domingo, 28 de febrero de 2021

Pastores según mi corazón - I La Voz y las voces Al igual que otros profetas, Jeremías es impulsado por Dios a denunciar a su pueblo, el Israel de la alianza, el Israel elegido y llamado a ser el torrente por el que todas las naciones serán bañadas con las bendiciones divinas, el Israel en cuyo seno habrá de nacer el Mesías, fundamento y razón de ser de nuestra inmortalidad (Jn 11,25-26). Israel, “la niña de los ojos de Dios” (Dt 32,10), se cansa de Él. Sus sentidos necesitan ver, oír y tocar a su Dios, de la misma forma que los demás pueblos ven, oyen y tocan a sus dioses. A esto hay que añadir que ya no son esclavos de nadie, han prosperado, son ricos y fuertes, en fin, todo un conjunto de realidades que les llevan a la conclusión de que pueden perfectamente prescindir de Dios. El pueblo santo pasa así a una apostasía si no teórica, sí práctica. Israel se aparta, da la espalda a Dios, a pesar de lo cual sigue siendo la niña de sus ojos. Por ello, porque “su ternura es inagotable (Jr 31,20b), le envía profetas para recordarle su prodigiosa historia de salvación que le haga tomar conciencia de quién es, y que su desarrollo y prosperidad han sido posibles gracias a su Dios, ése que, si bien no es visible a sus ojos, nunca ha dejado de estar a su lado. Jeremías, que expresa como nadie la ternura y también la misericordia de Dios para con su pueblo, y en él a todos y cada uno de los hombres, denuncia la apostasía de Israel en términos tan claros como inequívocos; no hay asomo de ambigüedad en su hablar, aunque, y bien que lo sabe, le causará todo tipo de rechazo e incluso persecución. Sin embargo, junto con la denuncia, Dios pone en su boca promesas que vienen en ayuda de la debilidad de estos hombres. Escuchemos una de ellas profetizada justamente después de haber denunciado la apostasía práctica del pueblo santo: “Volved, hijos apóstatas, dice el Señor, porque yo soy vuestro Señor. Os iré recogiendo uno a uno de cada ciudad… Os pondré pastores según mi corazón que os den pasto de conocimiento y sabiduría” (Jr 3,14-15). No nos cuesta ningún esfuerzo reconocer en Jesucristo al Buen Pastor por excelencia según el corazón de Dios, anunciado por Jeremías. Él es quien escribirá la Palabra en el corazón del hombre llenándolo del sabio conocimiento de Dios (Jr 31,33-34). Él será quien dará a conocer a sus discípulos los misterios del Reino de los Cielos, expresión bíblica que en realidad significa los Misterios de Dios: “A vosotros se os ha dado a conocer el misterio del Reino de los Cielos” (Mt 13,11). Siguiendo adelante en esta misma cita bíblica y en el mismo contexto, Jesús hace mención de la palabra del Reino (Mt 13,19) en una referencia inequívoca a la Palabra de Dios. Él es el Buen Pastor que, con su palabra, introduce a los suyos en el Misterio de Dios, introducción que, como nos dice Marcos, es llevada a cabo en la intimidad como quien confía un secreto: “Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado” (Mc 4,33-34). Creo que no hemos tenido ninguna dificultad en reconocer a Jesucristo como el Pastor según el corazón de Dios profetizado por Jeremías. La cuestión es que el profeta nos habla de pastores en plural. Pastores según el corazón de Dios que sientan el crujir de las telas de sus entrañas ante las inmensas multitudes que vagan por el mundo entero, vejadas y abatidas porque no tienen quien alimente sus almas (Mt 9,36). El salto que se nos pide a los hombres para pastorear así, según el corazón y la misericordia de Dios, es una quimera, una utopía, se nos pide un imposible. Bueno, para eso está Dios y para eso se encarnó, se hizo Emmanuel, para que fuésemos testigos de la viabilidad de aquello que consideramos, con justo criterio, inviable, imposible. De hecho, un hombre de fe es alguien que acumula muchos imposibles en su vida y que Dios ha hecho posibles. Una vez resucitado, Jesús, el que somete toda utopía, se encuentra con los suyos, con sus discípulos. Nos deleitamos en uno de esos encuentros, el que tuvo con Pedro después de la pesca milagrosa. Conocemos las líneas maestras de la conversación que mantuvo con él: Pedro, ¿me amas? –Señor, sabes que sí. – ¡Apacienta mis ovejas!- Así por tres veces. La propuesta del Hijo de Dios deja a Pedro aturdido. Le está proponiendo un pastoreo a “sus ovejas”. Unas ovejas que necesitan ser alimentadas, como decía Jeremías, con “pasto de conocimiento y sabiduría”. Bastante estupor sobrelleva Pedro al ver a Jesús dirigirse a él con el corazón lleno de perdón por su triple negación, como para asimilar esta invitación: ser pastor como Él, según su corazón, con la misión de –como dice Pablo- administrar los misterios de Dios (1Co 4,1). Yo les capacitaré No, no hay corazón que pueda soportar tanto amor. Parece como si éste librase una batalla por su propia supervivencia, como si todo en su interior fuera a saltar en mil pedazos. Detengámonos un poco e intentemos hacernos cargo del caos que se ha desencadenado en las profundidades del apóstol. En realidad Jesús le está ofreciendo el don de alimentar-apacentar a sus ovejas tal y como el Buen Pastor, descrito por el salmista, las apacienta (Sl 23). Así es. Jesús, al proponer a Pedro el pastoreo de sus ovejas, le está capacitando para conducirlas a los verdes prados donde puedan alimentarse de la fresca hierba, es decir, no de pan recalentado, sino de ese pan de cada día, aún caliente y crujiente, recién salido del horno del Misterio de Dios. Bajo esta llamada, Pedro será el buen pastor que hará de la Palabra un banquete en el que cada invitado será ungido con perfumes por el anfitrión –Dios- y en el que la copa de la comunión –el amor en el espíritu- rebosa, como profetiza el salmista. Un banquete en el que todos somos Juan (Jn 13,25) con nuestro oído recostado sobre el pecho de Dios, sede de su Sabiduría…, es decir, a la escucha. Apacienta mis ovejas. Por tres veces Jesús confía esta misión a Pedro. Por tres veces el pescador rudo se estremece, sus rodillas tiemblan como las de un adolescente que reprime sus emociones. Oigamos el rumor interior de Pedro: ¡Jesús me confía sus ovejas, aquellas por las que ha sido desfigurado en la cruz hasta morir! ¡Me confía lo que le ha costado toda su sangre, su cuerpo y su dignidad…! Pedro, sin salir de su asombro, oye esta invitación. Siente que se dobla, como que necesita una fuerza sobrehumana para tenerse en pie; no se atreve a decirle a Jesús cuánto le ama, pues ni siquiera se considera digno de amarle. Sin embargo, cada uno de sus temblores y estremecimientos le delatan. No sabe muy bien por qué, pero adivina que sus negaciones se han perdido desdibujadas por el cosmos inmensurable. Por supuesto que no entiende lo que está pasando…, lo que sí intuye es que está limpio, sin pecado…; una sangre derramada le ha purificado, ha borrado sus pecados sin dejar rastro de ellos, como siglos antes había suplicado el rey David (Sl 51,3-4). Purificación que los cristianos tenemos ante nuestros ojos cada vez que celebramos la Eucaristía: “…porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt 26,28). Pedro tiene ante sí al que ha dado la vida por él y le ha hecho nacer de nuevo con su perdón repitiéndole una y otra vez: ¿Me amas…? ¿Qué esperas para responder? ¡Quiero que seas mi boca, apacienta mis ovejas!, dales mi Palabra, mi Evangelio. Mis ovejas se distinguen de todas las demás por lo que comen, y también ellas distinguen mi Voz de la voz de los extraños (Jn 10,4-5). Pues bien, ¡tú serás mi Voz! Por primera vez a lo largo de este encuentro, Pedro alzó sus ojos y los fijó en el Dios de los dioses, el Señor de los señores. Por dos veces, con la cabeza gacha y como avergonzado, apenas había alcanzado a susurrar: ¡Señor, tú sabes que te amo! En esta tercera vez, y como he señalado, se atrevió a levantar su rostro hacia su Señor. No se avergonzó de estar en presencia de su Maestro y Señor. Asiendo fuertemente sus brazos, confesó: ¡Señor, sabes que te amo! Aquí me tienes no con mis fuerzas sino con las tuyas, pues me has rescatado con tu amor, me has hecho subir desde mis infiernos, y, por supuesto que te amo. No te lo digo con mis palabras –bien conoce la criada de Caifás el valor que ellas tienen- sino con las tuyas en mi corazón: tu Evangelio. Jesús, viéndole ganado para la salvación del mundo, selló definitivamente su propuesta: apacienta mis ovejas. Este tú a tú entre el Resucitado y el hombre rescatado marca un punto de inflexión, al tiempo que abre una puerta a la ininterrumpida generación de pastores según el corazón de Dios que nunca faltarán en la Iglesia. Pastores que recibirán de su Señor y Maestro el don y la sabiduría para partir el pan de la Palabra y darlo como alimento a sus ovejas, “cuyas almas viven porque la escuchan” (Is 55,3). Esta misión de los pastores según el corazón de Dios, tan impresionante como bella, no termina ahí. Sabemos que son pastores porque su Señor les enseña a partir la Palabra para darla como alimento a su rebaño. Esto, con ser sublime, es insuficiente, falta otro paso que también Dios les concede, y es el de enseñar a sus ovejas a partir la Palabra por sí mismas; sólo así alcanzarán la mayoría de edad, es decir, la fe adulta. Apacienta mis ovejas. La propuesta-llamada de Jesús continúa recorriendo el mundo entero en busca de pastores que alivien las heridas del hombre sin Dios, del hombre que dio y da muerte a su esperanza porque su arco existencial empieza y acaba en sí mismo. ¡Apacienta mis ovejas! He ahí la voz que resuena insistentemente por el mundo entero. Bienaventurados los que oigan esta llamada y comprendan que su aceptación “no es una renuncia sino una ganancia” (Flp 3,7-8).

Pastores según mi corazón - I La Voz y las voces Al igual que otros profetas, Jeremías es impulsado por Dios a denunciar a su pueblo, el Israel de la alianza, el Israel elegido y llamado a ser el torrente por el que todas las naciones serán bañadas con las bendiciones divinas, el Israel en cuyo seno habrá de nacer el Mesías, fundamento y razón de ser de nuestra inmortalidad (Jn 11,25-26). Israel, “la niña de los ojos de Dios” (Dt 32,10), se cansa de Él. Sus sentidos necesitan ver, oír y tocar a su Dios, de la misma forma que los demás pueblos ven, oyen y tocan a sus dioses. A esto hay que añadir que ya no son esclavos de nadie, han prosperado, son ricos y fuertes, en fin, todo un conjunto de realidades que les llevan a la conclusión de que pueden perfectamente prescindir de Dios. El pueblo santo pasa así a una apostasía si no teórica, sí práctica. Israel se aparta, da la espalda a Dios, a pesar de lo cual sigue siendo la niña de sus ojos. Por ello, porque “su ternura es inagotable (Jr 31,20b), le envía profetas para recordarle su prodigiosa historia de salvación que le haga tomar conciencia de quién es, y que su desarrollo y prosperidad han sido posibles gracias a su Dios, ése que, si bien no es visible a sus ojos, nunca ha dejado de estar a su lado. Jeremías, que expresa como nadie la ternura y también la misericordia de Dios para con su pueblo, y en él a todos y cada uno de los hombres, denuncia la apostasía de Israel en términos tan claros como inequívocos; no hay asomo de ambigüedad en su hablar, aunque, y bien que lo sabe, le causará todo tipo de rechazo e incluso persecución. Sin embargo, junto con la denuncia, Dios pone en su boca promesas que vienen en ayuda de la debilidad de estos hombres. Escuchemos una de ellas profetizada justamente después de haber denunciado la apostasía práctica del pueblo santo: “Volved, hijos apóstatas, dice el Señor, porque yo soy vuestro Señor. Os iré recogiendo uno a uno de cada ciudad… Os pondré pastores según mi corazón que os den pasto de conocimiento y sabiduría” (Jr 3,14-15). No nos cuesta ningún esfuerzo reconocer en Jesucristo al Buen Pastor por excelencia según el corazón de Dios, anunciado por Jeremías. Él es quien escribirá la Palabra en el corazón del hombre llenándolo del sabio conocimiento de Dios (Jr 31,33-34). Él será quien dará a conocer a sus discípulos los misterios del Reino de los Cielos, expresión bíblica que en realidad significa los Misterios de Dios: “A vosotros se os ha dado a conocer el misterio del Reino de los Cielos” (Mt 13,11). Siguiendo adelante en esta misma cita bíblica y en el mismo contexto, Jesús hace mención de la palabra del Reino (Mt 13,19) en una referencia inequívoca a la Palabra de Dios. Él es el Buen Pastor que, con su palabra, introduce a los suyos en el Misterio de Dios, introducción que, como nos dice Marcos, es llevada a cabo en la intimidad como quien confía un secreto: “Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado” (Mc 4,33-34). Creo que no hemos tenido ninguna dificultad en reconocer a Jesucristo como el Pastor según el corazón de Dios profetizado por Jeremías. La cuestión es que el profeta nos habla de pastores en plural. Pastores según el corazón de Dios que sientan el crujir de las telas de sus entrañas ante las inmensas multitudes que vagan por el mundo entero, vejadas y abatidas porque no tienen quien alimente sus almas (Mt 9,36). El salto que se nos pide a los hombres para pastorear así, según el corazón y la misericordia de Dios, es una quimera, una utopía, se nos pide un imposible. Bueno, para eso está Dios y para eso se encarnó, se hizo Emmanuel, para que fuésemos testigos de la viabilidad de aquello que consideramos, con justo criterio, inviable, imposible. De hecho, un hombre de fe es alguien que acumula muchos imposibles en su vida y que Dios ha hecho posibles. Una vez resucitado, Jesús, el que somete toda utopía, se encuentra con los suyos, con sus discípulos. Nos deleitamos en uno de esos encuentros, el que tuvo con Pedro después de la pesca milagrosa. Conocemos las líneas maestras de la conversación que mantuvo con él: Pedro, ¿me amas? –Señor, sabes que sí. – ¡Apacienta mis ovejas!- Así por tres veces. La propuesta del Hijo de Dios deja a Pedro aturdido. Le está proponiendo un pastoreo a “sus ovejas”. Unas ovejas que necesitan ser alimentadas, como decía Jeremías, con “pasto de conocimiento y sabiduría”. Bastante estupor sobrelleva Pedro al ver a Jesús dirigirse a él con el corazón lleno de perdón por su triple negación, como para asimilar esta invitación: ser pastor como Él, según su corazón, con la misión de –como dice Pablo- administrar los misterios de Dios (1Co 4,1). Yo les capacitaré No, no hay corazón que pueda soportar tanto amor. Parece como si éste librase una batalla por su propia supervivencia, como si todo en su interior fuera a saltar en mil pedazos. Detengámonos un poco e intentemos hacernos cargo del caos que se ha desencadenado en las profundidades del apóstol. En realidad Jesús le está ofreciendo el don de alimentar-apacentar a sus ovejas tal y como el Buen Pastor, descrito por el salmista, las apacienta (Sl 23). Así es. Jesús, al proponer a Pedro el pastoreo de sus ovejas, le está capacitando para conducirlas a los verdes prados donde puedan alimentarse de la fresca hierba, es decir, no de pan recalentado, sino de ese pan de cada día, aún caliente y crujiente, recién salido del horno del Misterio de Dios. Bajo esta llamada, Pedro será el buen pastor que hará de la Palabra un banquete en el que cada invitado será ungido con perfumes por el anfitrión –Dios- y en el que la copa de la comunión –el amor en el espíritu- rebosa, como profetiza el salmista. Un banquete en el que todos somos Juan (Jn 13,25) con nuestro oído recostado sobre el pecho de Dios, sede de su Sabiduría…, es decir, a la escucha. Apacienta mis ovejas. Por tres veces Jesús confía esta misión a Pedro. Por tres veces el pescador rudo se estremece, sus rodillas tiemblan como las de un adolescente que reprime sus emociones. Oigamos el rumor interior de Pedro: ¡Jesús me confía sus ovejas, aquellas por las que ha sido desfigurado en la cruz hasta morir! ¡Me confía lo que le ha costado toda su sangre, su cuerpo y su dignidad…! Pedro, sin salir de su asombro, oye esta invitación. Siente que se dobla, como que necesita una fuerza sobrehumana para tenerse en pie; no se atreve a decirle a Jesús cuánto le ama, pues ni siquiera se considera digno de amarle. Sin embargo, cada uno de sus temblores y estremecimientos le delatan. No sabe muy bien por qué, pero adivina que sus negaciones se han perdido desdibujadas por el cosmos inmensurable. Por supuesto que no entiende lo que está pasando…, lo que sí intuye es que está limpio, sin pecado…; una sangre derramada le ha purificado, ha borrado sus pecados sin dejar rastro de ellos, como siglos antes había suplicado el rey David (Sl 51,3-4). Purificación que los cristianos tenemos ante nuestros ojos cada vez que celebramos la Eucaristía: “…porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt 26,28). Pedro tiene ante sí al que ha dado la vida por él y le ha hecho nacer de nuevo con su perdón repitiéndole una y otra vez: ¿Me amas…? ¿Qué esperas para responder? ¡Quiero que seas mi boca, apacienta mis ovejas!, dales mi Palabra, mi Evangelio. Mis ovejas se distinguen de todas las demás por lo que comen, y también ellas distinguen mi Voz de la voz de los extraños (Jn 10,4-5). Pues bien, ¡tú serás mi Voz! Por primera vez a lo largo de este encuentro, Pedro alzó sus ojos y los fijó en el Dios de los dioses, el Señor de los señores. Por dos veces, con la cabeza gacha y como avergonzado, apenas había alcanzado a susurrar: ¡Señor, tú sabes que te amo! En esta tercera vez, y como he señalado, se atrevió a levantar su rostro hacia su Señor. No se avergonzó de estar en presencia de su Maestro y Señor. Asiendo fuertemente sus brazos, confesó: ¡Señor, sabes que te amo! Aquí me tienes no con mis fuerzas sino con las tuyas, pues me has rescatado con tu amor, me has hecho subir desde mis infiernos, y, por supuesto que te amo. No te lo digo con mis palabras –bien conoce la criada de Caifás el valor que ellas tienen- sino con las tuyas en mi corazón: tu Evangelio. Jesús, viéndole ganado para la salvación del mundo, selló definitivamente su propuesta: apacienta mis ovejas. Este tú a tú entre el Resucitado y el hombre rescatado marca un punto de inflexión, al tiempo que abre una puerta a la ininterrumpida generación de pastores según el corazón de Dios que nunca faltarán en la Iglesia. Pastores que recibirán de su Señor y Maestro el don y la sabiduría para partir el pan de la Palabra y darlo como alimento a sus ovejas, “cuyas almas viven porque la escuchan” (Is 55,3). Esta misión de los pastores según el corazón de Dios, tan impresionante como bella, no termina ahí. Sabemos que son pastores porque su Señor les enseña a partir la Palabra para darla como alimento a su rebaño. Esto, con ser sublime, es insuficiente, falta otro paso que también Dios les concede, y es el de enseñar a sus ovejas a partir la Palabra por sí mismas; sólo así alcanzarán la mayoría de edad, es decir, la fe adulta. Apacienta mis ovejas. La propuesta-llamada de Jesús continúa recorriendo el mundo entero en busca de pastores que alivien las heridas del hombre sin Dios, del hombre que dio y da muerte a su esperanza porque su arco existencial empieza y acaba en sí mismo. ¡Apacienta mis ovejas! He ahí la voz que resuena insistentemente por el mundo entero. Bienaventurados los que oigan esta llamada y comprendan que su aceptación “no es una renuncia sino una ganancia” (Flp 3,7-8).

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Domingo, 28 de Febrero de 2021

_"Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al camino de la oración. Y ya que Él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a Él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y terminar cualquier acción importante... El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana"_ (Catecismo de la Iglesia Católica, 2670.2672). Por todo esto, si no sabemos orar, lo mejor es pedirle al Espíritu Santo que nos enseñe, que nos estimule, que nos impulse y nos llene de deseos de orar. Él puede poner en nuestra boca lo que tenemos que decir, y a veces ni siquiera hacen falta palabras. Muchas veces el Espíritu Santo nos mueve a expresarnos con el llanto, con una melodía, con un lamento, con un suspiro. Dejemos que sea Él quien nos enseñe a orar. Amén.

sábado, 27 de febrero de 2021

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Sábado, 27 de Febrero de 2021

El Espíritu Santo es Dios. Por eso podemos dirigirnos a Él con estas hermosas palabras de los Salmos: *"Señor, qué precioso es tu amor. Por eso los humanos se cobijan a la sombra de tus alas, se sacian con tu hermosura y calman la sed en el torrente de tus delicias"* (Salmo 36, 8-9). *"Dios mío, yo te busco, mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela como una tierra reseca y sedienta...Tu amor vale más que la vida, mis labios te adoran. Yo quiero bendecirte en mi vida y levantar mis manos en tu nombre. Y mi alma se empapará de delicias y te alabará mi boca con cantos jubilosos... Me lleno de alegría a la sombra de tus alas. Mi alma se aprieta contra ti, y tú me sostienes"* (Salmo 63, 2-9). *"Señor, en ti me cobijo, no dejes que me quede confundido. Recóbrame con tu amor, líbrame"* (Salmo 31, 2). *"Es bueno darte gracias, Señor, y cantar a tu nombre, anunciar tu amor por la mañana y tu fidelidad cada noche"* (Salmo 92, 2-3). Amén. .

viernes, 26 de febrero de 2021

2ª semana de Cuaresma. Domingo B: Mc 9, 2-10

Todos los años el 2º domingo de Cuaresma la Iglesia nos pone para nuestra consideración el pasaje de la Transfiguración del Señor. Siempre ha tenido mucha importancia este pasaje en la enseñanza de la Iglesia: hay una fiesta especial y el papa Juan Pablo II hizo de él un misterio del rosario. En este 2º domingo de Cuaresma hay una enseñanza especial: que si hacemos penitencias para mejor seguir a Jesucristo, no es porque las penitencias y la muerte sean un destino final en nuestra vida, sino que todo eso, siguiendo el camino de Jesús, nos debe llevar a la vida, a la resurrección. En este año, que es ciclo B, el evangelio es según Marcos. Este evangelista era una especie de secretario de san Pedro, y por lo tanto conocía el suceso de muy buena mano. Pero tenía, al narrarlo, una finalidad clara en momentos en que por Roma y otros lugares estaba encendida la persecución. Para aquellos que flaqueaban en la fe les decía que todos los sufrimientos padecidos por Jesucristo iban a tener un final feliz, porque iban a reunirse con Cristo resucitado. Esto también nos lo dice a nosotros. Hacía unos días que Jesús les había dicho a los apóstoles que Él, que se llamaba “el hijo del hombre”, como Mesías, iba a ser rechazado por los jefes de Jerusalén, sería muerto, pero al tercer día resucitaría. En esto último no se fijaban mucho. Les había impresionado lo de ser rechazado y muerto. No comprendían todavía que los planes de Dios no son como nuestros planes. Ellos pensaban que esa muerte temprana era como un fracaso en sus esperanzas para renovar la situación político-religiosa de Israel. Así debió pasar en el alma de Abraham (1ª lectura), cuando Dios le pidió el sacrificio de su hijo Isaac: todas sus esperanzas parecían fracasadas. Así pasa quizá en algunos momentos de nuestra vida: muerte de un ser querido, injusticias contra inocentes, catástrofes naturales... Encontramos preguntas angustiosas y porqués terribles, pues muchos se preguntan dónde está Dios. Y sin embargo Dios está junto a nosotros, dirigiendo la historia con amor maravilloso. La fe nos dice que ahí está Dios, que lo que quiere de nosotros es el abandono total en sus manos. Y quizá cuando menos lo esperamos viene la luz de la transfiguración. Dios se hace presente con mayores bendiciones, como lo hizo con Abraham, para realizar una mayor alianza de amor. No sólo sabemos que aceptando la cruz y siguiendo a Jesús encontraremos un día la resurrección, sino que muchas veces Dios nos regala aquí momentos felices de gran euforia o momentos de intensa paz. Es el comprender en la fe que Dios se interesa por nuestra vida y que nos ama. Por esto Dios entregó a su propio Hijo (2ª lectura): por nuestra salvación. Un poco de esto les quería enseñar Jesús a aquellos tres discípulos, que estaban más preparados para entenderlo. Un día le acompañarían también en las angustias de Getsemaní. Para esto les llevó a aquella montaña. Para ellos la montaña era un símbolo de acercarse más a Dios. Nosotros sabemos que no es necesario subir a un monte para encontrarse con Dios, sino entrar más dentro de nuestro ser. Es una invitación para una oración más intensa en este tiempo de cuaresma. Los tres apóstoles estaban muy contentos. Tanto que Pedro dice: “¡Qué bien estamos aquí!” y querían quedarse allí. En nuestra vida también podemos caer en la tentación de querer tener la recompensa, sin haber hecho el trabajo necesario. En la vida de seguimiento al Señor se mezclan los días radiantes con las noches oscuras. En todos los momentos pongámonos siempre en las manos del Señor y sepamos escuchar a Jesús. Este es el mandato que les da a los tres el Padre celestial: estar siempre en continua escucha de la palabra y gestos de Jesús. Escuchar a Jesús es escuchar las enseñanzas de la Escritura y de la Iglesia. Por eso está reunido Jesús con Moisés y Elías, que representan la ley y los profetas. Y escuchar a Jesús es comprender que siguiendo su vida de entrega, de sacrificio por los demás hasta llegar a la cruz, llegaremos ciertamente a la verdadera vida de resurrección. p. Silverio

Domingo de la Semana 2ª de Cuaresma. Ciclo B «Este es mi Hijo amado, escuchadle»

Lectura del libro del Génesis (22, 1-2. 9-13. 15-18): El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe. En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole: «¡Abrahán!» Él respondió: «Aquí me tie-nes.» Dios le dijo: «Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en uno de los montes que yo te indicaré.» Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!» Él contestó: «Aquí me tienes.» El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.» Abrahán levanto los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo. El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: «Juro por mí mismo -oráculo del Señor-: Por haber hecho esto, por no haberte reservado a tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la pla-ya. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.» Salmo 115,10.15.16-17.18-19: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida. R./ Tenía fe, aun cuando dije: // «¡Qué desgraciado soy!» // Mucho le cuesta al Señor // la muerte de sus fie-les. R./ Señor, yo soy tu siervo, // siervo tuyo, hijo de tu esclava: // rompiste mis cadenas. // Te ofreceré un sacri-ficio de alabanza, // invocando tu nombre, Señor. R./ Cumpliré al Señor mis votos // en presencia de todo el pueblo, // en el atrio de la casa del Señor, // en medio de ti, Jerusalén. R./ Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos (8, 31b-34): Dios no perdonó a su propio Hijo. Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (9, 2-10): Éste es mi Hijo amado. En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede de-jarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nu-be: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.» De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».  Pautas para la reflexión personal  El nexo entre las lecturas El lenguaje por el cual el hombre es capaz de relacionarse con su Creador es el amor. Precisamente es el amor el eje central de las lecturas dominicales en el segundo domingo de Cuaresma. Ante todo, vemos el cuidado que tiene Jesús con los apóstoles que, después del primer anuncio de la Pasión (Mc 8,31-33), les va a revelar el esplendor de su divinidad en el hermoso acontecimiento dela Transfiguración (Evangelio). Vemos también el amor misterioso, paradójico, de Dios a Abraham, al colocarlo en una situación extre-ma y delicada: sacrificar a su hijo querido destinatario de las promesas de Dios. Abraham confía plena y amorosamente en Dios a pesar de lo duro del pedido (Primera Lectura). Amor generoso de Dios que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó a la muerte por todos nosotros. Amor de Jesús que nos re-concilió mediante su muerte e intercede por nosotros desde la gloria eterna a la derecha de Dios (Segunda Lectura). Amor de los apóstoles al acoger amorosamente el mandato del Padre que les dice: «Éste es mi Hijo muy amado. Escuchadlo» (Evangelio).  El dilema de Abraham Abraham es considerado el primero de los grandes patriarcas de Israel, elegido por Dios como padre del pueblo de la promesa. El Catecismo de la Iglesia Católica lo llama con justicia «Padre de los creyentes» por su excepcional confianza en las promesas de Dios al no tener reparo de ofrecer a su hijo en holocausto, es decir sacrificio por el cual toda la víctima tenía que ser consumida por el fuego. Abraham, proveniente de la rica ciudad de Ur a las orilla del río Eúfrates (Iraq), se casa con Sara, su media hermana y vive con su pa-dre Téraj y sus tres hermanos. Luego se trasladarán todos a Jarán donde muere su padre. Allí fue donde Dios le dice que se traslade a la región de Canaán. Abraham obedece el mandato de Dios y se hace nó-mada. El hambre y la necesidad hace que se traslade al sur (Egipto) sin embargo Dios le dice que regrese a Canaán. Abraham envejecía así como su esposa Sara y no tenían descendencia. Según la costumbre de su tiem-po, Abraham tuvo un hijo con Agar, la criada egipcia de Sara, pero este hijo, Ismael, no era el hijo prometido por Dios. Entonces, ya ancianos, Dios les da el hijo de la promesa: Isaac. Abraham se queda sólo con Isaac ya que, a causa de Sara, tiene que despedir a Agar con su hijo Ismael. Esta soledad sin duda aumenta el dramatismo de la prueba ya que con el sacrificio de Isaac quedaría en nada la promesa hecha por Dios así como el largo peregrinar hecho por él y su familia. Al responder a su primer llamado Abraham entierra su pasado pero ahora Dios le pide que renuncie a su futuro. Abrahán podía pensar que él tenía derecho a ese hijo por haber sido obediente. Si Dios es justo, se-gún los criterios del mundo, la orden de eliminar al heredero no tiene sentido. Sin embargo, siguiendo la misma lógica, la alternativa sería horrible y blasfema: Dios sería injusto. Hasta ese momento Dios y las promesas han marchado juntos. Ahora el padre de la fe se enfrenta a un dilema : ha de escoger entre las promesas de Dios o el Dios de las promesas. El relato nos dice que muy «de madrugada» inicia el camino que dura tres días. Deja a los servidores al pie de la montaña y sube, el anciano padre, con su hijo querido. Ya en el monte, el patriarca construye el altar, amarra a su víctima y levanta la mano. Parece inminente y lógica la muerte del hijo. Cuando alza la mano, Dios interviene; repite el nombre de Abrahán dos veces, con urgencia, y el héroe, de nuevo y por tercera vez en el capítulo, responde con la fórmula de disponibilidad «Aquí estoy». El Señor revoca la orden cuando parece que ya no hay esperanza y toma de nuevo la iniciativa. Por medio de un oráculo el mensaje-ro divino notifica al patriarca que ha pasado la prueba. Es de notar la correspondencia existente entre la orden: Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac (Gn 22,2) y el desenlace: Ya veo que obedeces a Dios y no me niegas a tu hijo único (Gn 22,12), y en el centro la confesión del creyente: Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío (Gn 22,8). A la inexplicable petición divina responde la fe conmovedora de un hom-bre, ejemplar para todos los siglos.  ¿Quién podrá estar contra nosotros? La segunda sección de la parte central de la carta a los Romanos concluye con este himno apasionado y optimista. Si Dios nos ama, si Dios está con nosotros, todo lo demás será pura consecuencia. San Pablo hace una enumeración que hace eco, sin duda, de expresiones astrológicas empleadas en su tiempo y evoca una serie de fuerzas que los antiguos juzgaban más o menos hostiles al hombre. Él quiere resaltar, que no hay nada capaz de separar al cristiano de Cristo, ni siquiera los poderes que entonces se tenían por más fuertes  La Transfiguración de Jesús o teofanía de Dios La Transfiguración de Jesús es una etapa obligada en nuestro itinerario cuaresmal, es decir, en nuestro camino hacia la Pascua del Señor. Ya desde antiguo han opinado los Santos Padres que la Transfiguración de Jesús se sitúa antes de su Pasión y Muerte para dar aliento a los apóstoles que deberían su¬frir el escán-dalo y el desa¬liento viendo a su Maestro golpeado, azotado e injus¬tamente sometido a muerte como un malhechor. La Transfiguración es claramente una teofanía, es decir, una manifestación de la divinidad de Jesucristo. A esta revelación de su identidad fueron invitados los tres apósto¬les Pedro, Santiago y Juan. Lo que ellos vieron es difícil de expresar en pala¬bras: «Sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún lavandero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo». Lo que san Marcos quiere decir es que se trata de algo que supera la experiencia de este mundo. Aquí se estaba mani-festando un signo de otro orden de cosas. Un segundo signo inconfundible de la teofa¬nía es el temor que se apodera de los apóstoles: «Pedro no sabía qué responder ya que estaban atemorizados». Cuando la omni-potencia divina se pone en contacto con la pequeñez del hombre, no hay título que valga ni poder humano que pueda resistir; toda criatura humana experimenta su miseria y su pecado, es decir, teme.  «Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo» La nube que los cubre es otro indicio de la presencia de Dios. Todo se aclara con la voz que sale de ella: «Este es mi Hijo amado, escuchadlo». Es la misma voz que había reconocido a Jesús en el momento de su bautismo en el Jor¬dán, cuando se abrió el cielo y vino sobre Él el Espíritu Santo en forma de paloma. En esa ocasión la misma voz del cielo dijo: «Tú eres mi Hijo amado, en tí me complazco» (Mc 1,11). Pocos episodios evangélicos están situados con tanta precisión cronológica como el de la Transfigura-ción. Éste empieza con las palabras: «Seis días después, tomó Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan...». Esta introducción nos indica que hay otro episodio que el evangelista quiere conectar con éste y que ocurrió seis días antes. Si examina¬mos el Evangelio veremos que seis días antes había tenido lugar la importante pregunta de Jesús: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» y la respuesta de Pedro: «Tú eres el Cristo». En ese momento Jesús comenzó a enseñarles algo que ellos entonces no podían comprender: «El Hijo del hombre tiene que sufrir mucho, ser rechazado por los ancia¬nos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser sometido a muerte y resucitar al tercer día». Seis días después, en el monte de la Transfigu-ración, no es Pedro sino la voz del cielo la que declara quién es Jesús: «Este es mi Hijo muy amado». Ve-mos que todo gira en torno a la identidad de Jesús. En efecto, es que todo el Evangelio de San Marcos puede considerarse una inclusión entre dos afirma-ciones de la divinidad de Jesús. El Evange¬lio se abre con las palabras: «Comienzo del Evangelio de Jesu-cristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1); y hacia el final repro¬du¬ce las palabras del centurión que fue testigo de la muerte de Jesús: «Al ver que había expirado de esa manera, dijo: Verdaderamen¬te este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). Todo el Evange¬lio es una revelación gradual de esa verdad, es decir, de la identidad de Jesús. La identidad de Jesús se capta en el equilibrio entre su gloria y su despojamiento, entre su divinidad y su huma¬nidad, entre su Resurrección y su Muerte, entre su instala¬ción a la derecha del Padre y su descen-so al lugar de los muertos. El mismo equilibrio se observa en el episodio de su Transfiguración: después de verlo transfi¬gurado -que está del lado de su divinidad- los apóstoles «no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos». Toda nues-tra salvación se juega en saber quién es Jesús. Y, sin embargo, nosotros solos no podemos penetrar en este misterio. Es necesario que él se revele a nosotros. ¿Cómo lo hace? El Evangelio dice que Jesús «los llevó sobre un monte alto, a un lugar apartado, a ellos solos». Para comprender, para ver, para tener expe-riencia de quién es Jesús es nece¬sario disponer de momentos de silencio y sole¬dad. Es necesa¬rio estar a solas con Jesús. Sólo en el silen¬cio interior de la oración podremos escuchar la voz de Dios.  Una palabra del Santo Padre: «El pasaje evangélico narra el acontecimiento de la Transfiguración, que se sitúa en la cima del ministe-rio público de Jesús. Él está en camino hacia Jerusalén, donde se cumplirán las profecías del «Siervo de Dios» y se consumará su sacrificio redentor. La multitud no entendía esto: ante las perspectivas de un Me-sías que contrasta con sus expectativas terrenas, lo abandonaron. Pero ellos pensaban que el Mesías se-ría un liberador del dominio de los romanos, un liberador de la patria, y esta perspectiva de Jesús no les gusta y lo abandonan. Incluso los Apóstoles no entienden las palabras con las que Jesús anuncia el cum-plimiento de su misión en la pasión gloriosa, ¡no comprenden! Jesús entonces toma la decisión de mostrar a Pedro, Santiago y Juan una anticipación de su gloria, la que tendrá después de la resurrección, para con-firmarlos en la fe y alentarlos a seguirlo por la senda de la prueba, por el camino de la Cruz. Y, así, sobre un monte alto, inmerso en oración, se transfigura delante de ellos: su rostro y toda su per-sona irradian una luz resplandeciente. Los tres discípulos están asustados, mientras una nube los envuelve y desde lo alto resuena —como en el Bautismo en el Jordán— la voz del Padre: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9, 7). Jesús es el Hijo hecho Siervo, enviado al mundo para realizar a través de la Cruz el proyecto de la salvación, para salvarnos a todos nosotros. Su adhesión plena a la voluntad del Padre hace su humanidad transparente a la gloria de Dios, que es el Amor. Jesús se revela así como el icono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria. Es el cumplimiento de la revelación; por eso junto a Él transfigurado aparecen Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas, para significar que todo termina y comienza en Jesús, en su pasión y en su gloria. La consigna para los discípulos y para nosotros es esta: «¡Escuchadlo!». Escuchad a Jesús. Él es el Salvador: seguidlo. Escuchar a Cristo, en efecto, lleva a asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con Él para hacer de la propia vida un don de amor para los demás, en dócil obediencia a la vo-luntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior. Es necesario, en otras palabras, estar dispuestos a «perder la propia vida» (cf. Mc 8, 35), entregándola a fin de que todos los hombres se salven: así, nos encontraremos en la felicidad eterna. El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad, ¡no lo olvidéis! El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. Habrá siempre una cruz en medio, pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña, nos prometió la felicidad y nos la dará si vamos por sus caminos». Papa Francisco. Ángelus del domingo 1 de marzo de 2015.  Vivamos nuestro domingo a lo largo de la semana 1. «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo», nos dice directamente Dios en el relato evangélico. ¿¡Qué me-dios voy a colocar para poder escuchar la voz del Señor? Solamente desterrando de mi corazón los ruidos y distracciones podré crear el espacio necesario para acoger la Palabra viva de Dios. 2. En este tiempo de Cuaresma habremos alcanzado su objetivo si al final de estos cuaren¬ta días pode-mos decir, por experiencia, quién es Jesús y qué ha hecho por nosotros y por nuestra reconciliación. 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 444. 459. 554 - 556. texto: JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACION NOCTURNA ESPAÑOLA, tOLEDO

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Viernes, 26 de Febrero de 2021

(sin asunto) Recibidos Cayetano Medina 9:49 (hace 1 hora) para mí _"Sin el Espíritu Santo,_ _Dios queda lejos del mundo,_ _Cristo pertenece al pasado,_ _el Evangelio son palabras muertas,_ _la Iglesia, una organización más,_ _la autoridad, una tiranía,_ _la misión, pura propaganda,_ _el culto, un simple recuerdo,_ _el obrar cristiano, una moral de esclavos._ _Con el Espíritu Santo,_ _Dios late en un mundo que se eleva_ _y gime en la infancia del Reino,_ _Cristo ha resucitado y vive hoy,_ _el Evangelio es potencia de vida,_ _la Iglesia, comunión trinitaria,_ _la autoridad, servicio liberador,_ _la misión, un permanente Pentecostés,_ _el culto, celebración y anticipo del Reino,_ _el obrar humano, realidad divina"._ Consejo mundial de las Iglesias, Uppsala 1968 .

```LA COMUNIDAD EN LAS REDES SOCIALES HOY``` *Reflexión del Evangelio 2 Domingo de Cuaresma (Mc 9,2-8)* _La Transfiguración de Jesús y la nuestra_

Hoy vemos a Jesús transfigurado junto a Moisés y Elías ante Pedro, Santiago y Juan. Es tal el impacto sobrenatural de estos que Pedro movido por lo que ve exclama: Señor hagamos tres tiendas... Pedro ya tiene bastante con ser testigo de la Gloria de Dios que irradia Jesús. Pobre Pedro, qué cortas sus miras frente a las que Jesús tiene sobre los suyos. Recordemos lo que dijo al Padre antes de ir al Huerto de los Olivos: "Quiero que los que me has dado estén conmigo... y contemplen mi gloria" (Jn 17,24). Que contemplen mi gloria, es decir que participen de ella, esto es lo que significa contemplar en las Escrituras. Pablo nos lo transmite magistralmente: "Jesús transfigurará nuestro cuerpo corruptible en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3,21). El Evangelio de hoy se cierra con el broche de oro de la exhortación del Padre a los discípulos de Jesús de todos los tiempos… "Este es mi Hijo amado, escuchadle". Así es, escuchemos a Jesús pues su Evangelio irradia la Gloria de Dios (I Tm 1,11)… la Fuerza de nuestra Transfiguración. _P. Antonio Pavía - comunidadmariamadreapostoles.com_

jueves, 25 de febrero de 2021

``LA COMUNIDAD EN LAS REDES SOCIALES HOY``` *Palabra y Sabiduría*

Hay un abismo infinito entre la Palabra-Sabiduría de Dios y la de los hijos de este mundo que en su necedad no les importa apoyar su realización personal en cimientos de barro. Isaías dice de ellos: "¡Ay de los que son sabios a sus propios ojos!" (Is 5,21). Es una sabiduría en la que prima la apariencia, los que van tras ella se hacen acreedores de una mediocridad que les impide ver al Dios Vivo en su Palabra. El Apocalipsis llama tibias a estas personas (Ap 3,15-16). Tibios que aglutinan a su alrededor seguidores tan necios como ellos porque les viene bien que nadie remueva sus mediocridades. El resultado de los que se abrazaron a la tibieza-mediocridad nos lo señala el salmista: "Serán paja que se la lleva el viento" (Sl 1,4). Por el contrario los que escuchan la Palabra de Dios - no palabras de los hombres- y se abrazan a ella dejan que la Fuerza de Dios trabaje en su interior creando en ellos un corazón nuevo como señala Pablo (1 Ts 2,13). El testimonio de Jesús acerca de la relación entre sus Palabras y sus discípulos es inapelable: "Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,31-32). _P. Antonio Pavía - comunidadmariamadreapostoles.com_

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Jueves, 25 de Febrero de 2021

El que se hace amigo del Espíritu Santo no le teme a la soledad, porque el Espíritu Santo le va dando una fuerza emotiva, una firmeza afectiva que le permite tener relaciones sanas, no posesivas ni absorbentes. Eso le va ganando el aprecio de muchos y amistades más bellas y satisfactorias, sin angustias enfermizas. Por algo dice la Biblia: _*"Busquen primero el Reino de Dios, y todo lo demás se les dará por añadidura"*_ (Mateo 6, 33). El amor nos llena el corazón cuando no nos obsesionamos por alcanzarlo. Lo importante es permitir que el Espíritu Santo nos regale el amor como Él quiera, y no tanto como nosotros lo imaginamos. Muchas veces no somos felices porque nos empecinamos en alcanzar una forma de felicidad, porque nos empeñamos en vivir la felicidad de una determinada manera. Pero hay muchas formas de ser felices. Hay que aceptar la que nos toque y vivirla con ganas. Si dejamos que el Espíritu Santo nos haga vivir el amor como a Él le parezca, entonces no existirá la soledad en nuestras vidas. Él es capaz de saciar nuestra sed de amor y de cariño. .

miércoles, 24 de febrero de 2021

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Miércoles, 24 de Febrero de 2021

Podemos decirle al Espíritu Santo, con todo el corazón, estas palabras del Salmo: *"Tú eres mi Señor, mi bien, no hay nada fuera de ti... Tú eres mi herencia, mi copa, un lugar de delicias, una promesa preciosa para mí... Por eso se me alegra el corazón, retozan mis entrañas y hasta mi carne descansa serena... Me enseñarás el sendero de la vida, me hartarás de alegría ante Ti, lleno de alegría en tu Presencia"* (Salmo 16, 2.5-6.9.11) _Amén._

martes, 23 de febrero de 2021

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Martes, 23 de Febrero de 2021

_Ven Espíritu Santo. Porque yo fui creado para encontrar la felicidad, la verdadera paz, el gozo más profundo, pero todo eso sólo se encuentra en Ti. Las cosas de este mundo me dan alguna felicidad, pero al final siempre me dejan vacío y necesitado._ _Por eso te ruego, Espíritu Santo, que me des la gracia de abrirte mi interior y de amarte con todo mi ser, para alcanzar el gozo que vale la pena. Quiero gozar de tu amistad, tu cariño, tu abrazo de amor, tu fuego santo. No permitas que me absorban las cosas del mundo y tócame con la caricia suave y feliz de tu ternura._ _Ven Espíritu Santo, para que pueda entrar en el Corazón de Jesús, para que sienta el llamado del Padre Dios que siempre me espera._ _Ven Espíritu Santo._ _Amén._

lunes, 22 de febrero de 2021

``LA COMUNIDAD EN LAS REDES SOCIALES HOY``` *Las Tablas del corazón*

` En su caminar por el desierto Israel toma conciencia de que es un pueblo distinto a los demás, que necesitaron inventarse dioses que les salieran al paso de sus inquietudes y necesidades. Israel sabe que ha sido escogido por Dios para proyectar su luz en el mundo (Sb 18,4). Conoce en el desierto a Dios que le cuida, protege, fortalece… pero sobretodo, y esto supone un salto dimensional respecto a los demás pueblos, le oye, ha podido escuchar su Voz en medio del Fuego en el Sinaí y deja constancia de ello (Dt 4,12-14). Aún así, los israelitas se chocan con un muro insalvable a la hora de guardar en su corazón la Palabra escuchada. Sus profetas exhortan incansablemente al pueblo a pasar las Palabras de las Tablas de la Ley a las de su corazón pero el muro cierra implacablemente el paso a sus propósitos (Prv 3,3). Sólo Dios podría derribar la muralla que a todos nos separa de Él. Lo hizo encarnándose. Vemos a Jesús, una vez resucitado, ir como Buen Pastor al encuentro de sus dos discípulos de Emaús… imagen de los que nos frenamos ante el bloque de granito, y grabó con su Fuego el Evangelio en sus corazones. Oigamos su testimonio: ¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba-partía las Escrituras? (Lc 24,32). _P. Antonio Pavía - comunidadmariamadreapostoles.com_

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Lunes, 22 de Febrero de 2021

Después de invocar la presencia del Espíritu, trato de imaginar ese fuego infinito de amor que se convierte en viento impetuoso. Quizás me provoque temor tanto dinamismo. Entonces pido al Espíritu que destruya ese temor que me paraliza. Todos buscamos tener algunas seguridades, y nos aferramos a esas costumbres que nos hacen sentir firmes. De ese modo renunciamos al cambio, a la esperanza, al futuro. El Espíritu quiere desinstalarnos porque nos quiere vivos, no muertos en vida. Por eso, en su Presencia, me hago las siguientes preguntas: ¿No será que el Espíritu está queriendo cambiar algo en mi vida y yo me resisto? ¿No será que he renunciado a tener nuevos amigos, a iniciar cosas nuevas, a cambiar algo, porque tengo miedo de desinstalarme, de perder mi comodidad, porque me aferro a mis propios planes con uñas y dientes y no estoy disponible para la novedad del Espíritu? ¿Siento que el estilo de vida que estoy llevando me permite levantarme cada día como si fuese una nueva aventura en el Espíritu? ¿O me levanto simplemente para sobrevivir, para cumplir, para soportar la existencia? Le digo al Espíritu Santo que quiero vivir de otra manera, y le pido su fuerza para lograrlo. Así sea. .

domingo, 21 de febrero de 2021

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Domingo, 21 de Febrero de 2021

_Te doy gracias, Espíritu Santo, porque tengo una misión que cumplir en este mundo. Sé que por el solo hecho de existir en esta tierra ya estoy cumpliendo_ _un plan tuyo, un proyecto que no alcanzo a descubrir pero que Tú conoces bien. Mi sola existencia es un signo de tu amor y de tu voluntad._ _Pero Tú has querido que también las cosas que yo hago cada día tengan un valor profundo, en toda su simplicidad y pequeñez. Yo no soy capaz de hacerlo todo, pero lo que puedo_hacer cada día es lo que Tú has querido que yo le regale a esta vida. Tú, que conoces el por qué y el para qué de cada cosa, ayúdame a verlo, Espíritu Santo. Enséñame a valorarme, ayúdame a apreciar la misión que Tú me has dado en este mundo, para que me alegre de estar aquí, entregado al servicio de Jesús._ _Gracias por las personas que encuentro cada día, por el bien que pueda hacer y por la alegría de compartir._ _¡Bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios!_ _Amén._ .

sábado, 20 de febrero de 2021

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Sábado, 20 de Febrero de 2021

_Ven Espíritu de amor. Todo mi ser ha sido creado para amar, pero muchas veces elijo el egoísmo._ _Yo sé que todo lo que me regalas es para que lo comparta. Tú quieres llenarme de cosas bellas para que sea como un cántaro que sacie la sed de los demás._ _Me has elegido para que comunique un poco de felicidad a los hermanos. Pero me cuesta compartir mis cosas y dar mi tiempo a los hermanos._ _Abre mi corazón egoísta, Espíritu de amor, para que pueda disfrutar dándome a los demás._ _No dejes que me prive de esa alegría de un corazón generoso. No dejes que me quede encerrado sólo en mis propias preocupaciones y ayúdame a descubrir a Jesús en cada hermano._ _Ven Espíritu Santo._ _Amén._

viernes, 19 de febrero de 2021

1ª semana de Cuaresma. Domingo B: Mc 1, 12-15

Todos los años en el primer domingo de Cuaresma el evangelio nos habla de las tentaciones de Jesús en el desierto, cuando se estaba preparando para su predicación. Eran como una especie de ejercicios espirituales preparatorios. Allí sufrió tentaciones por parte de Satanás; pero este año, en el ciclo B, el evangelista Marcos no nos dice qué clase de tentaciones tuvo. Por lo que nos da a entender en la vida de Jesús, básicamente sería el deseo de vivir una vida cómoda huyendo del camino de la cruz. Comienza el evangelio de hoy diciendo que “el Espíritu le empujó hacia el desierto”. Hay momentos en nuestra vida que el Espíritu nos impulsa a hacer algo extraordinario por nuestra salvación y por el bien de los demás. Pueden ser ejercicios espirituales o algún encuentro especial cristiano,. Lo de Jesús fueron unos ejercicios espirituales de 40 días. Yo una vez hice en mi vida ejercicios espirituales de 4 semanas. Puedo decir que es lo más imponente que he hecho en toda mi vida del espíritu. Algo de esto es lo que la Iglesia quiere que sea la Cuaresma: una especie de pequeños ejercicios espirituales de 40 días. Por lo menos que hagamos, si puede ser cada día, algo especial, que no solemos hacer en otros tiempos. Jesús va al “Desierto”. El desierto en la Biblia no es solamente un lugar, sino una situación ante el Señor. Ciertamente que es un paraje solitario y silencioso; pero es sobre todo lo opuesto al ruido y algarabía del mundo, y también al consumismo, a la molicie, a la vida fácil y placentera. La palabra “desierto” era muy evocadora en el ámbito judío. Era el lugar del encuentro con Dios, evocando las figuras de Moisés, Elías y otros profetas que se preparaban en el desierto para un encuentro con Dios. Así se preparó el pueblo judío durante los 40 años de peregrinaje. El desierto es como un símbolo de la vida espiritual que es desprendimiento de todo lo superfluo, invitación a la austeridad y triunfo de lo esencial. Es el lugar de la prueba y de la purificación; pero es sobre todo el lugar más apto para el encuentro personal del alma con el Señor. No todo es fácil, porque hay tentaciones. Las tentaciones o pruebas no son malas. Es necesario que haya, para que el espíritu esté más pronto en el caminar hacia Dios. Si todo fuera fácil, amaríamos menos a Dios. Las dificultades son buenas, si las sabemos superar con la ayuda de Dios. El demonio no tiene necesidad de atacar a los suyos. Por eso, si no tenemos tentaciones, puede ser porque seamos de los suyos. Pero, si nos ataca y le hacemos frente, nada puede contra nosotros. Jesús sintió estas tentaciones como ejemplo para nosotros, para darnos fuerza en muchos momentos. Termina el evangelio de hoy con el tema principal de las primeras predicaciones de Jesús. Dos cosas nos dice que debemos hacer, especialmente en la Cuaresma: convertirnos y creer en el Evangelio. Es necesaria la conversión porque ha llegado el Reino de Dios. Y con el Reino, la salvación. Si Dios viene a nosotros, hay que acogerle para participar en la Buena Nueva. Por eso hay que convertirse. Todos lo necesitamos. La primera conversión es creerse pecador. Lo contrario sería una tentación, que no nos dejaría cambiar hacia Dios. Convertirse es volverse hacia Dios de una manera incondi- cional, es cambiar la mentalidad, para poder cambiar el camino, el rumbo de la vida. Para ello debemos creer en el Evangelio. Por eso un deseo en estos días debe ser el estar atentos a la palabra de Dios, según nos lo va explicando la Iglesia. No se trata sólo de renunciar al pecado, sino de orientar nuestra vida según los criterios del evangelio. Criterios que serán diferentes de lo que nos da el ambiente mundano con sus hábitos de vida cómoda y egoísta. Lo importante es el amor; pero no olvidemos que somos muy humanos y necesitamos acciones externas. La Iglesia el miércoles de ceniza nos señalaba tres tradicionales: el ayuno, la oración y la limosna. No es fácil determinar acciones concretas para todos. Cada uno, según el espíritu que Dios le da, determine lo que quiere dar a Dios de renuncia, de oración y de ayuda fraternal. Padre Silverio

Domingo de la Semana 1ª de Cuaresma. Ciclo B – 18 de febrero de 2018 «Permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás»

Lectura del libro del Génesis (9,8-15): El pacto de Dios con Noé salvado del diluvio. Dios dijo a Noé y a sus hijos: «Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras; con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que de-vaste la tierra.» Y Dios añadió: «Ésta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nu-bes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco, y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los ani-males, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes.» Salmo 24,4bc-5ab.6-7bc.8-9: Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza. R./ Señor, enséñame tus caminos, // instrúyeme en tus sendas: // haz que camine con lealtad; // enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R./ Recuerda, Señor, // que tu ternura y tu misericordia son eternas. // Acuérdate de mí con misericordia, // por tu bondad, Señor. R./ El Señor es bueno y es recto, // y enseña el camino a los pecadores; // hace caminar a los humildes con rectitud, // enseña su camino a los humildes. R./ Lectura de la Primera carta de San Pedro (3, 18- 22): Actualmente os salva el bautismo. Queridos hermanos: Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conduciros a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Con este Espíritu, fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos -ocho personas- se salvaron cruzando las aguas. Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que llegó al cielo, se le sometieron ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de Dios. Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (1, 12-15): Se dejaba tentar por Satanás, y los ánge-les le servían. En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.» Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas La reconciliación traída por Jesús es el punto de convergencia de las lecturas de este primer Domingo de Cuaresma. San Marcos presenta a Jesús como el nuevo Adán que«estaba con las fieras» como el primer hombre en el jardín del Edén (ver Gen 2). Jesucristo, restablece la armonía que se había perdido por el pe-cado de los primeros padres. La redención ya se ha dado, le resta a cada hombre acoger la invitación he-cha por Jesús en Galilea: «El plazo se ha cumplido. El reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio» (Mc 1,15). La deseada reconciliación se encuentra prefigurada en la alianza que Dios realizó con Noé y su familia (la humanidad entera) después del diluvio. El arca de Noé, arca de salvación, también prefigura el bautismo por el cual el cristiano participa de la reconciliación que Jesucristo ha traído a los hombres mediante su En-carnación-Pasión-Muerte-Resurrección (Segunda Lectura).  La Cuaresma El miércoles hemos comenzado la Cuaresma con el signo expresivo de las cenizas. En este mundo en el que vivimos qué elocuente resulta el signo austero de las cenizas acompa¬ñado de las palabras bíblicas: «¡Acuérdate que eres polvo y que en polvo te convertirás!». En realidad, estas palabras no pretenden in-formarnos de algo nuevo que noso¬tros no sepamos ya; sólo pretenden recordarnos una verdad indiscutible, que muchas veces tratamos de olvidar ya que es evidente que en esta tierra estamos sólo de paso. Pero este tiempo de Cuaresma debe ser una experien¬cia de liberación, no ya de la esclavitud de Egipto, sino de la esclavitud de nuestros pecados; para vivir en la verdadera libertad de los hijos de Dios. Todo lo que nos estorba en nuestro camino hacia Dios, se transformará en ceniza algún día y, por tanto, no vale la pena poner en ello nuestro corazón. En este tiempo el Señor nos invita a salir al desierto y privarnos de cier-tas comodidades materiales para practicar la miseri¬cordia con los más necesi¬tados. Con la “carne de Cris-to” como nos recuerda el Papa Francisco. Las obras de misericordia son eternas, ellas no se transforman en cenizas y nos valdrán en el juicio final. Entonces escucharemos al Señor que nos dice: «Venid benditos de mi Padre a poseer el Reino... porque tuve hambre y me disteis de comer... estaba desnudo y me vestis-teis...» (ver Mt 25, 31ss).  «He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros» En la Primera Lectura se da en el contexto de las nuevas relaciones entre Dios y los hombres después del diluvio. El sacrificio realizado por Noé (Gn 8,20) es aceptado por Dios que aspira la agradable fragancia de su aroma y dice en su corazón que a pesar de la perversidad del hombre se compromete a no volver a destruir el mundo, aunque siga habiendo buenos y malos, justos e injustos. Termina la escena con un jura-mento en el que el Señor promete restaurar la armonía de la naturaleza (Gn 8,20-22). Luego Dios llena de bendiciones a Noé y a sus hijos. Los invita a que sean fecundos y que llenen nuevamente la devastada tie-rra. Los animales nuevamente se someterán al hombre y Dios le dará un voto de confianza recordándole su papel de «señor de la creación». Finalmente, el culmen será la alianza entre Dios y los hombres, cuya señal será el arco iris (ver Ez 1,28; Eclo 43,11-12; Ap 4,3).  «Cristo murió una sola vez por los pecados» En el pasaje de la Primera carta de San Pedro se resalta el carácter reconciliador y ejemplar de la muer-te de Jesús. La singularidad del sacrificio redentor está contenida en la expresión «murió una sola vez por los pecados», mientras que el carácter ejemplar (modélico) se deduce de la conexión de 1 Pe 3,18 con el versículo anterior: «Pues, más vale padecer por obrar el bien, si ésa es la voluntad de Dios que obrar el mal» (1 Pe 3,17); a través del adverbio «también». «Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu» (1Pe 3,18). El sufrimiento de Cristo fue, por excelencia, un sufrir haciendo el bien, más aún, era el sufrimiento del justo que propiciaba el bien supremo de la reconciliación para toda la humanidad. Él es quien nos lleva nue-vamente a la comunión con el Padre y nos enseña el amor que estamos llamados a vivir de manera que seamos «misericordiosos y compasivos» (1Pe 3,8) como Él.  Jesús en el desierto «En aquel tiempo el Espíritu impulsó a Jesús al desier¬to y Él permaneció allí cuarenta días, tentado por Satanás». La permanencia de Jesús por cuarenta días en el desierto recuerda también a otros dos persona-jes bíblicos que pasaron períodos semejantes de soledad: Moisés y Elías. Ambos en este tiempo de soledad desearon ver el rostro de Dios, tuvieron un decisivo encuentro con Dios y recibieron importantes misiones. Sin embargo, nos preguntamos: ¿por qué comenzó Jesús su misión de esa manera? Jesús fue al desierto para revivir esa primera experiencia del pueblo de Dios y salir de ella vencedor; para vivir la experiencia del pueblo de Dios desde sus orígenes en perfecta fidelidad a su Padre. Después que Israel fue liberado de la esclavi¬tud de Egipto, antes de entrar en la tierra prometida, pere-grinó cuarenta años en el desierto. Dios caminaba con ellos, y manifestaba su presencia, de día en una co-lumna de nube y de noche en una columna de fuego. En este tiempo Dios formó a su pueblo, separándolo de todos los demás pueblos de la tierra, para manifestarse a él y darle sus leyes a través de su siervo Moi-sés. El período del desierto fue como el tiempo del noviazgo de Dios con su pueblo; pero lamentablemente también el tiempo de la rebelión y de las murmuraciones del pueblo contra Dios. Cuando Israel llegó a la tierra de Canaán y la conquistó, acechó la tentación de asimilarse a los demás pueblos, olvidando a su Dios. Entonces el libro del Deutero¬no¬mio les recordaba: «Acuérdate de todo el ca-mino que el Señor tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto, para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas a guardar sus mandamientos o no. Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná ... para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre sino de todo lo que sale de la boca de Dios» (Deut 8,2-3). Para recordar esto, se procuraba revivir el tiempo del desierto, es decir, vivir una cuaresma de conver-sión a Dios y a sus leyes. Cuando el pueblo se olvidaba de su Dios, entonces los profetas lo llamaban a re-vivir el tiempo del desierto, del camino recorri¬do con Dios, y anunciaban: «La visitaré por los días de los Baales ... cuando se iba detrás de sus amantes, olvidándose de mí, oráculo del Señor. Por eso yo voy a seducirla; de nuevo la llevaré al desierto y hablaré a su corazón... Allí me respon¬derá como en los días de su juventud como el día en que subía del país de Egipto» (Oseas 2,15-17). La experiencia de Jesús en el desierto durante cuarenta días responde a este llamado divino: Él fue llevado al desierto impulsado por el Espíritu. Pero si el desierto fue el tiempo del noviazgo, fue también el tiempo de la infidelidad y de la continua murmura¬ción del pueblo contra Dios. Lo dice claramente el Salmo 95, invitando a entrar en la presencia de Dios con un corazón sumiso y no como aquella generación: «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón como el día de Massá en el desierto... Por cuarenta años aquella generación me asqueó y dije: son un pueblo de corazón torcido que no conoce mis caminos. Y por eso en mi cólera juré: No entrarán en mi descanso» (Sal 95,8.10-11).Jesús va al desierto y allí vive esa experiencia en perfecta fidelidad a Dios para redimir a su pueblo de la «dureza del corazón». En la Escritura esta expre¬sión es el modo de describir una situación generalizada de pecado, de olvido de Dios, de autosuficiencia del hombre. Jesús, en el desierto es tentado por Satanás como lo fue el pueblo de Israel; pero Él repele al diablo y permanece fiel a Dios. Por eso, en virtud de los méritos de Cristo, el ju-ramen¬to de Dios: «No entrarán en mi descanso», quedó cancelado. Gracias a su fidelidad Él nos da entra-da al verdadero descan¬so: «Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y Yo os aliviaré... aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontra¬réis descanso para vuestras almas» (Mt 11,28-29). Una palabra del Santo Padre: «El diablo existe también en el siglo XXI y debemos aprender del Evangelio cómo luchar» contra él para no caer en la trampa. Para hacerlo no hay que ser «ingenuos», por ello se deben conocer sus estrategias para las tentaciones, que siempre tienen «tres características»: comienzan despacio, luego crecen por contagio y al final encuentran la forma para justificarse. El Papa alertó acerca del considerar que hablar del diablo hoy sea cosa «de antiguos» y en esto centró su meditación en la misa del viernes 11 de abril. El Pontífice habló expresamente de «lucha». Por lo demás, explicó, también «la vida de Jesús fue una lucha: Él vino para vencer el mal, para vencer al príncipe de este mundo, para vencer al demonio». Jesús luchó con el demonio que lo tentó muchas veces y «sintió en su vida las tentaciones y también las perse-cuciones». Así «también nosotros cristianos que queremos seguir a Jesús, y que por medio del Bautismo estamos precisamente en la senda de Jesús, debemos conocer bien esta verdad: también nosotros somos tentados, también nosotros somos objeto del ataque del demonio». Esto sucede «porque el espíritu del mal no quiere nuestra santidad, no quiere el testimonio cristiano, no quiere que seamos discípulos de Jesús». Pero, se preguntó el Papa, «¿cómo hace el espíritu del mal para alejarnos del camino de Jesús con su tentación?». La respuesta a este interrogante es decisiva. «La tentación del demonio —explicó el Pontífi-ce— tiene tres características y nosotros debemos conocerlas para no caer en las trampas». Ante todo «la tentación comienza levemente pero crece, siempre crece». Luego «contagia a otro»: se «transmite a otro, trata de ser comunitaria». Y «al final, para tranquilizar el alma, se justifica». De este modo las característi-cas de la tentación se expresan en tres palabras: «crece, se contagia y se justifica». Pero si «se rechaza la tentación», luego «crece y vuelve más fuerte». Jesús, explicó el Papa, lo dice en el Evangelio de Lucas y advierte que «cuando se rechaza al demonio, da vueltas y busca algunos compañeros y vuelve con esta banda». Y he aquí que «la tentación es más fuerte, crece. Pero crece incluso involucrando a otros». Es precisamente eso lo que sucedió con Jesús, como relata el pasaje evangélico de Juan (10, 31-42) propuesto por la liturgia. «El demonio —afirmó el Pon-tífice— involucra a estos enemigos de Jesús que, a este punto, hablan con Él con las piedras en las ma-nos», listos para matarlo. Papa Francisco. Misa en la Casa Santa Marta. 11 de abril de 2014.  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 1. El Evangelio de hoy nos transmite el resumen de la primera predicación de Jesús: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: convertíos y creed en el Evange¬lio» (Mc 1,15). ¿Qué de-bo de hacer para vivir la conversión (cambio) que el Señor me pide? 2. La Iglesia nos ofrece medios concretos y prácticos para poder vivir mejor la Cuaresma: la limosna el ayuno y la oración. ¿Cómo puedo vivirlos? ¿De qué manera concreta? 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 397- 400; 538 – 542. texto facilitado: JUAN R. PULIDO, presidente diocesano de ADORACION NOCTURNA en TOLEDO

```LA COMUNIDAD EN LAS REDES SOCIALES HOY``` *1 Domingo de Cuaresma (Mc 1,12-15)*

_Convertíos y creed en el Evangelio_ Atentos a esta exhortación de Jesús:¡Convertíos y creed en el Evangelio! No es una orden. El Evangelio es el don por excelencia de Jesús; es su Fuerza para quien cree en Él. Atentos sin embargo pues para abrazarnos al Evangelio de Jesús antes hemos de vadear el abismo del escándalo; hasta los mismos apóstoles se escandalizaron de Jesús en su obediencia al Padre al aceptar su muerte ignominiosa (Mt 26,30). Ante este escándalo que a todos nos alcanza ¿Qué podremos hacer? Podemos tapar el Evangelio con prácticas y rezos ingenuamente como si Jesús no se diese cuenta, o... mirémonos por ejemplo en Pablo. Abrumado por tanta persecución y desprecios suplicó al Señor que le librase de ellos. El Señor le dijo: ¡Te basta con mi Gracia! (2 Co 12,9) El Apóstol comprendió que la Gracia-Fuerza de Dios, siempre asociada a su Ternura (Sl 103,4), era la carta victoriosa contra el Mal y su mentor, Satanás, que Jesús había puesto en sus manos y dijo al Señor una vez más: ¡Aquí estoy! Los discípulos de Jesús no somos héroes; somos sabios que sabemos jugar con la carta ganadora que Él nos ofrece... como Pablo. _P. Antonio Pavía - comunidadmariamadreapostoles.com_

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Viernes, 19 de Febrero de 2021

_Espíritu Santo, quiero vivir en tu paz, gozar de tu amor cada día, y entregarme a la vida con entusiasmo._ _Pero Tú sabes que guardo dentro de mí rencores y resentimientos que he tratado de ocultar._ _Hoy te pido la gracia de liberarme, Espíritu Santo._ _Derrama en mí un profundo deseo de perdonar, de vivir en paz con todos y de comprender profundamente las agresiones y desprecios de algunas personas._ _Ayúdame a descubrir sus sufrimientos y debilidades para poder mirarlos con ternura y no juzgarlos por lo que me hacen._ _Regálame la gracia de comprender y bendecir a los que me ofenden, persiguen y desprecian, alabándote por ellos, que son tuyos._ _Derrama en mí un espíritu de profunda tolerancia. Ven Espíritu Santo._ _Amén._

jueves, 18 de febrero de 2021

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Jueves, 18 de Febrero de 2021

La esperanza tiene que ver con el amor de deseo, con ese interés profundo que alimenta la actividad cotidiana del hombre en camino. El que cree que de esta historia nada puede esperarse, sólo puede desear que todo termine, y por eso mismo, no tiene ganas de nada. Es cierto que cuando descubrimos que las cosas no son eternas, se despierta en nosotros el deseo de una vida que está más allá, la esperanza en el Reino celestial. Pero la esperanza es mucho más que el sabor amargo que sentimos cuando captamos la insuficiencia y la contingencia de las cosas terrenas. Con la esperanza, ese gusto inquietante se convierte en deseo eficiente, en ilusión, en camino. Esperamos que todo pueda llegar a ser mejor también en esta tierra. El paso del tiempo es vida que crece, porque está el Espíritu, asegurando con su Presencia una permanente e inagotable vitalidad. Los cristianos nunca podremos entender el paso de los años como un proceso degradante que cada vez se aleja más de los tiempos dorados. No podemos pensar que antes todo era bueno, y que fue perdiendo cada vez más su poder originario por un inevitable desgaste. Si fuera así, no habría esperanza. .

miércoles, 17 de febrero de 2021

*Miércoles de Ceniza*

Entremos en la Cuaresma a la luz de esta Promesa de Dios: "Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne"( Ez 36,26) El simbolismo de Ezequiel es de una riqueza y belleza indescriptibles. Un corazón de piedra es incapaz de detectar las semillas divinas propias de su Palabra; como mucho la analiza semánticamente, como un forense reconoce uno a uno los órganos de un cadáver. Otros sacan "moralina" de la Palabra reduciéndola a consejitos... Hasta ahí lo que da de sí un corazón de piedra. Un corazón de carne tiene sus propios sentidos, como dice la Escritura y corroboran los Padres de la Iglesia; me limito a citar a San Agustín... recordando antes que en la Biblia corazón y alma son sinónimos: "Si el cuerpo tiene sus propios sentidos... ¿No los va a tener el alma?" Vamos a algún testimonio de las Escrituras acerca de los sentidos del alma... "Correremos al olor de tus perfumes" dice la esposa del Cantar de los Cantares (Ct 1,3). "Qué dulce al paladar tu Palabra, más que la miel en la boca" (Sal 119,103). Por su parte Pablo nos habla de los ojos del corazón (Ef 1, 17-18) Ahora bien, el testimonio por antonomasia es el del Señor Jesús que llama Bienaventurados a sus discípulos de todos los tiempos porque sus ojos ven y sus oídos oyen lo que ni siquiera los profetas llegaron a ver y a oír (Lc 10,23-24). Todos ellos ven cumplido el deseo del salmista de encontrarse con...."El Dios Vivo" (Sal 42,3) _P. Antonio Pavía Misionero Comboniano - comunidadmariamadreapostoles.com_

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Miércoles, 17 de Febrero de 2021

_Ven Espíritu Santo, y mira todos los miedos que guardo dentro de mí. Te ruego que sanes todo temor, para que pueda caminar seguro en tu Presencia._ _Mira a esta creatura que te suplica, no me abandones, fortaleza mía. Tú eres como un escudo protector, y si tu fuerza me rodea no tengo nada que temer._ _Cúbreme con tu potencia, y no permitas que ningún violento me haga daño, no dejes que algún espíritu dominante pretenda adueñarse de mi vida._ _Aleja de mí a todos los que quieran aprovecharse de mí. Tú me protegerás de los envidiosos y de los que no se alegran con mis éxitos y alegrías. Tú me protegerás de los peligros imprevistos._ _Deposito en Ti toda mi confianza. Yo acepto a Jesús como Señor de mi vida, todo mi ser es suyo. Por eso confío en tu protección, Espíritu Santo, y dejo ante Ti todos mis temores._ _Ven Espíritu Santo._ _Amén._ .

martes, 16 de febrero de 2021

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Martes, 16 de Febrero de 2021

Sabemos que en toda la Escritura la palabra espíritu habla de dinamismo. Y si el Espíritu Santo tiene ese nombre es porque Él derrama vida en movimiento, impulsa hacia adelante, no nos deja estancados o inmóviles. Él sopla, mueve, arrastra, libera de todo acomodamiento y de toda inmovilidad. Por eso mismo también en el Nuevo Testamento se lo asocia con el simbolismo del viento: Se dice que así como el viento sopla donde quiere, así es el que nace del Espíritu *(Juan 3, 8).* Cristo resucitado sopla cuando derrama el Espíritu en los discípulos *(Juan 20, 22)* y los impulsa hacia una misión. Por eso no es casual que se asocie el derramamiento del Espíritu en Pentecostés, sacándolos del encierro, con una ráfaga de viento impetuoso *(Hechos 2, 2).* El mismo impulso del Espíritu Santo nos lleva a buscar siempre más. En su carta sobre el tercer Milenio, el Papa atribuye particularmente al Espíritu la construcción del Reino de Dios _"en el curso de la historia",_ preparando su _"plena manifestación"_ y _"haciendo germinar dentro de la vivencia humana las semillas de la salvación definitiva"_ (TMA 45b). Por eso no sólo esperamos llegar al cielo, sino que deseamos vivir en esta vida algo del cielo. No podemos ignorar que el Nuevo Testamento no habla sólo del Reino que ya llegó con Cristo, o del Reino celestial que vendrá en la Parusía, sino también del Reino que va creciendo *(Marcos 4, 26-28; Mateo 13, 31-33; Efesios 2, 22; 4,15-16; Colosenses 2, 19).* Y si va creciendo, esperamos que el Espíritu Santo nos ayude para ir a crear un mundo cada vez mejor. Así sea. .

El padre Pedro Opeka, de 72 años, sacerdote argentino de origen esloveno, miembro de la congregación de la misión de San Vicente de Paúl, ha sido propuesto para el Premio Nobel de la Paz por el primer ministro de Eslovenia,

Janez Janša, como reconocimiento a su ayuda "a las personas que viven en condiciones de vida espantosas”, en particular en Madagascar, donde vive como misionero desde hace tres décadas. Allí fundó en 1989 la asociación humanitaria Akamasoa (“buen amigo”) en 1989 como un “movimiento de solidaridad para ayudar a los más pobres de los pobres” que viven en los basureros. Según informa Aciprensa, la asociación ha proporcionado cuatro mil casas de material noble a personas y familias sin hogar y ha ayudado a educar a trece mil niños y jóvenes desde su creación. Se da la circunstancia de que el padre Opeka fue alumno del Papa en la facultad de Teología en el curso 1967-68. Se fundieron en un sentido abrazo cuando Francisco viajó a la isla en septiembre de 2019 y visitó la Ciudad de la Amistad, en las afueras de la capital Antananarivo, construida sobre un antiguo vertedero. Por ese motivo Opeka es también conocido como "el apóstol entre la basura". Francisco elogió entonces "su testimonio profético y generador de esperanza”. Declaraciones del padre Opeka durante un viaje a Roma hace dos años. Pedro Pablo Opeka nació en Buenos Aires (Argentina) en 1948. Sus padres eran refugiados de Eslovenia que emigraron tras el inicio del régimen comunista en Yugoslavia. A los 18 años ingresó en el seminario de su congregación y dos años más tarde viajó a Europa para estudiar Filosofía en Eslovenia y Teología en Francia. Luego pasó dos años como misionero en Madagascar. En 1975 fue ordenado sacerdote en la Basílica de Luján y en 1976 regresó a Madagascar, donde permanece hasta el día de hoy. Al ver la pobreza desesperada en la ciudad capital de Antananarivo, especialmente en los vertederos de basura, donde la gente vive en cajas de cartón y los niños compiten con los cerdos por la comida, decidió hacer algo por los pobres. Con ayuda enviada del extranjero y el trabajo de la gente de Madagascar, fundó aldeas, escuelas, bancos de alimentos, pequeños negocios e incluso un hospital para atender a los pobres a través de la asociación Akamasoa. Durante la pandemia de coronavirus el padre Opeka ha trabajado para ayudar a las familias que han acrecentado su pobreza como consecuencia de las medidas impuestas por las autoridades por la pandemia de covid. “La situación es difícil para las familias, para los pobres que tienen muchos hijos. No tenemos arroz. No tenemos agua. Necesitamos agua y jabón”, dijo el sacerdote a Radio Vaticano en abril de 2020. Si quiere puede recibir las mejores noticias de ReL directamente en su móvil a través de WhatsApp AQUÍ o de Telegram AQUÍ FacebookTwitterTelegramLinkedinWhatsappEmail

lunes, 15 de febrero de 2021

LA COMUNIDAD EN LAS REDES SOCIALES HOY``` *Tu currículum y el Libro de la Vida*

` A lo largo de nuestro existir, nuestras obras: buenas, mediocres e incluso las detestables se van imprimiendo en nuestro currículum vital. En este documento quedan impresas manchas indelebles tan corrosivas que nos avergüenzan. Así es hasta que nos encontramos con Jesucristo cara a cara, es decir, con sus Palabras frente a las nuestras, las mismas con las que Adán y Eva prescindieron de Dios (Gn 3,6) , en realidad, prescindieron de la Vida con Él. Cuando acogemos a Jesús y nos abrazamos a su Evangelio, Él coge nuestro vergonzante currículum, lo hace pedazos y en su lugar nos ofrece el Libro de la Vida (Ap 20, 12)En él quedan impresos todos los pasos que vamos dando desde que empezamos a ser sus Discípulos hasta que dejamos este mundo al son de su última llamada: "Venid benditos de mi Padre...." (Mt 25,34). Las obras de los Discípulos de Jesús nacen de su Evangelio… es decir de su Fuerza. _P. Antonio Pavía - comunidadmariamadreapostoles.com_

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* Lunes, 15 de Febrero de 2021

Cuando nos preguntamos por qué esta Persona divina se llama Espíritu, podríamos responder "porque no es material". Pero esa respuesta es muy pobre. En la Biblia ese nombre significa mucho más. En el Antiguo Testamento la palabra espíritu (ruaj) es un sonido que imita el ruido de la respiración agitada. El sentido principal es el de aire. Pero hay que decir "aire en movimiento" porque el hebreo no conoce la idea de aire quieto, sino moviéndose o moviendo. Indica una vitalidad dinámica que depende de Dios *(Salmo 32, 6; 103, 29-30)* y está ausente en los ídolos *(Jeremías 10,14).* El Espíritu tiene una gran movilidad: es comunicado, entra, sale, renueva, impulsa, abandona *(Números 11, 24-29).* Este aspecto dinámico es una característica inseparable de la noción de Espíritu. De hecho, el Antiguo Testamento lo relaciona particularmente con la actividad profética, que orienta hacia adelante, hacia el futuro. En el Antiguo Testamento traducido al griego, la palabra espíritu tiene también ese sentido dinámico. La raíz del término expresa un "movimiento de aire cargado de energía". En el libro de la Sabiduría se describe al "Espíritu" como ágil, que atraviesa y penetra, espejo de la actividad de Dios, que se despliega vigorosamente, etc. *(Sabiduría7, 22.24.26; 8,1).* Según los escritos de San Pablo el Espíritu moviliza, da fuerzas, y derrama dones en orden a actuar, para enriquecer la vida de la Iglesia *(Romanos 8, 14-15.24-27; 1 Corintios 12, 1-11; 2 Corintios 3, 6.17-18; Gálatas 4, 6-7; 5, 22-25).* Y esta concepción dinámica se expresa también en la invitación a *"no apagar el Espíritu"* (1 Tesalonicenses 5,19). En los Hechos de los Apóstoles, el derramamiento y la acción del Espíritu producen un permanente y fervoroso dinamismo *(Hechos 1, 8; 2, 2.41; 4, 29-31; 8, 39-40; 10, 44-46; 13, 4; 19, 6; 20, 22-23).* Es bueno pedirle al Espíritu Santo que nos llene de ese dinamismo de vida. Así sea. .

domingo, 14 de febrero de 2021

L. Patrística La palabra de Dios, fuente inagotable de vida San Efrén Sobre el Diatéseron 1,18-19 ¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que la estudie pueda ver en ella lo que más le plazca. Escondió en su palabra variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse en cualquiera de los puntos en que concentrara su reflexión. La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron- dice el Apóstol- el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual. Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta palabra no crea que en ella se halla solamente lo que él ha hallado, sino que ha de pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie, sino que, considerando que no puede abarcarla toda, dé gracias por la riqueza que encierra. Alégrate por lo que has alcanzado, sin entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente. La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque, si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo. Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia. Lo que, por tu debilidad, no puedes recibir en un determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo que no puede ser sorbido de una vez, ni desistas por pereza de lo que puedes ir tomando poco a poco.

*LOS CINCO MINUTOS DEL ESPÍRITU SANTO* domingo, 14 de Febrero de 2021

D _Espíritu Santo, yo no quiero desperdiciar tus dones, no quiero desaprovechar los impulsos de tu gracia._ _Tengo a mi disposición la vida nueva de la Resurrección y el poder de tus impulsos._ _No quisiera desgastarme en lamentos y quejas._ _Tú me sostienes, Tú me das vida, contigo_ _puedo correr sin fatigarme._ _Pero a veces me desgastan mi desconfianza, mi tristeza, mi melancolía, mis miedos, mis fracasos, las contradicciones que encuentro, mis insatisfacciones._ _Ayúdame a renunciar a todo eso, Espíritu de vida, para que despliegues en mí toda tu gloria._ _Late conmigo, Señor, vive conmigo, respira conmigo, lléname de fervor y de entusiasmo._ _Coloca en mi corazón el anhelo de ser_ _fecundo para Ti, de ser útil._ _Dame el sueño de producir algo bueno para este mundo, el deseo de dejarlo mejor que como lo he encontrado._ _Sana toda pereza, toda indiferencia, todo desánimo, para que no te ofenda con pecados de omisión._ _Que pueda levantarme cada mañana con intensos deseos de hacer el bien a los demás._ _Ayúdame a descubrir mejor mis talentos, para gastar bien mis energías._ _Dios, potente y fuerte, que todo lo sostienes, mira mi debilidad y penetra todo mi ser con ese poder que no tiene límites._ _Ven Espíritu Santo, fortalece cada fibra de mi cuerpo y de mi interior._ _Así yo sé que nada podrá derribarme, porque ningún poder humano, ninguna enfermedad y ninguna dificultad pueden ser más fuertes que tu amor._ _Ven Espíritu Santo, infunde tu dinamismo en mis acciones, inunda de vitalidad todo mi ser._ _Tómame Señor, una vez más, para derramar tu poder y tu luz en el mundo._ _Ven Espíritu Santo._ _Amén._ .

sábado, 13 de febrero de 2021

6ª semana del tiempo ordinario. Domingo B: Mc 1, 40-45

Hoy nos presenta el evangelio la curación de un leproso por Jesús. La lepra era una enfermedad terrible. No era muy definida, pues se unía a diversas enfermedades de la piel; pero se creía muy contagiosa, aunque no es tanto, y por eso a los leprosos se les excluía de la sociedad: debían vivir aparte y así su vida era muy penosa. Lo peor es que se les consideraba “impuros” o malditos, porque creían que era consecuencia de pecados y por lo tanto maldecidos por Dios. Esto era lo que más desagradaba a Jesús, que en varias ocasiones testificó que la enfermedad no tiene porqué estar de una manera necesaria unida al pecado, aunque puede ser consecuencia de un pecado. Hoy se nos muestra la confianza de aquel leproso en la oración que dirige a Jesús y el amor misericordioso que Jesús muestra al curarle. Aquel leproso habría escuchado hablar de Jesús y mucho tuvo que sentir en su alma las palabras y las actitudes del maestro para acercarse y hacerle una petición. La ley mandaba que desde lejos gritase: “impuro, impuro” para que nadie se acercase; pero es tanta su necesidad y su confianza que se acerca para pedir. Encuentra a Jesús lleno de misericordia y sin ningún prejuicio. Para Jesús el amor está por encima de toda exigencia de normas y leyes externas. Se enternece ante una petición tan confiada y no sólo le sana, sino que antes le toca, como mostrando su gran misericordia. El amor es lo que debe ir formando nuestra conciencia para saber actuar en momentos conflictivos; pero un amor que sea desinteresado y gratuito, lo cual es difícil y debemos pedirlo al Señor. Mucha tuvo que ser la alegría del que dejaba de ser leproso y grande y ostentoso el entusiasmo que debía manifestar, cuando Jesús “severamente” le tuvo que decir que no lo dijese a nadie. Esta es una amonestación que encontramos con frecuencia en el evangelio, ya que la gente esperaba a un mesías triunfante y todos querían ponerse a sus órdenes en el sentido de batalla campal. El mesianismo de Jesús era por medio del amor y la entrega abnegada para el bien de todos. Esto era muy difícil entenderlo y aun hoy día sigue muchas veces siendo difícil; pero esta es la enseñanza que nos sigue dando Jesús hoy a todos: hacer el bien en lo que podamos, pues hay muchos que se sienten marginados: algunos por enfermedades como el SIDA, otros por la pobreza o diversas discriminaciones sociales o particulares. Jesús no sólo le cura en un sentido particular, sino que se preocupó de que se incorporase legalmente ante la sociedad. Por eso le mandó que cumpliese con la norma de ir a registrarse ante el sacerdote. Hay muchos que no quieren hablar del pecado; pero es una realidad que está no sólo a nuestro alrededor, sino dentro de nosotros mismos: todos somos pecadores. Así nos reconocemos al comienzo de la misa, aunque a veces lo hagamos sólo con los labios y no con el corazón. El pecado suele decirse que es como una lepra del alma: Nos hace mal a nosotros y también a la comunidad. Hoy se nos invita a acudir a Jesús como aquel leproso con mucha humildad y valentía. Y desde el fondo del corazón le pidamos a Jesús que nos limpie del egoísmo, la avaricia, la soberbia... Todos debemos ser conscientes de que no estamos limpios ante Dios; pero también debemos ser conscientes de la infinita misericordia de Dios. El milagro es un signo del poder que recibió Jesús para librarnos de otra esclavitud más profunda que la lepra: el pecado. Esta bondad de Jesús es también el ejemplo a seguir por nosotros. No es fácil, pues es exponerse a ser nosotros mismos marginados. Jesús no buscaba ostentación ni aplausos. Nos dice el evangelio que después Jesús ya “no podía entrar públicamente en una ciudad”. Esto podía ser por dos razones: porque su popularidad era más grande y porque haciendo el bien, a costa de no tener en cuenta diversos aspectos de impurezas legales, se había ganado más enemigos entre los fariseos y escribas. Busquemos nosotros hacer el bien, a pesar de las dificultades y encontraremos más fácilmente al Corazón de Cristo dispuesto a sanar nuestras propias debilidades. P. SILVERIO

Domingo de la Semana 6ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B «Quiero, queda limpio»

Lectura del libro del Levítico (13, 1-2. 44-46): El leproso tendrá su morada fuera del campamento. El Señor dijo a Moisés y a Aarón: «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza. El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: "¡Impuro, impuro!" Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.» Salmo 31,1-2.5.11: Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación. R./ Dichoso el que está absuelto de su culpa, // a quien le han sepultado su pecado; // dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. R./ Había pecado, lo reconocí, // no te encubrí mi delito; // propuse: «Confesaré al Señor mi culpa» // y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R./ Alegraos, justos, y gozad con el Señor; // aclamadlo, los de corazón sincero. R./ Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (10,31-11,1): Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo. Hermanos: Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo. Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (1, 40-45): La lepra se le quitó y quedó limpio. En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.» Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.» La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.» Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.  Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas El breve diálogo entre Jesús y un enfermo de lepra concluye con la milagrosa curación de éste (Evangelio). El enfermo tenía que vivir sólo y apartado de todos los demás como leemos en las claras y severas prescripciones del libro del Levítico (Primera Lectura) . Solamente mediante la declaración oficial del sacerdote, después que éste lo hubiera examinado, podría reinsertarse en la comunidad. Otros problemas distintos, pero con cierto sabor veterotestamentario, vemos en la comunidad de Corinto respecto a la licitud o no de comer la carne sacrificada en los templos paganos que era usualmente vendida en el mercado. El apóstol de los gentiles nos deja una regla de oro para poder discernir cómo vivir la fe en la vida cotidiana: «hacedlo todo para la gloria de Dios» y para la edificación de los hermanos («no dar escándalo»). San Pablo mismo se coloca como ejemplo ante los demás. Pues bien, el ejemplo que nos da Jesucristo en el pasaje de San Marcos es maravilloso: ir más allá de las apariencias y salir al encuentro de la realidad más profunda que esclaviza al hombre: «el pecado». Sólo en el encuentro con Aquél que es el «Rostro vivo de Dios» podremos sanar nuestros corazones destrozados por nuestros pecados y volver así a la anhelada comunión con el Padre en el Espíritu Santo.  La enfermedad de la lepra En todas las épocas la lepra ha sido una enfermedad con dolorosas consecuencias sociales. Los enfermos de lepra no sólo padecen un mal que los va carcomiendo y desfiguran¬do, sino que sufren la segregación por parte de la sociedad. Tal vez lo más doloroso para los enfermos de lepra es ver dibu¬jar¬se un gesto de desagrado en el rostro de los hombres que se acercan a ellos y comprender así que infunden repug¬nan¬cia por su sola presencia. Todo esto era especialmente grave en Israel, pues la enferme¬dad adquiría también una dimensión religiosa: «la impureza». Es lo que leemos en el libro del Levítico que contiene una serie de leyes para el culto y la vida cotidiana para que el pueblo de Israel viviera rectamente ante Dios. El libro del «Levítico» debe su nombre a los sacerdotes que estaban encargados del culto divino y que pertenecían a la tribu o al clan de Leví. La ley era clara y ordenaba al infectado que anunciase su llegada ante los demás y que permaneciese aislado del resto. El enfermo de lepra quedaba así excluido del culto, pues se conside¬raba indigno de presentarse ante Dios mismo. El hombre que sufría esta enfermedad perdía completa¬mente la estima de sí mismo .  «¡Hacedlo todo para gloria de Dios!» San Pablo nos señala, en su carta a los Corintios, el modo concreto para poder presentarnos ante el Señor: «hacerlo todo para gloria de Dios». Todo ha de hacerse para agradar a nuestro Padre. Y como lo que más le agrada es que vivamos el amor unos con otros, tal ha de ser nuestra principal preocupación. Recordemos que aquí estaría la solución- ¡la única!- de todos los problemas personales, sociales e internacionales. Y que en vano se buscarán soluciones sin la caridad en los grandes foros internacionales. Todo será inútil, nos decía el Papa León XIII en su famosa encíclica Rerum Novarum (1891), sin «una gran efusión de caridad». Es lo mismo que nos decía Benedicto XVI en su primera carta encíclica: «El amor- caritas- siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo» .  «¡Si quieres, puedes limpiarme!» El Evangelio de San Marcos en este primer capítulo nos presenta tres episodios en que asistimos al poder de Jesús de expulsar los demonios y sanar a los enfermos. Por su orden ellos son la liberación de un hombre poseído por un demonio en la sinagoga de Cafarnaúm, la curación de la suegra de Simón de la fiebre que la tenía postrada y la curación de un leproso. El Evangelio de hoy nos presenta este último episodio. El relato comienza abruptamente, sin indicar ninguna circunstancia y sin vinculación alguna con lo anterior: «Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme’». Fijemos nuestra atención en la actuación del leproso. Él se pone a los pies de Jesús en actitud de profunda oración: «Puesto de rodillas». El Evangelio dice que en esa actitud «le suplicaba». Habríamos esperado una oración más o menos como ésta: «Señor, límpiame de la lepra». Pero en esta oración él habría expresado su propia voluntad. Su oración es mucho más perfecta; él prefiere que se haga la voluntad de Jesús, seguro de que eso es lo mejor para él. Por eso su oración es esta otra: «Señor, si tú lo quieres, puedes limpiarme». Con sólo presentarse a la vista de Jesús ha dejado en evidencia su desdicha: dolor físico y moral, oprobio, segregación social y exclusión del culto. No necesita decir nada; confía en que Jesús todo esto lo comprende. Y no exige nada, sino que deja a Jesús libre de hacer su voluntad: «Si quieres». Es como si orara ya en la forma que Jesús nos enseñará a hacerlo: «Hágase tu voluntad»; o como oraba el mismo Jesús: «No lo que yo quiero sino lo que quieras tú... hágase no mi voluntad sino la tuya»(Mc 14,36; Lc 22,42). El leproso no hace prevalecer su voluntad. Quiere que se haga la voluntad de Jesús. Pero en una cosa es firme y muy claro: «Tú puedes limpiarme». Tiene fe en el poder de Jesús. Es importante destacar que, según la mentalidad judía, tal potestad respecto a la lepra estaba reservada a Dios, que la comunicó a veces a algunos de sus profetas, como Eliseo, por ejemplo (ver 2 Re 5,1-19). La fe del leproso es lo que conmueve a Jesús. No puede dejar de actuar a favor de quien cree tanto: «Extendió su mano, le tocó y le dijo: ‘Quiero; queda limpio’. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio». Para comprender la admirable oración de este leproso, podemos compararla con la que dirige a Jesús el padre de un niño endemoniado: «Si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros» (Mc 9,22). Ésta no es una oración confiada y, si no hubiera sido rectificada, no habría obtenido nada. Jesús quiere suscitar un acto de fe: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para el que cree!”. Entonces el padre rectifica su oración: “¡Creo, pero ayuda mi poca fe!”»(Mc 9,23-24). Entonces Jesús se compadeció y liberó a su hijo de su mal. Podemos decir que el leproso se ha puesto en la escuela de Santa María. La oración de ella en las bodas de Caná es el modelo que él imita. En esa ocasión María presenta a Jesús la necesidad: «No tienen vino» (ver Jn 2,1-11). Lo hace porque tiene fe en que Él puede remediarla. Pero se somete totalmente a su voluntad. Por eso dice a los servidores: «Haced lo que él os diga».  Jesús se compadeció Son pocos los textos del Evangelio en que se nos reve¬lan los sentimientos internos que mueven a Jesús. Éste es uno de ellos. «Compadecido de él...» (Mc 1,41). De una mirada, Jesús compren¬dió el dolor físico y moral de este hombre y sintió compasión de él. Y para que el leproso no sintiera ningún rechazo, Jesús «extendió la mano y lo tocó», ¡al que era considerado impuro y nadie podía pasar cerca de él! Jesús nunca obra las curaciones de modo mecánico, como haciendo un alarde de su poder. Jesús se siente profundamen¬te comprometido con el dolor ajeno y cura a los enfermos porque antes ha sentido compasión. El milagro de la curación es una expre¬sión de su misericordia. Este punto impresionaba tanto a los contemporáneos de Jesús que Él se aplicó la antigua profecía de Isaías: «Él tomó todas nuestras flaquezas y cargó con nuestras enferme¬da¬des» (Mt 8,17).Todo esto lo vemos en la vida de Jesús, no sólo en su pasión y muerte, sino en su compasión hacia los que sufren. Jesús responde a la súplica del leproso con dos frases: «Quiero» y «queda limpio». La primera es expresión de su voluntad y está corroborada por su actitud de acogida y por su compasión. La segunda es una palabra eficaz, de ésas que puede pronunciar sólo Dios, y queda confirmada por la se¬cuencia del relato. Todos estamos llamados a seguir a Jesús e imitar su conducta en esa primera parte; en esta segunda, en cambio, no podemos seguirlo, a menos que Él mismo nos con¬fiera su poder. Por eso, cuando Jesús nos quiere enseñar el amor fraterno y para hacerlo nos propone la parábola del buen samaritano, describe la actitud de éste de dos maneras: «Tuvo compasión» (mientras los otros pasaban de largo al lado del herido) y «practicó con él la miseri¬cor¬dia». Esto es nuestro deber de cristianos. Lo manda Jesús a todos en la enseñanza conclusiva de la parábola: «Vete y haz tú lo mismo» (ver Lc 10,29-37).  Una palabra del Santo Padre: «En estos domingos el evangelista san Marcos nos está relatando la acción de Jesús contra todo tipo de mal, en beneficio de los que sufren en el cuerpo y en el espíritu: endemoniados, enfermos, pecadores... Él se presenta como aquel que combate y vence el mal donde sea que lo encuentre. En el Evangelio de hoy (cf. Mc 1, 40-45) esta lucha suya afronta un caso emblemático, porque el enfermo es un leproso. La lepra es una enfermedad contagiosa que no tiene piedad, que desfigura a la persona, y que era símbolo de impureza: el leproso tenía que estar fuera de los centros habitados e indicar su presencia a los que pasaban. Era marginado por la comunidad civil y religiosa. Era como un muerto ambulante. El episodio de la curación del leproso tiene lugar en tres breves pasos: la invocación del enfermo, la respuesta de Jesús y las consecuencias de la curación prodigiosa. El leproso suplica a Jesús «de rodillas» y le dice: «Si quieres, puedes limpiarme» (v. 40). Ante esta oración humilde y confiada, Jesús reacciona con una actitud profunda de su espíritu: la compasión. Y «compasión» es una palabra muy profunda: compasión significa «padecer-con-el otro». El corazón de Cristo manifiesta la compasión paterna de Dios por ese hombre, acercándose a él y tocándolo. Y este detalle es muy importante. Jesús «extendió la mano y lo tocó... la lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio» (v. 41-42). La misericordia de Dios supera toda barrera y la mano de Jesús tocó al leproso. Él no toma distancia de seguridad y no actúa delegando, sino que se expone directamente al contagio de nuestro mal; y precisamente así nuestro mal se convierte en el lugar del contacto: Él, Jesús, toma de nosotros nuestra humanidad enferma y nosotros de Él su humanidad sana y capaz de sanar. Esto sucede cada vez que recibimos con fe un Sacramento: el Señor Jesús nos «toca» y nos dona su gracia. En este caso pensemos especialmente en el Sacramento de la Reconciliación, que nos cura de la lepra del pecado. Una vez más el Evangelio nos muestra lo que hace Dios ante nuestro mal: Dios no viene a «dar una lección» sobre el dolor; no viene tampoco a eliminar del mundo el sufrimiento y la muerte; viene más bien a cargar sobre sí el peso de nuestra condición humana, a conducirla hasta sus últimas consecuencias, para liberarnos de modo radical y definitivo. Así Cristo combate los males y los sufrimientos del mundo: haciéndose cargo de ellos y venciéndolos con la fuerza de la misericordia de Dios. A nosotros, hoy, el Evangelio de la curación del leproso nos dice que si queremos ser auténticos discípulos de Jesús estamos llamados a llegar a ser, unidos a Él, instrumentos de su amor misericordioso, superando todo tipo de marginación. Para ser «imitadores de Cristo» (cf. 1 Cor 11, 1) ante un pobre o un enfermo, no tenemos que tener miedo de mirarlo a los ojos y de acercarnos con ternura y compasión, y de tocarlo y abrazarlo. He pedido a menudo a las personas que ayudan a los demás que lo hagan mirándolos a los ojos, que no tengan miedo de tocarlos; que el gesto de ayuda sea también un gesto de comunicación: también nosotros tenemos necesidad de ser acogidos por ellos. Un gesto de ternura, un gesto de compasión... Pero yo os pregunto: vosotros, ¿cuándo ayudáis a los demás, los miráis a los ojos? ¿Los acogéis sin miedo de tocarlos? ¿Los acogéis con ternura? Pensad en esto: ¿cómo ayudáis? A distancia, ¿o con ternura, con cercanía? Si el mal es contagioso, lo es también el bien. Por lo tanto, es necesario que el bien abunde en nosotros, cada vez más. Dejémonos contagiar por el bien y contagiemos el bien». Papa Francisco. Ángelus 15 de febrero de 2015.  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 1. La fe del leproso es la que vemos también en Santo Tomás Moro (1478-1535) que desde la cárcel y a punto de ser conducido al martirio escribía a su hija Margarita: «Ten buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no lo quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor». ¿Yo tengo esa fe ante las dificultades de la vida? 2. El pecado, en el sentido moral (espiritual), significa la alteración y descomposición interior del hombre. Se podría definir como «la lepra del alma». Acudamos con humildad al Señor de la Vida para que sea Él quien realmente nos cure. 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 517-518. 547-550, 1511-1523.

``LA COMUNIDAD EN LAS REDES SOCIALES HOY``` *Reflexión al Evangelio del VI Domingo del T. Ord. (Mc 1,40 -45)*

_Señor: ¡Límpiame por dentro!_ Un leproso se acerca suplicante a Jesús: Si quieres puedes limpiarme. Jesús que había dado primeramente su sí al Padre (Sal 40,7-9) proclama el ¡Sí quiero! a este hombre que a todos nos representa pues en la Espiritualidad bíblica la lepra simboliza la impureza interior. Impureza de corazón que se manifiesta en nuestras inconsistencias con Dios más allá de las apariencias, como frecuentemente dice Jesús respecto a su pueblo, tan cumplidor externamente. Que todos tenemos esta llaga impura en nuestro interior, lo sabemos, entre otros, por Moisés llamado por Dios para liberar a Israel. Para que no se engriese por la vocación recibida, para que viese que era igual que los demás le dijo "Mete la mano en tu pecho. Moisés la metió y estaba llena de lepra..." (Ex 4,6-7). Jesús sabía y sabe perfectamente cómo es el hombre más allá de la fachada amable que presenta; lo que tenía que hacer y lo hizo fue hacerse cargo de nuestra lepra-impureza interior y subir como el Gran Impuro de Israel a la Cruz. Allí en el Calvario nació nuestra libertad… libres quedaron sus verdugos al verle morir con su perdón en los labios… y como dice Lucas… se volvieron golpeándose el pecho impuro (Lc 23,47-49), igual que el publicano a quien tanto detestaban (Lc 18,13-14). Así es como El Señor nos limpia por dentro. _P. Antonio Pavía - comunidadmariamadreapostoles.com_