sábado, 30 de enero de 2021
Domingo de la Semana 4ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B – 28 de enero de 2018 «¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!»
Lectura del libro del Deuteronomio (18,15-20): Suscitaré un profeta y pondré mis palabras en su bo-ca.
Moisés habló al pueblo, diciendo: Un profeta, de entre los tuyos, de entre tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios. A él lo escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea: "No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir." El Señor me respondió: "Tienen razón; suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá."
Salmo 94,1-2.6-7.8-9: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón». R./
Venid, aclamemos al Señor, // demos vítores a la Roca que nos salva; // entremos a su presencia dán-dole gracias, // aclamándolo con cantos. R./
Entrad, postrémonos por tierra, // bendiciendo al Señor, creador nuestro. // Porque él es nuestro Dios, // y nosotros su pueblo, // el rebaño que él guía. R./
Ojalá escuchéis hoy su voz: // «No endurezcáis el corazón como en Meribá, // como el día de Masá en el desierto; // cuando vuestros padres me pusieron a prueba // y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R./
Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (7,32-35): La soltera se preocupa de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos.
Hermanos: Quiero que os ahorréis preocupaciones: el soltero se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando con-tentar a su mujer, y anda dividido.
Lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido.
Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (1,21-28): Enseñaba con autoridad.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaúm, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obe-decen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Las lecturas de este Domingo muestran la saga bíblica del profetismo, desde Moisés y los Profetas que hablan en nombre del Señor (Primera Lectura) a Cristo Jesús, Palabra viva de Dios que enseña con autori-dad propia y no como los escribas (Evangelio), y en cuyo nombre realizan los Apóstoles, como San Pablo, su misión en la Iglesia. El Apóstol de los gentiles imparte a los corintios su enseñanza sobre el matrimonio y el celibato, dos estados y dos caminos para vivir la dedicación y entrega al apostolado en la comunidad cris-tiana (Segunda Lectura).
«Yo suscitaré, de en medio de ti, un profeta semejante a ti»
Ya en la tradición judía el profeta era interpretado como prefiguración del Mesías, que debería aparecer ante sus contemporáneos como otro Moisés, es decir como un profeta y maestro legislador y forjador del nuevo pueblo. En el Nuevo Testamento vemos como es aplicado este oráculo al mismo Señor Jesús tanto por San Pedro (Hch 3,22) como por San Esteban (Hch 7,35). Cuando Felipe fue llamado a ser apóstol dijo: «Hemos encontrado a Aquel de quien escribió Moisés» (Jn 1,45). El mismo Jesús se refiere a esta profe-cía en el pasaje de Jn 5,45ss. No cabe la menor duda que esta profecía se cumplió plenamente en Jesu-cristo. San Agustín nos dice que así como Moisés fue el legislador de la Antigua Ley, Jesús lo es de la Nue-va Ley.
San Pablo, por su parte no es un profeta o maestro independiente, sino que toda su enseñanza (es decir su magisterio) hace referencia a Cristo Maestro o en todo caso es una enseñanza iluminada por la presen-cia de Cristo Resucitado bajo la viva y vivificante acción del Espíritu Santo. Pablo enseña con autoridad, pero no propia, sino la misma autoridad de Cristo presente en él por el poder del Espíritu Santo. Pablo, en su carta a los Corintios, enseñará que hay dos estados de vida: matrimonio y virginidad. Ambos provienen de Dios como don y ambos están llamados a «preocuparse de las cosas de Dios» viviendo así su vocación a la santidad en el trato asiduo (cotidiano) con el Señor.
El Maestro Bueno
El episodio que relata el Evangelio de hoy ocurre en día sábado en la sinagoga de Cafarnaúm cuando Jesús comienza a enseñar. En los versículos precedentes de este primer capítulo del Evangelio de San Marcos se nos ha mostrado el comienzo de su vida pública en Galilea y la vocación de sus prime¬ros cuatro apóstoles. Cafarnaúm era una gran ciudad de la Galilea, más grande e importan¬te que Nazaret. Estaba ubi-cada en la orilla noroeste del mar de Galilea. Jesús hizo de esta ciudad, en particular de su sinagoga, el cen-tro de su ministerio en Galilea. El pere¬grino de la Tierra Santa visita las ruinas de su sinagoga y puede apre-ciar los restos de una de las sinago¬gas mejor preservadas de la Palestina. En realidad, esas ruinas perte-necen a una sinagoga del siglo III d.C.; pero su ubicación es la que exactamente tenía en el tiempo de Je-sús.
Allí es donde entró Jesús y se puso a enseñar. Este lugar es tan importante que aquí fue donde Jesús pronunció el famoso discurso del «pan de vida» llamado también «dis¬curso de la sinagoga de Cafarnaúm» (ver Jn 6,59). En Cafarnaúm hizo Jesús muchos de sus milagros; pero la ciudad no se convirtió y mereció una feroz condena de parte del Maestro (ver Mt 11,23-24).El título que más frecuentemente se aplica a Je-sús en los Evangelios es sin duda el de «Maestro» y a sus seguidores se los llama «discí¬pulos» . Él mismo, al final de su vida, afirma que la enseñanza era su actividad diaria. Cuando encara a los que vienen a arres-tarlo, les reprocha: «¿Como contra un salteador habéis salido a prenderme con espadas y palos? Todos los días estaba junto a vosotros enseñando en el templo, y no me detuvisteis» (Mc 14,48). Jesús acu¬día al templo todos los días y enseñaba. Sin duda trajo al mundo una doctrina y vino con la misión de formar las concien¬cias de los hombres en la verdad.
¡Una doctrina nueva!
Apenas llamados los primeros discípulos, Jesús comienza a enseñar produciendo estupor en los presen-tes por dos moti¬vos: por su autoridad y por su novedad. ¿En qué se diferencia el modo de enseñar de Jesús del de los escribas? Los escribas se limitaban a explicar la Ley de Moisés; ellos enseñaban con la autoridad de Moisés, no tienen autoridad propia. Jesús, en cambio, es más que Moi¬sés; Él es una nueva instancia de revelación. Jesús es la Palabra de Dios; cuando Él habla y actúa, Él es la Palabra de Dios que se está pre-sentando. Jesús es la revela¬ción misma, él es la Palabra definitiva de Dios. Con razón dice San Juan de la Cruz que habiéndonos hablado en su Hijo, «Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar; ya lo ha hablado todo, dándonos al Todo que es su Hijo» .
Podemos citar muchos casos en el Evangelio en que Jesús aparece superior a Moisés. Cuando le pre-sentan una mujer sorprendida en flagrante adulterio, los escribas y fariseos sentencian: «Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» (Jn 8,5). Sin pronunciarse sobre Moisés manda a quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Nadie condena a la humillada mujer y Jesús la perdo-na.
Pero tal vez donde más resplandece la novedad y la autoridad de la enseñanza de Jesús es en el Ser-món de la Montaña. Jesús comenta diversos preceptos de la Ley de Moisés y ante cada uno expresa su propia ley: «Habéis oído que fue dicho: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos» (Mt 5,21ss).Ante este precepto de Jesús y otros del mismo sermón, debemos con-cluir que muchos no han aceptado a Jesús y se encuentran aún en el Antiguo Testa¬mento y en la Ley de Moisés. Jesús enseña con una autoridad que no es la de Moisés, sino suya propia; y no se limita a citar la ley antigua: Él es nueva instan¬cia de ley.
«Manda a los espíritus inmundos y le obedecen»
Una prueba de su autoridad, como leemos en el pasaje de este Domingo, es que expulsa los demonios. Ahora, ¿por qué el Evangelio habla de que un hombre estaba poseído por un «espíritu inmundo» en vez de «espíri¬tu maligno»? En realidad, lo inmundo en el lenguaje bíblico es lo que se opone a la santidad de Dios. Es así que alguien que, por cualquier motivo, no puede participar en el culto del Dios santo, se dice que está en estado de impureza.
En el Antiguo Testamento es causa de impureza, por ejemplo, haber tocado un cadáver; pero también el haber faltado el respeto al padre y a la madre y el haber transgredido cualquier mandamiento del Señor. Y el motivo por el cual el hombre debe conservarse puro es éste: «Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo» (Lv 11,45; 19,2). Un espíritu inmundo es uno que está fuera de la esfera de Dios, es lo más opuesto a Dios que se pueda pensar. El espíritu inmundo no pudo resistir en la presen¬cia de Jesús, porque en él estaba la santidad de Dios. Por eso, su grito es un testimonio de la divinidad de Jesu¬cristo: «Sé quién eres: el Santo de Dios». Esta frase equivale a decir: «Sí, tú has venido a destruirnos, porque tú eres ese hijo de la mujer que tenía que venir a piso¬tear la cabeza del demonio y a liberar al hombre de su domi-nio». El espíritu inmundo verdaderamente reconoce a Jesús.
Es interesante que el título que le da: «Santo de Dios» es el mismo que le da San Pedro, en la misma si-nago¬ga de Cafarnaúm, cuando le dice estas palabras: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eter¬na, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,68-69). En el resto del episodio Jesús se revela como Aquél que vence al demonio y libera al hombre. Después del escándalo pro-ducido por el hombre, todos en la sinagoga habrán tenido un movimiento de temor y se habrán vuelto hacia Jesús para ver cómo reaccionaba. Jesús aparece entera¬mente dueño de sí mismo y de la situa¬ción: «Je-sús, enton¬ces, le ordenó: 'Cállate y sal de él'. Y agitán¬dole vio¬lentamente el espíritu inmundo dio un fuerte grito y salió de él». Como era de esperar todos quedaron admira¬dos, de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva expuesta con auto¬ri¬dad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen». Jesús vino al mundo a aniquilar al «señor de la muerte, es decir, al Diablo» (ver Hb 2,14) y a darnos la vida: esta vida y, sobre todo, la eterna.
Una palabra del Santo Padre:
«El pasaje evangélico de este domingo (cf. Mc 1, 21-28) presenta a Jesús que, con su pequeña comu-nidad de discípulos, entra en Cafarnaún, la ciudad donde vivía Pedro y que en esa época era la más gran-de de Galilea. Y Jesús entró en esa ciudad.
El evangelista san Marcos relata que Jesús, al ser sábado, fue inmediatamente a la sinagoga y comenzó a enseñar (cf. v. 21). Esto hace pensar en el primado de la Palabra de Dios, Palabra que se debe escu-char, Palabra que se debe acoger, Palabra que se debe anunciar. Al llegar a Cafarnaún, Jesús no posterga el anuncio del Evangelio, no piensa en primer lugar en la ubicación logística, ciertamente necesaria, de su pequeña comunidad, no se demora con la organización. Su preocupación principal es comunicar la Palabra de Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Y la gente en la sinagoga queda admirada, porque Jesús «les en-señaba con autoridad y no como los escribas» (v. 22).
¿Qué significa «con autoridad»? Quiere decir que en las palabras humanas de Jesús se percibía toda la fuerza de la Palabra de Dios, se percibía la autoridad misma de Dios, inspirador de las Sagradas Escritu-ras. Y una de las características de la Palabra de Dios es que realiza lo que dice. Porque la Palabra de Dios corresponde a su voluntad. En cambio, nosotros, a menudo, pronunciamos palabras vacías, sin raíz o palabras superfluas, palabras que no corresponden con la verdad. En cambio, la Palabra de Dios corres-ponde a la verdad, está unida a su voluntad y realiza lo que dice. En efecto, Jesús, tras predicar, muestra inmediatamente su autoridad liberando a un hombre, presente en la sinagoga, que estaba poseído por el demonio (cf. Mc 1, 23-26). Precisamente la autoridad divina de Cristo había suscitado la reacción de Sata-nás, oculto en ese hombre; Jesús, a su vez, reconoció inmediatamente la voz del maligno y le «ordenó se-veramente: “Cállate y sal de él”» (v. 25). Con la sola fuerza de su palabra, Jesús libera a la persona del maligno. Y una vez más los presentes quedan asombrados: «Incluso manda a los espíritus inmundos y le obedecen» (v. 27). La Palabra de Dios crea asombro en nosotros. Tiene el poder de asombrarnos.
El Evangelio es palabra de vida: no oprime a las personas, al contrario, libera a quienes son esclavos de muchos espíritus malignos de este mundo: el espíritu de la vanidad, el apego al dinero, el orgullo, la sen-sualidad... El Evangelio cambia el corazón, cambia la vida, transforma las inclinaciones al mal en propósitos de bien. El Evangelio es capaz de cambiar a las personas. Por lo tanto, es tarea de los cristianos difundir por doquier la fuerza redentora, convirtiéndose en misioneros y heraldos de la Palabra de Dios. Nos lo su-giere también el pasaje de hoy que concluye con una apertura misionera y dice así: «Su fama —la fama de Jesús— se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea» (v. 28). La nueva doctrina enseñada con autoridad por Jesús es la que la Iglesia lleva al mundo, juntamente con los signos eficaces de su presencia: la enseñanza autorizada y la acción liberadora del Hijo de Dios se con-vierten en palabras de salvación y gestos de amor de la Iglesia misionera. Recordad siempre que el Evan-gelio tiene la fuerza de cambiar la vida. No os olvidéis de esto. Se trata de la Buena Noticia, que nos trans-forma sólo cuando nos dejamos transformar por ella».
Papa Francisco. Ángelus del Domingo 1 de febrero de 2015.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. Leamos y acojamos el mensaje de la Lumen Gentium 35 del Concilio Vaticano II y pensemos de que manera podemos ser «testigos de la fe» en nuestra vida diaria, familiar y social.
2. Todos estamos llamados a responder a nuestro llamado a la santidad que no es sino vivir de manera coherente con nuestra fe bautismal. ¿Lo entiendo y lo vivo de esa manera?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 551 553. 577- 582.
texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACIÓN NOCTURNA en TOLEDO
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