viernes, 27 de noviembre de 2020
Domingo de la Semana 1 del Tiempo de Adviento. Ciclo B- 29 de noviembre de 2020 «Estad atentos y vigilad »
Lectura del profeta Isaías (63, 16b-17.19b; 64, 2b-7): ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!
Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es «Nuestro redentor». Señor, ¿por qué nos extra-vías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos. Estabas airado, y nosotros fracasarnos; aparta nuestras culpas, y seremos salvos.
Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa. Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano.
Salmo 79, 2ac.3b.15-16.18-19: Oh Dios restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. R./
Pastor de Israel, escucha, // tú que te sientas sobre querubines, resplandece. // Despierta tu poder y ven a salvarnos. R./
Dios de los ejércitos, vuélvete: // mira desde el cielo, fíjate, // ven a visitar tu viña, // la cepa que tu diestra plantó, // y que tú hiciste vigorosa. R./
Que tu mano proteja a tu escogido, // al hombre que tú fortaleciste. // No nos alejaremos de ti; // danos vida, para que invoquemos tu nombre. R./
Lectura de la primera carta de San Pablo a los cristianos de (Corinto 1, 3-9): Aguardamos la mani-festación de Jesucristo nuestro Señor.
Hermanos: La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros. En mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús. Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifesta-ción de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusa-ros en el día de Jesucristo, Señor nuestro.
Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (13, 33-37): Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encar-gando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!»
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Con el I Domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico (ciclo B). Jesucristo es el centro de la his-toria humana y su venida al mundo es el aconteci¬miento que ha divido toda la historia en una «antes» y «des¬pués». Justamente las lecturas de este Domingo se refieren a esa espera, así como a la salvación prometida por Dios. En la Primera Lectura tenemos una bellísima oración, en forma de salmo , que expresa los sentimientos de los israelitas que volvían alegres a la tierra prometida después del destierro, pero adver-tían que, extrañamente, la intervención salvífica de Dios se hacía esperar: «¡Ah si rompieses los cielos y descendieses!» Hay dolor por la realidad actual, pero esperanza serena en la promesa del Señor. En la Se-gunda Lectura San Pablo nos dice que ya no nos falta ningún don: todo ya ha sido dado en Jesucristo para nuestra salvación ya que Dios es siempre fiel a todas sus promesas. El Evangelio de San Marcos indica cuál debe de ser la actitud normal del creyente consecuente con su fe: la espera vigilante. ¡El Señor está para llegar en cualquier momento en nuestras vidas! Quétemerario resulta entonces no vigilar y más aún quedarnos dormidos…no sea que llegue de improviso.
«Yahveh, tú eres nuestro Padre y Redentor desde siempre»
Después de recordar la actitud providente de Dios con su pueblo, Isaías invita a Yahveh a manifestar de nuevo sus cuidados y prodigios. Le pide que contemple desde el cielo (ver 63,15) y vea la situación actual de su pueblo abandonado: «¿dónde está tu celo y tu fortaleza…?¿Y tus misericordias ante mí se han con-tenido?». Sin embargo, el profeta reconoce que Yahveh es el único que los puede rescatar y redimir de sus culpas. El profeta alza al cielo una pregunta y pregunta porqué los deja andar errantes por sus caminos o caprichos, permitiendo que se endurezca su corazón, de modo que no obren según el temor de Dios. Esta situación de abandono hace que el profeta sienta ansias de que se «abran los cielos», el único obstáculo físico entre Dios y su pueblo. Sin embargo, después de reconocer los pecados del pueblo, el profeta apela a la misericordia de Dios: Israel es su pueblo y Yahveh no es indiferente a sus calamidades. «Pues bien, Yah-veh, tú eres nuestro Padre. Nosotros la arcilla, y tú nuestro alfarero, la hechura de tus manos todos noso-tros». La única razón de existir de Israel es justamente la elección de Dios. Y esto nunca está lejos del cora-zón de Dios.
«Estad atentos y vigilad»
El Evangelio comienza con estas palabras de Jesús: «Estad aten¬tos y vigilad, porque igno¬ráis cuándo será el momento". Y luego Jesús agrega una parábola para ilustrar la necesidad de estar siempre a la espe-ra: «Es igual que un hombre que se ausenta... y ordena al portero que vele: velad, por tanto, ya que no sa-béis cuándo viene el dueño de la ca¬sa...». En este breve Evange¬lio es claro que no sabemos el momento, pero no se nos aclara el momento de qué. Es porque ya lo ha dicho Jesús antes: «Entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vien¬tos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo» (Mc 13,26-27).Lo importante es fijar ahora nuestra mirada en ese momento de la venida final de Jesús. Si el momento de la primera venida de Cristo, con una ciencia más depurada, podría llegar a fijarse con precisión, el momento de su última venida es imposible predecirlo. Esto es un punto firme de la enseñanza de Cris¬to, tanto que llega a decir: «De aquel día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre» (Mc 13,32). «Nadie sabe nada»; y entre los que excluye el conocimiento de este día, excluye también al Hijo (se entiende en su condición humana, que es la situa¬ción en que habría podido revelarlo). Hay una sola excep¬ción: el Padre. Es que Dios no tiene sucesión de tiempo; Él ve toda la historia presente de punta a cabo. Es como el autor de una pieza de teatro que en el momento de crearla ya sabe cuándo empieza y cuándo termina. Nadie más lo sabe por más que aparezcan los clásicos «sabedores de todas las ciencias ocultas» que quieran embaucarnos con falsas previsiones.
Alguien podría pensar que el tema de la espera vigi¬lante es más intenso ahora que antes, pues ahora es-tamos más cerca del fin. En realidad, el tema de la vigilancia rige en todas las edades con igual intensidad. Este es el sentido de la amplia¬ción de los destinatarios que leemos en el Evangelio: «Lo que a vosotros digo, lo digo a todos: ¡Velad!». Lo que Jesús mandaba a los de su tiempo lo manda también a noso¬tros más de 2020 años después, y su voz resuena con la misma urgencia en todas las edades intermedias. Es esencial a la condición cristiana estar en vela siempre y esperando. La advocación cristiana más antigua lo atesti¬gua: «Maranatha: Señor, ven» (1Cor 16,22).
«No sea que los encuentre dormidos…»
San Agustín comentando sobre la vigilancia distingue el sueño del cuerpo y el sueño del alma: «Dios ha concedido al cuerpo el don del sueño, con el cual se restauran sus miembros, para que puedan sostener al alma vigilante. Lo que debemos evitar es que nuestra alma duerma. Malo es el sueño del alma. El sueño del alma es el olvido de su Dios... A éstos el apóstol dice: 'Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo' (Ef 5,14). Así como el que duerme corporalmente de día, aunque brille el sol y el día caliente, es como si estu¬viera de noche; así también algunos, ya presente Cristo y anuncia¬da la ver-dad, yacen en el sueño del alma».
El que duerme tiene que despertarse ahora; no mañana, porque no sabe si el Señor viene «al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada». No hay que ser como ese hombre que tenía el vicio del juego y dijo: «Prometo que desde mañana ya no jugaré más; esta noche será la última vez». Éste está perdido, porque mañana dirá lo mismo y así sucesivamente, y el día del Señor lo sorprenderá durmien-do. Hay que ser como este otro: «Mañana no sé; pero esta noche, no». El primero se parece demasiado a los que duermen y dicen hoy, al comenzar el Adviento: «Me volveré a Dios sin falta para Navidad». Es se-guro que cuando llegue la Navidad, dirán: «Lo haré sin falta en Cuares¬ma..., etc.». A cada uno nos manda el Señor el mismo mensaje que envió a la Iglesia de Laodicea: «Sé ferviente y arrepiénte¬te. Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmi-go» (Ap 3,19-20).
Una palabra del Santo Padre:
«Hoy comenzamos el camino de Adviento, que culminará en la Navidad. El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo. Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a los vivos y a los muertos». Por eso debemos estar siempre alerta y esperar al Se-ñor con la esperanza de encontrarlo. La liturgia de hoy nos habla precisamente del sugestivo tema de la vigilia y de la espera. En el Evangelio (Marcos 13, 33-37) Jesús nos exhorta a estar atentos y a vigilar para estar listos para recibirlo en el momento del regreso. Nos dice: «Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento [...] No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos». (vv. 33-36).
La persona que está atenta es la que, en el ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o la su-perficialidad, sino que vive de modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás. Con esta actitud nos damos cuenta de las lágrimas y las necesidades del prójimo, y podemos per-cibir también sus capacidades y sus cualidades humanas y espirituales. La persona mira después al mun-do, tratando de contrarrestar la indiferencia y la crueldad que hay en él y alegrándose de los tesoros de belleza que también existen y que deben ser custodiados. Se trata de tener una mirada de comprensión para reconocer tanto las miserias y las pobrezas de los individuos y de la sociedad, como para reconocer la riqueza escondida en las pequeñas cosas de cada día, precisamente allí donde el Señor nos ha coloca-do.
La persona vigilante es la que acoge la invitación a velar, es decir, a no dejarse abrumar por el sueño del desánimo, la falta de esperanza, la desilusión; y al mismo tiempo rechaza la llamada de tantas vanidades de las que está el mundo lleno y detrás de las cuales, a veces, se sacrifican tiempo y serenidad personal y familiar. Es la experiencia dolorosa del pueblo de Israel, narrada por el profeta Isaías: Dios parecía haber dejado vagar a su pueblo, fuera de sus caminos (cf. 63, 17), pero esto era el resultado de la infidelidad del mismo pueblo (cf. 64, 4b). También nosotros nos encontramos a menudo en esta situación de infidelidad a la llamada del Señor: Él nos muestra el camino bueno, el camino de la fe, el camino del amor, pero nosotros buscamos la felicidad en otra parte.
Estar atentos y vigilantes son las premisas para no seguir «vagando fuera de los caminos del Señor», perdidos en nuestros pecados y nuestras infidelidades; estar atentos y alerta, son las condiciones para permitir a Dios irrumpir en nuestras vidas, para restituirle significado y valor con su presencia llena de bon-dad y de ternura. Que María Santísima, modelo de espera de Dios e icono de vigilancia, nos guíe hacia su Hijo Jesús, reavivando nuestro amor por él».
Papa Francisco. Ángelus, 3 de diciembre de 2017.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. Vivamos junto con la Iglesia la espera del nacimiento del Niño Jesús. Preparemos y encendamos la primera vela de la corona de adviento en familia.
2. Nuestra esperanza no se da en abstracto. ¿Cómo voy a vivir de manera concreta esa espera?
3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 524. 1095. 1817-1821.
Texto facilitado por Juan Ramón Pulido, presidente de Adoración Nocturna en Toledo
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