viernes, 13 de noviembre de 2020
Domingo, 13 Nov. 2011; 33 ord. A: Mt 25, 14-30
Estamos terminando el año litúrgico y todos los años por estas fechas la Iglesia nos presenta para nuestra reflexión temas sobre nuestro fin o sobre el premio o castigo que merecerán nuestros actos. Varias veces el Evangelio nos recuerda que nosotros somos administradores de las cosas que, decimos, nos pertenecen; pero que en realidad son dones de Dios, que nos presta para nuestro bien. Desgraciadamente muchas veces los empleamos para el mal o no los empleamos del todo para el bien. Con mucha frecuencia no nos ayudan para amar más a Dios y ser más solidarios con el prójimo.
Hoy Jesús con esta parábola de los talentos nos quiere dar una gran lección: que con los dones que Dios nos da no solamente no tenemos que hacer el mal, sino que debemos hacer positivamente el bien. También podía tener otras finalidades la parábola, como era el recordar de nuevo Jesús a los jefes religiosos de Israel que ellos no tenían la exclusiva de las gracias de Dios, como así se lo recordaba Jesús de varias maneras en las últimas semanas de su vida. Dios quiere que todos se salven, y por lo tanto, si ellos se quedan inactivos y no hacen algo positivo para que otros conozcan la bondad de Dios, tendrán un severo castigo, aunque hayan sido predilectos de Dios.
También podemos ver una aplicación de la parábola a la misma vida de Jesús y de las primitivas comunidades. Jesús se va a marchar, primeramente en la muerte y sobre todo en la Ascensión; pero volverá. Este volver lo describió como un juicio. No dijo que iba a ser pronto, sino “pasado mucho tiempo”. Algunas comunidades primitivas creían que iba a ser enseguida, en poco tiempo; por eso algunos no hacían nada positivo ni trabajaban. San Pablo tiene que denunciarles y dar la solución que hoy nos da Jesús: Hay que poner a invertir los talentos que Dios nos da.
Dios distribuye sus gracias de forma desigual. Hay algunos que creen que esto es una injusticia; pero cada uno tiene sus propias particularidades. La injusticia sería si alguno no tuviera posibilidades de salvación. Es de anotar cómo el amo de la parábola, al premiar al que ha duplicado los cinco talentos y al que ha duplicado los dos talentos, les dice exactamente las mismas palabras, porque los dos han trabajado según las posibilidades que tenían. Dios es libre y a veces sorprendente al dar sus gracias; pero lo que cuenta es el esfuerzo y el rendimiento proporcionado a las gracias.
El mensaje principal de hoy está en el que no pone a fructificar el talento que recibe. Ser cristiano no significa sólo no hacer el mal, como el que dice: “yo no robo ni mato”. Si no hace cosas buenas con los dones recibidos, es señal de que está haciendo algún mal. Y esto es porque una riqueza que se queda muerta o sin invertir, se devalúa. Quien no multiplica lo que tiene, lo dilapida. Por lo tanto quien esconde su talento, ha escogido una seguridad falsa. De hecho es actuar por egoísmo, porque cuando hay amor, se busca aumentar los bienes de la persona amada. A aquel hombre perezoso el amo le castiga no porque haya malgastado el dinero o porque haya robado, sino porque no ha aumentado ese dinero.
Dios nos da muchos bienes, unos son naturales como la vida, la salud, la inteligencia, las habilidades, otros son sobrenaturales como la fe, los sacramentos, la palabra de Dios, la comunidad cristiana. Con todo ello debemos producir muchos bienes, ayudados por la gracia de Dios. Por eso debemos atender a los pecados “de omisión”, de los cuales nos tenemos que arrepentir. Al buen árbol frutal se le estima sobre todo por los frutos que da. A continuación de esta parábola el evangelista nos dirá sobre qué frutos nos pedirá cuenta el Señor, para bien o para mal: las obras de misericordia. En el juicio final se nos preguntará por lo que pudimos hacer y no hicimos. Esta omisión de caridad hacia “los hermanos más pequeños” será causa de castigo. Ojalá que ese día podamos escuchar de los labios de Jesús: “Muy bien, eres un empleado fiel y cumplidor”. Y nos dará el premio eterno.
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