jueves, 3 de junio de 2021
Domingo del Corpus B: Mc 14, 12-16. 22-26
Hoy celebra la Iglesia la fiesta del “Corpus Cristi” o del Cuerpo y la Sangre de Cristo, o dicho más simplemente: la fiesta de la Eucaristía. Siempre que vamos a la Misa celebramos la Eucaristía, que es el sacramento de la Entrega de Jesús en sacrificio a su Padre Celestial por nuestra Redención. Es el hacerse presente de nuevo el mismo sacrificio de la Cruz. Pero es al mismo tiempo el recibir el alimento especial para nuestra alma, que es el mismo Jesús, que se nos da en alimento. Y es también la oportunidad de adorar a Jesús, que es nuestro Dios y Salvador, y que está realmente presente en el Augusto Sacramento del Altar, que es Jesús en la Eucaristía.
Esta presencia real de Jesús es lo que se quiere resaltar principalmente en esta fiesta del “Corpus”. Jesús prometió estar con nosotros hasta el final de los tiempos. Y está espiritualmente de muchas maneras: en su palabra, en la reunión de fieles que están orando, en el pueblo de Dios, en la caridad. Pero está de una manera muy especial y más real en la Eucaristía. Esto nos dice nuestra fe. Hubo unos tiempos, por la edad Media, en que unos herejes decían que Jesús estaba presente mientras la Misa, pero luego ya no se quedaba, y hasta había sacerdotes que dudaban de la presencia real de Jesús. Hubo un hecho muy conocido en el año 1264 en que un sacerdote que, dudando había ido a Roma al sepulcro de los apóstoles para pedir la fe, cuando retornaba a su tierra y celebraba misa en Bolsena, vio que de la Sagrada Forma destilaba sangre de modo que quedó mojado todo el corporal. El papa Urbano VI, que estaba en la ciudad cercana de Orvieto, supo el acontecimiento y pidió dichos corporales. Al constatar la realidad del milagro, quiso que todos lo supieran y que se adorase a Jesús presente en la Eucaristía de modo más solemne. Por eso instituyó la fiesta del “Corpus Cristi” encargando los himnos de la fiesta a Sto. Tomás de Aquino.
Desde entonces en esta fiesta se han realizado solemnes procesiones para que el Señor pueda salir por las calles de pueblos grandes y pequeños y todos puedan adorar a Jesús, que está presente entre nosotros. No todos tendrán esta fe y este amor para adorar y agradecer que Jesucristo pueda estar real en cuerpo y alma entre nosotros. Muchos están ciegos en su espíritu. Ojalá haya muchos que, al saber que Cristo está entre nosotros, puedan gritar como el ciego Bartimeo: “Señor, ten piedad de mi”. Que Jesús tenga piedad, no sólo de males físicos y de tantas calamidades que nos circundan, sino de tantos males del alma y de la sociedad.
La Eucaristía es el sello más firme de la Alianza de amor entre Dios y los hombres. Siempre Dios, por su gran amor, ha querido realizar alianzas. Hoy en la primera lectura, se habla de la alianza de Dios con el pueblo de Israel, manifestada por medio de la sangre de unos animales. Era la cultura de aquel tiempo. Jesús quiso ratificar esa alianza de Dios con su propia sangre, con el Sacrificio de la Cruz. Ese mismo sacrificio se hace presente cada vez que celebramos la Eucaristía. Ahora Cristo está triunfante, resucitado; pero se hace presente ese recuerdo de su entrega en la Santa Misa. Nosotros estaremos más unidos con él, cuanto más hagamos entrega de todo nuestro ser por la salvación nuestra y la de toda la humanidad.
En este año (ciclo B) el evangelio es la narración sencilla de la Institución de la Eucaristía según san Marcos. Lo precede la preparación de la cena Pascual. Jesús se entrega para que nosotros le podamos comer. No sólo cada uno, sino todos. Por esto la Eucaristía es signo de unidad. San Pablo se quejaba a los cristianos de Corinto de que había mucha división de clases, especialmente en la comida. Pone el ejemplo de unidad en la comida eucarística que nos dio el Señor en la Ultima Cena, en la que todos somos iguales y tenemos las mismas posibilidades de gracias. La diferencia estaría en el amor. Aquel que muestre más amor por sus semejantes, podemos decir que es el que mejor está adorando y venerando a Jesús en la Eucaristía.
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