sábado, 17 de abril de 2021
Domingo de la Semana 3ª de Pascua. Ciclo B «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón?»
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (3,13-15.17-19): Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos.
En aquellos días, Pedro dijo a la gente: «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que voso¬tros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidi¬do soltarlo.
Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos.
Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.»
Salmo 4,2.7.9: Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor. R./
Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío; // tú que en el aprieto me diste anchura, // ten pie-dad de mí y escucha mi oración. R./
Hay muchos que dicen: // «¿Quién nos hará ver la dicha, // si la luz de tu rostro ha huido de noso-tros?» R./
En paz me acuesto // y en seguida me duermo, // porque tú solo, Señor, // me haces vivir tranquilo. R./
Lectura de la primera carta de San Juan (2,1-5): Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y también por los del mundo entero.
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Pa¬dre: a Jesucristo, el justo.
Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo lo conoz-co», y no guarda sus mandamien¬tos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su pala-bra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (24,35-48): Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día.
En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconoci-do a Jesús al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a voso-tros.»
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué sur-gen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.»
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían ató-nitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.»
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
Vosotros sois testigos de esto.»
Pautas para la reflexión personal
El nexo entre las lecturas
«Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito…acerca de mí». Sin dudauno de los temas cen-trales de este Domingo es el poder entender mejor el sentido reconciliador del sacrificio de Jesús en la Cruz. Ante todo, es Jesús mismo quien les hace ver a los incrédulos Apóstoles que todo aquello que había sido escrito acerca del «Mesías» tuvo pleno cumplimiento en su Muerte y Resurrección (Evangelio). En ese sentido, Pedro cabeza visible de la primera comunidad, muestra la continuidad entre el Dios de Abraham, Isaac y Jacob; con el Dios que ha glorificado a nuestro Señor Jesús por el Espíritu Santo (Primera Lectura). San Juan hablará del «Justo» que aboga por nosotros ante el Padre por nuestros pecados (Segunda Lectu-ra). Allí donde se anuncie el misterio de Cristo deberá también anunciarse el perdón de los pecados y la conversión (el cambio de vida). Éste ha sido el pedido hecho por Jesús Resucitado a sus Apóstoles (Evan-gelio).
«Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados»
En la Primera Lectura tenemos una parte del discurso que Pedro dirige al pueblo israelita congregado en el pórtico de Salomón después de la curación de un tullido de nacimiento. La consecuencia de esta cura-ción,así como de la predicación realizada, fue, por un lado, la conversión de unos cinco mil hombres y por otro el primer encarcelamiento de Juan y de Pedro por predicar la «Buena Nueva» (ver Hch 4).
Pedro inicia su discurso descartando toda causa humana como principio de curación: el milagro se ha realizado por la fe en el nombre de Jesús. En el discurso vemos cómo se afirma el mensaje central del «ke-rigma cristiano»: la Muerte y la Resurrección de Jesús. El Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos es el mismo y único Dios que guía toda la historia de Israel desde sus orígenes. El evento de la Re-surrección de Jesús, por lo tanto, no es una ruptura con la historia del pueblo de la Antigua Alianza sino su plenitud, de igual forma que la Iglesia nacida de la Pascua debe considerarse siempre en continuidad con el pueblo elegido.
Luego Pedro hace mención del famoso cántico del «Siervo de Yahveh» (Is 52,13 - 53,12) en el que los cristianos reconocen a Jesús quien es llamado de «Santo y Justo». Según la mentalidad judía la categoría de «Santo» solamente podía adjudicarse a Dios mismo (ver Is 53,11. Lc 1,35; 4,34) y la de «Justo» a aque-lla persona que cumple fielmente la voluntad de Dios (ver Mt 1,19). Termina Pedro su discurso, exhortando al arrepentimiento y a la conversión cuya señal sensible será el bautismo sacramental. Vemos cómo ha utilizado dos verbos griegos: metanoein: arrepentirse, es decir, tomar conciencia del pecado cometido; y epistrephein: volverse, es decir, orientar la vida hacia Dios y hacia Cristo, adhiriéndose a su voluntad en el plano moral. En el caso de los paganos la conversión supone una vuelta al verdadero Dios; pero en el caso de los judíos consiste en la aceptación de Jesús como «Señor» (ver 2 Cor 3,16. Hch 9,35).
La plenitud del amor...guardar sus mandamientos
«El discípulo amado», San Juan, abre su corazón para dejarnos esta bellísima carta que inicia diciendo «Hijitos míos...» que es la misma forma como Jesús se dirige a sus apóstoles en la noche de su despedida. Este diminutivo lo repetirá con frecuencia en la carta; alternando con otros apelativos de cariño como dilec-tísimos, hijos pequeños, etc. Esta expresión descubre el amor paternal del ya anciano apóstol. Dios es luz y nosotros estamos llamados a caminar en la luz (ver 1Jn 1, 5-7). La luz es una designación de la realidad divina que, como tal, se ha manifestado en Cristo. De este modo ha quedado iluminada la existencia huma-na; el hombre puede orientar su vida desde esta luz.
La intención del Evangelista es que no pequemos, sin embargo, dada nuestra fragilidad los más probable es que lo hagamos. Ante esta realidad tenemos no sólo un abogado defensor en Jesucristo, sino que Él mismo es víctima que se da en reparación por nuestros pecados. Es muy interesante notar que la forma verbal utilizada se encuentra en presente: «tenemos uno que abogue...». En su cuerpo glorificado, el Hijo está continuamente ofreciéndose e intercediendo al Padre por nosotros. Se trata de una economía perma-nente, perpetua; no de una propiciación que tuvo lugar hace tiempo. Finalmente, el caminar en la luz consis-te no sólo en evitar el pecado sino fundamentalmente vivir de acuerdo a los mandamientos dejados por el Señor que no es sino vivir el amor. Ya que «quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza» (1Jn 2,10).
«¡Es verdad el Señor ha Resucitado!»
El Evangelio de este Domingo es la inmediata continuación del relato sobre los discípulos de Emaús quienes van a reconocer al Señor «al partir el Pan y darles de comer». En ese momento, aunque el día ya declinaba y habían caminado más de 10 kilómetros; volvieron alegres y presurosos a dar la buena noticia a los apóstoles: «¡Cristo resucitó, caminó con nosotros y lo reconocimos al partir el pan!» Ellos encontraron a los once reunidos que los recibieron con este saludo: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha apareci-do a Simón!» (Lc 24,34)ya quefue el testimonio de Simón Pedro el que realmente tuvo peso ante los após-toles. El testimonio de las mujeres o de Juan no había bastado y tampoco habría bastado el de los discípulos de Emaús.
Sólo Pedro había recibido del Señor la misión de «confirmar a los hermanos» (Lc 22,32) .
En medio de esta algarabía aparece Jesús y les ofrece el saludo de la paz. Los discípulos no se alegran sino que se encuentran «sobresaltados y asustados».Es decir, veían a Jesús, pero no creían que fuera real. ¿Cómo se explica esta reacción de los mismos que en ese preciso momento estaban diciendo: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado!»? ¿Qué entendían ellos por resucitar? El Evangelio de este Domingo nos aclara qué significa «resuci¬tar de entre los muer¬tos», de manera que a nosotros no nos quede duda alguna.
El texto griego dice claramente: «Creían ver un espíritu» (pneuma). Sin embargo, algunas traducciones usan la palabra «fan¬tasma». Es porque se comprende que un espíritu no puede ser visto. Pero, si cambia-mos el texto, entonces la frase siguiente de Jesús queda fuera de contex¬to: «Palpadme y ved que un espíri-tu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Un espíritu no es accesi¬ble a los sentidos, porque es inmaterial. En cambio, Cristo resucita¬do tiene un cuerpo que puede palparse. En seguida, Jesús confirma su identidad; lo hace mostrando sus manos y sus pies: «Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo».
Para nosotros este modo de identificación resulta extraño. ¿No habría sido mejor que les mostrara su rostro? Jesús muestra las manos y los pies porque en ellos están las señales de los clavos con que fue cla-vado a la cruz. Su gesto quiere decir: «Yo soy el mismo que estuve crucificado, que morí en la cruz y fui sepultado; y ahora ¡estoy vivo!». No soy alguien que se le parezca, sino que soy el mismo. Yo mismo he pasado de la muerte a la vida: ¡he derrotado a la muerte! Por eso San Pablo declara con firmeza: «Noso-tros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los ju¬díos, necedad para los gentiles, más para los llamados, lo mismo judíos que gentiles, un Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Cor 1,23-24). Nada se sostiene sin la cruz de Cristo, pues era necesario que Él padeciera la cruz para entrar así en la gloria y obtenernos la reconciliación.
Mientras Jesús les mostraba sus manos y sus pies se iban abriendo paso en la mente de los apóstoles la alegría y el asom¬bro. Pero el Evan¬gelio no dice que alguno de ellos palpara efectivamente a Jesús para verificar. Por eso Jesús pre¬gunta: «¿Tenéis aquí algo de comer?». El relato continúa y tomando un pesca-do asado come delante de ellos. Nunca nos había mostrado el Evangelio a Jesús comiendo, salvo cuando ha resucitado (ver Jn 21,9-10.13). ¡Ya no puede haber duda de quién está con ellos! Jesús continúa dicién-doles que Él había predicho su resurrección. El Evangelio registra por lo menos tres anuncios de su Pasión y Resurrección, que Jesús hizo cuando estaba con sus discípulos. Ahora que ellos lo vieron vivo y creye-ron, Jesús les encomienda la misión: «predicar en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén».
En el Evangelio se confirma un hecho constante. En todas las apariciones de Jesús Resucitado, los que lo ven no lo reconocen, a pesar de haber sido del círculo de sus discípulos cercanos. Es porque el recono-cimiento de Jesús resucitado es un hecho de fe y no solamente una verificación sensorial. El Evangelio quiere expresar así que Jesús no volvió simplemente a la vida terrena sino que resucita en un «cuerpo glo-rioso». Para reconocer a Cristo resucitado es necesario entonces el testimonio interior del Espíritu Santo. Ahora podemos contestar esta pregunta ¿Cómo vemos nosotros a Jesús Resucitado? Lo vemos por la fe, gracias a la conjunción de dos testimonios: el de los apóstoles y nuestra apertura al Espíritu Santo.
Una palabra del Santo Padre:
El hilo conductor de la meditación del jueves 24 de abril en la capilla de la Casa Santa Marta fue preci-samente el contraste entre los sentimientos que experimentaron los Apóstoles después de la resurrección del Señor: por una parte, la alegría de saber que había resucitado, y, por otra, el miedo de verlo de nuevo en medio de ellos, de entrar en contacto real con su misterio viviente. Inspirándose en san Lucas (24, 35-48) propuesto por la liturgia, el Papa recordó, en efecto, que «la tarde de la resurrección los discípulos es-taban contando lo que habían visto»: los dos discípulos de Emaús hablaban de su encuentro con Jesús durante el camino, y así también Pedro. En resumen, «todos estaban contentos porque el Señor había re-sucitado: estaban seguros de que el Señor había resucitado». Pero precisamente «estaban hablando de estas cosas», relata el Evangelio, «cuando se presenta Jesús en medio de ellos» y les dice: «Paz a voso-tros».
En ese momento, observó el Papa, sucedió algo diferente de la paz. En efecto, el Evangelio describe a los apóstoles «aterrorizados y llenos de miedo». No «sabían qué hacer y creían ver un fantasma». Así, prosiguió el Papa, «todo el problema de Jesús era decirles: Pero mirad, no soy un fantasma; palpadme, ¡mirad mis heridas!».Se lee además en el texto: «Como no acababan de creer por la alegría…». Este es el punto focal: los discípulos «no podían creer porque tenían miedo a la alegría». En efecto, Jesús «los lleva-ba a la alegría: la alegría de la resurrección, la alegría de su presencia en medio de ellos». Pero precisa-mente esta alegría se convirtió para ellos en «un problema para creer: por la alegría no creían y estaban atónitos».
En resumen, los discípulos «preferían pensar que Jesús era una idea, un fantasma, pero no la reali-dad».«El miedo a la alegría es una enfermedad del cristiano». También nosotros, explicó el Pontífice, «te-nemos miedo a la alegría», y nos decimos a nosotros mismos que «es mejor pensar: sí, Dios existe, pero está allá, Jesús ha resucitado, ¡está allá!». Como si dijéramos: «Mantengamos las distancias». Y así «te-nemos miedo a la cercanía de Jesús, porque esto nos da alegría».
Esta actitud explica también por qué hay «tantos cristianos de funeral», cuya «vida parece un funeral permanente». Cristianos que «prefieren la tristeza a la alegría; se mueven mejor en la sombra que en la luz de la alegría». Precisamente «como esos animales —especificó el Papa— que logran salir solamente de noche, pero que a la luz del día no ven nada. ¡Como los murciélagos! Y con sentido del humor diríamos que son “cristianos murciélagos”, que prefieren la sombra a la luz de la presencia del Señor».
En cambio, «muchas veces nos sobresaltamos cuando nos llega esta alegría o estamos llenos de mie-do; o creemos ver un fantasma o pensamos que Jesús es un modo de obrar». Hasta tal punto que nos de-cimos a nosotros mismos: «Pero nosotros somos cristianos, ¡y debemos actuar así!». E importa muy poco que Jesús no esté. Más bien, habría que preguntar: «Pero, ¿tú hablas con Jesús? ¿Le dices: Jesús, creo que estás vivo, que has resucitado, que estás cerca de mí, que no me abandonas?». Este es el «diálogo con Jesús», propio de la vida cristiana, animado por la certeza de que «Jesús está siempre con nosotros, está siempre con nuestros problemas, con nuestras dificultades y con nuestras obras buenas».
Por eso, reafirmó el Pontífice, es necesario superar «el miedo a la alegría» y pensar en cuántas veces «no somos felices porque tenemos miedo». Como los discípulos que, explicó el Papa, «habían sido derro-tados» por el misterio de la cruz. De ahí su miedo. «Y en mi tierra —añadió— hay un dicho que dice así: el que se quema con leche, ve una vaca y llora». Y así los discípulos, «quemados con el drama de la cruz, dijeron: no, ¡detengámonos aquí! Él está en el cielo, está muy bien así, ha resucitado, pero que no venga otra vez aquí, ¡porque ya no podemos más!».
Papa Francisco. Misa diaria, Jueves 24 de abril de 2014
Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana
1. Generalmente somos un poco duros para juzgar a Tomás por su incredulidad ante el testimonio de sus hermanos en la fe. Sin embargo, en este Domingo vemos cómo los demás apóstoles tuvieron miedos y dudas. El Señor mismo les dice que palpen y vean sus heridas. ¿Acaso nosotros no pedi-mos, también, señales para creer?
2. El papa Francisco nos recuerda que el contenido de nuestra fe nace del encuentro con una Persona: Cristo resucitado, viviente y único Salvador de todos. ¿Soy «testigo del Resucitado» con nuestro propio testimonio de vida?
3. Leamos con atención en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales 645 – 658
Texto facilitado: JUAN RAMON PULIDO, presidente diocesano de Adoración Nocturna, Toledo
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