viernes, 29 de mayo de 2015

EL SEVILLA OFRECE LA 4ª COPA DE LA EUROLIGA, CONSEGUIDA, A LA PATRONA VIRGEN DE LOS REYES




La Catedral de Sevilla, concretamente la Capilla Real, va a acoger esta tarde a la delegación del Sevilla Fútbol Club que conquistó el pasado jueves en Varsovia (Polonia) su cuarta Europa League, tras derrotar por tres goles a dos al Dnipro.
El presidente José Castro encabezará la expedición sevillista, compuesta por el resto de la directiva, equipo técnico y plantilla en pleno.
Como viene siendo costumbre, el presidente, entrenador y capitanes harán una ofrenda floral a la Virgen de los Reyes, patrona de Sevilla.

 (Prensa Archisevilla <oficprensa@archisevilla.org>)


Anoto para el recuerdo la noticia publicada en el medio oficial de la Iglesia de Sevilla; me llena de alegría considerar el ofrecimiento a nuestra Madre Nuestra Señora  Virgen  de los Reyes; Ella ocupa el lugar más grande en mi corazón y por ello me satisface éste acto del Sevilla F.C.


Soy sevillista por la Gracia de Dios y celebro el acontecimiento porque ha llegado la hora de que " mi equipo " centenario, sea noticia para Sevilla, España, Europa y el mundo entero. 

Me ha llenado de alegría también comprobar los muchos amigos que se han acordado mi humilde persona y han compartido su felicitación. (C.M.S.)

domingo, 24 de mayo de 2015

VIGILIA COMARCAL DE LA ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA en el santuario de Santa Margarita en Crestatx de SA POBLA ( Mallorca )





VIGILIA COMARCAL DE LA ADORACIÓN NOCTURNA POR SAN PASCUAL BAILÓN

Sa Pobla, 18 de de 2015 19:31:00

El pasado 16 de mayo celebró la Adoración Nocturna Española en Mallorca una vigilia comarcal en el santuario de Santa Margarita en Crestatx con motivo del patrón de todas las asociaciones y obras eucarísticas, San Pascual Bailón. Acudieron representantes de las secciones de Palma y del Consejo Diocesano, de Inca, Calvià y Pollença, además de la anfitriona de sa Pobla. Como este año el día de San Pascual procedía en la solemnidad de la Ascensión del Señor, se rezó el Oficio de Lectura de dicha solemnidad, con homilía final de quien presidió, el vicedirector espiritual, Mn. Joan Juan Bordoy, diácono, con alusiones al santo, tan vinculado al tiempo de Pascua que recibió el nombre, ya que nació y murió el mismo día de Pentecostés.


Santiago M. Amer Pol( santiagoamer@bisbatdemallorca.com) t'envia aquesta notícia d'Agència Balèria, servei d'informació catòlica

sábado, 23 de mayo de 2015

Vivamos nuestro Domingo de PENTECOSTÉS a lo largo de la semana.



Hace siete semanas que el Ungido
fue semilla y fue trigo. En este día
se hace ofrenda del pan, es Ley judía.
De Nueva Ley, Jesús lo ha revestido.
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¡VEN, ESPIRITU SANTO!
Y RENUEVA LA FAZ DE LA TIERRA

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Mes de mayo  y  sigue brotando la fuerza de la Pascua.
Mes de mayo y, en él, florece el fruto de una siembra: MARIA.
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Domingo de Pentecostés. Ciclo B
«Recibid el Espíritu Santo»

 

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2, 1-11): Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.
Enormemente sorprendidos, preguntaban:
- «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.»

Salmo 103, 1ab y 24ac. 29bc-30.31 y 34

R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (12, 3b-7. 12-13): Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.

Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (20, 19- 23): Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
- «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió:
- «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
- «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

 

           
& Pautas para la reflexión personal  

 z El nexo entre las lecturas

El Espíritu Santo que el Señor había prometido a sus apóstoles, se derrama hoy abundantemente sobre ellos y los llena de un santo celo para anunciar la «Buena Noticia» de la Resurrección del Señor. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra el acontecimiento de Pentecostés. Los discípulos reunidos en oración con María, son iluminados por la acción del Espíritu santificador e inician sin temor y con «parresia» su actividad evangelizadora (Primera Lectura). San Pablo, en la primera carta a los Corintios, subraya que sólo gracias a la acción del Espíritu podemos llamar a Cristo, el Señor; es decir, sólo gracias al Espíritu Santo podemos proclamar su divinidad (Segunda Lectura). El Evangelio nos presenta a Jesús Resucitado que confiere a sus apóstoles poder para perdonar los pecados por la recepción del Espíritu Santo. En la predicación, en la proclamación de la fe, en la administración de los sacramentos; es el Espíritu Santo quien obra y da fuerzas a los apóstoles.

J La promesa del Padre...

El relato de lo que ocurrió el día de Pentecostés está en el segundo capítulo del libro de los Hechos de los Apóstoles, que es la primera lectura obligada de la liturgia de este día. Poco antes de ascender a los cielos el Señor Jesús les dijo a sus discípulos: «les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa  del Padre» (Hch 1,4). Sin duda los discípulos se deben de haberse preguntado: ¿de qué promesa está hablando? Jesús les dice: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). Luego ascendió a los cielos. Después de esta precisa instrucción nadie se atrevió de moverse de Jerusalén. La «promesa del Padre» habría de ser un don invalorable que nadie quería dejar de recibir. Así los apóstoles, volviendo de la Ascensión, subieron a la instancia superior, donde vivían y se pusieron a esperar. Allí estaba toda la Iglesia[1] fundada por Jesús alrededor de la Madre. Pero no se puede decir que estaba pasiva, ya que «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos» (Hch 1,14).
                                                          
J La fiesta del Espíritu: Pentecostés

La promesa del Padre se cumple el día de Pentecostés, que era fiesta judía que se celebraba cincuenta días después de la Pascua de los judíos (ver Lev 23, 15-16). Originalmente era una fiesta agrícola que celebraba la siega; pero ya que se celebraba cincuenta días después de la Pascua, que conmemoraba la salida de Egipto; pronto esta fiesta se asoció al don de la ley en el Sinaí y en ella se celebraba la renovación de la alianza con el Señor. En el Talmud[2] se transmite la sentencia del Rabí Eleazar: «Pentecostés es el día en que fue dada la Torah (la ley)». 

Leemos en el texto de San Lucas que los apóstoles se quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron a «hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse». El «viento impetuoso» es un signo del Espíritu de Dios, que llenando el corazón de cada uno, da vida a la Iglesia. La Iglesia es la nueva creación de Dios que es animada por el soplo del Espíritu Santo a semejanza de la primigenia creación. Leemos en el libro del Génesis este hecho maravilloso: «Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente» (Gn 2,7).

Es el mismo gesto de Jesucristo resucitado que nos relata el Evangelio de este Domingo. Apareciendo ante sus apóstoles congregados aquel primer día de la semana, después de saludarlos y mostrarles las heridas del cuerpo, Jesús sopla sobre ellos y les dice: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 22). El soplo de Cristo es el Espíritu Santo y tiene el efecto de dar vida a la naciente Iglesia. En esta forma, Jesús reivindica una propiedad divina: su soplo es soplo divino, su soplo es el Espíritu de Dios. Un soplo que produce esos efectos solamente puede ser emitido por Dios mismo. Esto lo hace explícito Tomás al decir esa misma tarde: «Señor mío y Dios mío».

J El perdón de los pecados

«A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos», les dijo Jesús. El perdón de los pecados es una prerrogativa exclusiva de Dios tenían razón los fariseos cuando en cierta ocasión protestaron «¿Quién puede perdonar los pecados sino Dios?» (Mc 2,7). En esa ocasión Jesús demostró que Él puede perdonar los pecados; y aquí nos muestra que puede también conferir este poder divino  a los apóstoles y sus sucesores. Y lo hace comunicándoles su Espíritu.

Es que justamente el perdón de los pecados es como una nueva creación; es un paso de la muerte a la vida; y solamente Dios es el autor y el dador de la vida. Leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica: «Puesto que hemos muerto, o, al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo (2 Cor 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado»[3].

J El don del amor

El Espíritu de Dios se comunica al hombre por medio de los sacramentos en la Iglesia. Recordemos que: «Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. Él es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia»[4].

Hay un sacramento cuyo efecto propio «es la efusión especial del Espíritu Santo, como lo fue concedida en otro tiempo a los apóstoles el día de Pentecostés»[5], es el sacramento de la confirmación. El Espíritu Santo actúa en lo más íntimo de la persona. Actúa iluminando la inteligencia de la persona para que pueda conocer a Cristo y así poder exclamar: «¡Jesús es Señor!» (1Cor 12,3b); y habilitando la voluntad, para que pueda amar a Dios y al prójimo: «Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá , Padre!» (Ga 4,4). 

Sin el don del Espíritu Santo, el hombre no puede ni amar ni conocer a Dios. En efecto: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5), y sólo «el que ama conoce a Dios, porque Dios es amor» (1Jn 5,7.8). El Espíritu Santo nos concede conocer a Dios, y lo hace infundiendo en nosotros el amor. ¡No podemos despreciar este magnífico don! ¿Qué diríamos si uno de los apóstoles, desobedeciendo el mandato de Jesús, se hubiese ausentado de Jerusalén y no hubiera estado allí el día de Pentecostés? Ese apóstol se habría privado de la promesa del Padre y de los dones divinos. En realidad no sería apóstol del Señor. Ésta es exactamente la misma situación del cristiano que desdeña recibir el sacramento de la confirmación o, en su caso, que se cierra y no vive de acuerdo a  las mociones del Espíritu.

+  Una palabra del Santo Padre:

“Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es el alma de la misión. 

Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos.

Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16). Es el Espíritu Paráclito, el «Consolador», que da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión. Recordemos hoy estas tres palabras: novedad, armonía, misión.

La liturgia de hoy es una gran oración, que la Iglesia con Jesús eleva al Padre, para que renueve la efusión del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros, cada grupo, cada movimiento, en la armonía de la Iglesia, se dirija al Padre para pedirle este don. También hoy, como en su nacimiento, junto con María, la Iglesia invoca: «Veni Sancte Spiritus! – Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». Amén”.

Francisco. Solemnidad de Pentecostés. 19 de mayo de 2013.



J Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. ¿Cómo vivo mi relación con el Espíritu Santo? Lo primero que deberíamos hacer es conocer quién es el Espíritu Santo para poder amarlo y así ser dócil a sus mociones. 

2. ¿Tengo el mismo ardor o celo apóstolico que los apóstoles? Seamos sinceros...¿Qué voy a hacer para poder llevar la Buena Nueva en los lugares donde trabajo o estudio? 

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 243- 246.252. 683 - 686. 731 - 747. 767. 




[1] Iglesia: La palabra griega ekklesia que designa el conjunto del pueblo regularmente convocado (ekkalein), será empleada en los Setenta (primera y más importante traducción de la Biblia del hebreo al griego realizada  entre los años 250 -150 a.C.)  para traducir el término hebreo de la raíz qahal, que se aplica a la asamblea de Dios. Sobre la base de esta noción veremos como la Iglesia en el Nuevo Testamento se define a la comunidad religiosa fundada por Cristo que, animada por el Espíritu Santo, continua su obra en el mundo.
[2] Talmud: enseñanza o estudio. Es la unión de las normas y tradiciones añadidas a la Biblia judía codificadas por los rabinos. Esta labor fue concluida alrededor del 200 d.C.
[3] Catecismo de la Iglesia Católica, 734.
[4] Catecismo de la Iglesia Católica, 683.
[5] Catecismo de la Iglesia Católica, 1302.

Colaborador J.R. PULIDO. A.N.E. Consejo Diocesano de Toledo

CATEQUESIS VOCACIONAL, Pastores según mi Corazón

Interesantes reflexiones que nos ha remitido el Sacerdote Misionero Comboniano, D. Antonio Pavía recomendandonos su lectura y meditación en la convivencia que mantuvo con los Delegados de Zona y el Consejo nacional de la Adoración Nocturna Española.

Pastores según mi corazón – VII
“…Por los elegidos”
Dicen los exegetas que las dos cartas del apóstol Pablo a Timoteo son las más autobiográficas. De hecho es en ellas donde vemos al apóstol abrirse confidencialmente como si su corazón se desprendiese de todo secreto, a su gran e íntimo amigo Timoteo, a quien llama “verdadero hijo mío en la fe” (1Tm 1,2).  A este apelativo tan cariñoso nosotros añadimos el de “compañero de fatigas apostólicas” por buena parte de Europa y Asia Menor. A todo esto no podemos dejar de lado el hecho de que Timoteo fue el ángel confortador previsto por Dios ante todas las desazones y pruebas  vividas por Pablo como, por ejemplo, las sufridas durante su primera estancia en las cárceles de Roma.

A la luz de estos datos nos parece más que normal que Pablo se abriese entrañablemente a Timoteo y que compartiese con él lo que más les unía: su pasión por el Evangelio. Pasión que marcaba e incluso podríamos decir que medía la calidad de su entrega a Jesús, su Señor y Maestro. No hay duda de que la altura de un hombre se calibra por la grandeza y calidad de la fuerza pasional que le mueve. Pablo y Timoteo, amigos del alma que comparten la misma pasión, escalaron, por medio de ella, hasta lo más sublime del        corazón-intimidad de Dios.

Sobre las riquezas y sublimidades de sus confidencias no vamos a explayarnos. Nos faltaría papel y tinta para abordar tantos misterios divinos acontecidos entre ellos. Sí vamos a sondear un aspecto de la misión que Pablo comparte con Timoteo y que se nos muestra nítidamente en su segunda carta. Hablamos de un aspecto que revela el corazón de pastor de Pablo, corazón marcado y moldeado por el sufrimiento;  el que comporta el hecho de dar a luz tantos hijos en la fe.

Es en este sentido que, dirigiéndose a Timoteo como quien se vuelve a un hijo querido o a un amigo del alma, le exhorta así: “Soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios” (2Tm 1,8). Soporta, sufre conmigo. No se está refiriendo a un soportar pasivo, como quien carga un peso terrible e inhumano y sin posibilidad de quitárselo de encima. Es un soportar que apunta a un compartir amorosamente el Evangelio que su Señor, en un gesto de confianza sin precedentes, ha puesto en sus corazones y en sus bocas.

Siguiendo con esta entrañable confidencia -soporta, comparte conmigo los sufrimientos por el Evangelio-, oímos al prisionero por Cristo (Ef 3,1) unir a su exhortación esta confesión de amor por su Señor y por las ovejas que le ha confiado, difícilmente superable en belleza, intensidad y altura. “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi Evangelio; por él estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada. Por eso todo lo sufro por los elegidos” (2Tm 2,8-10).

Nos centramos en las últimas palabras, “todo lo sufro por los elegidos”, que tanta importancia tienen  en el engranaje de la vida de Pablo en cuanto apóstol. Es como un adentrarnos, con su tácito permiso, en su intimidad, en su riqueza espiritual. Descubrimos así que, a través de su experiencia como anunciador del Evangelio y como pastor que se entrelazan inseparablemente, Pablo se asocia a Jesús, su Pastor; Aquel que antes que él y por amor a él soportó, tomó sobre sí la cruz sin miedo a la ignominia, como atestigua el autor de la carta a los Hebreos.
En comunión con Jesucristo

Ya he señalado que el término soportar en la espiritualidad del Nuevo Testamento, no tiene nada que ver con el fatalismo, pasividad, aguante de algo irremediable, sino que supone una actitud acogedora, un tomar sobre sí mismo una carga –como es la cruz- por decisión propia. Es en este sentido que el autor de la carta a los Hebreos nos presenta a Jesucristo en su decisión de tomar sobre sí mismo la cruz de nuestra salvación. La toma sobre sus espaldas ya que sólo Él pudo cargar con el mal del mundo sin ser aplastado por su poder destructor.

A la luz de todo esto leamos con asombro amoroso la cita de la carta a los Hebreos a la que hemos hecho alusión: “…Corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia” (Hb 12,1b-2a).

El Pastor de pastores carga sobre sí con la cruz en la que están grabados todos los males del mundo, por supuesto también los que salen de nuestras propias manos, y los sepulta victoriosamente. Juan nos describe esta victoria sobre el mal y su príncipe con la magistral sabiduría que le caracteriza: “La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (Jn 1,5).

La luz de Dios brilló sobre aquel crucificado que en el estertor de su agonía apenas alcanzó a balbucir “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). Jesús, luz del mundo (Jn 8,12), inclinó la cabeza, murió, y las sombras y tinieblas del sepulcro lo envolvieron con sus marañas mortíferas. Cuando éstas, orgullosas, proclamaban su primacía, el Hijo de Dios se elevó en todo su esplendor expandiendo por todo el mundo su victoria. Muchos fueron sus testimonios gloriosos ante los suyos; damos pie a éste que proclamó ante Juan: “Soy yo, el Primero y el Último; el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte…” (Ap 1,17b-18).

Volvemos al prisionero por amor a Jesús y a su Evangelio y, por supuesto, también por amor a sus ovejas, a quienes llama, como hemos podido ver, los elegidos. Más adelante volveremos sobre qué significado tiene el término elegidos a la luz del Nuevo Testamento. Ahora nos apetece ver al apóstol en comunión con su Pastor, comunión en sus padecimientos, como lo hemos podido comprobar en la apreciación que nos ha ofrecido el autor de la carta a los Hebreos, para quien el verbo soportar tiene la connotación de “tomar sobre sí” no obligada sino voluntariamente. Sí que podríamos hablar en términos de obligación en el sentido de que  no se pueden poner cadenas al impulso del amor que nace de lo alto. Le pasó al Hijo de Dios,  le pasa a sus discípulos, y lo viven de forma especial sus pastores, los que Él mismo moldea con su Evangelio a imagen y semejanza de su propio corazón. Es cierto que no hay ninguna obligación, pero lo es más que este impulso es irresistible.

Veamos ahora a Pablo en comunión con Jesucristo con sus padecimientos. Comunión que es su gala y su orgullo como pastor. Se siente privilegiado de poder vivir esta experiencia; sabe perfectamente que no sería posible sin la fuerza de Dios. La ha recibido y la ha puesto, junto con su vida entera, al servicio de sus ovejas: “los elegidos”, por lo que se siente con autoridad para hacer esta confesión: “Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura por ganar a Cristo… Y conocerle a él, y el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte” (Flp 3,8-10).

Por supuesto que el estar gozosamente en comunión con los padecimientos de Jesucristo no es una experiencia únicamente de Pablo. Leyendo las diferentes cartas de los apóstoles nos damos cuenta de que es algo normal en la primera cristiandad. Podemos acercarnos al testimonio de Pedro: “Queridos, no os extrañéis del fuego que ha prendido en medio de vosotros para probaros, como si os sucediera algo extraño, sino alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria” (1P 4,12-13).

Abrió sus espíritus

Testigos, partícipes, en comunión con los sufrimientos de Jesucristo;  he ahí algunos de los sellos de identidad de la primera cristiandad. Sellos que las ovejas ven brillar en sus pastores, como lo hemos podido comprobar en Pablo y Pedro, aunque también podríamos detenernos en tantos otros nombrados en los Hechos de los Apóstoles.

Para todos los pastores según el corazón de Dios de la primera generación cristiana, así como todas las que se han sucedido y sucederán a lo largo de la Historia, Jesús no es simplemente el modelo en quien fijarse, pues esto no sería suficiente; es el Modelo y también el Moldeador de pastores. Es su forma de moldear lo que da a sus pastores una Fuerza y una Sabiduría que no son de este mundo sino del suyo, el del Padre; hablamos de la Fuerza y de la Sabiduría de Dios. El Pastor de pastores pronuncia a las puertas de su pasión palabras que en aquel momento ninguno de los suyos pudo entender: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). No hay la menor duda  que le escucharon respetuosamente, pero era tal la depresión y tristeza que se había apoderado de ellos que no alcanzaron a comprender lo que estaban oyendo; de ahí su dispersión cuando se consumó la traición de Judas. Resucitado, los reunió nuevamente y “abrió sus espíritus” –las entrañas de sus almas- para que comprendieran las Escrituras (Lc 24,45).

Ahora sí, ya los puede enviar al encuentro de los hombres del mundo entero (Mt 28,18-20).  Son por comunión con su Pastor y con sus padecimientos, mas también con su luz, pastores según su corazón. No hay la menor duda de que todos, los de entonces y los de hoy, pueden, por obra y gracia de Jesucristo, hacer suyo el testimonio de Pablo que nos ha dado pie para esta catequesis: “Por eso todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo Jesús con la gloria eterna” (2Tm 2,10).

No quiero terminar sin hacer, como ya anuncié, una pequeña aclaración acerca del término “elegidos” citado por Pablo. Es conveniente explicitar lo que Pablo y las Escrituras en general, entienden por la palabra elegidos; palabra  que no tiene nada que ver con una posible predestinación o determinismo, ante lo cual no es posible para el hombre otra alternativa, lo que supone una anulación de su libertad.

Muy brevemente diré que no hay desarrollo de la elección sin la aceptación desde su propia libertad. La elección de Dios está siempre en consonancia con la llamada interior que emerge por sí misma de forma natural desde lo profundo del hombre, y que el salmista, inspirado por el Espíritu Santo, expresó de esta forma: “Dice de ti mi corazón: Busca su rostro…” (Sl 27,8).

Con esta afirmación nuestro autor está subrayando el grito de supervivencia, de ansias de inmortalidad, que emerge de nuestras entrañas y que no hay cómo acallarlo. Jesucristo es la respuesta de Dios Padre a estos nuestros anhelos que, repito, están ahí; no son un añadido, hacen parte de nuestro ser. En realidad Dios se sirve de estos gritos para llamarnos a Él, a la Vida. Es el Evangelio el gran Altavoz de Dios que hace que esta nuestra llamada interior encuentre en Él su eco. De ahí la urgencia de su anuncio, ya que donde éste se proclama, llamada interior y respuesta de Dios encuentran su unidad perfecta: ¡la elección ha acontecido!

No obstante, hemos de tener en cuenta lo que dice Jesús: Todos somos llamados, mas no todos elegidos (Mt 22,14). Ahí es donde entra en juego nuestra libertad con sus consiguientes opciones y decisiones. Allí donde se predica el Evangelio, la invitación de Dios resuena con fuerza en todos aquellos que lo acogen y, como decía san Ignacio de Antioquía, en él se refugian.


ALEGRÍA ROCIERA EN LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

Mi nieto que se está preparando para su Primera Comunión me solicitó le hablase de la Solemnidad de Pentecostés y llegamos al siguiente resumen: 


"Antes de subir al Cielo se les apareció a los Apóstoles reunidos con la Virgen María depositándose sobre las cabezas de los Apóstoles unas lenguas, como llamaradas y les dijo el Señor, exhalándole su aliento sobre ellos: " Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos"; y es que Nadie puede decir " Jesús es el Señor " si no es bajo la acción del Espíritu Santo "

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Hoy nos hallamos en la víspera de la Solemnidad de Pentecostés; el culmen de cincuenta días de alegria, ¡ Aleluya porque el Señor resucitó ¡ ¡ Aleluya porque subió a los cielos ¡  y ¡ Aleluya porque el Espiritu del Señor vendrá a nosotros y llenará la tierra entera ¡


Vigilias de Pentecostés en todos los puntos del universo: En las Marismas de Huelva se halla el Santuario de Nuestra Señora del Rocio



A lo largo de la semana han marchado las distintas Hermandades rocieras para celebrar junto a la Madre y Señora que sostiene en sus brazos al " pastorcito divino "



Los " romeros " viven dias de encuentro, alegría y felicidad como una gran familia en torno a la Madre en sus celebraciones religiosas: Rosario de Vísperas y Misa pontifical y en la fiesta coincidente de Pentecostés.

Habrá recuerdos de quienes por haber marchado al encuentro del Señor, como mi amigo el Adorador nocturno  y gran rociero Eduardo  lo estará viviendo de pleno en el cielo.

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Ven Espíritu Santo y llena nuestros corazones con tus dones; que aprovecho para recordar  de nuevo y comprobar su Gracía: (x)

Los siete dones del Espíritu Santo pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David. Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.

Don de sabiduría
Nos hace comprender la maravilla insondable de Dios y nos impulsa a buscarle sobre todas las cosas, en medio de nuestro trabajo y de nuestras obligaciones.

Don de inteligencia
Nos descubre con mayor claridad las riquezas de la fe.

Don de consejo
Nos señala los caminos de la santidad, el querer de Dios en nuestra vida diaria, nos anima a seguir la solución que más concuerda con la gloria de Dios y el bien de los demás.

Don de fortaleza
Nos alienta continuamente y nos ayuda a superar las dificultades que sin duda encontramos en nuestro caminar hacia Dios.

Don de ciencia
Nos lleva a juzgar con rectitud las cosas creadas y a mantener nuestro corazón en Dios y en lo creado en la medida en que nos lleve a Él.

Don de piedad
Nos mueve a tratar a Dios con la confianza con la que un hijo trata a su Padre.

Don de temor de Dios
Nos induce a huir de las ocasiones de pecar, a no ceder a la tentación, a evitar todo mal que pueda contristar al Espíritu Santo, a temer radicalmente separarnos de Aquel a quien amamos y constituye nuestra razón de ser y de vivir.

(1) tomado de: http://www.oblatos.com/


viernes, 15 de mayo de 2015

CATEQUESIS VOCACIONAL. " Pastores según Mi Corazón "

Interesantes reflexiones que nos ha remitido el Sacerdote Misionero Comboniano, D. Antonio Pavía recomendandonos su lectura y meditación en la convicencia que mantuvo con los Delegados de Zona y el Consejo nacional de la Adoración Nocturna Española.


Pastores según mi corazón – VI
Reveladores de su rostro
El contenido catequético de Jesús en cuanto revelador del rostro y del misterio del Padre, ha sido tratado en un sinnúmero de libros, artículos, simposios, etc., a lo largo de la Historia. No obstante, es nuestra intención trascender el tema de “Jesús revelador de Dios Padre”, desde el punto de vista de investigación académica, y entrar en el campo de la experiencia que es donde emerge la fe como fuente de vida.
Situados en este espacio vital, iniciamos, por supuesto desde las Escrituras, nuestra andadura espiritual, nuestra búsqueda, con el fin de encontrar el Rostro del Padre en el Rostro de su Hijo, para no caer en el peligro de hacer afirmaciones apoyadas únicamente en corazonadas o en anhelos subjetivos.
Las primeras palabras de Jesús en las que fijamos nuestros ojos y oídos, son aquellas que proclama después de haber liberado a la mujer adúltera de las manos justicieras de unos hombres que ni siquiera eran conscientes de sus propios pecados. Después de decir a esta mujer, “vete y en adelante no peques más…”, se vuelve hacia ellos, que son víctimas de sus propios engaños y fanatismos, en estos términos: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Partamos con nuestras manos temblorosas, el temblor gozoso de quien se siente a gusto junto a Dios, estas palabras. Jesús, “resplandor de la gloria de Dios Padre” (Hb 1,3), hace partícipe de su Luz al mundo entero y, además, promete que las tinieblas se rendirán ante todos los hombres y mujeres que siguen sus pasos.
Grande, sublime es esta promesa del Señor Jesús a los suyos; nuestro asombro y perplejidad se agigantan al oír de la boca de su Maestro y Señor que, justamente porque participan de su resplandor, también ellos son “luz del mundo” (Mt 5,14). También, pues, los discípulos de Jesucristo, pastores según su corazón por su cercanía, son a causa de la llamada recibida y misión confiada, reveladores del Rostro de Dios Padre en favor del mundo entero.
De todas formas no adelantemos acontecimientos. Nos centramos, pues, en contemplar al Señor Jesús a fin de reconocerle como el revelador supremo del Rostro del Padre; por eso es el Pastor por excelencia según el corazón de Dios anunciado por los profetas (Jr 3,15). Ante su luz doblegó Pablo su cuerpo y su ser entero; fue tal la experiencia que le llamó “Imagen de Dios invisible” (Col 1,15). Juan Pablo II comenta exegéticamente esta magistral definición del apóstol en los siguientes términos: “La luz del rostro de Dios resplandece en toda su belleza en Jesucristo”.
Dicho esto, pasamos al binomio creer-ver, es decir,  a su correspondencia. No es un binomio acuñado por ningún exegeta o estudioso de la Biblia, sino por el mismo Hijo de Dios. Él es quien proclama solemnemente que todo aquel que cree en Él, cree en el Padre, y que quien le ve a Él, ve al Padre: “Jesús gritó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado” (Jn 12,44-45).

Lo que habéis contemplado
Jesús  se presenta ante el mundo entero y ante cada hombre en particular como el revelador del Padre, como la luz que nos permite sondear su misterio; el oftalmólogo por excelencia que tiene poder para sanear las pupilas de “los ojos interiores del alma” (San Jerónimo), capacitándolos así para contemplar el Rostro.
No hace falta ningún milagro para que esto suceda; me refiero, claro está, a cómo entendemos a nivel popular el concepto de milagro en cuanto fenómeno esporádico que traspasa la naturaleza y vinculado a personas concretas, específicas, en situaciones y momentos específicos.
Sí es, sin embargo, el gran milagro de Dios, el de hacerse fiable e incluso visible por medio de la Palabra en su Hijo, a quien constituye como su Revelador; y por si fuera poco -y aquí ya el asombro nos desborda- también sus discípulos participan de esta misión del Hijo de ser reveladores del Rostro y del Misterio de Dios. En definitiva, todo aquel que con sus ojos interiores contempla en las entrañas de la Palabra de Dios su luz, la irradian; por eso son luz de Dios para el mundo. Porque son por participación irradiadores del Rostro de Dios al igual que el Hijo, participan también de la excelencia de su pastoreo: son pastores según su corazón. Lo son porque, al igual que Juan Bautista, han recibido y acogido con gratitud la misión de “iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte” (Lc 1,79).
La Iglesia siempre tuvo conciencia clarísima de cuál era su misión en el mundo: darle a conocer lo que “habían visto, oído, palpado y contemplado acerca de la Palabra de la vida” (1Jn 1,1). Juan se refiere al anuncio de Jesús resucitado, a quien todos los cristianos encontraban cada día vivo en el Evangelio. Este tipo de anuncio y predicación no tenía como finalidad ganar adeptos o prosélitos; sus miras eran mucho, muchísimo más elevadas. Con las entrañas paterno-maternales con las que el Hijo de Dios les había enriquecido y formado en su pastoreo, iban con su Palabra-luz al encuentro de los hombres a fin de tejer con ellos una comunión desconocida, puesto que solamente es posible desde Dios. El fundamento de esta comunión no era otro que el participar con ellos del: oír, ver, palpar y contemplar a Dios en la Palabra de la vida. Es el mismo Juan quien nos lo dice: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros” (1Jn 1,3).
Recordemos la feliz intuición catequética de san Ireneo: “La vida del hombre es ver a Dios”. Ahora le vemos como en un espejo; más adelante le veremos cara a cara, como dice el apóstol Pablo (1Co 13,12). Para ello hemos de ir a la Palabra con tanta pobreza como amor, con la certeza interior de que si Dios no se nos abre en ella, no hay predicación de lo alto, la que realmente llega al interior del hombre. Es un ir a la Palabra “sin sabérsela”, de la misma forma que lo finito se sitúa hambriento y expectante ante el Infinito. Es un situarse ante Dios esperando que asome su Rostro para contemplarlo. Esto no son consideraciones poéticas ni veleidades literarias, es el eje fundamental de la predicación. Sin esta experiencia contemplativa de la Palabra, el predicador se ve abocado a hablar solamente de lo “mucho que sabe” o, peor aún, de sí mismo, de sus obras o de la institución eclesial de la que es miembro.
“Contemplar y predicar a los otros lo que habéis contemplado”, dice Santo Tomás en sus escritos. Si bien es cierto que los destinatarios eran en aquel tiempo sus hermanos los dominicos, su intuición catequética es patrimonio de la Iglesia entera, de todos los predicadores del Evangelio.  Es toda una declaración que marca un estilo o, para ser más exactos, el único estilo posible que identifica a los pastores según Dios. Al no predicar desde ellos mismos sino desde la luz que irradia la Palabra bajo la cual han plantado su tienda, se convierten, tal y como les había prometido y profetizado su Señor y Maestro, en luces para el mundo entero.
Recojamos, ahora sí con calma, las palabras que a este respecto Jesús dirigió a sus discípulos, y que trazaron, al menos en parte, las líneas maestras de su misión, su pastoreo, su servicio a la humanidad: “Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte… Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,14-16).
Brille así vuestra luz para que los hombres vean vuestras buenas obras, les dice Jesús. Si nos fijamos bien en el hablar y hacer de Jesús tal y como consta en el Evangelio,  descubriremos que, dada la lógica dificultad que los israelitas tienen para reconocer su divinidad, apela a las obras que hace desde y en nombre de su Padre; es a través de ellas que pueden llegar a saber que, como Él mismo atestigua, “el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10,37-38).
Como muestra de lo que estamos afirmando, podemos recordar lo que dice Jesús cuando se dispone a curar al ciego de nacimiento citado por Juan. Recordemos que sus discípulos le preguntaron si la ceguera de este hombre era debida a sus pecados o bien a los de sus padres. La respuesta de Jesús es categórica: “Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9,3). Viendo esta obra, Israel podrá reconocer que Jesús es el Mesías, luz de las naciones, profetizado por Isaías (Is 46,49-6). Anunciado, pues, por los profetas y confirmado por Simeón cuando recién nacido lo tuvo en sus brazos: “… Mis ojos han visto tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,30-32).
Jesús, Luz del mundo entero, Revelador del rostro del Padre, envía a sus pastores como antorchas luminarias del misterio de Dios. De hecho vemos cómo pasa a Pablo lo que podríamos llamar el testigo de su misión, la de ser luz de las naciones; le envía a los gentiles con la urgencia evangélica de anunciarles lo que ha visto de Él y lo que continuará viendo, dado que seguirá manifestándosele a lo largo de su pastoreo: “Me he aparecido a ti para constituirte servidor y testigo tanto de las cosas que de mí has visto como de las que te manifestaré. Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío, para que les abras los ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz” (Hch 26,16-18).
“Para que vean vuestras obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”, había dicho Jesús a sus discípulos, aquellos que iban a continuar su pastoreo. Volviendo a Pablo, fijémonos en el impacto que tuvo en la primera cristiandad su encuentro con Jesucristo así como la aceptación de su llamada: “Personalmente no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo. Solamente habían oído decir: El que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de la fe que entonces quería destruir. Y glorificaban a Dios a causa de mí” (Gá 1,22-24). He aquí a Pablo a quien vemos, por supuesto que al igual que a los demás apóstoles, como paradigma de los pastores según el corazón de Dios. Nos impresiona su respuesta ante la llamada recibida. Toda su vida fue una irradiación de la gloria, el amor, la salvación y el rostro de Aquel que ama al hombre con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas… Así son también sus pastores.


























VIGILIA con motivo I CENTENARIO de la SECCIÓN de A.N.E. en SALVATIERRA - AGURAIN



El Consejo Superior Diocesano de la Adoración Nocturna Española en  Vitoria, unida a la Sección Adoradora Nocturna de Salvatierra están preparando los actos conmemorativos que se celebrarán en la noche del 13 al 14 de Junio en la Parroquia de San Juan de Salvatierra - Agurain, según el siguiente programa



Ocasión propicia para unir nuestras alabanzas al Señor por las Gracias concedidas en este primer siglo de existencia.

Os invitamos a unirnos esa noche, fisica o espiritualmente con nuestros hermanos Adoradores nocturnos Alaveses