jueves, 31 de diciembre de 2020

1 de enero de 2021, Maternidad de María: Lc 2, 16-21 Hoy comienza el nuevo año, con los buenos deseos de que mejoremos sobre lo principal, que es el espíritu. Entre estos deseos pedimos sobre todo por la Paz. En la liturgia recordamos la octava de Navidad con la Circuncisión de Jesús e imposición de su nombre. Pero sobre todo es una gran fiesta de la Virgen como Madre de Dios. 1. Comienza el nuevo año. Esto no es una celebración litúrgica, sino algo sólo convencional en el calendario civil. En otras civilizaciones o culturas comienza el año en otras fechas. Lo nuestro del 1 de enero viene de una costumbre romana en que comenzaban a regir los cónsules. Pero es una ocasión y una oportunidad para pensar que el tiempo pasa y que debemos hacer realidad lo de: “año nuevo, vida nueva”. Este es un tiempo de bendición, como comenzamos en la primera lectura de la misa. Pero no sólo queremos que Dios nos bendiga. Todos debemos ser bendición para los demás y para el mundo. Por eso aprovechemos el comienzo de un nuevo año para una mayor limpieza de nuestras culpas y un hermoso deseo de aprovechar este muevo año. 2. Jornada mundial de la paz. Entre las principales peticiones, al comenzar el año, debe estar el pedir por la paz. Desde el año 1968 se celebra esta jornada mundial de la paz. Lo promulgó el papa Pablo VI. Decía al comenzar: “Sería nuestro deseo que después, cada año, esta celebración se repitiese como presagio y como promesa, al principio del calendario que mide y describe el camino de la vida en el tiempo, de que sea la Paz con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura”. Y entre tantas cosas hermosas decía: “La Paz se funda subjetivamente sobre un nuevo espíritu que debe animar la convivencia de los Pueblos una nueva mentalidad acerca del hombre, de sus deberes y sus destinos”. Y decía: “Es preciso suscitar en los hombres de nuestro tiempo y de las generaciones futuras el sentido y el amor de la Paz fundada sobre la verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor”. En este año el papa Francisco ha puesto como tema en que nos fijemos en “La cultura del cuidado como camino de paz”. Dios quiso que tuviéramos cuidado de la naturaleza y entre nosotros mismos, unos con otros. Si así lo hacemos se evitarían muchas o todas las guerras y v4ndría la paz. 3. En la liturgia celebramos la octava de Navidad: A los ocho días circuncidaron a Jesús y le pusieron el nombre. A nosotros nos dice poco el hecho de la circuncisión; pero era muy importante para los israelitas, porque era el día de la entrada y aceptación legal en la comunidad de Israel y de hacerse responsable de la carga que supone la ley. Era como otro nacimiento. También puede decirse cuando comienza una vida social muy diferente, como era la circuncisión para los israelitas. Y mucho más nacemos nosotros cuando comenzamos una vida de gracia, como es el bautismo. El nombre de Jesús se lo puso el mismo Dios. Así el ángel se lo dijo a María y a José. Los israelitas daban mucha importancia al significado, y Jesús significa “Dios salva”. Debemos poner mucho amor y confianza al pronunciar este bendito nombre. 4. Celebramos sobre todo la solemnidad de María Madre de Dios. Es el mayor título que un ser creado puede tener. Ha habido muchos que dicen ser impropio de María llevar ese nombre porque a Dios nadie lo ha hecho. En parte tienen razón; pero María es la madre de Jesús y, como Jesús, además de hombre, es Dios, a su madre la podemos llamar Madre de Dios. Así lo entendieron los obispos reunidos en Éfeso en el año 431. Y desde entonces así la proclamamos, señalando la unión tan profunda con su Hijo “en las penas y alegrías”, y también en la redención y en las gracias que Dios nos va dando. Por eso es también nuestra madre espiritual y madre de la Iglesia. En este día nos alegramos por las maravillas que Dios ha hecho en su madre. Ella, aun colmada de dones, siguió siendo libre y cooperó generosamente. Si María es nuestra madre, la contemos nuestros problemas y pidamos su ayuda para superarlos; pero sobre todo hagamos en este nuevo año lo que gustaría a nuestra madre del cielo

1 de enero de 2021, Maternidad de María: Lc 2, 16-21 Hoy comienza el nuevo año, con los buenos deseos de que mejoremos sobre lo principal, que es el espíritu. Entre estos deseos pedimos sobre todo por la Paz. En la liturgia recordamos la octava de Navidad con la Circuncisión de Jesús e imposición de su nombre. Pero sobre todo es una gran fiesta de la Virgen como Madre de Dios. 1. Comienza el nuevo año. Esto no es una celebración litúrgica, sino algo sólo convencional en el calendario civil. En otras civilizaciones o culturas comienza el año en otras fechas. Lo nuestro del 1 de enero viene de una costumbre romana en que comenzaban a regir los cónsules. Pero es una ocasión y una oportunidad para pensar que el tiempo pasa y que debemos hacer realidad lo de: “año nuevo, vida nueva”. Este es un tiempo de bendición, como comenzamos en la primera lectura de la misa. Pero no sólo queremos que Dios nos bendiga. Todos debemos ser bendición para los demás y para el mundo. Por eso aprovechemos el comienzo de un nuevo año para una mayor limpieza de nuestras culpas y un hermoso deseo de aprovechar este muevo año. 2. Jornada mundial de la paz. Entre las principales peticiones, al comenzar el año, debe estar el pedir por la paz. Desde el año 1968 se celebra esta jornada mundial de la paz. Lo promulgó el papa Pablo VI. Decía al comenzar: “Sería nuestro deseo que después, cada año, esta celebración se repitiese como presagio y como promesa, al principio del calendario que mide y describe el camino de la vida en el tiempo, de que sea la Paz con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura”. Y entre tantas cosas hermosas decía: “La Paz se funda subjetivamente sobre un nuevo espíritu que debe animar la convivencia de los Pueblos una nueva mentalidad acerca del hombre, de sus deberes y sus destinos”. Y decía: “Es preciso suscitar en los hombres de nuestro tiempo y de las generaciones futuras el sentido y el amor de la Paz fundada sobre la verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor”. En este año el papa Francisco ha puesto como tema en que nos fijemos en “La cultura del cuidado como camino de paz”. Dios quiso que tuviéramos cuidado de la naturaleza y entre nosotros mismos, unos con otros. Si así lo hacemos se evitarían muchas o todas las guerras y v4ndría la paz. 3. En la liturgia celebramos la octava de Navidad: A los ocho días circuncidaron a Jesús y le pusieron el nombre. A nosotros nos dice poco el hecho de la circuncisión; pero era muy importante para los israelitas, porque era el día de la entrada y aceptación legal en la comunidad de Israel y de hacerse responsable de la carga que supone la ley. Era como otro nacimiento. También puede decirse cuando comienza una vida social muy diferente, como era la circuncisión para los israelitas. Y mucho más nacemos nosotros cuando comenzamos una vida de gracia, como es el bautismo. El nombre de Jesús se lo puso el mismo Dios. Así el ángel se lo dijo a María y a José. Los israelitas daban mucha importancia al significado, y Jesús significa “Dios salva”. Debemos poner mucho amor y confianza al pronunciar este bendito nombre. 4. Celebramos sobre todo la solemnidad de María Madre de Dios. Es el mayor título que un ser creado puede tener. Ha habido muchos que dicen ser impropio de María llevar ese nombre porque a Dios nadie lo ha hecho. En parte tienen razón; pero María es la madre de Jesús y, como Jesús, además de hombre, es Dios, a su madre la podemos llamar Madre de Dios. Así lo entendieron los obispos reunidos en Éfeso en el año 431. Y desde entonces así la proclamamos, señalando la unión tan profunda con su Hijo “en las penas y alegrías”, y también en la redención y en las gracias que Dios nos va dando. Por eso es también nuestra madre espiritual y madre de la Iglesia. En este día nos alegramos por las maravillas que Dios ha hecho en su madre. Ella, aun colmada de dones, siguió siendo libre y cooperó generosamente. Si María es nuestra madre, la contemos nuestros problemas y pidamos su ayuda para superarlos; pero sobre todo hagamos en este nuevo año lo que gustaría a nuestra madre del cielo

Santa María Madre de Dios – 1 de enero de 2021 «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios»

Lectura del libro de los Números (6,22-27): Invocarán mi nombre sobre los israelitas y los bendeciré. El Señor habló a Moisés: -«Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz." Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.» Salmo 66,2-3.5.6.8: El Señor tenga piedad y nos bendiga. R./ El Señor tenga piedad nos bendiga, // ilumine su rostro sobre nosotros; // conozca la tierra tus caminos, // todos los pueblos tu salvación. R./ Que canten de alegría las naciones, // porque riges el mundo con justicia, // riges los pueblos con rectitud // y gobiernas las naciones de la tierra. R./ Oh Dios, que te alaben los pueblos, // que todos los pueblos te alaben. // Que Dios nos bendiga; que le teman // hasta los confines del orbe. R./ Lectura de San Pablo a los Gálatas (4,4-7): Dios envió a su Hijo nacido de una mujer. Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama; «¡Abba! Padre». Así que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios. Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (2,16-21): Encontraron a María y a José y al niño. A los ocho días le pusieron por nombre Jesús. En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.  Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas En el día primero de enero la liturgia nos propone la celebración más antigua de la Vir¬gen en la Iglesia Romana. La reforma litúrgica del Vaticano II ha recuperado esta fiesta de María, Madre de Dios, sin por ello olvidar ni el comien¬zo del año, ni la circuncisión de Jesús, ni la im¬posición del nombre de Jesús al Niño nacido en Belén. Por esto la Primera Lectura, tomada del li¬bro de los Números , nos habla de la importancia de invocar el nombre de Dios para alcanzar de Él bendiciones. Con lo cual nos recuerda que es importante comenzar el año nuevo invocando el nombre de Jesús y de esa manera podamos en¬trar con confianza a recorrer el año recién abier¬to a nuestras ilusiones y a nuestros temores. En este día tan importante la Igle¬sia nos coloca ba¬jo la protección de nuestra Madre María, y por ello ruega a Dios: «Concédenos experimentar la interce¬sión de Aquélla, de quien hemos reci¬bido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida» (Oración de Colecta) En la Segunda Lectura recordamos las pala¬bras de San Pablo claras e impresionantes: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer». Y el Evangelio nos presenta el reconocimiento por parte de humildes pastores, del hecho más extraordinario de la humanidad: «Dios con nosotros». María, por su parte, meditaba todo «cuidadosamente» en su corazón.  «Yavheh te muestre su rostro y te conceda la paz» El cuarto libro del Pentateuco (el libro de los Números) se titula también «En el desierto» siendo éste un título más descriptivo ya que la narración recoge la peregrinación de los israelíes por el desierto del Sinaí hasta las puertas de Jerusalén. Los cuarenta años justos y el perfecto itinerario de 40 nombres (ver Nm 33) no disimula las quejas y el descontento del pueblo. El libro refleja bien como ésta fue una etapa a la deriva, sin mapas ni urgencia. Los israelitas se rebelaron contra Dios y contra Moisés, su caudillo. Aunque desobedecían, Dios seguía cuidando a su pueblo. En el texto referido tenemos la fórmula clásica de la bendición litúrgica del Antiguo Testamento (ver Ecle 50,22). Bendecir era un oficio propio de los sacerdotes, aunque también el rey podía bendecir (ver 2Sam 6,18) así como los levitas (ver Dt 10,8). Su lenguaje se asemeja mucho al utilizado en los Salmos. La referencia al «rostro iluminado» es una expresión del favor de Dios: «Si el rostro del rey se ilumina, hay vida; su favor es como nube de lluvia tardía (Pr 16,15).La triple invocación del nombre de «Yahveh», sobre los israelitas hace eficaz la bendición de Dios (ver Jr 15,16) vislumbrándose, desde una lectura cristiana, una íntima relación con Dios Uno y Trino.  Santa María, Madre de Dios La fiesta de hoy tiene tres aspectos que no pueden pasar inadvertidos. El primero se refiere al tiempo: nadie puede ignorar el hecho de que hoy hemos comenzado un nuevo año. El recuento de los años nos permite ubicar los hechos de la historia en una línea y así poder¬ ordenarlos en el tiempo y en su relación de unos con otros. Pero ¿por qué a este año damos precisamente el número 2020? La antro¬po¬logía estima que el hombre tiene alrededor de 3 millones de años sobre la tierra. La pregunta obvia es: ¿2020 años en relación a qué? Nos responde San Pablo: «Cuando llegó la plenitud del tiempo envió Dios a su Hijo nacido de mujer » (Gal 4,4). Es decir, 2020 desde el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros y de su presencia en la histo¬ria humana. Es la «plenitud del tiempo». Poner este hecho entre paréntesis es lo mismo que evadirse de la realidad. El segundo aspecto está dicho en esas mismas palabras de San Pablo que hemos citado: envió Dios a su Hijo «naci¬do de mujer». El uso normal era identificar a alguien por el padre: «Nacido de José o de Juan o de Zebedeo, etc.». Aquí, en cambio, al comienzo de este tiempo de plenitud se encuentra una mujer, de la cual debía nacer el Hijo de Dios. Por eso es conveniente que el primer día de cada año, cuando se recuerda el evento fundamental, se celebre a la Virgen María como Madre de Dios. María que, como criatura, es ante todo discípula de Cristo y redimida por él, al mismo tiempo fue elegida como Madre suya para formar su humanidad. Así, en la relación entre María y Jesús se realiza de modo ejemplar el sentido profundo de la Navidad: Dios se hizo como nosotros, para que nosotros, de algún modo, llegáramos a ser como Él. Esto es lo primero que vieron los pastores cuando corrieron a verificar el signo dado por el ángel: «Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre». Al comenzar este año, ante todos los eventos que en él ocurran, el Evangelio nos invita a tener la actitud reverente y silenciosa de la Madre de Dios: «María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón». Por último, el primero de cada año la Iglesia celebra la Jornada mundial de la paz. Hemos dicho que alguien puede verificar su vivencia de la Navidad por el deseo de alabar y glorificar a Dios que brota espontáneo de su corazón. Pero a la gloria de Dios en el cielo corresponde la «paz en la tierra a los hombres que ama el Señor». La paz, en sentido bíblico, es el bien mayor que se puede desear a alguien. Alguien posee la paz cuando está bien en todo sentido, en particular cuando goza de la gracia de Dios. En este primer día del año queremos que la gracia del Señor se derrame en abundancia a «todos los hombres de buena voluntad» de acuerdo a la antigua bendición de Moisés: «Que el Señor te bendiga y te guarde; que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,26).Esta paz fue dada al mundo con el nacimiento de Cristo. Y en esto consistió su misión en la tierra, tal como él mismo lo declara antes de abandonarla: «La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 14,17).  Una palabra del Santo Padre: «Al comienzo del año, pidámosle a ella la gracia del asombro ante el Dios de las sorpresas. Renovemos el asombro de los orígenes, cuando nació en nosotros la fe. La Madre de Dios nos ayuda: Madre que ha engendrado al Señor, nos engendra a nosotros para el Señor. Es madre y regenera en los hijos el asombro de la fe, porque la fe es un encuentro, no es una religión. La vida sin asombro se vuelve gris, rutinaria; lo mismo sucede con la fe. Y también la Iglesia necesita renovar el asombro de ser morada del Dios vivo, Esposa del Señor, Madre que engendra hijos. De lo contrario, corre el riesgo de parecerse a un hermoso museo del pasado. La “Iglesia museo”. La Virgen, en cambio, lleva a la Iglesia la atmósfera de casa, de una casa habitada por el Dios de la novedad. Acojamos con asombro el misterio de la Madre de Dios, como los habitantes de Éfeso en el tiempo del Concilio. Como ellos, la aclamamos «Santa Madre de Dios». Dejémonos mirar, dejémonos abrazar, dejémonos tomar de la mano por ella. Dejémonos mirar. Especialmente en el momento de la necesidad, cuando nos encontramos atrapados por los nudos más intrincados de la vida, hacemos bien en mirar a la Virgen, a la Madre. Pero es hermoso ante todo dejarnos mirar por la Virgen. Cuando ella nos mira, no ve pecadores, sino hijos. Se dice que los ojos son el espejo del alma, los ojos de la llena de gracia reflejan la belleza de Dios, reflejan el cielo sobre nosotros. Jesús ha dicho que el ojo es «la lámpara del cuerpo» (Mt 6,22): los ojos de la Virgen saben iluminar toda oscuridad, vuelven a encender la esperanza en todas partes. Su mirada dirigida hacia nosotros nos dice: “Queridos hijos, ánimo; estoy yo, vuestra madre”. Esta mirada materna, que infunde confianza, ayuda a crecer en la fe. La fe es un vínculo con Dios que involucra a toda la persona, y que para ser custodiado necesita de la Madre de Dios. Su mirada materna nos ayuda a sabernos hijos amados en el pueblo creyente de Dios y a amarnos entre nosotros, más allá de los límites y de las orientaciones de cada uno. La Virgen nos arraiga en la Iglesia, donde la unidad cuenta más que la diversidad, y nos exhorta a cuidar los unos de los otros. La mirada de María recuerda que para la fe es esencial la ternura, que combate la tibieza. Ternura: la Iglesia de la ternura. Ternura, palabra que muchos quieren hoy borrar del diccionario. Cuando en la fe hay espacio para la Madre de Dios, nunca se pierde el centro: el Señor, porque María jamás se señala a sí misma, sino a Jesús; y a los hermanos, porque María es Madre. Mirada de la Madre, mirada de las madres. Un mundo que mira al futuro sin mirada materna es miope. Podrá aumentar los beneficios, pero ya no sabrá ver a los hombres como hijos. Tendrá ganancias, pero no serán para todos. Viviremos en la misma casa, pero no como hermanos. La familia humana se fundamenta en las madres. Un mundo en el que la ternura materna ha sido relegada a un mero sentimiento podrá ser rico de cosas, pero no rico de futuro. Madre de Dios, enséñanos tu mirada sobre la vida y vuelve tu mirada sobre nosotros, sobre nuestras miserias. Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos. Dejémonos abrazar. Después de la mirada, entra en juego el corazón, en el que, dice el Evangelio de hoy, «María conservaba todas estas cosas, meditándolas» (Lc 2,19). Es decir, la Virgen guardaba todo en el corazón, abrazaba todo, hechos favorables y contrarios. Y todo lo meditaba, es decir, lo llevaba a Dios. Este es su secreto. Del mismo modo se preocupa por la vida de cada uno de nosotros: desea abrazar todas nuestras situaciones y presentarlas a Dios. En la vida fragmentada de hoy, donde corremos el riesgo de perder el hilo, el abrazo de la Madre es esencial. Hay mucha dispersión y soledad a nuestro alrededor, el mundo está totalmente conectado, pero parece cada vez más desunido. Necesitamos confiarnos a la Madre. En la Escritura, ella abraza numerosas situaciones concretas y está presente allí donde se necesita: acude a la casa de su prima Isabel, ayuda a los esposos de Caná, anima a los discípulos en el Cenáculo… María es el remedio a la soledad y a la disgregación. Es la Madre de la consolación, que consuela porque permanece con quien está solo. Ella sabe que para consolar no bastan las palabras, se necesita la presencia; allí está presente como madre. Permitámosle abrazar nuestra vida. En la Salve Regina la llamamos “vida nuestra”: parece exagerado, porque Cristo es la vida (cf. Jn 14,6), pero María está tan unida a él y tan cerca de nosotros que no hay nada mejor que poner la vida en sus manos y reconocerla como “vida, dulzura y esperanza nuestra”. Entonces, en el camino de la vida, dejémonos tomar de la mano. Las madres toman de la mano a los hijos y los introducen en la vida con amor. Pero cuántos hijos hoy van por su propia cuenta, pierden el rumbo, se creen fuertes y se extravían, se creen libres y se vuelven esclavos. Cuántos, olvidando el afecto materno, viven enfadados consigo mismos e indiferentes a todo. Cuántos, lamentablemente, reaccionan a todo y a todos, con veneno y maldad. La vida es así. En ocasiones, mostrarse malvados parece incluso signo de fortaleza. Pero es solo debilidad. Necesitamos aprender de las madres que el heroísmo está en darse, la fortaleza en ser misericordiosos, la sabiduría en la mansedumbre. Dios no prescindió de la Madre: con mayor razón la necesitamos nosotros. Jesús mismo nos la ha dado, no en un momento cualquiera, sino en la cruz: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27) dijo al discípulo, a cada discípulo. La Virgen no es algo opcional: debe acogerse en la vida. Es la Reina de la paz, que vence el mal y guía por el camino del bien, que trae la unidad entre los hijos, que educa a la compasión». Papa Francisco. Homilía en la Solemnidad de Santa María Madre de Dios. 1 de enero de 2019.  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 1. San Juan Pablo II colocaen su libro «Memoria e Identidad» la memorable frase de San Pablo: «No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con el bien» (Rm 12,21) y nos dice como «el mal es siempre ausencia de un bien que un determinado ser debería tener, es una carencia». Busquemos hacer el bien ante el mal que muchas veces nos rodea. 2. Un año nuevo siempre es un tiempo lleno de esperanza y de renovación. Agradezcamos al Señor por todos los dones del año que pasó y ofrezcámosle nuestros mejores esfuerzos para vivir más cerca de Dios y de nuestros hermanos. ¿Cuáles van a ser nuestras resoluciones para este 2020? ¿Cuáles van a ser nuestros objetivos? 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 464-469. 495.

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Jueves, 31 de Diciembre de 2020

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Jueves, 31 de Diciembre de 2020 Al terminar el año es bueno dejarlo todo en la presencia de Dios, decirle que queremos que todo lo bueno que hemos vivido sea para su gloria, y pedirle al Espíritu Santo que purifique todo lo que no ha sido santo, bello y bueno. En un año el Espíritu Santo ha hecho muchas cosas en nuestra vida, ha trabajado secretamente en nuestro interior y nos ha enseñado secretos de sabiduría. De nuestras angustias, fracasos, errores y sufrimientos, también ha sacado cosas buenas, aunque nosotros no alcancemos a descubrirlas. Demos gracias al dulce huésped del alma, por su Presencia discreta y constante, por su tierna paciencia con nosotros, y sobre todo por su infinito amor, que puede darle sentido a todo lo que hemos vivido. Y para poder comenzar mañana un año mejor, invoquémoslo con toda el alma: _"¡Ven Espíritu Santo!"_ Amén. .

miércoles, 30 de diciembre de 2020

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Miércoles, 30 de Diciembre de 2020

El Espíritu Santo es luz. Eso significa muchas cosas: La luz del sol hace posible la vida. Si el sol se apagara, la vida desaparecería en esta tierra. Por eso, la luz también simboliza la vida, y el Espíritu Santo es una fuente permanente de vida. Habitando en lo más íntimo de cada cosa, la hace existir con su poder. Pero de un modo especial, el Espíritu Santo es vida para nuestra intimidad, porque Él es amor, y sin el amor no hay vida que valga la pena. La luz también es necesaria para caminar, para ver el camino, para saber a dónde vamos. Si alguna vez hemos hecho la experiencia de caminar a oscuras, perdidos y desorientados, sabemos lo que significa la luz. Y cuando aparece una pequeña claridad que nos orienta, la amamos y la agradecemos. El Espíritu Santo es luz. Él nos hace descubrir por dónde tenemos que caminar y hacia dónde tenemos que ir. Cuando lo invocamos con sinceridad, Él nos ilumina para tomar las decisiones correctas. La luz también nos permite ver las cosas, descubrir sus colores, su belleza. Cuando dejamos que el Espíritu Santo ilumine cada cosa, podemos ver su hermosura y disfrutarlas mucho más. Demos gracias al Espíritu Santo porque Él derrama su luz en nuestra vida. Amén.

martes, 29 de diciembre de 2020

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Martes, 29 de Diciembre de 2020

_Ven Espíritu Santo, y ayúdame a poner en tu Presencia todo lo que me preocupa, todo lo que me inquieta, todo lo que perturba mi paz._ _Tú sabes cuáles son mis preocupaciones más profundas, pero hoy quiero contártelas, porque es mejor compartirlas contigo que pretender enfrentarlas con mis pocas fuerzas humanas._ _Escúchame Señor, porque clamo a Ti con toda mi alma, a Ti levanto mis brazos y te ruego que me auxilies._ _Quiero decirte todo lo que a veces me preocupa: mi salud, mi trabajo, mis seres queridos, mis necesidades, y todo lo que me perturba y me inquieta. Toma todo eso, y ocúpate también Tú conmigo. Ven Espíritu Santo, porque así no me sentiré solo con el peso de la vida, y podré caminar y avanzar con ganas. Ven para que pueda experimentar tu dulzura, tu gozo, tu fuerza. Dame la gracia de ver que, aunque todo pasa, lo que nunca se acaba es tu amor, y con ese amor puedo enfrentarlo todo._ _Amén._

L. Patrística En la plenitud de los tiempos vino la plenitud de la divinidad San Bernardo Sermón en la Epifanía del Señor 1,1-2

Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gracias sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria. Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella. Efectivamente, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios por lo profetas. Y decía: Yo tengo designios de paz y no de aflicción. Pero ¿qué podía responder el hombre que sólo experimentaba la aflicción e ignoraba la paz? ¿Hasta cuándo vais a estar diciendo: «Paz, paz», y no hay paz? A causa de lo cual los mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio? Pero ahora los hombres tendrán que creer a sus propios ojos, y que los testimonios de Dios se han vuelto absolutamente creíbles. Pues para que ni una vista perturbada puede dejar de verlo, puso su tienda al sol. Pero de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético, sino de su presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno. Y que un niño se nos ha dado, pero en quien habita toda la plenitud de la divinidad. Ya que, cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su aparición la plenitud de la divinidad. Vino en carne mortal para que, al presentarse así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad se reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad de Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía manifestar mejor su bondad que asumiendo mi carne? La mía, no la de Adán, es decir, no la que Adán tuvo antes del pecado. ¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más bueno se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido -dice el Apóstol- la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios.

lunes, 28 de diciembre de 2020

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Lunes, 28 de Diciembre de 2020

Cuando está terminando un año, es hora de evaluar cómo lo hemos vivido, y también es el momento de prepararnos para comenzar una nueva etapa de nuestras vidas. Es hora de revisar cómo están nuestros grandes ideales, y de preguntarnos cómo podríamos vivirlos mejor. Pero cuando nos preparamos para comenzar una nueva etapa, es indispensable detenernos a presentarle al Espíritu Santo nuestros proyectos y nuestros sueños, y también a pedirle que nos ilumine para ver si eso realmente nos conviene. El Espíritu Santo siempre busca hacernos crecer, hacernos avanzar un poco más. Por eso, Él mismo nos inspira para que comencemos nuevas etapas, para que no nos quedemos encerrados en el pasado, para que saquemos lo mejor de nosotros, y sepamos volver a comenzar, una vez más. Él se derrama de un modo especial cuando está por comenzar algo nuevo. Dejemos que en estos últimos días del año el Espíritu Santo nos inspire sueños buenos, proyectos generosos, perspectivas llenas de esperanza y entusiasmo. .

domingo, 27 de diciembre de 2020

L. Patrística El ejemplo de Nazaret Pablo VI

Alocución en Nazaret 5-I-1964 Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá e una manera casi insensible, a imitar esta vida. Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido. Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de la disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo. ¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina! Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa el estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret. Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve. Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social. Finalmente, aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble. Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo, nuestro Señor.

LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Domingo, 27 de Diciembre de 2020

El Espíritu Santo vive extasiado con el Padre Dios y con su Hijo Jesús. Por eso Él siempre nos mueve a adorar al Padre y a vivir en amistad con Jesús. Su gloria está en que nosotros busquemos la amistad con Jesús cada vez más. Hoy la Iglesia nos invita a recordar al evangelista San Juan, visto como el discípulo amado *(Juan 20, 3-8)*, que pudo hablar de Jesús con gran profundidad porque había vivido muy de cerca los momentos más importantes del Maestro. Se recostaba sobre su pecho y le preguntaba sus dudas, y estuvo al pie de la cruz cuando todos se habían ido. Por eso es el modelo del discípulo fiel hasta las últimas consecuencias, con una fidelidad que brota de un amor invencible. Esa misma amistad quiere producir el Espíritu Santo en nuestras vidas. Juan es testigo privilegiado de la resurrección del Señor, porque no sólo fue el primer discípulo que vio el sepulcro vacío, sino que al verlo interpretó la Palabra de Dios *(Juan 20, 9)* y creyó en la resurrección de Jesús. Así nos enseña como los acontecimientos que aparentemente no dicen nada, si son iluminados por la Palabra de Dios pueden comunicarnos los mensajes más profundos. Todo lo que nos pasa puede enseñarnos algo grande si aprendemos a iluminarlo con la Palabra del Señor que lo aclara y lo explica. La Iglesia primitiva, sobre todo la comunidad de Juan, valoraba especialmente sus enseñanzas, porque estaban fundadas en su experiencia particular junto a Jesús, como "el discípulo al que Jesús amaba" de un modo especial, el que lo acompañó en todo momento. También nosotros podemos aprender muchas cosas recostados en el pecho de Jesús. Pero para eso necesitamos que el Espíritu Santo nos libere de muchas ataduras del corazón que nos alejan del Señor. Pidámosle que nos llene con su fuego, para que queme todo lo que no nos deja vivir esa hermosa amistad. Amén. .

sábado, 26 de diciembre de 2020

```LA COMUNIDAD MARÍA MADRE DE LOS APÓSTOLES EN LAS REDES SOCIALES HOY``` _Reflexión al Evangelio de la Fiesta de la Sagrada Familia (Lc 2,22-40)_

*AHORA SEÑOR* Presentación de Jesús en el Templo. Nos fijamos en Simeón, fiel israelita que esperaba la Venida del Mesías. Sabía por inspiración de Dios que no moriría sin haber visto antes al Señor Jesús. Movido por esta inspiración se dirige al Templo donde van a ser circuncidados unos recién nacidos. Simeón es un hombre de fe serio. El Espíritu Santo no le indico ninguna señal por la que podría reconocer al Hijo de Dios entre tantos niños. En él se cumple está promesa: "Dios se manifiesta a quien no le exige pruebas" (Sb 1,2). Fortalecido por esta fe entra en el Templo, se abre paso entre la multitud y al llegar junto a José y María, movido por el Espíritu Santo tomo al Niño en sus brazos y supo que Él coronaba su existencia… Exultante de gozo exclamó: "Ahora Señor ya puedo morir en paz porque te han visto mis ojos". No envidiemos a Simeón... todo el que se abraza al Evangelio de Jesús termina viéndole con sus ojos y escuchándole con sus oídos porque sus Palabras son "Espíritu y Vida" (Jn 6,63b). _P. Antonio Pavía comunidadmariamadreapostoles.com_

Tiempo de Navidad. Sagrada Familia. Ciclo B «Mis ojos han visto tu salvación»

Lectura del libro de Eclesiástico (3,2-6.12-14): El que teme al Señor honra a sus padres. Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados. Salmo 127,1-2.3.4-5: ¡Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos! R. / ¡Dichoso el que teme al Señor // y sigue sus caminos! // Comerás el fruto de tu trabajo, // serás dichoso, te irá bien. R. / Tu mujer, como parra fecunda, // en medio de tu casa; // tus hijos, como renuevos de olivo, // alrededor de tu mesa. R. / Esta es la bendición del hombre // que teme al Señor. // Que el Señor te bendiga desde Sión, // que veas la prosperidad de Jerusalén, // todos los días de tu vida. R. / Lectura de la carta de San Pablo a los Colosenses (3,12-21): La vida de familia vivida en el Señor. Hermanos: Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos. O bien, en este Año B: Lectura del libro del Génesis (15,1-6; 21,1-3): Te heredará uno salido de tus entrañas. (Power) En aquellos días, Abrán recibió en una visión la palabra del Señor: "No temas, Abrán, yo soy tu escudo, y tu paga será abundante." Abrán contestó: "Señor, ¿de qué me sirven tus dones, si soy estéril, y Eliezer de Damasco será el amo de mi casa?" Y añadió: "No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará." La palabra del Señor le respondió: "No te heredará ése, sino uno salido de tus entrañas." Y el Señor lo sacó afuera y le dijo: "Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes." Y añadió: "Así será tu descendencia." Abrán creyó al Señor, y se le contó en su haber. El Señor se fijó en Sara, como lo había dicho; el Señor cumplió a Sara lo que le había prometido. Ella concibió y dio a luz un hijo a Abrán, ya viejo, en el tiempo que había dicho. Abrán llamó al hijo que le había nacido, que le había dado Sara, Isaac. Salmo 104,1b-2.3-4.5-6.8-9: El Señor es nuestro Dios, se acuerda de su alianza eternamente. R./ Dad gracias al Señor, invocad su nombre, // dad a conocer sus hazañas a los pueblos. // Cantadle al son de instrumentos, // hablad de sus maravillas. R./ Gloriaos de su nombre santo, // que se alegren los que buscan al Señor. // Recurrid al Señor y a su poder, // buscad continuamente su rostro. R./ Recordad las maravillas que hizo, // sus prodigios, las sentencias de su boca. // ¡Estirpe de Abrahán, su siervo; // hijos Se Jacob, su elegido! R./ Se acuerda de su alianza eternamente, // de la palabra dada, por mil generaciones; // de la alianza sellada con Abrahán, // del juramento hecho a Isaac. R./ Lectura de la carta de San Pablo a los (11,8.11-12.17-19): Fe de Abrahán, de Sara y de Isaac. (Power) Hermanos: Por fe, obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe, también Sara, cuando ya le había pasado la edad, obtuvo fuerza para fundar un linaje, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y así, de uno solo y, en este aspecto, ya extinguido, nacieron hijos numerosos como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas. Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: "Isaac continuará tu descendencia." Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así, recobró a Isaac como figura del futuro. _________________ Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (2, 22- 40): El niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría. (Power) Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.» Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.  Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas San Juan Pablo II decía proféticamente: «¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia! Es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia». Sin duda una de las instituciones naturales que más está siendo atacada por los embates de la llamada «cultura del descarte» es la familia. La Iglesia ha querido entre la celebración del nacimiento de Jesús y la Maternidad Divina de María ; reservar una fiesta para volver los ojos a Jesús, María y José pero no a cada uno por separado sino unidos en una Santa Familia. La vinculación y las relaciones que existen entre ellos es la de una familia normal. Y es éste el mensaje central de este Domingo: rescatar el valor insustituible de la familia centrada en el sacramento del matrimonio. El entender que Dios mismo se ha educado en la escuela más bella que el ser humano tiene para crecer y fortalecerse y así llenarse de sabiduría y gracia: la familia. Él mismo ha querido vivir esta experiencia familiar y nos ha dejado así un hermoso legado. Es por eso que todas las lecturas están centradas en la familia. El libro del Eclesiástico nos trae consejos muy prácticos y claros sobre los deberes entre los padres y los hijos siendo las relaciones mutuas e interdependientes. San Pablo en su carta a los Colosenses, nos habla de las exigencias del amor en el seno familiar: perdonarse y aceptarse mutuamente como lo hizo Jesucristo. Finalmente, en el Evangelio de San Lucas vamos a leer el pasaje de la presentación en el Templo de Jerusalén. Jesús, una tierna criatura, es reconocida como el Mesías por dos personas ancianas: Simeón y Ana. Pero además veremos cómo, poco a poco Santa María va siendo educada en pedagogía divina del dolor-alegría.  La Sagrada Familia La fiesta de la Sagrada Familia se trata de una fiesta bastante reciente. La devoción a la Sagrada Familia de Jesús, María y José tuvo un fuerte florecimiento en Canadá y fue muy favorecida por el Papa León XIII. Desde 1893 se permitía celebrar la Fiesta en diversas diócesis en el tercer Domingo después de la Epifanía del Señor. Fue finalmente introducida en el Calendario litúrgico en el año de 1921 y su ubicación en este momento cercano a la Navidad es recién del año 1969 y obedece a la necesidad de vincularla más al misterio de la Navidad. Ante esta situación, la Iglesia nos recuerda que el Hijo de Dios se encarnó y nació en el seno de una familia, para enseñarnos que la familia es la institución dispuesta por Dios para la venida a este mundo de todo ser humano. Para el pueblo de Israel era claro que la salvación del ser humano no podía suceder sino por una intervención de Dios mismo en la historia humana. Tenía que ser una intervención de igual magnitud que la creación o mayor aún. Por eso tenía que ser Dios mismo quien interviniese. Pero sólo Dios sabía que esto ocurriría por la Encarna¬ción de su Hijo único, el cual asumiendo la natura¬leza humana «pasa¬ría por uno de tan¬tos» (Flp 2,7). Pero esto no podía ocurrir sino en el seno de una familia. Cuando Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María ella no era una mujer sola, sino una mujer casada con José. Jesús nació entonces en una familia. Si esta circunstancia no hubiera sido decisiva para nuestra salvación el Evangelio de Lucas y el de Mateo no la habrían destacado. El Hijo de Dios no sólo asumió y redimió a todo ser humano, sino también la institución necesaria para el desarrollo armónico de todo ser humano: la familia. ¡No puede quedar más realzada la importancia de la familia! En este día tenemos que considerar a Jesús en su condi¬ción de hijo de María y de José; a la Virgen María en su condición de madre y esposa; y a San José en su condi¬ción de padre y jefe del hogar. La familia de Naza¬ret es la escuela de todas las virtudes humanas. Allí res¬plandece el amor, la piedad, la generosidad, la abnega¬ción de sí mismo y la atención al otro, la senci¬llez, la pureza; en una palabra, la santidad. ¿Qué es lo que tiene de particu¬lar esta familia? ¿Qué es lo más notable en ella? En ella está excluido todo egoísmo. Cada uno de sus miembros tiene mayor interés por los otros que por sí mismo. Sin duda podemos afirmar que viven las virtudes que leemos en la Carta a los Colosenses: «misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente». Esta debe de ser la «hoja de ruta» que han de seguir las familias hoy en día. Son muchas las familias que se separan porque cada uno quiere hacer «su propia vida», porque cada uno busca su propio interés.  Presentación en el Templo El Evangelio de hoy nos relata el momento en que el Niño Jesús es presentado por sus padres a Dios en el Templo de Jerusalén. Toda la familia emprende este largo viaje desde Nazaret a Jerusalén –aproximadamente unos100 km. - con el fin de cumplir lo que estaba escrito. Leemos en el texto la sana preocupación por cumplir la «Ley del Señor». Esto lo hacían José y María con absoluta serie¬dad y dedica-ción. El texto concluye diciendo: «Después que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret». Este rasgo de la Familia de Nazaret nos enseña que, cuando en la familia o en la sociedad en general hay respeto por la ley de Dios, reina el amor y el bien común; en cambio, cuando Dios es excluido, reina el egoísmo que se plasma en leyes civiles que buscarán satisfacer intereses particulares y “olvidarse” de los principios fundamentales de la convivencia social. Sin duda nos llama la atención que la Sagrada Familia haya podido sufrir estrecheces económi¬cas y apuros como ocurrió cuando fueron rechazados de todos los albergues y tuvieron que refugiarse en un pese¬bre para que la Virgen diera a luz a su Hijo, es decir, a nivel infrahu¬mano; haya podido sufrir persecución, como ocurrió cuando Herodes buscó al Niño para matarlo; sufrir el exilio, como ocurrió cuando debieron huir a Egipto y vivir allí hasta la muerte de Herodes. Pero todo lo sobrelleva¬ban con paciencia y serenidad porque estaba allí Jesús. En efecto, no vemos que ninguno de los miembros de esa fami¬lia se haya quejado de tener que sufrir situaciones tan adver¬sas. Ocurre lo que enseña la Imitación de Cristo: «Cuando Jesús está presente, todo está bien y nada parece difícil; por el contrario, cuando Él está ausente, todo se vuelve pesado» .  Simeón y Ana Dos personajes importantes se hacen presentes en el relato evangélico: Simeón y Ana. Al ver a José y María entrando al templo con Jesús, tuvieron una revelación sobre la identi¬dad de este Niño. Simeón es presentado como «un hombre justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel, y estaba en él el Espíritu Santo». Es un anciano que, por su edad ya está próximo a la muerte. Pero había recibido de parte de Dios una certeza que llenaba de sentido y de gozo la prolonga¬ción de sus años: «Le había sido revelado por el Espíri¬tu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo (Ungido) del Señor». «Ungido del Señor» es la expresión con que se llama al esperado de Israel. Se le nombra con lo que es más propio de Él: la unción. ¿Por qué la unción? La unción es el signo externo que garantiza la presencia en Él del Espíritu del Señor. Jesús no fue ungido por nadie para que recibiera el Espíritu Santo; Él nació «ungido» desde el seno de su madre. Esto es lo que dice el ángel Gabriel a su madre cuando le anuncia su concepción virginal: «El Espíri¬tu Santo vendrá sobre ti... por eso el nacido santo será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). Nacido «santo» quiere decir: consagrado, ungido, separado para Dios y lleno del Espíritu Santo. Simeón toma en sus brazos al Niño y se dirige a Dios diciendo: «Mis ojos han visto tu salva¬ción, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, Luz para alumbrar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» . Ana contaba con 84 años de edad cuando reconoció a Jesús como «Mesiás» cuando lo presentan en el Templo de Jerusalén. Era hija de Fanuel, de la tribu de Aser, y tras un matrimonio de siete años consagró el resto de su vida a servir en el Templo mediante ayuno y oraciones (ver Lc 2,36-38). Para comprender por qué, entre todos los que entra¬ban y salían, sólo Ana y Simeón conocie¬ron quién era este Niño hay que fijarse la breve descripción que nos deja San Lucas: «Simeón era un hombre justo y piadoso... y estaba en él el Espíri¬tu Santo»; por su parte, «Ana era una profeti¬sa, que permane¬ció viuda hasta los ochenta y cuatro años y no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oracio¬nes». Ambos tenían una especial y particular relación con el Espíritu Santo. Dóciles a sus mociones los lleva a ser de las primeras personas de Israel en reconocer a Jesús como Mesías y Salvador.  Dolor y alegría «Y a tu misma alma una espada la traspasará». Ciertamente no son las palabras más alentadoras que podría esperar María después de haber escuchado el «Nunc dimittis». Porla profecía de Simeón se despierta en el corazón de Santa María el presentimiento de un misterio infinitamente doloroso en la vida de su querido Hijo. Hasta entonces Ella no había escuchado sino las palabras del Arcángel Gabriel que le anunciaba para Jesús el trono de su padre David (Lc 1,32). Simeón las confirma pero introduce «una espada» - el rechazo del Mesías por Israel ( Lc 1,34) – cuya divina pedagogía tendrá su ápice al pie de la Cruz (Jn 19, 25-27).  Honra a tu padre y a tu madre... En la tradición judía del Eclesiástico y en el cumplimiento cristiano, según la carta de san Pablo a los Colosenses, vemos la naturaleza religiosa del respeto y de la reverencia filial hacia los padres naturales. En la tradición judía los padres debían ser honrados y temidos, sobre todo por ser los transmisores de la Ley de Dios a sus hijos. De hecho, en el cuarto Mandamiento, el verbo usado para hacer referencia a los padres, al honor, se utiliza también en otros textos de las Escrituras, tales como Isaías 29, para referirse a Dios. Esto implica un motivo sobrenatural más alto por las dos partes, para los hijos que honren a sus padres y también, para los padres, un papel más importante hacia sus hijos que la generación natural. San Pablo es muy sucinto; hay deberes cristianos hacia el marido y la esposa, así como hacia los padres y hacia los hijos. El cumplimiento de estos deberes agrada a Dios. Esto mismo lo expresaba Israel en su poesía, como se canta en el Salmo que se recita en la liturgia de este día: «Dichoso el hombre que teme al Señor y sigue sus caminos» (Sal 128). ¿En qué consiste esa dicha? Lo dice el mismo salmo: «Tu mujer como vid fecunda en medio de tu casa; tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa».Ésta es la descripción de un ambiente familiar sano, en que los hijos numerosos y llenos de vida rodean a sus padres. El Salmo agrega: «Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor». Es decir, gozar de una vida familiar plena  Una palabra del Santo Padre: «El Evangelio de hoy invita a las familias a acoger la luz de esperanza que proviene de la casa de Nazaret, en la cual se ha desarrollado en la alegría la infancia de Jesús, quien —dice san Lucas— «iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (2, 52). El núcleo familiar de Jesús, María y José es para todo creyente, y en especial para las familias, una auténtica escuela del Evangelio. Aquí admiramos el cumplimiento del plan divino de hacer de la familia una especial comunidad de vida y amor. Aquí aprendemos que todo núcleo familiar cristiano está llamado a ser «iglesia doméstica», para hacer resplandecer las virtudes evangélicas y llegar a ser fermento de bien en la sociedad. Los rasgos típicos de la Sagrada Familia son: recogimiento y oración, mutua comprensión y respeto, espíritu de sacrificio, trabajo y solidaridad. Del ejemplo y del testimonio de la Sagrada Familia, cada familia puede extraer indicaciones preciosas para el estilo y las opciones de vida, y puede sacar fuerza y sabiduría para el camino de cada día.La Virgen y san José enseñan a acoger a los hijos como don de Dios, a generarlos y educarlos cooperando de forma maravillosa con la obra del Creador y donando al mundo, en cada niño, una sonrisa nueva. Es en la familia unida donde los hijos alcanzan la madurez de su existencia, viviendo la experiencia significativa y eficaz del amor gratuito, de la ternura, del respeto recíproco, de la comprensión mutua, del perdón y de la alegría. Quisiera detenerme sobre todo en la alegría. La verdadera alegría que se experimenta en la familia no es algo casual y fortuito. Es una alegría que es fruto de la armonía profunda entre las personas, que hace gustar la belleza de estar juntos, de sostenernos mutuamente en el camino de la vida. Pero en la base de la alegría está siempre la presencia de Dios, su amor acogedor, misericordioso y paciente hacia todos. Si no se abre la puerta de la familia a la presencia de Dios y a su amor, la familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos y se apaga la alegría. En cambio, la familia que vive la alegría, la alegría de la vida, la alegría de la fe, la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la sociedad». Papa Francisco. Ángelus 27 de diciembre de 2015.  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 1. El ejemplo de entrega, fidelidad, dedicación, unión; que la Familia de Nazaret nos transmite es muy grande. ¿Qué falta en mi familia? ¿Qué debo de cambiar para este nuevo año? 2. ¿Cómo vivo en mi familia las virtudes mencionadas en la Carta a los Colosenses? 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2196- 2233.2360-2365. texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACION NOCTURNA ESPAÑOLA en Toledo

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Sábado, 26 de Diciembre de 2020

El agua apaga el fuego, pero el viento lo aviva. ¿Por qué al Espíritu Santo se lo asocia con el fuego, el agua y el viento al mismo tiempo? El Espíritu Santo es fuego espiritual, porque, cuando se lo permitimos, Él quema nuestros males y los reduce a cenizas. Destruye el pecado, el egoísmo, la vanidad, la tristeza. Pero luego viene como viento, arrastrando esas basuras y cenizas que quedan todavía en el alma. Y finalmente se derrama como lluvia, que termina de limpiar toda impureza. A veces es agua que cae suavemente; otras veces es un torrente lleno de ímpetu y furor, que arrasa lo malo con toda su potencia de santidad. Nosotros a veces le exigimos al Espíritu Santo que venga a nuestra vida de determinada manera. Quisiéramos que cayera siempre como lluvia mansa, o preferiríamos siempre el calor del fuego, o desearíamos una brisa suave. Pero Él viene siempre de distinto modo, viene como a Él le parece. En realidad, viene como más lo necesitamos, aunque a veces no podamos comprenderlo, aunque nos resulte incómodo. Pero es mejor dejarlo actuar como Él quiera, ya que Él sabe mejor que nadie lo que realmente nos hace falta para seguir creciendo. .

viernes, 25 de diciembre de 2020

Domingo de la Sagrada Familia B: Lc 2, 22-40

Todos los años, el último domingo del año, a no ser que coincida el mismo día de Navidad, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Estamos en el ambiente de Navidad, en que revivimos la venida de Dios hecho hombre para salvarnos. Pero este Dios hecho hombre, que es Jesús, no fue un hombre venido de otro planeta, sino que nació en una familia y vivió como miembro de una familia, aunque fuese algo especial. Así, viviendo en familia, es un modelo para todos nosotros. Dios en sí es una familia de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Un día, así lo esperamos, contemplaremos la maravilla de esa Familia de Dios y seremos felices al vivir la gran realidad del amor infinito. Nosotros hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios”. Y esta imagen se hace patente en una digna vida familiar. La imitación de Dios como familia se nos hace un poco lejana. Por eso hoy la Iglesia nos invita a contemplar esta otra familia terrena, donde está realmente presente Dios en la persona de Jesús; pero que como hombre va creciendo en los valores humanos. Nosotros nacemos en una familia. Pero según las condiciones de vida, las familias tienen rumbos muy diferentes y a veces tan difíciles que parece imposible poder imitar a la familia de Nazaret. Sin embargo, hay algo esencial, que debe ir creciendo siempre, y que nos debe llevar hacia el ideal, que es la Sda, Familia y Dios mismo. Es el amor. Él es la esencia del cristianismo y es la esencia de una familia cristiana. Estamos en el ciclo B de nuestra liturgia y en este año se nos muestra en el evangelio el pasaje de la Presentación de Jesús en el templo. Todas las familias debían realizar este rito a los cuarenta días de nacer el primer hijo. No podían faltar José y María, ya que eran personas religiosas y justas, según la ley. Este dato nos enseña lo hermoso y grato que es a Dios el hecho de que una familia entera y unida cumpla con los deberes religiosos. De suyo Jesús, que era Dios, no necesitaba ser presentado ni ser rescatado, y sin embargo, José y María cumplen con la ley. ¡Cuántas veces ponemos excusas para evitar actos que son del agrado divino! El anciano Simeón era un hombre de esperanza: esperaba la liberación por medio del Mesías y siente una inspiración interior. En las familias, como en todas las empresas humanas, hay momentos de crisis. Debemos acudir a Dios para sentirle en nuestro corazón. Si Jesús dijo que donde dos o tres se reúnen para orar, allí está Dios en medio, de una manera especial se debe aplicar a una familia. A Dios se le tiene que derretir el corazón, cuando ve toda una familia que acude en la plegaria. Esto no quiere decir que todo en la vida familiar va a ser fácil. El anciano Simeón profetiza que en esa familia habrá dificultades, contradicciones, persecuciones, y hasta una espada de dolor atravesará el corazón de María. Todo entra en el plano redentor. Jesús, con su sufrimiento redentor, no quiso dejar fuera a su madre, sino que la asoció en los sufrimientos y en la redención. Si miramos a nuestras familias, desgraciadamente encontramos muchas crisis. Hay varias naciones donde se promulgan leyes poco favorables a la unión y virtudes familiares. En muchas personas falta una sincera y leal preparación. Hay demasiados vicios y falta el verdadero amor, que está unido con el sacrificio y fe de cada día. “El futuro de la humanidad pasa a través de la familia”, decía Juan Pablo II. Hoy es un buen día para ofrecerse al Señor. No sólo ofrecer el hijo primogénito, sino ofrecerse toda la familia, como harían José y María. Y bendecir al Señor. Allí también estaba una anciana viuda, Ana, que alababa al Señor. La presencia en nuestra sociedad de familias estables, donde reine el amor y la paz, debe ser un signo de bendición de Dios poderoso y bueno, y un motivo para alabar a Dios, que distribuye semillas de su luz y su amor entre nosotros. Si Jesús ha nacido entre nosotros, tengamos esperanza de encontrar muchas de estas familias verdaderamente cristianas. P. Silverio

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Viernes 25 de Diciembre de 2020

_Ven Espíritu Santo, llena mi corazón y mi boca de alabanzas, para adorar con el coro de los ángeles a Jesús recién nacido. Enséñame a contemplarlo con los ojos sencillos de los pastores, a regalarle ofrendas de amor como los magos._ _Toca mi mente y mi corazón para que pueda admirarme feliz ante Dios encarnado, el que me amó tanto hasta hacerse niño, para salvarme desde la pequeñez humana._ _¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz! Enséñame a orar, Espíritu Santo, para que pueda adorar a mi Salvador y cantarle a su sencillez divina._ _Y obra dentro de mí, Espíritu Santo, para que Jesús pueda nacer también en mi vida, para que pueda nacer en mi casa, para que ilumine todo con su presencia._ _Que en esta Navidad puedan renacer muchas cosas buenas en mí. Renuévalo todo con tu gracia, Espíritu de santidad. Toma toda mi existencia._ _Amén._

Patrística Reconoce, cristiano, tu dignidad San León Magn

o Sermón en la Natividad del Señor 1,1-3 Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida. Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida. Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido. Por eso, cuando nace el Señor, los ángeles cantan jubilosos: Gloria a Dios en el cielo, y anuncian: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Pues están viendo cómo la Jerusalén celestial se construye con gentes de todo el mundo; ¿cómo, pues, no habrá de alegrarse la humildad de los hombres con tan sublime acción de la piedad divina, cuando tanto se entusiasma la sublimidad de los ángeles? Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva creatura, una nueva creación. Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne. Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios. Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.

jueves, 24 de diciembre de 2020

Natividad del Señor- 25 de diciembre «Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros»

Lectura del profeta Isaías (52, 7-10): Los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios. ¡Que hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»! Escucha, tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la vic-toria de nuestro Dios. Salmo 97,1.2-3ab.3cd-4.5-6: Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. R./ Cantad al Señor un cántico nuevo, // porque ha hecho maravillas: // su diestra le ha dado la victoria, // su santo brazo. R./ El Señor da a conocer su victoria, // revela a las naciones su justicia: // se acordó de su misericordia y su fidelidad // en favor de la casa de Israel. R./ Los confines de la tierra han contemplado // la victoria de nuestro Dios. // Aclama al Señor, tierra ente-ra; // gritad, vitoread, tocad. R./ Tañed la cítara para el Señor, // suenen los instrumentos: // con clarines y al son de trompetas, // aclamad al Rey y Señor. R./ Lectura de la carta a los Hebreos (1, 1-6): Dios nos ha hablado por su Hijo. En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los pro-fetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo seré para él un padre, y el será para mi un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios.» Lectura del Santo Evangelio según San Juan (1, 1-18): La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimo-nio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa de-lante de mí, porque existía antes que yo."» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.  Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la Buena Noticia!» Pode-mos decir que el tema central de todas las lecturas en la Natividad del Señor es el mismo Jesucristo: Palabra eterna del Padre que ha puesto su tienda entre nosotros, que ha acampado entre los hombres. El prólogo del Evangelio de San Juan nos habla de la «Buena Nueva» esperada y anunciada por los profe-tas (Primera Lectura), nos habla del Hijo por el cual el Padre del Cielo nos ha hablado (Segunda Lectura) y nos revela la sublime vocación a la que estamos llamados desde toda la eternidad «ser hijos en el Hi-jo».  «¡Saltad de júbilo Jerusalén!» El retorno del exilio es inminente y el profeta describe gozoso el mensajero que avanza por los montes como precursor de la «buena noticia» de la liberación del exilio, al mismo tiempo que anuncia la espera-da paz y la inauguración del nuevo reinado de Yavheh sobre su pueblo elegido. «Ya reina tu Dios», surge así una nueva teocracia en la que Dios será realmente el Rey de su pueblo y Señor de sus corazones. Los centinelas de Jerusalén son los primeros que perciben la llegada del mensajero con la buena noticia: Dios de nuevo se ha compadecido de su pueblo y «arremangándose las mangas» ha luchado en favor de Israel ante los pueblos gentiles.  «¡Os ha nacido un Salvador!» En todas las Iglesias del mundo resonó anoche durante la celebración eucarística la voz del Ángel del Se¬ñor que dijo a los pastores de la comarca de Belén: «Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salva¬dor, que es el Cristo, Señor» (Lc 2,10-11). Lo más extraordina¬rio es que este anuncio se ha repetido todos los años, por más de dos mil años, y en todas las latitudes, sin perder nada de su actualidad. ¿Cómo es posible esto? Hay en ese anuncio dos términos que responden a este interrogante: la palabra «hoy» y el nombre «Señor». La primera es una noción temporal, histórica, y en este texto suena como un campanazo. Ese «hoy» fija la atención sobre un punto determinado de la historia humana, que sucesivamente ha sido adoptado con razón como el centro de la historia. El nombre «Se¬ñor», en cambio, se refiere a Dios, que es eterno, infini¬to, ilimi¬tado, sin sucesión de tiempo. El anuncio quiere decir entonces que el Eterno se hizo temporal, que entró en la historia. ¿Para qué? Para que nuestra historia tuviera una dimensión de eterni¬dad. Por eso es que los acontecimientos sal-víficos, los que se refieren a la persona del Señor, son siempre presente. Ese «hoy» es siempre ahora. Es lo mismo que expresa San Juan en el Prólogo de su Evangelio, que hoy leemos en la Misa del día. Esta solemni¬dad, dada su importancia, tiene una Misa propia de la vigi¬lia, otra Misa de media noche y otra Misa del día.  «La Palabra habitó entre nosotros» El Prólogo del cuarto Evangelio parte del origen mismo, pone como sujeto la Palabra y, en frases su-cesivas, aclara su esencia: «En el principio existía la Pala¬bra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios». Este «principio» no hace alusión a ningún tiempo, porque se ubica antes del tiempo y está perpetuamente fuera del tiempo. El sujeto al que se refiere todo el texto de San Juan es «la Palabra» que es mencionado otras dos veces: «La Palabra era la luz verdade¬ra que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (v. 9). Y en el v. 14, el punto culmi¬nante de todo el desarro¬llo, el que expli¬ca todo, porque todo conduce hacia allí: «Y la Pala¬bra se hizo carne y puso su morada entre nosotros». La Palabra, que es la Luz verdadera y cuya esencia es divina, es decir, espiritual, se encarnó. El intangible, invisi¬ble, im-pasible, atemporal se hizo, tangible, visible, sometido a padeci¬mientos y temporal. Para decirlo breve: Dios se hizo hombre. Es Jesús, quien es la Palabra del Padre. En el misterio de Jesucristo no se puede separar la eternidad del tiempo, el Verbo de Jesús. Sería traicionar la revelación de Dios. A lo largo de la historia Dios había pronunciado palabras por medio de los profetas, palabras que manifestaban de modo incompleto la reve-lación de Dios. Con Jesucristo el Padre pronuncia la última, definitiva y única Palabra, en la que se com-prende y llega a plenitud toda la revelación. Por eso leemos en la Constitución Dei Verbum: «La econo-mía cristiana, por ser alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor» . Es decir todo lo que el Padre quería revelarnos para nuestra salvación ya lo ha realizado en Jesucristo. El hombre por su propia naturaleza está afectado por el tiempo, es decir, participa de esa característi-ca que posee todo ser temporal: nacer, desarro¬llarse y, finalmente, fenecer. ¿Cómo puede hacer el hombre para entrar en la eternidad? El hombre vive de una vida natural cuyos procesos son el objeto de las ciencias naturales, la biología, la psicolo¬gía, la sociología, etc. ¿Cómo puede hacer para poseer la vida divina y eter¬na sin que quede anulada su vida natural? Esto lo consigue el hombre me¬diante un acto que se cumple en el tiempo, pero le obtiene la eternidad. Este acto es la fe en Cristo, la fe en su identidad de Dios y Hombre, de eterno y temporal, de Hijo de Dios e Hijo de María.  «Vino a su casa y los suyos no la acogieron» El texto continúa refiriéndose a «la Palabra» y menciona que los suyos no la acogieron pero aquellos que sí lo hicieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. El nombre, en la Sagrada Escritura, está en el lugar de la identidad personal. Y esto lo repitió Jesús muchas veces en su vida. Citemos al menos una: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Y el mismo Juan en su carta explica: «Os he escrito estas cosas para que sepáis que tenéis vida eterna, vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios» (1Jn 5,13). Jesucristo, en quien concurren la humanidad y la divinidad, es el único camino por el cual el hombre puede alcan¬zar a Dios. Lo enseñó Él mismo cuando dijo: «Yo soy el Camino... Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). No hay otro camino pues en ningún otro se juntan la naturaleza humana y la natura-leza divina, el tiempo y la eternidad; ningún otro es verdadero Dios y verdadero hombre. Y la aparición de esta posibilidad en el mundo es lo que celebra¬mos hoy. Es una posibilidad que está abierta también hoy y lo estará siempre pues «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre» (Heb 13,8). También hoy está abier¬ta la opción de acogerlo o no acogerlo, de creer o no creer en él. Si Jesús nació en un pesebre, «porque no había lugar para ellos en la posada» (Lc 2,7), es porque quiso ubicarse en el grado más bajo de la escala humana, a nivel infrahuma¬no. Lo hizo para que nadie se sienta excluido, ni siquiera el hom-bre más miserable, y todos tengan abierto el camino de la salvación. A todos, como a los pastores, se les anuncia: «Hoy os ha nacido un Salvador». ¡Acogedlo!  Una palabra del Santo Padre: 1. «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). Esta profecía de Isaías no deja de conmovernos, especialmente cuando la escuchamos en la Liturgia de la Noche de Navidad. No se trata sólo de algo emotivo, sentimental; nos conmueve porque dice la realidad de lo que somos: somos un pueblo en camino, y a nuestro alrededor –y también dentro de noso-tros– hay tinieblas y luces. Y en esta noche, cuando el espíritu de las tinieblas cubre el mundo, se re-nueva el acontecimiento que siempre nos asombra y sorprende: el pueblo en camino ve una gran luz. Una luz que nos invita a reflexionar en este misterio: misterio de caminar y de ver. Caminar. Este verbo nos hace pensar en el curso de la historia, en el largo camino de la historia de la salvación, comenzando por Abrahán, nuestro padre en la fe, a quien el Señor llamó un día a salir de su pueblo para ir a la tierra que Él le indicaría. Desde entonces, nuestra identidad como creyentes es la de peregrinos hacia la tierra prometida. El Señor acompaña siempre esta historia. Él permanece siempre fiel a su alianza y a sus promesas. Porque es fiel, «Dios es luz sin tiniebla alguna» (1 Jn 1,5). Por parte del pueblo, en cambio, se alternan momentos de luz y de tiniebla, de fidelidad y de infidelidad, de obediencia y de rebelión, momentos de pueblo peregrino y momentos de pueblo errante. También en nuestra historia personal se alternan momentos luminosos y oscuros, luces y sombras. Si amamos a Dios y a los hermanos, caminamos en la luz, pero si nuestro corazón se cierra, si prevale-cen el orgullo, la mentira, la búsqueda del propio interés, entonces las tinieblas nos rodean por dentro y por fuera. «Quien aborrece a su hermano –escribe el apóstol San Juan– está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos» (1 Jn 2,11). Pueblo en ca-mino, sobre todo pueblo peregrino que no quiere ser un pueblo errante. 2. En esta noche, como un haz de luz clarísima, resuena el anuncio del Apóstol: «Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11).La gracia que ha aparecido en el mundo es Jesús, nacido de María Virgen, Dios y hombre verdadero. Ha venido a nuestra historia, ha compartido nuestro camino. Ha venido para librarnos de las tinieblas y darnos la luz. En Él ha aparecido la gracia, la misericordia, la ternura del Padre: Jesús es el Amor hecho carne. No es solamente un maestro de sabiduría, no es un ideal al que tendemos y del que nos sabemos por fuerza distantes, es el sentido de la vida y de la historia que ha puesto su tienda entre nosotros. 3. Los pastores fueron los primeros que vieron esta “tienda”, que recibieron el anuncio del nacimiento de Jesús. Fueron los primeros porque eran de los últimos, de los marginados. Y fueron los primeros por-que estaban en vela aquella noche, guardando su rebaño. Es condición del peregrino velar, y ellos esta-ban en vela. Con ellos nos quedamos ante el Niño, nos quedamos en silencio. Con ellos damos gracias al Señor por habernos dado a Jesús, y con ellos, desde dentro de nuestro corazón, alabamos su fideli-dad: Te bendecimos, Señor, Dios Altísimo, que te has despojado de tu rango por nosotros. Tú eres in-menso, y te has hecho pequeño; eres rico, y te has hecho pobre; eres omnipotente, y te has hecho dé-bil». Papa Francisco. Homilía 24 de diciembre de 2014.  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 1. Nos dice el gran Papa San León Magno: «Nuestro Salvador, amadísimos hermanos, ha nacido hoy; alegrémonos. No puede haber, en efecto, lugar para la tristeza, cuando nace aquella vida que viene a destruir el temor de la muerte y a darnos la esperanza de una eternidad dichosa. Que nadie se considere excluido de esta alegría, pues el motivo de este gozo es común para todos, nuestro Se¬ñor, en efecto, vencedor del pecado y de la muerte, así como no encontró a nadie libre de culpa, así ha venido para salvarnos a todos. Alégrese, pues, el justo, porque se acerca a la recompensa; regocíjese el pecador, porque se le brinda el perdón; anímese el pagano, porque es lla¬mado a la vida». ¡Vivamos hoy la alegría por el nacimiento de nuestro Salvador! Compartamos esta alegría en nuestra familia, en nuestro trabajo, con nuestros amigos, con las personas necesitadas. 2. Volvamos a lo esencial de la Navidad. Todo el resto se subordina a la gran verdad de nuestra fe: Navidad es Jesús. ¿Cómo puedo vivirlo en mi familia? 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 525-526. Texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente de ADORACION NOCTURNA ESPAÑOLA, Toledo

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Jueves, 24 de Diciembre de 2020

El Espíritu Santo engendró a Jesús en el seno de María. Dice el Evangelio que Ella _*"concibió un hijo por obra del Espíritu Santo"*_ (Mateo 1, 18). De la misma manera, el Espíritu Santo puede hacer nacer a Jesús en nuestro interior, para que Jesús alegre nuestro corazón. Pero no basta decir esto, que hoy se repite mucho. Porque la Navidad no es una celebración puramente íntima, no es un encuentro entre mi corazón y Jesús, como si no existiera nada más. El Espíritu Santo quiere hacer renacer a Jesús en toda mi existencia: en mi trabajo, en mis proyectos, en mis relaciones, en mi familia. Y lo más importante es que Jesús nazca entre nosotros, para ayudarnos a crear un mundo mejor, de fraternidad y justicia. Porque a Él no le agradamos sólo por nuestros dulces sentimientos, sino por nuestra docilidad llena de amor que nos lleva a comunicar a los demás lo que hemos recibido. El Espíritu Santo siempre busca crear vida comunitaria, y una vida comunitaria cada vez más generosa y ejemplar. Por eso, a Él no le basta con hacer nacer a Jesús en la intimidad de cada uno, sino en la vida compartida de cada familia, de cada grupo, de cada comunidad. .

miércoles, 23 de diciembre de 2020

```LA COMUNIDAD MARÍA MADRE DE LOS APÓSTOLES EN LAS REDES SOCIALES HOY``` *DIOS CON NOSOTROS*

En líneas generales podemos decir que el Evangelio comienza con el Nacimiento de Jesús-Emmanuel y culmina con lo que este nombre significa: “Dios con nosotros”, como vemos en el último versículo del Evangelio de Mateo: "...Y he aquí que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Jesús-Emmanuel no está con sus discípulos simplemente en sentido sentimental, emocional, sino sobre todo como El Buen Pastor que sosteniéndonos con su mano nos conduce al Padre que nos glorifica como profetiza el Salmista: "... A mí que estoy siempre contigo, me has tomado de la mano derecha, me guiarás con tu Palabra hacia la gloria" (Sal 73, 23-24). Está profecía-promesa nos fortalece ante el odio que el mundo descarga sobre nosotros por ser discípulos de Jesús (Jn 15, 18). Frente a toda persecución y desprecio Jesús nos sostiene, no con unos simples milagros, sino ¡con el mayor de todos ellos! Haciendo Emmanuel... Dios con nosotros… Dios con sus Discípulos... ¡¡Y se hace también Ithiel que significa Dios conmigo!! Es algo inaudito… difícil de creer… ¡¡Así es la relación de Jesús con sus Discípulos!! ¡¡Y todo esto empezó en Navidad...!! ¡¡Como para no celebrarlo por todo lo alto… a pesar de la pandemia !! _P. Antonio Pavía comunidadmariamadreapostoles.com_

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Miércoles, 23 de Diciembre de 2020

El Espíritu Santo no se deleita cuando nos escondemos de las dificultades, cuando queremos ignorar los problemas, cuando escapamos de los desafíos que la vida permanentemente nos presenta. Al contrario, el Espíritu Santo es viento que empuja. Él nos invita siempre a enfrentar las dificultades, nunca a escapar. Porque cada dificultad que yo tenga que enfrentar será siempre una nueva posibilidad para crecer. En cada problema que resuelvo aprendo algo nuevo, después de cada experiencia dura que atravieso, queda siempre algo más de sabiduría en el corazón. Ninguna dificultad es en vano, ningún sufrimiento es inútil. Siempre, después de una tormenta de la vida, salimos renovados. Se libera algo nuevo que, sin esa tormenta, no habríamos descubierto. Hay muchas cosas bellas en nuestro interior que tenemos que ejercitar para que se desarrollen, y cada nuevo desafío de la vida es esa oportunidad para desarrollarlas. Por eso, el Espíritu Santo siempre nos mueve a enfrentar las cosas, y nunca a retraernos como perros miedosos. Dejémonos llevar. .

martes, 22 de diciembre de 2020

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Martes, 22 de Diciembre de 2020

_Ven Espíritu Santo, inspírame, porque quiero alabarte. Abre mi corazón y elévalo en tu Presencia, para que te adore con sinceridad y gozo._ _Tú eres Dios, infinito, sin límites, sin confines. Te adoro._ _Tú eres simple, único, sin mezcla de oscuridad, ni manchas, ni mentiras. Te adoro.__ _Tú estás en todas partes, penetrándolo todo, llenándolo todo con tu Presencia. Te adoro._ _Tú eres belleza pura, y bañas con tu luz todo lo que tocas. Te adoro._ _Tú eres amor, amor sin egoísmo alguno, amor desinteresado, amor libre. Te adoro._ _Ven Espíritu Santo, para que pueda adorarte cada día, para que no me mire permanentemente a mí mismo y sea capaz de reconocer tu claridad hermosísima, tu perfección incomparable, tu esplendor, tu gracia, tu maravilla, tu encanto eterno._ _Ven Espíritu Santo._ _Amén._

sábado, 19 de diciembre de 2020

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Sábado,19 de Diciembre de 2020

Para cambiar el mundo es necesario que demos el testimonio de una vida ejemplar, que seamos modelos de entrega, de responsabilidad, de generosidad, de honestidad, de alegría. Pero también, algunas veces, es necesario hablar de Jesús. Con respeto, con delicadeza, con humildad, pero también con convicción, amor y entusiasmo, hablar de Él. Normalmente no hacen falta muchas palabras. Hay formas sencillas de hablar de Él y de reconocer nuestra fe. Por ejemplo, teniendo una imagen suya en la entrada de nuestra casa, o llevando un rosario en el cuello, o bendiciendo la mesa. Son pequeños testimonios que hacen presente a Jesús en el mundo. El Espíritu Santo no nos hará completamente perfectos en esta vida, pero nos ayudará a sacar lo mejor de nosotros mismos, para que Jesús se refleje en nuestra forma de vivir. Ese testimonio, si es auténtico, termina contagiando, y cambiando las cosas. No cambiaremos el mundo entero, pero si nos dejamos llevar por el Espíritu Santo, algo cambiará en nuestro pequeño mundo, y eso en definitiva será bueno para todos. Así sea. .

viernes, 18 de diciembre de 2020

```LA COMUNIDAD MARÍA MADRE DE LOS APÓSTOLES EN LAS REDES SOCIALES HOY``` Reflexión del Evangelio del IV Domingo de Adviento (Lc 1,26-38)_

_ *Hágase en mí tu Palabra* La Iglesia nos ofrece hoy el Evangelio del Anuncio del ángel Gabriel a María. Sabemos su respuesta: ¡Hágase en mí según su Palabra! Su aceptación nos indica que la verdadera dimensión de la fidelidad a Dios no se mide conforme a lo que hacemos según nuestros criterios, sino acogiendo los de Dios, que fluyen de su Palabra. Cuando nuestra relación con Dios se apoya en nuestros criterios asumimos ciertos riesgos, compromisos, renuncias, etc, según nuestra generosidad. La respuesta de María supone un salto casi cósmico al decir a Dios: Hágase en mí tu Palabra. Pensemos que el creerse que el Hijo de Dios se encarnaría en ella por obra y gracia del Espíritu Santo no cabe en la mente de nadie, en la de María sí y por ello es Madre de la Iglesia, porque creyó que para Dios no hay nada imposible (Lc 1,37). También el Evangelio de Jesús transciende nuestra mente "tan pragmática". María es Madre del Discipulado porque, quien desea ser discípulo de Jesús, no adapta su Evangelio a sus miedos y mediocridades sino que desde sus impotencias le dice: Haz en mí el Discipulado según tu Evangelio. _P. Antonio Pavía comunidadmariamadreapostoles.com_

4ª semana de Adviento. Domingo B: Lc 1, 26-38

Todos los años el último domingo de Adviento la Iglesia nos trae la figura de la Virgen María. Ella es la que mejor se preparó para la primera Navidad y Ella es la que mejor nos puede ayudar para hacer una digna preparación para recibir a Jesús en nuestro corazón el día de Navidad. De hecho, toda nuestra vida es como un Adviento continuo de preparación para el gran encuentro con el Señor al final de nuestra vida. Iremos mucho mejor preparados, si vamos de la mano de nuestra Madre del cielo o si aceptamos estar siempre en sus brazos. Para ello debemos aprender su gran esperanza, símbolo del Adviento, y su completa confianza en la voluntad de Dios. Este año el evangelio nos trae la Anunciación a María del gran misterio “escondido por los siglos”, pero ahora revelado, como dice hoy san Pablo en la segunda lectura. En la primera lectura se nos dice cómo el rey David quería hacer una casa digna al Señor y cómo le dice Dios que le va a regalar otra casa perpetua, que significa la sucesión de la dinastía hasta que llegara el Salvador. El misterio que ahora revela el ángel a María es que ese sucesor de David va a ser Dios mismo que se hace hombre. Jesús en su vida no se atribuyó a sí mismo ese título de “hijo de David”, aunque sí se lo daban, por no alimentar el nacionalismo fácil y peligroso. La intención del evangelio es decirnos que ese Hijo de Dios está enraizado en nuestra naturaleza humana. Esto sería realidad gracias a la aceptación de María. Jesús viene a salvarnos, pero quiere nuestra colaboración para la salvación. Y la primera colaboración consciente y libre va a ser la de su madre. No es a “ojos cerrados”: María escucha y pregunta para enterarse. Y cuando se da cuenta, sin grandes investigaciones, que es la voluntad de Dios, acepta y pronuncia el “hágase” tan importante para la historia de la humanidad. Así Jesús entra en la historia de la humanidad por el “sí” de las personas humildes, pobres, atentas a la voluntad de Dios. No fue fácil para la Virgen. Era un cambio muy grande en sus planes de vida, era comenzar una vida incierta y difícil por el hecho de ser virgen y madre. ¿Cómo le iba a decir a José y a sus parientes que aquella maternidad era “obra del Espíritu Santo”? Pero se arroja en los brazos amorosos de Dios. Porque el seguir la voluntad de Dios siempre tiene que ser algo bueno: Dios no puede querer algo malo para nosotros. El “hágase” de María es un profundísimo acto de fe y de confianza absoluta en el poder y en los planes de Dios. Es como presentar la vida ante Dios, como si fuese una hoja en blanco para que Él escriba lo que quiera y como lo quiera. Esto es fácil decirlo. Muchas veces el que se haga la voluntad de Dios en nosotros es como una fórmula; pero luego en realidad lo que queremos es que Dios haga nuestra voluntad. Nos cuesta aceptar cambiar los planes que hemos hecho. María no cae en el desaliento ante las dificultades y el dolor. Esta aceptación de la voluntad de Dios es la mejor preparación para que Jesús venga a reinar en nuestra alma. La fe no es un simple asentimiento frío intelectual a unas verdades, sino que es sobre todo donarse totalmente y sin condiciones a Dios nuestro Señor. A veces cuando se dicen frases como las anteriores, a uno le entra un poco de miedo y tristeza; pero el hecho es que la voluntad de Dios es alegría. Cuando el ángel anuncia a María el gran plan de Dios, comienza con: “Dios te salve”, que en la lengua original es: “Alégrate”. Lo primero que Dios quiere de María es la alegría. Y por eso ante la turbación, le dice el ángel: “No temas”, porque cualquier mensaje verdadero de Dios debe traernos la paz. Es el signo de la presencia de Dios. Esa es la alegría y paz que Dios nos anuncia para la Navidad. Vayamos de la mano de la Virgen María y no temamos entregarnos al Señor. A veces la fe va unida a cierta oscuridad y aparentes desconsuelos. Todo ello viene por nuestra insuficiencia en la escucha de la palabra de Dios y falta de meterla en nuestro corazón. Aprendamos de María en estos días y los días de Navidad serán más alegres procurando hacer la voluntad de Dios. P. SILVERIO

Domingo de la Semana IV del Tiempo de Adviento. Ciclo B «El que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios»

Lectura del segundo libro de Samuel (7,1-5.8b-12.14a.16): El reino de David durará por siempre en la presencia del Señor. Cuando el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al profeta Natán: Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda. Natán respondió al rey: Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo. Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor: Ve y dile a mi siervo David: "Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo, lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que los malvados lo aflijan como antes, cuando nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, y, además, el Señor te comunica que te dará una dinastía. Y, cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consoli-daré su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mí presencia; tu trono permanecerá por siempre". Salmo 88,2-3.4-5.27.29: Cantaré eternamente las misericordias del Señor. R./ Cantaré eternamente las misericordias del Señor, // anunciaré tu fidelidad por todas las edades. // Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno, // más que el cielo has afianzado tu fidelidad.» R./ «Sellé una alianza con mí elegido, // jurando a David, mi siervo: // 'Te fundaré un linaje perpetuo, // edifi-caré tu trono para todas las edades.'» R./ Él me invocará: «Tú eres mi padre, // mi Dios, mi Roca salvadora.» // Le mantendré eternamente mi fa-vor, // y mi afianza con él será estable. R./ Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos (16, 25-27): El misterio mantenido en secreto duran-te siglos, ahora se ha manifestado. Hermanos: Al que puede fortaleceros según el Evangelio que yo proclamo, predicando a Cristo Jesús, revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora en los escritos proféticos, dado a conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe, al Dios, único sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (1,26-38): Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo. En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será gran-de, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?» El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.» María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel.  Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas Próximos ya a la celebración del Misterio de la Navidad, la Iglesia hace preceder al nacimiento del Sal-vador el misterio de la Virgen-Madre, porque tiene la clara «conciencia de que María apareció antes de Cristo en el horizonte de la historia de la salvación», como ha dicho San Juan Pablo II. El arcángel Gabriel le anticipa a María que su hijo: «será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David». El segundo libro de Samuel (Primera Lectura) nos presenta al rey David con la intención de construir un templo para Yahveh pero el profeta Natán indica a David que la voluntad de Dios es diversa: no será él, el rey David, quien construirá el templo, sino que será Dios mismo quien dará a David, una «casa», una des-cendencia y un reino que durarán por siempre. María, concebida sin pecado y colmada de la gracia y santidad de Dios, fue elegida para una misión muy específica: ser Madre de Dios y Madre nuestra. De este modo, Dios mismo, «al llegar la plenitud de los tiempos» habitaría en su seno purísimo para tomar de Ella nuestra humanidad y «construirse» así en María una morada dignísima. Este es el gran Misterio escondido por siglos eternos y manifestado en Jesucristo con el fin de atraer a todos los hombres a la «obediencia de la fe» (Segunda Lectura). Porque tanto nos ha amado Dios que nos ha dado a su Hijo único para que tengamos en Él la vida eterna.  «Yahveh te edificará una casa» Ésta es la primera intervención del profeta Natán que desempeñará un papel muy importante a lo largo del reinado del rey David. Cuando éste muere; la casta se va a dividir y Adonías (cuarto hijo de David) va a querer usurpar el poder, sin embargo, Natán ungirá a Salomón (el segundo hijo de David con Betsabé) co-mo rey sucesor. La profecía que leemos en la Primera Lectura se elabora a base de una contraposición: no será David quien edifique una casa (un templo) para Yahveh sino que será Yahveh quien levantará una casa - es decir una dinastía- a David. La promesa concierne esencialmente a la permanencia del linaje da-vídico sobre el trono de Israel e irá más allá del primer sucesor de David: Salomón. Éste es el primer esla-bón de las profecías sobre el Mesías como hijo de David, título aplicado posteriormente a Jesús (ver Hch 2, 29-30).  El más grande Misterio de toda la humanidad Uno puede leer mil veces, un millón de veces, el relato de la Anunciación-Encarnación y siempre encon-trará algo nuevo, porque nos habla de un misterio insondable que no puede ser agotado por nuestra limitada inteligen¬cia. Si la litera¬tura consiste en transmitir un conteni¬do valioso usando el vehículo de la palabra hu-mana, podemos decir que aquí tenemos la página más hermosa de toda la literatura universal. Con una so-briedad impresio¬nante se relata el acon¬tecer de un miste¬rio que recapitula y, de golpe, da sentido a todo el Anti¬guo Testamento y a toda la historia humana. Lo que era oscuro y latente, aquí se hizo luminoso y paten-te. Dios estaba realizando la prome¬sa de salvación enviando a su Hijo único para que asumiera la naturale-za humana en el seno de una Virgen y diera cum¬plimiento a todas las profecías. Cuando Lucas, después de informar¬se de todo diligente¬mente, escribió su Evangelio, él no sabía que nosotros lo íbamos a editar junto con los otros tres Evange¬lios. Él quiso escribir una obra completa como si fuera el único relato del misterio de Cristo y de la Iglesia (su Evangelio se prolonga en los Hechos de los Apósto¬les). Por eso aquí tenemos la primera presenta¬ción de la Virgen María: «El sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Naza¬ret, a una virgen desposada con un hombre llamado José de la casa de David; el nombre de la virgen era María». No sobra ninguna palabra; el estilo carece de todo triunfa¬lismo y adorno super¬fluo. Este comienzo recuerda la presentación de los grandes profetas a quienes es dirigida la Palabra de Dios. Así es presentado Ezequiel: «En el año treinta... fue dirigida la palabra del Señor a Ezequiel, hijo de Buzí en el país de los caldeos...» (Ez 1,1-3). Así es presentado Oseas: «Palabra del Señor que fue dirigida a Oseas, hijo de Beerí, en tiem¬pos de Ozías...» (Os 1,1). En el caso de Jonás leemos: «La palabra del Señor fue diri-gida a Jonás» (Jon 1,1). Pero en el caso de la Virgen María, le fue enviado un ángel de parte de Dios para anunciarle que en ella tomaría carne la Palabra eterna de Dios. Ella la acogería en su seno y la daría al mundo. La Epístola a los Hebreosnos ayuda a ver la diferencia en relación a los profetas del Antiguo Testamento: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas: en estos últimos tiempos nos ha hablado por el Hijo» (Hb 1,1-2). Esta Palabra, que existía desde siempre junto al Padre, fue modulada en el seno de María y desde allí fue pronunciada al mundo.  «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El Evangelio de hoy es el anuncio de un nacimiento. La Virgen supo desde el primer momento quién era el que iba a nacer. El arcángel le dijo claramente su identidad y la Virgen comprendió que esta era la pro-mesa hecha a David y que tenía ahora cumplimiento; comprendió que el que iba a nacer era el Mesías, el que Israel espe¬ra¬ba como salva¬dor. Pero subsiste un proble¬ma. De la pregunta de María se deduce que ella tenía un propósito de perpetua virgi¬nidad, es decir, de consagración total a Dios, percibido como una llama-da divina. No se pueden entender de otra manera sus palabras (tanto más considerando que ella estaba compro-meti¬da como esposa de José que sin duda también había aceptado mantenerse célibe): «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». «Conocer varón» es una expresión idio¬mática para indicar la relación se-xual; y «no conozco», dicho en presente, indica una situación que se prolonga perpe¬tuamen¬te. De lo contra-rio, ¿qué dificultad podía encontrar una esposa al anuncio del nacimiento de un hijo? La literatura antigua está llena de anuncios de nacimientos y ninguna mujer reacciona así. El problema de María es que, de parte de Dios, siente el llamado a la virginidad perpetua y, de parte de Dios, se le anuncia el nacimiento de un hijo, y más encima, del Mesías esperado. La respuesta del arcángel le disipa toda duda: «El Espíri¬tu Santo vendrá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra... ninguna cosa es imposible para Dios». El Espíritu de Dios es el que, cerniéndose sobre el abismo caótico, puso armonía y belleza en el universo creado (ver Gn 1,2); el Espíritu de Dios es el que da vida al polvo que es el hombre (ver Gn 2,7; Sal 104,29-30); el Espíritu de Dios hace revivir los huesos secos (ver Ez 37,10); el Espí¬ritu de Dios hace conocer la Verdad (ver Jn 16,13). El Espíritu de Dios puede hacer que una mujer sea virgen y madre. El resto del anuncio, es decir, la identidad completa del que iba a nacer, la Virgen no lo pudo comprender plena¬mente en ese momen¬to: «Será grande y será llamado Hijo del Altísi¬mo... será santo y será llamado Hijo de Dios». Esto era un misterio que ella comprendería en plenitud después de peregrinar en la fe y de conservar, meditándolas en su corazón, cada cosa y cada palabra de Jesús. La Virgen María se entregó sin reserva al misterio de la vida que se engendraba en ella y comenzó su maternidad. Lo aceptó con estas palabras: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra». Si tenía otros planes en su vida, en este momento quedaron todos sometidos al Plan de Reconciliación del Padre amoroso.  «La obediencia de la fe» Si tratamos de entender lo que San Pablo quiere decir cuando nos habla de «obediencia de la fe» en su carta a los Romanos, podemos decir que se trata de la confianza absoluta puesta en Dios y en lo que Él revela. A la luz de la experiencia de María, que leemos en el pasaje de San Lucas, estamos invitados a vivir «la obediencia de la fe» como una respuesta a la invitación de Dios a cooperar con su Divino Plan. Y no podía ser de otro modo, pues siendo Dios Amor, quiere de nosotros una respuesta generosa, y por ello res-peta infinitamente la libertad de su creatura humana. De este modo Dios ha hecho depender del hombre mismo, en sentido último y real, su propia salvación: «Nos creaste sin nuestro consentimiento, pero sólo nos salvarás con nuestro consentimiento», decía san Agustín. El hombre no puede alcanzar la propia sal-vación y realización humana si no es por la obediencia de la fe, libre y amorosa.  Una palabra del Santo Padre: «Hoy, cuarto y último domingo de Adviento, la liturgia quiere prepararnos para la Navidad que ya está a la puerta invitándonos a meditar el relato del anuncio del Ángel a María. El arcángel Gabriel revela a la Vir-gen la voluntad del Señor de que ella se convierta en la madre de su Hijo unigénito: «Concebirás en tu vien-tre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo» (Lc1, 31-32). Fijemos la mirada en esta sencilla joven de Nazaret, en el momento en que acoge con docilidad el mensaje divino con su «sí»; captemos dos aspectos esenciales de su actitud, que es para nosotros mode-lo de cómo prepararnos para la Navidad. Ante todo: su fe, su actitud de fe, que consiste en escuchar la Palabra de Dios para abandonarse a esta Palabra con plena disponibilidad de mente y de corazón. Al responder al Ángel, María dijo: «He aquí la es-clava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (v. 38). En su «heme aquí» lleno de fe, María no sabe por cuales caminos tendrá que arriesgarse, qué dolores tendrá que sufrir, qué riesgos afrontar. Pero es cons-ciente de que es el Señor quien se lo pide y ella se fía totalmente de Él, se abandona a su amor. Esta es la fe de María. Otro aspecto es la capacidad de la Madre de Cristo de reconocer el tiempo de Dios. María es aquella que hizo posible la encarnación del Hijo de Dios, «la revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos» (Rm16, 25). Hizo posible la encarnación del Verbo gracias precisamente a su «sí» humilde y valiente. María nos enseña a captar el momento favorable en el que Jesús pasa por nuestra vida y pide una respuesta disponible y generosa. Y Jesús pasa. En efecto, el misterio del nacimiento de Jesús en Be-lén, que tuvo lugar históricamente hace más de dos mil años, se realiza, como acontecimiento espiritual, en el «hoy» de la Liturgia. El Verbo, que encontró una morada en el seno virginal de María, en la celebración de la Navidad viene a llamar nuevamente al corazón de cada cristiano: pasa y llama. Cada uno de nosotros está llamado a responder, como María, con un «sí» personal y sincero, ponién-dose plenamente a disposición de Dios y de su misericordia, de su amor. Cuántas veces pasa Jesús por nuestra vida y cuántas veces nos envía un ángel, y cuántas veces no nos damos cuenta, porque estamos muy ocupados, inmersos en nuestros pensamientos, en nuestros asuntos y, concretamente, en estos días, en nuestros preparativos de la Navidad, que no nos damos cuenta que Él pasa y llama a la puerta de nues-tro corazón, pidiendo acogida, pidiendo un «sí», como el de María. Un santo decía: «Temo que el Señor pase». ¿Sabéis por qué temía? Temor de no darse cuenta y dejarlo pasar. Cuando nosotros sentimos en nuestro corazón: «Quisiera ser más bueno, más buena... Estoy arrepentido de esto que hice...». Es preci-samente el Señor quien llama. Te hace sentir esto: las ganas de ser mejor, las ganas de estar más cerca de los demás, de Dios. Si tú sientes esto, detente. ¡El Señor está allí! Y vas a rezar, y tal vez a la confe-sión, a hacer un poco de limpieza...: esto hace bien. Pero recuérdalo bien: si sientes esas ganas de mejo-rar, es Él quien llama: ¡no lo dejes marchar!». Papa Francisco. Ángelus 21 de diciembre de 2014.  Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana 1. La maternidad es un auténtico don de Dios. Recemos por aquellas mujeres que están en estado de «buena esperanza» para que acojan con amor y cariño a ese niño que llevan en su vientre. También pidamos por aquellas madres que están pensando abortar en estos días, para que se abran a la gracia de Dios y acogen la bendición de una «vida nueva». 2. Acojamos las palabras del papa Francisco que nos dice: “Un santo decía: «Temo que el Señor pa-se». ¿Sabéis por qué temía? Temor de no darse cuenta y dejarlo pasar”. Miremos en el hermano de la calle a Jesús que viene a nuestro encuentro. 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 456 - 460. 496 - 498. 502- 511. Texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de Adoración nocturna en Toledo