemos encontrar al Señor; y ahí Él se revela, hace sentir su amor a nuestro corazón; y ahí —con este diálogo con Él en la cotidianidad de nuestra vida— cambia nuestro corazón. La respuesta de los cuatro pescadores es rápida e inmediata: «al instante, dejando las redes, le siguieron» (v. 20). Sabemos efectivamente que habían sido discípulos del Bautista y que, gracias a su testimonio, ya habían empezado a creer en Jesús como el Mesías (cf. Juan 1, 35-42)». Papa Francisco. Ángelus 22 de enero de 2017.  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 1. El Padre San Alberto Hurtado solía repetir: «El que ha visto una vez el rostro de Cristo no lo puede olvidar nunca más». Es la experiencia de los apóstoles al encontrarse con Jesús. ¿Cómo y dónde puedo encontrarme con el Señor Jesús? ¿Pongo los medios para ello? 2. Todos tenemos una vocación concreta. He descubierto lo que Dios quiere de mí. 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 897- 900.1260.1533 texto: JUAN RAMON PULIDO, presidente ADORACION NOCTURNA ESPAÑOLA de TOLEDO

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