sábado, 1 de septiembre de 2012

TEMA DE REFLEXION PARA EL MES de SEPTIEMBRE

La Unción de los enfermos.-(III)-
Los frutos del Sacramento

Al bendecir el óleo, y después de ungir al enfermo, el sacerdote dice estas oraciones:

“Tú que has hecho que el leño verde del olivo produzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo, enriquece con tu bendición este óleo, para que cuantos sean ungidos con él sientan en cuerpo y alma tu divina protección y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores”.

“Te rogamos, Redentor nuestro, que por la gracia del Espíritu Santo, cures el dolor de este enfermo, sanes sus heridas, perdones sus pecados, ahuyentes todo sufrimiento de su cuerpo y de su alma y le devuelvas la salud espiritual y corporal para que, restablecido por tu misericordia, se incorpore de nuevo a los quehaceres de su vida”.

¿Qué frutos llenan el alma del enfermo al recibir este Sacramento? El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda muy especialmente estos cuatro.

1. “Un don particular del Espíritu Santo. La gracia primera de este sacramento es dar consuelo, paz y ánimo al enfermo para vencer las dificultades propias del estado de enfermedad grave o de la fragilidad de la vejez. Esta gracia es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios, y fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente la tentación de desaliento y de angustia ante la muerte” (…). Además, "si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (cf. n, 1520).

2. “La unión a la Pasión de Cristo. Por la gracia de este sacramento, el enfermo recibe la fuerza y el don de unirse más íntimamente a la Pasión de Cristo (…). El sufrimiento, secuela del pecado original, recibe un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvadora de Jesús” (cf. n. 1521) .

3. “Una gracia eclesial. Los enfermos que reciben este sacramento, "uniéndose libremente a la pasión y muerte de Cristo, contribuyen al bien del Pueblo de Dios" (LG 11). Cuando celebra este sacramento, la Iglesia, en la comunión de los santos, intercede por el bien del enfermo. Y el enfermo, a su vez, por la gracia de este sacramento, contribuye a la santificación de la Iglesia y al bien de todos los hombres por los que la Iglesia sufre y se ofrece, por Cristo, a Dios Padre” (n. 1522).

4. “Una preparación para el último tránsito. Si el sacramento de la unción de los enfermos es concedido a todos los que sufren enfermedades y dolencias graves, lo es con mayor razón "a los que están a punto de salir de esta vida" (…) La Unción de los enfermos acaba de conformarnos con la muerte y la resurrección de Cristo, como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la última de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del Bautismo había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos había fortalecido para el combate de esta vida. Esta última unción ofrece al término de nuestra vida terrena un sólido puente levadizo para entrar en la Casa del Padre defendiéndose en los últimos combates” (cf. n. 1522).

Benedicto XVI nos recuerda: “También nosotros, frente a la muerte, no podemos dejar de sentir los sentimientos y los pensamientos debidos a nuestra condición humana. Y siempre nos sorprende un Dios que se hace tan cercano a nosotros hasta el punto de no detenerse ante el abismo de la muerte, que incluso atraviesa, permaneciendo durante dos días en el sepulcro”.

Esta cercanía de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, es la que vivimos en este Sacramento. Él nos quiere dar la paz y la serenidad, en la esperanza. Nos quiere recordar que no existe ninguna circunstancia en la vida del hombre que pueda apartarle de la gracia de Dios, del amor de Dios. San Pablo lo expresa con mucha claridad: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre?..., ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados (...) podrá separarnos del amor de Dios (manifestado) en Cristo Señor nuestro” (Rm 8, 35-39).

El cristiano está llamado a ser otro Cristo, el mismo Cristo, en cualquier edad y tiempo, en salud y en enfermedad. Cristo en él y con él. En la enfermedad, en el dolor, en la muerte, vive la Cruz de Cristo, y prepara su alma, con el arrepentimiento y el perdón, para vivir con Él la Resurrección, la vida eterna.

La Santísima Virgen María, que estuvo en pie acompañando a Cristo en la Cruz, estará con nosotros cuando acompañamos a los enfermos, y dará siempre esperanza al corazón de los moribundos.

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Cuestionario


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¿Rezamos alguna vez el Santo Rosario acompañando a algún enfermo, para ayudarle a elevar su corazón a Santa María, y con Ella, a Dios?










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