viernes, 23 de abril de 2021
Domingo de la Semana 4ª del Tiempo Pascual. Ciclo B Jornada Mundial por las Vocaciones «El Buen Pastor da la vida por sus ovejas»
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (4, 8-12): Ningún otro puede salvar.
En aquellos días, Pedro, lleno de Espíritu Santo, dijo: -«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué po¬der ha curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos vo¬sotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Na¬zareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros.
Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.»
Salmo 117,1.8-9.21-23.26.28-29: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. R./
Dad gracias al Señor porque es bueno, // porque es eterna su misericordia. // Mejor es refugiarse en el Señor // que fiarse de los hombres, // mejor es refugiarse en el Señor // que fiarse de los jefes. R./
Te doy gracias porque me escuchaste // y fuiste mi salvación. // La piedra que desecharon los arquitec-tos // es ahora la piedra angular. // Es el Señor quien lo ha hecho, // ha sido un milagro patente. R./
Bendito el que viene en nombre del Señor, // os bendecimos desde la casa del Señor. // Tu eres mi Dios, te doy gracias; // Dios mío, yo te ensalzo. // Dad gracias al Señor porque es bueno, // porque es eterna su misericordia. R./
Lectura de la primera carta de San Juan (3, 1-2): Veremos a Dios tal cual es.
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Queridos herma-nos, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se ma-nifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (10, 11-18): El buen pastor da la vida por las ovejas.
En aquel tiempo, dijo Jesús: -«Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asala-riado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»
Pautas para la reflexión personal
El vínculo entre las lecturas
Este cuarto Domingo de Pascua se conoce como el «Domingo del Buen Pastor» porque cada año se medita una parte del capítulo 10 del Evangelio de San Juan conocido como el discurso del Buen Pastor. El año 1964, el Papa Pablo VI quiso acoger la recomendación hecha por el mismo Jesús: «La cosecha es mucha, pero los obreros son pocos; rogad, pues, al Señor de la cosecha que envíe obreros a su cose¬cha» (Mt 9,36-38); e insti¬tuyó en este Domingo de Pascua la Jornada de Ora¬ción por las Vocacio¬nes.
El Evangelio de Buen Pastor nos ofrece la oportunidad de poder profundizar en el amor que Jesucristo tiene por cada uno de nosotros. Él es el único y verdadero Buen Pastor que ha dado libremente su vida por sus ovejas (Evangelio). Él es también la piedra angular que ha sido despreciada y el único nombre por el cual podemos alcanzar la salvación (Primera Lectura). En Él podremos llegar a ser «hijos en el Hijo» (Se-gunda Lectura). Quien desee comprenderse y entenderse a sí mismo, no según los criterios superficiales del «mundo»; debe de dirigir su mirada a Aquel que le revela al hombre su «identidad y misión». Solamente en Jesucristo podremos entender lo que somos y lo que estamos llamados a ser. ¡He aquí nuestra sublime dignidad!
Pedro y Juan ante el Sanderín
La semana pasada habíamos visto como Pedro había predicado al pueblo reunido en el pórtico de Salo-món después de la curación del tullido de nacimiento. Luego de la predicación; los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos prenden a Pedro y a Juan poniéndolos bajo custodia hasta el día siguien-te ya que, por ser tarde, no podía reunirse el Sanedrín . El Sanedrín no pone en duda el hecho milagroso de la cura que es evidente por sí mismo, sino que le preguntan a Pedro y a Juan ¿con qué poder o en nombre de quién, que viene a ser lo mismo, han obrado el milagro?
La respuesta de Pedro, hablando también en nombre de Juan, va directamente a la pregunta: ha sido cu-rado por el poder (en nombre) de Jesús. Vemos en todo el pasaje cómo la Crucifixión y la Resurrección son los dos hechos fundamentales en la historia de Jesús y de la fe cristiana. La crucifixión del «Nazareno» por obra de las autoridades era la prueba más clara de la realidad histórica de la muerte de Jesús.
La Resurrección, que implica volver a la vida en estado de gloria, es la evidencia del poder de Jesús, del cual Pedro y Juan son humildes instrumentos. Todo esto Pedro no lo dice en nombre propio ya que era re-conocido como «un hombre sin instrucción y cultura» (ver Hch 4,13). La admiración que manifiesta el Sa-nedrín nos muestra que habló por el Espíritu Santo, «el alma de nuestra alma» como la define Santo Tomás de Aquino, cumpliéndose así la promesa del Señor: «más cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vo-sotros los que hablareis sino el Espíritu de vuestro Padre que hablará en vosotros» (Mt 10,19- 20).
«Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios...»
San Juan, el apóstol amado, en su primera carta no puede contener la emoción de recordar a sus lecto-res el don maravilloso que Dios nos ha concedido: «la filiación divina». El amor de Dios es tan grande, que no se contenta con darnos solamente bienes: nos ha dado a su Hijo único (ver Jn 3,16) en esa primera y perfecta participación de nuestra humanidad en su divina naturaleza, que es la Encarnación del Verbo. Y aún ha ido más lejos. El amor de Dios es tan generoso, tan difusivo, que llega a engendrarnos por amor a la vida divina. Todo el texto está lleno de asombro y admiración.
Termina el apóstol dirigiendo una mirada hacia el futuro. Lleno de nostalgia por la visión beatífica, impa-ciente de contemplar el Verbo; traslada a sus oyentes al momento en que Jesucristo hará su última apari-ción lleno de gloria y entonces se manifestará también la plenitud de nuestra vida divina en la casa del Pa-dre. «Seremos semejantes a Él»; se afirma la igualdad con Cristo; viviremos donde Él vive, como Él vive, con la misma finalidad de su vida. Somos hijos de Dios gracias al Hijo. Jesús posee «el nombre» y la igual-dad con Dios (Jn 17,11-12) y ha hecho partícipes de esta realidad a sus discípulos (Jn 17,6.26). Desde esta realidad entendemos mejor cuando Juan afirma que «todo el que ha nacido de Dios no comete pecado» (1Jn 3,9). Es decir debe de vivir de acuerdo a lo que es y está llamado a ser.
«Yo soy el Buen Pastor»
Las palabras de Jesús del Evangelio dominical hay que entenderlas en el contexto de un pueblo que desde sus orígenes se distinguía por ser nómade y convivir con sus rebaños. Es así que cuando José, vendido en Egipto por sus hermanos y, por intervención providencial de Dios, transformado en «vizir» de ese país; invita a sus hermanos a establecerse en Gosén, dice al Faraón: «Mi padre, mis hermanos, sus ovejas y vacadas y todo lo suyo han venido de Canaán y ya están en el país de Gosén». Y a la pregunta del Faraón: «¿Cuál es vuestro oficio?», los hermanos responden: «Pastores de ovejas son tus siervos, lo mismo que nuestros padres» (Gen 47,1.3). Pronto se desarrolló la metáfora de que el gobernante era el pastor del pueblo, porque a él correspondía la misión de guiarlo, protegerlo, procurar su bienestar y favorecer su vida.
Dos veces hablará Jesús sobre su identidad en el texto dominical:«Yo soy el buen pastor». Y en ambos casos indica los motivos que justifican esta afirmación. A esta expresión de su identidad hay que agregar ésta otra afirmación: «Habrá un solo rebaño, un solo pastor». De ésta manera Jesús no solamente es el «buen pastor» sino que es el «único y verdadero pastor». El primer motivo expresado para identificarse con el pastor es evidente: «el buen pastor da su vida por las ovejas». En esto difiere radicalmente del «asalaria-do» a quien no pertenecen sus ovejas.
En efecto, el asalariado ve venir el lobo y huye, porque vela más por su propia vida y seguridad que por la vida de las ovejas. Sabe de los daños que puede ocasionar el lobo y prefiere ponerse a salvo antes que impedirlo porque, en el fondo, no le interesan las ovejas. El buen pastor prefiere el bienestar de las ovejas al suyo propio. Jesús da la vida por sus ovejas solamente impulsado por el amor ya que es acto absolutamen-te libre. Su muerte no es algo que Él acepte contra su voluntad, aunque así haya parecido a los ojos de los hombres. Él mismo lo dijo: «Por eso me ama mi Padre, porque yo doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita: yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y recobrarla de nuevo» (Jn 10,17).
Era imposible que alguien pudiera quitar a Jesús la vida contra su voluntad, ¡a él, que es la fuente de la vida! Juan, cuando contempla el misterio del Verbo Encarnado, observa: «En él estaba la vida» (Jn 1,4). Y en dos de sus más famosas auto-afirmaciones:«Yo soy» del mismo Evangelio; Jesús dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida... Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 14,6; 11,25). Su muerte fue un «sacrificio» ofrecido al Padre por la reconciliación del mundo, sacrificio en el cual Jesús es la víctima y el sacerdote. Su único motivo es el amor: amor al Padre, a quien dio gloria con ese acto, y a los hombres, a quienes redimió de la esclavitud del pecado y de la muerte.
«Ellas me conocen...»
Jesús afirma: «Yo soy el buen pastor», por un segundo motivo: «Conozco a mis ovejas y ellas me co-nocen». En realidad este segundo motivo coincide con el primero aunque agrega un nuevo matiz. En la Biblia el órgano del conocimiento es el corazón del hombre. «Conocer» en la Biblia no coincide con nuestra noción de conocer en la cual prevalece el aspecto intelectual. En la Biblia «conocer» es inseparablemente «conocer y amar». Él es el Buen Pastor no sólo porque conoce a las ovejas de ese modo, sino por la medi-da del amor. «Como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre» (Jn 10,15). Él es el Buen Pastor porque ama las ovejas; pero también porque las ovejas lo conocen y le aman.
No se podría dejar de lado un motivo más, ya que es el que más apasiona a Jesús: «Tengo otras ovejas que no son de este redil, a ésas también tengo que conducir y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10, 16). Se refiere a todos los pueblos de la tierra. Él fue enviado a las «ovejas perdidas de la casa de Israel». Pero tiene que formar «un solo rebaño» de todos los pueblos. Y esa es la misión que confió a los apóstoles: «Haced discípulos míos de todos los pueblos» (Mt 28,19).
Una palabra del Santo Padre:
“La Primera Carta del apóstol Pedro, que hemos escuchado, es un pasaje de serenidad (cf. 2,20-25). Habla de Jesús. Dice: «Llevó nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero, para que muertos a los pecados, vivamos para la justicia; con cuyas heridas fuisteis sanados. Porque erais como ovejas des-carriadas, mas ahora retornasteis al pastor y guardián de vuestras almas» (vv. 24-25).
Jesús es el pastor —así lo ve Pedro— que viene a salvar, a salvar a las ovejas descarriadas: éramos nosotros. Y en el Salmo 22 que leímos después de esta lectura, repetimos: «El Señor es mi pastor, nada me falta» (v.1). La presencia del Señor como pastor, como pastor del rebaño. Y Jesús, en el capítulo 10 de Juan, que hemos leído, se presenta como el pastor. Es más, no sólo el pastor, sino la “puerta” por la que se entra en el rebaño (cf. v.7). Todos los que vinieron y no entraron por esa puerta eran ladrones y bandidos o querían aprovecharse del rebaño: los falsos pastores. Y en la historia de la Iglesia ha habido muchos de estos que explotaban el rebaño. No les interesaba la grey, sino sólo hacer carrera o la política o el dinero. Pero el rebaño los conoce, siempre los ha conocido e iba buscando a Dios por sus caminos.
Pero cuando hay un buen pastor que hace avanzar, hay un rebaño que sigue adelante. El buen pastor escucha al rebaño, conduce al rebaño, cura al rebaño. Y la grey sabe distinguir entre los pastores, no se equivoca: el rebaño confía en el buen Pastor, confía en Jesús. Sólo el pastor que se parece a Jesús da confianza al rebaño, porque Él es la puerta. El estilo de Jesús debe ser el estilo del pastor, no hay otro. Pe-ro además Jesús, el buen pastor, como dice Pedro en la primera lectura, «padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado, ni se halló engaño en su boca. Cuando era insultado, no respondía con insultos, cuando era maltratado, no prorrumpía en amenazas» (1P 2,21-23). Era manso. Uno de los signos del buen Pastor es la mansedumbre. El buen pastor es manso. Un pastor que no es manso no es un buen pastor. Tiene algo escondido, porque la mansedumbre se muestra tal cual es, sin defenderse.
Es más, el pastor es tierno, tiene esa ternura de la cercanía, conoce a las ovejas una a una por su nom-bre y cuida de cada una como si fuera la única, hasta el punto de que cuando llegan a casa después de una jornada de trabajo, cansado, se da cuenta de que le falta una, sale a trabajar otra vez para buscarla y [encontrarla] la lleva consigo, la lleva sobre sus hombros (cf. Lc 15,4-5). Este es el buen pastor, este es Jesús, este es quien nos acompaña a todos en el camino de la vida. Y esta idea del pastor, esta idea del rebaño y las ovejas, es una idea pascual. La Iglesia en la primera semana de Pascua canta ese hermoso himno para los recién bautizados: “Estos son los corderos recién nacidos”, el himno que hemos oído al co-mienzo de la Misa. Es una idea de comunidad, de ternura, de bondad, de mansedumbre. Es la Iglesia que quiere Jesús, y Él cuida de esta Iglesia. Este domingo es un hermoso domingo, es un domingo de paz, es un domingo de ternura, de mansedumbre, porque nuestro Pastor nos cuida. “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22,1)”.
Papa Francisco. Domingo, 3 de mayo de 2020. Capilla Casa de Santa Marta.
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. San Gregorio nos dice comentando este pasaje: «Lo primero que debemos hacer es repartir genero-samente nuestros bienes entre sus ovejas, y lo último dar, si fuera necesario, hasta nuestra misma vida por estas ovejas. Pero el que no da sus bienes por las ovejas, ¿cómo ha de dar por ellas su propia vida?».
2. ¿Quiénes son los malos pastores? Leamos el pasaje de Ezequiel 34, 1-16. Son todas aquellas perso-nas que se desviven para ser servidas en lugar de servir; que buscan sobresalir a costa del her-mano; que sólo se miran a sí mismos y no ven a Cristo en el rostro del hermano, especialmente, en los más necesitados.
3. Leamos con atención en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 753-754. 756. 1026- 1029.
texto facilitado: JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario