sábado, 17 de abril de 2021
Domingo 3º de Pascua B: Lc 24, 35-48
En estos domingos de Pascua nuestra reunión eucarística tiene una importancia añadida, pues evocamos más vivamente el misterio de la resurrección de Cristo, que es la piedra fundamental sobre la que se basa nuestra fe y la esencia del cristianismo. Esta fe no consiste sólo en creer que Cristo resucitó, sino en hacerlo vida por medio de alguna experiencia viva en la oración, en la caridad, en el trato con los demás.
Estaban los dos discípulos de Emaús contando entusiasmados lo que les había pasado con aquel caminante y cómo al fin reconocieron que era Jesús. Una cosa es creer lo que te dicen y otra es sentirlo personalmente. Por eso los otros seguían tristes, cuando se presenta Jesús. Piensan que es un fantasma, pero Jesús con mucho cariño les da pruebas de que es Él mismo: les muestra las señales de la Pasión y hasta come con ellos. Primeramente les da la paz, pues la necesitaban. También a nosotros nos da su paz. Es un gran signo de vivir resucitados con Cristo. En realidad, todo el mundo desea la paz; pero hay muchas maneras de entender la paz. Algunos quieren que siga la paz que tienen, que es la del bienestar, la del poder político, sin ver cómo están los demás. Para otros significa el que les dejen tranquilos. Para otros sólo ven la paz del cementerio. La paz del Señor es algo mucho más profundo y dinámico. Reside en lo profundo del corazón. Para ello se debe quitar el egoísmo, el afán de dominio, la venganza, la intransigencia. Es un don del Espíritu Santo que debemos pedir.
Y junto con la paz les da la alegría. Por eso quiere que se quite toda turbación. A nosotros también quiere darnos la alegría verdadera, que es certeza de estar con Dios, a pesar de las dificultades que podemos encontrar. Podemos decir con san Pablo: “¿Quién nos apartará del amor de Cristo? Nada ni nadie”. Y estamos en el amor de Cristo, si estamos persuadidos de que Cristo ciertamente resucitó y vive con nosotros.
Jesús “les abrió la inteligencia para que entendieran la Escritura”. Nosotros también necesitamos que se nos abra la inteligencia: algo que siempre debemos pedir a Dios. Para poder entender las Escrituras, la Iglesia nos presenta en la primera parte de la Misa diversos pasajes de la Escritura y luego se nos explica. Poner interés en ello es tener abierto el corazón, que es lo que Dios quiere para que se abra la inteligencia y esa Palabra de Dios pueda penetrar en nuestro espíritu. Lo que Jesús les quiere hacer ver es que, según las Escrituras, convenía que El hubiera muerto, y con una muerte tan terrible, para que la resurrección pudiera ser más feliz y más provechosa para nuestra salvación. ¿Estamos convencidos de que Cristo vive entre nosotros?
Los apóstoles lo necesitaban especialmente porque iban a ser los testigos de Cristo y los propagadores de la fe. Una de las razones para creer en la resurrección de Cristo son los muchos testigos fieles a través de la historia. Muchos entregando su vida en el martirio, otros entregando sus bienes de este mundo para vivir la alegría de Cristo resucitado en soledad o en compañía o en el testimonio misional.
Jesús come con los apóstoles. No se trata sólo de un hecho material. Para Jesús las comidas era un momento de intimidad y era un momento de dar a conocer grandes mensajes. Hoy nos da la certeza de la resurrección, a pesar de las calamidades de la vida. Y precisamente la resurrección nuestra llegará si sabemos llevar con paz y con alegría las dificultades. Dar alegría a los demás es uno de los grandes signos para poder decir que palpamos a Cristo resucitado. Debemos palparlo en la oración, en la celebración de la Eucaristía, en tantos ejemplos de personas buenas y en la caridad.
Hoy en el salmo responsorial pedimos: “Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor”. En medio de tantas tinieblas que hay en el mundo, que la luz del Señor brille entre nosotros. Para ello debemos morir al pecado constantemente, porque el pecado es lo que trae las tinieblas y sentir, como Jesús les dijo a los apóstoles, que seamos misioneros de la alegría y la paz del Señor resucitado.
P. Silverio
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