Hace siete semanas que el Ungido
fue semilla y fue trigo. En este día
se hace ofrenda del pan, es Ley judía.
De Nueva Ley, Jesús lo ha revestido.
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¡VEN, ESPIRITU SANTO!
Y RENUEVA LA FAZ DE LA TIERRA
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Mes de mayo
y sigue brotando la fuerza de la Pascua.
Mes de mayo y, en él,
florece el fruto de una siembra: MARIA.
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Domingo de Pentecostés.
Ciclo B
«Recibid
el Espíritu Santo»
Lectura del libro de los Hechos de los
apóstoles (2, 1-11): Se llenaron todos de Espíritu Santo y
empezaron a hablar.
Al llegar el día de Pentecostés,
estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como
de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron
aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de
cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas
extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en
Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron
en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio
idioma.
Enormemente sorprendidos,
preguntaban:
- «¿No son galileos todos esos
que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra
lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos
y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en
Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con
Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también
hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios
en nuestra propia lengua.»
Salmo 103,
1ab y 24ac. 29bc-30.31 y 34
R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la
tierra.
Lectura
de la primera carta de San Pablo a los Corintios (12, 3b-7. 12-13): Hemos sido bautizados en un
mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
Hermanos: Nadie puede decir:
«Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un
mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay
diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno
se manifiesta el Espíritu para el bien común.
Porque, lo mismo que el cuerpo
es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser
muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y
griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar
un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Lectura del Santo Evangelio según San
Juan (20, 19- 23): Como el Padre me ha enviado, así también
os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.
Al anochecer de aquel día, el
día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas
por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
- «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las
manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió:
- «Paz a vosotros. Como el Padre
me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento
sobre ellos y les dijo:
- «Recibid el Espíritu Santo; a
quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos.»
& Pautas para la reflexión personal
z El nexo entre las lecturas
El
Espíritu Santo que el Señor había prometido a sus apóstoles, se derrama hoy
abundantemente sobre ellos y los llena de un santo celo para anunciar la «Buena Noticia» de la Resurrección del
Señor. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra el acontecimiento de
Pentecostés. Los discípulos reunidos en oración con María, son iluminados por
la acción del Espíritu santificador e inician sin temor y con «parresia» su
actividad evangelizadora (Primera Lectura). San Pablo, en la primera carta a
los Corintios, subraya que sólo gracias a la acción del Espíritu podemos llamar
a Cristo, el Señor; es decir, sólo gracias al Espíritu Santo podemos proclamar
su divinidad (Segunda Lectura). El Evangelio nos presenta a Jesús Resucitado
que confiere a sus apóstoles poder para perdonar los pecados por la recepción
del Espíritu Santo. En la predicación, en la proclamación de la fe, en la
administración de los sacramentos; es el Espíritu Santo quien obra y da fuerzas
a los apóstoles.
J La
promesa del Padre...
El relato de lo que ocurrió el día de
Pentecostés está en el segundo capítulo del libro de los Hechos de los
Apóstoles, que es la primera lectura obligada de la liturgia de este día. Poco
antes de ascender a los cielos el Señor Jesús les dijo a sus discípulos: «les mandó que no se ausentasen de
Jerusalén, sino que aguardasen la
Promesa del Padre» (Hch
1,4). Sin duda los discípulos se
deben de haberse preguntado: ¿de qué promesa está hablando? Jesús les dice: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo,
que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y
Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). Luego ascendió a los
cielos. Después de esta precisa instrucción nadie se atrevió de moverse de
Jerusalén. La «promesa del Padre» habría de ser un don invalorable que nadie
quería dejar de recibir. Así los apóstoles, volviendo de la Ascensión, subieron a la
instancia superior, donde vivían y se pusieron a esperar. Allí estaba toda la
Iglesia fundada por Jesús
alrededor de la Madre. Pero no se puede decir que estaba pasiva, ya que «Todos ellos perseveraban en la oración, con
un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús,
y de sus hermanos» (Hch 1,14).
J La fiesta del Espíritu: Pentecostés
La promesa del Padre se cumple el día
de Pentecostés, que era fiesta judía que se celebraba cincuenta días después de
la Pascua de
los judíos (ver Lev 23, 15-16). Originalmente era una fiesta agrícola que
celebraba la siega; pero ya que se celebraba cincuenta días después de la Pascua, que conmemoraba la
salida de Egipto; pronto esta fiesta se asoció al don de la ley en el Sinaí y
en ella se celebraba la renovación de la alianza con el Señor. En el Talmud se transmite la sentencia
del Rabí Eleazar: «Pentecostés es el día
en que fue dada la Torah
(la ley)».
Leemos
en el texto de San Lucas que los apóstoles se quedaron llenos del Espíritu
Santo y se pusieron a «hablar en distintas
lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse». El «viento impetuoso» es un signo del
Espíritu de Dios, que llenando el corazón de cada uno, da vida a la Iglesia. La Iglesia es
la nueva creación de Dios que es animada por el soplo del Espíritu Santo a
semejanza de la primigenia creación. Leemos en el libro del Génesis este hecho
maravilloso: «Entonces Yahveh Dios formó
al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y
resultó el hombre un ser viviente» (Gn 2,7).
Es
el mismo gesto de Jesucristo resucitado que nos relata el Evangelio de este Domingo.
Apareciendo ante sus apóstoles congregados aquel primer día de la semana,
después de saludarlos y mostrarles las heridas del cuerpo, Jesús sopla sobre
ellos y les dice: «Recibid el Espíritu
Santo» (Jn 20, 22). El soplo de Cristo es el Espíritu Santo y tiene el
efecto de dar vida a la naciente Iglesia. En esta forma, Jesús reivindica una
propiedad divina: su soplo es soplo divino, su soplo es el Espíritu de Dios. Un
soplo que produce esos efectos solamente puede ser emitido por Dios mismo. Esto
lo hace explícito Tomás al decir esa misma tarde: «Señor mío y Dios mío».
J El
perdón de los pecados
«A
quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos»,
les dijo Jesús. El perdón de los pecados es una prerrogativa exclusiva de Dios
tenían razón los fariseos cuando en cierta ocasión protestaron «¿Quién puede perdonar los pecados sino
Dios?» (Mc 2,7). En
esa ocasión Jesús demostró que Él puede perdonar los pecados; y aquí nos
muestra que puede también conferir este poder divino a los apóstoles y sus sucesores. Y lo hace
comunicándoles su Espíritu.
Es que justamente el perdón de los
pecados es como una nueva creación; es un paso de la muerte a la vida; y
solamente Dios es el autor y el dador de la vida. Leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica:
«Puesto que hemos muerto,
o, al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del
Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo (2 Cor 13, 13) es
la que, en la Iglesia,
vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado».
J El
don del amor
El Espíritu de Dios se comunica al
hombre por medio de los sacramentos en la Iglesia. Recordemos
que: «Para entrar en contacto con Cristo,
es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. Él es quien
nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer
sacramento de la fe, la Vida,
que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica
íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia».
Hay un sacramento cuyo efecto propio «es la efusión especial del Espíritu
Santo, como lo fue concedida en otro tiempo a los apóstoles el día de
Pentecostés»,
es el sacramento de la
confirmación. El Espíritu Santo actúa en lo más íntimo de la persona. Actúa
iluminando la inteligencia de la persona para que pueda conocer a Cristo y así
poder exclamar: «¡Jesús es Señor!» (1Cor
12,3b); y habilitando la voluntad,
para que pueda amar a Dios y al prójimo: «Dios
ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá ,
Padre!» (Ga 4,4).
Sin el don del Espíritu Santo, el
hombre no puede ni amar ni conocer a Dios. En efecto: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5), y sólo «el que ama conoce a Dios, porque Dios es amor» (1Jn 5,7.8). El Espíritu Santo nos concede conocer
a Dios, y lo hace infundiendo en nosotros el amor. ¡No podemos despreciar este
magnífico don! ¿Qué diríamos si uno de los apóstoles, desobedeciendo el mandato
de Jesús, se hubiese ausentado de Jerusalén y no hubiera estado allí el día de
Pentecostés? Ese apóstol se habría privado de la promesa del Padre y de los
dones divinos. En realidad no sería apóstol del Señor. Ésta es exactamente la
misma situación del cristiano que desdeña recibir el sacramento de la
confirmación o, en su caso, que se cierra y no vive de acuerdo a las mociones del Espíritu.
+ Una palabra del Santo Padre:
“Los
teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela; el Espíritu
Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el
ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no
iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo,
y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia
autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para
salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para
comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es el
alma de la misión.
Lo
que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es
algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar.
El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se
prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo resucitado a sus
Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos.
Jesús,
como hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo le pediré al Padre que os dé
otro Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16). Es el Espíritu Paráclito, el «Consolador», que
da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando el Evangelio. El
Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias
existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la
tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el
Espíritu Santo nos conduzca a la misión. Recordemos hoy estas tres palabras:
novedad, armonía, misión.
La
liturgia de hoy es una gran oración, que la Iglesia con Jesús eleva al Padre,
para que renueve la efusión del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros, cada
grupo, cada movimiento, en la armonía de la Iglesia, se dirija al Padre para
pedirle este don. También hoy, como en su nacimiento, junto con María, la
Iglesia invoca: «Veni Sancte Spiritus! –
Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos el
fuego de tu amor». Amén”.
Francisco.
Solemnidad de Pentecostés. 19 de mayo de 2013.
J Vivamos
nuestro Domingo a lo largo de la semana
1.
¿Cómo vivo mi relación con el Espíritu Santo? Lo primero que deberíamos hacer
es conocer quién es el Espíritu Santo para poder amarlo y así ser dócil a sus
mociones.
2. ¿Tengo el mismo ardor o celo apóstolico que los apóstoles?
Seamos sinceros...¿Qué voy a hacer para poder llevar la Buena Nueva en los
lugares donde trabajo o estudio?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica
los numerales 243- 246.252. 683 - 686. 731 - 747. 767.