sábado, 22 de mayo de 2021

Domingo de Pentecostés. Ciclo B «Recibid el Espíritu Santo»

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 1- 11): Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar. Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, co-mo llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontra-ban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sor-prendidos, preguntaban: «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cre-tenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.» Salmo 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra. R/. Bendice, alma mía, al Señor: // ¡Dios mío, qué grande eres! // Cuántas son tus obras, Señor; // la tierra está llena de tus criaturas. R/. Les retiras el aliento, y expiran // y vuelven a ser polvo; // envías tu aliento, y los creas, // y repueblas la faz de la tierra. R/. Gloria a Dios para siempre, // goce el Señor con sus obras. // Que le sea agradable mi poema, // y yo me alegraré con el Señor. R/. Lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios (12, 3b-7.12-13): Hemos sido bautizados en un mismo espíritu, para formar un solo cuerpo. Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversi-dad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversi-dad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Lectura del Santo Evangelio según San Juan (20,19-23): Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo. Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puer-tas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Je-sús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»  Pautas para la reflexión personal  El nexo entre las lecturas El Espíritu Santo que el Señor había prometido a sus apóstoles, se derrama hoy abundantemente sobre ellos y los llena de un santo celo para anunciar la «Buena Noticia» de la Resurrección del Señor. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra el acontecimiento de Pentecostés. Los discípulos reunidos en oración con María, son iluminados por la acción del Espíritu Santificador e inician sin temor y con «parresia» su ac-tividad evangelizadora (Primera Lectura). San Pablo, en la primera carta a los Corintios, subraya que sólo gracias a la acción del Espíritu Santo podemos llamar a Cristo, el Señor; es decirproclamar su divinidad (Segunda Lectura). El Evangelio nos presenta a Jesús Resucitado que confiere a sus apóstoles poder para perdonar los pecados por la recepción del Espíritu Santo. En la predicación, en la proclamación de la fe, en la administración de los sacramentos; es el Espíritu Santo quien obra y da fuerzas a los apóstoles.  La promesa del Padre... El relato de lo que ocurrió el día de Pentecostés está en el segundo capítulo del libro de los Hechos de los Apóstoles, que es la primera lectura obligada de la liturgia de este día. Poco antes de ascender a los cielos el Señor Jesús les dijo a sus discípulos: «les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguarda-sen la Promesa del Padre» (Hch 1,4). Sin duda los discípulos se deben de haberse preguntado: ¿de qué promesa está hablando? Jesús les dice: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre voso-tros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). Luego ascendió a los cielos. Después de esta precisa instrucción nadie se atrevió de moverse de Jeru-salén. La «promesa del Padre» habría de ser un don invalorable que nadie quería dejar de recibir. Así los apóstoles, volviendo de la Ascensión, subieron a la instancia superior, donde vivían y se pusieron a esperar. Allí estaba toda la Iglesia fundada por Jesús alrededor de la Madre. Pero no se puede decir que estaba pasiva, ya que «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos» (Hch 1,14).  La fiesta del Espíritu: Pentecostés La promesa del Padre se cumple el día de Pentecostés, que era fiesta judía que se celebraba cincuenta días después de la Pascua de los judíos (ver Lev 23, 15-16). Originalmente era una fiesta agrícola que cele-braba la siega; pero ya que se celebraba cincuenta días después de la Pascua, que conmemoraba la salida de Egipto; pronto esta fiesta se asoció al don de la ley en el Sinaí y en ella se celebraba la renovación de la alianza con el Señor. En el Talmud se transmite la sentencia del Rabí Eleazar: «Pentecostés es el día en que fue dada la Torah (la ley)». Leemos en el texto de San Lucas que los apóstoles se quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron a «hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse». El «viento impetuoso» es un signo del Espíritu de Dios, que, llenando el corazón de cada uno, da vida a la Iglesia. La Iglesia es la nueva crea-ción de Dios que es animada por el soplo del Espíritu Santo a semejanza de la primigenia creación. Leemos en el libro del Génesis este hecho maravilloso: «Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del sue-lo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente» (Gn 2,7).Es el mismo gesto de Jesucristo resucitado que nos relata el Evangelio de este Domingo. Apareciendo ante sus apóstoles con-gregados aquel primer día de la semana, después de saludarlos y mostrarles las heridas del cuerpo, Jesús sopla sobre ellos y les dice: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 22). El soplo de Cristo es el Espíritu Santo y tiene el efecto de dar vida a la naciente Iglesia. En esta forma, Jesús reivindica una propiedad divina: su soplo es soplo divino, su soplo es el Espíritu de Dios. Un soplo que produce esos efectos solamente puede ser emitido por Dios mismo. Esto lo hace explícito Tomás al decir esa misma tarde: «Señor mío y Dios mío».  El perdón de los pecados «A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan rete-nidos», les dijo Jesús. El perdón de los pecados es una prerrogativa exclusiva de Dios tenían razón los fari-seos cuando en cierta ocasión protestaron «¿Quién puede perdonar los pecados sino Dios?» (Mc 2,7). En esa ocasión Jesús demostró que Él puede perdonar los pecados; y aquí nos muestra que puede también conferir este poder divino a los apóstoles y sus sucesores. Y lo hace comunicándoles su Espíritu. Es que justamente el perdón de los pecados es como una nueva creación; es un paso de la muerte a la vida; y so-lamente Dios es el autor y el dador de la vida. Leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica: «Puesto que hemos muerto, o, al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la re-misión de nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo (2 Cor 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado» .  El don del amor El Espíritu de Dios se comunica al hombre por medio de los sacramentos en la Iglesia. Recordemos que: «Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. Él es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia» . Hay un sacramento cuyo efecto propio «es la efusión especial del Espíritu Santo, como lo fue concedida en otro tiempo a los apóstoles el día de Pentecostés» , es el sacramento de la confirmación. El Espíritu Santo actúa en lo más íntimo de la persona. Actúa iluminando la inteligencia de la persona para que pueda conocer a Cristo y así poder exclamar: «¡Jesús es Señor!» (1Cor 12,3b);y habilitando la voluntad, para que pueda amar a Dios y al prójimo: «Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá , Padre!» (Ga 4,4).Sin el don del Espíritu Santo, el hombre no puede ni amar ni conocer a Dios. En efecto: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5), y sólo «el que ama conoce a Dios, porque Dioses amor» (1Jn 5,7.8). El Espíritu San-to nos concede conocer a Dios, y lo hace infundiendo en nosotros el amor. ¡No podemos despreciar este magnífico don! ¿Qué diríamos si uno de los apóstoles, desobedeciendo el mandato de Jesús, se hubiese ausentado de Jerusalén y no hubiera estado allí el día de Pentecostés? Ese apóstol se habría privado de la promesa del Padre y de los dones divinos. En realidad no sería apóstol del Señor. Ésta es exactamente la misma situación del cristiano que desdeña recibir el sacramento de la confirmación o, en su caso, que se cierra y no vive de acuerdo a las mociones del Espíritu.  Una palabra del Santo Padre: El Espíritu Santo cambia los corazones: Los discípulos - que al principio estaban llenos de miedo, atrincherados con las puertas cerradas también después de la resurrección del Maestro - “son transformados por el Espíritu” y, como anuncia Jesús en el Evangelio de hoy, “dan testimonio de él”. “De vacilantes pasan a ser valientes” - afirmó el Papa – “porque el Espíritu cambió sus corazones”. Un pasaje que el Papa usó como ejemplo para explicar cómo el Espíritu Santo “entra en las situaciones y las transforma, cambia los corazones y cambia los acontecimientos”. Pero también es el “Espíritu” el que “libera los corazones cerrados por el miedo y vence las resistencias” continuó Francisco, de modo que - a quien se conforma con medias tintas – “le ofrece ímpetus de entrega”. También “ensancha los corazones estrechos”, “anima a servir a quien se apoltrona en la comodidad”, “hace caminar al que se cree que ya ha llegado” y “hace soñar al que cae en tibieza”. “La experiencia enseña que ningún esfuerzo terreno por cambiar las cosas satisface plenamente el cora-zón del hombre” afirmó, mientras que el cambio del Espíritu es diferente: “no revoluciona la vida a nuestro alrededor, pero cambia nuestro corazón; no nos libera de repente de los problemas, pero nos hace libres por dentro para afrontarlos; no nos da todo inmediatamente, sino que nos hace caminar con confianza, ha-ciendo que no nos cansemos jamás de la vida”. El Espíritu Santo: fuerte “reconstituyente”: El Espíritu además, “mantiene joven el corazón”, previniendo el único envejecimiento malsano: el interior. Y lo hace precisamente “renovando el corazón, transformándolo de pecador en perdonado”. A veces necesitamos un cambio verdadero - dijo el Papa - sobre todo “cuando estamos hundidos, cuan-do estamos cansados por el peso de la vida, cuando nuestras debilidades nos oprimen, cuando avanzar es difícil y amar parece imposible”. Y es en ese momento cuando el Espíritu actúa como un “fuerte “reconsti-tuyente”: “es él, la fuerza de Dios”, expresó el Santo Padre, que “llega también a las situaciones más inima-ginables”. El Espíritu Santo: alma de la Iglesia: Haciendo una comparación como cuando en una familia nace un niño, que trastorna los horarios, hace perder el sueño, pero lleva una alegría que renueva la vida y la impulsa hacia adelante, el Papa aseguró que es lo mismo que hace el Espíritu Santo en la Iglesia: Él, “la reanima de esperanza, la colma de alegría y le da brotes de vida”, afirmó el Papa. El Espíritu Santo: fuerza centrípeta y centrífuga: La fuerza del Espíritu Santo es única. Por una parte, es una fuerza centrípeta, es decir, “empuja hacia el centro, porque actúa en lo más profundo del corazón” indicó Francisco, de manera que “trae unidad en la fragmentariedad, paz en las aflicciones y fortaleza en las tentaciones”. Pero al mismo tiempo – señaló - “él es fuerza centrífuga”, es decir, “empuja hacia el exterior”: El que lleva al centro es el mismo que manda a la periferia, hacia toda periferia humana; aquel que nos revela a Dios nos empuja hacia los hermanos. Es sólo en el Espíritu Consolador cuando “decimos palabras de vida y alentamos realmente a los demás” - concluyó el Papa – pues, “quien vive según el Espíritu está en esta tensión espiritual: se encuentra orienta-do a la vez hacia Dios y hacia el mundo”. (Papa Francisco. Homilía en la Solemnidad de Pentecostés. Domingo 20 de junio de 2018.)  Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 1. ¿Cómo vivo mi relación con el Espíritu Santo? Lo primero que deberíamos hacer es conocer quién es el Espíritu Santo para poder amarlo y así ser dócil a sus inclinaciones. 2. ¿Tengo el mismo ardor o celo apóstolico que los apóstoles? ¿Qué voy a hacer para poder llevar la Buena Nueva en los lugares donde trabajo o estudio? 3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 243- 246.252. 683 - 686. 731 - 747. 767.

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