viernes, 7 de mayo de 2021

Domingo de la Semana 6ª del Tiempo Pascual. Ciclo B «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos»

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (10,25-26.34-35.44-48): El don del Espíritu Santo se ha derramado también sobre los gentiles. Cuando iba a entrar Pedro, salió Cornelio a su encuentro y se echó a sus pies a modo de homenaje, pero Pedro lo alzó, diciendo: «Levántate, que soy un hombre como tú.» Pedro tomó la palabra y dijo: «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea.» Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus pa-labras. Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles. Pedro añadió: «¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?» Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Le rogaron que se quedara unos días con ellos. Salmo 97,1.2-3ab.3cd-4: El Señor revela a las naciones su salvación. R/. Cantad al Señor un cántico nuevo, // porque ha hecho maravillas; // su diestra le ha dado la victoria, // su santo brazo. R/. El Señor da a conocer su victoria, // revela a las naciones su justicia: // se acordó de su misericordia y su fidelidad // en favor de la casa de Israel. R/. Los confines de la tierra han contemplado // la victoria de nuestro Dios. // Aclama al Señor, tierra ente-ra, // gritad, vitoread, tocad. R/. Lectura de la primera carta de San Juan (4,7-10): Dios es amor. Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados. Lectura del Santo Evangelio según San Juan (15,9-17): Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; per-maneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más gran-de que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, por-que todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»  Pautas para la reflexión personal  El vínculo entre las lecturas ¿Cuál es la clave de las tres lecturas? Es la amorosa mirada que Dios tiene a cada uno de nosotros. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1Jn 4,10). Y es por eso que nosotros debemos de amar-nos unos a otros sin acepción de personas: todos somos hijos queridos de Dios. Esto es lo que leemos en la Primera Lectura. Cornelio, centurión piadoso y simpatizante del judaísmo es el primer pagano recibido como cristiano por uno de los apóstoles. El relato del encuentro y el discurso de Pedro insisten en la supresión de las fronteras entre judíos y paganos. Dios mismo es quien las ha suprimi-do, enseñando a Pedro a no llamar impuro a ningún hombre. San Juan, en la Segunda Lectura, nos ha de-jado la más excelsa definición de Dios: «Dios es amor» y este amor ha tenido su máxima manifestación en la entrega de su propio Hijo para que podamos alcanzar la vida eterna. La respuesta a este amor divino será nuestro amor a Dios y al prójimo. El amor es la norma moral más exigente y más plena ya que exige un cumplir, por amor, lo que el Señor nos ha mandado. Para eso nos ha escogido (Evangelio).  «Dios no hace acepción de personas…» El episodio que leemos en la Primera Lectura es muy importante porque es el primer pagano que es admitido ala Iglesia por el mismo Pedro. Cornelio era un centurión de la cohorte itálica que tenía su sede en Cesarea y si bien era un hombre temeroso de Dios; no era judío. Cornelio tiene una visión en la que se le pide que llame a un tal Simón, llamado Pedro, que se encuentra en Joppe . Así, envía mensajeros en busca de aquel hombre. Mientras los mensajeros van de camino, Pedro tiene también una visión en la que una voz le invita a comer alimentos que eran retenidos como impuros por los judíos. La petición se repite hasta tres veces con la subsiguiente negativa de Pedro. La visión concluye con una afirmación taxativa: lo que Dios ha purificado, no lo llames tú profano. Después de esto, Pedro acude a Cesarea para encontrar a Cornelio y, después de escuchar la narración de éste, concluye: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato». El Espíritu Santo desciende sobre los pre-sentes, como si se tratase de un segundo Pentecostés, el Pentecostés de los gentiles, y la escena concluye con el bautismo de Cornelio y toda su familia. El pasaje es de máxima importancia para comprender el ca-rácter universal de la salvación. Dios no hace acepción de personas en relación con su amor reconciliador. Al encarnarse el Hijo de Dios se ha unido de algún modo a todos los hombres y los invita a la salvación. Éste es el descubrimiento que hace Pedro. Él no puede llamar a nadie impuro porque todos somos hijos de Dios, somos imagen de Dios creados por sobreabundancia de amor y llamados a la «vida eterna».  Dios siempre nos busca primero En la segunda lectura, San Juan repite en dos ocasiones: «Dios envió a su Hijo». Dios envía a su Hijo único para reconciliarnos ya que por el pecado vivíamos en ruptura. El amor mutuo tiene su fundamento en el amor de Dios. ¡Dios es amor! Lo que nos dice el texto es que la característica más acusada de Dios es el amor; su actividad más específica es amar. Dios se ocupa y se preocupa del hombre. La prueba suprema de ello es la Cruz. Ella demuestra qué clase de amor es el de Dios: amor de entrega concreta, palpable, amor reconciliador.El costo de la reconciliación supera toda imaginación: el envío de su Hijo. Dios envía a su Hijo para que nos rescate del pecado y de la "segunda muerte": la pérdida definitiva de Dios. Por eso, podemos sostener firmemente que Dios nos amó primero. Nos dice San Agustín: «No somos, por tanto, nosotros los que primero observamos los mandamientos y después Dios venga a amarnos, sino por el contrario: si Él no nos amase, nosotros no podríamos observar sus mandamientos. Ésta es la gracia que ha sido revelada a los humildes y permanece escondida a los soberbios». Es la gracia del amor de Dios que nos precede, prepara y acompaña nuestras obras. Sin Él o al margen de Él y de su amor, no po-dríamos hacer nada. En el versículo siguiente a la lectura (ver 1Jn 4,1) leemos «Si Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos unos a otros». El pretender amar sólo a Dios, en respuesta a su amor, olvidándonos de los otros, no es cristiano.  «Nadie tiene mayor amor...» El Evangelio dominical es la continuación del relato sobre la vid y de los sarmientos. Podemos decir que aquí saca las conclusiones de esa unión vital que sus discípulos tienen con Jesús. La primera frase nos re-vela que el «amor» a que se refiere es una realidad sobrenatural, es algo que nosotros hemos podido cono-cer porque nos fue dado (revelado) de lo alto. El amor es algo que existe en Dios y que fue revelado al mundo por Jesucristo. En Él hemos conocido, de verdad, lo que es al amor. Para poder amar hay que se-guir el ejemplo de Cristo. Ese amar «como yo os he amado» es lo que caracteriza el amor cristiano. Santo Tomás de Aquino dice que el amor es procurar el bien del otro. Sin la gracia de Dios el hombre acaba siempre por procurar su propio bien, es decir, acaba en un acto egoísta. Para poder realizar un acto de amor es necesario que sea dado de lo alto. Es lo que nos dice San Pablo en su carta a los romanos: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5,). El Espíritu Santo nos comunica el conocimiento de Dios infundiéndonos el amor. El que no ama no tiene noción alguna de Dios. Por eso no debe de extrañarnos que tantos ambientes de nuestra sociedad no co-nozcan a Dios. Si los vemos más de cerca veremos como reina allí el egocentrismo y el buscar solamente el propio beneficio. Y es que no todos tienen la experiencia del amor verdadero. El que ha visto el amor, ése no lo puede olvidar nunca. El fruto de un acto de amor no pasa nunca. Tal vez un ejemplo nos pueda acla-rar esta idea. Se cuenta de la fundadora de las Hermanitas de los Pobres, Santa María de la Cruz Jugan que un día mientras pedía limosna para sus ancianos en una oficina pública, un señor irritadísimo le escupió la mano que ella le tendía esperando una limosna. Entonces sucedió algo inesperado. Ella, con sincera gratitud, se limpió el escupo en su hábito, y sin ningún reproche, le dice: «¡Gracias, señor! Esto es para mí. Por favor deme ahora algo para mis pobres». ¡Este es un acto de amor! Ante una acción semejante no hay nada que hacer. Quedó evidente la acción de Dios ya que fue más allá de lo previsto, de lo esperado. El señor quedó desarmado y en el instante no sólo dio una limosna para los pobres sino que se convirtió en uno de los ma-yores benefactores de la obra. Por eso, el que ha visto un acto de amor...no lo puede olvidar nunca.  «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» El vocablo clave en la primera parte del texto es el verbo «permanecer». Para expresar esta relación vi-tal entre Jesús y sus discípulos el Maestro Bueno ha utilizado la metáfora-alegoría de la vid y los sarmientos. El verbo «permanecer», del griego «meno» o «menein», aparece 118 veces en el Nuevo Testamento. En los textos juaninos de los 67 casos, aparece 43 veces en su expresión compuesta de «permanecer en» (meno en). En cuanto a las fórmulas contenidas en los discursos del Señor Jesús o en las Cartas: se trata de invitaciones a los discípulos a «permanecer en Él», «en su palabra»: quiere decir, mantenerse firme en la enseñanza recibida, especialmente frente a los que pretenden confundir a los discípulos con falsas doctri-nas (ver 2Tim 3,14; 2Jn 9) y «en su amor»: quiere decir, «mantenerse fiel a la Alianza de Amor» que Él ha sellado con su Sangre. Esta fidelidad exige el cumplimiento de la Nueva Ley, que se resume en «amar y amarse los unos a los otros con el mismo amor con que Él nos ha amado primero» (ver Jn15, 12.17). De este modo, por respues-ta al Don recibido (ver Rom 5,5), se realiza y se mantiene viva «la comunión con Él, y en Él, con todo el Cuerpo». En la misma línea de la íntima comunión de vida San Juan usa la expresión “permanecer” en para hablar de la unión existente entre el Padre y el Hijo, en el Espíritu Santo.  Una palabra del Santo Padre: «Jesús, en el discurso de despedida, en los últimos días antes de subir al cielo, habló de muchas co-sas», pero siempre sobre el mismo punto, representado por «tres palabras clave: paz, amor y alegría». Sobre la primera, recordó el Papa, «hemos ya reflexionado» en la misa de anteayer, reconociendo que el Señor «no nos da una paz como la da el mundo, nos da otra paz: ¡una paz para siempre!». Respecto a la segunda palabra clave, «amor», Jesús, destacó el Papa, «había dicho muchas veces que el mandamiento es amar a Dios y amar al prójimo». Y «habló de ello también en diversas ocasiones» cuando «enseñaba cómo se ama a Dios, sin los ídolos». Y también «cómo se ama al prójimo». En resumen, Jesús encierra todo este discurso en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo, en él se nos dice cómo seremos juzgados. Allí el Señor explica cómo «se ama al prójimo». Pero, en el pasaje evangélico de san Juan (15, 9-11), «Jesús dice una cosa nueva sobre el amor: no só-lo amad, sino permaneced en mi amor». En efecto, «la vocación cristiana es permanecer en el amor de Dios, o sea, respirar y vivir de ese oxígeno, vivir de ese aire». Pero ¿cómo es este amor de Dios? El Papa Francisco respondió con las mismas palabras de Jesús: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo». Por eso, observó, es «un amor que viene del Padre». Y la «relación de amor entre Él y el Padre» llega a ser una «relación de amor entre Él y nosotros». Así, «nos pide permanecer en ese amor que viene del Padre». Luego, «el apóstol Juan seguirá adelante —dijo el Pontífice— y nos dirá también cómo debemos dar este amor a los demás» pero lo primero es «permane-cer en el amor». Y esta es, por lo tanto, también la «segunda palabra que Jesús nos deja. Y ¿cómo se permanece en el amor? Nuevamente el Papa respondió a la pregunta con las palabras del Señor: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los man-damientos de mi Padre y permanezco en su amor». Y, exclamó el Pontífice, «es algo bello esto: yo sigo los mandamientos en mi vida». Hermoso hasta el punto, explicó, que «cuando no permanecemos en el amor son los mandamientos que vienen, solos, por el amor». Y «el amor nos lleva a cumplir los mandamientos, así naturalmente» porque «la raíz del amor florece en los mandamientos» y los mandamientos son el «hilo conductor» que sujeta, en «este amor que llega», la cadena que une al Padre, a Jesús y a nosotros. La tercera palabra que indicó el Papa es la «alegría». Al recordar la expresión de Jesús propuesta en la lectura del Evangelio —«Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud»—, el Pontífice evidenció que precisamente «la alegría es el signo del cristiano: un cris-tiano sin alegría o no es cristiano o está enfermo», su salud cristiana «no está bien». Y, añadió, «una vez dije que hay cristianos con la cara avinagrada: siempre con la cara roja e incluso el alma está así. ¡Y esto es feo!». Estos «no son cristianos», porque «un cristiano sin alegría no es cristiano». Para el cristiano, en efecto, la alegría está presente «también en el dolor, en las tribulaciones, incluso en las persecuciones». Al respecto el Papa invitó a mirar a los mártires de los primeros siglos —como las san-tas Felicidad, Perpetua e Inés— que «iban al martirio como si fuesen a las bodas». He aquí entonces, «la gran alegría cristiana» que «es también la que custodia la paz y custodia el amor». (Papa Francisco. Misa matutina en la capilla de la Domus Santae Marthae. Jueves 22 de mayo de 2014.)  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 1. Nos decía el entonces Cardenal Joseph Ratzinger:«Cualquier amor humano se convierte en verdaderamente enriquecedor y grande cuando estoy dispuesto a renunciar a mí mismo por esa persona, a salir de mí mismo, a entregarme. Esto es válido sobre todo en la gran escala de nuestra relación con Dios, de la que, en definitiva, derivan todas las demás relaciones. Tengo que comenzar por dejar de mirarme, y preguntarme qué es lo que Él quiere. Tengo que empezar aprendiendo a amar, pues el amor consiste en apartar la mirada de mí mismo y dirigirla hacia Él» . ¿Cómo vivo mi relación de amor con el Señor? 2. ¿Cómo podemos vivir el amor a nuestros hermanos en la realidad concreta? Hagamos una lista de las situaciones diarias y concretas en las cuales podemos vivir el mandamiento del amor. 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 1-3.27.50-55.210-221. texto facilitado por JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de Adoración Nocturna en Toledo

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