jueves, 29 de octubre de 2020
SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS – 1 DE NOVIEMBRE 2020 «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos»
Lectura del libro del libro del Apocalipsis (7, 2-4.9-14): Apareció en la visión una muchedumbre in-mensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lenguas.
Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles: «No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios.» Oí también el número de los mar-cados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel. Después, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente —¡La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero! Y todas los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes, cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a Dios, diciendo —Amén: La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Y uno de los ancianos me dijo: —Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido? Yo le respondí: —Señor mío, tú lo sabrás. El me respondió: Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero.
Salmo 23,1-2.3-4ab.5-6: Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor. R/.
Del Señor es la tierra y cuanto la llena, // el orbe y todos sus habitantes: // él la fundó sobre los mares, // él la afianzó sobre los ríos. R/.
¿Quién puede subir al monte del Señor? // ¿Quién puede estar en el recinto sacro? // El hombre de manos inocentes y puro corazón, // que no confía en los ídolos. R/.
Ése recibirá la bendición del Señor, // le hará justicia el Dios de salvación. // Éste es el grupo que busca al Señor, // que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R/.
Lectura de la primera carta de San Juan (3, 1-3):: Veremos a Dios tal cual es.
Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo so-mos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a Él.
Queridos ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es.
Todo el que tiene esta esperanza en él, se hace puro como puro es él.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo (5, 1-12a): Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sen¬tó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «-Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cie-los. -Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. –Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. -Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. -Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. –Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. -Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. -Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. -Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Es-tad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.»
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
En la lectura del Evangelio en este domingo - fiesta de todos los santos (1 de noviembre) - se proclaman las Bienaventuranzas, que son el prólogo del discurso evangélico que Jesús pronunció en el Monte. Las bienaventuranzas constituyen un programa de santidad que se hizo «vida» en todos los santos. Los elegidos por el Señor, es decir los que han lavado sus vestiduras con la sangre del Cordero (Primera Lectura) vivirán en comunión con Dios Amor en la eternidad (Segunda Lectura). La salvación es un «don de Dios» que nos es dado por Jesucristo al cual nosotros podemos acceder colaborando activamente con esa gracia.
El sermón de la montaña
En el Sermón de la monta¬ña Mateo presenta a Jesús promulgando la ley evangé¬lica, su propia ley. Para un judío debía resultar claro que la intención de Mateo era evocar a Moisés, el gran legislador antiguo, que entregó al pueblo de Israel la ley recibida en el monte Sinaí. Lo evoca, pero lo supera infi¬nitamente. Esto es lo que quie¬ren decir los pasajes: "Habéis oído que se dijo a los antepa¬sados... Mas yo os digo..." (Mt 5,21.27.¬31.33. 38.43). Ese "yo" personal de Cristo es el "YO" divino, el único que puede promulgar una su-peración de la ley anti¬gua dada por el mismo Dios.
En el Evangelio de Mateo las bienaventuranzas son nueve. Ocho de ellas están formuladas en tercera perso¬na: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventura-dos los mansos, porque ellos..."; la novena está formu¬lada en segunda perso¬na y dirigida a los oyen¬tes: "Biena¬venturados seréis cuando os injurien, y os persigan...". Esta última tiene un desarrollo mayor y rom-pe el esquema fijo de las demás.
Las primeras ocho constituyen, por tanto, un grupo aparte, a las cuales se agregó una novena. Esto se ve confirmado por el hecho de que las primeras ocho biena¬venturanzas quedan incluidas (según el frecuen-te recurso literario semítico de la inclusión) por la misma prome¬sa: "Biena¬ventura¬dos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos... Bienaventura¬dos los persegui¬dos por causa de la justicia, por-que de ellos es el Reino de los cielos". A su vez estas ocho pueden ser divididas en dos tablas, a semejanza de los diez mandamientos dados a Moisés. La prime¬ra tabla contiene las primeras cuatro y expresa la rela-ción del hombre con Dios, y la segun¬da tabla contiene las otras cuatro y expresa la relación con el prójimo.
La primera tabla
La primera tabla proclama bienaventurados a los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, es decir, a las personas humildes que no ponen su confianza en las rique-zas ni en los poderosos de este mundo sino sólo en Dios. En efecto, es Dios quien promete la recompensa que beatifica: "de ellos es el Reino de los cielos... ellos poseerán en herencia la tierra... ellos serán conso-lados... ellos serán saciados". El tema de esta primera tabla está indi¬cado en la primera bienaventuranza, la que declara dicho¬sos a los "pobres de espíritu". No se trata, en primer lugar, de la pobreza sociológica, sino de la pobreza interior; se trata de la mansedumbre y humildad del cora¬zón. Jesús se nos ofrece como mo-delo de esta pobreza cuando dice: "A¬prended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). Las otras tres bienaventuranzas de este grupo son modificaciones de este mismo tema: los mansos, los afligi-dos, los que tienen hambre y sed de justicia, son los que ponen a Dios por encima de todo y lo esperan todo de él.
La segunda tabla
La segunda tabla proclama la otra condición indispen¬sable para poseer el Reino de los cielos: «la bondad y el amor al prójimo». Por eso proclama bienaventurados a los misericordiosos, los limpios de cora¬zón, los que traba¬jan por la paz, los perse¬guidos por causa de la justi¬cia. En la quinta bienaventuranza se percibe un cambio de tema: "Bienaventurados los misericor¬diosos". Ya no se expresa una situación en la cual se deba confiar sólo en Dios, sino una actitud del corazón del hombre en rela¬ción a su prójimo; explica qué senti-mientos deben animar a los cristianos en sus relacio¬nes fraternas. Aquí Jesús comien¬za a ilustrar las rela-ciones que deben existir entre sus discípulos. También en esta tabla el tema está indica¬do por la primera biena¬ven¬turan¬za: la misericordia. Las otras son variaciones sobre este mismo tema.
¿En qué consiste ser santo?
En la solemnidad que celebramos es bueno preguntarnos:¿Por qué los santos han atraído tan poderosamente a los hombres de sus generaciones y han dejado una huella tan profunda en sus épocas y en sus ambientes? Para dar respuesta a todas estas preguntas, hay que tener en cuenta que la fuente de toda santidad es Dios. No hay santidad posible sin El. Por eso la Iglesia cada vez que celebra la Eucaristía canta: "Santo, santo, santo es el Señor Dios del universo", y agrega: "Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad".
La santidad as algo que pertenece a Dios y que suscita en los hombres una mezcla de temor y de fascinación. Ante la santidad el hombre experimenta fuertemente sus límites, su ser creatura, su pecado, y por esto siente temor; pero, al mismo tiempo, experimenta fascinación, es decir, no puede dejar de sentirse poderosamente atraído y de gozar intensamente. En la bienaventuranza del cielo, purificado ya del pecado, el hombre gozará eternamente de la santidad de Dios. "Seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es" (1Jn 3,2).Estamos creados para esto y no sería un ser humano el que no lo deseara.
La fe, la esperanza y el amor, sobre todo, el amor, son la manifestación de la vida divina en el hombre. El amor, que consiste en negarse a sí mismo para procurar el bien de los demás, es algo que supera las fuerzas humanas naturales. Cuando vemos que en alguien actúa el amor, entonces, tenemos una manifestación de Dios, pues "el amor es de Dios... Dios es amor" (1Jn 4,7.8). La actuación natural del hombre puede suscitar entusiasmo, como es el caso, por ejemplo, de sus logros en el arte, la ciencia, la técnica, el deporte, etc. Pero la práctica heroica del amor, que es lo que define a los santos, supera todas las empresas naturales y nos pone en la evidencia de Dios. ¡No existe un espectáculo más hermoso!
Una palabra del Santo Padre:
«La solemnidad de Todos los Santos es «nuestra» fiesta: no porque nosotros seamos buenos, sino por-que la santidad de Dios ha tocado nuestra vida. Los santos no son figuritas perfectas, sino personas atra-vesadas por Dios. Podemos compararlas con las vidrieras de las iglesias, que dejan entrar la luz en diver-sas tonalidades de color. Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han recibido la luz de Dios en su corazón y la han transmitido al mundo, cada uno según su propia «tonalidad».
Pero todos han sido transparentes, han luchado por quitar las manchas y las oscuridades del pecado, para hacer pasar la luz afectuosa de Dios. Este es el objetivo de la vida: hacer pasar la luz de Dios y tam-bién el objetivo de nuestra vida.
De hecho, hoy en el Evangelio Jesús se dirige a los suyos, a todos nosotros, diciéndonos «bienaventu-rados» (Mateo 5, 3). Es la palabra con la cual inicia su predicación, que es «Evangelio», Buena Noticia por-que es el camino de la felicidad. Quien está con Jesús es bienaventurado, es feliz. La felicidad no está en tener algo o en convertirse en alguien, no, la felicidad verdadera es estar con el Señor y vivir por amor. ¿Vosotros creéis esto? Debemos ir adelante, para creer en esto. Entonces, los ingredientes para una vida feliz se llaman bienaventuranzas: son bienaventurados los sencillos, los humildes que hacen lugar a Dios, que saben llorar por los demás y por los propios errores, permanecen mansos, luchan por la justicia, son misericordiosos con todos, custodian la pureza del corazón, obran siempre por la paz y permanecen en la alegría, no odian e, incluso cuando sufren, responden al mal con el bien. Estas son las bienaventuranzas.
No exigen gestos asombrosos, no son para superhombres, sino para quien vive las pruebas y las fati-gas de cada día, para nosotros. Así son los santos: respiran como todos el aire contaminado del mal que existe en el mundo, pero en el camino no pierden nunca de vista el recorrido de Jesús, aquel indicado en las bienaventuranzas, que son como un mapa de la vida cristiana.
Hoy es la fiesta de aquellos que han alcanzado la meta indicada por este mapa: no sólo los santos del calendario, sino tantos hermanos y hermanas «de la puerta de al lado», que tal vez hemos encontrado y conocido. Hoy es una fiesta de familia, de tantas personas sencillas, escondidas que en realidad ayudan a Dios a llevar adelante el mundo. ¡Y existen muchos hoy! Son tantos. Gracias a estos hermanos y herma-nas desconocidos que ayudan a Dios a llevar adelante el mundo, que viven entre nosotros, saludemos a todos con un fuerte aplauso. Ante todo —dice la primera bienaventuranza— son «los pobres de espíritu» (Mateo 5, 3). ¿Qué significa? Que no viven para el éxito, el poder y el dinero; saben que quien acumula tesoros para sí no se enriquece ante Dios (cf. Lucas 12, 21). Creen en cambio que el Señor es el tesoro de la vida y el amor al prójimo la única verdadera fuente de ganancia. A veces estamos descontentos por algo que nos falta o preocupados si no somos considerados como quisiéramos; recordemos que no está aquí nuestra felicidad, sino en el Señor y en el amor: sólo con Él, sólo amando se vive como bienaventurado».
Papa Francisco. Ángelus miércoles 1 de noviembre de 2017.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. «Este es el objetivo de la vida: hacer pasar la luz de Dios y también el objetivo de nuestra vida», nos dice el Papa Francisco. ¿Cuál es el objetivo de mi vida? ¿Dios entre en él?
2. Pidamos a Dios el «hambre» por querer vivir de verdad las bienaventuranzas. Leamos a lo largo de la semana este hermoso pasaje evangélico.
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2012-2016.
texto facilitado por JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de ADORACION NOCTURNA ESPAÑOLA, TOLEDO
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario