Mes de mayo
y sigue brotando la fuerza de la Pascua.
Mes de mayo y, en él,
florece el fruto de una siembra: MARIA.
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CONSAGRACION A LA VIRGEN MARIA
Te ofrezco, María, mi pensamiento: que sea limpio como el tuyo
Te doy, María, mi corazón: que tenga tanto amor
como el que tú ofreciste a Dios
Te presento, María, mis manos: que busquen los bienes del cielo
Te regalo, María, mis ojos: que sepan distinguir entre el bien y el mal
Te ofrezco, María, mis pies: que caminen por las sendas del Evangelio
Dejo ante tus plantas, María, mi alma:
que esté impregnada del Espíritu Santo
Te presento, María, mis entrañas: que sean un espacio donde Dios habite
Te brindo, María, mis palabras: que sean justas, respetuosas y humildes
Te entrego, María, mis sentimientos:
que sean penetrados por la Palabra de Jesús
Te ofrezco, María, todo mi ser: que como el tuyo alabe
siempre y en todo momento al Dios que me creó.
Amén.
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (9, 26 – 31): Les contó cómo había
visto al Señor en el camino.
En aquellos días,
llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, porque no se
fiaba de que fuera realmente discípulo. Entonces Bernabé se lo presentó a los
apóstoles.
Saulo les contó cómo
había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y como en Damasco
había predicado públicamente el nombre de Jesús.
Saulo se quedó con
ellos y se movía libremente en Jerusalén predicando públicamente el nombre del
Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se
propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos lo bajaron a Cesaréa y le
hicieron embarcarse para Tarso.
Entre tanto la
Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y
progresaba en la fidelidad y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo.
Salmo 21, 26-32
R/.- El Señor es mi
alabanza en la gran asamblea.
Lectura de la primera carta de San Juan (3, 18-24): Este es su
mandamiento: que creamos y que amemos.
Hijos míos, no amemos
de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En esto conoceremos
que somos de la verdad, y tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él, en caso
de que condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y
conoce todo. Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza
ante Dios; y cuanto pidamos lo recibiremos de él, porque guardamos sus
mandamientos y hacemos lo que le agrada.
Y este es su
mandamiento que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos
unos a otros tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en
Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu
que nos dio.
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (15,1-8): El que permanece en
mí y yo en él, ese da fruto abundante.
En aquel tiempo dijo
Jesús a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A
todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros
estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en
vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la
vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque
sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al
sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si
permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que
deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto
abundante; así seréis discípulos míos.
& Pautas para
la reflexión personal
z El vínculo entre las
lecturas
Todas las lecturas de este quinto
Domingo de Pascua nos hablan de la necesidad de estar unidos a Jesucristo,
Muerto y Resucitado para producir los frutos buenos que el Padre espera de
nosotros. La Primera Lectura
nos muestra a San Pablo que narra su conversión a los apóstoles y sus
predicaciones en Damasco. Su anhelo es el de predicar sin descanso a Cristo a
pesar de las amenazas de muerte de los hebreos de lengua griega. En la Segunda
Lectura, San Juan continúa su exposición sobre las verdaderas exigencias del
amor. No se ama solamente con bellas palabras o discursos altisonantes, como
pretendían la secta de los «gnósticos»[1],
sino en obras concretas de amor. No se puede separar la fe de la vida
cotidiana. La bella parábola de la vid y los sarmientos nos confirma que sólo
podremos dar frutos de caridad, si permanecemos unidos a la vid verdadera,
Cristo el Señor.
J De Saulo a Pablo
Leemos en el inicio del capítulo 9 del libro de los Hechos de los
Apóstoles: «Entretanto Saulo, respirando
todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo
Sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si
encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar
atados a Jerusalén». Este mismo Saulo[2],
después de haber sido tocado por el Señor, va intentar juntarse con los
discípulos de Jesús. Es por ello comprensible el miedo y la desconfianza que
inspiraba.
Tres años después de su conversión, Saulo va por primera vez a
Jerusalén. Bernabé[3],
generoso y noble chipriota que ha vendido su campo para poner el importe a los
pies de los apóstoles (ver Hc 4, 36-37), fue el instrumento providencial para
introducir a Saulo en la Iglesia de Jerusalén, así como en Antioquía y
luego en el mundo de los gentiles. Bernabé narra como Saulo había predicado «valientemente en el nombre del Señor».
Esta reveladora frase nos habla del fervor, la valentía y la convicción que va
a caracterizar todo el ministerio apostólico de San Pablo. A los romanos, Pablo
les dirá que no se avergüenza del Evangelio porque es «fuerza de Dios». Esta vehemencia le costará ser perseguido hasta
poner su vida en peligro por el Señor. De perseguidor a perseguido...de Saulo a
Pablo.
J «No amemos de palabra, ni de
boca...»
¿Cómo podemos dar la vida por los demás? Lógicamente no todos pueden
dar la vida mediante el martirio[4];
sin embargo todos podemos dar la vida por nuestros hermanos de muchas formas
concretas; ya sea mediante el servicio constante, la paciencia, el velar por el
otro, etc. El hecho de actuar movidos por este criterio es signo
evidente de que somos «de la verdad».
Un principio tranquilizador de nuestra conciencia lo encontraremos
solamente en Dios. Él lo conoce todo y es infinitamente comprensivo con las
dificultades que debemos superar para poder «guardar
los mandamientos y hacer lo que le agrada». Él se halla muy por encima de
nuestras pequeñeces y se alegra con nuestra conversión que, gracias a su Hijo,
es fuente de verdadera paz (Rom 5,1).
J «Yo soy la vid verdadera...»
Si cualquier persona, por famosa que sea, dijera: «Separados de mí no podéis hacer nada», lo consideraríamos una
pretensión intolerable. Pero lo dijo Jesús y en la historia ha habido multitud
de hombres y mujeres que lejos de considerarla una pretensión, están
convencidos de su veracidad. El Evangelio de hoy es una de las páginas cumbres
del Evangelio. «Yo soy la vid verdadera».
Es una frase por la cual Jesús define su identidad. En primer lugar nos llama
la atención el adjetivo: «verdadera». ¿Es que hay una «falsa» vid con la cual
Jesús quiere establecer el contraste? No exactamente. El adjetivo «verdadero» se usa en el Evangelio de Juan para cualificar
una realidad que ha sido preanunciada en el Antiguo Testamento por medio de
una figura y que aquí tiene su realización plena. Ese adjetivo establece una
oposición entre anuncio y cumplimiento. Es, entonces, necesario buscar en el
Antiguo Testamento un lugar en que aparezca la vid como imagen, pues a ella se
refiere Jesús. La afirmación de Jesús quiere decir que aquí ha alcanzado la
verdad lo que allá no era más que una sombra. Aquí ha sido revelado lo que allá
era un anuncio.
El lugar que buscamos lo encontramos en el capítulo
V de Isaías. Allí Isaías refiere la canción de amor de un propietario por su
viña; destaca la solicitud con que la cultiva y cuida; pero también su pesar al
obtener de ella solamente frutos amargos. Entonces concluye: «Viña del Señor, Dios de los ejércitos, es la Casa de Israel, y los hombres
de Judá son su plantío exquisito. Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad;
honradez, y hay alaridos» (Is 5,7). La frustración de Dios por la conducta
de su pueblo se ve completamente reparada por la fidelidad de Jesús. Todo lo
que Dios esperaba de su viña, lo obtiene con plena satisfacción de Jesucristo.
Esto es lo que quiere decir Jesús cuando declara: «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador». Si en la canción
de la viña de Isaías, el dueño «esperaba
que diese uvas» (Is 5,2), esta esperanza se ve satisfecha en Jesús. En Él Dios
encuentra frutos abundantes y deliciosos; en Él Dios se complace.
J «Vosotros sois los
sarmientos…»
Pero, en seguida, Jesús se extiende a nuestra
relación con Él diciendo: «Yo soy la vid,
vosotros los sarmientos». Enseña así que también nosotros podemos
participar de su condición de vid verdadera; que podemos ser parte de la misma
vid cuyo viñador es el Padre; y que también nosotros podemos dar frutos que
satisfagan al Padre. Pero esto sólo a condición de permanecer unidos a Cristo.
Lo dice Él de manera categórica: «El que
permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no
podéis hacer nada». La unión con Cristo nos permite realizar un tipo de
obras que tienen significado ante Dios. Incluso podemos así dar gloria a Dios: «La gloria de mi Padre está en que deis
fruto, y que seáis mis discípulos». Esos frutos que dan gloria a Dios no
los podemos dar nosotros sin Cristo, pues separados de Él somos como los
sarmientos separados de la vid.
¿A qué se refiere Jesús cuando habla de «frutos»?
Eso queda claro más adelante cuando dice: «Lo
que os mando es que os améis los unos a los otros» (Jn 15,17). Es lo mismo
que decir: «Lo que os mando es que vayáis
y deis fruto y vuestro fruto permanezca» (ver Jn 15,16). El único fruto que
Dios espera de nosotros es el amor; pero a menudo obtiene sólo uvas amargas,
que son nuestro egoísmo. De lo enseñado por Jesús se deduce que el hombre no
puede poner un acto de amor verdadero, sin estar unido a Cristo, pues el amor
es un acto sobrenatural que nos es dado.
San Pablo expone esta misma enseñanza de manera incisiva
en el famoso himno al amor cristiano: «Aunque
tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia;
aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, aunque repartiera
todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, nada
soy» (1Cr 13,2). Si el hombre no tiene amor, no tiene entidad ante Dios.
Esto es lo que dice Jesús: «Sin mí no
podéis poner un acto de amor, sin mí no podéis hacer nada, sin mí no sois nada».
Empezamos a existir ante Dios cuando nos injertamos en Cristo y gozamos de su
misma vida divina. Y esto sucede por primera vez en nuestro bautismo.
+ Una palabra del Santo Padre:
«Todo cristiano debe confrontar continuamente sus propias
convicciones con los dictámenes del Evangelio y de la Tradición de la Iglesia,
esforzándose por permanecer fiel a la palabra de Cristo, incluso cuando es
exigente y humanamente difícil de comprender. No debemos caer en la tentación
del relativismo o de la interpretación subjetiva y selectiva de las sagradas
Escrituras. Sólo la verdad íntegra nos puede llevar a la adhesión a Cristo,
muerto y resucitado por nuestra salvación.
En efecto, Jesucristo dice: "Si me
amáis...". La fe no significa sólo aceptar cierto número de verdades
abstractas sobre los misterios de Dios, del hombre, de la vida y de la muerte,
de las realidades futuras. La fe consiste en una relación íntima con Cristo,
una relación basada en el amor de Aquel que nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 11) hasta la entrega total de
sí mismo. "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros
todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8). ¿Qué otra respuesta podemos dar a un amor tan grande
sino un corazón abierto y dispuesto a amar? Pero, ¿qué quiere decir amar a
Cristo? Quiere decir fiarse de Él, incluso en la hora de la prueba, seguirlo
fielmente incluso en el camino de la cruz, con la esperanza de que pronto
llegará la mañana de la resurrección.
Si confiamos en Cristo no perdemos nada, sino que lo
ganamos todo. En sus manos nuestra vida adquiere su verdadero sentido. El amor
a Cristo lo debemos expresar con la voluntad de sintonizar nuestra vida con los
pensamientos y los sentimientos de su Corazón. Esto se logra mediante la unión
interior, basada en la gracia de los sacramentos, reforzada con la oración
continua, la alabanza, la acción de gracias y la penitencia. No puede faltar
una atenta escucha de las inspiraciones que Él suscita a través de su palabra,
a través de las personas con las que nos encontramos, a través de las
situaciones de la vida diaria. Amarlo significa permanecer en diálogo con Él,
para conocer su voluntad y realizarla diligentemente...
Queridos hermanos y hermanas, la fe en cuanto adhesión a
Cristo se manifiesta como amor que impulsa a promover el bien que el Creador ha
inscrito en la naturaleza de cada uno de nosotros, en la personalidad de todo
ser humano y en todo lo que existe en el mundo. Quien cree y ama se convierte
de este modo en constructor de la verdadera "civilización del amor",
de la que Cristo es el centro».
Benedicto XVI.
Homilía en la Plaza Pilsudski. Varsovia viernes 26 de Mayo de
2006
' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. Si nuestro
corazón nos amonesta porque no hemos vivido la caridad, es inútil que nos
desalentemos atrapados por los remordimientos. Busquemos, con sincero
arrepentimiento, al Médico Bueno para que cure nuestras heridas y acojamos el
don de la reconciliación que se nos ofrece en cada confesión.
2. Decía la Beata Madre Teresa de
Calcuta: «El servicio más grande que podéis hacer a alguien es conducirlo para
que conozca a Jesús, para que lo escuche y lo siga, porque sólo Jesús puede
satisfacer la sed de felicidad del corazón humano, para la que hemos sido
creados» ¿Cómo puedo vivir esta realidad?
3. Leamos en el
Catecismo de la
Iglesia Católica los numerales 736, 755, 787, 1988, 2074.
[1] Gnosticismo: en griego «conocimiento». Grupo que nace antes del cristianismo con elementos de
diversas culturas antiguas. Adquiere fuerza en el mundo judío desde el siglo I
a.C. hasta el IV d.C. Es dualista; el
espíritu ha de ser liberado de la cárcel del cuerpo por medio del conocimiento
en diversas etapas.
[2] Un
detalle interesante es que durante la predicación en Chipre con Bernabé (ver
Hch 13,9) será llamado por primera vez
Pablo en vez de Saulo.
[3] Bernabé (en
arameo, hijo de la exhortación). Nombre
que los apóstoles dieron a José, levita de Chipre. Su generosidad era notoria
en la iglesia primitiva de Jerusalén (Hch 4.36s) en contraste con el egoísmo de
Ananías y de Safira (Hch 5.1ss). Primo hermano de Juan Marcos (Col 4.10) y,
según Clemente de Alejandría, uno de los setenta discípulos de Jesucristo. Era
«varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe» (Hch 11.24). Lucas y Pablo lo
llamaron Apóstol (Hch 14.4, 14; 1 Co
9.6), y en varias ocasiones demostró poseer un espíritu de comprensión y
discernimiento. Fue Bernabé el que
convenció a los apóstoles de la conversión y sinceridad de Pablo (Hch 9.27).
Más tarde lo enviaron a investigar la nueva obra entre los gentiles de
Antioquía, donde otros chipriotas eran prominentes (Hch 11.19ss). Al reconocer
que ésta era obra de Dios y que allí había mucha oportunidad para el ministerio
de Pablo, fue a Tarso y lo trajo consigo a Antioquía, donde predicaron juntos
(11.25s). Con Pablo, Bernabé llevó la ayuda para los hermanos necesitados de
Judea (11.29, 30). De nuevo en Antioquía, a Bernabé y Pablo, contados entre los
profetas y maestros de la congregación, los separaron para la misión gentil
(Hch 13.1ss; ver. Gl 2.9). Su primer viaje misionero, que comenzó con una
visita a Chipre, produjo una cadena de iglesias que se extendió hasta el Asia
Menor (Hch 13.14). Al regresar del viaje, Bernabé tuvo otra misión importante
cuando lo nombraron junto con Pablo para presentar la cuestión de la
circuncisión ante el Concilio de Jerusalén (Hch 15). Su ministerio se reafirmó
y parece que Bernabé se destacó más que Pablo
en el Concilio (vv. 12, 25), tal vez por ser el representante original
de Antioquía. Sin embargo, para no oponerse a Pedro, en una ocasión Bernabé
contemporizó con las convicciones de éste sobre la aceptación de los gentiles,
dejando de comer con ellos en Antioquía (Gl 2.13). Según Hch 15.36-40, Bernabé y Pablo se
separaron y aquel navegó acompañado de Juan Marcos, rumbo a Chipre. Sin
embargo, el testimonio posterior de Pablo referente a Marcos (2 Ti 4.11) parece
indicar que éste aprovechó mucho el trabajo con su primo.
[4] «El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe;
designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de
Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio
de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un
acto de fortaleza. “Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado
llegar a Dios”». Catecismo de la Iglesia Católica, 2473.
Información facilitada por J.R.Pulido.
fotografía: C. Medina
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