sábado, 30 de octubre de 2021
Domingo de la Semana 31ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B «¿Cuál es el mandamiento más importante?»
Lectura del libro del Deuteronomio (6, 2-6): Escucha, Israel: Amarás al Señor con todo el corazón.
En aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo: «Teme al Señor, tu Dios, guardando todos sus man-datos y preceptos que te manda, tú, tus hijos y tus nietos, mientras viváis; así prolongarás tu vida.
Escúchalo, Israel, y ponlo por obra, para que te vaya bien y crezcas en número. Ya te dijo el Señor, Dios de tus padres: "Es una tierra que mana leche y miel."
Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el cora-zón, con toda el alma, con todas las fuerzas.
Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria.»
Salmo 17,2-3a.3bc-4.47.51ab: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza. R./
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; // Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R./
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, // mi fuerza salvadora, mi baluarte. // Invoco al Señor de mi alabanza // y quedo libre de mis enemigos. R./
Viva el Señor, bendita sea mi Roca, // sea ensalzado mi Dios y Salvador. // Tú diste gran victoria a tu rey, // tuviste misericordia de tu Ungido. R./
Lectura de la carta a los Hebreos (7, 23-28): Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa
Hermanos: Ha habido multitud de sacerdotes del antiguo Tes¬tamento, porque la muerte les impedía permanecer; como éste, en cambio, permanece para siempre, tiene el sacerdo¬cio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para inter-ceder en su favor.
Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, ino¬cente, sin mancha, separado de los peca-dores y encumbra¬do sobre el cielo.
Él no necesita ofrecer sacrificios cada día –como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo–, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
En efecto, la Ley hace a los hombres sumos sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, pos¬terior a la Ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre.
Domingo de la Semana 31ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B
«¿Cuál es el mandamiento más importante?»
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de to-dos?» Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.»
El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.»
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
«Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo»: ésta es la esencia y el fundamento del mensaje que Dios mismo ha manifestado al ser humano. No existe mandamiento más importante porque éste engloba todos los demás mandamientos ya que no existe nada más exigente para el ser humano que amar (Evan-gelio). En la Primera Lectura, el pueblo de Israel renueva su amor total y exclusivo en Yahveh. Jesucristo es el Sumo Sacerdote que nos hacía falta ya que Él mismo es quien se ofrece, en un acto sublime de amor, al Padre para la reconciliación de los hombres e intercede en el cielo por cada uno de nosotros.
«Escúchalos y cúmplelos con cuidado para que seas feliz»
El texto del Dt 6,4-9, juntamente con Dt 11,13-21 y Nm 15,38-44, integran el conocido «Shemá» deno-minado así por la primera palabra hebrea de Dt 6,4: «Escucha» y que desde finales del siglo I de nuestra era, no ha dejado de rezarse mañana y tarde por los judíos observantes. De todos los textos que componen el «Shemá»; Dt 6,4-9 es el más importante por contener la proclamación por excelencia de la fe judía: «El Señor es uno». Tras la palabra «Shemá», con que se invita a Israel a ponerse en actitud de escucha, se proclama solemnemente la unidad de Yahveh-el Señor, de donde se hace derivar la unión plena y total de Israel con Él. Constituye así el «mandamiento principal» de Israel.
La triple expresión de Dt 6,5 (con todo tu corazón, alma y fuerzas) insiste en el amor total y sin reservas al Señor. El corazón y el alma, generalmente considerados como sede de toda la vida interior (psíquica y espiritual) del hombre. A estas facultades interiores se han de asociar las exteriores: las manos y los ojos (Dt 6,8). Toda la persona tiene que guardar cuidadosamente todas estas palabras del Señor en su corazón .
«¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?»
El Evangelio de hoy nos presenta la tercera de las preguntas que se hacen a Jesús para ponerlo a prueba. Hay una suerte de «ir en aumento» en el grado de dificultad que alcanzará su punto máximo con la pregunta de nuestro texto. La primera tiene una dimensión política y se la hacen los fariseos y herodia¬nos (amigos del poder de Roma) para «cazarlo en alguna palabra» que pudiera comprometerlo ante el poder temporal: «¿Es lícito pagar el tributo al César o no?» (Mc 12,14).
La segunda pregunta se la hacen los saduceos «esos que niegan la resurrección» y se refiere a una verdad acerca del destino final del hombre: ¿Una mujer que ha tenido siete maridos, «en la resurrección, cuando resuciten, de cual de los siete será la esposa»? (Mc 12, 23). La intención de esta pregunta es ridi-culizar la fe en la resurrección de los muertos. Jesús responde a cada una de estas preguntas como un au-téntico «maestro». Finalmente se acerca un escriba que había estado acompañando el diálogo y aprovecha de formularle una pregunta que era una auténtica preocupación entre los doctores de la ley: «¿Cuál es el primero de todos los mandamien¬tos ?».
Para un israelita la justificación ante Dios consistía en cumplir fielmente los mandamientos y preceptos de la ley de Moisés. Así había escrito Moisés: «El Señor se complacerá en tu felicidad, si tú escuchas la voz del Señor tu Dios guardando sus mandamientos y sus preceptos, lo que está escrito en el libro de esta Ley» (Dt 30,9-10). Pero en la Ley de Moisés había cientos de mandamientos, preceptos y prohibiciones . ¿Cuando se produ¬ce un conflicto entre dos preceptos, cuál se debe obser¬var; cuál es el primero de todos los mandamientos? Todos recordamos los conflictos que tuvo Jesús con los escribas y fariseos por este motivo.
Por ejemplo, respecto a la ley del reposo sabático, Jesús se vio en¬fren¬tado a este conflicto: ¿qué pre-valece el sábado, observar el reposo o salvar una vida? Cuando Jesús encuen¬tra en la sinagoga a un hom-bre con la mano seca y todos lo acechan para ver si lo curaba en sábado y tener de qué acusarlo, Él les pregunta: «¿En sábado, es lícito hacer el bien en vez del mal, es lícito salvar una vida en vez de destruir-la?» (Mc 3,4). En el fondo se trata de tener claro, cuál es el mayor de los mandamientos y por lo tanto, pre-valece sobre los otros.
El mandamiento del amor
Jesús responde como un auténtico maestro: «El primero es: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». Esto era claro para todo judío ya que todo israelita fiel debe recitar diariamente la ora-ción del «Shemá». Ésta es la base sobre la cual se funda toda la ley de Dios. Pero la res¬puesta de Jesús no termina aquí. Agrega: «El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo ». Y afirma categóricamente: «No existe otro mandamiento mayor que éstos». Después de esta res¬puesta el Evangelio concluye: «nadie se atre¬vía a hacerle más pregun¬tas». La respuesta de Jesús fue concluyente. La primera enseñanza que encontramos en la respuesta de Jesús es que no puede existir una oposición o conflicto entre el amor ver-dadero a Dios y al prójimo. El amor al prójimo es la expresión auténtica de nuestro amor a Dios. El amor al prójimo es el criterio que nos permite discer¬nir al amor a Dios. Esto lo resume de manera definitiva San Juan en su primera carta: «Si alguno dice: 'Amo a Dios' y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: que quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1Jn 4,20-21).
La segunda enseñanza contenida en la respuesta de Jesús es que el amor es un don de Dios y no es solamente el resultado de un mero esfuerzo humano. Y ¿quién puede presumir de vivir plenamente este doble mandamiento del amor? ¿Quién puede afirmar que ama al prójimo como a sí mismo? Pero recorde-mos que la prueba y la medida de nuestro amor a Dios es el amor que tenemos a los hermanos. Para ca-nonizar un santo, el primer paso es poder demostrar que practicó el mandamiento del amor en grado heroi-co; en todos los santos resplandece el amor a Dios y al próji¬mo. Pero si interrogáramos a cualquier santo en su lecho de muerte, él mismo nos diría: «Mi única pena es de no amar todavía a Dios y al prójimo suficien-temente».
Ya decía San Bernardo: «la medida del amor a Dios es de amarlo sin medida». Y San Agustín nos de-cía que: «cuanto más amo, más deudor me siento cada día». Por último, Jesús nos enseña que este man-damiento único del amor a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismo, prevalece sobre todos los demás. Todos los demás mandamientos no son sino la expresión de éste para situacio¬nes concretas de la vida del hombre. Resu¬miendo esta enseñanza de Jesús, San Pablo afirma: «El que ama al prójimo ha cumplido la ley... el amor es la ley en su plenitud» (Rom 13,8.10).
«Tu eres sacerdote para siempre»
Utilizando el salmo 110 (109), 4; el autor de la carta a los Hebreos subraya la excelencia del sacerdocio de Jesús, que es eterno y está avalado por el juramento de Dios Padre. Precisamente por eso su eficacia es absoluta, mientras que el sacerdocio del Antiguo Testamento participaba de la limitación, debilidad e in-capacidad salvífica de la ley. «Éste es el sumo sacerdote que nos hacía falta» (Heb 7,26) exalta jubiloso el autor y enumera una serie de características paradigmáticas del sacerdocio de la Nueva Alianza: «santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y más sublime que los cielos»; ya que ahora el sacerdo-cio se enraíza en el sacerdocio del mismo Jesucristo.
Una palabra del Santo Padre:
«En el centro del Evangelio de este domingo (cf. Marcos 12, 28b-34), está el mandamiento del amor: amor a Dios y amor al prójimo. Un escriba preguntó a Jesús: «¿Cuál es el primero de todos los manda-mientos?» (v. 28). Él responde citando la profesión de fe con la que cada israelita abre y cierra su día y que empieza con las palabras «Escucha, Israel. Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh» (Deuteronomio 6, 4). De este modo Israel custodia su fe en la realidad fundamental de todo su credo: existe un solo Señor y ese Señor es «nuestro» en el sentido de que está vinculado a nosotros con un pacto indisoluble, nos ha amado, nos ama y nos amará por siempre. De esta fuente, de este amor de Dios, se deriva para nosotros el doble mandamiento: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas […] Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (vv. 30-31).
Eligiendo estas dos Palabras dirigidas por Dios a su pueblo y poniéndolas juntas, Jesús enseñó una vez para siempre que el amor por Dios y el amor por el prójimo son inseparables, es más, se sustentan el uno al otro. Incluso si se colocan en secuencia, son las dos caras de una única moneda: vividos juntos son la verdadera fuerza del creyente,
Amar a Dios es vivir de Él y para Él, por aquello que Él es y por lo que Él hace. Y nuestro Dios es dona-ción sin reservas, es perdón sin límites, es relación que promueve y hace crecer. Por eso, amar a Dios quiere decir invertir cada día nuestras energías para ser sus colaboradores en el servicio sin reservas a nuestro prójimo, en buscar perdonar sin límites y en cultivar relaciones de comunión y de fraternidad. El evangelista Marcos no se preocupa en especificar quién es el prójimo porque el prójimo es la persona que encuentro en el camino, durante mi jornada. No se trata de preseleccionar a mi prójimo, eso no es cristiano. Pienso que mi prójimo es aquel que he preseleccionado: no, esto no es cristiano, es pagano. Se trata de tener ojos para verlo y corazón para querer su bien. Si nos ejercitamos para ver con la mirada de Jesús, podremos estar siempre a la escucha y cerca de quien tiene necesidad. Las necesidades del prójimo re-claman ciertamente respuestas eficaces, pero primero exigen compartir».
Papa Francisco. Ángelus, domingo 4 de noviembre de 2018.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. ¿Amo a Dios sobre todas las cosas? Solamente si se considera quién es Dios y quién es el hombre, se entiende que Dios deba ser amado por el hombre en forma absoluta y total. A Dios se lo puede amar con todo el ser solamente si Él es único y si Él es nuestro Creador, nuestro Padre y nuestro Fin último.
2. «En verdad os digo, que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Leamos con sincero corazón el pasaje de Mt 25, 31ss y hagamos un examen de conciencia sobre mi amor al prójimo.
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1972. 2055. 2093-2094.
texto facilitado, JUAN R. PULIDO, presidente diocesano en TOLEDO de la ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA
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