sábado, 6 de marzo de 2021

Domingo de la Semana 3ª de Cuaresma. Ciclo B «Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré»

Lectura del libro del Éxodo (20, 1-17): La Ley se dio por medio de Moisés. En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos. No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso. Fíjate en el sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cie-lo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó. Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.» Salmo 18,8.9.10.11: Señor, tú tienes palabras de vida eterna. R./ La ley del Señor es perfecta // y es descanso del alma; // el precepto del Señor es fiel // e instruye al ig-norante. R./ Los mandatos del Señor son rectos // y alegran el corazón; // la norma del Señor es límpida // y da luz a los ojos. R./ La voluntad del Señor es pura // y eternamente estable; // los mandamientos del Señor son verdaderos // y enteramente justos. R./ Más preciosos que el oro, // más que el oro fino; // más dulces que la miel // de un panal que destila. R./ Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios (1, 22-25): Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres, pero, para los llamados, sabiduría de Dios. Hermanos: Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Lectura del Santo Evangelio según San Juan (2,13-25): Destruid este templo, y en tres días lo le-vantaré. Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedo-res de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.» Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: "El celo de tu casa me devora." Entonces intervinie-ron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los sig-nos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimo-nio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.  Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas «Nosotros predicamos a un Cristo crucificado…fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (Segunda Lectura). En esta frase encontramos una excelente síntesis de las lecturas en este tercer Domingo de Cuaresma. La fuerza y la sabiduría que Dios revela a través del Verbo Encarnado perfeccionan y dan plenitud a los Diez Mandamientos (Primera Lectura). Por otro lado, se instaura un nuevo templo y un culto nuevo; situado ya no en un lugar físico (el Templo de Jerusalén) sino en una persona: Jesucristo. Cuando resucita Jesús en-tonces entienden los Apóstoles de qué estaba hablando al referirse sobre la destrucción del Templo; inaugu-rando así un nuevo culto (la economía sacramental) y un nuevo templo (la Iglesia que es su Cuerpo Místi-co).  Las diez palabras de Dios Como era usanza entre los reyes al hacer un pacto; vemos en este pasaje el «código» que se establece entre Dios y las personas que pertenecen a un pueblo: Israel. Como el compromiso con Dios se realiza en el seno del grupo, todas las obligaciones pasan por Él: no hay pecados contra Dios y pecados contra el pró-jimo; todos son contra aquel que ha establecido el «pacto», es decir Dios mismo. La absoluta gratuidad de Dios al elegir a Israel es la razón de este comportamiento; por eso si se separa la ley de la alianza, ésta se vacía y pierde su sentido. La palabra «Decálogo» significa literalmente «diez palabras» (Ex 34, 28; Dt 4, 13; 10, 4). Estas «diez pa-labras» Dios las reveló a su pueblo en la montaña santa y las escribe «con su Dedo» (Ex 31, 18; Dt 5, 22), a diferencia de los otros preceptos escritos por Moisés. Constituyen palabras de Dios en un sentido eminente y nos enseñan al mismo tiempo las verdades fundamentales sobre el hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por lo tanto, indirectamente, los derechos inherentes a la naturaleza de la persona humana. El Decálogo contiene una expresión privilegiada de la «ley natural» ya que a pesar de ser accesible (en su gran mayoría) por la sola razón ha tenido que ser explícitamente revelado por el Creador a causa de la rup-tura en la que se encontraba toda la humanidad. El Decálogo es una llamada al pueblo para que sea reflejo de la actividad del Señor, de su gloria y santi-dad, que se manifiestan en su bondad, misericordia y compromiso activo. El preámbulo o introducción (Éx 20,1-2) imita la forma en que se auto-presentaban los reyes; el Señor lo hace con su nombre inefable de «Yahvé», protagonista real de una historia verificable y no de una ficción producida por la imaginación hu-mana. La salvación constituye el don radical y lleva implícita una invitación a reconocerlo. Los preceptos que siguen se convierten en actos de gratitud al Señor que concedió a los israelitas cuanto son y tienen.  «Escándalo para los judíos y necedad para los gentiles» Corinto era una grande y cosmopolita ciudad griega del mundo antiguo. Situada en el estrecho istmo que une la parte principal de Grecia con la península meridional era un lugar muy favorable para el comercio. La ciudad atraía gentes de muchas nacionalidades. Se hallaba dominada por «Acrocorinto»: la roca escarpada en que se alzaba la acrópolis y un templo dedicado a Afrodita (diosa del amor). Las prácticas libertinas del templo y una numerosa población «flotante» contribuían a la pésima fama de Corinto, harto conocida por sus excesos e inmoralidades, así como por sus numerosas religiones. San Pablo permanece en Corinto unos 18 meses y funda una comunidad durante su segundo viaje misionero. Luego de recibir malas noticias sobre la comunidad en Corinto, así como consejos sobre diversos asuntos; decide escribir esta importante carta y se ocupa en responder a los principales problemas: la división, los problemas morales y familiares, las dudas acerca de las prácticas heredadas del judaísmo, etc. En el texto de este Domingo, San Pablo ve en Jesús crucificado la manifestación, humanamente des-concertante pero definitiva, de la fuerza salvadora de Dios y afirma que es desde esa luz que debemos leer toda la realidad histórica del hombre. Como consecuencia, en la aceptación o no aceptación de la predica-ción evangélica sobre la fuerza salvadora de la cruz de Cristo se hace ya presente el juicio de Dios (positivo o negativo) sobre los hombres. Por lo que se refiere al contenido del pasaje ya los profetas de Israel habían puesto en evidencia que la sabiduría simplemente humana es por sí misma incapaz de salvar a nadie (Is 5,21; 29,14; Jr 8,9). Sólo la Palabra de Dios es fuente de sabiduría, que equivale a decir de salvación. Pablo se sitúa en la misma línea y rechaza de plano la eterna tentación del hombre que ya desde los orígenes (Gn 3,1-6) pretende bastarse a sí mismo y prescindir de Dios que es la única y verdadera fuente de salvación. En la «locura de la cruz» se hace presente toda la profundidad y la angustia a la que ha llegado el amor de Dios por nosotros. Los caminos de Dios, por incomprensibles que parezcan, son siempre más «sabios», y por tanto son los únicos y verdaderos caminos por el cual el hombre debe de caminar…  «Se acercaba la Pascua de los judíos…» El Evangelio de hoy comienza indicando la si¬guiente circunstancia temporal: «Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén». ¿Por qué intro¬duce San Juan la precisión «Pascua de los judíos»? ¿Es que hay otra Pascua? Sí, hay otra Pascua, una Pascua verdadera, la Pascua cuya celebra¬ción anhe-lamos porque nos da nueva vida y nos concede el ser con plenitud hijos de Dios. A esta Pascua verdadera es a la que se refiere San Pablo cuando escribe a los corin¬tios y les dice: «Cristo, nues¬tra Pascua, ha sido inmola¬do» (1Cor 5,7). Sin duda hay una clara inten¬ción de distinguir una «Pascua de los ju¬díos» y una «Pas-cua nuestra». La primera es sólo una figura destinada a pasar; esta última se identifica con Cristo inmolado, y es eterna. El culto antiguo y el Templo en que se realizaba la Pascua habían sido ordenados por Dios en el Anti¬guo Testamento para ser anuncio y figura del culto y del Templo definitivo . Aunque, una vez llegada la realidad, estaban destinados a pasar, eran, sin embargo, el modo que había dispuesto Dios para hacer¬se pre¬sente a su pueblo. El Templo poseía, por tanto, su grandeza y merecía el respeto debido a Dios. Esto explica la actitud de Jesús al entrar en el templo y encontrar allí a los vendedo-res de bueyes, ovejas y palo¬mas y a los cambistas en sus puestos: «Hacien¬do un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del templo». Es la única vez en el Evangelio que vemos a Jesús en esta actitud: agarrando a los vendedores literalmente a latigazos. Tiene que haber algo que la justifique y tiene que haber algo que garantice su efecti¬vidad. ¿Qué puede justificar esta actitud de fuerza de Jesús? ¡Los mismos apóstoles están perplejos! Pero en-cuen¬tran una explicación en la Palabra de Dios: «Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: “El celo por tu Casa me devorará”» (ver Salmo 69, 8 -10). La actitud de Jesús nos enseña a ser intransigentes cuando se destruye y se profanan las cosas de Dios ya que estos cambistas profanaban la santidad del Templo trocando en el atrio de los gentiles, que era la parte más externa del Templo, pero igualmente sa-grada, las monedas griegas o romanas que eran consideradas impuras porque llevaban la imagen del Cé-sar, por la moneda sagrada de los judíos. Pero, ¿cómo es posible que un solo hombre, aunque usara un látigo, haya logrado este resultado contra una multitud? No se entiende sino postulando que Jesús manifes-tó su propia identidad de Hijo de Dios: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado». Lo que los vendedores experimentaron fue el temor que se experimenta ante la divinidad, ante la Persona divina del Hijo. Por esto mismo las autoridades judías no reaccionan sino mesuradamente: «Los judíos le replicaron di-ciéndole: '¿Qué señal nos muestras para obrar así?'». Es de notar que la palabra «señal» se usa en el Evangelio de Juan para designar los milagros de Jesús. Piden un milagro que acredite a Jesús. Y Él res-ponde: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré». Es una respuesta enigmática. Los judíos enten-dieron que se refería al templo material y lo ridiculizan: «Cuarenta y seis años se ha tardado en cons¬truir este templo ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero el evangelista nos explica el sentido de esa «señal»: «El hablaba del templo de su cuerpo. Cuando resu¬citó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos que había dicho eso y creyeron». La señal verdadera de Cristo es su Muerte y Resurrección. Esta es nues-tra Pascua.  Una palabra del Santo Padre: «El Evangelio de hoy presenta, en la versión de Juan, el episodio en el que Jesús expulsa a los vende-dores del templo de Jerusalén (cf. Juan 2, 13-25). Él hizo este gesto ayudándose con un látigo, volcó las mesas y dijo: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado» (v. 16). Esta acción decidida, rea-lizada en proximidad de la Pascua, suscitó gran impresión en la multitud y la hostilidad de las autoridades religiosas y de los que se sintieron amenazados en sus intereses económicos. Pero, ¿cómo debemos in-terpretarla? Ciertamente no era una acción violenta, tanto es verdad que no provocó la intervención de los tutores del orden público: de la policía. ¡No! Sino que fue entendida como una acción típica de los profetas, los cuales a menudo denunciaban, en nombre de Dios, abusos y excesos. La cuestión que se planteaba era la de la autoridad. De hecho, los judíos preguntaron a Jesús: «¿Qué señal nos muestras para obrar así?» (v. 18), es decir ¿qué autoridad tienes para hacer estas cosas? Como pidiendo la demostración de que Él actuaba en nombre de Dios. Para interpretar el gesto de Jesús de purificar la casa de Dios, sus dis-cípulos usaron un texto bíblico tomado del salmo 69: «El celo por tu casa me devorará» (v. 17); así dice el salmo: «pues me devora el celo de tu casa». Este salmo es una invocación de ayuda en una situación de extremo peligro a causa del odio de los enemigos: la situación que Jesús vivirá en su pasión. El celo por el Padre y por su casa lo llevará hasta la cruz: su celo es el del amor que lleva al sacrificio de sí, no el falso que presume de servir a Dios mediante la violencia. De hecho, el «signo» que Jesús dará como prueba de su autoridad será precisamente su muerte y resurrección: «Destruid este santuario —dice— y en tres días lo levantaré» (v. 19). Y el evangelista anota: «Él hablaba del Santuario de su cuerpo» (v. 21). Con la Pas-cua de Jesús inicia el nuevo culto en el nuevo templo, el culto del amor, y el nuevo templo es Él mismo. La actitud de Jesús contada en la actual página evangélica, nos exhorta a vivir nuestra vida no en la búsqueda de nuestras ventajas e intereses, sino por la gloria de Dios que es el amor. Somos llamados a tener siempre presentes esas palabras fuertes de Jesús: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado» (v. 16). Es muy feo cuando la Iglesia se desliza hacia esta actitud de hacer de la casa de Dios un mercado. Estas palabras nos ayudan a rechazar el peligro de hacer también de nuestra alma, que es la casa de Dios, un lugar de mercado que viva en la continua búsqueda de nuestro interés en vez de en el amor generoso y solidario. Esta enseñanza de Jesús es siempre actual, no solamente para las comunida-des eclesiales, sino también para los individuos, para las comunidades civiles y para toda la sociedad. Es común, de hecho, la tentación de aprovechar las buenas actividades, a veces necesarias, para cultivar intereses privados, o incluso ilícitos. Es un peligro grave, especialmente cuando instrumentaliza a Dios mismo y el culto que se le debe a Él, o el servicio al hombre, su imagen. Por eso Jesús esa vez usó «las maneras fuertes», para sacudirnos de este peligro mortal. Que la Virgen María nos sostenga en el com-promiso de hacer de la Cuaresma una buena ocasión para reconocer a Dios como único Señor de nuestra vida, quitando de nuestro corazón y de nuestras obras todo tipo de idolatría». Papa Francisco. Ángelus, Domingo 4 de marzo de 2018.  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 1. A la luz de la Primera Lectura, hagamos un verdadero y sincero examen de conciencia a partir de los Diez Mandamientos que nos ha dado Dios y busquemos acercarnos al sacramento de la Reconcilia-ción. 2. Muchas veces prefiero creer en la «necedad del mundo» que en «la sabiduría de Dios». ¿Cuáles son los criterios equivocados que debo ir cambiando por los criterios de Jesucristo? 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2052 – 2074. texto facilitado: JUAN RAMON PULIDO, presidente ADORACION NOCTURNA ESPAÑOLA en TOLEDO

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