domingo, 3 de enero de 2016

REFLEXIONES sobre las Lecturas del Domingo II después de Navidad «La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros»

Señor Jesús, Palabra de Dios, que has decidido habitar para siempre entre nosotros, permítenos caminar guiados por ti, para que nuestra vida sea luminosa y dé a nuestros hermanos testimonio de tu luz.



Lectura del libro del Eclesiástico (24, 1-2. 8-12): La sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido.

La sabiduría se alaba a si misma, se gloría en medio de su pueblo, abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloria delante de sus Potestades.
En medio de su pueblo será ensalzada, y admirada en la congregación plena de los santos; recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos.
El Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: - «Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.»
Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás.
En la santa morada, en su presencia, ofrecí culto y en Sión me establecí; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder.
Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad, y resido en la congregación plena de los santos.

Salmo 147, 12-13. 14-15. 19-20
R./ La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 3-6. 15-18: Nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.
Por eso yo, que he oído hablar de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.

Lectura del santo evangelio según san Juan (1, 1-18): La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venia como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: “El que viene detrás de mi pasa delante de mi, porque existía antes que yo.”» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Nuestros graciosos “belenes”, están llenos de tradición, de arte y de ternura. Pero la hondura de la Navidad se le escapa a quien sólo mira esas hermosas figuritas. El misterio de la Natividad del Señor nos lleva una y otra vez a recibir la Palabra de Dios que se ha hecho carne y ha entrado en nuestra historia.
Dios nos habla de muchas formas, como recuerda el Concilio Vaticano II en la constitución sobre la Sagrada Liturgia (SC 7). Pero nosotros hemos de leer con asiduidad la Sagrada Escritura, como dice también el Concilio en la constitución sobre la Divina Revelación (DV 25). En ella se contiene la palabra definitiva de Dios.
Según san Jerónimo, “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”. La importancia que, con razón, concedemos a la Palabra de Dios escrita puede y debe disponernos a escuchar al que es la Palabra de Dios vivida y viviente.
J La Sabiduría creadora
El libro del Eclesiástico recoge hoy el elogio que la sabiduría hace de sí misma. Creada por Dios desde el principio, asiste a Dios en la obra de la creación y en el gobierno del mundo. Su sabiduría no cesará jamás. La memoria de la sabiduría de Dios ha de librarnos de nuestra altanería.
Según la carta a los Efesios, también nosotros hemos sido elegidos antes de la creación del mundo para ser santos e irreprochables por el amor. Para ello necesitamos que Dios nos conceda el don de sabiduría para conocerle e ilumine los ojos de nuestro corazón para comprender la esperanza a la que nos llama.
Esos son los dones que esperamos de la Palabra eterna de Dios. Según el evangelio de Juan, la Palabra se ha hecho carne y habita entre nosotros. Ese misterio abarca la historia entera, remece nuestra comprensión de Dios y del hombre. Y, por supuesto, ha de orientar nuestra oración de cada día.
J La Palabra vivificadora
En el prólogo al evangelio de Juan sobresalen tres afirmaciones inolvidables sobre la Palabra eterna de Dios que se ha hecho terrena y cercana a quienes la escuchan:
• “En la Palabra había vida”. Muchas de nuestras palabras carecen de vida. O por que no dicen nada. O porque son dañinas para nosotros mismos y para los demás. No podemos vivir de verdad sin prestar una atención cordial y comprometida a la Palabra de Dios.
• “La Palabra era la luz verdadera”. Ella es la luz que ilumina a todos los hombres. También a los que pretenden ser luz para ellos mismos. Es impensable tratar de vivir con claridad sin dejarnos guiar humildemente por la luz de la Palabra de Dios.
• “La Palabra se hizo carne”. Los dos últimos papas han insistido en afirmar que la fe no nace de una idea, sino de un encuentro. Es lamentable vivir colgados de una idea sin dejarnos interpelar por el realismo de la presencia de Jesucristo en nosotros.
Señor Jesús, Palabra de Dios, que has decidido habitar para siempre entre nosotros, permítenos caminar guiados por ti, para que nuestra vida sea luminosa y dé a nuestros hermanos testimonio de tu luz. Amén.

Artículo recibido del Presidente Diocesano de la Adoración Nocturna en Toledo.

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