sábado, 6 de noviembre de 2021
Domingo de la Semana 32ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B «Esa pobre viuda ha echado más que nadie»
Lectura del primer libro de los Reyes (17, 10-16): La viuda hizo un panecillo y lo llevó a Elías
En aquellos días, el profeta Elías se puso en camino hacia Sarepta, y, al llegar a la puerta de la ciudad, encontró allí una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo: «Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.»
Mientras iba a buscarla, le gritó: «Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan.» Respondió ella: «Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.»
Respondió Elías: «No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: “La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra.”»
Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo.
Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.
Salmo 145,7.8-9a.9bc-10: Alaba, alma mía, al Señor. R./
Él mantiene su fidelidad perpetuamente, // hace justicia a los oprimidos, // da pan a los hambrientos. // El Señor liberta a los cautivos. R./
El Señor abre los ojos al ciego, // el Señor endereza a los que ya se doblan, // el Señor ama a los jus-tos, // el Señor guarda a los peregrinos. R./
Sustenta al huérfano y a la viuda // y trastorna el camino de los malvados. // El Señor reina eterna-mente, // tu Dios, Sión, de edad en edad. R./
Lectura de la carta a los Hebreos (9, 24-28): Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los peca-dos de todos.
Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres imagen del auténtico, sino en el mismo cie-lo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros.
Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario to-dos los años y ofrecía sangre ajena; si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pe-cado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio.
De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, a los que lo esperan, para salvarlos.
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (12, 38-44): Esa pobre viuda ha echado más que na-die.
En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de lar-gos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.»
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípu-los, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Una actitud de generosidad disponible y confianza en el Señor; es lo que nos transmiten los textos de es-te Domingo. Generosidad es la actitud de la viuda de Sarepta , que no duda en dar una hogaza a Elías a costa de su propio último sustento (Primera Lectura).
Ésta es también la actitud de la viuda, observada únicamente por Jesús, que deposita todo lo que tenía en el arca del Tesoro del Templo por más que fuera para muchos una insignificancia (Evangelio). Finalmen-te es la misma actitud de Jesús que se entrega hasta la muerte, de una vez para siempre, como víctima de Salvación y Reconciliación por todos (Segunda Lectura).
La generosa viuda de Sarepta
En las lecturas de este Domingo, dos mujeres juegan un papel predominante y positivo. Además se trata de mujeres viudas, con toda la precariedad que eso traía ya en los tiempos remotos del profeta Elías (siglo IX a. C.) y en los de Jesús. No pocas veces la viudez iba unida a la pobreza, e incluso a la mendicidad. Sin embargo, los textos sagrados no presentan estas dos buenas viudas como ejemplo de pobreza (eso se so-breentiende), sino como ejemplo de generosidad. En los tres años de sequedad que cayó sobre toda la re-gión, a la viuda de Sarepta, que no era judía sino pagana, le quedaban unos granos de harina y unas gotas de aceite, para hacer una hogaza con que alimentarse ella y su hijo. En esta situación, ya humanamente dramática, Elías le pide algo inexplicable y hasta heroico: que le dé esa hogaza que estaba a punto de meter en el horno.
La mujer accede. Ese es el don de la generosidad que Dios concede a los que poco o nada tienen. No piensa en su suerte en primer lugar; sino piensa sólo en obedecer la voz de Dios que la bendecirá por medio del profeta Elías: ni la tinaja de harina se vaciará, ni la alcuza de aceite se agotará hasta que pase la sequía. Además Elías reavivará a su hijo que, cayendo enfermo, morirá (ver 17,12ss). La viuda entonces exclama-rá: «Ahora sí que he conocido bien que eres un hombre de Dios, y que es verdad en tu boca la palabra de Yahveh» (17,24). Es interesante destacar que lo que está en juego en este milagro es la supremacía entre el Dios de Israel y Baal (dios fenicio de las cosechas y la fertilidad, de ámbito agrícola).
El milagro en cuestión es un anticipo de la victoria de Yahveh que da el trigo (harina) y el aceite, dones atribuidos a Baal, incluso en el territorio donde éste reina y entre sus propios "súbditos" (ver Os 2,10). Más tarde, Jesús alabará la actitud de esta viuda y se referirá a este episodio como ejemplo del rechazo de Is-rael a sus profetas y de la gracia universal de Dios, destinada también a los gentiles (ver Lc 4,25-26).
«Guardaos de los escribas…»
En el tiempo de Jesús las personas que sabían leer y escribir eran pocas. En ese tiempo no existía el pa-pel ni la imprenta y el material de escritura era escaso y caro. Los pocos rollos de pergamino se guardaban en la sinagoga para ser usados en el servicio sinagogal. El pueblo senci¬llo tenía que registrar todo en la memo¬ria. Los escri¬bas eran los hombres doctos que sabían leer y escri¬bir. Ellos leían la Escritura y la inter-preta¬ban para el pue¬blo. Y por este poco de ciencia que poseían se hacían llamar de «maestro» y preten-dían los honores de los hombres.
El evangelista San Mateo, en el lugar paralelo, agrega esta precisión sobre los escribas: «Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres» (Mt 23,5). De esta manera todo lo que hacen resulta vi-ciado por la vanagloria y la soberbia. La descripción que Jesús hace de los escribas es retomada de mane-ra aguda por San Francisco de Sales cuando nos previene contra la vanagloria: «Hay quienes, por un poco de ciencia, quieren ser honrados y respetados por todo el mundo y se comportan como si todos tuvieran que ir a su escuela y tenerlos por maestros: por esto es que se les llama pedan¬tes» (Introducción a la vida devota, parte III, cap. IV). ¡De estos hay que tener cuidado!
La viuda del Templo
Jesús está sentado ante el arca del tesoro del Templo y observa cómo la gente echaba monedas. «Mu-chos ricos echa¬ban mucho». Lo hacían con ostentación para llamar la atención de la gente y aparentar ge-nerosidad, pero esto no impresionaba a Jesús. Hasta que llegó «una viuda pobre y echó dos monedillas, o sea una cuarta parte del as». San Marcos, que escribe en Roma, explica que se trata de un «cuadrante», la moneda romana más pequeña del tiempo. Vemos como Jesús en otra ocasión, acentuando el escaso valor de los pajarillos del cielo, pregunta: «¿No se venden dos pajarillos por un as?» (Mt 10,31). La viuda pobre echó el equivalente a medio pajari¬llo. La viuda del Templo siendo pobre y necesitada, no tenía ninguna obli-gación de dar limosna para el culto o para la acción social y benéfica que los sacerdotes realizaban en nombre de Dios con las ayudas recibidas. Si tuviese obligación, su acción aún sería generosa porque dio todo lo poco que tenía, todo su vivir. Pero su gesto brilla con luz nueva y esplendorosa, precisamente por-que se sitúa más allá de toda obligación, en el plano de la generosidad amorosa para con Dios.
Y esto sí que desper¬tó el interés de Jesús, tanto que consi¬deró oportuno destacarla ante sus discí¬pulos: «Llamando a sus discípulos, les dijo: En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos». ¿Cómo puede decir eso? ¿Con qué criterio juzga? Jesús explica: es que los que han echado mucho (con-side¬rado matemáticamente) «han dado de lo que les sobra¬ba»; en cambio, la viuda «ha echado de lo que necesi¬taba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir». Jesús no juzga por las apariencias; Él juzga las intenciones y el corazón. Ante Dios hay una infinita diferencia entre dar «lo que sobra» y dar «todo lo que se tiene para vivir», aunque a los ojos de los hombres esta última cantidad sea insig¬nificante en compa-ración con la primera.
La viuda ha hecho uno de esos actos concretos que expresan el amor a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas y con toda el alma y al prójimo como a sí mismo. En efecto, ¡ella dio «todo lo que tenía» sin reservarse nada para sí! Ella habría podido decir, como la Virgen María: «El Poderoso ha mirado la hu-mildad de su sierva» (Lc 1,48). En ella tiene actuación concreta la profunda enseñanza del Concilio Vati-cano II acerca de la condición del hombre: «El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (Gaudium et spes, 24).
La fuente de toda generosidad
La generosidad de las dos viudas mana de la generosidad misma de Dios, que se nos revela de manera plena en Cristo Jesús. Generosidad de Jesús que se ofrece de una vez para siempre en sacrificio para la Reconciliación de toda la humanidad; nada ni nadie queda excluido de tal generosidad. Generosidad de Jesús que, como Sumo Sacerdote, entra glorioso en los cielos para continuar desde allí su obra sacerdotal en favor nuestro: continúa en el cielo su intercesión generosa y eterna por cada uno de los hombres.
En este último párrafo de esta parte de la carta a los Hebreos se expone el sentido último de la generosa acción de Cristo, su paso a la vida de Dios. El camino recorrido por Cristo, su sacrificio, no le lleva a un san-tuario terreno en el que Dios pueda habitar, sino al mismo Cielo, que designa la realidad misma de Dios, su propio rostro. Cristo está ante ese rostro y se manifiesta constantemente en favor nuestro. El ingreso en la Vida Eterna es la obtención de una relación íntima con Dios, el ser asumido en la unidad de Dios mismo. De esta manera ha sido conseguida la meta última de todo sacerdocio y de todo sacrificio. Por lo mismo ya no tiene necesidad ni de ofrecerse Él mismo de nuevo, ni menos de ofrecer "otros" sacrificios. Su sacrificio no se repite.
Con su sacrificio, único, de una vez por todas, llega el final de los tiempos, la abolición absoluta del pe-cado reconciliándonos de manera absoluta y definitiva. La muerte es el suceso definitivo en los hombres, y así también el sacrificio reconciliador de Jesucristo, su muerte, ya no se reitera nunca más. Por esta muerte él elimina, destruye la condición pecadora del hombre. Ésta queda sanada radicalmente, perfecta y definiti-vamente salvada. Cuando aparezca de nuevo no será ya para reiterar su ofrenda, ni será para condena-ción, sino para la salvación de los que asiduamente le esperan.
Una palabra del Santo Padre:
«La limosna —explicó el Papa Francisco— ha sido siempre, en la tradición de la Biblia, tanto en el anti-guo como en el nuevo Testamento, una piedra de semejanza con la justicia. Un hombre justo, una mujer justa está siempre relacionada con la limosna»: porque con la limosna se comparte lo propio con los de-más, se dona lo que cada uno «tiene dentro».
Vuelve así el tema de la apariencia y de la verdad interior. Los fariseos de los que habla Jesús «se creían buenos porque hacían todo lo que la ley mandaba hacer». Pero la ley «por sí sola no salva». La ley salva «cuando te conduce a la fuente de salvación, cuando prepara tu corazón para recibir la verdadera salvación que viene de la fe».
Es el mismo concepto, aclaró el Papa, que emerge de la primera lectura de la liturgia, tomada de la carta en la que Pablo discute con los Gálatas (5, 1-6) porque ellos, «muy apegados a la ley, tuvieron miedo de la fe y volvieron a las prescripciones de la ley» respecto a la circuncisión. Palabras que se adaptan bien in-cluso a nuestra realidad cotidiana, porque la fe, destacó el obispo de Roma, «no es sólo recitar el Credo: todos nosotros creemos en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, en la vida eterna...». Pero si nuestra fe es «inmóvil» y «no activa», entonces «no sirve».
Lo que vale en Cristo Jesús es, por lo tanto, «la fe que llega a ser activa en la caridad». He aquí, enton-ces, que se vuelve al tema de la limosna. Una limosna entendida «en el sentido más amplio de la palabra», o sea «distanciarse de la dictadura del dinero, de la idolatría del dinero» porque «toda codicia nos aleja de Jesucristo».
Por ello, explicó el Papa, en toda la Biblia se «habla mucho de limosna, tanto de la pequeña de cada día» como de «la más significativa». Es necesario, sin embargo, estar atentos a dos cosas: no debemos «hacer sonar la trompeta cuando se da limosna» y no debemos limitarnos a dar lo superfluo. Es necesario, dijo el Papa Francisco, «despojarse» y no dar «sólo aquello que sobra». Hay que hacer como aquella ancianita «que dio todo lo que tenía para vivir».
Quien da limosna y hace «sonar la trompeta» para que todos lo sepan, «no es cristiano». Esto, reafirmó el Pontífice, es un obrar «farisaico, es hipócrita». Y para hacer comprender mejor el concepto, el Papa con-tó lo que una vez le sucedió al padre Pedro Arrupe, prepósito general de la Compañía de Jesús de 1965 a 1983. En el período en el que «era misionero en Japón», durante un viaje en búsqueda de donativos para su misión, recibió la invitación de una señora importante que quería dar un donativo. La mujer no lo recibió en privado, sino que quiso entregar el sobre ante los «periodistas que tomaban la foto». Lo que hacía era «sonar la trompeta».
El padre Arrupe, recordó el Pontífice, contó que había «sufrido una gran humillación» y que la soportó sólo por el bien de los «pobres de Japón, para la misión». Al volver a casa, abrió el sobre y descubrió que «había diez dólares». Si el corazón no cambia, comentó el Papa Francisco, la apariencia no cuenta nada. Y concluyó de este modo su homilía: «Hoy nos hará bien pensar cómo es mi fe, cómo es mi vida cristiana: ¿es una vida cristiana de cosmética, de apariencia o es una vida cristiana con la fe activa en la caridad?». Cada uno podrá, «delante de Dios», hacer su examen de conciencia. Y «nos hará bien hacerlo».
Papa Francisco. Misa matutina en Domus Santae Marthae. Martes 14 de octubre de 2014
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana.
1. Cuando la generosidad no sólo afecta al bolsillo, sino también al corazón, es más auténtica. Por eso, quien da poco, pero es todo lo que puede dar, y lo da con toda el alma, ése es generoso, y su gene-rosidad a los ojos de Dios vale igual de la del rico que se ha desprendido de millones de dólares. No está mal que nos examinemos y preguntemos: ¿Estoy dando todo lo que puedo? ¿Estoy dando todo lo que el Espíritu Santo me pide que dé? ¿Estoy dando como debo dar: desprendida y generosamen-te?
2. La enseñanza de Jesús nos ordena hacer nuestras buenas obras con absoluto secreto, procurando que nadie lo sepa, y para inculcar esto usa una comparación muy elocuente: «Que no sepa tu mano iz¬quierda lo que hace tu derecha» (Mt 6,3). ¿Vivo esta actitud?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1931 - 1932. 2544 - 2547.
texto facilitado D.JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACION NOCTURNA ESPAÑOLA, TOLEDO
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