sábado, 17 de abril de 2021
2ª semana de Pascua. Domingo B: Jn 20, 19-31
Todos los años en este 2º domingo de Pascua la Iglesia nos presenta esta parte del evangelio en que Jesús se presenta ante sus discípulos el domingo de la resurrección, y vuelve a presentarse al domingo siguiente ante ellos, estando ya Tomás. Una primera enseñanza que podemos sacar de esto es que Jesús, aunque siempre está espiritualmente con nosotros, desea estar de una manera más viva el día del domingo. Podemos decir que estableció este día, como distintivo de su presencia resucitada.
Siempre que asistimos a misa celebramos la muerte y resurrección de Jesús. Lo proclamamos especialmente al terminar la consagración. Pero el domingo es el día del señor, el día también del encuentro de la comunidad formando una unidad de amor y de fe, como nos dice hoy la primera lectura hablando de la primitiva comunidad que “tenían un solo corazón y una sola alma”. Consecuencia de ese amor era el repartirse los bienes externos y vivir en verdadera comunidad. Ese era un testimonio de que Cristo había resucitado. Tenían sus defectos, pero éste es el ideal.
En todas las épocas ha habido y hay comunidades de fieles, hombres y mujeres, que tienen esta vida de paz y de unidad, de modo que son testimonio de que Cristo vive entre nosotros. Y aunque no tengamos esta unidad tan plena, el hecho de que en medio esté el amor a Cristo y entre nosotros, significa ser testigos del Señor.
Jesús viene en aquella tarde noche a consolar a sus discípulos. Y, como Jesús es bueno y es el Señor, en su visita les da unos grandes dones. Lo primero la paz, pues la necesitan. Estaban llenos de miedo, pues los que habían condenado a Jesús, podían ir ahora a por ellos. Jesús era, según los profetas, el “príncipe de la paz”. Siempre la paz era un signo de su presencia, desde que nació en Belén.
Y juntamente con la paz les dio la alegría. Es lo propio de estos días de resurrección. La paz y la alegría son dos frutos del Espíritu Santo. Por eso a continuación “sopló sobre ellos”. Es un signo simbólico de dar algo importante, de dar vida. Se parece a lo que se dice de la creación, dando el soplo de la vida. Así pues, les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Quizá más propio sería decir: “Recibid Espíritu Santo”. De una manera solemne recibirían el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Ahora lo recibían según la capacidad que tenían, con las imperfecciones de este momento.
Y como siempre tendremos imperfecciones y pecados, necesitaremos el perdón de Dios. Para que sea fácil poder recibir el perdón de Dios, Jesús les da a los apóstoles el poder de perdonar pecados. Este es un poder maravilloso que sigue teniendo la Iglesia y que administra por medio de los sacerdotes. Todos tenemos que dar muchas gracias a Jesús por este don, y tenemos que aprovecharnos de él para obtener el perdón.
Pero Tomás no estaba entonces. Quizá vendría a los pocos días. Quien no se une a su comunidad se pierde muchas gracias de Dios. Quizá por mezcla de orgullo y por amor mal entendido hacia Jesús, se puso terco y no quiso creer. Sus palabras: “Si no veo la señal de los clavos, etc..” demuestran que estaba encerrado en la idea de un Cristo pasado y no en el de Jesús resucitado, que da vida. Hasta que vino Jesús, el domingo siguiente, y con mucho cariño le mostró la señal de los clavos en sus manos y la herida del costado. No hizo falta tocar, porque ante la vista de Jesús se acrecentó su fe en Jesús, no sólo como hombre resucitado, sino como Dios. Y con mucho amor pronunció la declaración más hermosa del evangelio: “Señor mío y Dios mío”. Era un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites.
Jesús se lo agradece, pero dice algo grandioso para nosotros: “Dichosos los que tienen fe sin haber visto”. Podemos decir que las dudas de Santo Tomás sirven para confirmar nuestra fe. Y como dice la 2ª lectura, que es de la 1ª carta de san Juan, si creemos de verdad en Cristo resucitado, con una fe que debe ir unida al amor de Dios y de los hermanos, habremos vencido al “mundo”, que es como símbolo del mal.
P. Silverio
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