viernes, 20 de noviembre de 2020
Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Ciclo A – 22 de noviembre de 2020 «¡Venid, benditos de mi Padre!»
Lectura del profeta Ezequiel (34,11-12.15-17): A vosotros mis ovejas voy a juzgar entre oveja y ove-ja.
Así dice el Señor Dios: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones.
Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -oráculo del Señor Dios-. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas: a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido.
Y a vosotras, mis ovejas, así dice el Señor: Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.»
Salmo 22,1-2a.2b-3.5.6: El Señor es mi pastor, nada me falta. R./
El Señor es mi pastor, nada me falta: // en verdes praderas me hace recostar. R./
Me conduce hacia fuentes tranquilas // y repara mis fuerzas; // me guía por el sendero justo, // por el honor de su nombre. R./
Preparas una mesa ante mí, // enfrente de mis enemigos; // me unges la cabeza con perfume, // y mi copa rebosa. R./
Tu bondad y tu misericordia me acompañan // todos los días de mi vida, // y habitaré en la casa del Señor // por años sin término. R./
Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (15,20-26.28): Devolverá a Dios Padre su reino y así Dios lo será todo para todos.
Hermanos: Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.
Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la re¬surrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últi¬mos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniqui¬lado todo principado, poder y fuerza.
Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estra¬do de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Y, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se some¬terá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (25,31-46): Se sentará en el trono de su gloria y se-parará a unos de otros.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los án¬geles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él sepa-rará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino prepara¬do para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me ves-tisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme."
Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?»
Y el rey les dirá: "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis."
Y entonces dirá a los de su izquierda: "Apartaos de mi, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visi-tasteis."
Entonces también éstos contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o des¬nudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?"
Y él replicará: "Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo."
Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
El año litúrgico se cierra siempre con la solemnidad de nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo. Desde la reforma litúrgi¬ca la Iglesia ha reservado este último Domingo del año para contemplar a Jesucris-to en la plenitud de su gloria y poder. La primera lectura (Ezequiel 34,11-12.15-17), tomada del profeta Ezequiel, manifiesta el amor del Señor que se desvive por buscar a sus ovejas, sigue su rastro, las apa-cienta, venda sus heridas, cura las enfermas. El Señor juzgará entre oveja y oveja. Asimismo, el Salmo Responsorial 22 destaca el amor y la misericordia del Señor que como Buen Pastor conduce, guía y con-forta a sus ovejas. San Pablo, en la carta a los Corintios, nos habla del poder de Cristo que aniquilará todos los poderes hostiles al Reino de Dios. El último enemigo en ser vencido será la muerte (1Corintios 15,20-26.28). Finalmente, el Evangelio nos presenta la venida definitiva del «Hijo del Hombre» que viene para separar a unos de otros, como un pastor separa a las ovejas de las cabras. El criterio que seguirá el Señor en este día será el criterio del amor y la caridad: porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber... Todos los que hayan practicado el amor a Cristo y a sus hermanos irán a la vida eterna; los otros, al castigo eterno (San Mateo 25,31-46), ya que, como nos dice San Juan de la Cruz: «en la tarde de la vida seremos examinados sobre el amor».
«Yo soy el Buen Pastor»
El profeta Ezequiel nos ofrece uno de los textos más bellos del Antiguo Testamento. En él se repite has-ta tres veces que «el Señor mismo» es quien se preocupa por cada una de sus ovejas; la busca si se han perdido, la cura si está herida, le ofrece pastos abundantes si padece hambre. Los malos pastores, aque-llos que no buscan el «bien común» de sus hermanos, han dejado que se pierdan las ovejas, se han apro-vechado de ellas; por eso, el profeta anuncia que será Dios mismo quien ahora cuidará del rebaño. «Y suscitaré sobre ellos un solo pastor que las apacentará, mi siervo David, él las apacentará y será su pas-tor; y yo, el Señor seré su Dios, y mi siervo David, su príncipe en medio de ellos. Yo, el Señor, he habla-do» (Ez 34, 23-24).Dios que es justo y ejerce esta justicia con amor juzgará a cada una de las ovejas y «vendrá a salvar a (sus) ovejas para que no estén expuestas a los peligros».
El bellísimo salmo 22 hablará del buen pastor y cuánto conforta saber que «Dios mismo» es nuestro pastor, que «Dios mismo» nos conduce y repara nuestras fuerzas, nos guía por senderos de justicia. Éste buen pastor será, al final de nuestra vida, quien nos juzgará. Jesús vino a la tierra como el Buen Pastor en busca de sus ovejas y desea que todas ellas estén en el redil formando parte de su amado rebaño. El pas-tor, al final del texto de Ezequiel, separa oveja de oveja. Se trata pues de una llamada urgente para deci-dirse a favor o en contra del Señor. Quien no está con Él estará contra Él. Muchos, lamentablemente, no quieren oír los ruegos del Señor y no quieren «ser del rebaño de Jesús».
Cristo vence a todos los enemigos del hombre
Cristo, Rey del Universo, vencerá a todos los enemigos del hombre. Así, en la carta a los Corintios, San Pablo habla de todos los principados y potestades que se oponen al Reino de Dios. «Todos los enemigos deben quedar bajo el estrado de sus pies», porque al final de los tiempos se debe realizar toda justicia. Al final, el mal será definitivamente derrotado por el bien y por el amor; pero recordemos que el triunfo del Reino de Cristo no tendrá lugar sin un último asalto de las fuerzas del mal. Pablo mismo nos exhorta: «No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rm 12,21).El enemigo de Dios y del hombre, el diablo, sufrirá la última derrota de frente a Cristo resucitado, Señor de vivos y de muertos. ¡Cómo deberían incidir en nuestras vidas, verdades tan fundamentales y decisivas! Cristo tiene que reinar. Cristo reinará y vencerá el último enemigo, la muerte. En su bello libro «Memoria e Identidad» el recordado San Juan Pablo II nos dice: «He aquí la respuesta a la pregunta esencial: el sentido más hondo de la historia rebasa la historia y encuentra la plena explicación en Cristo, Dios-Hombre. La espe-ranza cristiana supera los límites del tiempo. El reino de Dios se inserta y se desarrolla en la historia hu-mana pero su meta es la vida futura».
«Pero, ¿cuándo te vimos desnudo, hambriento, enfermo o en la cárcel?»
Siempre que escuchamos acerca del «Juicio Final» tenemos la tentación de pensar que ésta es una realidad bastante lejana de nuestra vida cotidiana. ¡Todavía falta tanto tiempo…! Justamente lo que el Se-ñor Jesús hace es traernos lo más cerca posible esta realidad última. El pasaje se inicia hablando sobre el «Hijo del hombre» que vendrá en su gloria. Este es el nombre que Jesús adoptó para referirse a su propia perso¬na y es un título enigmático que al mismo tiempo oculta y revela su miste¬rio.
En efecto, el Hijo eterno de Dios que estaba en los esplendores de la gloria del Padre, «se despojó de sí mismo tomando la condi¬ción de siervo hacién¬dose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como un hombre; y se humilló a sí mismo, obede¬ciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2,7-8). Cuando Jesús estaba ante los Sumos Sacerdo¬tes y el Sanedrín, respondiendo sobre quién era, dice: «Sí, y yo os aseguro que veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo» (Mt 26,64). El que estaba siendo juzgado y condenado por los hombres, es el mismo que al final de la historia vendrá como Juez de vivos y muertos y serán congregadas ante Él todas las naciones. Pondrán unos a su derecha y otros a su izquierda.
¿Cuál será el criterio para decidir quiénes irán a un lado u otro? Ante todo, sabemos que no es insignifi-cante el estar a la derecha o a la izquierda ya que nuestra «eternidad» depende de ello. La diferencia entre una situación y la otra es total: unos son llamados «benditos de mi Padre» y los otros, «mal¬ditos»; unos poseen el Reino y los otros van al fuego eter¬no. Pero por otro sabemos que no es una sentencia arbitraria, porque el Juez explica los motivos de la glorificación o de la condenación eterna. A los de la derecha el Rey dirá: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me acogis-teis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba en la cárcel y vinisteis a verme». La sorpresa ahora será mayúscula ya que, aparentemente, nunca se han encontrado con el Se-ñor. Sin embargo, la respuesta aclara la duda: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pe-queños, a mí me lo hicis¬teis». El Rey se identifica con los hambrientos, los sedientos, los desnudos, los enfermos, los débiles, los encarcelados, los despreciados del mundo. Si queremos ser gratos al Rey, el único modo que tenemos aquí en la tierra es hacerlo en aquéllos a quie¬nes él llama «mis hermanos más pequeños». Jamás se ha elevado a una dignidad mayor a los pobres y necesitados. A los de la izquierda dirá lo contrario y éstos preguntarán: «¿Cuándo...cuándo?». Y la sentencia seguirá la misma lógica que la anterior: «Cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, conmigo dejasteis de hacerlo».
La última y definitiva sentencia
El juicio es final y la sentencia por lo tanto es definiti¬va: «Irán unos al castigo eterno y los otros a la vida eter¬na». Ambas situaciones son «eter¬nas» y no habrá tribunal de apela¬ción ya que no habrá más tiempo ni espacio. El criterio discriminante está claramente expuesto: el amor. San Agustín nos dice: «El amor es la consumación de todas nuestras obras. En el amor está el fin. Hacia él corremos». Sabemos claramente qué nos van a examinar. Toca a cada uno preparar bien la respuesta que daremos. La única actitud que no podremos tener es la de preguntar: «¿Cuándo, Señor, te vimos en necesi¬dad?». Nunca se expresó en modo más claro que el amor a Dios y amor al prójimo constituyen un solo amor: amando a los pequeños de este mundo es a Cristo mismo a quien amamos.
Una palabra del Santo Padre:
«El tema de este año nos invita a meditar una expresión del Libro de Job: «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies» (29,15). Quisiera hacerlo en la perspectiva de la sapientiacordis, la sabiduría del cora-zón.
1. Esta sabiduría no es un conocimiento teórico, abstracto, fruto de razonamientos. Antes bien, como la describe Santiago en su Carta, es «pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y bue-nos frutos, imparcial, sin hipocresía» (3,17). Por tanto, es una actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios. De manera que, hagamos nuestra la invocación del Salmo: «¡A contar nuestros días enséñanos / para que entre la sabiduría en nuestro corazón!» (Sal 90,12). En esta sapientiacordis, que es don de Dios, podemos resumir los frutos de la Jornada Mundial del Enfermo.
2. Sabiduría del corazón es servir al hermano. En el discurso de Job que contiene las palabras «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies», se pone en evidencia la dimensión de servicio a los necesitados de parte de este hombre justo, que goza de cierta autoridad y tiene un puesto de relieve entre los ancianos de la ciudad. Su talla moral se manifiesta en el servicio al pobre que pide ayuda, así como también en el ocu-parse del huérfano y de la viuda (vv.12-13).
Cuántos cristianos dan testimonio también hoy, no con las palabras, sino con su vida radicada en una fe genuina, y son «ojos del ciego» y «del cojo los pies». Personas que están junto a los enfermos que tienen necesidad de una asistencia continuada, de una ayuda para lavarse, para vestirse, para alimentar-se. Este servicio, especialmente cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado. Es relativamente fácil servir por algunos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o incluso durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecer. Y, sin embargo, ¡qué gran camino de san-tificación es éste! En esos momentos se puede contar de modo particular con la cercanía del Señor, y se es también un apoyo especial para la misión de la Iglesia.
3. Sabiduría del corazón es estar con el hermano. El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la imagen de su Hijo, el cual «no ha venido para ser servi-do, sino para servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28). Jesús mismo ha dicho: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22,27).
Pidamos con fe viva al Espíritu Santo que nos otorgue la gracia de comprender el valor del acompaña-miento, con frecuencia silencioso, que nos lleva a dedicar tiempo a estas hermanas y a estos hermanos que, gracias a nuestra cercanía y a nuestro afecto, se sienten más amados y consolados. En cambio, qué gran mentira se esconde tras ciertas expresiones que insisten mucho en la «calidad de vida», para inducir a creer que las vidas gravemente afligidas por enfermedades no serían dignas de ser vividas.
4. Sabiduría del corazón es salir de sí hacia el hermano. A veces nuestro mundo olvida el valor espe-cial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo, porque estamos apremiados por la prisa, por el fre-nesí del hacer, del producir, y nos olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse cargo del otro. En el fondo, detrás de esta actitud hay frecuencia una fe tibia, que ha olvidado aquella pa-labra del Señor, que dice: «A mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).
Por esto, quisiera recordar una vez más «la absoluta prioridad de la “salida de sí hacia el otro” como uno de los mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro para dis-cernir acerca del camino de crecimiento espiritual como respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios» (Exhort. ap. Evangeliigaudium, 179). De la misma naturaleza misionera de la Iglesia brotan «la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve» (ibíd.).
5. Sabiduría del corazón es ser solidarios con el hermano sin juzgarlo. La caridad tiene necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para visitarles. Tiempo para estar junto a ellos, como hicieron los amigos de Job: «Luego se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande» (Jb 2,13). Pero los amigos de Job escondían dentro de sí un juicio negativo sobre él: pensaban que su desventura era el castigo de Dios por una culpa suya. La caridad verdadera, en cambio, es participación que no juzga, que no pretende convertir al otro; es libre de aquella falsa humildad que en el fondo busca la aprobación y se complace del bien he-cho».
Papa Francisco. Mensaje con ocasión de la XXIII Jornada Mundial del Enfermo 2015
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. «A mí me lo hicisteis». ¿Cómo vivo la caridad y la solidaridad con mis hermanos más necesita-dos, especialmente en los duros tiempos que vivimos? ¿Percibo en ellos el rostro de Cristo?
2. «El Señor es mi Pastor, nada me falta». Recemos y meditemos en familia el bello Salmo 23(22).
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 678- 679.
TEXTO facilitado JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACION NOCTURNA, TOLEDO
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